EL EVANGELIO DE JESUCRISTO
====================================================================
DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO[1][Lc 21, 25-3 3] La 21, 25-28. 34-36Hay cosas que no pueden saberse sin volverse loco, antes de saberlas o después de saberlas.Imaginemos por ejemplo que un sanjuanino hubiese conocido de antemano el terremoto de San Juan ¿no era como para volverse loco? ¿Y si hubiese tenido que anunciarlo? Pobre de él...Cuenta el historiador Josefo, en La Guerra Judaica, que antes de la destrucción de Jerusalén apareció en sus callejas uno que no se sabía si estaba loco o inspirado, venido nadie sabe de dónde, que tenía el mismo nombre de Nuestro Señor (Ieshua), el cual recorría la ciudad sagrada –y deicida– gritando sin cesar “¡Ay de Jerusalén! ¡Ay del Templo!...”. Fue detenido, interrogado, reprendido, amenazado, castigado y azotado, como “derrotista” y sacrílego; y todo fue inútil; nadie pudo hacerle abandonar su estéril tarea, hasta que un día fue herido en la frente por un proyectil arrojado de una catapulta; y cayó muerto gritando: “¡Ay de mí!”.
Es
un ejemplo de lo que decimos: este cuitado había visto la realidad antes que
los demás. El que tiene razón un día antes, veinticuatro horas es tenido por
irrazonante –dice un proverbio alemán–.
Hay
muchas palabras en el Evangelio que son o de un Dios o de un loco; y que no
pueden ser de un hombre común; y el Discurso
Esjatológico es una de ellas. Sobrecoge el ánimo imaginarse a ese grupo de
pescadores y labradores galileos sobre el borde Norte de la ciudad (sobre el
Templo y mirando a Jericó); rodeando a Ieshua-ben-Nazareth
y escuchando salir de sus labios, a manera de relámpagos que rompen la
noche del futuro, palabras desmesuradas como éstas:
“Será
la tribulación más grande que ha existido desde el principio del mundo; más
grande que el Diluvio...
Se
secarán los hombres de miedo y de expectativa ante las convulsiones del
Universo...
Las
fuerzas cósmicas se descompaginarán...
Habrá
signos en el sol, en la luna y en las estrellas; y gran presión entre los
pueblos...
Entonces alegraos [!] porque está cerca vuestra redención...
Verán
al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo con gran majestad y
poderío...
El
cielo y la tierra, pasarán; mis palabras no pasarán”.
Hay
muchos lugares en el Evangelio en que Cristo pronuncia palabras que a ningún
puro hombre serían lícitas, palabras que rompen el equilibrio humano y
muestran como en un relámpago los abismos de la Eternidad; y sin embargo no
están pronunciadas con énfasis ni ahuecando la voz, como hacen los poetas
humanos que se tienen por “os magna sonaturum”–y
Olegario Andrade y su maestro Hugo en esto de hacerse los “bíblicos” llegan
muy lejos– sino más bien atenuadas y como puestas en sordina. Estas palabras
sobrehumanas fueron notadas desde el primer momento: “¿Quién es Éste? Éste no
habla como los demás rabbies. “Nadie
ha hablado jamás como este hombre!...”. Efectivamente.
El
apokalypsis de Lucas, cuya perícopa
final se lee en este Domingo primero del ano litúrgico, es el más breve de
todos; y aquel en que está en cierto modo indicada la división de la doble
profecía; de los signos de la cuida de Jerusalén hasta el versillo 25; y los de
la agonía del Universo del 25 al 32; puesto que lo que hay que decir, como
vimos, de esta dificultosa escritura, es que predice a la vez el fin de una
época de la historia del mundo y el fin de toda
la historia del mundo: en dos planos subordinados, que se llaman typo y antitypo. Pero en este evangelio
esos signos se pueden distinguir más o menos en dos secciones, de las cuales
la primera mira más bien el fin de
Jerusalén y el Templo, y como fondo al fin de la Cristiandad y el mundo; y la
segunda más bien el fin del mundo.
Cosa análoga sucede, como ya hemos notado, en el discurso de la Promesa de la
Eucaristía (Jn VI, 22-58): trata del “Pan de vida”, es decir, a la vez de la Fe
y del Sacramento; y primeramente la fe está delante como figura y el
sacramento detrás como fondo; y luego paulatinamente el Sacramento de la Fe
ocupa sin solución de continuidad el primer plano.
El
año 1941 este mismo Domingo primero de Adviento, prediqué este evangelio en la
Iglesia de Don Bosco de la ciudad de San Juan; tengo todavía los apuntes: el
evangelio de los Terremotos. Si hubiese sabido que poco después San Juan iba a
ser probado por la Calamidad y la Catástrofe, ciertamente no hubiese podido ni
nombrarlo al terremoto. Mas Nuestro Señor dice aquí que habrá “entonces
terremotos grandes por varios lugares, y pestilencias y hambre, y terrores
desde el cielo, y grandes renales...”. Enseguida
después de la tribulación de aquellos días –especifica San Mateo– el sol se oscurecerá, la luna se pondrá
sangrienta y las estrellas caerán del cielo –sol en la Escritura es el
símbolo de la verdad religiosa; luna, de
la ciencia humana; estrellas son los
sabios y doctores– porque “las fuerzas cósmicas se desquiciarán” que así se
traduce mejor lo que la Vulgata vierte: “las virtudes del cielo se conmoverán”;
pues el texto griego dice literalmente “las energías uránicas” (“dinámeis toon ouranoón”).
Los
intérpretes se preguntan si estos signos en el cielo tan extraordinarios serán
físicos o metafóricos; si hay que tomar esas palabras del Profeta como símbolos
de grandes desórdenes y perturbaciones morales, o si realmente las estrellas
caerán y la luna se pondrá de color de sangre; en cifra, si los “terremotos”
profetizados serán los terremotos de San Juan visibles o bien los invisibles –y
mucho peores– terremotos de Buenos Aires. Probablemente las dos cosas; porque
al fin y al cabo, el universo físico no está separado del mundo espiritual
–los ángeles mueven los mundos, decían los antiguos filósofos– y estas dos
realidades, materia y espíritu, que a nosotros aparecen como separadas y aun
opuestas, en el fondo no son sino como dos rostros de la misma realidad
fundamental. Esas “fuerzas del Cielo” de que hablamos, para los filósofos
griegos eran espíritus, para los científicos modernos son vibraciones del éter;
y esas “energías cósmicas”, que somos advertidos “se desquiciarán”, el hombre
ya les ha encontrado el quicio, porque ha penetrado en ese éther (áitheer) que los griegos tenían por el alma del fuego o el
fuego esencial; y Santo Tomás ensenó es el dominio propio de los ángeles. El
hombre moderno ha penetrado en este dominio de los ángeles guiado quizá por uno
de ellos ¿chi lo sí? Lo cierto es que
los grandes astrólogos, alquimistas y hechiceros de nuestros días han
realizado un enorme progreso: han inventado el instrumento con el cual se
puede destruir el mundo; o por lo menos “la tercera parte de él”, como dice el
Apokalypsis. “Las energías uránicas se desquiciarán...”. Bien, la bomba atómica
la fabrican hoy con un metal llamado uranio, al cual lo desquician o desintegran.
Lo
que tiene que ser, será. El tiempo no vuelve atrás. La creación madura. El
drama de la Humanidad pecadora, redimida y predestinada, tiene que tener su
desenlace. El Bien y el Mal han ido creciendo en tensión desde el principio
del mundo, como dos campos eléctricos; y algún día tendrá que saltar la chispa.
Ese día no es un día perdido en la lejanía de lo ilimitado, porque Cristo por
San Juan pronunció categóricamente que seria –relativamente– pronto; y por San
Lucas y los otros Sinópticos recomendó que estemos ojos abiertos para verlo
venir. “Mirad la higuera: cuando reverdece vosotros sabéis que está cerca el
verano; así cuando veáis que comienzan estas cosas, sabed que está cerca
vuestra redención.”
Las
primeras generaciones cristianas vivieron en la ansiosa expectativa de la
Parusía, conducidas a ello por el versículo oscuro y ambivalente de cuya
dificultad hemos hablado; mas no es verdad lo que dicen los racionalistas
actuales, que se “han equivocado” propiamente, pues una cosa es temer, otra es
afirmar; y así vemos, por ejemplo, que San Pablo reprende a los de Tesalónica
los cuales temerariamente “afirmaban”; declara y reitera que “él no sabe”, ni
nadie, cuándo será el Advenimiento; reta a los temerarios o perezosos que
arreglaban su vida sobre la base de esa afirmación; y les notifica que no puede
aparecer el Anticristo mientras no sea retirado el “Obstáculo” –ese misterioso “katéjon-katéjos” que está una vez en
género neutro y otra en masculino– y que el “Obstáculo” todavía está allí “¿No
recordáis que os lo dije?”, reprende el Apóstol. “A ellos se lo dijo, a
nosotros no”, se queja San Agustín.
A
pesar de eso, este eco del versículo difícil se dilató y resuena aún en la Epístola CXXI, § 11, de San Jerónimo,
siglo V; cuando vencido y muerto el “Imperator” Estilicón por el vándalo
Alarico, los reyes bárbaros desbordaron la frontera de Milán y tomaron y
saquearon a Roma, haciendo temer al solitario de Belén que había sido retirado
el “Obstáculo”; el cual para él no era otra cosa que el Imperio y la Civilidad
Romana; lo mismo que para Agustín[2] y la mayoría de los
Santos Padres antiguos.
Solamente
cuando los sucesos mismos mostraron que aquella raya de Esta Generación no
pasará” se aplicaba solamente a la Pre-Parusía (el fin de la Sinagoga) y no a
la Parusía, repararon bien los cristianos en los varios rasgos que en el
Evangelio indican el Intersticio; como por ejemplo el patente versillo de
Lucas XXI, 24, donde se predice la matanza y la dispersión de los judíos por
todo el mundo, y que “Jerusalén será pisoteada por los Gentiles hasta que
llegue el tiempo (del Juicio) de las naciones”. Luego uno fue el Juicio de
Israel, otro será el Juicio de las Naciones: dos sucesos separados
contemplados como en uno.
Este
versillo dice con claridad un intersticio o intervalo entre los dos sucesos
(Pre-Parusía y Parusía), claridad que resulta meridiana si se repara en que el
versillo alude a la Profecía de las 70 Semanas de Daniel, donde paladinamente
se predice la destrucción de Salen y su Santuario por un Príncipe y su
ejército, y después la “Abominación de la desolación que durará sobre la Ciudad
Santa y Deicida hasta que el mismo Devastador [el Imperio Romano, la
Romanidad] sea a su vez devastado”; que es lo que se diría está pasando o por
pasar ahora; a 1.900 años de la devastación de Salen por Tito César.
Del
Libro de las Instituciones Divinas de
Lactancio, libro XII, capítulo 15.
Título.-
Que la submersión del lagartón y los
Egipcios, y la liberación de los Hebreos de la servidumbre egipcia prefigura la
liberación de los elegidos y la reprobación de los condenados que ha de ser en
el fin del mundo. Y que muchas señales precederán a la liberación ésta, igual
que aquella. Y que antes desaparecerá el Imperio Romano. Y que la hegemonía
total retornará al Asia...
Tenemos
en los arcanos de las Sacras Letras [escribe Lactancio y traduzco en el mismo
tono retórico del autor] que el Patriarca de los Hebreos pasó al Egipto con
toda su familia y parentela apremiado por la carestía de alimentos; y que su
posteridad, habiendo habitado mucho tiempo en Egipto y crecido en sector
numeroso, siendo oprimida con yugo de esclavitud grave e intolerable, hirió
Dios a Egipto con llaga insanable y libertó a su pueblo sacándolo por el medio
del mar, rasgadas las aguas y apartadas a una y otra parte, para que el pueblo
caminara por lo seco; mas tentando el Rey de los Egipcios seguir a los
fugitivos, volvió el piélago a sus cauces, y el Rey fue atrapado con todo su
ejército. Prodigio tan claro y tan asombroso, aunque por el momento mostró el
poder de Dios a los hombres, sin embargo fue principalmente signo y
prefiguración de una cosa mayor, la cual parecidamente Dios ha de hacer en la
última consumación de los tiempos. Pues liberó a su gente de la pesada
esclavitud del mundo. Pero como entonces era uno solo el pueblo de Dios, y
estaba en una sola nación, entonces sólo Egipto fue golpeado. Mas ahora, porque
el pueblo de Dios congregado de entre todas las lenguas, habita entre todas
las gentes, y es dominado y oprimido por ellas, ocurre que todas las naciones,
es decir, el orbe entero, sea azotado con justo flagelo, para librar al pueblo
santo y cultor de Dios. Y como entonces acontecieron prodigios con que la
futura derrota de Egipto se mostrara, así en el final sucederán portentos
asombrosos en todos los elementos, por los cuales se entienda por todos el final
inminente.
Aproximándose
pues el término de este ciclo, es forzoso que se inmute el estado de las cosas
humanas y caiga más abajo aún, a causa de la maldad creciente; de tal modo que
aun estos tiempos nuestros en que la injusticia y la malignidad creció al sumo
grado, en comparación con aquel mal extremo e insanable, se podrían tener como
felices y realmente áureos.
Pues
de tal manera escaseará la justicia; y crecerán de tal modo la codicia y la
lascivia, que si algunos entonces fueren buenos, serán presa de los malevos y
atropellados de todos modos por los injustos; sólo los malos serán opulentos, y
los buenos se debatirán la pobreza y en las velaciones.
Se
contusionará todo el derecho y perecerán las leyes. Ninguno entonces poseerá
nada si no fuere adquirido o defendido malamente: la audacia y la fuerza lo
poseerán todo. No habrá confianza en los hombres ni paz ni humanidad ni pudor;
ni verdad. Y así tampoco habrá seguridad ni gobierno derecho, ni refugio contra
los males.
Toda
la tierra se alborotará, y rugirán guerras por doquiera; todas las gentes
andarán en armamentos y se resistirán mutuamente. Las naciones fronterizas
pelearán entre sí. Y Egipto el primero de todos pagará el castigo de sus
estúpidas supersticiones y será cubierto de un río de sangre. Entonces la
espada recorrerá la tierra, segándola toda y postrando las cosas como mies
madura[3].
Y
de esta confusión y devastación, la causa será que el nombre Romano, por el
cual hoy se rige el orbe (me horroriza el decirlo, pero lo diré porque ha de
suceder) será quitado de la tierra y el dominio volverá al Asia, y de nuevo
mandará el Oriente; y el Occidente servirá.
Ni
debe extrañar a nadie que un reino tan potentemente cimentado, tanto tiempo y
por tan magnos varones valido, y con tan grandes munimentos confirmado, todo no
obstante un día caerá. Nada hay creado por fuerzas humanas que las mismas
fuerzas humanas no puedan destruir: porque mortales son las obras de los
mortales; pues los otros reinos anteriores, habiendo luengamente florecido, sin
embargo también murieron”...
No
sabemos de dónde sacó el insigne predecesor y maestro de San Agustín en el
siglo m esta descripción y predicción de unos tiempos que, en nuestra opinión,
se dan un aire a los del siglo XX... Pero allí está ella; y yo la he copiado al
pie de la letra.
Cristo
quizá advirtió a sus oyentes –como algunos quieren creer– que los dos Grandes
Sucesos no eran Uno sino en reflejo; pero no así el Evangelista a sus lectores.
San Pablo dijo a los de Tesalónica cuál era el “Obstáculo” que impedía la
manifestación del Anticristo; “pero no a nosotros”, exclama dolido San Agustín.
La Primera Venida de Cristo fue marcada por Daniel profeta con una cifra exacta
de años[4]; pero no así la Segunda.
Varias veces la Cristiandad (siglo IV, siglo X, siglo XIV) ha temido ya estar
delante de “la Hora temida y el Día definitivo” como decía San Jerónimo el ano
409; y se ha equivocado; pero algún día no se equivocara.
Yo
sé decir que si todos mis conciudadanos supieran algo que yo sé, habría más golpes
de pecho y menos risotadas en la República Argentina. Desdichado del que ha
sido escogido para saber cosas que no se pueden decir; pero feliz en definitiva
el que ha sido escogido para saber cosas;
y mil veces feliz si esas cosas son “las que te van a salvar” (“ea quae sunt ad pacem tibi”, Lc 19,
42). Como el pobre loco Ieshua de
Jerusalén, que las paso muy malas; pero al fin y al cabo, él sabía, y los demás
estaban ciegos.
[Mt
11, 1-10] Mt 11 2-11
El
ano litúrgico se abre con el Adviento que significa Venida o Llegada. La Iglesia abre y cierra el ciclo litúrgico con
un evangelio acerca de la Segunda Venida de Cristo o sea la Parusía; y durante
las otras tres semanas del Advenimiento, lee tres evangelios acerca de San Juan
Bautista, el nuncio de la Primera Venida de Cristo llamado el Precursor. Ellos contienen el primero,
tercero y cuarto testimonio que dio el Bautizador solemnemente de que el Rabbi Ieshua de Nazareth era realmente
“El que había de venir”, el Esperado; en aquel tiempo, ansiosa y nerviosamente
esperado y ahora también; por los que conservan aquella antigua fe.
Lo
malo para comentarlos es que no están en ese orden, sino al revés: primero está
el último, el testimonio que dio definitivamente desde el calabozo, licenciando
a sus discípulos para que fuesen a Cristo; al cual testimonio Cristo respondió
dando testimonio a su vez de su humilde precursor con una gran alabanza, pero
no lo libró de la cárcel. Este es el evangelio de hoy. Después viene el que dio
a los fariseos; y por último el que dio ante todo el pueblo, desde el comienzo
de su predicación, anunciando que había que prepararse enérgicamente porque
había llegado el tiempo en que “toda la carne vería el divino Salud-Dador”.
Ante todo el pueblo es un decir, porque los que se congregaban en la ribera del
Jordán cerca de Betsaida, donde el salvaje nazareno bautizaba y clamaba, eran
más bien pocos, de a grupitos; pero había allí de todas las profesiones y
clases sociales, incluso fariseos; y hasta el mismo Herodes Antipas cayó allí
una vez, por desgracia. De a grupitos pasaron por allí, al final, muchísimos;
todo el pueblo, puede decirse (éste es el evangelio del traspróximo Domingo).
Así,
pues, mientras Jesús trabajaba con sus manos oscuramente en el taller de
Nazareth, apareció en una playita del río llena de cañas y sicomoros un
desconocido venido del desierto, que podríamos llamar ermitaño, con larga
melena nazarena, una piel de camello por vestido y un físico enjuto y quemado
por el sol y las privaciones, pero de un coraje y una potencia extraordinaria:
“salvaje magnético” lo llama Papini; “endemoniado” lo llamaron a poco andar
los fariseos. Este profeta poderoso austero humilde, que fue mártir de la moral
natural, y no hizo otra cosa en su vida que “allanar los caminos” para otro,
suscitó una gran expectación, tanto que algunos creyeron era el Mesías; y un
fuerte movimiento religioso, del cual benefició Cristo. Antes de predicar la
moral divina, había que “enderezar los senderos” de la moral natural. El
Bautista es la rectitud moral y la humildad llevadas al heroísmo; él predica la
ley natural así como su Bautizado número uno promulgará más tarde la ley
divina; los dos luchan contra la seudo Ley anquilosada y corrompida de los
fariseos. Los temas de Juan son solamente tres: 1) Haced penitencia; 2) el
Tiempo ha llegado de la Venida; 3) vosotros “raza de víboras”, ¿qué os habéis
pensado?
Lo
primero que hizo Cristo después de despedirse de su madre viuda y dejar el
taller (“a su hermano Jacobo” dice Schalom Asch) fue recibir el bautismo de la penitencia, conexión
visible y solemne de su misión con la de Yohanan; y por él con todos los
antiguos profetas y todo el Antiguo Testamento. Como nota San Agustín la
religión (“la Ciudad de Dios”) es una sola; y se remonta hasta el principio del
mundo, conectados todos sus tramos por nexos perspicuos y solemnes; Adán,
Abraham, Moisés, Los Profetas, Juan Bautista, Cristo. Para ensenarla hay que tener
autoridad y la autoridad no se inventa, se recibe. Allí en ese bautismo que
tuvo lugar una tarde cualquiera de un día cualquiera ante un grupo de
cualesquiera, sucedió la primera revelación del último Tramo de la Religión, el
definitivo, tras el cual no hay ya que esperar otro, revelación que el mismo
Juan necesitaba, pues “Aquel sobre quien descendiera el Espíritu, Ese es”, le
había sido dicho por el Espíritu en el desierto. Y así Cristo en toda su
carrera se refiere siempre a esa primera revelación y vínculo legitimante
(“¿Con qué autoridad dices estas cosas?”.) Tú te has inventado una autoridad
que nosotros no te hemos dado. “Con la autoridad que me dio mi Padre.”
“Éste
es mi hijo querido en quien están todas mis complacencias. Oídle a El”[5] El origen de mi confusión es que algunos exégesis modernos
conjeturan que en las dos ocasiones la voz del Padre fue la misma; y los
Evangelistas reservaron la pequeña añadidura “oídle” –que de rodos modos está
implícita en la teofanía del Bautismo– para la ocasión más solemne; basándose
para ello en la autoridad del Codex Beza.
No me parece probable esta conjetura. Ver sobre esto John O'Flynn y
Reverendo A. Jones en Catholic
Commentary on Holy Scripture, Nelson, London., dijo el trueno del cielo, al
mismo tiempo que una luz en forma de paloma se cernía sobre los dos humildes
nazarenos, inmergidos el agua hasta las rodillas, como lo hemos visto tantas
veces... gracias a los pintores.
No
se entiende nada del Bautismo de Cristo si no se atiende a esta necesidad de la
autoridad religiosa. “Yo no me he enviado, Dios me ha enviado” debe poder decir
el Apóstol; y eso significa Apóstol: Enviado.
“Tú no tienes necesidad de bautismo”, dijo Juan a Jesús; “Deja eso ahora”,
le replicó éste. Necesitábamos nosotros ese nexo de la autoridad religiosa.
No
siempre que Dios envía un hombre con una misión peligrosa avisa previamente a
las autoridades. A veces lo autoriza Él mismo, o con la santidad de su vida, o
con milagros; y las autoridades deben arreglarse con sus propios medios a
reconocerlo. Si lo desprecian, Dios permite que caigan en el peor error, y
cometan el crimen más horroroso, que es matar a un hombre de Dios –por el hecho
de ser de Dios– en nombre de Dios. Entonces un desastre espantoso se desploma
sobre esta gente y sobre el pueblo que representan, podrido como ellos. Pobre
Argentina, que no escuchas a tus maestros, desprecias a los precursores y matas
a los profetas. “Los fariseos –dice el Evangelista– despreciaron a Juan, y no
recibieron el bautismo de penitencia, con lo cual se embromaron”, y rehuyeron la sabiduría “la cual se justificó después
por sus obras”, es decir, por las obras milagrosas que hizo Cristo. Desde
entonces comenzaron las violentas imprecaciones de Juan contra los jefes
espirituales de la nación; pero no sin que antes el profeta hubiese dado llana
y modestamente cuenta y razón de sí mismo a la delegación oficial de estos
jefes oficiales, que se le aproximó cuando ya su nombre corría indetenible
entre las gentes religiosas, que lo tenían por el Mesías, unos; por Elías el
segundo Precursor, otros; y por un gran profeta, todos. La única profecía que
hizo Juan fue reconocer al Mesías como Mesías; no es poco. Es todo, si se
quiere.
“Si
queréis, él es ciertamente el Elías, el que ha de venir; pero esto que os digo
es misterioso”, dijo Cristo como última palabra acerca de Juan; el cual ya
entonces (al fin del primer año, primera misión de Galilea, después de la
primera resurrección de un muerto) estaba en el sótano del palacio de Herodes,
sin hacerse ilusiones acerca de su futuro “Conviene que el Otro crezca y yo
mengüe.” Juan cerró entonces su misión entregando el resto de sus discípulos
–ya había enviado a otros–, que con ansiedad en torno de él todavía se afanaban
desesperanzadamente, al Taumaturgo que desde Cafarnaúm recorría el lago, las
aldeas y las colinas. Juan no habla hecho ningún milagro; sus discípulos
esperaban de el que, rompiendo cerrojos y cadenas, aterrorizase a Herodes y
volviese a su puesto del río Jordán. No lo hizo. Pero el Mesías sí había de
hacer milagros; era una de las señales que habla puesto acerca de Él el profeta
Isaías.
Juan
se comporta siempre con una humildad conmovedora; fiero delante de los
fariseos, delante de Jesús se hace polvo: “No soy digno ni de atar las cintas
de sus sandalias.” Así en esta ocasión en vez de responder directamente a sus
contusionados secuaces, envía a dos de ellos en su nombre y en representación
de todos a Galilea a preguntar al Joven Maestro: “¿Eres Tú el que [desde hace
siglos esperamos] ha de venir, o hemos de esperar todavía a otro?”. Jesús
tampoco respondió directamente –las palabras son pequeñas en algunas ocasiones–
sino que prosiguió sin responder su predicación y sus curas delante de los dos
johannidas y finalmente dijo: “Andad y anunciad a Juan lo que habéis
presenciado: Los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios,
los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados: y dichosos
los que de mí no se escandalicen” (es decir, dichosos los que en mí no
tropiecen; porque encontrando a Cristo, o se cree, o se da un encontronazo).
Cristo
resumió en esta breve respuesta las profecías taumatúrgicas de Isaías de los
cantos 29, 35, 61, 13, 26 y sobre todo del canto 5: del cual dos frases
literales están aquí: “Los ciegos ven... los pobres son iluminados”. Ese es el
milagro fundamental de Cristo y de su Iglesia: iluminar. ¡Y ay de la Iglesia
cuando los pobres no son iluminados!
Apenas
los dos johannidas, exultantes sin duda, zarparon, Cristo canonizó al
Bautizador, y le rindió a su vez testimonio. En la turba que lo escuchaba habla
quienes escucharon antes a Juan; y a éstos se dirigió: ¿A quién fuisteis a ver
en el desierto de Besch-Zeda? ¿A una caña que el viento agita? Decidme ¿qué
cosa fuisteis a ver...? ¿A un hombre vestido con elegancia? Los que visten fino
están en el Palacio de Gobierno, no en el desierto. Respondedme pues a quién
habéis andado a buscar. ¿A un profeta? Sí, así es, a un gran profeta y más que
profeta. Éste es aquel de quien tenemos Escritura: He aquí que yo mando delante
a mi Enviado, que prepare los caminos delante de Ti...”. Es un versículo del
profeta Malaquías. Cristo alude a los hombres “influyentes” que andaban por
entonces vendiendo palabrería devota, que no tenía efecto alguno, como rumor de
cañaveral; y a los Saduceos o progresistas
(la secta rival de los Fariseos o separados)
que hoy llamaríamos intelectuales que
andaban en torno al diletante Herodes Antipas –por lo cual el Evangelio los
llama a veces “herodianos”– discutiendo las últimas novedades de la filosofía
de la Metrópoli. El de Besch-Zedá era otra cosa.
Cristo
lo “canonizó”: “Palabra de Honor [excáthedra]
ningún hijo de mujer se alzó en el mundo mayor que Juan el Bautista”, de
donde algunos teólogos han discutido verbosamente si el Bautista es un santo
mayor que Abraham o mayor que Moisés, o mayor que San José. Pero Cristo
determinó claramente el sentido de sus palabras añadiendo otra exageración
–todo Cristo está lleno de exageraciones equilibradas de a dos en dos, como los
arcos góticos de una catedral–: “Pero yo os digo que el menor del Reino de los
Cielos es mayor que él”: con lo cual dijo que la preeminencia de San Juan se
entiende solamente sobre todos los profetas del Antiguo Testamento; en efecto,
los demás vieron de lejos y entre celajes al Mesías; y éste lo mostró con el
dedo... Con Juan se cierran “la Ley y los Profetas” –añadió Cristo– y comienza
la Iglesia, no en contra sino encima. Los judíos deberían levantarle una
catedral en Jerusalén al Bautista. Y a lo mejor se la levantan, ahora que se
están reuniendo todos allá. En Jerusalén en donde lo mataron.
Ninguna
catedral mayor que la devoción del pueblo cristiano al híspido profeta de
Besch-Zedá: cosa de la mitad de los cristianos del mundo se llaman Juan, sin
contar una de las mejores provincias argentinas y contando todos los italianos
que se llaman Bachicha (“Aserrín
aserrán los maderos de San Juan [algunos dicen “los dineros de San Juan”] ¿dónde
están?”). El 24 de junio es en Europa el día más largo del año (el solsticio
de verano) y los gentiles celebraban la víspera de ese día al dios Sol,
encendiendo hogueras sobre las colinas para matar la noche del todo; y con
festejos de alegría y con supersticiones pintorescas. Los cristianos
transformaron esa fiesta étnica –cuyas supersticiones no obstante han llegado
hasta nosotros– plantando al Precursor en ese día –entre nosotros el más corto
del año– y transformando las hogueras de Apolo y Osiris en Las fogatas de San Juan. Pero San Juan no fue el iluminador, no fue
el sol, sino a la manera del alba que precede brevemente al sol, en verde, oro
y sangre. “No era él la luz, sino para dar testimonio de la Luz”, dice de él
otro San Juan, el Evangelista.
La
idea es que ese día hay que quemar todos los trastos viejos, cachivaches y
rezagas que hay en la casa y hacer limpieza de basura e inutilidades; y ese
fue justamente el fondo de la prédica del Bautista; “Poner el hacha en la raíz
del árbol muerto.” ¡Qué andáis con pamplinas, con palabras muertas, con
discusiones inútiles, con leyes nimias, con politiquerías pueriles y con pataratas
de Reforma, Reacción y Revolución en los momentos en que las bases mismas del
mundo se descompaginan todas! Quemad con la penitencia la leña muerta, si
queréis obtener luz Cuando veáis que los comunistas queman iglesias, haced
vosotros en vuestro corazón las santas fogatas de San Juan.
Los
“comunistas” queman iglesias[6], que les parecen
inutilidades, ellos celebran a San Juan a su manera, que no es buena. La buena
es quemar las inutilidades del corazón. Cuando los vándalos quemaban iglesias
en Roma, San Cipriano escribía a sus obispos: “No os deis afán por edificar
templos materiales en los cuales al fin y al cabo sabéis que un día se sentará
el Anticristo. Edificad la fe en los pechos, templos que nadie puede quemar.”
Con
esto no queremos decir que hay que dejarlos no más a los “comunistas” quemar
Iglesias. ¡Cuernos!
[Jn 1,
19-28] Jn 1, 6-8. 19-28
El
evangelio del tercer Domingo de Adviento (Jn 1, 19), trae el segundo testimonio
de Juan Bautista acerca de Jesucristo, el que dio a las autoridades religiosas
oficiales.
Está
puesto al principio del Evangelio del otro Juan después del solemne prefacio
en que el Evangelista declara que “el Verbo era Dios”. Juan el Aguila conecta
su propio testimonio de que Cristo era Dios (objeto del cuarto Evangelio) con
el testimonio de Juan el Lobo de que Cristo era el Mesías; completándolo.
Este
testimonio del Bautista a los fariseos acerca de Cristo y de sí mismo, tuvo
lugar más o menos en la mitad de su corta carrera, que fue más corta aun que la
de Cristo. Juan sobrevino repentinamente como un meteoro, iluminó lo que tenía
que iluminar, y se apagó bruscamente.
San
Lucas tarja cuidadosamente el principio y el fin de su corta tarea, como si
esos dos topes tuviesen notable importancia. Al principio de su misión predicó
simplemente, aunque con fuerza extraordinaria “penitencia urgente porque el
Tiempo llegó”. Sus oyentes sabían perfectamente qué cosa significaba “el
Tiempo”, que era entonces objeto de las más ardientes discusiones: las Setenta
Semanas de Daniel ya cumplidas, la esperanza de Israel y las Naciones a punto
de realizarse, la plenitud de los
tiempos.
A
los que daban muestras de arrepentimiento de sus faltas –hasta confesarlas
públicamente algunos– Juan los bautizaba por inmersión, advirtiéndoles que era
bautismo “provisorio”, y les imponía una regla de conducta sencilla, tomada de
la moral natural; porque para reconocer al Mesías había que disponerse, quitando las lagañas de los
ojos interiores. Con esto, su trabajo estaba listo.
Sus
imprecaciones contra el fariseísmo no empezaron sino después de la
investigación oficial que narra el evangelio de hoy. Juan sabía perfectamente
quiénes eran los fariseos –era de familia sacerdotal– sobre todo si fue essenio, como creemos; pero era como una
onza de plata en rectitud y humildad; y lo mismo que Cristo, no iba a empezar
su misión religiosa con un levante a las autoridades religiosas, que no es la
manera de empezar de los santos; aunque a veces es la manera de acabar; y de que
lo acaben a uno. Véase por ejemplo el acabamiento del filósofo Soren Kirkegor.
Cuando
se presenta en el remanso solitario de Besch-Zedá una delegación de
“sacerdotes y levitas” comisionados de Jerusalén, Juan los acoge con sencillez
y sin descortesía; probablemente con reverencia incluso. Su nombre corría ya de
boca en boca como de un varón extraordinario las mujeres y algunos entusiastas
se dejaban decir que era nada menos que “el Mesías”. ¿No se habían cumplido ya
los Quinientos Años de Daniel? El Cotarro de Jerusalén –que en hebreo se llama Sam-Hedrim y en griego Synhedrio– aunque era propenso a
despreciar, no podía pasarlo por alto; y así mandó tomarle declaración:
“–Tú
¿quién demonio eres?” –el diálogo entre el Bautizador y los delegados es altamente
típico–. “Juan confesó y no negó, y confesó diciendo”... marca el Evangelista,
indicando que se trataba de una “confesión” o declaración de conciencia,
incluso quizá peligrosa. –Yo no soy el Mesías, dijo San Juan, leyéndoles las
intenciones. –Entonces, declara quién eres ¿eres por si acaso Elías? –No soy
Elías. –¿Eres Profeta? –No... La última réplica le salió seca.
Sin
embargo Cristo, que no miente, dirá después que Juan era en cierto modo Elías,
y que era el más grande de los Profetas. ¿Por qué negó Juan que era profeta?
“Por fastidio hacia esa gente soberbia”, dirá Teofilacto. “Por humildad”, dirá
el Crisóstomo. Pero la humildad nunca está reñida con la veracidad, “la
humildad es la verdad”, dice Santa Teresa. Juan no negó que era profeta, Juan
negó que era “el Profeta”... que estaba en la mente de los interlocutores.
Llenos de bambolla y de ideas “nacionalistas”, ellos se figuraban un Mesías
guerrero; y un Precursor Caudillo, por el estilo.
Ese profeta que ellos
imaginaban, un Elías o un David, no era Juan. Era sin embargo más que David en
su humilde estación y en su aspecto áspero y salvaje. Era el dedo que apuntaba
a Cristo; y en ese sentido, metafóricamente, era también Elías.
Por
mala comparación, es como si en la Argentina, pobre país que tantea en lo
oscuro sin saber de dónde le vendrán el orden y la salud, surgiese un
Manosanta capaz de ordenar, sanar y sacar adelante el país; y otro hombre capaz
de abrirle camino en esta empresa milagrosa; porque las cosas grandes las hacen
dos. Y entonces fueran los resistas y los antirrosistas y le preguntaran al
Precursor:
–¿Tú
eres el Libertador?
–Yo
no soy el Libertador.
–¿Eres
el segundo Don Juan Manuel? –o Don Bernardino, ad libitum–
–No soy el segundo Don Juan
Manuel.
–¿Eres
caudillo, por lo menos?
–No
soy el Caudillo.
–Entonces,
¿qué diablo eres?
–Yo
soy un pobre argentino que hace lo que puede, nada más y nada menos que lo que
Dios quiere de él; y eso más mal que bien...
Entonces
lo despreciarían todos los politiqueros, no menos que la Curia Eclesiástica, y
los grandes diarios. En otro plano, así respondió el Bautista.
“–Entonces
¿tú quién diablo eres, y a ver qué nos dices de ti mismo, para que llevemos
Respuesta a los que nos envían...”. Era la conminación de la autoridad. Juan no
se sustrae a ella:
“–Yo
soy La-Voz-que-grita-en-el-Desierto” (una sola palabra en arameo, como si
dijéramos Wuesterlictruiendestimme en
alemán, “ése es mi nombre”...). El mundo en aquel tiempo, religiosamente
hablando, era un desierto. Juan era una simple voz; pobre y potente voz, una
voz casi sin cuerpo, un cuerpo humano hecho pura voz[7].
“–¿Y
qué grita esa voz?
–Grita:
Preparad los caminos al Señor, como dijo Isaías Profeta. Nada más. “
Los
fariseos lo despreciaron: era uno de tantos gritones más. Era un fanático de la
revolución mesiánica. A la vista estaba que éste no iba a vencer a Pilato, ni a
derribar a Herodes y a los herodianos. Políticamente, cero.
“–Entonces
¿cómo diablos bautizas, si no eres ni el Cristo, ni Elías ni el Profeta?”.
Gran
idea tenían los judíos del bautismo; la misma que tenemos nosotros. Perdonar
los pecados puede solamente Dios o aquel que lo representa; y ese lavacro con
agua significa para ellos y nosotros la limpieza de las lacras morales.
Juan
ya había bautizado a Cristo y había tenido la gran revelación del Espíritu
acerca de él. “Aquel sobre el cual vieres descender en forma visible el
Espíritu, Ese es.” Así que lanzó directa y decididamente su Testimonio, lo que
tenía que anunciar, aquello para lo cual era nacido, a unos oídos taponados y
no dignos de recibirlo:
“–Yo
bautizo con agua; en medio Vuestro está Otro, que vosotros desconocéis, que
bautizará con fuego. Ese es el que ha de venir después de mí, que fue hecho
antes de mí. Ése es más grande que yo, y en tal medida, que yo no soy digno ni
de atarle los cordones del calzado.”
Zás,
aquí sí que la arreglamos –pensaron los fariseos–; éste es loco. Despreciaron a
Juan y no aceptaron su bautismo precursorio, para mal de ellos, dice el
Evangelio. Más tarde Cristo los pondrá en gran aprieto, refiriéndose justamente
al bautismo de Juan.
Veamos
el otro episodio paralelo a éste. En el Templo, en una de sus últimas
contiendas con estos hipócritas engreídos, exigiéndole ellos, lo mismo que a
Juan, declinase “con qué autoridad haces esas cosas”, respondió discretamente
el Cristo:
“–Decidme
vosotros antes, por favor: el bautismo de Juan ¿era de Dios o era [invención]
de los hombres?”.
Se
cortaron; porque vieron que si respondían era
de Dios, reconocían que Cristo tenía veramente autoridad; y si decían era cosa de hombres fanáticos, temían la
ira del pueblo. “No sabemos”, dijeron.
“–¡Entonces
tampoco puedo deciros qué autoridad tengo yo!”.
Parece
un truco hábil de los usados por los “contrapuntistas” palestinos; y una “respuesta
de gallego”, que dicen los catalanes responden preguntando; y lo es en efecto. Pero es más que eso: es responder
implícitamente a la pregunta: “Si Juan el Bautista tenía autoridad de Dios, yo
tengo autoridad de Dios.” Era responder y no responder, que es lo que cumple
con los malintencionados.
Con
esta autoridad, el Precursor de Cristo comenzó desde entonces a denunciar a los
fariseos, y a imprecarlos con la voz gorda; que es la única que quedaba para
salvarlos, aunque tampoco los salvó por cierto. “Hijos de víboras, raza de
serpientes, generación bastarda y adúltera ¿qué os habéis pensado? ¿Pensáis que
habéis de poder huir de la ira de Dios que se aproxima?”. Juan denunció a los
fariseos como los peores corruptores de la religiosidad; denuncia que había de
retomar más tarde Jesucristo en pleno y en gran estilo.
El
es la sífilis de la religión, y el peor mal que existe en el mundo. Es el
pecado contra el Espíritu Santo”. Tanto que algún Santo Padre ha predicado que
los únicos que van al infierno (es decir, que de hecho se condenan) son los
fariseos; y que eso significaría el dicho de Cristo: ese pecado no tiene perdón
en esta vida ni en la otra”, proposición que yo no suscribiría, porque
realmente no sé en absoluto quiénes están de hecho en el Infierno, como
pretendió saber Dante Alighieri Ni nadie lo sabe. Recuerdo cuando yo estaba por
hacerme cura, el párroco de mi pueblo, un piamontés nombrado Olessio, me dijo:
“Apruebo tu determinación; pero te prevengo que el infierno está lleno de
curas...” Ni él tampoco sabía nada, por cierto.
Tampoco
sé si Juan el Bautista fue el santo más grande que ha existido, mayor que San
Francisco, San Pablo y San José. Esa discusión no interesa.
Los
jesuitas creen que el santo mayor es San Ignacio; los dominicos que fue Santo
Domingo, los españoles que fue Santa Teresa; los franceses Juana de Arco, y en
un pueblo andaluz que se llama Recovo de la Reina, cuyo patrono es San
Pantaleón, creen que el santo mayor de la corte celestial es el
Glorioso San Pantaleón
Santazo de cuerpo entero
Y no como otros santitos
Que ni se ven en el
suelo...
El
Pae Polinar creía de buena fe, como narra Pereda, que los santos más grandes
del mundo, después de Nuestra Señora, eran los Santos Mártires de Santander,
Emerencio y Torcuato. Lo que interesa no es saber cual fue el santo más grande
–todos son los más grandes cada uno en su linea, como todas las obras
maestras–, sino llegar a contarse entre ellos, aunque sea como el más pequeño.
Juan
el Bautista fue el santo más grande del Antiguo Testamento, pero el santo más
chico del Nuevo Testamento es mayor que él, dijo Cristo, si quieren saberlo. Y
con eso basta.
[Lc 3,
1-6] Lc 3, 1-6
El
tercer evangelio dominical acerca de Juan el Bautizador es el comienzo de Lucas
III, y contiene solamente la marca cronológica y los dos primeros temas de la
predicación de Johanan. Lucas marca solemnemente este acontecimiento, nombrando
a todas las autoridades, como hacían los romanos: 5° año del Imperio de Tiberio;
Procurador de Judea, Poncio Pilato; Tetrarca de Galilea, Herodes; Tetrarca de
Iturea, Felipe su hermano; y de Abilina, Lisanias –con el cual Lisanias hallan
dificultades los historiadores–; bajo los Pontífices Caifás, y Anás su suegro,
que aunque pontífices había uno solo, todos sabían que el que mandaba realmente
era el suegro, o mejor dicho, toda la familia... Esta indicación sirve mucho a
los eruditos para determinar la difícil cronología de los hechos evangélicos; y
como el fin de San Juan está bien marcado en la Segunda Misión Galilea de
Cristo, es decir, en su segundo año, sabemos que la misión y la vida de Juan
fue muy corta y que murió de la misma edad de Cristo, cerca de octubre del año
32; de nuestra cronología, el 26.
Juan
le llevaba seis meses de vida a su primo Jesucristo. “Et Sic sextas mensis est illi,
quae vocatur sterilis”. San Lucas reporta el nacimiento y la vocación del
Bautista en un capítulo lleno de movimiento lírico-dramático, que termina con
el Cántico de Zacarías, joya de la lírica
hebrea. Hijo del milagro, Juan nació de una mujer estéril y un varón anciano;
y el Ángel Gabriel anunció de antemano el suceso a su padre; el cual dudó de la
visión, en castigo de lo cual quedó mudo. Estaba el Ángel de la Anunciación a
la derecha del altar del incienso; y anunció al sacerdote Zacarías la gloria
futura de su hijo, mientras la plebe afuera oraba en masa y se extrañaba de que
el Sacerdote se demorara tanto.
“Nacerá
para alegría de muchos, no beberá vino ni grapa, y será lleno del Espíritu
Santo ya desde el seno de su madre”. No beber vino era señal de ser essenio, una especie de ermitaños o
monjes que no se cortaban el cabello, no tocaban un arma, guardaban
continencia voluntaria y vivían oración y penitencia para implorar la venida del
Mesías y prepararse a ella. El historiador Josepho narra de los essenios varias cosas raras y aun
ridículas, al lado las otras que dije; que pueden ser verdad, o pueden ser de
esas cosas inventadas que en todos los tiempos el vulgo dice de los “frailes”.
El Evangelio dice que el hijo de Zacarías y Elizabeth desde muy niño movido por
el Espíritu Santo se fue al desierto; y por ende fue essenio, porque en el desierto, de niño no pudo haber vivido solo,
ni lo permitieran sus padres. En el Medioevo los chicos se escapaban de su casa
para meterse en los cluniacenses, cuando predicaba San Bernardo. Y en nuestros
días, en la India pasa a veces lo mismo, según leemos en el... Reader Digest. Puede que sea verdad.
En
el desierto vivió de langostas y miel silvestre: en Oriente (en las Filipinas
hoy día, por ejemplo) comen las langostas; pero son allá unos bichos diferentes
de los nuestros, más grandes y más sabrosos; y también diferentes de las
langostas de Chile”[8]. Las secan al sol y
las mascan como maní, o semilla de girasol. Después de eso no sabemos más del
niño prodigio, hasta que aparece como un meteoro “en toda la comarca del
Jordán”.
Cerca
de los 32 años, “se hizo la voz de Dios sobre él”; y él cayó como un león a
bramarla ante las gentes de Judea. Su boca estaba llena de las palabras más
agrias de los profetas: “Raza de víboras - generación adúltera - corazones de
piedra - falsos hijos de Abraham - árboles sin fruto buenos para el fuego -
árboles muertos listos para el hacha.” La muchedumbre quedaba tocada: “Cuando
venga el Mesías no lo reconoceréis por vuestras maldades; pero Dios puede
convertir las piedras éstas en hijos de Abraham.” “–¿Qué debemos hacer?”. Juan
se ablandaba entonces y les imponía los mandatos de la ley natural, antes que
las observaciones vanas y las inútiles excrecencias de la moral talmúdica.
Asombra la lenidad de los preceptos de Juan al lado de la acidez de su
dogmática. Los que son austeros consigo mismos, suelen ser dulces para con los
demás; y viceversa.
“Los
soldados le preguntaban: Maestro ¿qué haremos? y él respondía: “No andéis
pidiendo aumentos de sueldo y no seáis prepotentes””. Se ve que los militares
han sido siempre los mismos. A los cobradores del gobierno les decía: “No
andéis sacando coimas”; y a la muchedumbre en general: “Haced limosnas por poco
que algo os sobre.” De aquí sacaron los Santos Padres que la limosna es el
mejor medio para la expiación de los pecados, no más que la oración, pero más
que el ayuno. Y después los bautizaba con el “bautismo de Juan”, el bautismo
preparatorio o provisorio.
San
Juan imponía a la gente simplemente su deber profesional, el deber de estado que se llama; y no se
puede dudar que estaba muy acertado, porque el deber de estado resume en sí
todos nuestros deberes. “Las mujeres se salvarán por la crianza de sus hijos”,
dice San Pablo: es su deber profesional. Si no eres buen obrero ¿cómo serás
buen hombre? Y si no eres bueno a manejar tus manos ¿cómo ordenarás tus
pensamientos, que son mucho menos obedientes? Ustedes encontrarán tipos que son
“muy religiosos”, y no son buenos hijos o buenos vecinos o buenos ciudadanos;
bien: no son muy religiosos. También
se encuentran “buenos religiosos” que son malos profesores, malos predicadores,
malos escritores –o malas enfermeras o maestras –: no creo que sean muy buenos
frailes. Un buen fraile que escribe, lo menos que puede hacer es aprender a
escribir; si no, que no escriba. Agarran a un fraile buenazo y corto y lo hacen
Superior de un convento: como hombre es un santo y como Superior una
porquería. Para hacer un buen ángel, primero hay que hacer un buen hombre,
decía San Francisco de Sales. Agarran a un resto del suburbio y de golpe
quieren hacerlo un sacerdote del Altísimo a fuerza de devociones; y no les
sale. Salen “fetos con alas”, como decía Don Orione. Primero de leer la Imitación de Cristo hay que aprender la Ética a Nicómaco.
Contra
todas estas macanas militaba San Juan Bautista. Que cada cual comience por
hacer bien su oficio. Al rey Herodes, que cayó allí con su comitiva, de
curiosón no más, a ver cómo era aquello que toda la gente hablaba, no le dijo
que hiciese bien su oficio de rey, pues todos sabían que no era rey sino de
mojiganga. Le dijo una cosa casi suicida: “No te es lícito cohabitar con la
mujer de tu hermano.”
Preparado
Herodes por este disgusto, los fariseos tuvieron juego fácil para hacer encanar a Juan por “perturbador”; y la
mala hembra para hacerlo decapitar. En los sótanos del Palacio de Makeronte, el
Tetrarca de la Judea solía ir a conversar con el eremita: le molestaba lo que
oía, pero lo oía; lo cual ya es algo; pero Herodías la mala hembra no le perdonaba
la condena de sus amores incestuosos. Toda esta familia de los Asmoneos era un
desastre: aristocracia en decadencia, refinada pero muelle. Herodes Antipas
había vivido en Roma, era amigo del Cesar, tenía un barniz de cultura griega y
de entereza romana sobre su oblicua y astuta alma de asiático; y los romanos
lo tenían allí en un palacio de jaspe y sedas como pantalla para tener quietos
a los judíos con la ilusión de que eran “nación” puesto que allí estaba su
“rey”: estos romanos eran los ingleses de aquel tiempo; y este rey fantoche no
hacía más que emborracharse y cobrar impuestos. Tres veces al año caía sobre
los míseros campos de Galilea el gusanón de
tres cabezas: los impuestos de los romanos, los impuestos de Herodes y los
impuestos del Templo, por medio de los implacables publicanos o cobradores oficiales. Los campesinos decían: “la
cosecha se libró del gusano; pero no se librará del gusanón”.
Herodes dio una gran fiesta
en su cumpleaños a todos los notables de la ciudad y se emborrachó: éste
cumplía años casi todas las semanas, como Parreño el guitarrero: y allí pereció
San Juan Bautista, ofrenda al despecho, a la lujuria y a la frivolidad. Esta
fiesta sanguinosa ha tentado la pluma de los escritores, músicos y pintores
románticos: Oscar Wilde escribió con ella un drama para Sarah Bernhardt tan
lleno de colores, gemas y lentejuelas como el salón regio de Herodes o más; es
vistoso y agradable de leer pero bastante disparatado. Flaubert escribió una
noveleta, también romántica, y muy exótica y palabrera. Y después el músico
Strauss, y varios otros.
La
narración evangélica es más fuerte que todas las variaciones románticas acerca
de la Primera de las Vampiresas. Salomé, hija de Herodías bailó delante del
ebrio y lo dejó fascinado; que le prometió con juramento allí mismo la mitad de
su reino (¿Qué reino?). Ella, movida por su madre, le pidió la cabeza de San
Juan Bautista. Salomé no sería como la pinta Oscar Wilde, pero ciertamente era
una depravadita: le faltó tiempo para obedecer el consejo nefando “apresuradamente”, dice el Evangelio.
qué angelito de polleras cortas! El rey diletante “se contristó” porque tenía
de San Juan Bautista un miedo supersticioso; más tarde, cuando oirá hablar de
los milagros de Cristo, se asustará y dirá: “¡Ese es Juan el profeta que ha
resucitado!”. Más tarde aún, mandará a buscar a Jesucristo y Este se negará a
visitarlo diciendo: “¿Qué tengo que ver yo con esa raposa vieja?”. Más tarde
todavía, el Viernes Santo, pedirá al Mesías atado delante de su cara
granujienta que “le haga un milagro cualquiera... para ver”; y el Salvador
bajará la cabeza sin contestar una palabra. Poco más tarde, morirá como un
perro agusanado.
Mas
ahora estaba en su gloria, delante del Pontífice Caifás, del Centurión de !a
Antonia, y de la flor de los saduceos. Había jurado y tenía que cumplir. El
verdugo bajó al sótano y trajo en un plato argentino la cabeza sangrienta del
Precursor de Cristo; y Herodías y Salomé quedaron servidas.
Como
la de Cristo, delante de ese cubil de afeminados, a boca de Juan estaba ahora
muda; pero él había dicho su palabra, desde los días de Aenon‑en‑Salim hasta
ayer. Sin ninguna ilusión acerca de lo que podía esperar de su regio oyente,
había despachado hacia Cristo definitivamente a sus discípulos, que lo seguían
incluso en la cárcel con un entusiasmo un poco brasilero. Tenían disputas con
los nuevos discípulos de Cristo; y así fueron, cuando todavía bautizaba en las
Fuentes (Aenon) cerca de Salim, y le dijeron al Precursor: “Maestro, aquel que
estaba escuchando y al cual Tú bautizaste en la ribera, ahora bautiza El –lo
cual no era exacto– y todos corren detrás de El. ¡Qué hacemos!. Juan respondió:
“Ningún hombre tiene autoridad, sino hasta donde se la da el cielo. Vosotros
mismos deberéis testimoniar que yo dije que no soy el Mesías, sino mandado como
delantero. El que posee la Esposa, ése es el Esposo; el amigo del Esposo [el
“padrino”] se alegra sí, pero con la alegría del Esposo; y esa alegría me ha
sido dada, y pronto será completa. El es menester que crezca, yo que disminuya.
El que viene del cielo está sobre todo; el que sale de la tierra es terreno y
habla terrenidad. Pero Aquel que vino del cielo está sobre todos: El ha hablado
de lo que conoce, ha testimoniado lo que ha visto; y no quieren recibir su
testimonio, peor para ellos. El que recibe su testimonio, se da cuenta de golpe
de que Dios dijo verdad, por los profetas. Mas el Enviado de Dios habla las
palabras de Dios, porque tiene el Espíritu de Dios sin medida en pleno. El
Padre ama al Hijo y ha puesto todas las cosas en su mano. El que cree al Hijo,
tiene la vida eterna; mas el que no cree al Hijo, no verá la vida eterna; y la
ira de Dios morará sobre él”.
Este
fue el testamento de Juan. Ya no dice sólo que Cristo es el Mesías, sino que
afirma claramente su Divinidad, desde el fondo admirable de su tremenda humildad:
“Yo soy un hombre terreno, ya os he dicho que no soy el Mesías; pero yo profetice
al Mesías”.
Bendito el Señor Dios de
Israel
Que visitó y redimió a
su pueblo
Y levantó un bastión de
salud
En la casa de David su
hijo.
Como habían hablado por
boca de los santos
Desde lejanos siglos sus
profetas.
La salvación contra nuestros
enemigos
De la mano de todos los
que nos odian
Para hacer merced a
nuestros padres
Y acordarse de su
testamento santo.
El juramento de nuestro
padre Abraham
Que El juró nos había de
dar.
Para que intrépidos,
liberados de enemigos
Le sirvamos en limpieza
y justicia
Delante de él, todos los
días nuestros.
Y tu, niño mío, serás
llamado profeta del Altísimo
Irás ante la cara de
Dios a preparar sus vías.
A dar la ciencia
salvífica a su plebe
La ciencia que remite
los pecados.
Por las entrañas
piadosas del Dios nuestro
Su corazón que nos
visitó desde lo alto
Para iluminar a los
sentados en la sombra de la muerte
Para enderezarnos los
pies por el camino de la paz”.
Éste
es el cántico de Zacarías. No parece
el canto de un mudo y es que ya no lo era
más: este canto le destrancó la boca; y ningún poeta ha celebrado mejor a San
Juan el Bautista, confesor, profeta y mártir.
[Jn 1,
1-14] Jn 1, 1-18
En
la noche de Navidad la Iglesia lee en las dos primeras misas la mitad del
Capítulo II de San Lucas; y en la tercera, el Prólogo del Evangelio de San Juan, que se lee también al final de
todas las misas del año. En San Lucas están los pormenores tan conocidos del
nacimiento del Salvador, que el arte cristiano ha popularizado en todo el
mundo.
Primero
está marcado el tiempo: fue en el tiempo del gran Censo o empadronamiento
general ordenado por Augusto César en todo el Imperio; y en la Siria –de que
era gobernante–, por el Propretor Quirinius en el año 42 del César[9]. Por este orden, debió
bajar de Nazareth José con su esposa encinta a la ciudad‑cabeza Bethleem,
patria del Rey David, de quien ambos descendían; para que se cumpliera la
Escritura:
Mas tu, Bethleem de Ephratah
pequeña entre los
millares de Judá,
De ti me saldrá el que
señoreará a Israel
y su origen de muy
antiguo,
de Los días de mayor
antigüedad.
El
Jahué los entregará [a los judíos] hasta el tiempo
en que la que ha de
parir parirá
y los demás hermanos
volverán a Israel.
Y se robustecerá con la
fortaleza de Jahué
con la majestad del
nombre de su Dios Jahué
Y entonces habrá
seguridad
porque
su prestigio irá hasta los fines de la tierra
(Miqueas V, 1-3)
Dante
Alighieri dice muy alegre que Cristo es romano, porque eligió nacer en el
Imperio Romano y obedeciendo a una orden del Emperador... Sí, nació en el
Imperio para pagar un nuevo impuesto, y para no encontrar una alcoba donde
nacer; y al fin de su vida, los soldados imperiales lo crucificarán. Cristo es
de todo el mundo, así como antes de encarnarse no era deste mundo. Parejamente
el P. Lombardi dice que Dios ha prometido a Italia el “primado religioso” en el
mundo, porque los vicarios de Cristo viven en Roma. Son cuentos; cuentos patrióticos,
como el del negro Falucho... un negro que no existió.
El
lugar fue una caravanera y un pesebre. “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo
envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre; porque no había para ellos
lugar en la posada”. No hubo para Cristo recién nacido ni un cubículo de fonda;
y este rasgo asombroso y de tan gran patetismo está puesto por Lucas de paso,
en una frase incidental. ¡Si habrán decantado sobre él los predicadores!
Cristo
quiso nacer en la mayor pobreza, quiso hacemos ese obsequio a los pobres. La
piedad cristiana se enternece sobre ese rasgo y hace muy bien; pero ese rasgo
no es lo esencial de este misterio: no es el
misterio. El misterio inconmensurable es que Dios haya nacido. Aunque
hubiese nacido en el Palatino, en local de mármoles y cuna de seda, con la
guardia pretoriana rindiendo honores, y Augusto postrado ante El, el misterio
era el mismo. El Dios invisible e incorpóreo, que no cabe en el Universo, tomó
cuerpo y alma de hombre, y apareció entre los hombres, lleno de gracia y de
verdad; ése es el misterio de la Encarnación, la suma de todos los misterios
de la Fe. Bueno es que los niños se enternezcan ante las pajas del pesebre, la
mula y el buey; que los poetas canten:
Caído se le ha un clavel
Hoy a la Aurora del seno
¡Qué glorioso que está
el heno!
Porque ha caído sobre
él.
.........................................
Las pajas del pesebre
Niño de Belén
Hoy son flores y rosas
Mañana serán hiel;
y que los predicadores derramen lágrimas
sobre la pobreza del Verbo Encarnado; pero los adultos han de hacerse capaces
de la grandeza del misterio y han de espantarse no tanto de que Dios sea un
niño pobre, sino simplemente de que sea un niño.
La
herejía contemporánea, que consiste en una especie de naturalización del dogma,
no tiene inconveniente en celebrar la “Fiesta de la Familia” y en enternecerse
ante el “niño divino”; con tal que sea divino como todos los otros niños son
“divinos”. El cristiano debe estar atento: no es un niño como los otros niños.
El profeta Miqueas dice en el mismo capítulo del nacimiento:
Aquel día te quitaré los caballos
dice Jahué, y destruiré
tus carros
Y abatiré las ciudades
de tu tierra
y arruinaré todos tus
fortines
Y te quitaré de las
manos las hechicerías
y no habrá cabe ti
agorerías
Destruiré tus ídolos y
tus cipos
y no te postrarás ante
la obra de tus manos
Y arrancaré del medio
tus lucos sacros,
y derribaré tus árboles
idolátricos.
Y en ira y furor haré
venganza en tus gentes
que no quisieron
escucharme.
Los
paganos de hoy celebran “el día del Niño” y después se vuelven a sus
espiritismos; cuando no lo celebran con hechicerías o con excesos paganos o
animales. El cristiano celebra la Noche‑Buena con santa alegría, pero con
profundo sobrecogimiento.
Os anuncio una gran alegría
Que será para todos los
pueblos:
Hoy os nació en la
ciudad de David
Un Salvador, el Mesías y
el Señor.
Y ésta es la señal:
encontraréis un niñito
envuelto en pañales
y reclinado en un
pesebre,
dijo el Ángel a los pastores.
El acontecimiento de los
acontecimientos fue anunciado antes que a todos a unos pobres pastores que
velaban en tomo de una hoguera en la noche helada. Ellos creyeron, y
corrieron, y hallaron “lo que el Señor les había hecho saber”; aunque al ver al
espíritu luminoso “temieron
grandemente”; mas no pudieron temer al rey de los ángeles hecho niño
pequeño. Ellos fueron los primeros ciudadanos del Reino, y sus primeros
evangelistas. Ellos presenciaron el júbilo de los “ejércitos celestiales” sobre
la caravanera, después de María y José, y antes que los Magos. Salieron
contando el suceso y hubo pasmo y una gran esperanza entre la pobre gente.
“Pero María conservaba todas estas palabras rumiándolas en su corazón”. De ella
sin duda las obtuvo muchos años después el médico griego meturgemán de San Pablo llamado Lucas, el evangelista de la niñez
de Cristo y de la virginidad de María, de quien se dice también que hizo una
pintura de Nuestra Señora; porque era tan mal médico y mal pintor como
excelente “recitador”.
Tunc prius ignaris
pastoribus ille creatus
Emicuit, quia Pastor
erat. ..,
canta el poeta latino Sedulius:
Por eso primero que a todos a pobres pastores
Mostróse; porque era
Pastor....
La
palabra “primogénito” que pone San Lucas, ha dado pie a muchos herejes
(Joviniano, Hevidio, Ebión y Eunomio; así como algunas sectas protestantes)
para aseverar que la Santísima Virgen Nuestra Señora tuvo después de Cristo
otros hijos; cosa que reproduce el judío Schalom Asch en su pesado novelón que
como “historia de Cristo” escribió con el título de El Nazareno. Pero la palabra griega protótokon significa tanto primogénito,
como unigénito, según los
peritos. Es como la palabra primeriza que
usan los libros de Medicina, que se refiere al primer parto sin determinar si es
único; o uno seguido de otros.
El
cántico de los ángeles sobre el khan de
Belén (“Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena
voluntad”[10]) ha sido traducido
diversamente y dado pie a muchas discusiones. La traducción más exacta es:
Gloria
en el cielo
a Dios; paz
en la tierra
a los hombres del
beneplácito.
Tés eudokías significa en griego a los hombres bien enseñados; es decir,
a los creyentes; de los cuales los primeros fueron los Pastores; que si fueron
tres pastores –como dice San Agustín– o doce pastores –como dice Teofilacto– no
lo sabemos.
San
Lucas dice que María “dio a luz su hijo, lo fajó y lo reclinó en el pesebre”,
sin ayuda de obstétricas o comadronas: el nacimiento de Cristo fue milagroso y
virginal. “Los pañales –escribe San Cipriano de África– están en lugar de las
púrpuras, y las fajas en lugar de las holandas de los reyes. La misma madre que
da a luz es la obstetriz que presta al recién nacido sus cuidados: lo toca, lo
abraza, lo besa, lo amamanta; todo ello inundada de gozo. No hay en este parto
dolor ni lesión alguna... Por sí mismo se desprendió del árbol este fruto
maduro”.
La
tradición del pueblo cristiano ha retenido desde los primeros tiempos que había
en el khan de Belén una mula y un
buey: los Santos Padres antiguos se han complacido en aplicar a los dos
humildes animales el versículo de Isaías, I, 3: “Conocerá el buey a su dueño -
Y el asno el pesebre de su Señor”. La tradición española tiene que San José
llevaba el buey para pagar el tributo al Déspota Imperial, y la mula para
cabalgadura de María; puesto que de Nazareth a Belén hay cuatro días de camino
a pie. El bueno de Maldonado se opone a esta tradición, diciendo que si tenían
una mula no eran tan pobres, y no les hubieran negado lugar en la fonda. Pero
¿no se puede ser pobre y tener una pobre mula?
Para
mí que la mula fue prestada.
Y
así pasó esa noche que habría de ser recordada como Buena por excelencia en
todo el mundo por siglos sin fin, sin que nada pasara en el mundo fuera de un
movimiento de pastores y una nueva estrella desconocida que vieron tres
astrónomos caldeos en el cielo de Oriente. El Verbo de Dios se hizo hombre, y
los periodistas de aquel tiempo no se enteraron de nada. Pasó la noche y vino
el Alba y un nuevo día. “Caído se le ha un clavel - Hoy a la Aurora del
seno...”.
“Y
pecaron los hombres como todos los días”, dijo el poeta Paúl Fort. Esto se
puede poner en verso ¿por qué no? por lo menos para no aparecer como enemigo de
los “villancicos”.
Hoy ha nacido un niño y hay un gran parabién
Hay cánticos de ángeles
y hay luces en Belén.
Hoy ha nacido un niño:
una mula lo aceza
Un obrero lo adora y una virgen lo besa.
Hoy ha nacido un niño; y unos pobres pastores
Vienen de prisa a verlo con corderos y flores.
Gloria a Dios en los cielos, paz a los que han creído
¿Cuál
pensáis será el nombre de este recién nacido?
Paz
a los que han creído y a los que han
de creer
¿Quién
pensáis será Este nacido de mujer?
Hoy ha nacido un niño
muy antiguo de días
Más que el Hermón nevado
con su testa de armiño
Que viene de las últimas místicas lejanías
Hoy ha nacido un niño y
es Dios que se ha hecho niño
Y pecaron los hombres
como todos los días.
El
pueblo judío era un buey pesado y bruto; y era cabezudo como una mula y tan
ignorante y mistificado como el pueblo argentino: tenía que haber pensado que
si Dios se hacía hombre –si se realizaba en el mundo la perfección de la
Humanidad en un hombre– ese hombre iba a pasar desapercibido, y que había que
abrir bien los ojos. Así que el buey reconoció a su Señor; y el Pueblo Elegido
pasó la Noche Buena como todas las otras noches; y sigue pasándola.
[1]Comienzo
del ano litúrgico.
[2]De Civitate Dei, XX, 19.
[3]Egipto figura de la capital
opresora, sea cual fuere. Ver Apokalypsis XI, 8.
[4]Daniel dio una cifra exacta,
aunque referida a una cronología convencional. y los exegetas difieren en la
aplicación de esa cifra.
[5]La señora Julia de
Seydell me advierte amablemente que el inciso “Oídle a él” no está en el
Bautismo de Jesús sino en la Transfiguración (Mateo XVII, 1, Marcos IX, 1 y
Lucas IX, 28). Reconozco que es así, para ser enteramente exacto.
[6]Cuando se escribió esta
homilía, acababa de acontecer en Buenos Aires el episodio de “la quema de las
iglesias”, que fue imputado oficialmente a “los comunistas”.
[7]Algunas Biblias modernas
puntúan diferentemente la frase del Bautista, en esta forma: “Yo soy la voz que
grita: “En el desierto preparad los caminos”., etcétera” (Nota del Pbro.
Villaamil).
[8]Es posible que Juan el
Bautizador haya comido algarrobas –como
los pobres en el Sur de España–; porque hay una especie de acacia que da unas
vainas harinosas, al cual los ingleses llaman locust-tree o árbol de langostas, según me informa don Jorge
Pereda. Pero el texto griego dice simplemente “langostas”.
[9]Según las fechas que pone
Josefo en sus Antiguedades Judaicas,
el Propretor Cirino o Quirinus fue
enviado a hacer esta “capitación” de la Siria, muerto ya Herodes y desterrado a
las Galias su hijo Arquelao; lo cual pone una discrepancia de 11 años con la
cronología de Lucas. Lo probable es que Flavio Josefo haya confundido las
fechas más bien que Lucas. Otros resuelven la dificultad diciendo que había dos
legados de Augusto, uno para el
empadronamiento y otro jefe del ejército: Saturnino y Quirino; y que Lucas
nombró solamente a Quirino, como al jefe principal, omitiendo a Saturnino, que
es el legado mencionado por el historiador judío.