Por Alberto Buela
Desde Salamanca, en 1894, don Miguel de Unamuno fue el primero de los
grandes pensadores que se ocupó del Martín Fierro, el poema nacional de
los argentinos (1872/79). Y en ese escrito liminar dedicado al “docto y discretísimo don Juan de Valera”, trae una estrofa del poema gauchesco que bien puede servir de definición para la chata dirigencia política actual:
De los males que sufrimos,
Mucho hablan los puebleros,
Pero son como los teros
Para esconder sus niditos;
En un lado pegan los gritos,
Y en otro tienen los huevos.
Si hay algo que caracteriza a la dirigencia política contemporánea es
el simulacro. Primero, con un discurso político que enuncia un
compromiso pero con el que nunca se compromete, y segundo, porque en el
mejor de los casos, solo administra los conflictos pero no los
resuelve.
Todo ello bajo la mascarada de defender los derechos de los más
necesitados, levantando la bandera de los derechos de tercera
generación, cuando no se cumplen ni siquiera los derechos humanos de
primera generación como lo son el derecho a la vida, la libertad, el
trabajo y la seguridad.
Así, esta dirigencia política habla mucho -clase discutidora la llamó Donoso Cortés: “de los males que sufrimos mucho hablan los puebleros”- pero disimula sus intereses de clase o personales en ese mismo discurso –para esconder sus niditos, en un lado pegan el grito y en otro ponen los huevos-. Así los niditos y sus huevos son sus verdaderos intereses que están muy bien ocultados en su discurso político.
El Martín Fierro representa figurativamente al pueblo argentino y lo
que este pueblo sufrió después de la denominada dictadura de Rosas
(1829-1852).
Los padecimientos del gaucho (el pueblo pobre) que comienzan con la
caída “del dictador”, según el discurso político de entonces, son
relatados por José Hernández en un poema épico de factura inspirada. Se
produjo uno de los raros casos en que la inspiración supera la capacidad
del poeta. O dicho de otra manera, el poema es superior a las
cualidades naturales del poeta.
Se lo quiso imitar, plagiar, vilipendiar, censurar, silenciar, pero
siempre salió indemne. El Martín Fierro está ahí como un hecho
irrecusable. Como el testimonio permanente de aquéllo que se debe hacer y
no se debe hacer con el pueblo. Y en esto posee un valor universal pues
es aplicable a toda latitud y gobierno político.
Pongamos, por ejemplo, un caso conocido por todos los
iberoamericanos, el de los dos últimos gobiernos de España (Psoe y PP)
cuyos dirigentes políticos han hablado mucho de los males que padece el
pueblo español pero, por otro lado, aparecen los chanchullos, esto es, los niditos y los huevos, de esos mismos dirigentes.
Ahora bien, ésta que acabamos de hacer es la descripción de un
fenómeno dado, pero ¿tiene el Martín Fierro alguna propuesta como para
poder salir de tal estado de injusticia y opresión? Nosotros creemos que
sí, aunque hay algunos ilustrados que afirman que no, como lo hace
Rodolfo Kusch, cuando afirma muy suelto de cuerpo: Fierro…no nos dice en qué consiste la redención argentina.” [1]
Martín Fierro explicita esta redención, esta liberación de los males que padece el gaucho (el pueblo) a tres niveles:
a) a nivel de propuesta cuando afirma:
Es pobre en su orfandad
De la fortuna el desecho
Porque nadies toma a pecho
El defender a su raza;
Debe el gaucho tener casa,
Escuela, Iglesia y derechos.
b) en orden al método o camino a seguir:
Mas Dios ha de permitir
Que esto llegue a mejorar,
Pero se ha de recordar
Para hacer bien el trabajo,
Que el fuego pa calentar,
Debe ir siempre desde abajo
c) a nivel de conducción:
Y dejo rodar la bola,
Que algún día se ha de parar...
Tiene el gaucho que aguantar
Hasta que lo trague el hoyo,
O hasta que venga algún criollo
En esta tierra a mandar.
Estos tres niveles que destacamos marcan una línea clara y definida
de los elementos que hay que tener en cuenta, necesariamente, para el
buen gobierno:
a) las reivindicaciones que todo gobierno que se precie de justo, de
cualquier latitud de la tierra, tiene que llevar a cabo para el
“restablecimiento de la justicia” dándole a cada uno lo que le
corresponde y al pueblo más pobre “casa, escuela, Iglesia y derechos”.
b) El origen último del poder debe nacer como el fuego siempre desde abajo. Esto
va en primer lugar contra las tesis iluministas de que son los
ilustrados los que saben gobernar. El sentido popular del Martín Fierro
está acá presente pero no es un populismo bastardo que se reduce a “el
pueblo siempre tiene razón”, sino que exige además que la voluntad de
este pueblo sea como el fuego, pero no el que quema sino el que sirve
para calentar. Reclama y caracteriza el poder como servicio.
c) Finalmente, se ocupa del conductor, del líder, del príncipe como
decía los antiguos tratadistas. Y exige que éste tenga característica de
criollo: O hasta que venga un criollo en esta tierra a mandar. Y acá tenemos que detenernos un poco, porque Martín Fierro no dice “un gaucho” sino “un criollo”.
Según nuestra información, el primero que hiciera esta distinción fue
Juan Carlos Neyra en un impecable, breve y profundo ensayo, no tenido
en cuenta por la multitud de intelectuales cagatintas que han hablado
sobre el Martín Fierro. El concepto de gaucho implica una forma de
vivir que necesariamente se da en el campo, en donde éste muestra todas
sus habilidades camperas en el trabajo con la hacienda, todas sus
pilchas, todas sus destrezas en juegos como el pato, la taba, la sortija
y en danzas como el triunfo, el gato, la zamba, la cueca, la chacarera o
el chamamé. En donde los silencios tienen sus sonidos y los trabajos
sus tiempos en un madurar con las cosas, tan propio del tiempo
americano.
¿Y lo criollo entonces? Criollo es aquel que interpreta al gaucho y
lo criollo es un modo de sentir, una aproximación afectiva a lo gaucho.
Es por eso que el gaucho es necesariamente criollo, pero un criollo
puede no ser gaucho. De allí que esos viejos camperos de antes decían: Nunca digas que sos gaucho, que los otros lo digan de vos.
Así, pudo acertadamente escribir, este olvidado ensayista: Si gaucho es una forma de vivir, criollo es una forma de sentir” [2]
El gaucho de alguna manera ha ido lentamente desapareciendo porque su
forma de vida y de trabajo ha ido cambiando, mientras que lo criollo
determina el aspecto esencial de nuestro pueblo.
Esa forma de sentir lo gaucho es la mejor defensa frente a la
colonización cultural y la que nos determina como pueblos originarios de
América con sus arquetipos emblemáticos como lo fueron el gaucho, el
montubio, el llanero, el cholo, el huaso, el ladino, el boricua, el
charro, el pila, etc.
Nosotros, que no somos ni tan europeos ni tan indios, somos los
verdaderos y genuinos “pueblos originarios” de América y no como
pretende el llamado indigenismo, que quiere construir una identidad en
contra, básicamente, de España, renunciando a lo que ya se es. ¿O acaso
Evo Morales, Correa, Chávez o Rigoberta Menchú son indios? No, ellos son
criollos que renunciando a lo que son, construyen un aparato ideológico
para ser otra cosa.
Y esa “otra cosa” está al servicio de las iglesias evangélicas y
mormonas norteamericanas o tiene sus oficinas en Londres como los pseudo
mapuches del sur de Chile.
El hombre criollo que somos la inmensa mayoría de los americanos que, cambiando lo que haya que cambiar, es como el tertius genus de
San Pablo para definir a los cristianos que no son ni paganos y judíos
(Gálatas, 3:28). Somos antropológicamente el producto más original que
América ha dado al mundo. A ese carácter de “originales” no podemos
renunciar porque nos llevaría puestos a nosotros mismos transformándonos
en “otra cosa”.
En cuanto a los indios, que también son inmigrantes en América,
tienen sobre nosotros sólo la “originariedad”, la cualidad de haber
llegado primeros, pero no la “originalidad” que es el carácter propio de
nosotros los criollos respecto de todos los tipos humanos que pueblan
el mundo. Esto es clave. Si no se lo entiende, le pasa como a aquel
paisano: Que hombre que sabe cosas, el hombre de este albardón, que hombre que sabe cosas, pero cosas que no son.
Vimos como el Martín Fierro puede leerse en clave política como un
proyecto nacional donde, como dijo alguna vez el peronismo, hay una sola
clase de hombre: el trabajador. Que en el caso del poema épico
argentino-americano es el gaucho, y así lo dice sin ambages ni tapujos:
Soy gaucho, y entiendanló
Como mi lengua lo explica:
Para mí la tierra es chica
Y pudiera ser mayor;
Ni la víbora me pica
Ni quema mi frente el sol.
Como mi lengua lo explica:
Para mí la tierra es chica
Y pudiera ser mayor;
Ni la víbora me pica
Ni quema mi frente el sol.
[1] La negación en el pensamiento popular, Buenos Aires, ed. Cimarrón, 1975, p. 108
[2] Neyra, Juan Carlos: Introducción criolla al Martín Fierro, ed. Huemul, 1979, p.22.-