DEL BLOG
RAMOS GENERALES
“¿Podremos alguna vez
sentar en el banquillo a nuestros gobernantes y jueces hermanados con los
ejecutores de los tiempos oscuros? Esa voz es la ausente en la Argentina que
nos duele, donde se exalta la memoria del pasado pero se silencia,
obscenamente, la memoria del presente.”
Diana
Cohen Agrest
Otra muerte absurda. Más dolor. Un dolor que se agiganta desde los medios y la
historia que se enturbia, también desde los medios, por cierto tipo de
periodismo que gusta hurgar en los recodos bromatológicos de la noticia,
alentado casi siempre por una estrategia política que prefiere ciertos temas de
la calle, antes que los cercanos al Poder. Pan y Circo.
Una chica joven que a plena luz del día desaparece del mundo, y aparece
luego asesinada en una planta des clasificadora de residuos en José León
Suárez.
Cada vez que suceden estas cosas la sociedad revive dolores que creía
superados. Recuerda heridas de muertes tan crueles como absurdas que parecían
cicatrizadas pero que no, aún están en carne viva. Candela Rodríguez, Ezequiel
Agrest, Jano Fernández, Santiago Urbani, Lucila Yaconis, Gastón Mercenac, Rocío
Barletta, Tatiana Kolodziez, Lucas Meneghini… y la lista es interminable.
Ahora es Ángeles Rawson… pero antes han sido otros y mañana seremos tal
vez nosotros o algunos queridos nuestros. Ya nadie sabe. Y nadie se anima a
decir: “a mí no me va a pasar”. Casi que nos hemos acostumbrado a la barbarie.
Mala nuestra.
El dolor que no cesa, y un periodismo amarillo que no quiere ponerse los
pantalones largos. Regodeándose en los recodos escabrosos. Entonces, sin red,
se conjetura en voz alta sobre cada pliegue de la familia de la víctima, sobre
cada historia íntima de parientes que ni siquiera están sospechados. Y
periodistas “serios” haciendo reconstrucciones patéticas dentro de los
contenedores de basura. Y los canales en vivo y en directo anunciando detenidos
que luego no serán. El Periodismo amarillo es así: Pasa algo. Durante días conjeturan dos
toneladas de pavadas... y cuando se sabe
la verdad, el amarillismo dice que la causa "dio un giro inesperado".
Es decir, nada que ver con todas las pavadas que ellos mismos dijeron durante
días. Y nosotros, consumidores voraces de la inmundicia.
Entre todos lo dicen todo. Entre todos se conjetura todo. Después es
tarde para reparar y ya la mancha lo ha ensuciado todo.
Argentina. Argentinos.
Cuando suceden estas cosas, siempre intento ponerme en los zapatos del
otro. Imagino si fuera yo al que le pasara algo y una turba de periodistas se
instalara frente a mi casa, e imagino a la justicia zambullida en mis archivos,
en mis papeles, en mis computadoras, en mi teléfono, en mi laburo, en mis
sábanas, en mis calzoncillos.
No creo en la justicia “vedetonga”. En esa justicia que arma un circo
alrededor de una causa y que es la misma justicia que envía mensajes o
información a la prensa en medio del “secreto del sumario”. No me gusta. Me da
asco. La justicia es exageradamente minuciosa con ciertos casos, y
sospechosamente inútil para con los casos que afectan a los poderosos de turno.
Eso no es Justicia… es otra cosa.
Tampoco creo en la justicia que entiende por garantismo el defender a quienes
nos matan. Esa justicia que se aferra más a la letra que al espíritu, y que
luego termina coqueteando con un modelo político convencido que penar a los
asesinos, no sirve. Y si no, que le pregunten a los padres de Tatiana, que ven
al violador y asesino de su hija (al que tenían de vecino gracias a las
garantías de un juez que nunca “imaginó” que el violador podría reincidir)
paseando en salidas “culturales” con el Vatayón Militante junto al jefe del
Servicio Penitenciario vestido del Hombre Araña. O que lo diga la mamá de
Ezequiel Agrest, que se entera por los medios que al asesino de hijo le han
bajado la pena de la noche a la mañana. Los jueces Alejandro Slokar, Ángela
Ledesma y Ana María Figueroa creyeron que “prisión perpetua” para el asesino de
un joven indefenso estudiando dentro de la casa de una amiga era mucho, y le
bajaron la pena a 18 años. Y si uno sigue la carrera judicial de Slokar, se da
cuenta que es retoño florecido de Zaffaroni.
La mamá de Ezequiel, Diana Cohen Agrest, hizo catarsis tras la muerte de
Ángeles Rawson en una columna del diario La Nación que recomiendo leer. La
genial escritora la tituló: “Las piezas sacrificales de la impunidad: “¿Hasta
cuándo? ¿Hasta cuándo continuaremos con la letanía de los derechos humanos,
otorgando garantías a los victimarios y desprotegiendo a las víctimas y a la
sociedad toda? Sumidos en la indignación y en la impotencia, en el peor de los
casos nos interrogamos cómo no legitimar la ilegítima justicia por mano propia.
Y en el mejor, cómo reinstaurar la credibilidad de una justicia penal que
libera a quien debería ser confinado de por vida, y que no lo es porque
nuestros operadores jurídicos parten de la premisa de que la ejecución de las
penas "resulta incompatible con la ideología de los derechos
humanos", al decir de Eugenio Zaffaroni en, En busca de las penas perdidas”.
Ángeles Rawson
“La vida es así, nada es perfecto” dijo la mandamás del régimen que nos
gobierna tras la nueva tragedia ferroviaria de la “década ganada”. Otra vez el
tren Sarmiento. Otra vez una cantidad de muertes a manos de la corrupción y la
negligencia. Esta vez con los trenes estatizados. Los nuestros. Los que supimos
conseguir. Cada vez que suceden estas cosas la sociedad revive dolores que creía
superados. Recuerda heridas de muertes tan crueles como absurdas que parecían
cicatrizadas pero que no, aún están en carne viva. Y si no, que lo diga María
Luján Rey, mamá de Lucas Meneghini, muerto en la primera gran tragedia del tren
sarmiento, hace 4 meses, cuando el tren Sarmiento estaba en manos de los
empresarios amigos del poder. Ante el nuevo accidente, la mamá de Lucas
escribió: “Siento una gran tristeza pensando en que hoy hay otras mamás que
como yo no logran entender cómo puede suceder algo así, siento tristeza
infinita pensando en que nuestro dolor, nuestra lucha no alcanzó para evitarlo.
Gracias a quienes acompañan y lamentablemente, hoy tenemos más familiares a
quienes acompañar, mas heridos que necesitan ayuda y más razones para seguir
luchando.”
Cada vez que suceden estas cosas la sociedad revive dolores que creía
superados. Recuerda heridas de muertes tan crueles como absurdas que parecían
cicatrizadas pero que no, aún están en carne viva. Y si no, que lo diga
Federico Ramón Ibáñez, que el lunes pasado se sentó en el banco de testigos en
el enésimo juicio por la ESMA. Contador jubilado y ex integrante de la
agrupación terrorista Montoneros, Ibáñez acusó a la cúpula de esa organización
armada del asesinato por venganza de su esposa durante el gobierno militar, en
1977, mientras él permanecía detenido en la ESMA.
Se sentó tranquilo y dijo: "Quiero aclarar que mi esposa nunca fue
colaboradora de Montoneros como era yo, y aun sabiendo que ella no era
militante ni colaboradora, Montoneros resolvió que la tenía que matar y la
mataron. No tengo odio ni a uno ni otro lado, pues me siento responsable y
asumo mi responsabilidad de haber contribuido a una locura de violencia que no
debiéramos ver más". La historia que se esconde. El Modelo.
Sí, El Modelo, que en su empeño por vengar un pasado definitivo,
descuida un presente inexplicable, y nos condena a un futuro temeroso.
HORACIO R. PALMA