Todos por la Verdad – Antonio Caponnetto
Los
llamados , en el terreno cuya competencia específica le reconocemos,
ya han dicho lo suyo sobre el Coronavirus, con probada solvencia y disciplina
científica. Los poderes políticos han decidido no escucharlos, reemplazando así
la veracidad que otorga el saber por el “sabihondismo” de los dedicados
prepotentemente a “la barbarie de la especialización”. La admonición
precedente, claro, es de Ortega y Gasset, en el más conocido de sus libros; y
adquiere hoy ribetes trágicamente escandalosos.
En
efecto; un grupúsculo enajenado de supuestos hiper-especialistas, funcionales
todos, y de modo ostensible, a los dictámenes del Nuevo Orden Mundial, decide
ahora nuestras vidas, nuestras costumbres, nuestro ethos y nuestro porvenir.
Decide incluso, invocando una feral y cruel expertez u omnisciencia cuasirevelada,
cuál será en lo sucesivo el modo inhumano de enfermarse, de agonizar y de
morir.
En
nombre de la ciencia epidemiológica y con pretensiones de servirla, se está
consumando ante nuestros ojos atónitos, un programa funesto cuanto acelerado de
devastación social y de capitulación espiritual. Enhebrando mentiras, amenazas,
admoniciones, falsías y pánico a raudales, los sedicentes peritos venerados cual
gurúes, han logrado imponer una tiranía sanitarista cuya coacción no se detiene
siquiera ante el umbral mismo de la intimidad doméstica o de la religiosidad
personal.
La
crónica de los atropellos a la dignidad creatural del hombre, provocada por una
cuarentena infernalmente eviterna, se lleva muchísimas más víctimas que el
maligno Covid. La nómina de insensateces, absurdos, sinsentidos,
arbitrariedades e incongruencias, no cabría en toda la pampa, si pudiera ella
ser usada de pliego para un escribiente fiel. Y la recopilación, al fin, de las
perversas restricciones a la normalidad, en su acepción más lata y corriente,
conformaría un capítulo aparte de la historia universal de la infamia.
Como
en el cuento de Poe, , la peste mortífera
es un fantasma sin sustento real; pero, tras causar estragos y dolores agudos,
sabe tomar su desquite contra los poderosos; e ingresando al mismísimo refugio
palaciego del egoísta Próspero, lo castiga a él y a sus compañeros de juerga y
de falacia, hasta que las tinieblas, la corrupción y el luto les destruyeron
todo. Fernández no está para leer al afamado y tremendo gótico, por cierto,
presintiendo lo que le espera. Ya tiene cubierto su cupo cultural diciendo
“todes” y dialogando con el maestro clásico Axel del Haiga. Empero el día
llegará en que no quedará de su persona sino la tufarada cenagosa del monigote
necio.
Por
una mezcla de anhelo y de necesidad, venimos a proponer con estas líneas, que
se refuerce cuanto de edificante tiene la iniciativa de los . Que se agrupen
en racimos sobrios y sólidamente fundados, otros tantos especialistas en
profesiones u oficios, dispuestos a predicar en el desierto lo que el resto
calla, por ignorancia, pavura o complicidad con el sistema inicuo que nos
sojuzga.
Bien
vendría, verbigracia, que los nos dieran la
gran lección, hoy faltante, de que educar no es estar conectado on line, ni entubar la infancia entre
escafandras; ni implantarle a la adolescencia una aplicación de meet, en reemplazo de su corazón
misionero; ni es tampoco sustituir la palabra del maestro por el tutorial de youtube.
Bien
vendría que los , se atrevieran a diagnosticar que la infección y
el contagio de las almas herrumbradas por el encierro y la pérdida de la
esperanza, son inmensamente más dañinos que los bacilos. Que a la par, los
,
dejaran de propagar aterrorizadoras ficciones y de desprestigiar al que aún se
atreve a señalar la desnudez del rey maldito, para llamar a movilizaciones
masivas y constantes por la recuperación de la lucidez y del coraje. De lo
contrario, no estamos lejos de convertirnos en la manada de paquidermos que
avizoró Ionesco; si no es que un día, a fuer del “quedate en casa”, amanecemos
como el Gregorio Samsa de Kafka.
Bien
vendría, asimismo, que los puntualizaran
una a una las violaciones al orden legal vigente en que ha devenido este
encarcelamiento atroz. Sin que les temblara el pulso para lanzar la acusación
–no exenta de graves indicios e incipientes síntomas- de que se deja entrever
un plan estatal genocida. Siendo legos en la materia, lo diremos una vez más:
lo que sucede no ha de llamarse cuidado de la vitalidad colectiva sino delito.
Delito contra la libertad, contra la propiedad (tierras y casas saqueadas o
usurpadas sin respaldos ni permisos de circulación otorgados a los propietarios
para que vigilen sus legítimos bienes); delito contra la salud pública, y aún
contra el honor y contra la fe pública. Estos últimos hablando en sentido
analógico aunque no infundado. Porque se le hace injuria y calumnia a la
inteligencia del ciudadano medio, cada vez que un funcionario le miente para
tenerlo preso, o lo amenaza con la cárcel porque se ha quitado el bozal del
pensamiento único. Y porque más grave que adulterar la moneda de curso legal,
es adulterar la realidad, preñandola de taradeces, cada cual con su castigo o
sanción pertinente si no se la acepta sin chistar.
En
tren de soñar quimeras, bien vendría que los –se nos perdone
el oxímoron- acaso una vez, excepcionalmente, osaran darse cuenta de que el
bien común es superior a la medición semanal del crecimiento o abajamiento de
sus imágenes en las encuestas populares. Que una vez en sus sórdidas e inmundas
vidas, dieran el módico ejemplo, de abandonar sus pugnas partidocráticas para
recorrer las calles y curar personalmente las heridas y las llagas que le han
causado a la gente. Que una vez, antes de que La Parca los registre como
fétidos cadáveres insepultos, dejaran de pensar como esclavos para obrar como
señores.
Por
último, sería tan loable cuanto difícil –pero no arriamos la esperanza- que
salieran a la palestra, vigorosos y arrojados, los . Dipuestos a
proclamar los derechos de Dios, a abrir de par en par las puertas a Cristo, a
restituirle el culto debido a Nuestro Señor, a tañir campanas, desempolvar los
cálices y turíbulos, y a procesionar el Santísimo por las calles de las
ciudades empanicadas y lúgubres, para llevar la única fuente de Vida y de Salud
que ha sido descartada.
Católicos
por la Verdad,
que sepan castigar a los obispos felones, clausuradores de seminarios,
glorificadores de travestis, encubridores de la contranatura, propagandistas de
la apostasía, fautores de sacrilegios y pringosos de herejías múltiples;
encolumnados todos, para su perdición y la del rebaño que arrastran, tras el magno
tunante idólatra. El que ha hecho de la Cátedra de la Verdad una boca de fuego, azufre y humo, a todas
luces semejante a la que anuncia en el capítulo noveno del Apocalipsis el
Vidente de Patmos. ¡Ay! de quien ha convertido la Roma de Pedro en una cueva de
ladrones (Ls. 19,45-48). Y ¡ay!, con ayes que se suman y agregan y multiplican,
para los que han perdido la Fe
y la batalla sagrada en su custodia. Derrotados están, sin gloria, sin honor y
sin decoro. Y lo peor: llamando triunfo a su defección cobarde y ruinosa.
Todos
por la Verdad,
es la consigna de esta hora limítrofe, caudalosa de signos parusíacos y aromada
de ultimidades. Todos por la Verdad. Tanto
más cuanto ha sido crucificada, sepulta y resucitada. Y por eso mismo, nos
permite impetrarle de este modo contrito, esperanzador y laudante:
Tendido,
horizontal, sangrante y plano,
te
recibió el sepulcro entre estertores,
eran
todos los rostros pecadores,
y
el tuyo yerto, bonaventurano.
Todavía
llevabas en la mano
de
la llaga manante, los dolores.
Todavía
eran tuyos los sabores
del
vinagre y la sed: la trilla al grano.
Yaces,
Señor, en esta tierra impía
alguna
vez alcázar de Tu nombre
mudada
en la más ruín alevosía.
Regresa
a dar la última reyerta
seremos
puños que la patria escombre,
lanza
que pugna aunque la vieron muerta.
Antonio
Caponnetto
Nacionalismo
Católico San Juan Bautista