En su novela más conocida, “La Rebelión de Atlas”, Ayn Rand pone en
boca del personaje Francisco D´Anconia un memorable discurso sobre el
dinero. Ahí explica cuál es la naturaleza moral de ese instrumento
creado por el mercado llamado dinero del que los gobiernos después se
apropiarían para extender su dominación. Se trata de una visión de
valores opuesta a la de ese puritanismo del lucro llamado izquierda que
tiene raíces religiosas:
“El dinero es un instrumento de cambio, que no puede existir a
menos que existan bienes producidos y hombres capaces de producirlos. El
dinero es la forma material del principio que los hombres que desean
tratar entre sí deben hacerlo por intercambio y dando valor por valor.
El dinero no es el instrumento de mendigos que claman tu producto con
lágrimas, ni el de saqueadores que te lo quitan por la fuerza. El dinero
lo hacen posible sólo los hombres que producen”. En Internet puede encontrarse con facilidad la versión completa.
D´Anconia es un argentino que padece la decadencia de su país
sometido al colectivismo, la omnipotencia estatal y la persecución al
que produce en nombre del bienestar popular. Un país que paga con
fracaso y pobreza el saqueo de sus gobernantes. Es decir a esta altura
realismo puro.
Lo más hipócrita del estatismo que alimenta la culpa sobre el dinero
para poder despojarnos de él y limpiarnos de pecado, es que sin dinero
no iría a ningún lado. Y esto es en el fondo una dependencia total de la
acción individual egoísta.
Con el apoyo de la intelectualidad parasitaria de América Latina el
pensamiento anti mercado pretende convencer de que las relaciones
económicas voluntarias no alcanzan, que son necesarios azotadores como
secretarios de comercio o ministros de economía, para que las ovejas no
nos descarriemos. Nos dicen que sin el estado el mercado colapsa y que
menos mal que los políticos existen porque si no, ahogados por nuestro
egoísmo (que contrasta con la generosidad de ellos) llegaríamos rápido
al apocalipsis. Pero la realidad es la opuesta, sin la acción voluntaria
el estado como lo conocemos no duraría 24 horas. Por eso es que el
gobierno recauda dinero, en vez de obligarnos a trabajar para él de
manera directa.
Si fuera verdad que para producir se necesitara la disciplina
impuesta por la política, cuando no los estímulos, entonces el estado no
necesitaría pagar, es decir, dar valor por valor para obtener lo que
consume (desperdicia).
Sin embargo el estado no recurre a sus doctrinas para absorber los
bienes y el trabajo que requiere. Ni mucho menos se fija a si mismo
precios máximos a pagar para que la gente y las empresas estén
dispuestas a hacer o darle algo. Recaudar le resulta fácil, se trata de
un despojo, pero para conseguir ayuda o bienes debe lograr que la gente
quiera hacerlo, por lo tanto paga. El estatismo que nos enseña lo
peligrosa que es la voluntariedad y lo nefastas que son las ambiciones
privadas, compra lo que necesita en el mercado. Su botín llamado
recaudación vale gracias al mercado.
Los precios coordinan expectativas, ambiciones, recursos disponibles
de gente que actúa de manera libre, sin látigos. Los precios nos
aseguran que las cosas se hacen o se obtienen porque no dependen ni de
la buena voluntad ni del castigo. Controlar los precios es ahuyentar a
las personas y al capital (trabajo que se acumuló) que intervienen en la
producción y distribución. El estado hace en cambio esto con nuestros
precios porque que nosotros nos quedemos sin lo que necesitamos no le
interesa mucho y encima de cualquier manera la casta que lo regentea
obtiene votos de las víctimas que están más asustadas y culpabilizadas
que atentas a que se las está perjudicando. Ahora, a si mismo no se
aplica precios máximos, sale y compra porque además ni siquiera produce
para obtener su dinero.
Incluso lo falsifica y lo hace para que la gente esté dispuesta a
trabajar y darle cosas de manera voluntaria. Al final del día, hasta el
estado tira por la borda sus doctrinas anti-mercado para subsistir.
Imaginemos que en vez de comprar el estado tuviera cada cosa que
tiene con leyes, reglamentos y resoluciones que nos obliguen a darle en
especie y hacer cosas por el, con el mismo espíritu con el que los
legisladores sacan todas esas leyes estúpidas que nos dan instrucciones
económicas.
El mercado, que no es otra cosa que una abstracción que grafica la
acción pacífica de la gente del modo en que Ayn Rand lo describe, es más
grande que el estado. Sin el mercado el estado no dura una jornada. El
problema es que nos tiene metidos en una jaula quitándonos recursos, esa
vejación es sencilla y barata, es hasta ahí donde puede llegar. Pero
como el ladrón que saca la pistola para quitarnos la billetera, a la
hora del almuerzo es un cliente más pagando las cuentas.