Por Juan Carlos Córica
“Si alguna vez llegase a haber otro golpe, el pueblo quedará tan derrotado, que la vuelta constitucional servirá solamente para garantizar con el voto popular, los intereses del imperialismo y de sus cipayos nativos”. Juan Domingo Perón.
Afirmación con sentido, de quien puede conducir porque tiene
sabidurías que contienen al futuro. Sabidurías explicitadas con las que
Perón advertía que, si no se aprovechaba la oportunidad abierta tras la
caída de la dictadura militar iniciada en el 66, y se producía un nuevo
golpe, luego vendría una democracia ficcional. La que se viene
soportando desde hace más de un cuarto de siglo. Casi 27 años. Dicho de
otra forma, decía que detrás de una búsqueda frustrada por establecer un
proceso revolucionario venía una ficción revolucionaria. Efectos
políticos del desgaste y las torsiones traumáticas que dejan como
secuela, por un lado el fortalecimiento de los factores de poder y, por
el otro, dos efectos claves. El debilitamiento de la clase dirigente
frente a los grupos de presión que se convierte en impotencia política y
deja al pueblo y la nación sin poder para poder quebrar ese veto de
facto, para-institucional, que se negocia en los salones a espaldas de
la población y del país. Procesos distorsivos que, también pueden llegar
a constituirse, como por caso, la de candidatos que se posicionan en
base a respaldos económicos que les permiten la compra de su elección.
La cuestión política y la cuestión electoral
En un editorial que trata sobre el actual escenario político, Jorge
Fontevecchia director del “diario” Perfil, domingo 27/02/11, con su
particular punto de vista analiza los movimientos del kirchnerismo en su
búsqueda electoralista (3). Así presenta y resalta ciertas acciones y
objetivos de las mismas. Nota de referencia que bien da lugar a ser
releída analizándola desde una perspectiva alternativa.
Según Fontevecchia, “el kirchnerismo lleva adelante dos guerras simultáneas:
Hacia adentro del partido peronista, debe pasar a
retiro a los dirigentes de peso que ya tenían poder antes de su llegada
al poder, la mayoría de derecha, y ocupar esos espacios con dirigentes
propios y afines al campo progresista.
Y hacia afuera del peronismo, debe anular a los
partidos de izquierda y ocupar ese territorio para no correr el riesgo
de quedar posicionado como falso “progresista”. Cosa que, siguiendo con
la tesis de que los ejes electorales pasan por el par izquierda-derecha y
sin decirlo completo por el otro de progresistas-conservadores, agrega
que “el kirchnerismo precisa no perder la autoridad moral de ser la
fuerza más progresista posible del país y, al mismo tiempo, necesita ser
quien garantice la gobernabilidad controlando la calle. O sea: a los
sindicatos y las organizaciones sociales”.
Apreciación que se puede analizar desde una perspectiva más
significativa. Se podría plantear que, de la misma forma que la
televisión argentina no cumplió con el paradigma ni el axioma liberal
que afirma que “la calidad de la programación se potencia al
liberalizarla por el proceso de privatización”; la instauración de la
democracia tampoco produjo un salto de calidad en la política
argentina. Comprobación que, luego de más de 25 años, no deja dudas
sobre la frustración producida no sólo en el plano de las expectativas
sino en el de la realidad tangible. Quienes se sucedieron en el
ejercicio del gobierno no representaron la voluntad popular ni se
acercaron al modelo que Perón llamó democracia social ni al que,
genéricamente, calificó como verdadera democracia: “aquella donde el
gobierno hace lo que el Pueblo quiere y defiende un solo interés: el del
Pueblo”. Modelo y praxis que debe ser recuperado y, desde ya,
perfeccionando, en un proceso donde fines y medios dialécticamente
produzcan efectos políticos de calidad y eficacia. Materialicen el gran
objetivo de alcanzar “la felicidad del pueblo y la grandeza de la
patria”.
El actual proceso político, que en lo institucional viene desde el
2003 pero en lo político electoral se inicia en el 2005, está llegando a
niveles desestructurantes de un grado tal que compromete ambos
andariveles de la política. Un accionar de perfil tramoyista por el que,
los grandes objetivos del movimiento nacional, y los no menores
objetivos de la política “cotidiana”, están truncándose como
consecuencia de una red de inocuas acciones guiadas por el degradante
objetivo de la política sectaria y comiteril. Una política que, además,
como manda la ingeniería política actual, es acompañada y potenciada con
un aparato propagandístico que abarca desde la compra compulsiva de
medios –al grado de colocar a la población en la falaz opción de elegir
entre “el monopolio” privado y el monopolio gubernamental—, a la
recurrente movilización como masa de maniobra de la gente.
Escenario donde, el actor principal de la política democrática, el
pueblo, queda enredado y atrapado en una red de polémicas secundarias y,
a la vez, alienado de tal forma que desconozca la real realidad que le
permitiría ser protagonista activo y conciente. Sirva de muestra
significativa lo que presenta el encuestador Artemio López. Ironizando,
señala que “la inflación es para economistas; desde el hogar te importan
los aumentos de precios, pero con las actualizaciones de tus ingresos
no lo ves como un drama” (4). Traducido sería, “las cuestiones
estructurales no las entiende la gilada”. Efecto de una cadena de
efectos que la descarada manipulación produce: enajena a la población,
enajena el sistema político, convirtiéndolo en una dictadura civilizada
que usa la razón como arma letal para hacer desparecer de facto al
sujeto político de la democracia.
En este sentido, la propaganda electoral que busca la continuidad del
actual gobierno se convierte en una trampa caza-bobos. Una oferta de
futuro que, como en la “Divina Comedia” –nombre que le viene como anillo
al dedo a la situación–, advierte el grave riesgo que se corre si se da
continuidad a este degradante proceso: “lasciate ogni speranza, voi
ch’entrate…”. Pierdan toda esperanza si los hacen entrar.
Denunciar estos juegos de ficciones significa llamar la atención
sobre los efectos desestructurantes que más temprano que tarde
desencadenarán una dura crisis. Resulta imprescindible poner en
evidencia lo que las máscaras del kirchnerismo intentan tapar. Denunciar
que gobernar como desgobierna este gobierno es hacer cierta la
advertencia de Perón, que en las vísperas de su tercera presidencia
alertaba: “Si alguna vez llegase a haber otro golpe (que lo hubo), el
pueblo quedará tan derrotado, que la vuelta constitucional servirá
solamente para garantizar con el voto popular los intereses del
imperialismo y de sus cipayos nativos” (1).
En semejante sentido, estos que se hacen llamar libertadores
progresistas no ofrecen otra cosa que seguir viviendo al día, sin
horizontes. Quedar en manos de sus políticas asistencialistas, que no
son de justicia social sino variantes del viejo modelo clientelístico de
los Patrón Costa. Una pesadilla política que hace falta superar,
porque en sus maniobras se hace presente lo que Jauretche calificaba
como políticas de dominación colonial. “Ellos –señalaba– tienen armas
sutiles mucho más eficaces que las bayonetas y las espadas, armas que no
detienen el brazo, sino la voluntad y la inteligencia, armas que no
atacan de frente sino que se infiltran, desorientan y agotan” (5). Acá
también adquiere valor principal la advertencia que hiciera Perón en
1972: “El peronismo es tan amplio que al enemigo lo tenemos adentro”
(2).
NOTAS:
(1) Del libro de Enrique Pavón Pereyra, “Yo Perón”, editorial M.I.L.S.A., agosto 1993, capítulo “El retorno 1973-74”, pág. 418.
(2) Discurso de Perón sobre la Traición, 24 de Junio de 1972
(3) Nota completa ver en
(4) “La inflación no servirá para hacer campaña, dicen los encuestadores”, diario Perfil, 27/02/11, pág. 19.
(5) A. Jauretche, Forja y la década infame, Peña Lillo editor (1962) 1983, p.163.