Vivir en Argentina no es para cualquiera. Pagar revalúos fiscales todos
los años para que, por si fuera poco, te empomen mes a mes con la
inflación, no es algo que se pueda tolerar fácilmente. Que tus impuestos
no sirvan para otra cosa que para mantener a la Asociación Ilícita que
detenta el poder, mientras vos tenés que hacerte cargo del resto, si te
da el cuero, es algo que, seguramente, el Consejo Cardenalicio Vaticano
tuvo en cuenta a la hora de elegir al nuevo Sumo Pontífice. Como si todo
esto no alcanzara, una lluvia "imprevista" te libra a tu suerte.
No existen lluvias imprevistas. No son terremotos, son fenómenos
meteorológicos que el ser humano estudia desde que se le ocurrió caminar
en dos piernas. Lo que sí existe es la negligencia y el vaciamiento del
Estado. Puedo discutir si La Plata necesita o no una mejora urgente en
su sistema hídrico, si es tan excepcional la tormenta -nadie se plantea
un sistema antisísmico en Buenos Aires, dado que hubo un sólo terremoto
en siglos- pero no se pueden discutir otras cosas.
Si algo dejó al desnudo el desastre de las últimas horas, es que en este
país no existe una contraprestación en ese bendito contrato social
entre ciudadanos que ceden sus libertades a un Estado a cambio de que
este lo proteja de sucesos en función del bienestar común. Acá se paga
por educación en los impuestos, y por educación privada para suplir lo
que el Estado se niega a garantizar. Se abona por salud, y al mismo
tiempo se sacrifica buena parte del salario para tener una calidad de
vida digna para los parámetros del siglo XXI, dado que el Estado tampoco
puede garantizar que uno entre a un hospital por una gripe y no salga
con una septicemia. También se paga para que el Estado garantice nuestra
integridad física y patrimonial, pero al que le da el cuero, se banca
un buen sistema de seguros, cámaras y vigilancia privada, y al que no,
se despide de la familia hasta para ir al almacén a buscar cien de
mortadela.
Hay cosas que, lamentablemente, no podemos financiar dos veces. Nadie
puede tener su propio radar meteorológico en la terraza, ni mucho menos
contar con una lancha de emergencia, un bombero en el garage, un bunker
hidrífugo en el patio. Son cosas que no se piensan, porque para eso
tenemos al Estado, para que se encargue de nuestra salud, mientras
nosotros producimos para que el Estado exista.
Sin embargo, el kirchnerismo ha roto su propia marca. Antes estaba más
que claro que si tenías plata, te educabas, te curabas y llegabas con
vida a tu casa. El que no tenía dinero, en cambio, moría de pestes
anacrónicas en la guardia de un hospital, aprendía lo que podía en el
sistema de enseñanza pública y podía morir en manos de un fumapaco o
estrolado en un tren yendo a laburar, o sea, vivir como pobre, morir de
pobre. Hoy, en cambio, hemos girado a un nuevo paradigma igualitario. No
importa tu poder adquisitivo, el Estado se encargará de que mueras del
mismo modo que te trató en vida: por abandono. Y poco importa tu poder
adquisitvo, podés palmar por un corchazo en la cabeza antes de que te
pidan el auto, incinerado porque se incendió la casilla de cartón en la
que vivías con tus seis hijos, sus parejas y sus propios vástagos; o
porque alguien pensó que no, que no era necesario tener un sistema de
contención de catástrofes, si acá nunca pasó nada trágico.
Un radar en Ezeiza no funciona. Ningún aparato estatal -sea Nación o
Provincia- informa de la inminente tormenta ni aún cerca del
desencadenamiento. Cuando quiere informarlo, ya no hay luz. La red de
celulares, no existe. Y si existiera, los señores de ochenta años no son
de andar boludeando en twitter. El agua los tapa, dos metros de mierda,
líquidos extraños, ratas muertas, forros usados, pañales y botellas se
te meten dentro de tu casa. Podrías morir ahogado en agua de lluvia,
pero la municipalidad se encargó de que la reducción de basura consista
en reducir la recolección. Si de pedo conseguiste pararte arriba de una
mesita antes de que el agua termine de subir, te jodés: no tenés
celulares que sirvan. Y aunque los tuvieras, el sistema de emergencias
está colapsado. Si lograste sobrevivir -tenías un equipo de buceo a
mano, por si las moscas- en cuanto el agua te bajó a la altura de las
tetas, te sentís esperanzado en que te rescaten.
Escuchás un lanchón, ves a Berni cargando a una vieja. Se van las
cámaras, se va Berni. Oís un helicóptero y pensás que no todo está
perdido. Se llevan a la vieja de Cristina. Encontrás una radio a pilas
que anda, la prendés y te anoticias de que la mierda no te tapó a vos
primero por gorila, sino que media ciudad se encuentra bajo el agua. Un
vecino pasa en busca de sobrevivientes remando arriba de un cartel de
Bruera que sobró de la campaña de 2011. Le pedís que llame a los
bomberos. Te dice que aguantes a que lleguen los voluntarios de San
Francisco Solano, dado que se prendió fuego la refinería de YPF. En
frente, ves que logran abrirle la puerta a don Cacho quien, muy
relajado, sale haciendo la plancha boca abajo.
Te cansás de esperar, subís a la tabla de planchar, y decidís salvarte
por tu cuenta. Mientras te preguntás si ese será el nuevo medio de
transporte del que tanto habló el intendente, notás que saquean el
supermercado del barrio. Justo pasa un cana flotando por razones físicas
y te dice "pensar que querían que baje la panza". Le seguís la charla
como si estuvieras en la pileta del club, te enterás que hay más de
cuatrocientos pedidos de averiguación de paradero y que, por orden de la
Fiscalía n°12, cesaron en la práctica de autopsias. Desde la copa de un
árbol, doña Irma te cuenta que el intendente estuvo la noche anterior
recorriendo los refugios de evacuados, con lo que te surge la duda de si
habrá firmado un convenio con la municipalidad de Río de Janeiro o se
teletransportó. Tomasito, el nieto de doña Irma, pasa nadando con
flotadores en los brazos, y le preguntás si se suspendieron las clases.
Tomasito no sabe de qué le hablás.
Se escucha el ruido de un helicóptero y la gente rompe en llanto. Es
ella, Cristina. Festejás que en Tolosa hay un desaparecido menos. La
corriente ya te había depositado en un banquito de Plaza San Martín.
Lográs acercarte a un móvil de TN y podés ver en pantalla a Cristina,
con carita de circunstancia. Dice que ella sabe lo que es perder todo,
porque cuando era chiquita se le inundó la casa. Te sentís esperanzado:
podés llegar a ser multimillonario en un par de décadas. Scioli afirma
que con la Presi discutieron cuál sería el orden de prioridades a
adoptar. La culpa te invade por haber sido tan egoísta de pensar que la
prioridad era garantizar la vida de los ciudadanos.
Empieza a caer la noche y el agua ya bajó lo suficiente como para hacer
pie, por lo que decidís emprender la vuelta. Al llegar a tu hogar
suponés que ya pasó la municipalidad y se tomaron el trabajo de llevarse
todo lo que ya no servía. Tenés tus serias dudas, dado que dejaron los
libros. Abajo de una pila de papeles húmedos, encontrás el teléfono y
llamás a tu hijo de Buenos Aires para avisarle que estás bien. Suena el
tono y boludeás con los papeles. Encontrás un folleto de Scioli
Gobernador en el que aparece un hospital de niños inundado de naranjas y
pensás "cerca". Tu pibe te atiende y te cuenta que en ningún momento se
preocupó, dado que en La Plata no tienen la desgracia de vivir con
Macri de Jefe de Gobierno. Volvés al supermercado a comprar velas,
esquivás a la gente que se lleva lo que tiene a su alcance de prepo y el
cajero te pide cincuenta pesos por cuatro pedazos de parafina con
mecha. Por un instante pensás que se merece el saqueo, mientras sacás el
único billete seco que te quedó. No te lo acepta, es un Evita.
Decidido a mandar todo a la mierda, buscás lo que quedó del nuevo DNI a
prueba de agua, y te tomás el palo, en busca de algún amigo suertudo que
te de cobijo por una noche. Llegás, te das una ducha, te ponés a mirar
el noticiero y ves que el intendente llegó de Brasil por la mañana, que
Scioli protegió a Cristina, que Cristina minimizó los daños y que los
que más hicieron por los vecinos fueron los propios vecinos.
Y así, mientras aguardás que algún funcionario afirme que si La Plata
fuera una ciudad fantasma, no habría tantos muertos, notás que vivís
defendiéndote por tu cuenta y con temor a las lluvias, te sentís en el
paleolítico y tomás conciencia de que nada, absolutamente nada, detiene
una campaña electoral. Finalmente, te vas a dormir en una colchoneta,
con la incógnita de no saber a qué se referirá la Presi cada vez que
habla de "la década ganada", aunque algo intuís.