
"Lo más curioso de la protesta: casi nadie vociferó contra la
re-reelección, como en otras oportunidades. Más que un cambio de
opinión, ese olvido obedece a la realidad de que el gentío entiende ya
como alternativa imposible lo de “Cristina eterna”. Ni siquiera en la
organización previa del evento se debatió la desaparición de la
consigna, para ellos es un hecho consumado. Y para Ella, otro misil en
su línea de flotación, de ahí que atosigara con 60 tuits de rabia
mientras buena parte del país se le plantaba en las calles. Como si la
palabra pudiera parar la marea humana", explica el autor, entre otras
cuestiones:
"En su derrame humillante, una mejicaneada oral sobre fondos que tal vez
provenían de otra mejicaneada (vaya uno a saber), Leonardo Fariña y
Federico Elaskar se vistieron de “arrepentidos” sin causa, iluminaron a
Báez, enterraron de nuevo a Néstor 15 subsuelos más abajo, enmudecieron a
la viuda e hijos y, si continuaban en sus revelaciones íntimas sobre
movimientos de dinero non sancto, merecían por devotos la inscripción en
La Cámpora y Carta Abierta".
por ROBERTO GARCÍA
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Diario Perfil). Por falta de lectura, quizás no
conocían la anécdota. Hubiera sido un aporte. Cuentan que estaba por
comenzar el gobierno de John Kennedy, realizaba el Presidente una de sus
primeras reuniones de gabinete y le preguntó a sus colaboradores: ¿qué
hacemos con Edgar Hoover? Como el titular del FBI estaba en el cargo
desde antes de la II Guerra Mundial, atribuida su permanencia y
continuidad en el cargo (siguió luego de Kennedy) por conocer costumbres
y hábitos comprometidos de los políticos, se supuso que el nuevo
mandatario se encargaría de despedirlo. Pero el responsable de la “nueva
política” prefirió consultar. Casi todos cuestionaron a Hoover hasta
que Robert Kennedy, hermano presidencial, selló la discusión con una
referencia popular: “Entre tener adentro un tipo que mea para afuera y
tener afuera un tipo que mea para adentro, prefiero lo primero aunque
sea indeseable”. Ese episodio
demuestra cínicamente que en materia de secretos la política
norteamericana exigía el mayor de los cuidados, no dejar cabos sueltos,
alimentar inclusive a elementos de sospechosa calaña.
Desde afuera, entonces, dos individuos propios volcaron litros de orín
sobre los Kirchner y su hermético entorno santacruceño encabezado por el
próspero empresario Lázaro Báez, quien no leyó la historia de los
Kennedy. Nunca viene mal un librito. En su derrame humillante, una
mejicaneada oral sobre fondos que tal vez provenían de otra mejicaneada
(vaya uno a saber), Leonardo Fariña y Federico Elaskar se vistieron de
“arrepentidos” sin causa, iluminaron a Báez, enterraron de nuevo a
Néstor 15 subsuelos más abajo, enmudecieron a la viuda e hijos y, si
continuaban en sus revelaciones íntimas sobre movimientos de dinero non
sancto, merecían por devotos la inscripción en La Cámpora y Carta
Abierta. Finalmente, disponían de más confianza con el ex presidente que
los militantes de esas agrupaciones.
Fue ese estallido en el programa de Jorge Lanata, curiosamente el
periodista importado por el monopolio el año pasado que, en un solo
domingo, pudo descolgar el cuadro “Clarín miente” que el poderoso diario
no logró durante años. Se paralizó Cristina al menos 24 horas, también
su equipo, ni hablar de la Justicia; víctimas de un ACV colectivo, no
respondieron a las acusaciones, se puso en vilo hasta la concesión de
dos gigantescas represas en Santa Cruz que ya parecían otorgadas a Báez.
Allí habló De Vido: las obras se hacen de cualquier manera, no hay
negocio que se detenga.
Quizás la Justicia tardía ni siquiera encuentre una prueba, pero en la
Casa Rosada admiten que el confesionario público de Fariña y Elaskar fue
una de las peores derrotas políticas para CFK: el fango se filtró hasta
en los sectores más carenciados, algo más que suspicacia sobre
venalidad en la gestión. Doble el impacto, además, porque luego los dos
insolventes morales, repentina y sospechosamente, modificaron su
declaración en otro canal de TV, se desmintieron a sí mismos, pidieron
nerviosos perdón a sus denunciados alegando que se habían equivocado
porque eran jóvenes. Nueva categoría de la estupidez organizada.
Mientras, Ella, conmovida por el turbión impúdico, se hundía tensa en un
bache comprensible sin que los masajes y las pastillas pudieran
aliviarla, insomne, aferrada a un control remoto en la madrugada como si
fuera un tótem de la filosofía oriental que en el ejercicio ritual del
zapping le devolviera sosiego.
Para colmo salió en letra de molde lo que ya sabía: el fallo a favor de
Clarín por la Ley de Medios en la Cámara Civil y Comercial. “La peor
semana de Cristina”, otra vez, la quinta o sexta en 2013 y todavía no se
llegó a la mitad de año. Ofuscada insistió con una réplica: arrancar
con fórceps la “reforma judicial” en el Congreso para demostrar poder, a
pesar de que también sabe que un juez suspenderá la vigencia de esas
leyes por inconstitucionales y la elección directa de los consejeros a
la Magistratura no podría realizarse en octubre como Ella dice querer.
Para decir, si ése es el curso, “no me dejan gobernar”. Este juego
parece una premeditada acción del Gobierno: montar una discusión con la
excusa de que la mafia judicial también impide que el pueblo vote, que
la mayoría se exprese, como si el kirchnerismo fuera el proscripto
peronismo de la Revolución Libertadora.
Aun faltaba, en la semana traumática, la movilización del 18A con
multitudes voceando su nombre. No favorablemente, claro. Demasiado para
una sola mujer, atendible que se sujetara a un viejo dicho popular
–corazón que no ve, corazón que no siente– y se embarcara a otro país,
desatendiéndose de otra medicina que heredó de su marido: tanto dijo
Néstor que la gente debía participar y movilizarse, que la prédica tuvo
su premio: la muchedumbre marchó fustigando al Gobierno.
Lo más curioso de la protesta: casi nadie vociferó contra la
re-reelección, como en otras oportunidades. Más que un cambio de
opinión, ese olvido obedece a la realidad de que el gentío entiende ya
como alternativa imposible lo de “Cristina eterna”. Ni siquiera en la
organización previa del evento se debatió la desaparición de la
consigna, para ellos es un hecho consumado. Y para Ella, otro misil en
su línea de flotación, de ahí que atosigara con 60 tuits de rabia
mientras buena parte del país se le plantaba en las calles. Como si la
palabra pudiera parar la marea humana.
Después de la movilización y el descrédito, no es Cristina la única
preocupada por conservar políticamente la cabeza en su sitio: la
conmoción también afecta a Daniel Scioli y Sergio Massa, héroes del
doble estándar, del mostrar y no ejercer, hasta hace horas intocables en
la vanguardia de las encuestas. Uno porque aparece comprometido con la
Casa Rosada aunque allí no lo quieren; y el otro porque se le agota el
tiempo para coquetear entre la oposición y el Gobierno. Se prometían
pacífica convivencia y ahora estalló el conflicto que el próximo 11
alcanzará el climax cuando el tigrense junto a otros intendentes salga a
cuestionar la política de seguridad bonaerense. ¿Ataca a Scioli por
orden de Cristina o por su propia aspiración presidencial? Mucho diálogo
con De la Sota, Barrionuevo, Lavagna, pero a la hora de la verdad sentó
a su diputado Roberti para que el cristinismo pudiera reunir el quórum y
aprobar las leyes judiciales.
A la histeria o a los pactos secretos se los llevará la correntada junto
a los carteles con sus nombres. Raro que no lo sepan dos hombres que
viven junto al río.