Los dedos del caos y los dedos de Dios
El mundo de hoy está cada vez más inmerso en el caos. ¿Qué caminos se abren ante nosotros? El artículo, escrito en 1992 con una gran visión de la situación contemporánea, se puede decir que tiene aún mayor actualidad que en esa época. O, mejor, que se ha tornado evidente para una gran mayoría.
No hace mucho tiempo, quien dijese
que el mundo se iría hundiendo en el caos, sería oído con indiferencia:
¿cómo dar crédito a esta predicción, viendo la prosperidad y el buen
orden que parecía reinar en el Occidente? Como si el mundo no occidental
no fuera parte del Planeta, por lo que bastaría que reinara el orden en
Europa y en América, para poder decir que todo estaba bien, y que en el
caos era imposible.
El caos se conceptualizaba entonces como un
auge catastrófico de todos los desórdenes y desgracias. ¿Cómo admitir,
entonces que, de una situación “evidentemente” ordenada, podría surgir
tal paroxismo de desorden? Esta sería la refutación, aparentemente
indestructible, que el optimismo entonces reinante, opondría a los que
sin duda calificaría como “profetas de desgracias”.
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La
Grande Chartreuse – La civilización fue tejida por esas benditas manos,
y no por los dedos trémulos, sucios y contaminados del caos
Va
corriendo convulsionado y rápidamente el año 1992. Y el examen más
superficial de la realidad permite ver que la palabra “caos” -tenido
hasta hace poco como un espantapájaros por tanta gente considerada
sensata- se convirtió en una palabra de moda.
De hecho, en los
círculos de vanguardia intelectual, que se jactan de postmodernos, la
palabra “caos” es algo frívolo, elegante, más o menos como un bibelot
que les gusta tener entre sus dedos para jugar con él, y verlo más de
cerca. En lugar de despertar horror, el caos es visto hoy como una
fuente de esperanza. Por lo contrario, la palabra “moderno”, que tantos
sonreía a los occidentales, parece haber caído en la decrepitud.
Reluciente de juventud hasta hace poco, de repente le creció una melena
de pelo blanco; no puede ocultar sus arrugas y usa dentadura postiza.
¡Poco le falta para que caiga en el basurero de la Historia! Ser
moderno, ¡qué hermoso era hace diez años! Hoy en día, ¡que antigualla!
Quien no quiera estar involucrado en la decrepitud de lo que es moderno,
debe decirse pósmoderno. Ésta es la fórmula…
Cada vez más, el
“caos” y la “postmodernidad” son conceptos que se van aproximando, al
punto de que tienden a fusionarse. Y hay quienes incluso ven en
catástrofes eventuales, el punto de partida de un mañana esplendoroso.
Así,
quienes hasta ayer no encontraban suficientes apodos para lanzar contra
la Edad Media, argumentan precisamente con ella para justificar su
optimismo
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En otros términos, el
territorio del Imperio Romano de Occidente se encontró en cierto momento
convulsionado al mismo tiempo por dos fuerzas enemigas, que trituraban
sus restos moribundos: los bárbaros procedentes de las orillas del Rhin,
y los árabes que habían traspuesto el Mediterráneo e invadido amplias
fajas del litoral europeo. Europa cayó en el caos. Toda la estructura
del Imperio Romano de Occidente se pulverizó. Sólo restó en pie la
estructura eclesiástica, que recibió de Roma la orden de no abandonar
los territorios en que ejercía su jurisdicción espiritual. En el orden
temporal, era el caos.
El
bautismo de Clodoveo, Rey de los Francos, administrado por San Remigio,
constituyó un marco decisivo en la conversión al cristianismo de los
pueblos bárbaros que invadieron el Imperio Romano
Sin
embargo, del entrechoque de los ejércitos, de las razas y de las
batallas, en medio de un caos general, se fue formando lentamente en los
campos la estructura feudal. Y, en las bibliotecas de los conventos,
los libros en que se había refugiado la cultura grecolatina comenzaron a
proyectar su luz sobre nuevas generaciones, que fueron aprendiendo
lentamente que vivir no es sólo luchar, sino también estudiar.
Poco
a poco, sin que casi nadie se diese cuenta, los dedos febriles y
desordenados del caos fueron produciendo un tejido nuevo: la cultura
medieval, cuyos esplendores los posmodernos -para ventaja de sus
argumentos- descubren ahora, como si ayer no los ignorasen o
vilipendiasen..
Y, como un prestidigitador que saca de repente un
conejo de un sombrero de copa, los actuales profetas del caos y de la
posmodernidad sacan de las penumbras y de las agitaciones de hoy, así
como de las dramáticas turbulencias de la más alta Edad Media, motivos
para ilusionar a nuestros contemporáneos con esperanzas y luces de una
nueva era.
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San Bruno – Cartuja de Miraflores – Burgos – España
La
civilización medieval fue tejida por manos benditas, como las de San
Bruno (Siglo XI), fundador de la Orden de los Cartujos, que construyó en
Francia la famosa abadia denominada “Grande Chartreuse “.
Pero
hay algo que ellos olvidan de incluir en el cuadro histórico que les
sirve de argumento. Es la Iglesia. La Iglesia, sí, en la cual no cesaron
de reluzir Santos que dejaron en la Tierra la sabiduría de las
enseñanzas y la fuerza viva de los ejemplos que hasta ahora el mundo no
olvidó. Muchos sacerdotes, fieles a la doctrina y a las leyes de la
Santa Iglesia, fueron por todas partes suscitando almas que comenzaron a
brillar en las tinieblas, como al comienzo se pusieron a brillar en el
cielo las estrellas, por acción del Creador. Esas fueron las manos
sagradas que gradualmente limpiaron el caos del espíritu, de las leyes y
de los hábitos de los pueblos europeos.
La civilización fue tejida por esas benditas manos, y no por los dedos trémulos, sucios y contaminados del caos.
Teniendo
esto en vista, el lector se volverá naturalmente hacia la Iglesia de
hoy, esperando de ella la misma acción desarrollada a partir de la alta
Edad Media. Y tiene razón, pues de la Iglesia se puede decir lo que dice
de la Santísima Virgen la oración del Salve Regina: ella es “vida,
dulzura y esperanza nuestra”. Pero la Historia nunca se repite con
mecánica precisión. ¡Cómo se diferencian de las condiciones de entonces,
las condiciones actuales de la Santa Iglesia de Dios!
Así como un
hijo siente redoblar su amor y su veneración cuando ve a su propia
madre lanzada en el infortúnio y oprimida por la derrota, así es con
redoblado amor, con veneración inexpresable que me refiero aquí a la
Santa Iglesia de Dios, nuestra Madre. Precisamente en este momento
histórico en que le cabría rehacer, a la eterna luz del Evangelio, un
nuevo mundo, la veo entregada a un doloroso y deprimente proceso de
“autodemolición”, y siento dentro de ella el “humo de Satanás”, que
penetró por infames grietas. (cf. Pablo VI, Alocuciones del 7/12/68 y
del 29/06/72).
¿Hacia dónde volver entonces las esperanzas del
lector? Para el propio Dios, que jamás abandona a su Iglesia santa e
imortal, y que por medio de ella hará, en los días lejanos o próximos,
cuyo advenimiento su Misericordia y su Justicia establecieron, pero que
permanecen misteriosos para nosotros, el espléndido renascimento de la
Civilización cristiana, el Reino de Cristo por el Reino de Maria
Plinio Corrêa de Oliveira, “Catolicismo”, N º 499, julio de 1992,