Las razones-pretextos de Occidente
Irán, la destrucción necesaria
Ante la
visita histórica del presidente Barack Obama a Israel, es conveniente
ver con una mirada lúcida las fuerzas que impulsan, no sólo a Israel
sino también a todo el sistema occidental, a implementar una guerra
contra Irán. La Red Voltaire propone a sus lectores los primeros
capítulos de un ensayo del analista francés Jean-Michel Vernochet
publicado en francés por la editorial Xenia, en diciembre de 2012, bajo
el título Irán, la destrucción necesaria.
Red Voltaire
| París (Francia)
La guerra ya comenzó
En realidad la guerra contra Irán ya comenzó, aunque no alcancen resonancia mediática los asaltos de ese conflicto, como las campañas de asesinatos selectivos contra científicos que trabajan en el programa nuclear, o los ataques contra las redes informáticas de las centrales atómicas a través de por medio de sofisticados virus informáticos, como Flame o Stuxnet concebidos en el marco de un joint-venture israelo-estadounidense… Son otras maneras de librar batallas antes de la guerra, pero siempre con el mismo objetivo: hacer retroceder Irán a tiempos premodernos, después de acomodar allí un gobierno «blanqueado», o sea hecho a la medida, democrático, aunque sea de lo más corrupto, como el equipo dirigente del presidente afgano Karzai, en todo caso estrechamente sujeto a la política de Washington.
Conviene precisar una vez más que las políticas que aplican los dirigentes de Estados Unidos no son mucho más autónomas que las de sus homólogos europeos, por ejemplo rusos o chinos, a diferencia de lo que supone el público. Es decir, los dirigentes estadounidenses no proceden según su voluntad propia o la de aquellos que los manipulan detrás de bambalinas, trátese de grupos de presión, petroleros, militaro-industriales, transnacionales de la química o productoras de semillas, etc. En la realidad, las líneas políticas responden efectivamente a las necesidades, a los intereses y a las demandas que emanan de distintos actores económicos, financieros y políticos, pero participan in fine de un sistema que evoluciona según su lógica propia, englobando un conjunto complejo de subsistemas interdependientes que interactúan entre sí.
Factores como la seguridad del Estado hebreo, el mantenimiento de su preeminencia regional, la perennización de su monopolio nuclear y la visión escatológica, compartida por importantes minorías en el seno de estas tres teocracias a la vez verdaderas y falsas (los Estados Unidos judeocristianos, Israel –Estado mesiánico por definición– y el Irán chiita que vive a la espera del regreso del Mahdi), intervienen tanto en los cálculos de anticipación estratégica como en las elecciones geopolíticas, y lo hacen en detrimento de la estabilidad regional, la cual ya no aparece como un fin en sí, como tampoco sucede con el desarrollo o la construcción de Estados o economías viables… Y es que el comercio y las industrias prosperan bastante bien en el terreno de la inestabilidad y mejor aún en los campos de ruinas.
El desorden supremo que es la guerra resulta ser, por consiguiente, un modo de gobierno entre otros, con un lugar propio y natural en el sistema-mundo actual, como acompañante de las crisis inherentes a la unificación del mercado y a la absorción de los Estados soberanos, en su seno y bajo el imperio de su única ley, una vez despedazadas sus estructuras y cualquier armazón federativa interna, porque los Estados-nación son todos –con excepción del Nuevo Mundo, que se edificó sobre un mosaico de comunidades sin mayor vínculo orgánico que el reparto de los dividendos del progreso– federaciones de pueblos que se encontraron históricamente fundidos o asociados en un destino compartido. Ahora bien, las naciones orientales edificadas a lo largo de los siglos demuestran ser a veces reacias a someterse a los encantos excesivos de la permisividad consumista occidental, en el sentido de ideología del consumo adictivo que desemboca en el fetichismo lamentable de la mercancía. Por esto es que el Ordo ab chaos sucedió al antiguo «divide y vencerás» y de ahora en adelante se trata de gobernar por y dentro del caos, triste consigna…
Podemos ir más allá: después de ser actores y promotores, los oligarcas anglo-estadounidenses, industriales y financieros, oficiales de la caballería financiera mundializada –así como sus émulos de los demás continentes– terminan estando al servicio, y siendo incluso esclavos, de las lógicas que ellos mismos promovieron y de las que supieron sacar el máximo provecho para asentar sus fortunas... Dichas lógicas terminan por dictar u orientar la conducta de esos sectores según una inflexible ley física que responde al principio de que todo «objeto» inerte o viviente siempre es otra cosa y algo más que la suma de sus partes. Si las partes son aquí los actores y decisores económicos, financieros, industriales y políticos, el todo, la totalidad englobante, es el sistema cuyos miembros están al final supeditados al mismo.
Pero esto no conlleva de ninguna manera una nueva fatalidad desresponsabilizante sino, por el contrario, una conciencia clara de que ese sistema lleva la humanidad a la desaparición –destrucción programada y señalada por las guerras que se avecinan en contra de Siria e Irán, y de esa otra, tal vez suicida, en contra el bloque euroasiático– lo cual debería servir para invertir la tendencia. O podría suceder que el hombre no encuentre en sí los recursos de sabiduría indispensables para concebir un nuevo modelo, contrario al modelo actual, a la vez sabio y salvaje, por no decir reptiliano, si se toma en cuenta su oscura afición depredadora y el papel creciente del «dinero negro» en la economía. Tal vez entonces sea inevitable pasar por la destrucción mutua asegurada, en los planos económico, financiero o militar… antes de poder esperar construir otro pensamiento, una visión diferente del mundo y echar a andar otras matrices económicas y modelos sociales nuevos.
Así pues, partiendo de la constatación empírica según la cual el todo siempre es más que la suma de sus partes, el conflicto Irán-Occidente no se puede reducir a la suma de reproches formulados contra Persia y contra los persas, ni reducirse a una confrontación de expansionismos rivales, ni mucho menos a un juego de fuerzas más o menos coyuntural.
Desde este punto de vista, la posición de la República Islámica de Irán, en la mirilla de los Estados Mayores anglo-estadounidenses y de sus aliados de la OTAN, parece poco envidiable y da mucho que pensar. Sobre todo en la medida en que nada indica que los dirigentes iraníes tengan la menor intención de modificar su política de independencia energética basada en la fisión del átomo… ambición contraria a la dinámica sistémica de largo alcance que determina las decisiones geoestratégicas de Estados Unidos. Resumiendo: no es el átomo en sí lo que molesta, el cuento de la amenaza nuclear persa es pura fábula, por lo menos hasta el día de hoy. Que Irán pueda utilizar el átomo es lo que le dará al cabo de un tiempo una real independencia, energética, económica y política. Y es ahí donde radica el peligro. Irán termina siendo la piedra en el zapato del sistema, una piedra que hay que eliminar como sea.
Irán es un obstáculo que hay vencer, barrer o borrar a corto o mediano plazo, a menos que un deus ex machina, bajo la forma de un acontecimiento totalmente inédito, venga a modificar el rumbo de las cosas y el reparto actual en la función global. Rusia puso a prueba, el 7 de junio 2012, dos misiles intercontinentales con cabezas múltiples, el Bulava y el Topol, que sobrevolaron el Medio Oriente, desde Armenia hasta Israel. ¿Es posible que eso haya logrado calmar los ardores de los halcones de Washington, Riad, Doha, Londres y Tel Aviv? ¡Ojalá!