Hay
quienes piensan que el heraldo de la reina tiene el extraño don de
estar en todos los lugares al mismo tiempo. Es la única persona que
accede a las reuniones más íntimas y secretas del palacio, y a la vez,
es también el que recorre y domina la calle, orienta a la militancia,
disciplina a funcionarios y vigila muy de cerca a los legisladores, que
lo obsequian frecuentemente con lisonjas y le acercan ideas para que él
tenga la infinita gracia de llevárselas en mano a Su Majestad.
El glamour se resiente un poco cuando esta peripecia
mítica y casi inverosímil se traduce a la Argentina actual y, sobre
todo, a ese nombre prosaico ( Andrés Larroque
) y a ese apelativo futbolero y voraz ("El Cuervo"). Pero la realidad
es que el heraldo de Cristina forma parte de la nueva e inaccesible mesa
chica del poder, que su hermana Mariana es la asistente más próxima a
la Presidenta, que el muchacho del Nacional de Buenos Aires fue nombrado
secretario general de La Cámpora y, ahora, jefe máximo de Unidos y
Organizados.
Y también que el hombre cada semana se traslada al
quinto piso del Ministerio de Economía y negocia con los intendentes del
conurbano y de todo el país, extenuante faena compartida con Julio De
Vido, que pone la billetera. Larroque, en cambio, pone la doctrina. Se
compran allí, con fondos y obras, devoción reeleccionista y verticalismo
total a la Corona.
Larroque puede estar en el Parlamento llamando "narcosocialistas" a los aburridos socialdemócratas santafecinos o "atorranta" a una diputada de la centroderecha cool.
Pero también puede que se encuentre en las unidades básicas de las
barriadas más humildes, predicando cristinismo o dando instrucciones a
algún asistente social de Vatayón Militante. Organizando la guardia
pretoriana y aplaudidora de un acto presidencial o vigilando que los qom
no acampen de nuevo en la avenida 9 de Julio.
Hace cinco años, este joven inflexible y rudimentario,
que considera la polarización social como una de las grandes
genialidades de Néstor Kirchner, ni siquiera soñaba con ser el comisario
político del "movimiento nacional y popular". Aunque ya era una mezcla
gestual del Juan Carlos "Canca" Gullo y Mario Eduardo Firmenich. El
primero es de hecho su padrino espiritual y consejero, y al segundo le
admira las convicciones, más allá de la distancia que los nuevos
camporistas tienen con el escalofriante militarismo montonero, que
algunos consideran un error estratégico y otros una consecuencia
inevitable de la época. Asevera Larroque que los ataques a La Cámpora
obedecen al "resurgir de una generación militante a la que no pueden
comprar ni extorsionar. Eso ha llevado a lo largo de la historia a las
grandes tragedias. Es lo que pasó en los 70 por presión del poder
oligárquico. Y hoy se vuelven a poner nerviosos".
Estas líneas pertenecen a la última aparición
televisiva que "el Cuervo" realizó hace dos semanas en la cadena de
noticias de Cristóbal López. No es frecuente que el heraldo de Cristina
salga a la luz del día, otorgue una entrevista y pueda ser analizado de
manera discursiva y postural. La primera impresión que transmite es la
de un sacerdote ungido por un dogma infalible y una fe ciega. Encarna a
golpe de vista dos fenómenos del cristinismo: su carácter religioso y su
radicalización. "Somos soldados", dice siempre. Uno no puede sino
conectar esa definición con la legendaria y castrense consigna "los
soldados de Perón", que orgullosamente enarbolaba la dirigencia
montonera en el colmo de su adoración y delirio. "No militamos para el
mes que viene", advierte Larroque en esa entrevista, y utiliza tres
veces la misma palabra: "Construimos organizaciones para militar toda la
vida. No cambiamos de sellos. Es una forma de vida. Entregamos nuestra
vida a la militancia".
Su tono sacrificial en nombre de "los intereses
populares" (esa entelequia conveniente que cambia según los propósitos
tácticos del Gobierno), su obediencia acrítica, su ideología blindada y
su voluntad de hierro, que forjó de joven en la Villa 20 de Lugano y en
los asados del "Canca" en el Bajo Flores, fascinan a la arquitecta
egipcia y al Richelieu maoísta que habita la Secretaría Legal y Técnica.
Y lo diferencian de otros dirigentes neocamporistas, que lucen más como
gerentes chetos que como gladiadores callejeros. "El Cuervo" es brazo
ejecutivo y fuerza de choque, y no se anda con remilgos. Su idea de la
militancia dista incluso de algunos cinismos que lo rodean: La Cámpora
es una gran agencia de colocaciones y una aspiradora de empleo público.
La idea de que algunos de esos militantes no pueden ser comprados por
las corporaciones no incluye, naturalmente, la posibilidad de ser
comprados por las corporaciones del Estado.
Larroque, sin embargo, se considera un creyente
incontaminado, un puro. Un monje con una sola Biblia: el relato. "Se
está refundando la Argentina -dijo los otros días con grandilocuencia,
pero sin pestañear-. Fueron doscientos años de disputa de modelos. Y en
estos casi diez que lleva el movimiento nacional y popular se han
recuperado las ideas de Moreno, Belgrano y San Martín, de los caudillos
federales, del yrigoyenismo y del peronismo. Y hoy estamos en
condiciones de ganar definitivamente esa pelea y construir un modelo.
Que ya no haya discusiones. Nosotros no podemos volver atrás".
Está decidido. El proyecto kirchnerista dividirá toda
nuestra historia en dos partes. Un antes y un después. Y no sólo eso,
sino que el kirchnerismo se atreverá a avanzar más allá de las
fronteras. "Estamos discutiendo también el paradigma mundial -añadió con
una sonrisa-. Lo lindo de este momento es que vemos que no funcionan
las grandes potencias. Y nosotros, sin agrandarnos, en esta zona lejana,
tenemos una serie de países a los que con decisión soberana no nos está
yendo nada mal".
En los epílogos de su soliloquio televisivo redondeó la
idea básica: "Es Cristina o corporaciones. Es el pueblo organizado o es
un grupo de egoístas enriquecidos que quieren mantener sus privilegios y
que son articulados por Magnetto". En el fondo, la cosa resulta
bastante sencilla, no se sabe por qué la ciencia política se empeña en
complejizarla. La problemática argentina -una de las más difíciles de
entender para cualquier observador extranjero- puede ser reducida a
una persona, a un apotegma o a un grafiti.
Si Magnetto es el artífice de todas las conspiraciones
que le adjudican, valdría la pena votarlo, porque estaríamos en
presencia de una cruza impresionante entre Napoleón Bonaparte y Winston
Churchill. La realidad es, lamentablemente, mucho más pobre. Quien
articula de verdad al establishment económico argentino es el gobierno
más poderoso de la era moderna, con quien se han amancebado casi todos
los empresarios vernáculos. En las compañías se sabe que no hay mejor
negocio hoy en día que asociarse con el Estado y mantenerse en silencio.
Se trata del mismo gobierno que a pesar de los
discursos emancipadores ha logrado depender como nunca de la soja y de
la minería, y que generó la mayor concentración y extranjerización de la
plaza empresaria, como lo probaron rigurosos estudios de Flacso. Mayor
aún que en los años 90. Una administración que navega junto a
corporaciones propias, como los simpáticos hermanos Cirigliano o el
dispendioso Cristóbal López, por dar sólo dos ejemplos al paso. Y que se
asienta sobre la más grande y más rancia corporación estatal de la
historia política: está probado que se puede gobernar sin los diarios,
pero nadie ha probado todavía que puede gobernar sin el peronismo ni sus
oligarquías, feudos y mafias territoriales. Andrés Larroque no es un
muchacho valiente que lucha contra el poder. Andrés Larroque es el
poder. Y esa diferencia lo cambia todo, porque sus ancestros montoneros
pelearon y murieron por tomar el palacio. "El Cuervo" entra y sale del
palacio cuando quiere.
Quienes no poseemos la bendición de una creencia
absoluta, miramos con pavor y envidia a los creyentes totales. En ellos
vemos el fanatismo, pero también el confort de la fe. El heraldo de
Cristina posee esos dos rasgos. Es el kirchnerista absoluto. El metro
patrón, el grado cero del cristinismo. Su utopía no está en el futuro
sino en el pasado: quiere regresar al 45 y al 73. Pero este efecto túnel
del tiempo, que se basa en proclamar eternamente la revolución
inconclusa, borra los terribles errores de aquellas épocas lejanas. Los
intelectuales de la izquierda nacional y muchos dirigentes peronistas,
el propio Perón inclusive, hicieron autocríticas de aquellos momentos
dramáticos e irrepetibles. El neocamporismo, que necesita más lecturas y
menos clichés, desconoce esos trabajos y prefiere vivir entonces en una
burbuja vintage, donde la música haga caso omiso de la letra. Cámpora,
al fin y al cabo, era un conservador disfrazado de progresista cuya
máxima virtud terminó siendo la lealtad. La reina gobierna con la misma
canción mágica. Y el heraldo baila y hace bailar a todos, bajo la lluvia
imaginaria de una historia que nunca ocurrió. Ni ocurrirá.
© LA NACION.