EL MARXISMO CULTURAL
La conquista del poder cultural
es previa a la del poder político.
Esto se logra mediante la acción concertada de los
intelectuales infiltrados en todos los
medios de comunicación, expresión y universitarios. Antonio Gramsci (1891-1937)
Los idiotas útiles, los izquierdistas que creen de manera idealista
en la belleza del sistema socialista soviético, o el comunismo,
o cualquier otro sistema, cuando se desilusionan,
se convierten en los peores enemigos. Es por eso que mis
instructores de la KGB me decían específicamente:
nunca pierdas el tiempo con los intelectuales de izquierda.
Olvídate de esas prostitutas políticas. [...]
La izquierda intelectual cumple un propósito solo en la etapa
de desestabilización de una nación. Por ejemplo, los izquierdistas
en los Estados Unidos: todos esos profesores y todos esos
hermosos defensores de los derechos civiles.
Son instrumentales solo para el proceso subversivo desestabilizador.
Una vez que su trabajo se ha completado, ya no son necesarios.
Algunos de ellos, cuando se desilusionan, cuando ven que
los verdaderos marxistas revolucionarios llegan al poder,
obviamente se ofenden. Siempre pensaron que
serían ellos quienes llegarían al poder.
Eso nunca sucederá, por supuesto. En cuanto molesten,
los alinearemos contra la pared y los fusilaremos. Yuri Bezmenov
Periodista soviético para RIA Novosti
ex-agente de la KGB
es previa a la del poder político.
Esto se logra mediante la acción concertada de los
intelectuales infiltrados en todos los
medios de comunicación, expresión y universitarios. Antonio Gramsci (1891-1937)
Los idiotas útiles, los izquierdistas que creen de manera idealista
en la belleza del sistema socialista soviético, o el comunismo,
o cualquier otro sistema, cuando se desilusionan,
se convierten en los peores enemigos. Es por eso que mis
instructores de la KGB me decían específicamente:
nunca pierdas el tiempo con los intelectuales de izquierda.
Olvídate de esas prostitutas políticas. [...]
La izquierda intelectual cumple un propósito solo en la etapa
de desestabilización de una nación. Por ejemplo, los izquierdistas
en los Estados Unidos: todos esos profesores y todos esos
hermosos defensores de los derechos civiles.
Son instrumentales solo para el proceso subversivo desestabilizador.
Una vez que su trabajo se ha completado, ya no son necesarios.
Algunos de ellos, cuando se desilusionan, cuando ven que
los verdaderos marxistas revolucionarios llegan al poder,
obviamente se ofenden. Siempre pensaron que
serían ellos quienes llegarían al poder.
Eso nunca sucederá, por supuesto. En cuanto molesten,
los alinearemos contra la pared y los fusilaremos. Yuri Bezmenov
Periodista soviético para RIA Novosti
ex-agente de la KGB
Una Batalla de Valores
Si uno analiza los resultados electorales de los últimos años en los países de Occidente una de las primeras cosas que llaman la atención en el promedio mayoritario de los casos, es un fortalecimiento de los extremos del espectro político. Por un lado, han ganado en fuerza política y protagonismo los partidos que ponen un gran énfasis en el factor social y la demagogia – los tradicionalmente denominados partidos de "izquierda".
Y, por el otro lado, también han crecido los partidos
que ponen un énfasis igual de fuerte en la cuestión económico-financiera
y la integración a un Nuevo Orden mundial – los últimamente llamados
partidos de "derecha".
A la par de este fenómeno, también llama la atención que los partidos
políticos tradicionales, tanto en Europa como en América, hace rato que
ya no sostienen los ideales y los lineamientos gracias a los cuales
originalmente consiguieron llegar a tener una posición política
relevante.
Considerando el caso argentino uno no tiene más remedio que preguntarse
¿qué tan lejos está esa UCR actual débil, contradictoria y deshilachada,
de aquella otra UCR enérgica, combativa, revolucionaria y nacionalista
de Hipólito Yrigoyen? ¿Cómo pudo ese enorme Movimiento que fue el
peronismo de los años 40 y 50 del Siglo XX convertirse en ese pseudo
populismo izquierdoide, clasista y partidocrático actual? ¿Cómo pudieron
los protagonistas de la auténtica Resistencia Peronista de los años
inmediatamente posteriores a 1955 permitir el copamiento del Movimiento
por unos aventureros filocastristas primero y por toda una caterva de
politicastros corruptos después?
Pero, contra lo que piensan muchos argentinos, el caso de la Argentina
no es el único. ¿Dónde está hoy el Partido Socialista de Bettino Craxi
que alguna vez gobernó Italia? ¿Dónde quedó la fuerza del partido
socialista de François Mitterrand? ¿Qué se hizo del brillo y el
prestigio de los gaullistas y el grandeur de Francia durante los "Treinta Gloriosos" años de 1944 a 1974? ¿Qué pasó con la corriente de la perestroika y la glasnost que volteó el régimen del comunismo soviético?
Preguntas similares podrían hacerse prácticamente en todos los países de
Occidente, excepto quizás en los países anglosajones en donde el
régimen bipartidista es tan rígido que no tolera terceros pero, al mismo
tiempo, tan ambiguo que cualquiera de los dos partidos puede adoptar
una posición al azar para que, casi automáticamente, el otro partido
adopte la postura contraria.
La erosión de los partidos tradicionales tuvo varias causas. Las dos
principales que pueden citarse son, el abandono y hasta el desprecio de
los valores originales por parte de los dirigentes y, como casi
inevitable consecuencia de eso, una corrupción generalizada tan
desfachatada que resultó imposible de ocultar. Y de nuevo: no creamos
que el caso del kirchnerismo argentino ha sido el único. Italia pasó por
el Mani Pulite; Brasil por el Lava Jato. Prácticamente
todos los Estados han tenido sus grandes casos de corrupción y en todo
Occidente existe un abandono general de los valores fundacionales.
Después del derrumbe soviético, esta situación le permitió al marxismo
declinante encontrar un nuevo resquicio en el cual sobrevivir aunque no
ya como fuerza política sino como movimiento cultural. El
marxismo-leninismo revolucionario, que proponía la toma del poder
político por la fuerza para luego avanzar con las modificaciones
sociales desde el Estado, fue suplantado por la propuesta de Antonio
Gramsci que propone la conquista mental y emocional de la sociedad civil
para lograr la hegemonía cultural y, una vez logrado esto, acceder al
poder del Estado en un marco de consenso generalizado.
Así, el marxismo más efectivo se ha transformado en una "izquierda
cultural" que se extiende y florece en todos los ámbitos. Este marxismo
ya no se dedica al combate revolucionario por el mejoramiento de la
situación de los proletarios, los asalariados, los trabajadores en
relación de dependencia, aun cuando su propaganda ocasionalmente afirme
representarlos o querer representarlos. El grueso de los cañones del
pensamiento marxista se dedica a otros menesteres de mayor reverberación
demagógica tales como la promoción de los intereses de minorías
sexuales enfermizas; el impulso a convertir las sociedades actuales en
desordenadamente multiculturales y multirraciales; a campañas
"antifascistas" siendo que el calificativo de "fascista" se aplica
generosamente a cualquier opositor y por cualquier motivo; al
"ecologismo" especialmente si sirve para poner palos en la rueda a
cierto capitalismo empresario (que, digamos la verdad, en muchos casos
se lo merece) y, en términos muy amplios, a todo lo que tenga que ver
con – o se le pueda poner la etiqueta de – los derechos humanos, el
feminismo hembrista o la "discriminación", sea lo que fuere que se
quiera entender bajo este último término.
En la otra punta del espectro, la "derecha" ya no representa ni
tradicionalismos ni conservadorismos. De hecho, los partidos
auténticamente conservadores han desaparecido al igual que los
socialismos nacionales. Ni siquiera el tímido intento de una democracia
cristiana tiene vigencia ya. Hoy en día lo que se considera "derecha"
ya no representa ni al patriotismo ni a los valores tradicionales de
Occidente. Ya está lejos de encarnar el viejo conservadorismo que en
muchos casos representaba idealismos nacionales, sentimientos
patrióticos, aspiraciones a la gloria y aceptación de valores
culturales, incluyendo los religiosos. La "derecha" actual se ha
convertido en defensora de los intereses del capital internacional y de
las corporaciones capitalistas, en especial del aparato financiero que
las controla.
La izquierda marxista se hizo cultural y la derecha cultural se hizo
economicista. En cierta medida, si recordamos que el núcleo duro del
marxismo original siempre fue una doctrina básicamente económica y
materialista, hasta podríamos decir que los papeles se han invertido.
Esta transformación de los roles ha dado lugar a un hecho curioso que
resulta inexplicable si no se conoce bien la esencia de las "derechas" e
"izquierdas" emergentes de esa revolución burguesa que fue la francesa
de 1789. La curiosidad consiste en un hecho de observación directa: en
todas las cuestiones trascendentes, en las que hay valores tradicionales
comprometidos, ambos bloques votan y deciden de un modo muy similar.
Tanto "derechas" como "izquierdas" no votan hoy de un modo muy distinto
en cuestiones tales como el aborto, la familia, la religión, el
permisivismo-abolicionismo jurídico, la dulcificación de la maldad, la
tolerancia frente al hedonismo, la relativización de los valores morales
y la flexibilización ad infinitum de los criterios éticos, tan solo para mencionar algunos temas de los más tratados por el periodismo.
Esto puede sorprender a muchas personas jóvenes (y no tanto). No nos
sorprende en absoluto a quienes venimos subrayando desde hace añares
que, aunque no lo parezca en la superficie, en el fondo no hay tanta
diferencia entre el comunismo y el capitalismo; entre el marxismo y el
liberalismo.
Ambos son materialistas, ambos son economistas, ambos son ateos, ambos
son básicamente hedonistas, ambos practican la demagogia, ambos buscan
destruir toda sociedad respetuosa de costumbres y valores ancestrales
para intentar la construcción de una utopía inviable, ambos son
internacionalistas y apátridas, ambos le niegan valor al matrimonio y a
la familia tradicional. Ni el marxismo ni el liberalismo reconocen el
valor de lo sagrado; la existencia de un Orden Natural; la desigualdad
de los seres humanos reales; la existencia de comportamientos atávicos
que le han permitido a la especie Homo Sapiens desarrollarse y
sobrevivir siendo que, si se imposibilitan estos comportamientos, el ser
humano ni se desarrolla ni sobrevive en el largo plazo.
Hay que entenderlo y afirmarlo: nunca hubo una diferencia sustancial entre el marxismo y el liberalismo. Como se dijera en alguna oportunidad: "Cada
vez que el marxismo se mete en problemas, al liberalismo se le
despierta el instinto maternal. Y cada vez que el capitalismo sufre un
traspié al marxismo se le despierta el espíritu fraterno y corre a
ofrecerse como alternativa a fin de cambiarlo todo para que, al final,
nada cambie."
La mayoría enorme de las personas – es decir de los votantes – no se
mete en estas sutilezas de filosofía política. Con la educación
catastrófica que tenemos – dominada en gran medida precisamente por el
marxismo cultural – ni Doña Rosa ni Juan Pueblo tienen las herramientas
para hacerlo y, digamos la verdad, tampoco les importa demasiado.
Pero, así y todo, las cosas se han vuelto demasiado obvias. Todo el
mundo ya se da cuenta de que, como Shakespeare le hace decir a uno de
sus personajes en Hamlet: "algo está podrido en el Estado de Dinamarca".
Lo demuestra la pésima opinión que en términos estadísticos la gente
tiene de los políticos en general. Es innegable que las personas están
cada vez más desconformes con sus representantes y con los discursos
basados sobre ideologías perimidas; solo que, en la mayoría de los
casos, no encuentran canales válidos de expresión que prometan la
razonable posibilidad de un cambio real y duradero.
Sin embargo, los tiempos cambian. Quizás muy lentamente – en todo caso
mucho más lentamente de lo que desearíamos unos cuantos – pero cambian.
No podemos ignorar, por ejemplo, que la Unión Soviética fue en su
momento el bastión inexpugnable del ateísmo militante y la Rusia de hoy
es uno de los países cuya población más cultiva la fe y los valores
cristianos ortodoxos tradicionales en oposición a una globalización atea
que desecha justamente esos valores. Pero quizás lo más sorprendente de
todo es que, en este sentido, tanto Putin como Trump parecerían
coincidir en varios aspectos.
De ambos políticos, cualquiera puede tener más de cuatro cosas para
señalar; lo que no puede decirse de ninguno de los dos es que no
representan, en la medida de lo posible y de distintas maneras, los
intereses de sus respectivos países. Putin puede ser quizás muy duro y
se podrán objetar algunos de sus aliados pero bajo su conducción Rusia
se ha mantenido como potencia mundial, y se ha fortalecido a pesar de
las extorsiones, las sanciones y las chicanas de la plutocracia
globalizadora.
De modo similar, Trump podrá ser criticado por sus actitudes payasescas,
por su personalidad histriónica, por su grado de independencia real
muchísimo menor a la de Putin e incluso también por algunos de sus
aliados; pero al final del día resulta que no ha manejado tan mal la
nave norteamericana a pesar de la oposición feroz, desleal y
malintencionada de sus enemigos, y económicamente su gestión ha sido
bastante sólida y a favor del pueblo norteamericano. Seguramente ésa es
la tarea que le fue encomendada para reducir el descontento de la
población blanca después de la administración de Obama. Pero, de todos
modos, la similitud es un dato no menor. No es casualidad que los
enemigos de Trump lo acusan de haber accedido al poder gracias al apoyo
de Putin. Por supuesto, la acusación es un disparate; es solo que crisis
similares pueden generar la necesidad de contramedidas similares.
De cualquier manera que sea, uno puede estar, o no, de acuerdo con los valores rusos y norteamericanos pero lo curioso es que tanto Rusia como los EE.UU. – o sea: las dos principales potencias de Occidente – han intentado y siguen intentando un retorno a sus valores iniciales propios. Es un dato que no puede ni debe pasarse por alto porque, si se convierte en tendencia y se incluye al BRICS completo en el proceso, el mundo en muy pocos años más puede llegar a ser muy diferente al actual. En la Argentina se haría muy bien en tomar nota de esto para dejar de discutir estupideces y fomentar "grietas" que solo sirven para desunir y debilitar al país entero. Es cierto que el retorno a las antiguas tradiciones y valores es lento. No menos cierto es que pasa casi desapercibido por la nula importancia que los medios insisten en darle. Surge y se hace bastante visible, sin embargo, si uno presta atención a las furibundas críticas y constantes denuestos que los medios principales le dedican a Trump, a Putin y a cualquiera que trate de defender los valores fundacionales de su país, como por ejemplo el húngaro Viktor Orbán. Poco a poco se hace visible que no son los norteamericanos los que enfrentan a los rusos; el conflicto no es entre Oriente y Occidente; la guerra entre capitalismo y comunismo no ocupa las primeras planas. Es la ideología de la globalización, es el Nuevo Orden Mundial el que se enfrenta a lo que queda de las soberanías estatales y a todos los que luchan por restaurar y conservar las tradiciones, la soberanía de cada nación y los valores de la cultura occidental.
Para elaborar proyectos alternativos al gramscismo marxista hay que tener presente varias cosas. La primera de ellas es que ¡la tesis básica de Gramsci es correcta! Como mínimo desde los tiempos de Constantino el Grande nunca existió una revolución política importante y duradera sin una revolución cultural previa. Y esto no solo no tiene mucho que ver con el marxismo de Gramsci sino que, en realidad, representa todo un problema para los filósofos marxistas porque la prioridad de lo cultural no encaja para nada bien con el pensamiento economicista y materialista de Carlos Marx. Y lo segundo es que, para buscar referencias actuales a fin de construir alternativas, no hay que ir a los países que nunca fueron gobernados por el comunismo sino todo lo contrario: hoy por hoy quienes mejor han comprendido que comunismo y capitalismo no son tan diferentes después de todo son justamente aquellos países que han tenido una experiencia concreta del comunismo en el poder. Los países de la Europa del Este y de toda la órbita soviética, Rusia incluida, son mucho más inmunes al marxismo cultural que aquellos en donde los Partidos Comunistas no llegaron a dominar el Estado por un largo tiempo. Por último sepamos que el marxismo cultural plantea la batalla principalmente en términos de valores o, como mínimo, de cuestiones estrechamente asociadas a valores. Los terrenos por donde avanza con mayor impacto son las discusiones y los debates sobre el patriarcado, el feminismo, el ecologismo, la estratificación social, el ateísmo, el hedonismo, el progresismo, el relativismo, el permisivismo, la libertad con todos los derechos y ninguna obligación, la negación del valor del mérito, el igualitarismo, el ocultamiento y hasta la negación de los defectos, la prédica del diálogo pero unida a la práctica de la coerción... y sigue una larga lista de disvalores dispuesta para negar los valores ancestrales y destruir completamente todo lo que estos valores sostienen. En realidad, el marxismo cultural sirve para lo único que siempre ha servido el marxismo: para destruir. ¿Qué hacer al respecto? Solo hay una cosa – y nada más que una cosa – para hacer: aceptar el desafío, dar la batalla y ganarla. No es fácil. Para nada. Pero de última, es tan simple como eso.
De cualquier manera que sea, uno puede estar, o no, de acuerdo con los valores rusos y norteamericanos pero lo curioso es que tanto Rusia como los EE.UU. – o sea: las dos principales potencias de Occidente – han intentado y siguen intentando un retorno a sus valores iniciales propios. Es un dato que no puede ni debe pasarse por alto porque, si se convierte en tendencia y se incluye al BRICS completo en el proceso, el mundo en muy pocos años más puede llegar a ser muy diferente al actual. En la Argentina se haría muy bien en tomar nota de esto para dejar de discutir estupideces y fomentar "grietas" que solo sirven para desunir y debilitar al país entero. Es cierto que el retorno a las antiguas tradiciones y valores es lento. No menos cierto es que pasa casi desapercibido por la nula importancia que los medios insisten en darle. Surge y se hace bastante visible, sin embargo, si uno presta atención a las furibundas críticas y constantes denuestos que los medios principales le dedican a Trump, a Putin y a cualquiera que trate de defender los valores fundacionales de su país, como por ejemplo el húngaro Viktor Orbán. Poco a poco se hace visible que no son los norteamericanos los que enfrentan a los rusos; el conflicto no es entre Oriente y Occidente; la guerra entre capitalismo y comunismo no ocupa las primeras planas. Es la ideología de la globalización, es el Nuevo Orden Mundial el que se enfrenta a lo que queda de las soberanías estatales y a todos los que luchan por restaurar y conservar las tradiciones, la soberanía de cada nación y los valores de la cultura occidental.
Para elaborar proyectos alternativos al gramscismo marxista hay que tener presente varias cosas. La primera de ellas es que ¡la tesis básica de Gramsci es correcta! Como mínimo desde los tiempos de Constantino el Grande nunca existió una revolución política importante y duradera sin una revolución cultural previa. Y esto no solo no tiene mucho que ver con el marxismo de Gramsci sino que, en realidad, representa todo un problema para los filósofos marxistas porque la prioridad de lo cultural no encaja para nada bien con el pensamiento economicista y materialista de Carlos Marx. Y lo segundo es que, para buscar referencias actuales a fin de construir alternativas, no hay que ir a los países que nunca fueron gobernados por el comunismo sino todo lo contrario: hoy por hoy quienes mejor han comprendido que comunismo y capitalismo no son tan diferentes después de todo son justamente aquellos países que han tenido una experiencia concreta del comunismo en el poder. Los países de la Europa del Este y de toda la órbita soviética, Rusia incluida, son mucho más inmunes al marxismo cultural que aquellos en donde los Partidos Comunistas no llegaron a dominar el Estado por un largo tiempo. Por último sepamos que el marxismo cultural plantea la batalla principalmente en términos de valores o, como mínimo, de cuestiones estrechamente asociadas a valores. Los terrenos por donde avanza con mayor impacto son las discusiones y los debates sobre el patriarcado, el feminismo, el ecologismo, la estratificación social, el ateísmo, el hedonismo, el progresismo, el relativismo, el permisivismo, la libertad con todos los derechos y ninguna obligación, la negación del valor del mérito, el igualitarismo, el ocultamiento y hasta la negación de los defectos, la prédica del diálogo pero unida a la práctica de la coerción... y sigue una larga lista de disvalores dispuesta para negar los valores ancestrales y destruir completamente todo lo que estos valores sostienen. En realidad, el marxismo cultural sirve para lo único que siempre ha servido el marxismo: para destruir. ¿Qué hacer al respecto? Solo hay una cosa – y nada más que una cosa – para hacer: aceptar el desafío, dar la batalla y ganarla. No es fácil. Para nada. Pero de última, es tan simple como eso.