La versión amigable del modelo.
Las prioridades están claras. Para salir
de la coyuntura el primer escalón implica dejar atrás
el presente con todo lo que ello simboliza y representa.
Pero en la ansiedad de superar esta etapa, siempre
se corre un riesgo, que es el de confundir la herramienta
circunstancial con la que se logra salir con el instrumento
político necesario para que, el inevitable hecho político,
no se termine convirtiendo en un viraje muy sutil, o solo
un breve intervalo que luego conduzca pausadamente hacia
una versión amigable del modelo.
Por eso
es preciso entender que no ha sido el estilo de permanente
confrontación o la soberbia crónica, ni siquiera
la corrupción burda o la impunidad arrogante del poder,
lo que ha generado esta situación.
La fotografía
de la actualidad es la ineludible consecuencia de políticas
inadecuadas y visiones equivocadas, de diagnósticos
desacertados y soluciones que no se ocuparon del fondo de
cada cuestión, sino que operaron en la superficie,
atacando los síntomas para intentar postergar sus efectos,
sin resolver las raíces profundas de cada problema.
La euforia propia de un resultado electoral que
siempre es transitorio y hasta anecdótico, el exitismo
desmedido, la alegría fugaz que surge de la promesa
del final de un ciclo, no deben impedir dimensionar la significación
del momento, la gravedad de la situación y mucho menos
inducir hacia una actitud cómplice, distractora, de
ocultamiento de las verdaderas causas. El camino hacia la
solución vendrá en etapas y esta es una de ellas,
tal vez solo la primera fase de una secuencia que tendrá
varias escalas.
Es importante entender que en
la grilla de los adversarios del oficialismo contemporáneo,
aparecen los opositores de siempre, muchos que en momentos
clave han sido funcionales al poder, porque se han plegado
mansamente a sus políticas, aplaudiéndolas con
fervor o avalándolas solo porque hacer lo contrario
era políticamente incorrecto. También aparecen
en la nómina de rivales del gobierno algunos ex miembros
de sus filas, oportunistas seriales y desplazados del poder,
gente de baja estatura moral y escasos escrúpulos cuando
de acceder al poder se trata.
De ese grupo de
políticos, de gente que piensa lo mismo o demasiado
parecido, de personajes que aprovechan los errores ajenos
pero que tienen una evidente afinidad política e ideológica
con los depredadores de turno, no se puede esperar nada
diferente.
No se transita esta realidad por
las miserias humanas de algunos funcionarios, por importantes
que sean, ni por sus controvertidos estilos personales o
sus modos repudiables. No es una cuestión de formas,
sino de fondo. Se vive este presente por un conjunto de
miradas políticas que no interpretan al ser humano,
que han elegido el clientelismo por sobre la cultura del
esfuerzo y que han alentado a un empresariado prebendario
a concentrar sus esfuerzos en el tráfico de influencias
en vez de generar nuevas ideas, mejores productos o servicios,
de mayor calidad, y producirlos de modo eficiente y a precios
competitivos.
Muchos de los que hoy se adjudican
los eventuales triunfos electorales y hasta caen en la trampa
de repartirse el poder en forma anticipada, no solo han
sido funcionales o colaboradores del poder, sino que además
piensan de igual modo, en la inmensa mayoría de los
temas de la agenda. Algunos creen que esos políticos
solo prefieren guardar silencio por ahora, dada la proximidad
de los comicios. Si no tienen el coraje político para
decirlo ahora, pues tampoco son los protagonistas que se
necesitan para que el país implemente políticas
sensatas, racionales y adecuadas.
La sociedad
tiene hoy una responsabilidad indelegable, la de administrar
su adhesión con inteligencia hacia políticos que
puedan mostrar convicciones y determinación para ofrecer
soluciones ";diferentes"; y no similares.
Se
precisan cambios importantes, significativos y no solo pequeñas
adaptaciones a las políticas vigentes. Por eso es imperioso
que la sociedad tutele la transformación, oriente a
sus dirigentes, demandándole soluciones concretas y
no parches o una lista recitada de buenas intenciones. No
se necesitan grandilocuentes discursos ni carismáticos
candidatos, sino una construcción política con
ideas diametralmente opuestas a las actuales.
Los países que superaron la pobreza y vencieron a
la corrupción estructural, mejorando sus estándares
de vida y ofreciendo condiciones dignas para el desarrollo
armónico de sus ciudadanos, de la mano de un clima
favorable para el flujo de capitales garantizando un crecimiento
sustentable, no aplicaron estas políticas, sino otras
que están en las antípodas.
Las naciones
que hoy son referentes, las que han encontrado un rumbo
siempre perfectible, pero que son el paradigma indiscutible
del progreso, son sociedades abiertas, que se integran al
mundo, que respetan de modo irrestricto la propiedad privada
y los derechos individuales, que brindan seguridad jurídica
y un marco de estabilidad institucional. Nada de eso se
está haciendo con seriedad por estas latitudes y no
existen muestras fehacientes de que algún líder
oficialista u opositor, de cierto peso político, lo
esté proponiendo con contundencia y sin medias tintas.
Si no se comprende esta ecuación, tan simple
como verificable, pues solo se volverá a recorrer una
transición efímera que culminará en más
de lo mismo o en todo caso en una versión amigable
del modelo.
FUENTE: INFOBAE