El proyecto de Francisco, perspectivas y errores
1.- Antecedentes
El grande Ottaviani
lo había gritado décadas atrás: “cristianos, no estéis prontos a
emocionaros”. Y lo había hecho tomando como suyas unas estrofas del
divino Dante, “siate Cristiani, a muovervi piu gravi”. Aquellos años 50
tenían preocupado al gran cardenal por cuanto veía un abandono de las
prácticas de piedad, de la vida sacramental, en pos de milagros y
videntes.
Pero lo que vio años después ya era otra
cosa. El espíritu de la reforma que vino con Juan XXIII agravó ciertas
tensiones vaticanas. Por una lado los nuevos aires eclesiales
con su optimismo antropológico que no dejaron títere con cabeza ni en
lo litúrgico, ni en lo artístico ni en lo teológico, y por otro los
místicos marginados como un acosado padre Pío o una silenciada y
ocultada sor Lucia de Fátima. Pero entonces la gente ya no abandonaba la
vida sacramental en pos de lo místico, sino que abandonaban místicos y
vida sacramental en pos del mundo. Dante se había quedado corto.
Siate
Cristiani, a muovervi piu gravi: non siate come penna ad ogne vento, e
non crediate ch´ogne acqua vi lavi. Avete el novo e´l vechio testamento,
e ´l pastor de la Chiesa que vi guida: questo vi basti a vostro
salvamento”. Ahora ni nuevo ni viejo Testamento, ni sacramentos ni
místicos, porque los pastores habían decidido no alcanzar la salvación
de las almas, sino hermanarse con el mundo un unión de intereses y
proyectos. A Otavianni le costó lágrimas y la burla cuando le cortaron
el micrófono en plena sesión del Concilio Vaticano II.
Fue una simple anécdota, pero significaba mucho: a la vieja iglesia se
le callaba a la fuerza porque debía darse paso a otra. Y vaya si se le
dio paso.
Fue una revolución, un vendaval, que arrasó
la liturgia, la belleza sacra, la doctrina de la Iglesia, la teología,
la formación en los seminarios, la vida cristiana. Y contra ese
vendaval, con sus luces y sombras, procuraron luchar Juan Pablo II y
Benedicto XVI. Cierto que la Iglesia yacía postrada y rota, pero el
timón de la nave de la Iglesia trataba de sortear los obstáculos a
contracorriente… Hasta que llegó Francisco a la sede de Pedro en
extrañas circunstancias dándose inicio desde aquel día a un grave cambio
en la misión encomendada a la Iglesia.
2.- El proyecto de Francisco
Es difícil negar que Francisco ha supuesto un freno y marcha atrás a
la línea seguida por Benedicto XVI. Si el papa anterior quiso hacer
efectiva la hermenéutica de la continuidad -esto es, que la tradición de
la Iglesia estuviera en relativa igualdad de condiciones que la vida
eclesial postvaticana dominante- Francisco no ha dudado en cortar de
raíz más de una cabeza empeñada en volver a la tradición. Pero no sólo.
Sus palabras, escritos y declaraciones periodísticas nunca han dudado en
legitimar lo que se llamó el espíritu del Vaticano II como el único
camino a seguir. Lo que el mismo santo Padre ha resumido en hacer de la
Iglesia un hospital de campaña, esto es, en que la Iglesia vuelva su rostro a las necesidades materiales del hombre sufriente.
Pero ese cambio de rumbo, ese giro
copernicano, se ha materializado desde la dureza y la crítica para con
quienes representan esa Tradición enemiga del cambio y la amabilidad
para con los rompedores. Y así desde un primer momento Francisco se ganó
la admiración de las multitudes porque, cual prestidigitador, sacaba de
la chistera de su populismo palabras de halago dirigidas a un público
al que no se le pedía ninguna conversión sino simplemente cuidar el jardín del mundo.
Las defenestraciones al núcleo duro evidenciaban que Francisco iba en
serio, que no eran meras palabras. Y las gentes y los medios se dejaban
arrastrar, aplaudiendo cada día el nuevo cambio de la Iglesia, porque
por mucho que los glosadores trataran de cambiar la letra de la música
que interpretaba Francisco, la gente bailaba al son de su canción, no de
las versiones reinterpretadas por otros. Y la música era sincera: virad al mundo, Dios ya os ha acogido.
Y viraron, dentro y fuera de la Iglesia.
Tanto que dejaron de mirar a San Pedro, aquella plaza que antaño
hablara de conversión hacia Dios, y así el Vaticano veía como día a día
el papa Francisco iba atrayendo menos público. Era la lógica
consecuencia: puestos a dejar de mirar a Dios, las vistas del mundo son
más hermosas en otros rincones. Pero también es posible que ese notable
descenso en el atractivo de Francisco se daba a la ausencia de
expectativas de novedades en el gobierno del Papa. Porque parece
evidente que a este Papa se le ha seguido por la esperanza en sus
reformas, novedades y revoluciones.
3.- Perspectivas
A la vista de la situación actual, en la
que el ciclón-Francisco no ha concretado ninguna de las grandes
revoluciones anunciadas (aún siguen pendientes el gran asunto de la
comunión de los divorciados vueltos a casar, la homosexualidad y su
lugar en la Iglesia, el papel litúrgico de la mujer o los mismos curas
casados) cabe plantearse si todo va a quedar así, en nada, o si es de esperar alguna concreción revolucionaria.
De una parte, los máximos interesados en la revolución eclesial
(materializado por los medios progresistas y antieclesiales) no parecen
desilusionados, siguen esperanzados en que la revolución llegará.
Entienden, por tanto, que habremos de ir viendo cambios en un futuro no
lejano. Así, la reforma canónica del proceso de nulidades o la
eco-encíclica última del Papa la ven en esa línea modernizadora y
abierta que desembocará en futuras revoluciones de mayor calado.
Por otra, de entre quienes desde el amor a la Iglesia entienden que no ocurrirá nada, se pueden desglosar dos grandes respuestas mayoritarias: la primera, la del optimismo de la continuidad,
que entiende que entre Francisco y los demás papas no hay más que una
diferencia de estilo por lo que todo cuanto haga irá en línea del
magisterio tradicional; y la segunda, la de la confianza en la infabilidad,
que entiende que a pesar de Francisco y sus ocurrencias la Iglesia no
puede cambiar ni la doctrina ni el magisterio, por lo que es imposible
que modifique un ápice la doctrina multisecular de la Iglesia por mucho
que se empeñe.
Entre ambas dos hay una diferencia de forma, no de fondo, o si se quiere una diferencia emotiva:
los primeros están maravillados con el fenómeno Francisco y los
segundos miran con ansiedad las manecillas del reloj hasta que señalen
el feliz acontecimiento de su marcha de la sede de Pedro, bien por
natural deceso bien por renuncia anticipada. Pero entrambas posturas
emerge una confianza en que no se materializará ninguna de las
revoluciones anunciadas. No obstante es de prever que de producirse
finalmente alguna revolución de calado, dichas posturas ya no
presentarán diferencias de matiz sino de fondo, probablemente la mayoría
de los primeros darán una emocionada acogida a cualquier cambio,
mientras que la mayoría de los segundos reaccionarán críticamente según
la magnitud del cambio.
Sin embargo no parece que la revolución se haya agotado. Y tres son las señales que así lo indican últimamente.
a) Francisco ha relajado el tono de ataque al sector que se le opone pero ha aumentado el proselitismo a favor de una Iglesia entregada al mundo.
Lo que parece simplemente un cambio de estrategia: ya no se ataca a los
reaccionarios justo para evitar la reacción pero se aumenta el trabajo
de convencimiento para alcanzar la aceptación, por acostumbramiento,
ante futuros cambios. Así al pueblo cristiano se le va convenciendo de
la normalidad de las propuestas y al mismo tiempo se logra que hoy, para
el mundo, la iglesia (y lo pongo con minúsculas remarcando lo humano
del Cuerpo místico de Cristo) ya no es enemigo. Caminan del brazo mundo y
Francisco. Y por ello del campo de batalla de los medios ya no se
escucha el golpear de las espadas, o los lances de muerte. Como si todo
hubiera empezado a estar bien. Como si la agenda internacional hubiera
encontrado su aliado en la iglesia de Francisco. Como si la labor de la
jerarquía hubiera de ser ahora juntar niños y niñas en la coyunda del
recreo del mundo para el sólo alborozo de las cosas que se ven y tocan,
sin más trascendencia que la que marque la agenda internacional de los
derechos del hombre, sin Dios, ni trascendencia, ni moral, ni Iglesia.
b) diversas fuentes indican que la exhortación apostólica postsinodal puede haber sido redactada con anterioridad al mismo Sínodo de octubre, y en ella se adelanta el permiso para la comunión de los divorciados
vueltos a casar previo camino penitencial acordado por el obispo de la
mano del confesor o sacerdote (o permitiendo a las conferencias
episcopales que decidan el cómo). Así mismo se habla de que su
publicación no ha de tardar mucho. Ciertamente el discurso de clausura
del Papa no puede pasar desapercibido. Su dureza (y cabreo, diríamos) es
elocuente: no se avanzó valientemente en la revolución por culpa de la
oposición de sector conservador, sector al que tacha de fariseos por
haberse “sentado en la cátedra de Moisés con superioridad y
superficialidad”, o de autores de una “hermenéutica conspiradora y de
cierre de perspectivas” “cubierta por la herrumbre de un lenguaje
arcaico e incomprensible”, expresado con “métodos no del todo
benévolos”. Y esas llamadas a la “inculturización” no pueden entenderse
si no están tratando de justificar una medida que se va adoptar en la
línea aperturista-revolucionaria, eso sí, por territorios.
c) la amenaza de Fisichella de excomunión
a todo el que critique al Papa no parece entenderse sino como una
medida mordaza ante los cambios que están por venir. Lo que jamás se le
hubiera ocurrido decir a Juan Pablo II o al mismo Benedicto (que
recibieron ataques terribles por parte de los miembros progres de la
Iglesia) no ha tenido reparo en predicarlo del que llaman Papa de la
misericordia. Terrible ironía, sobre todo porque las críticas que está
recibiendo este papa no vienen de los antes enemigos declarados de la
Iglesia sino de los más fieles de sus hijos.
4.- Errores
Si la Iglesia, y el Romano Pontífice,
deben ser un puente entre Dios y el mundo, con Francisco papado e
Iglesia no deben ser más que un puente entre la agenda internacional y las conciencias. Dios ha quedado relegado y silenciado bajo el manto de una vacía misericordia.
Es difícil no ver el empeño de Francisco en dar golpes al tronco de la
santidad de la Iglesia al equivocar radicalmente la misión que se le ha
encomendado por el Cielo, porque al haberla hecho girar en dirección a
las cosas del mundo la ha despojado de su mirada hacia Dios. Por ello a
un mundo contrario a las realidades sobrenaturales, contrario al destino
eterno del hombre, contrario a la realidad espiritual, pero embotado de
materialidad enemiga de los mandamientos, de pletórico rechazo a lo
divino e inmerso en brutales tensiones de civilización, económicos y
ambientales, Francisco le ofrece la carpa majestuosa de una gran ONG que renuncia a convertir, santificar y enseñar. No parece atrevido decir entonces que está en juego no sólo el destino del mundo, sino el ser de la Iglesia.
El papel que tendrá el futuro pontífice
para componer el desaguisado dejado por Francisco será titánico, casi
imposible. Y lo que es peor, cada día que pasa se esfuerza el papa
Francisco en que, cuando venga quien le haya de sustituir, no encuentre
ninguna piedra en su sitio, porque es la piedra angular la que ha removido del edificio
poniendo en grave riesgo la totalidad de la Iglesia. No son cuestiones
de matiz, la Iglesia se construye desde dentro, desde el cuidado
sacramental y el cuidado de las almas, y la expansión hacia fuera, hacia
el mundo, sólo es eficaz cuando brilla la santidad dentro de ella.
Sanar el mundo renegando del cuidado de lo más sagrado, su tradición
sacramental, litúrgica, doctrinal, es ofrecer al mundo la misma lepra de
su condenación.
César Uribarri