lunes, 10 de junio de 2013

EL TEMOR A LA BONDAD Y EL TEMOR A LA VERDAD - Por Mons. Fulton Sheen

  ¿Qué es lo que nos hace temer a Dios? Siendo Él amor, ¿no deberíamos abrazarle?; siendo Él Vida, ¿no deberíamos ser una sola cosa con El?; siendo Él la Verdad, ¿no deberíamos seguirle en pos?…
TEMOR DE LA BONDAD
  Todos han experimentado ese temor en el orden físico. No tememos a la bondad misma, pero sí al dolor que es su precio. Se teme la extracción de un diente y una operación médica, porque los buenos efectos que deseamos no aparecerán si no hemos pasado por un momento o un espacio de tiempo en el que hemos de sufrir.
  De una manera semejante, el bien espiritual puede ser temido porque demandará un desenraizamiento doloroso de lo que es malo.
  Como algunos se acostumbran a vivir en la suciedad, así otros se acostumbran al pecado; y como algunos temen limpiar sus casas y habitaciones, así temen otros la Confesión.
  Este temor de la Bondad se halla presente en muchos niveles o estados de la vida espiritual. Siempre que hay algo que deba ser rendido y entregado, sea algo pecaminoso o que lleva al pecado, como el orgullo, la lujuria, la avaricia, o algo sólo medianamente egoísta… entonces el alma se muestra renuente a tener que hacer estos sacrificios éticos y morales que demanda la religión. Dios es temido porque es la Bondad, y la Bondad no tolera imperfecciones en nosotros. Si Dios fuera de mentalidad ancha y cómoda acerca de que fuéramos injustos con el prójimo, o fuera tolerante acerca del divorcio y nos autorizara un segundo y tercer matrimonio, entonces nadie temería a ese amable y paciente abuelo, Dios. Pero el alma se distancia de un Dios que no puede ser engañado, ni sobornado, lo teme, no porque no sea bueno, sino porque es demasiado bueno, porque es la Bondad misma.
  Dios nos ama demasiado para dejarnos que estemos confortablemente en nuestros pecados. Vemos que el violinista, precisamente porque desea obtener los mejores sonidos de su violín, estira las cuerdas con disciplina dolorosa hasta que producen la nota perfecta.
  Si Nuestro Señor fuera liberal con nuestros pecados y los tomara ligeramente, nunca habría sido sentenciado a la muerte de la cruz. Tuvo por lo menos cinco buenas oportunidades para dejarnos como nos hallábamos: pudo haberse plegado a los fariseos o cortejado a los herodianos, también pudo haber renunciado a su Autoridad Divina ante Pilatos, o haber hablado ante el malvado Herodes o finalmente, haber descendido de la Cruz en lugar de pagar en ella la pena de muerte por los pecados. No ha de maravillar que, ante esa persistente y resuelta Bondad, los que se hallaban cerca de la Cruz exclamaran: “Desciende, desciende de la Cruz y creeremos”. Querían una Cruz sin un Crucificado, un Maestro pero no un Salvador, un Púlpito pero no un Confesionario, una Comunión, pero nunca un Sacrificio.
  La Bondad demanda que seamos perfectos, y nada inferior satisfará a Dios. El pensamiento de los grandes cambios que eso exigirá en nosotros, es capaz de asustar. Tememos al dolor más de lo que queremos la curación que traerá consigo.
TEMOR DE LA VERDAD
  La gente teme a Dios porque es la Divina Verdad; ese temor les hace pasar la vida en la mediocridad, en la indiferencia y falta de fe. San Pablo mencionó esto escribiendo a los Gálatas: “¿Me he creado enemigos entre vosotros por decir la verdad?”(Gál. IV, 16). Hay una diferencia entre nuestro alejamiento de Dios por ser la Bondad y por ser la Verdad. La Bondad es temida, pero no puede ser plenamente odiada, porque incluso al rechazar la perfecta Bondad aun se ama un bien imperfecto; el temor es suscitado porque sospechamos que el Bien máximo de Dios apartará de nosotros algunos bienes menores, a los que amamos. Pero la Verdad no es tanto temida cuanto es odiada, porque es hiriente y repugna al ego. El hombre, incapaz de soportar lo que se llama la “terrible verdad” acerca de sí mismo, concibe un odio contra la verdad misma. Aun cuando disfrace esa actitud con el aparente paliativo de agnosticismo, o con la desesperación que siempre sigue a la arrogancia, y con el violento cinismo y el odio de toda la vida, ese hombre huye de la verdad por el temor de las exigencias que pueda hacerle.
  La verdad puede ser odiada por cualquiera de estas tres razones:
1) A causa de nuestro orgullo intelectual, que se niega a admitir que una posición, una vez adoptada puede ser falsa. (…) Con el tiempo esto lleva al prejuicio y al empecinamiento irrazonado, lo que ciega a la mente respecto de la Verdad, mediante el odio.
2) También se puede odiar a la verdad porque su aceptación requeriría que abandonáramos nuestros malos caminos. Así como el alcohólico odiará a la verdad de que el alcoholismo ha arruinado su salud, y por lo tanto debe dejarlo, así se puede odiar a la verdad que se halla en Cristo, en su Iglesia, porque exige un modo de vida contrario al modo adoptado de pecado y disolución.
3) También se puede odiar a la verdad cuando implica que otra Mente conoce la verdad de nuestras faltas, y no puede ser engañada por el falso exterior de piedad con que se engaña al mundo. Esto explica por qué tanta gente odia la doctrina del Juicio Final o se niega a creer en el Infierno como lugar de castigo. La verdad de Dios que conoce lo que realmente son, les repugna tanto que sus mentes son capaces de construir un credo personal, descabellado, que esté de acuerdo a sus alocados modos de vida. El bien nunca niega la verdad del Infierno, pero el mal lo hace frecuentemente a fin de aquietar su intranquila conciencia.
  En todos los casos mencionados la Verdad es odiada porque el egoísta desea ser ley en sí mismo, y eludir así la responsabilidad, o también porque desea continuar una vida equivocada y errada que la Verdad condena, o también porque desea que nadie más sepa la verdad acerca de él.
  Ninguno querrá admitir, con palabras explícitas, que teme a la Bondad u odia a la Verdad, porque ambas son admirables en sí mismas para todos nosotros. Pero la mente recurre a racionalismos para justificar su rechazo de lo verdadero. Todas las personas no religiosas o antirreligiosas son escapistas; temerosas de inquirir, de buscar la Verdad o de seguir la virtud, racionalizan su escapismo mediante la indiferencia o la burla, el ridículo o la persecución. La forma más popular de cubrir el odio a la Verdad y el temor de la Bondad consiste en la indiferencia, que todos los “cerebros” denominan agnosticismo, negando que exista la Verdad. Con una cultivada indiferencia respecto de la distinción entre verdad y error, anhelan tornarse inmunes de toda responsabilidad en lo que hace al modo cómo viven. Pero la negación estudiada a distinguir entre justo e injusto, en realidad de verdad no es indiferencia o neutralidad: es una aceptación de lo injusto, de lo erróneo.
  La burla y el ridículo de la religión forman otro medio mediante el cual el temor de la Bondad y el odio de la verdad dentro de nuestro corazón, son proyectados a la Bondad y a la Verdad existentes fuera de nuestro corazón. Las personas virtuosas, piadosas y religiosas frecuentemente son ridiculizadas y mofadas en las oficinas y fábricas. Rebajando la bondad de los demás, esos burladores esperan justificar su propia carencia de bondad. Pero el que se mofa de la Bondad o la Verdad Divinas, ya ha desenraizado a las mismas de su propia alma. Todavía sobrevive la posteridad de Herodes: al verse confrontados con una Verdad que acusa, calman sus conciencias cubriendo a Cristo con una túnica de loco. El mal no puede soportar la visión de la Bondad, porque es un juicio de culpabilidad, un reproche para la maldad que no se arrepiente, por eso siempre al hallarse con ella quiere envilecerla y abusar de la misma. Búsquese la religión que es perseguida por el espíritu mundano y se hallará así la religión Divina. Si Nuestro Señor no hubiera sido la Bondad perfecta nunca hubiera sido crucificado.
  El tercer tipo de “escapismo” o huída de la Verdad, es el ateísmo, tan violento en su odio que si pudiera destruiría a la Verdad y a la Bondad. Hasta el siglo presente sólo se negaba de un modo general uno u otro aspecto de la verdad, a un mismo tiempo; ahora se hace oposición a la Verdad total. Se ha cumplido la advertencia del Señor: “Vendrá un tiempo en que todo el que os condene a muerte proclamará que está realizando un acto de culto a Dios” (Juan XVI, 2). Estar en pecado y temer al pecado puede ser un camino hacia la Bondad; pero estar en pecado y temer a la Bondad y odiar a la Verdad, es demoníaco. San Agustín, quien durante su juventud luchó contra la Verdad Divina, conoció porqué hay hombres que odian a la Verdad, puesto que él la odió durante tantos años y su respuesta es la siguiente:
  Los hombres aman a la Verdad cuando ella ilumina, la odian cuando la misma reprueba. Aman a la Verdad cuando se descubre dentro de ellos, y la odian cuando los descubre a ellos. De ahí que ella haya de pagarles, que a ellos, quienes no querrían ser manifestados, contra su voluntad los haga manifiestos, y se vuelva manifiesta a ellos. Sí, de ese modo la mente del hombre, ciega y enferma, alocada y mal favorecida, desea ser ocultada, pero no lo logrará.
  Es dable preguntar si en toda la literatura hay un ejemplo más claro de cómo los hombres temen a la Bondad y odian a la Verdad que en la historia de Juan el Bautista. Nuestro Señor alabó la bondad de Juan, diciendo: “Entre los nacidos de mujer nadie es superior a Juan el bautista” (Lucas, VII, 28). Un día ese hombre bueno fue invitado a hablar en la corte de Herodes, ante una audiencia de gente rica, con muchas personas divorciadas y muchas casadas otra vez. El sermón fue breve: señalando con un dedo al Rey, el Bautista profirió con voz de trueno esta verdad: “No está bien que vivas con la mujer de tu hermano”. Un minuto después Juan estaba encadenado. Pocos meses más tarde, intoxicado Herodes por el vino y por las sensuales danzas de Salomé, prometió a su hermosa hijastra que le concedería cualesquiera cosa le pidiese, y aconsejada por su madre le dijo Salomé: “Dame la cabeza de Juan el Bautista”. El mal siempre matará a la bondad cuando ésta se ha convertido en reproche; la de la virtud es una carrera peligrosa.
"Eleva tu corazón: Por qué el ego teme el mejoramiento". Editorial Difusión. Bs. As. 1956.

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