El juego: una cosa más seria de lo que parece (Podcast)
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Una de las cosas que seguramente a Ud. lo distraen cuando va sentado
en la micro o está aguardando en la sala de espera de una consulta, o
mientras le preparan el plato que pidió en un restaurante, es observar a
los otros que lo rodean, estudiar sus reacciones, sus preocupaciones,
sus fisionomías. Pero lo que seguramente le llama más la atención es
verlos “jugar” con sus aparatos electrónicos.
El dibujante Jimmy Scott retrató con gudeza la manía del juego que está dominando a adultos y jóvenes.
Sí, cada vez con más frecuencia y en distintas circunstancias, buena
parte de quienes nos rodean, y quizás nosotros mismos, sacamos nuestros
propios aparatos. Puede ser que sea para comunicarse con el “jefe”, o
para “chatear” con un amigo o que estemos simplemente subiendo un
mensaje a twitter, o quizás, jugando solitario en el game play.
Tal “jugador” puede ser de 12, 30 ó 45 años, en realidad la edad no
hace la diferencia, sólo que, mientras más joven, los dedos se mueven
con más agilidad y la concentración parece aumentar.
Observándolos uno llega a preguntarse, si el hombre adulto es realmente un homo sapiens, como siempre se enseñó o si pasamos de ser unos simples “homo ludens”, como lo llamó el filósofo e historiador holandés Johan Huizinga, en su libro del mismo nombre.
El problema, que a primera vista puede parecer ser secundario, es más importante y más serio que lo que habitualmente se piensa.
La tesis de esta obra ya clásica de Hiuzinga, publicada en el año
1938, es una apología de la diversión, del ocio, de las vacaciones, del
entretenimiento, como actividades mucho más humanas, productivas e
interesantes que el trabajo, la concentración, la reflexión o la
madurez. En una palabra, el autor sitúa el juego como la actividad
humana por excelencia.
Por su parte, la exposición realizada el año pasado en el famoso
Museo de Arte Moderno de Nueva York, conocido mundialmente como “MoMA”,
consagrada al tema: “El siglo del Niño”, vino a insistir sobre la
importancia del juego.
La tesis general de esta importante exposición consistió en demostrar
que, desde 1900 a 2000, fue inventado y construido un mundo
específicamente destinado a los niños y a sus necesidades, en la clase y
en la casa, en la hora de estudiar, de jugar y de divertirse. A lo
largo del siglo XX, los niños dejaron de ser considerados como adultos
en miniatura o incompletos, para transformarse en una especie autónoma
y, supuestamente, mejores que los adultos. De acuerdo a esta tesis, sin
las malas influencias de los adultos, los niños podrían ser geniales,
inocentes y puros como habría sido el “buen salvaje”. Poco importaba
preguntarse lo que es realmente un niño y de qué barbaries no es capaz
sin la ayuda de los mayores.
En la onda de esta corriente se redactaron los “derechos del Niño” y se consagró toda una legislación para promoverlos.
Ahora, al pasar de un siglo a otro, parece que se está comenzando otro leit motiv. El siglo XXI ya no es el siglo del niño, sino el siglo del juego.
¿Cuál será la razón de esta transformación?
Independiente de lo que digan sociólogos y psicólogos, lo que es
claro es que el raciocinio está con las acciones bajas. Pero como lo
propio del homo sapiens es raciocinar, y el pensamiento, así
como las convicciones que él proporciona, están cada vez menos
consideradas, forzosamente se debe concluir que el hombre sapiens está en decadencia.
Hoy estamos en el apogeo “del pensamiento débil”. Y cuando la acción
más central del hombre, que es el pensar, comienza a ser considerada
como secundaria, naturalmente, al mismo tiempo, las otras acciones más
instintivas comienzan a crecer en importancia. Y entre ellas, una de las
más instintivas es la de jugar.
Así, todo se va transformando en un juego. Lo que no sea jugar parece aburrido, tedioso, sin gracia.
El propio trabajo diario debe ser considerado un juego. Las modas
serias, propias de adultos pensantes, se van cambiando por modas más
deportivas y “casuales”; los zapatos se van abandonando y cambiados por
zapatillas de deportes o algo parecido a eso. Las apariencias en general
deben ser risueñas y optimistas, como quien está en un partido, como
quien no piensa.
La propaganda de ropa de una de las grandes tiendas, anuncia “ropa antiedad”
¿Le parece que exageramos?
Preste un poco de atención en lo que lo rodea y verá que no estamos forzando la realidad.
Pero Ud. me dirá que hoy se ve mucho más agresividad que antes, y eso
muestra que las reacciones no son infantiles, sino propias de adultos.
No. Al contrario, lo propio del niño es que, cuando no está
entretenido con su juguete, se aburre. Y cuando un niño está aburrido,
está a un paso de pelearse con el niño que está al lado o con sus
propios papás, por cualquier bagatela.
Análogamente, el adulto que no está conectado con su juguete, es
huraño e instintivamente, de un momento para otro se transforma en un
agresor.
En realidad, la sociedad del juego, es la sociedad de los instintos
primarios. Y ellos son extremamente peligrosos para la convivencia.
Basta ver las matanzas ocurridas en colegios de los Estados Unidos.
Pero hay algo peor. Si todo es un juego, la realidad se confunde con
la imaginación. Y cuando no existe una separación clara entre las dos
cosas, nada puede ser considerado en serio.
Así los compromisos, las responsabilidades, los esfuerzos de la
voluntad, la palabra empeñada, los propósitos; en resumen, todas las
cosas que son propias del adulto, pasan a ser finalidades inconsistentes
y efímeras.
Y lógicamente la familia -basada en el cumplimiento de los deberes y
en la promesa de la fidelidad, mantenida con los esfuerzos de la
voluntad y unida por principios de una visión trascendente de la vida-
pasa a ser la ilusión de un juego para un número creciente de jóvenes.
Pero como todo juego, cuando es muy largo, termina aburriendo y es
dejado de lado, así también se disuelven las familias para entretenerse,
en este caso, con otra “pareja”.
En una época en que todo es juego, no sólo la familia es afectada.
Todos los frutos del raciocinio pasan a declinar. La propia idea del
progreso en todas las esferas, que no sean estrictamente la industria
lúdica, también comienza a ser considerado secundario, cuando no
peligroso o poco sustentable.
En realidad, el fenómeno no es enteramente nuevo. Ya los romanos,
antes de la conversión a la Fe católica, sólo se preocupaban de tener
“pan y circo”. La única diferencia es que el “circo” de nuestros días no
es un enorme anfiteatro donde todos se juntan para asistir a un mismo
espectáculo. Hoy el circo es individualista y tiene la medida de la
palma de una mano. Pero el espíritu es el mismo.
En la época del comienzo del racionalismo, Descartes dijo: “pienso,
luego existo”. El hombre del siglo XXI parece decir: “Juego, luego
existo”.
¿No le parece que éste es un tema para meditar y preguntarnos cuánto hay en nosotros mismos de “homos lúdicos”?
