Hace ya unos
cuantos años, un amigo viajó, de visita, a Colombia.
Para el colectivo atorrantil que uno
siempre integró, eso era una rareza.
No éramos de acceder a viajes internacionales y ninguno de nosotros conocía, por ese entonces, mucho más allá del Uruguay o algún cercano Brasil.
No éramos de acceder a viajes internacionales y ninguno de nosotros conocía, por ese entonces, mucho más allá del Uruguay o algún cercano Brasil.
Pero un asunto puntual, recuerdo, de
las conversaciones, al regreso.
- “Sabés
cuánto vale una vida en Colombia? 30 dólares. Los tipos ponen 30
dólares y mandan a matar al que les joda. Así de simple. (Así de
demencial). Aparecen en las calles, los levantan y se los llevan.
Ya ni la prensa los nombra”.
No lo
podíamos creer. Era impensable que en un país tan cercano se pudiera
tener, en democracia, semejante desprecio por la vida humana… Era
aquella Colombia, la más cruel, ganada por el narco.
Era lo que hoy, con horror, percibimos cuando llegan noticias de
Ciudad Juárez, en México. Usted se aterra, yo también.
Y justamente en el valor de las
vidas pensaba, al momento de escribir este olvidable artículo.
¿Cuánto vale hoy una vida en Argentina?
No hablamos de sicariato, ni de
narcotráfico (que no nos falta por cierto) sino de la naturalidad y
el desapego con que aquí hablamos de los muertos. De los que no
debieron morir.
Uno más – Diez más
– Cien más
“Los muertos de Cromagnón”, “Los
muertos de las rutas”, “Los muertos del Indoamericano”, “Los
muertos de Once”, “Los muertos de la Inseguridad”, “Los muertos de
los Saqueos”….
¿Usted se dio cuenta que ya hemos
pasado a denominarlos colectivamente?
¿Tomamos conciencia que, de no ser
por la permanente lucha de las familias y amigos que claman por
justicia, ni siquiera les podríamos referir atinadamente sus
nombres?
¿Entiende que a los heridos,
damnificados, injuriados, ya ni siquiera los tomamos en cuenta?
“Policías y manifestantes internados
en grave estado” …..”Uf..se salvaron”, pensamos.
No. No se salvaron. Simplemente no
se murieron, pero son vidas que continuarán con daños, muchas veces
irreparables, incluso.
En temas como éste, cuando el
colectivo excede al individuo, se le llama Tragedia. Y cuando las
tragedias se suceden una tras otra a lo largo de los años, se le
llama Matanza.
¿Cuántas vidas se ha llevado, por
acción u omisión, la última década?
Los muertos de los saqueos
No solamente no individualizamos
adecuadamente a las víctimas, sino que ni siquiera las cuantificamos
con precisión.
En hechos como los del Parque
Indoamericano, que data de, apenas, dos años, (y parece que fueran
veinte), ni siquiera nos hemos tomado la molestia de precisar cuánta
gente falleció. Dos, tres , acaso cuatro, luego una persona a la que
vimos por TV con la cabeza literalmente destrozada, se decía que lo
habían bajado de una ambulancia para balearlo, luego se dijo que
estaba sano y tomando mate con la señora en la casa……
¿A quién le importó realmente el
destino de esa persona?
El aparato comunicacional derivó
hacia los culpables de los hechos, pero se olvidó de los muertos.
¿Dónde apareció alguien a informar
puntualmente el señor tal y cual está en buen estado de salud y le
pasó esto o aquello? Quién pidió que alguien lo hiciera?. Yo no.
Usted, amigo, probablemente, tampoco.
Ahora, apenas dos años después de la
locura del Indoamericano, volvemos a una situación similar con la
muerte campeando en los saqueos.
En Villa Gobernador Gálvez murieron
dos personas, pero parece que en realidad son cinco, o siete, y
habría un muerto en Tucumán….. No son tal y cual; tienen tanta
certidumbre como vida.
“Sí, hay muertos, ya está. Pueden
ser dos, pueden ser ocho, lo mismo”.
A qué le recuerda esta última
frase? No lo diga, a mí también.
Pero pasa a ser más importante si la
culpa fue de Moyano, del Gobierno o del fin del mundo.
MURIÓ GENTE, CARAJO! , hay que
respetar, hay que informar, esa gente tiene familiares, tiene
amigos, allegados, personas que los ha conocido en el pasado….es un
deber de bien nacido comunicar a las familias y luego
I-N-F-O-R-M-A-R a la población.
I-N-F-O-R-M-A-R a la población.
El relato, obsceno, esconde las
cifras, los nombres, los rostros…. y nosotros ya estamos tan
acostumbrados que ni siquiera nos importa exigirlas. Eso también es
penetración cultural. Nos hace peores. Nos empobrece el alma.
Desalmados
Las sociedades, sin advertirlo,
adquieren y exhiben algunos rasgos de quienes los gobiernan. Así
como en los ochenta éramos todos demócratas, y en los noventa éramos
todos unos piolas bárbaros que de un guadañazo teníamos el mismo
poder adquisitivo de los yanquis, hoy estamos adquiriendo parte de
la amoralidad y la indecencia de nuestros gobernantes.
No nos damos cuenta. Simplemente nos
ocurre. Nos venimos peores.
Así como Boudou ya lleva un año como
sospechoso cuasi culpable de graves delitos, pero sigue siendo
nuestro vicepresidente, así como nuestros diputados y senadores son
cronistas políticos y no representan a nadie, así como terribles
papelones internacionales nos parecen chuscas nimiedades, también
estamos empezando a dejar que los muertos les importen solamente a
sus deudos. Que sean muertos ajenos. Sin nombre, sin historia, sin
importancia. Los muertos como anécdota.
Y hay que decir muy claramente que
el modelo nacional y popular, esa “revolución de algunos”, está
teñido de sangre. Mitad por lo que hicieron, mitad por lo mucho que
no hicieron.
Y que la ocultan, la licuan, le
pintan otro colorido escándalo encima para escurrirla. Inmoralmente.
Tal como son.
Mueven los hilos para que todos
dejemos de enfocar lo esencial, y nos perdamos en la anecdótica
periferia.
En una de esas, para algunos, la
Navidad sea un momento piola para reflexionar sobre estas cosas.
Otros, quizá, me querrán hasta insultar por lo que aquí se ha
escrito.
Véalo de este modo.
La presidente de la Nación no tiene
alma. Esto no es nuevo para nadie.
Pero no es buena cosa permitir que nos desalmen como sociedad.
Pero no es buena cosa permitir que nos desalmen como sociedad.
Porque ahí sí que renunciamos a un
futuro.
Y lo están haciendo.
Fabián Ferrante