Jean Ousset, gran pensador francés y fundador de Cité Catholique |
Extracto del libro "Para que Él reine" de Jean Ousset.
Porque, también nosotros, los laicos o seglares, somos la Iglesia. Y eso que se llamó en el siglo XIX el "repliegue de la Iglesia al Santuario" no es más, en realidad, que la deserción de la gran masa de los seglares cristianos del combate por una "ciudad católica".
"Bajo este aspecto -decía Pio XII (13)-,
los fieles, y más concretamente los seglares, se hallan en la línea más
avanzada de la vida de la Iglesia; para ellos la Iglesia es el
principio vital de la sociedad humana. Por esto, especialmente, deben
tener un convencimiento cada vez más claro no sólo de que pertenecen a
la Iglesia, sino de que son la Iglesia; es decir, la comunidad de los
fieles en la tierra, bajo la dirección del Jefe común, el Papa, y de los
Obispos en comunidad con él. Ellos son la Iglesia, y por esto ya desde
los primeros tiempos de su historia, los fieles, con el consentimiento
de sus Obispos, se unieron en asociaciones particulares concernientes a
las más diversas manifestaciones de la vida. La Santa Sede no ha cesado
jamás de aprobarlas y de alabarlas" (14).
"Sería desconocer la naturaleza real de la Iglesia y su carácter social -escribía más recientemente Pio XII (15)- distinguir
en ella un elemento puramente activo, las autoridades eclesiásticas, y
por otra parte, un elemento puramente pasivo, los laicos. Todos los
miembros de la Iglesia como Nos hemos dicho en la Encíclica Mystici
Corporis Christi, están llamados a colaborar en la edificación y en el
perfeccionamiento del Cuerpo Místico de Cristo (Cf. A.A.S.a. 35 -1943
pág. 241). Todos son personas libres, y deben ser por lo tanto activos
... el respeto a la dignidad del sacerdote fue siempre uno de los rasgos
más típicos de la comunidad cristiana." Por el contrario, también el
laico tiene sus derechos, y el sacerdote a su vez, debe reconocerlos. El
laico tiene derecho a recibir de los sacerdotes todos los bienes
espirituales, con el fin de lograr la salvación de su alma y llegar a la
perfección cristiana. Cuando se trate de los derechos fundamentales del
cristiano, puede hacer valer sus exigencias; aquí están en juego el
sentido y la finalidad de toda la vida de la Iglesia, así como de la
responsabilidad ante Dios, tanto del sacerdote como del laico...
... Es
verdad que hoy más que nunca deben prestar esta colaboración con tanto
más fervor 'para la edificación del Cuerpo de Cristo' (Efesios, IV, 12)
en todas las formas de apostolado, especialmente y cuando se trata de
hacer penetrar el espiritú cristiano en toda la vida familiar, social,
económica y política...
... Por
otra parte, apartándonos el problema que trae el reducido número de
sacerdotes, las relaciones entre la Iglesia y el mundo exige la
intervención de los apóstoles seglares. La 'consecratio mundie', es en
lo esencial, obra de los mismos seglares, de hombres que inmersos
íntimamente en la vida económica y social, participando en el gobierno y
en las asambleas legislativas...".
Sin duda
alguna, el "Príncipe de este mundo" debe temerlo todo de un ejército de
seglares verdaderamente católico y decididos a combatir de veras por el
reinado de Cristo sobre las instituciones.
La
ignorancia religiosa de los seglares es el auxiliar más seguro de
Satanás. Y, cuando no puede conseguirla, tiende a hacer callar a los que
sabe.
Este es el secreto de cierto "testimonio" que algunos quisieran vernos prestar..., pero a condición de que fuese mudo.
Hablar -dicen- no corresponde al laico; solo el clérigo tiene potestad de enseñar.
Piensan que "basta
dar testimonio de existencia, aún cuando este testimonio se exteriorice
sólo por actos de beneficencia o por un esfuerzo en la obtención de una
mayor justicia y calidad humanas. Pero, ¿no sería equívoco semejante
testimonio sino deja entrever la fuente profunda de donde se alimenta?
Por no expresar la fe que lo anima, favorecerá a veces un respeto humano
que se ignora y quedará con frecuencia ineficaz, en un mundo que recusa
lo sobrenatural ...
... Eregir en
principio que es preciso silenciar lo sobrenatural, es exponerse, en
realidad, a testimoniar contra ello. Se llegará fácilmente a la
conclusión de que no creemos en lo sobrenatural o que lo consideramos
sin importancia" (16).
Santo Tomás pensaba, muy por el contrario, que "cada
uno esta obligado a manifestar públicamente su fe, ya sea para instruir
y animar a los otros fieles, ya para rechazar los ataques de los
adversarios" (16 bis).
Y León XIII precisa: (17) "Ceder
el puesto al enemigo, o callar cuando de todas partes se levantan
incesantes clamores para oprimir a la verdad, es propio de los hombres
cobardes, o de quien duda estar en posesión de las verdades que profesa
... muy poco se necesitaría, a menudo, para reducir a la nada las
acusaciones e injustas y refutar las opiniones erradas; y si quisiéramos
imponernos un trabajo más serio, tendríamos siempre la certeza de
vencerlas.
Lo primero
que ese deber nos impone, es profesar abiertamente y constantemente la
doctrina católica y propagarla, cada uno según sus fuerzas. (18)
Porque, se ha dicho, como repetidas veces y con muchísima verdad, nada
daña tanto a la doctrina cristiana como no ser conocida, pues cuando se
la entiende bien, basta ella sola para rechazar todos lo errores...
Por derecho
divino la misión de predicar, es decir, de enseñar, pertenece a los
doctores, esto es, a los obispos, que el Espíritu Santo ha puesto para
regir la Iglesia de Dios. Esa misión pertence por encima de todo al
romano Pontífice, vicario de Jesucristo, encargado con poder soberano
para regir a la Iglesia universal como Maestro de la fe y de las
costumbres. A pesar de ello, no se debe creer que esté prohibido a los
particulares cooperar, en cierta manera, con este apostolado, sobre todo
si se trata de hombres, a quienes Dios ha otorgado, junto a los dones
de la inteligencia, el deseo de hacerse útiles.
Cuantas veces
lo exija la necesidad, pueden éstos fácilmente no, claro esta,
arrogarse la decisión de los doctores, sino comunicar a los demás lo que
ellos mismos han recibido, y ser, por así decirlo, el eco de la
enseñanza de los maestros. Por otra parte, la cooperación privada ha
sido juzgada por los Padres del Concilio Vaticano, de tal modo oportuna y
fecunda que no han dudado en reclamarla ... que cada uno, pues,
recuerde que puede y que debe difundir la fe católica con la autoridad
del ejemplo, y de predicarla mediante la profesión pública y constante
de las obligaciones que ella impone" (19).
La
verdadera misión del laico cristiano es hablar, hacer suyo todo lo que
es de la Iglesia. Esta identificación es indispensable para la plena
expansión del reinado social de nuestro Señor.
El orden
divino es tan perfecto que los deberes del laico se encuentran unidos
entre si por un interés más directo, cuyo saludable impulso tal vez no
experimente el clérigo.
Monseñor Pie lo presentía ya cuando exclamaba: "llegará
el día en que la sociedad, la familia, la propiedad rechazan aún más
enérgicamente que nosotros mismos ciertos axiomas de secularización
exclusiva y sistemática, que le habrán sido más funestos que a la propia
Iglesia" (20).
El laico,
en cierto sentido, esta mas directamente interesado en el triunfo de la
realeza social de Nuestro Señor Jesucristo, y esto por razón de que el
laico se encuentra, más que el clérigo, inmerso en el orden temporal, en
el orden civil, en el orden secular; más comprometidos en los problemas
sociales y más directamente interesado en materia política ...
En el
fondo de todo ello puede haber una buena parte de egoísmo. Lo que no
obsta para que este reflejo de simple interés pueda ser, como el temor
de Dios, principio de sabiduría.
Forzando
la nota, puede ocurrir que, por un sentido un tanto estrecho de la vida
contemplativa y del reino de Dios, algún clérigo le parezca más cómodo
hallarse reducido al santuario.
Así nos lo han dado a entender con bastante frecuencia exclamaciones como esta: "Estamos mucho más tranquilos ahora, ahora que la Iglesia esta separada del Estado..." ¡Como si esta tranquilidad podría ser un ideal de la Iglesia militante!
Por tanto,
es una gracia concedida al laicado el no poder descansar en semejante
abandono y el verse más directamente sacudido por la conmoción del orden
civil, que es su propio dominio.
Una vez más tenía razón el Cardenal Pie: "llegará un día...".
Consideramos que ese día ha llegado... en que los laicos tienen que
rechazar, más enérgicamente acaso que ciertos clérigos, esos axiomas de
secularización, laicismo, liberalismo, socialismo, que son como el
cáncer de la sociedad moderna.
Esta
reacción no expresa, en modo alguno, una iniciativa temeraria, incluso
anárquica, del laicado. Muy por el contrario, los infortunios que nos
atrajo nuestra desobediencia a las enseñanzas de la Iglesia, son frutos
que nos empujan hoy a los seglares a volver a su orden y a su verdad.
Hijos pródigos, sin duda, poco ufanos de las catástrofes que han venido
sobre el mundo por nuestra negativa a escuchar las enseñanzas de los
Soberanos Pontífices desde hace más de dos siglos; pero hijos pródigos
llenos de confianza y sin inquietud alguna por la acogida que saben les
está reservada. Confianza que se apoya, también, en el principio
fundamental; porque es justo, en efecto, en el orden moral, que a todo
deber corresponde un derecho. Somos seglares. Nuestro deber es la
obediencia. Pero, como contrapartida inmediata, tenemos un derecho. Y es
el derecho a esa maternidad de la Iglesia a la cual debemos sumisión
como hijos. Derecho a la verdad, a la Verdad integral que detenta.
Derecho a toda la doctrina católica, tanto social como privada.
Derecho a que la Iglesia sea nuestra Reina, puesto que tenemos el deber de ser sus súbditos.
Notas
Notas
(13) Discurso a los nuevos Cardenales (20 de febrero de 1946).
(14) Cf.,
también, el importante discurso de Pío XII al Primer Congreso del
Apostolado Seglar (14 de octubre de 1951): "Hay quienes les gusta decir
frecuentemente que durante los cuatro últimos siglos la Iglesia ha sido
exclusivamente clerical", por reacción contra la crisis que en el siglo
XVI había pretendido llegar a la abolición pura y simple de la
Jerarquía; y, como consecuencia, insinúan que ya le ha llegado (a la
Iglesia) el tiempo de ampliar sus cuadros. Semejante juicio está tan
lejano de la realidad, que fue precisamente a partir del santo Concilio
de Trento cuando el laicado se encuadró y progreso en la actividad
apostólica. Ello es fácil de comprobar; basta recordar dos hechos
históricos patentes entre muchos otros: las Congregaciones Marianas de
hombres que ejercitaban activamente el apostolado de los seglares en
todos los terrenos de la vida pública y la introducción progresiva de la
mujer en el apostolado moderno... De manera general, es de desear que
en el que en el trabajo apostólico reine entre sacerdotes y seglares el
entendimiento más cordial. El apostolado de los unos no es una
competencia con el de los otros. Hasta, a decir verdad, la expresión
"emancipación de los seglares" que se oye acá y allá no Nos agrada. Ya
de por sí la palabra no suena con agrado; además, históricamente es
inexacta... Es evidente que, en todo caso, la iniciativa de los seglares
en el ejercicio del apostolado ha de mantenerse siempre en los límites
de la ortodoxia y no oponerse a las legítimas prescripciones de las
autoridades eclesiásticascompetentes".
(15) Discurso al Segundo Congreso Mundial del Apostolado Seglar (Roma, 5 - 13 de octubre de 1957).
(16) Rapport doctrinal presentado por Monseñor Lefebvre, arzobispo de Bourges, a la asamblea del Episcopado francés (abril de 1957).
(16 bis) Suma
Teológica, IIa, IIae, q. III, a. 2, ad 2. Esta frase de Santo Tomás,
fue recordada explícitamente por S.S. Juan XXIII, en la Encíclica
Princeps Pastorum sobre las misiones (1959). (Extracto sobre la función
del laicado. en el número 109 de Verbe).
(17) Sapientiae Christianae; párrafos 20 a 23.
(18) Cf.: Théologie de l'Apostolat, por Monseñor León Suenens.
(Desclée
de Brouwer): "¿qué esperamos para llevar el auxilio necesario? ¿La
ocasión? Pues abunda. ¿La llamada? Pues hay angustias mudas más
elocuentes que los gritos más penetrantes. ¿Es preciso que el herido
desvanecido en el camino vuelva en sí y pida ayuda para que el que pasa
se pare junto a Él y cure sus heridas? ¿Conocéis la queja de un
socialista austríaco, recientemente convertido, publicada en forma de
carta?...: 'He encontrado a Cristo a los veintiocho años de edad.
Considero perdidos a los años que han precedido a este encuentro. Pero
ésta pérdida ¿me es imputable a mí sólo? Escuchad: Nadie me ha pedido
jamás que me interesara por el cristianismo. He tenido amigos y
conocidos cristianos practicantes que tenían plena conciencia de todo lo
que aporta la religión en la vida humana... Pero ninguno de ellos me ha
hablado nunca de su fe. No obstante, se sabía que yo no era ni un
aventurero, ni un libertino, ni un burlón de quien se pudieran temer los
sarcasmos... ¿Sabéis por qué he tardado tanto tiempo en descubrir la
verdad? Porque la mayor parte de los creyentes son demasiado
indiferentes, demasiado apegados a su comodidad, demasiado perezosos'
... 'Como no pensar aquí en las palabras de Monseñor Ancle: 'Con
frecuencia se dice: no se puede hablarles de Cristo ... no están
preparados. Esto puede ser verdad ...; pero, con más frecuencia, somos
nosotros los que no estamos preparados'...".
(19) ¿Es necesario añadir que si el cristiano tiene el deber de hablar, este deber es inseparable del de estudiar y aprender?
"Juzgamos
muy útil y muy conforme a las circunstancias presentes -escribía León
XIII en Sapientiae Christiamae- el estudio diligente de la doctrina
cristiana según las posibilidades y capacidad de cada uno y el empeño
por alcanzar un conocimiento lo más profundo posible de las verdades
religiosas accesibles a la sola razón".
"Todo
cristiano debe estar convencido -escribe S.S. Juan XXIII (Princeps
Pastorum, 1959)- de su deber fundamental y primordial de ser testigo de
la Verdad en la cual cree y de la gracia que le ha transformado" ...
"Tal es el deber de todos los cristianos del mundo entero...".
(20) Opus, cit., t. II, pág. 135 - 136.