Foto: DyN |
Linda jornada, la de ayer. Clima ideal, un cielo azul peronista, puestos
de banderas en la calle, la 9 de Julio dinamitada, y un centro porteño
que se vistió, desde temprano, para recibir a la fiesta cívica que mejor
nos caracteriza y que más disfrutamos: el bardo.
Heterogéneo como pocas veces, las calles se convirtieron en un crisol
urbano. Señoras maquilladas como si aún estuviera abierto el Mau Mau,
elevaban sus pancartas caseras al lado de unos chicos de la Villa 21,
señores muy mayores miraban divertidos a las locas lindas que pintaban
stencils contra el gobierno, chicos a cococho de sus padres, banderas de
pueblos originarios, consignas antiperonistas al lado de viejos con
gorritas desgastadas de Las 62, radicales, liberales, socialistas,
desarrollistas, jubilados, laburantes, amas de casa, estudiantes. Todos
se dieron cita para celebrar, una vez más, que no todo está perdido, que
no todo nos da lo mismo, que no somos mansos, sólo pacientes.
Mientras la muchedumbre transitaba, muchos ya encontraron el negocio de
llevar la canasta con sanguchitos de milanesa y con unos amigos nos
preguntábamos cómo no se nos ocurrió armar un carrito choripanero para
financiarnos la Fundación Felices Nuestros Compañeros. Todo transitaba
la normalidad, hasta que muchos se enteraron que en el Congreso aún
sesionaban los senadores para sacar en tiempo récord un paquete de
leyes. Por si faltaba algo para movilizar, Cristina tuvo el buen tino de
violar las normas de la aviación civil twitteando en pleno vuelo -eso, o
hizo la gran Bruera- sólo para pucherear porque no entendía qué
necesidad tenía la Cámara Civil de sacar un fallo con tanto apuro.
El resultado fue impensado: gran parte de la manifestación se movilizó
por Avenida de Mayo hacia el Congreso de la Nación para rodearlo. Faltó
poco para cumplir el cometido de verlos pedir consejos a Aníbal para
rajar del edificio, pero quedó la satifacción de saber que salieron por
la puerta de atrás, a las apuradas, y conscientes que ya no les saldrá
gratis la joda.
Mientras todo esto pasaba, llegaban noticias de una Rosario colmada de
calentura, de una La Plata que lloraba a sus víctimas, una Mar del Plata
que desfilaba su enojo, una Córdoba que reventaba, y así en muchísimos
puntos del país. Y nosotros ahí, entre amigos, parientes y desconocidos,
puteando al gobierno como corresponde, al mismo tiempo que en la
televisión buscaban, una vez más, explicar lo sencillo.
Mientras a Cynthia García la obligaron a guardarse en el móvil de 678,
desde Canal 7 se debatían entre entregarla a las fieras con tal de
llenar dos años de informes, o mandarle una pizza para que aguante. En
C5N el Chino Navarro decía que el opositor se niega al debate, cuando en
realidad los puteamos por prestarse a la farsa de un debate resuelto de
antemano. Al mismo tiempo, políticos de tercera y cuarta línea
sostenían que la gente se queja de la corrupción, de la inflación y de
la intervención de la Justicia. Ninguno tuvo en cuenta que, más allá de
la multiplicidad de motivos de protesta, esa masa de gente no está
curtida -salvo excepciones- en tomar la calle, y lo hace igual. Y el
único motivo por el cual uno hace lo impensado, es por instinto de
supervivencia. En este caso, la supervivencia de nuestro estilo de vida,
que también será heterogénero, pero que coincide en algo básico: que no
nos rompan las pelotas.
Muchos no tienen idea profunda de en qué consiste -punto por punto- la
reforma judicial, pero es consciente de que se trata de un avance más
del gobierno frente a los que intentan ponerle un freno, de vez en
cuando. Y con eso alcanza para sumar bronca. Varios de los presentes en
las protestas, no sabe cuánta se robaron, ni cuál es el mecanismo para
llevársela en pala, pero no necesitan investigar demasiado para darse
cuenta que son eternos empleados públicos que ostentan en cadena
nacional la que nosotros nunca veremos ni en figuritas. Tampoco hace
falta ser experto en ferrocarriles para saber que, si no invierten
durante diez años, son responsables de la muerte de cincuenta y un
personas en un choque. Del mismo modo, no es menester ser Licenciado en
Seguridad para ser consciente que vaciar de policía la calle, no ayuda a
frenar la delincuencia. Mucho menos hay que ser un genio de la
infraestructura hídrica ni de la contención de catástrofes para saber
que, si no ponen platita para obras, la mierda nos va a tapar tarde o
temprano. Ni siquiera es necesario tener un posgrado en macroeconomía
para notar que la guita alcanza cada vez menos.
Nadie necesita ninguno de esos conceptos para notar que dependemos de la
buena o mala suerte para cualquier cosa, aunque eso sea llegar con vida
a casa, pero con el totó mal trecho luego de comprar lo necesario para
la cena. Y todo para prender la tele y encontrar una charla de Cristina,
en la que nos cuenta que está todo bien, que los garcas somos nosotros,
que cualquier ganso tiene micrófono, y que las crisis son de los otros.
De todos modos, podríamos darle la razón en esto último: los demás
tienen crisis, nosotros tenemos kirchnerismo. Es distinto, es otra
dimensión.
No se si fue la mejor marcha de todas, más allá del éxito de
convocatoria, incluso respecto de las anteriores, aunque la presencia de
carritos choripaneros levantaron mucho el nivel. La sensación vivida en
la jornada de anoche fue distinta, bien distinta a las temperaturas de
las movilizaciones del 13 de septiembre y 8 de noviembre. Fue masivo,
fue imponente, fue en paz -más allá de algún que otro contratiempo
menor- pero no fue una fiesta. No hubo ese clima festivo tan presente en
las anteriores concentraciones. El sentimiento de fiesta cívica dio
paso a la bronca. Y anoche se respiraba bronca, mucha bronca.
El hombre necesita alguien en quién depositar sus esperanzas,
expectativas y otras cosas de las que no quiere, ni tiene porqué hacerse
cargo. Y, convengamos, no hay que ser una estrella de la antropología
social para anoticiarnos que, si existiera alguien carismático y
preparado para canalizar los reclamos de la gente, el kirchnerismo
estaría preparando las valijas a la espera de que el banderillero les
pida pista de despegue. Lamentablemente, es así. En mi apuesta, el
futuro no está en ninguno de los que dicen representar a la oposición,
independientemente de quien llegue a la Rosada en 2015. Porque si hay
algo que debiéramos tener bien en claro, es que, si la oposición fuera
medianamente seria, nosotros no estaríamos en las calles defendiéndonos
por nuestra cuenta. Y mientras ellos festejan que el ciudadano de a pie
salió a putear al gobierno, nosotros vamos tomando consciencia de que
ellos -los miembros de nuestra triste oposición- no tienen nada que
festejar, ya que demostramos reiteradas veces que no los necesitamos
para hacernos escuchar.
Sí, tenemos que salir por nuestra cuenta para decir que no nos importa
poder consumir en 24 cuotas, si tendremos que seguir pagándolas aunque
ya nos hayan robado lo comprado. Sí, tenemos que salir nosotros a la
yeca para mostrarles que el discurso de lucha de clases quedó perdido en
alguna reunión de Carta Abierta, y que Barrio Norte y la Villa 21
tienen el mismo sentimiento de rechazo a estos ladris. Sí, tenemos que
restarles horas a la familia para ir a gritarles que nunca elegimos
tener la obligación de pagar impuestos, pero lo hacemos, a pesar de que
ellos sí eligieron ocupar cargos en los que tendrían que garantizar
nuestros derechos, y los violan. Sí, pequeño saltamonte, tenemos que
caminar para demostrarles que, mientras ellos aplauden a Cristina por la
revolución de la inclusión social y la ampliación de derechos, nosotros
vemos cómo se llevan hasta los sobrecitos de azúcar. Sí, no nos queda
otra que salir reventarles la calle, porque nos persiguen con la Afip si
gastamos un peso de más, mientras pensamos cuánta se llevarán arriba,
si el cadete del negocio anda en Ferrari. Y sí, no nos queda otra que
seguir en la calle, para demostrarles a los jeropas de la oposición cómo
se hace para decirles basta a una manga de inadaptados analfabestias,
lavadores de guita, saqueadores de las arcas públicas, adictos al
kirchnereo de cualquier billetín que pase por ahí, delirantes de la
oratoria pedante en el país de los desdentados; líderes teocráticos del
tercer mundo, militantes del rechazo a cualquier idea que garantice
igualdad de condiciones al esfuerzo individual, cultores del "callate,
golpista", y talibanes del desprecio a todo aquel que se gane la vida
laburando.
Y sí, no nos queda otra, porque han hecho lo que quisieron con nosotros, menos lavarnos la cabeza. Y ahí, la Afip no entra.