martes, 16 de julio de 2013

GOBIERNO, ENCUESTAS Y FUERZAS ARMADAS

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Por Jorge Raventos
Las encuestas no le anticipan buenas noticias al oficialismo.  El vicegobernador bonaerense, Gabriel Mariotto, expresó el sábado su deseo de superar la última performance kirchnerista en elecciones legislativas, la del  año 2009, cuando en Buenos Aires, con Néstor Kirchner encabezando la boleta, el gobierno perdió con el 32 por ciento de los votos. “En ésta, el proyecto nacional tiene que tener arriba de 41 puntos”, se ilusiona Mariotto.
La realidad  promete resultados menos glamorosos. El viernes, en la Casa Rosada, el ministro Julio De Vido procuró ajustar las expectativas y admitió, en un rapto de franqueza, que probablemente la presidente “se verá con menos iniciativa legislativa”.
Una de las consultoras de opinión pública que en estos días dará a conocer sus últimos datos registra por el momento un caudal de algo más de 30 puntos para el Frente para la Victoria, un porcentaje que esos investigadores identifican como “el núcleo duro” de los adherentes al kirchnerismo. No es improbable  que a lo largo de la campaña esa cifra pueda incrementarse, pero difícilmente tanto como para cubrir las esperanzas de Mariotto. La tendencia general es más bien la inversa: la irrupción electoral de la corriente que encabeza Sergio Massa abrió las compuertas para que muchos que hasta ahora permanecían desganadamente en el oficialismo  busquen otro espacio y nuevas alternativas.
Hoy al menos tres encuestas de orden provincial  otorgan a Sergio Massa diferencias de entre siete y once puntos sobre el candidato de la Casa de Gobierno.
Llegado el momento, si estas tendencias se confirman en las urnas, no faltarán intentos de encubrir el revés: el gobierno comparará sus porcentajes sumando los votos reunidos bajo su mismo lema en todo el país  y pretenderá compararlos con fuerzas de nombres disímiles (Unión por Córdoba, Frente Renovador en Buenos Aires, Pro en la Capital, etc.) o comparará el número total de diputados que se acredite el Frente para la Victoria con los que obtenga cada una de esas fuerzas. El gobierno se especializa en relatos. Pero la realidad hay que buscarla en lo significativo. El rasgo nacional de estos comicios reside en el virtual plebiscito sobre la reforma de la Constitución y la re-reelección presidencial que el oficialismo persigue. Lo relevante será contar los votos con ese criterio. Y verificar si  el gobierno  consigue ampliar su actual mayoría en las Cámaras o si las urnas mejoran la posición de las fuerzas opositoras y hasta si les otorgan predominio en una o en las dos Cámaras.
Tal como se presentan las cosas, el gobierno caería  todos los grandes distritos, en primer lugar la decisiva provincia de Buenos Aires. Esos resultados podrían, eventualmente, según algunos cálculos,  derivar en la pérdida de la mayoría en la Cámara de senadores, abriendo la posibilidad de que una figura no oficialista ocupe su presidencia provisional, que integra la línea sucesoria en caso de acefalía.
Una derrota como la que insinúan hoy las encuestas adquiere su propia dinámica y funciona como una fuerza física que no se frena con relatos. En las elecciones legislativas misioneras del último domingo, el oficialismo perdió  40 puntos porcentuales (pasó del 75 al 35 por ciento).
En cualquier caso, el gobierno parece estar adecuando su  relato y su comportamiento a la atmósfera de fin de ciclo que empieza a respirarse, incluso con la fantasía de revertirla.
Por una parte se muestra muy dispuesto a presentar su acción con la retórica redentorista propia de los años setenta que hoy sólo sobrevive en las variantes del chavismo sudamericano: envuelto en la bandera de un patriotismo verbal, pretende mostrarse como víctima de poderes imperiales y quiere pintar a quienes se le oponen como instrumentos o marionetas de esos poderes. La patética escena que el jueves 4 de julio protagonizó el secretario de Comercio Guillermo Moreno en la sede de la embajada de Estados Unidos atacando a los gritos a una periodista de Clarín y acusándola a ella y a sus colegas de “tener las manos bañadas en sangre” está inscripta en ese guión, al que la Presidente le incorporó velozmente un capítulo con la encendida defensa de su colega boliviano, Evo Morales, demorado en un vuelo de regreso a La Paz por decisiones de varios países europeos.
La victimización, sin embargo, suele ser una expresión de debilidad, un dato que la Presidente no quiere evidenciar. Por eso, en compensación, el gobierno procura dar señales de firmeza. Eligió como blanco a los sindicatos, que están reclamando desde hace meses contra el impuesto a las ganancias que afecta los salarios y contra la discriminación en el pago del llamado salario familiar. El miércoles, los maquinistas del ferrocarril agregaron otra queja  (el no pago del aguinaldo) y lanzaron sin anuncio previo una huelga que dejó sin transporte a centenares de miles de personas en Buenos Aires. La señora de Kirchner trató rápidamente de sacar partido del descontento público; advirtió: “No voy a tolerar la extorsión de nadie” y acusó a los gremios de “arrogarse los derechos que han conseguido los trabajadores”.  La inquilina de la Casa Rosada está más enojada que nunca con el sindicalismo: en una semana vió la foto de Antonio Caló, el secretario general de la CGT más próxima al gobierno, abrazado en Mar del Plata con Hugo Moyano y comprobó además que dirigentes de las diferentes centrales integran las listas de sus adversarios electorales. Está llegando, quizás, a la conclusión de que probablemente llegó la hora de iniciar esa guerra que tiene postergada y que ahora, eventualmente, puede darle algún rédito en el esquivo electorado de clase media.
El paro con movilización lanzado por los camioneros de Hugo Moyano para el último lunes (que será apoyado por otras organizaciones) permitió ver hasta dónde está dispuesta a avanzar la Presidente en esa confrontación. Los maquinistas del ferrocarril, actores principales de los hechos del miércoles, consideran por su parte que el  gobierno está en operaciones: “Tratan sistemáticamente de derivar hacia nosotros las responsabilidades por los accidentes ferroviarios –argumentan-. La historia de que nos oponemos a que pongan cámaras en las locomotoras es  una falsedad. Lo que nosotros sí decimos es que antes de comprar cámaras, tienen que comprar frenos, por ejemplo. Porque nos hacen transportar a decenas de miles de pasajeros en  las peores condiciones técnicas”.  Hoy la mayoría de las batallas se libran ante la opinión pública.
Los pasos que el gobierno dio en la última semana en relación con las fuerzas armadas no forman parte de la narrativa sino de los aprestos. Ha sido iniciativa de la Casa de Gobierno reintroducir a los militares en la política. Y lo hizo con una extemporánea purga que dejó fuera del servicio a una treintena de oficiales de las tres armas y encumbró al general  César Milani a la jefatura del Ejército y al predominio sobre las otras dos fuerzas, particularmente sobre sus ramas de inteligencia, actividad que ejerce Milani.
El  remate de esa movida político-castrense fueron las palabras que el nuevo jefe usó al asumir (un acto al que la presencia presidencial otorgó particular significación).  Se propuso allí Milani que las Fuerzas Armadas “acompañen con renovadas ansias el proyecto nacional”.
Se trata, señaló Rosendo Fraga, uno de los más prestigiosos analistas de este tema, “de alinear a la estructura militar con el proyecto del kirchnerismo”.
Milani y algunos de sus colaboradores directos tienen vínculos personales con personas de la cúpula kirchnerista. Ese factor puede haber contribuido al acercamiento o la confianza política. Milani, sobre cuya actividad en Tucumán durante la década del 70 pesan denuncias parecidas a las que a muchos de sus colegas le costaron la carrera. Los organismos de derechos humanos próximos al gobierno no lo han enfocado y la Justicia no lo imputó.
La idea de vincular políticamente las fuerzas al proyecto político del kirchnerismo  suena sorprendente viniendo desde el gobierno (que se dedicó a juzgarlas y las  sometió a la decadencia presupuestaria y al aislamiento internacional) y parece muy ambiciosa propuesta desde la jefatura militar.  Señala Fraga: “Quienes se dedican a la sociología militar tienen en la Argentina un dato empírico útil para conocer el voto de los militares y es cómo vota la población de la Antártida. Más del 80% son militares en actividad y constituyen, además, una muestra muy aproximada al total de los militares, en cuanto a porcentaje que presentan cada una de las fuerzas y de sus grados y jerarquías. En 2011, Cristina fue reelegida con el 54% de votos en el país y sólo el 8% en la Antártida. Nunca un presidente tuvo una brecha tan grande entre el promedio y el voto militar”.
Desde la oposición, las reflexiones sobre este tema se asocian con otras sospechas. La pregunta que se plantean algunos analistas es si, dadas las perspectivas electorales negativas que afronta el oficialismo, que lo alejan de la posibilidad de la reforma constitucional, no habrá algunos ideólogos del círculo K imaginando otros procedimientos para viabilizar la  re-reelección y “la continuidad del proyecto”.
Más allá de las interpretaciones, lo que parece indudable es que, de la mano de Cristina Kirchner,  los militares reingresan a la política.