¿Qué
es lo que nos hace temer a Dios? Siendo Él amor, ¿no deberíamos abrazarle?;
siendo Él Vida, ¿no deberíamos ser una sola cosa con El?; siendo Él la Verdad,
¿no deberíamos seguirle en pos?…
TEMOR
DE LA BONDAD
Todos han experimentado ese temor en el orden
físico. No tememos a la bondad misma, pero sí al dolor que es su precio. Se
teme la extracción de un diente y una operación médica, porque los buenos
efectos que deseamos no aparecerán si no hemos pasado por un momento o un
espacio de tiempo en el que hemos de sufrir.
De una manera semejante, el bien espiritual
puede ser temido porque demandará un desenraizamiento doloroso de lo que es
malo.
Como algunos se acostumbran a vivir en la
suciedad, así otros se acostumbran al pecado; y como algunos temen limpiar sus
casas y habitaciones, así temen otros la Confesión.
Este temor de la Bondad se halla presente en
muchos niveles o estados de la vida espiritual. Siempre que hay algo que deba
ser rendido y entregado, sea algo pecaminoso o que lleva al pecado, como el
orgullo, la lujuria, la avaricia, o algo sólo medianamente egoísta… entonces el
alma se muestra renuente a tener que hacer estos sacrificios éticos y morales
que demanda la religión. Dios es temido porque es la Bondad, y la Bondad no
tolera imperfecciones en nosotros. Si Dios fuera de mentalidad ancha y cómoda
acerca de que fuéramos injustos con el prójimo, o fuera tolerante acerca del
divorcio y nos autorizara un segundo y tercer matrimonio, entonces nadie
temería a ese amable y paciente abuelo, Dios. Pero el alma se distancia de un
Dios que no puede ser engañado, ni sobornado, lo teme, no porque no sea bueno,
sino porque es demasiado bueno, porque es la Bondad misma.
Dios nos ama demasiado para dejarnos que
estemos confortablemente en nuestros pecados. Vemos que el violinista,
precisamente porque desea obtener los mejores sonidos de su violín, estira las
cuerdas con disciplina dolorosa hasta que producen la nota perfecta.
Si Nuestro Señor fuera liberal con nuestros
pecados y los tomara ligeramente, nunca habría sido sentenciado a la muerte de
la cruz. Tuvo por lo menos cinco buenas oportunidades para dejarnos como nos
hallábamos: pudo haberse plegado a los fariseos o cortejado a los herodianos,
también pudo haber renunciado a su Autoridad Divina ante Pilatos, o haber
hablado ante el malvado Herodes o finalmente, haber descendido de la Cruz en
lugar de pagar en ella la pena de muerte por los pecados. No ha de maravillar
que, ante esa persistente y resuelta Bondad, los que se hallaban cerca de la
Cruz exclamaran: “Desciende, desciende de la Cruz y creeremos”. Querían una
Cruz sin un Crucificado, un Maestro pero no un Salvador, un Púlpito pero no un
Confesionario, una Comunión, pero nunca un Sacrificio.
La Bondad demanda que seamos perfectos, y
nada inferior satisfará a Dios. El pensamiento de los grandes cambios que eso
exigirá en nosotros, es capaz de asustar. Tememos al dolor más de lo que queremos
la curación que traerá consigo.
TEMOR
DE LA VERDAD
La gente teme a Dios porque es la Divina
Verdad; ese temor les hace pasar la vida en la mediocridad, en la indiferencia
y falta de fe. San Pablo mencionó esto escribiendo a los Gálatas: “¿Me he creado
enemigos entre vosotros por decir la verdad?”(Gál. IV, 16). Hay una diferencia
entre nuestro alejamiento de Dios por ser la Bondad y por ser la Verdad. La
Bondad es temida, pero no puede ser plenamente odiada, porque incluso al
rechazar la perfecta Bondad aun se ama un bien imperfecto; el temor es
suscitado porque sospechamos que el Bien máximo de Dios apartará de nosotros
algunos bienes menores, a los que amamos. Pero la Verdad no es tanto temida
cuanto es odiada, porque es hiriente y repugna al ego. El hombre, incapaz de
soportar lo que se llama la “terrible verdad” acerca de sí mismo, concibe un
odio contra la verdad misma. Aun cuando disfrace esa actitud con el aparente
paliativo de agnosticismo, o con la desesperación que siempre sigue a la arrogancia,
y con el violento cinismo y el odio de toda la vida, ese hombre huye de la
verdad por el temor de las exigencias que pueda hacerle.
La verdad puede ser odiada por cualquiera de
estas tres razones:
1)
A causa de nuestro orgullo intelectual, que se niega a admitir que una
posición, una vez adoptada puede ser falsa. (…) Con el tiempo esto lleva al
prejuicio y al empecinamiento irrazonado, lo que ciega a la mente respecto de
la Verdad, mediante el odio.
2)
También se puede odiar a la verdad porque su aceptación requeriría que
abandonáramos nuestros malos caminos. Así como el alcohólico odiará a la verdad
de que el alcoholismo ha arruinado su salud, y por lo tanto debe dejarlo, así
se puede odiar a la verdad que se halla en Cristo, en su Iglesia, porque exige
un modo de vida contrario al modo adoptado de pecado y disolución.
3)
También se puede odiar a la verdad cuando implica que otra Mente conoce la
verdad de nuestras faltas, y no puede ser engañada por el falso exterior de
piedad con que se engaña al mundo. Esto explica por qué tanta gente odia la
doctrina del Juicio Final o se niega a creer en el Infierno como lugar de
castigo. La verdad de Dios que conoce lo que realmente son, les repugna tanto
que sus mentes son capaces de construir un credo personal, descabellado, que
esté de acuerdo a sus alocados modos de vida. El bien nunca niega la verdad del
Infierno, pero el mal lo hace frecuentemente a fin de aquietar su intranquila
conciencia.
En todos los casos mencionados la Verdad es
odiada porque el egoísta desea ser ley en sí mismo, y eludir así la
responsabilidad, o también porque desea continuar una vida equivocada y errada
que la Verdad condena, o también porque desea que nadie más sepa la verdad
acerca de él.
Ninguno querrá admitir, con palabras explícitas,
que teme a la Bondad u odia a la Verdad, porque ambas son admirables en sí
mismas para todos nosotros. Pero la mente recurre a racionalismos para
justificar su rechazo de lo verdadero. Todas las personas no religiosas o
antirreligiosas son escapistas; temerosas de inquirir, de buscar la Verdad o de
seguir la virtud, racionalizan su escapismo mediante la indiferencia o la
burla, el ridículo o la persecución. La forma más popular de cubrir el odio a
la Verdad y el temor de la Bondad consiste en la indiferencia, que todos los
“cerebros” denominan agnosticismo, negando que exista la Verdad. Con una
cultivada indiferencia respecto de la distinción entre verdad y error, anhelan
tornarse inmunes de toda responsabilidad en lo que hace al modo cómo viven. Pero
la negación estudiada a distinguir entre justo e injusto, en realidad de verdad
no es indiferencia o neutralidad: es una aceptación de lo injusto, de lo
erróneo.
La burla y el ridículo de la religión forman
otro medio mediante el cual el temor de la Bondad y el odio de la verdad dentro
de nuestro corazón, son proyectados a la Bondad y a la Verdad existentes fuera
de nuestro corazón. Las personas virtuosas, piadosas y religiosas
frecuentemente son ridiculizadas y mofadas en las oficinas y fábricas. Rebajando
la bondad de los demás, esos burladores esperan justificar su propia carencia
de bondad. Pero el que se mofa de la Bondad o la Verdad Divinas, ya ha
desenraizado a las mismas de su propia alma. Todavía sobrevive la posteridad de
Herodes: al verse confrontados con una Verdad que acusa, calman sus conciencias
cubriendo a Cristo con una túnica de loco. El mal no puede soportar la visión
de la Bondad, porque es un juicio de culpabilidad, un reproche para la maldad
que no se arrepiente, por eso siempre al hallarse con ella quiere envilecerla y
abusar de la misma. Búsquese la religión que es perseguida por el espíritu
mundano y se hallará así la religión Divina. Si Nuestro Señor no hubiera sido
la Bondad perfecta nunca hubiera sido crucificado.
El tercer tipo de “escapismo” o huída de la
Verdad, es el ateísmo, tan violento en su odio que si pudiera destruiría a la
Verdad y a la Bondad. Hasta el siglo presente sólo se negaba de un modo general
uno u otro aspecto de la verdad, a un mismo tiempo; ahora se hace oposición a
la Verdad total. Se ha cumplido la advertencia del Señor: “Vendrá un tiempo en
que todo el que os condene a muerte proclamará que está realizando un acto de
culto a Dios” (Juan XVI, 2). Estar en pecado y temer al pecado puede ser un camino
hacia la Bondad; pero estar en pecado y temer a la Bondad y odiar a la Verdad,
es demoníaco. San Agustín, quien durante su juventud luchó contra la Verdad
Divina, conoció porqué hay hombres que odian a la Verdad, puesto que él la odió
durante tantos años y su respuesta es la siguiente:
Los hombres aman a la Verdad cuando ella
ilumina, la odian cuando la misma reprueba. Aman a la Verdad cuando se descubre
dentro de ellos, y la odian cuando los descubre a ellos. De ahí que ella haya
de pagarles, que a ellos, quienes no querrían ser manifestados, contra su
voluntad los haga manifiestos, y se vuelva manifiesta a ellos. Sí, de ese modo
la mente del hombre, ciega y enferma, alocada y mal favorecida, desea ser
ocultada, pero no lo logrará.
Es dable preguntar si en toda la literatura
hay un ejemplo más claro de cómo los hombres temen a la Bondad y odian a la
Verdad que en la historia de Juan el Bautista. Nuestro Señor alabó la bondad de
Juan, diciendo: “Entre los nacidos de mujer nadie es superior a Juan el bautista”
(Lucas, VII, 28). Un día ese hombre bueno fue invitado a hablar en la corte de
Herodes, ante una audiencia de gente rica, con muchas personas divorciadas y
muchas casadas otra vez. El sermón fue breve: señalando con un dedo al Rey, el
Bautista profirió con voz de trueno esta verdad: “No está bien que vivas con la
mujer de tu hermano”. Un minuto después Juan estaba encadenado. Pocos meses más
tarde, intoxicado Herodes por el vino y por las sensuales danzas de Salomé,
prometió a su hermosa hijastra que le concedería cualesquiera cosa le pidiese,
y aconsejada por su madre le dijo Salomé: “Dame la cabeza de Juan el Bautista”.
El mal siempre matará a la bondad cuando ésta se ha convertido en reproche; la
de la virtud es una carrera peligrosa.
"Eleva tu corazón: Por qué el
ego teme el mejoramiento". Editorial Difusión. Bs. As. 1956.
Visto en: http://www.catolicidad.com
Nacionalismo Católico San Juan Bautista