EL INEXORABLE DERROTERO DEL FASCISMO POPULISTA
El inexorable derrotero del fascismo
populista.
Hace
tiempo que los manipuladores del discurso político
se vienen ocupando de tergiversar el significado de las
palabras. No es casualidad. Lo hacen con una intencionalidad
inocultable. Buena parte de la explicación
de sus éxitos electorales tienen que ver con que han
conseguido instalar determinadas visiones, apelando a las
más elementales enseñanzas de Antonio Gramsci,
pero siempre con la necesaria complicidad de la holgazanería
ciudadana que opta por aceptar linealmente el adoctrinamiento
que propone esa dinámica panfletaria y superficial,
que se esfuma ante el primer razonamiento relativamente
sensato. Han construido una caricatura de la
historia que les resulta inmensamente funcional. Así
le dieron nacimiento al perverso "Socialismo del Siglo XXI"
que es solo la peor combinación de marxismo y fascismo,
y la empírica demostración de su innegable parentesco.
Solo le han agregado ciertas aristas folklóricas para
brindarle un aire más domestico y regional, bajo un
formato y presentación más amigable para estas
latitudes. Estos regímenes vienen con la
pretensión de quedarse. Es por ello que su impulso
inicial se oriento, en casi todos los casos, a modificar
sus Constituciones, para garantizarse reelecciones indefinidas
o ciertos mecanismos de centralización del poder que
le permitieran continuar. Han destrozado deliberadamente
la república, vulnerando la división de poderes
que evita los abusos, fracturando principios básicos
como el estado de derecho, la periodicidad de los mandatos
y al mismo tiempo cooptando a los miembros de la justicia
para asegurarse impunidad y convirtiendo a los legisladores
en la virtual escribanía del mandamás de turno. Son sistemas de gobierno autoritarios, donde el
poder se concentra en una sola persona que aglutina las
decisiones, como si fuera un monarca con plenos poderes
y sin limitaciones, lo que siempre viene acompañado
de obscenos negocios, corrupción indisimulable y un
descaro difícil de ocultar. El fascismo
como sistema político tiene algunas características
que le son propias y son parte de su esencia, como su totalitarismo,
el desprecio por el capitalismo, un nacionalismo premeditadamente
extremo y el infaltable enemigo social específico,
siempre seleccionado cuidadosamente, al que se responsabiliza
de todas las calamidades que se puedan padecer. Un líder carismático siempre es el que encarna
el proyecto, difundiendo el odio sobre otros, pero también
montando ese imprescindible aparato de propaganda enorme
que intenta convertir premisas falsas, que de tanto repetirse
parezcan indiscutiblemente verdades repletas de verosimilitud. El continente tiene en Venezuela al máximo
exponente de este desarrollo, el que a medida que pasa el
tiempo y sigue obtenido triunfos electorales ha profundizado
su autoritarismo como así también el resto de
las características de este régimen político.
Las confiscaciones son cada vez más burdas y carecen
de pudor, mientras las libertades se diluyen una a una,
hasta desvanecerse, como parte del atropello a los derechos
de forma siempre gradual, sistemática y progresiva. Otros países del continente tienen intenciones
de seguir ese recorrido y vienen haciendo los deberes como
buenos alumnos, siempre con sus necesarios matices y estilos
de liderazgos circunstanciales. En realidad
se trata de un sistema insostenible en el tiempo. No existe
forma de sostenerlo demasiado porque cada vez precisa de
mayores dosis de totalitarismo para proseguir su rumbo.
El fracaso anunciado de sus políticas, los lleva a
necesitar de mayor control y eso irremediablemente significa
que necesitan retirar más libertades para mantenerse
en el poder. La cobardía de los primeros
mandatarios del resto de las naciones es difícil de
explicar. El silencio que legitima las tropelías cotidianas
es difícil de comprender. Los ciudadanos del mundo
ya han tomado nota de este hecho. Lo que resulta
incomprensible es la cantidad de personas que pareciendo
inteligentes y bien intencionadas, lejos de los intereses
del poder, bajo el pretexto de coincidir con algunas posturas
demagógicas como el supuesto enfrentamiento al imperialismo
y otras actitudes típicas del nacionalismo fingido,
terminan avalando y aplaudiendo los despropósitos de
esta época. La lista es larga. Supresión
de la libertad de expresión, represión en las
calles a manifestantes que reclaman, intimidación a
medios de prensa locales e internacionales, restricciones
a las libertades en todas sus formas, a lo que se agrega
con crueldad los ciudadanos condenados a la pobreza, al
desabastecimiento y a la inflación, mientras la violencia
desenfrenada provoca muertes en hechos delictivos, que a
veces hasta sirven de pantalla para enmascarar persecuciones
políticas. La estrategia es clara. Quedarse
en el poder a cualquier precio. Los pilares de este sistema
están a la vista. Un nacionalismo político que
exacerba la soberanía de la mano de un odio contra
lo foráneo, un intervencionismo económico que
hace estragos y destruye la riqueza a su paso, generando
un paulatino empobrecimiento, una hipócrita religiosidad
contradictoria con su accionar permanente y ese despiadado
monopolio de la fuerza que les permite controlar militarmente
cualquier manifestación ciudadana. Sus
triunfos electorales provienen de un manoseado esquema electoral.
Con esos argumentos justifican cualquier decisión como
si tener votos habilitara a los gobernantes a ejercer la
fuerza contra sus oponentes, acallarlos, encarcelarlos,
quedarse con sus propiedades y limitar sus libertades. Lamentablemente, el final de esta historia no podrá
ser color de rosas. Cuando esta farsa concluya y la disparatada
aventura culmine, solo quedará una sociedad dividida,
enfrentada, plagada de resentimientos, con una economía
destruida cuya reconstrucción llevará mucho tiempo
y esfuerzo. Sería deseable que los mecanismos
institucionales permitan ese renacimiento imprescindible,
que las formas sean civilizadas y que los mezquinos intereses
de los déspotas de turno no provoquen más sangre
que la ya innecesariamente derramada.
Aunque
sigan persistiendo en modificar la historia, acomodar el
relato a sus caprichos y difundir mentiras con apariencias
elegantes ya no quedan muchas dudas sobre el inexorable
derrotero del fascismo populista.