EDITORIAL DE
HORIZONTE SUR DEL DIA SÁBADO 14 DE SEPTIEMBRE DE 2013 DE 09 A 11 HS EN LA AM 690
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A finales del año 2006, en el
prólogo al primer informe sobre Pueblos Fumigados que entregamos alguna vez y
con prioridad, en el despacho de la Presidencia de la República, decíamos: “La
creciente expansión de los monocultivos de soja RR ha barrido con los
cinturones verdes de morigeración de los impactos, que rodeaban los pueblos.
Estos corredores estaban generalmente constituidos por montes frutales,
criaderos de animales pequeños, tambos y chacras de pequeños agricultores.
Ahora los monocultivos llegan a las primeras calles de las localidades y las
aerofumigaciones impactan en forma directa e inmisericorde sobre las
poblaciones. Las máquinas fumigadoras se guardan y se lavan dentro de las zonas
urbanas contraviniendo toda norma de prevención, los aerofumigadores suelen
decolar de los aeroclubes de las propias localidades y cruzan los pueblos
chorreando venenos cuando se dirigen o cuando retornan de sus objetivos sin que
la autoridad municipal lo impida. Los granos se almacenan por razones de
comodidad de los sojeros, en enormes silos ubicados generalmente en zonas
céntricas de los pueblos, y diseminan con el venteo de los granos partículas
tóxicas que afectan el corazón de las pequeñas urbanizaciones. Caravanas de
miles y miles de camiones cargados de porotos cruzan los pueblos ribereños
hacia los puertos, dejando a su paso regueros de muerte en las poblaciones que
viven a orillas de las rutas”.
Luego continuábamos: “La agricultura
industrial de la soja es sinónimo de desmontes, degradación de suelos,
contaminación generalizada, degradación del medio, destrucción de la Biodiversidad y
expulsión de poblaciones rurales. Sin embargo, puede haber consecuencias aún mucho
más horrendas. Creemos haber descubierto a partir del caso de las madres del
barrio Ituzaingo, los elementos necesarios para confirmar una vasta operatoria
de contaminación sobre miles de poblados pequeños y medianos de la Argentina. Se esta
configurando una catástrofe sanitaria de envergadura tal, que nos motiva a
imaginar un genocidio impulsado por las políticas de las grandes corporaciones
y que solo los enormes intereses en juego y la sorprendente ignorancia de la
clase política logran mantener asordinado. El cáncer se ha convertido en una epidemia masiva y generalizada en miles
y miles de localidades argentinas y el responsable es sin lugar a dudas el
modelo rural”.
“Las anécdotas de tanto dolor
que hemos recogido en estos días superan la capacidad en nosotros de registrar
tanto sufrimiento. En un momento dado renuncié a visitar a una enferma de ELA a
que me invitaban sus hijos hombres que la cuidan amorosamente. El ELA es una esclerosis lateral amiotrófica, una
enfermedad neuromuscular progresiva similar
a la que sufre el científico Stephen Hawking, afección de la que los familiares
insistían en responsabilizar a las fumigaciones
habidas años atrás, cuando comenzó en la zona el boom de la Soja. Este tipo de
males y otros que reconocimos en la zona, responden sin duda, a un hábitat
enfermo, un hábitat en que debido a las fumigaciones, es decir, a los tóxicos y
disruptores hormonales que se asperjan continuamente, causa el desplome de los
sistemas inmunitarios de la población, a la vez que genera en los ecosistemas
microbianos, desequilibrios y disturbios que propician la generación de
patógenos y la multiplicación de elementos de descomposición incompleta en el
suelo”.
“Aceptemos que no puede haber
una población sana en un hábitat enfermo, un hábitat en que el hombre vive
sobre un suelo donde las colonias de bacterias con capacidad de humificar, o
sea de digerir e incorporar, los restos orgánicos, tanto animales como
vegetales, están seriamente disminuidas; donde la tierra está contaminada y las
lombrices han desaparecido. La erisipela y otras infecciones que pudimos
comprobar en el entorno humano, las neumonías, los problemas oculares, las
diarreas intestinales, así como los casos de espina bífida de que nos hablaron,
y en general las malformaciones congénitas en niños que se han convertido en
una pesadilla, son por ello la consecuencia directa o indirecta de las
fumigaciones y por lo tanto del modelo industrial de la Soja, no importa cuál haya
sido la causa desencadenante de la patología visible. Los procesos de
putrefacción incompletos del suelo, resultado de los desequilibrios profundos
en la química y en la vida microbiana, y consecuencias de la contaminación, son
generadores de complejos procesos de muerte, y atentan en forma persistente
contra la vida del ecosistema en todas sus manifestaciones”. Repetimos, dijimos
esto en el 2006 y además, se lo informamos a las máximas autoridades del
Gobierno. No pueden decir que no lo sabían…
Algo más tarde, en febrero del
2007, desde los micrófonos de la Radio Nacional y a propósito de un viaje que
realizáramos por las localidades del sur de la Provincia de Entre Ríos,
decíamos: “Y como si algo faltara para consumar estas batallas cósmicas del GRR
en que sólo nos falta el arcángel justiciero para ayudar a que acosada por los
procesos de muerte y de devastación logre sobrevivir la vida, debemos decir que
en medio de tanto dolor y de tanto capitalismo salvaje y globalizado,
reencontramos nada menos que a uno de los exponentes más crueles y aprovechados
del modelo de la Soja:
me refiero a nuestro viejo conocido Gustavo Grobocopatel. Sí, Grobocopatel, el
dueño de la empresa Los Grobo, el sojero mayor de la Republiqueta, aquel
que organizara en Venezuela junto con el Ingeniero Carlos Cheppi, Presidente
del INTA, la exposición de maquinaria agrícola conque pagamos los primeros fuel
oil que nos enviara el presidente Chávez, el mismo que una vez nos
interrumpiera un debate en Carlos Casares gritándonos que la Soja es bolivariana, y que
resultó ser el dueño de uno de los pooles de soja mayores de esa zona del
departamento de Concepción del Uruguay. Sus flotas de centenares de camiones se
llevan en cada cosecha la riqueza y los nutrientes del suelo entrerriano, para
sus inmensos silos en la
Provincia de Buenos Aires y luego de marcar las pautas de la
agricultura industrial que, con escarnio para nuestra inteligencia, él gusta
denominar como “el poder del conocimiento”, deja detrás de sí un escenario
inenarrable de contaminación, de devastación y de muerte”.
Y continuábamos diciendo en
nuestro Editorial: “Los sojeros, los pooles y los políticos que los respaldan y
les aseguran las reglas de juego, han transformado a esos pequeños pueblos
antiguamente paradisíacos en un infierno difícil de describir. Han condenado a
la vez, a las poblaciones y en especial a las generaciones futuras a un destino
pavoroso. No tienen justificación alguna. No tienen perdón tampoco las
autoridades y los funcionarios en su actual indiferencia, en la impunidad que
les aseguran a los fumigadores y en la rentabilidad que le aseguran a las
Corporaciones que producen los tóxicos. No tiene justificación ni perdón la
progresía en ese entusiasmo por transformarnos en un país productor de
Biocombustibles, en que todos y cada uno de los actuales problemas, habrá de
multiplicarse exponencialmente hasta lo impensable...”
En junio del 2009, insistíamos en carta ante
la Presidencia
diciendo: “Señora Presidente, conforme usted seguramente habrá tomado
conocimiento a través de los diversos medios públicos de la Argentina, en los
últimos tiempos han trascendido serios cuestionamientos en relación con la
aprobación de los agrotóxicos que se vienen utilizando en la producción
agrícola de nuestro país. Nuestras voces de alarma respecto a estos hechos se
han anticipado en años a estos cuestionamientos actuales, tanto como GRR, y
ello consta en nuestra propia página Web, como particularmente lo he venido
haciendo desde el Programa Horizonte Sur que conduzco en Radio Nacional AM los
días Domingos a las once horas. Lamentablemente, nuestras voces se han visto
tristemente corroboradas en los actuales momentos, por la opinión de expertos,
los que, con honestidad y valentía, han puesto las cosas en claro en punto a
denunciar que muchas de las sustancias agrotóxicas se habrían aprobado de un
modo al menos temerario, sin las suficientes comprobaciones necesarias para
resguardar de forma conveniente y segura las salud de las poblaciones que,
durante años fueron expuestas a estos venenos, así como de los diversos
ecosistemas que dan sustento a la vida en sentido integral. Todo ello consta
asimismo en el INFORME SOBRE PUEBLOS FUMIGADOS que le hiciéramos llegar
oportunamente y que, puede hallarse en la página Web del GRR. Que, deseo
recordar a usted, que, estos procesos que me permitiría considerar como de
irregular aprobación, han sido realizados en la órbita del Servicio Nacional de
Sanidad y Calidad Agroalimentaria, SENASA”.
Y luego, añadíamos: “Que, surge a
consideración la posibilidad que los funcionarios hubiesen actuado en los
marcos de un espectro probable que va desde la negligencia o el desconocimiento
de las implicancias y proyecciones de sus acciones, hasta la presunta lenidad
en el cumplimiento de sus funciones o acaso la eventual connivencia con las
empresas. Lo cual de solo poder ser imaginado o aún sospecharlo, nos parece
gravísimo, en particular, en materia tan trascendente para la salud pública
como de la que se trata. Que si se me
consiente esta aseveración Señora Presidente, resultaría oportuno, urgente y
necesario, que usted disponga la inmediata intervención del organismo en
cuestión, a fin de deslindar responsabilidades y reordenar y revisar toda la
legislación administrativa prohijada en esa dependencia, al menos desde la
aprobación de las primeras semillas modificadas genéticamente y los tóxicos que
las acompañan”.
La única respuesta del Poder a estas
numerosos apelaciones, fueron el silencio en primer lugar y luego, el que
después de casi seis años de trabajo radial, nos expulsaran de la Radio Nacional. También fueron lamentablemente,
las de conseguir sumar al movimiento de los pueblos fumigados, muchas de las
internas del campo progresista, tales como las de responsabilizar con impudicia
tan solo a la Mesa
de Enlace, por las consecuencias habidas
sobre las poblaciones, del modelo de país que ellos gobernaban. Habitualmente,
se porfiaba en esos tiempos, negar no ya el genocidio que denunciábamos, sino
la mera posibilidad de que hubiese impactos importantes de las tecnologías
agrícolas. Pero lo que era peor todavía,
se nos negaba, desde posiciones de incredulidad y desconfianza hacia quienes lo
afirmábamos o tal vez hacia la mera posibilidad de poner en duda la fiabilidad
del camino elegido hacia el crecimiento. En algunos casos y para quitar del
medio esa fantasmal postmodernidad que para el común expresábamos con nuestras
denuncias sobre desvaríos y exacerbaciones, se nos pedían pruebas que, por otra
parte, habrían resultado absolutamente irrelevantes e innecesarias, porque
bastaba con recorrer las provincias para evidenciar la ausencia de fauna
silvestre y bastaba recorrer los pueblos para comprobar el altísimo porcentaje
de niños nacidos con deformaciones. Sin embargo y como si solo pudiera verse lo
que se quiere ver, se naturalizaban las consecuencias del modelo sojero y en
algunos casos, en ámbitos urbanos, los expertos en trabajo social se
preguntaban graciosa y de manera hipócrita por la razón de los altísimos
índices de discapacitación en la
Argentina, sin poder hallar alguna respuesta que los
conformara…
Nos convencimos que la sojización y los
procesos biotecnológicos y de extrema contaminación que la acompañaban,
interpelaban de una manera inadmisible para el común, su precaria conciencia
desolada de habitantes del país campamento que habían elegido, al decir tanto
de Héctor A. Murena como de Rodolfo G. Kusch,
la urbanización y los no lugares, como refugio para su crispada necesidad de
llegar a ser alguien. Sí, nos convencimos que no estábamos denunciando
solamente las consecuencias del modelo de los Agronegocios y de la Sojización transgénica
compulsiva, sino que estábamos exponiendo la irreparable colonialidad de un
modo de ser argentino. Era sin dudas eso lo que debíamos revisar, nuestra propia existencia en América, desde ese
arraigo a la tierra que habíamos perdido
o que no habíamos logrado tener, hasta ese rostro común y solapado del
mestizaje, un rostro que tal vez, no había llegado la hora de exponer, tal como
nos lo había enseñado alguna vez Rofolfo Kusch y ahora el zapatismo en Chiapas…
Hoy, cuando el mundo entero se conmueve por las atrocidades de la
guerra química y cuando el mayor esfuerzo internacional se destina a impedir el
ataque norteamericano a Siria y probablemente la guerra que ello pueda provocar y que alcanzaría límites
insospechados, nosotros queremos recordar que la Argentina, vive desde
hace muchos años, su propia y vernácula guerra química, con aproximadamente
unos 300 millones de litros de tóxicos que son arrojados cada año sobre sus
poblaciones y su territorio, con la aprobación de la propia clase dirigente y con
el respaldo de Corporaciones como Monsanto y como Syngenta. En nombre del Progreso y del Crecimiento, y
para lograr cada vez mayores rindes en la agricultura y aumentar las
exportaciones, somos permanentemente bombardeados con venenos de todo tipo y a
diferencia de los conflictos bélicos reconocidos, pareciera que, carecemos del
reconocimiento mínimo que les cabe a las víctimas que son objeto de los
llamados daños colaterales en las guerras modernas.
Jorge
E. Rulli
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