EL EVANGELIO DE JESUCRISTO
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El Padre Leonardo Castellani nació el 16 denoviembre de 1899 en Reconquista, Santa Fe. En 1913 se incorporó al colegio santafesino La Inmaculada, de los padres ¡esuitas, en donde se recibió de bachiller en 1917. El 27 de julio de 1918 ingresó como novicio en la Compañía de Jesús. En 1929 via|ó a Roma y allí fue ordenado sacerdote, el 27 de julio de 1930.
Cinco años después, ya terminados sus estudios en Psicología, Filosofía y Teología, regresó a la Argentina. Se dedicó a la docencia y al periodismo, mientras consolidaba su prolifica vocación de escritor: más de 60 títulos, varios de ellos aún inéditos, que abarcan todos los géneros y temáticas. Fallecido el 15 de marzo de 1981, el Padre Castellani fue, además de una gloria de nuestras letras, un sacerdote ejemplar y un símbolo de la argéntinidad.
Su obra y su figura son permanentemente revalorizadas por las jóvenes generaciones de nuestra Patria, en virtud de las continuas reediciones de sus libros, como así también de la publicación de aquellos títulos nunca editados o editados en forma limitada y hace ya mucho tiempo.
Su estilo peculiar, tan criollo, incisivo y humorístico, sumado a la cualidad profètica de sus escritos, conducen al lector a una obligada reflexión sobre cuestiones tan elementales como trascendentes: la forma de pensar y de vivir, la amistad, la familia, la patria, la religión, el cielo.
La presente obra, El A pokalypsis d e San Juan, integra una trilogía de estudios apocalípticos, junto a Cristo
EL EVANGELIO DE JESUCRISTO
LEONARDO CASTELLANI
EL EVANGELIO DE JESUCRISTO
LEONARDO CASTELLANI
INDICE
Parte Primera
BREVE INTRODUCCIÓN A LOS EVANGELIOS
I. Composición
II. Fecha
III. Los Apócrifos
IV. El Canon
V. Los Evangelios
1. Evangelio de Mateo
2. Evangelio de Marcos
3. Evangelio de Lucas
4. Evangelio de Juan
VI. La Cuestión Sinóptica
VII. Aplicación de la nueva psicología lingüística
VIII. El texto
TABLA DE CORRESPONDENCIA CON LOS CICLOS ACTUALES
DOMINGOS CICLO A Citas en el Misal que usó el P. Castellani III Adviento Segundo de Adviento, Mt 11, 2-10 VI T. común Quinto después de Pentecostés, Mt 5,20-2 VIII Tiempo común Decimocuarto después de Pentecostés, Mt 6,24-33 XV Tiempo común Domingo de Sexagésima, Lc 8, 4-15 XVI Tiempo común Sexto de Epifanía, Mt 13, 31-35 XXIV Tiempo común Vigesimoprimero después de Pentecostés, Mt 18,23-35 XXV Tiempo común Domingo de Septuagésima, Mt 20, 1-6 XXVIII Tiempo común Segundo después de Pentecostés, Lc 14, 16-24 XXVIII Tiempo común Decimonoveno después de Pentecostés, Mt 22, 1-14 XXIX Tiempo común Vigesimosegundo después de Pentecostés, Mt 22, 15-21 XXX Tiempo común Decimoséptimo después de Pentecostés, Mt 22, 34-46 I Dom. Cuaresma Primero de Cuaresma (I), Mt 4, 1-11 II Dom. Cuaresma Segundo de Cuaresma, Mt 17, 1-9 Dom. de Ramos Domingo de Ramos, Mt 26, 1-75; 27,1-66 II Dom. de Pascua Domingo In-Albis, Jn 20,19-31 Ascención Primero después de Pentecostés, Mt 28, 18-20 DOMINGOS CICLO B 1 de enero (Maria M. de Dios) Evangelio de la Circuncisión, Lc 2, 21 III Dom. de Adviento Tercero de Adviento, Jn 1, 19-28 VII Tiempo común Decimoctavo después de Pentecostés, Mt 9, 1-8 X Tiempo común Tercero de Cuaresma, Lc 11, 14-28 XII Tiempo común Cuarto después de Epifanía, Mt 8,23-2 XIII Tiempo común Vigesimotercero después de Pentecostés, Mt 9, 18-26 XVII Tiempo común Cuarto de Cuaresma, Jn 6, 1-15 XXIII Tiempo común Undécimo después de Pentecostés, Mc 7, 31-37 XXX Tiempo común Domingo de Quincuagésima, Lc 18, 31-43 XXXIII Tiempo común Vigesimocuarto después de Pentecostés, Mt 24, 15-35 III Dom. de Cuaresma Noveno después de Pentecostés, Lc 19, 41-47 Domingo de Pascua Domingo de Pascua, Mc 16, 1-7 IV Dom. de Pascua Segundo de Pascua, Jn 10, 11-16 DOMINGOS CICLO C II Tiempo común Segundo después de Epifanía, Jn 2, 1-11 V Tiempo común Cuarto después de Pentecostés, Lc 5, 1-11 VIII Tiempo común Séptimo después de Pentecostés, Mt 7, 15-21 X Tiempo común Tercero después de Epifanía, Mt 8, 1-13 X Tiempo común Decimoquinto después de Pentecostés, Lc 7, 11-16 XV Tiempo común Duodécimo después de Pentecostés, Lc 10, 23-37 XXII Tiempo común Decimosexto después de Pentecostés, Lc 14, 1-11 XXV Tiempo común Octavo después de Pentecostés, Lc 16, 1-19 XXVIII Tiempo común Decimotercero después de Pentecostés, Lc 17, 11-19 XXX Tiempo común Décimo después de Pentecostés, Lc 18, 9-14 VI Dom. de Pascua Domingo de Pentecostés, Jn 14,23-31 IV Dom. de Cuaresma Tercero después de Pentecostés, Lc 15, 1-10 Santísima Trinidad Cuarto de Pascua, Jn 16, 5-14 I Dom. de Adviento Primero de Adviento, Lc 21, 25-33 Dom.desp.Nav. (Sgda. Flia.) Primero después de Epifanía, Lc 2, 42-52 II Dom. de Adviento Cuarto de Adviento, Lc 3, 1-6 OTROS V Sábado Tiempo Común Sexto después de Pentecostés, Mc 8, 1-9 IV Jueves de Pascua Tercero de Pascua, Jn 16, 16-22 VI Lunes de Pascua D. infra-octava de la Ascensión, Jn 15, 26-27; 16, 1-4 VI Sábado de Pascua Quinto de Pascua, Jn 16, 23-30 IV Lunes de Cuaresma Vigésimo después de Pentecostés, Jn 4, 46-53 V Jueves de Cuaresma Domingo de Pasión (I), Jn 8, 46-59 Navidad Evangelio del Nacimiento y del Advenimiento (I y II), Jn 1,1-14 Primero de Cuaresma (II), Domingo de Pasión (II),
Parte Primera
BREVE INTRODUCCIÓN A LOS EVANGELIOS
I. Composición
Los cuatro Evangelios Canónicos (de Mateo, Marcos, Lucas y Juan) son los únicos documentos fidedignos que tenemos de los hechos y dichos de Cristo.
Como verá aquí el paciente lector, SON fidedignos.
El contenido de los Evangelios constituye la Catequesis Apostólica; quiere decir que ese contenido permaneció durante algún tiempo en la memoria de los recitadores (los nabís y meturgemanes hebreos) antes de ser fijado por escrito. La memoria de estos recitadores es un prodigio, y su fidelidad constituye un deber profesional; puesto que en los llamados medios de estilo oral –donde no vige la escritura, y el libro no existe o es raro– constituyen la imprenta viva y los depositarios del Tesoro –espiritual y moral– de la raza. Cristo fue uno de ellos.
Estos recitadores hebreos (los rabbís, nabís y meturgemanes) no son un fenómeno especial, han existido en todos los pueblos en la segunda etapa de la vida de la lengua: rapsodas griegos, brahmanes hindúes, poetas árabes, guslares rusos, ritmadores touaregs, juglares de la Edad Media... hasta nuestros payadores. Tampoco su memoria es un fenómeno inexplicable. He aquí lo que atestigua Fr. S. Krauss, psicólogo alemán investigador de las facultades mnemónicas de los guslares, por ejemplo:
Los “guslares” son recitadores nómades –iletrados pero ciertamente no ignorantes– entre los eslavos meridionales... La opinión popular atribuye a estos individuos una memoria a prima faz sorprendente: os nombran algunos que saben 30.000, 40.000 y aún más de 100.000 “esquemas rítmicos”. Ahora bien, por sorprendente que sea el pueblo dice verdad. Y el fenómeno es explicable: los recitados de los guslares –parecidos en esto a los recitados de Homero, de los profetas hebreos, a las epístolas de Baruch, de San Pedro y San Pablo, a los delicados paralelismos chinos– son una yuxtaposición de clisés relativamente limitados. El desarrollo de cada clisé se hace automáticamente, de acuerdo a leyes fijas...
“Un buen guslar es el que juega con sus clisés como con un mazo de barajas, que los ordena diversamente según lo que quiere inculcar. Cada guslar por lo demás tiene su estilo que le es personal. Uno de estos recitadores que ayudaron a Krauss, un llamado Milóvan, cuya memoria era sólo “ordinaria”, podía recitar 40.000 esquemas rítmicos en fila. Instructiva también es la constatación siguiente: el 18 de marzo 1885 Fr. S. Krauss se hizo recitar en presencia de Milóvan un recitado de 458 esquemas rítmicos, que Milóvan repitió palabra por palabra el 4 de octubre del mismo año, siete meses y medio después‑ nueve meses más tarde, Krauss se lo hizo repetir otra vez: las variantes fueron insignificantes[1].
II. Fechas
Esta catequesis apostólica rítmico-mnemotécnica se fijó por escrito entre los 7 y 63 años después de la muerte de Jesús. La fecha de escrición de cada uno de los Evangelios ha sido largamente investigada y tesoneramente discutida durante los dos últimos siglos, a impulsos de la crítica racionalista, que propendía a fijar tal fecha lo mas lejos posible.
Actualmente esa fecha está fijada con bastante aproximación[2]; a saber –según la sentencia de Cornely–:
Evangelio de Mateo: hacia el año 50.
Evangelio de Marcos: hacia el año 55.
Evangelio de Lucas: hacia el año 60.
Evangelio de Juan: hacia los años 95‑100
Veamos como ejemplo la puesta por escrito del Segundo Evangelio, según el testimonio de Papías –siglo I– y San Clemente de Alejandría –siglo II–:
“Marcos que era el “meturgeman” de Pedro, puso por escrito palabra por palabra todo lo que él había retenido de coro; sin embargo, no lo puso en el mismo orden que fue dicho o hecho por Cristo, porque él no había oído al Señor ni lo había seguido; sino que más tarde había seguido a Pedro, el cual enseñaba según la bisoña pero sin dar por orden los Recitados del Señor, de suerte que Marcos no ha hecho ninguna falta poniendo por escrito la catequesis de Pedro conforme la había aprendido de memoria porque se aplicó únicamente a no omitir nada y a no alterar en lo más mínimo [los esquemas rítmicos]...
“Cuando Pedro hubo predicado públicamente la Palabra en Roma y recitado la Buena Nueva bajo a inspiración del Espíritu, muchos de sus auditores suplicaron a Marcos, que de mucho antes lo acompañaba [como meturgemán] y sabía de memoria los Recitados, que pusiera por escrito lo que él [por su oficio] repetía. Marcos escribió pues su evangelio y lo entrego a los que lo pedían. Lo cual habiendo sabido, Pedro no se opuso a la obra de su intérprete, aunque tampoco hizo nada para alentarla”[3].
Lucas a su vez fijó la catequesis de San Pablo; pero completándola con adjuntos de otros recitadores, para lo cual viajó a Palestina; y esforzándose en seguir a cronología, de que los dos primeros Evangelios no curan mucho, pues Mateo recitó para convencer a los judíos y Pedro para enseñar a los romanos; de modo que el sus catequesis el orden lógico prima sobre el cronológico.
En cuanto a Mateo y Juan, ellos fueron discípulos desde el comienzo; y por tanto no tuvieron mas que poner por escrito lo que cuidadosamente hablan aprendido por oficio y misión; y que repetían continuamente, como fonógrafos vivos, en sus respectivas ecclesias.
Así la Providencia conservó para nosotros, por un medio adecuado, la Palabra de Dios. Cristo sabía escribir, pero no escribió ningún libro ¡dichoso él!; no tema editores, pues la breve y hermosa Carta de Nuestro Señor Jesucristo al rey de Edessa, Abgaro V, es un apócrifo de los primeros tiempos, que Eusebio trasladó al griego de la lengua siríaca y anunció haber sido encontrada en los archivos públicos de Edessa. Lo que es probable que existiera es una respuesta oral de Cristo al rey Abgaro, su contemporáneo, cuyo contenido paso a esa carta apócrifa; conforme a testimonios antiguos, y conforme a lo que leemos en el Evangelio, de los “gentiles que rogaban a Cristo fuese a verlos”, petición que él declinó por entonces, prometiendo enviarles sus Discípulos; pues “no he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel”.
Cicerón tenía tres esclavos taquígrafos que lo seguían a todas partes apuntando todo lo que decía, Cristo lanzo sus recitados al viento, aparentemente; en realidad os deposito en receptáculos vivientes más fieles que un taquígrafo. Varias obras escritas de Cicerón se han perdido; la Palabra ha permanecido.
La predicación del Evangelio fue y sigue siendo esencialmente oral. Los protestantes, que clausuran su fe dentro de un libro sagrado, son gentes de estilo escrito y yerran por limitación. Al dar a todo el mundo licencia para hacerse su religión en la lectura de un libro –difícil y muy intrincado– de donde para ser religioso hay que ser “alfabeto”, el protestantismo en vez de popularizar la religión –no hay nada más popular que la enseñanza oral– la aplebeyó: la rebelión de Lutero está al comienzo de lo que llaman hoy “la rebelión de las masas”. Lutero “ha sido el hombre más plebeyo del mundo –dice con murria Kirkegor–: sacando al Papa de su cátedra, instaló en ella la opinión pública”. Parecerá exagerado; pero hay un lazo directo aunque invisible entre el doctor Martín Lutero, sabedor del hebreo, el griego y el latín y erizado de textos paulinos, y Germán Ziclis han existido siempre en el mundo; pero no enteramente sueltos y boyantes como ahora.
No decimos esto para que no se lea el Evangelio: aquí se lee demasiado poco. Lo decimos para dejar sentado que la religión de Cristo no se fundó sobre un libro –como de hecho ninguna otra religión– sino sobre la predicación y acción de un soberano nabí; la cual por suerte se fijó más tarde con toda fidelidad por escrito; pero sin dejar nunca de ser lo que fue. De hecho, las principales Iglesias protestantes han retornado a la predicación oral como principal medio de cultivo religioso.
III. Los Apócrifos
Al lado de los Cuatro Evangelios Canónicos, nos han llegado una buena copia (unos 62 según Fabricio y el Pseudo Gelacio) de evangelios apócrifos –sin contar los que se han perdido– de redacción posterior y anónima; y muchas veces turbia. Apócrifo aquí significa simplemente que no están en el Canon de los libros sagrados: no han sido reconocidos por la Iglesia como parte de la revelación cristiana.
Los más importantes son el Evangelio según los Hebreos, el Evangelio según Felipe, el Evangelio de los Doce Apóstoles, el Protoevangelio de Jacobo, el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Nicodemus, el Evangelio Pseudo‑Mateo, el Evangelio Arábigo de la infancia de Cristo, la Historia de José el Carpintero, los varios Tránsitos de María, la Muerte de Pilatos, la Venganza del Salvador [?], y la Correspondencia [apócrifa] de Cristo con el Rey Sbgaro. También existen varios Actos de los Apóstoles, Epístolas de los Apóstoles y Apokalypsis apócrifos. El gran crítico Constantino Tischendorff publicó en 1853 en Leipzig una abundante colección griega de estos interesantes documentos.
Algunos de estos “evangelios” fueron escritos por heresiarcas para intercalar o defender sus errores; y el largo Evangelio de Valentino por ejemplo –siglos II‑III– no tiene nada de común con nuestros Evangelios, fuera del nombre, la forma externa y los personajes (Cristo, los Apóstoles, María) no contiene relatos sino una serie de discursos que exponen una herejía gnóstica singularmente extravagante, y especulaciones abstracto simbólicas, análogas a la de los “teósofos” actuales: Wilder, Head, Mme. Blavatzski... Para dar una idea de él hasta transcribir unos versículos del comienzo:
Jesús asciende a los cielos y después desciende para adoctrinar a sus discípulos.
1. Cuando resucitó de entre los muertos, Jesús pasó once años hablando con sus discípulos.
2. Y les enseñaba hasta los lugares, no solamente del primer misterio, del que está adentro de los velos y dentro del primer precepto, que constituye el misterio de los primeros preceptos y hasta de los lugares del veinticuatro, mas también las cosas que están más allá, en el segundo lugar del segundo misterio, que está antes de todos los misterios.
3. Y Jesús dijo a sus discípulos: He venido del primer misterio, que es el último misterio, que es el veinticuatro.
4. Mas los discípulos no comprendían, porque ninguno había penetrado en el primer misterio, que es la cumbre del universo.
5. Y pensaban que era el fin de los fines, porque Jesús les había dicho, respecto a este misterio que rodea al primer precepto, y los cinco moldes, y la gran luz, y los cinco asistentes y todo el tesoro de la luz.
6. Jesús no había hablado a sus discípulos de toda la emanación de los próbolos del tesoro de la luz, ni tampoco de sus salvadores, según el orden de ellos y el modo de su existencia. No les había hablado del lugar de los tres «amén», que están esparcidos en el espacio.
7. Y no les había dicho de qué lugar brotan los cinco árboles, ni los siete «amén», que son los mismos que las siete voces. . y los cinco círculos. . y los tres triples poderes... y los veinticuatro indivisibles... y los eones que son lo mismo que los próbolos del gran invisible... y sus arkones, y sus ángeles y sus arcángeles y sus de canos y sus satélites y todas las moradas de las esferas” etcétera.
Y así prosigue interminablemente por una selva oscura de mitologías estrafalarias e incoherentes ensartadas en un vago esquema de filosofía neoplatónica, que dejan la impresión de que el egipcio Valentino fue simplemente un delirante atacado de mitomanía religiosa. Mas el crítico (?) Edmundo González Blanco considera a este evangelio (?) superior a los Evangelios Canónicos, dice que el gnosticismo fue el fondo primitivo de la religión (!) y lo que llamamos Iglesia–que “no existió hasta el siglo VII”–fue en sus comienzos una confusa aglomeración de sectas gnósticas... El papel lo soporta todo, y la imprenta es indiferente a las macanas[4].
No todos los Apócrifos son disparatados o malos; aunque ninguno ostenta la majestad, dignidad y realidad vivida de los Canónicos. Los Santos Padres hicieron uso de algunos de ellos, y varios pormenores plausibles, que conserva la tradición popular cristiana, provienen de ellos: como los nombres de Joaquín y Ana, la Presentación de la Virgen al Templo, el Tránsito de María Santísima, las leyendas acerca de sus Desposorios con los detalles novelescos que Rafael ha inmortalizado, la historia de la Verónica, etcétera. Incluso algunas sentencias de Cristo allí recogidas son probablemente auténticas. Emile Jacquier[5], después de examinarlas, estima que hay diecisiete espurias, una dudosa, y seis históricas.
Los mejores entre los Apócrifos son reducciones o bien glosas ingenuas de los Canónicos, con intercalación de pormenores pintorescos, no siempre dignos ni verosímiles. Así por ejemplo el segundo Tránsito de María, cuya versión y transcripción se atribuye a San Vicente de Beauvais, narra la muerte de la Santísima en cinco breves capítulos piadosos y dignos, aunque imaginarios:
El segundo año después de la Ascensión, estaba un día la Virgen llorando, he aquí que el Ángel de Dios estaba ante ella.
Y la saludó y le dijo: “de parte de Dios, que por mi te la manda, he aquí una palma del Paraíso “.
“Y la llevarás contigo cuando, de ahora a tres días entres en el paraíso”.
Y habiendo María tomado la palma, que resplandecía con gran luz, salió, fue al Monte de los Olivos, oró y volvió.
Y he aquí que, Juan, predicando un domingo en Éfeso, se produjo un terremoto.
Y una nube levantó a Juan y lo condujo a la casa donde la Virgen estaba.
Mas él dijo: “No llegan mis hermanos y compañeros para hacer las exequias”
Y he aquí que súbitamente, por mandato de Jesucristo, todos los Apóstoles fueron arrebatados en sendas nubes de donde predicaban y puestos en el lugar donde María estaba...
Y entre ellos estaba Pablo, que con Bernabé evangelizaba a los gentiles.
Y el día tercero, a la hora de tercia, vino sobre todos un eran sueño, de modo que sólo velaron los apóstoles y tres doncellas.
Y he aquí que Nuestro Señor vino con gran resplandor e innumerables ángeles.
Y dijo Nestro Señor a María: “Ven y entra al tabernáculo de la vida eterna”.
Y ella se arrodilló en el suelo, adoró a Dios y dijo “bendito sea, señor, el nombre de tu gloria”.
Y acabando de hablar Nuestro Señor, ella se recostó en su lecho y entregó el espíritu con acción de gracias.
Y los Apóstoles vieron que su alma era de tal blancura que lengua humana no pudiera describirla.
Y Nuestro Señor dijo a los Apóstoles: “Tomad el cuerpo, llevadlo a la derecha de la ciudad, al Oriente”.
“Y allí hallaréis un sepulcro, y la sepultaréis, hasta que yo vuelva a vosotros. . . “.
Este poema ingenuo no hace mención de la Asunción. El Tránsito de la Bienaventurada Virgen María arábigo la describe en cambio con escenería fantástica, así como la entrada en el cielo, y algunos milagros subsiguientes, igualmente fantásticos. Estotra es una especie de novelita devota, de no muy buen gusto, aunque reverente y repleta de textos de los cuatro Evangelios. “El humilde José, hijo de Khalil Nunnak, ha transcripto esta historia”, dice en el fin; no sabemos quién fue él ni quien la hizo a la historia... que es novela.
Se puede decir que los Apócrifos, aunque todos se dan como historias, son la primera manifestación de la novelística en torno a Cristo; y excepto los escritos con intención heretizante, responden a la curiosidad de los fieles por conocer detalles que calló la seria y sustancial narración de los auténticos. No es un género muy recomendable: “la novela es el género híbrido por antonomasia”[6].
El último apócrifo que conocemos es el librote en tres tomos de Heredia: Memorias de un reporter de los tiempos de Cristo glosa desvaída de una concordia evangélica cualquiera, cuyo objeto o provecho no podemos ver por ningún lado; aunque puede que lo tenga.
Selma Lagerloff explotó los detalles o fragmentos poéticos de los apócrifos en su Cristus-Legenden, comenzando por el milagro de los gorriones de barro, que está en el Evangelio Árabe de la Infancia, en el Cap. XXXVI, y que ha pasado al folklore cristiano. Mas en este evangelio árabe no hay otra cosa aprovechable, y está repleto de milagros grotescos (como el del Mulo transformado en hombre del Capítulo XXI) y aun irreverentes y absurdos. Mas la novelista sueca ha escogido sus once leyendas con exquisito buen gusto y sentido cristiano.
Los principales Evangelios Apócrifos han sido publicados en español en la Colección de Bolsillo del comunista Bergua por E. González Blanco, traducidos –bastante mal– de la colección francesa de Michel Peeters, si no nos engañamos. Uno de ellos, el Evangelio de Taciano, no es sino uno de los primeros intentos de construir una concordia evangélica, muy tosca, con grandes supresiones y lagunas, y un orden sumamente somero: de manera que no es un apócrifo propiamente, sino una tosca reducción y armonía de los auténticos.
El publicador y traductor los acompaña de una “introducción” de trescientas páginas de lo más desordenado, indigesto y disparatado que conocemos: “rudis indigestaque molis – Quam dixere Chaos”[7]. El sedicente “crítico” vuelca en ella una erudición indigerida e inútil con una verborragia implacable y una falta absoluta de verdadero sentido crítico y –en suma– de ciencia alguna mechada por las afirmaciones más peregrinas y del furor demolitivo del clásico anticlerical gallego. No honra mucho a la ciencia española; al contrario. Y si Franco la suprimió, como me dicen, veló por el honor nacional[8].
IV. El canon
Se llama canon el elenco de los libros de la Biblia que la Iglesia ha recibido y que retiene como revelación divina, o sea inspirados. Para conocer el canon, basta simplemente abrir cualquier Biblia católica: 46 libros del Antiguo Testamento; y los cuatro Evangelios, los Actos de los Apóstoles, 21 Epístolas Apostólicas, y el Apokalypsis, en el Nuevo Testamento. Algunas Biblias católicas añaden tres Apócrifos muy respetados por los Santos Padres: la Oración de Manassés, rey de Judá, y el 3 y 4 Libro de Esdras, que son un libro histórico y un apocalipsis. Algunas Biblias protestantes suprimen la Epístola del Apóstol Santiago.
De los libros del Nuevo Testamento hay algunos llamados protocanónicos que son recibidos, desde el principio y por todos, como inspirados; y los deuterocanónicos –o posteriores– de los cuales se dudó al principio en algunas Iglesias, y se incorporaron al canon posteriormente. Estos son siete:
Epístola a los Hebreos
Epístola de Santiago
Epístola II de Pedro
Epístola II y III de Juan
Epístola de San Judas Tadeo
Apokalypsis
Para probar el canon se acude al criterio de la unanimidad de las primeras Iglesias, del testimonio de los Santos Padres antiquísimos, a las citaciones de textos reconocidos como inspirados que hay en sus escritos, y a los elencos o listas de algunas Iglesias que han llegado hasta nosotros, siquier mútilas o fragmentarias, como el famoso Fragmento Muratoriano. El trabajo crítico acerca del canon en tres siglos de pertinaz investigación y discusión ha terminado; y no cabe ya ninguna duda acerca del sentimiento de la Primitiva Iglesia sobre los libros que están en nuestras Biblias. Lutero rechazó la Epístola de Santiago, llamándola “nec divina nec apostolico stilo digna”[9] arbitrariamente y sin prueba ninguna; porque contradecía flagrantemente a su teología de la justificación por la fe y no por las obras, lo que el Apóstol dice allí ore rotundo: “La fe sin obras es muerta”. Del mismo modo rechazó como no canónicos el Apokalypsis y las Epístolas ad Hebraeos y la Epístola de San Judas Tadeo. Otros libros, como los tres Sinópticos, los Actos de los Apóstoles y algunas epístolas de Pablo, los declaró “semicanónicos”; lo cual, significando medio‑inspirados, es contradictorio.
Sobre los cuatro Evangelios no queda la menor duda de que fueron tenidos siempre en la Iglesia por libros inspirados y citados con la autoridad de tales, todos cuatro son citados por los primeros Padres, llamados Apostólicos, ya desde el primer siglo: Clemente Romano cita a todos cuatro en los años 96‑8; es escrito llamado Didajé (Enseñanza), que es anterior aún, cita tres; y así puede irse siguiendo el rastro en el siglo II con San Ignacio Antioqueno, San Policarpo, Papías, San Justino, el Pastor de Hermas, y otros; no menos que en los escritos de los herejes de aquel tiempo, Basílides, Marción, y nuestro conocido Valentino, que cita a los cuatro.
El documento quizá más importante para la prueba del canon, es el Fragmento Muratoriano, un códice latino del siglo VI encontrado en la Biblioteca de Milán por el erudito Ludovico Antonio Muratori, que es transcripción de un documento eclesiástico más antiguo, cuyo autor afirma haber vivido durante el Pontificado de Pío I, o sea entre los años 140‑50. El documento está mutilado al principio y al fin; está escrito en un latín tosco, probablemente por un galo; y manifiesta la creencia de las Iglesias occidentales acerca de los libros del Nuevo Testamento. Todos los libros del Nuevo Testamento están enumerados allí –y los Evangelios con gran distinción– excepto las Epístolas de Santiago, la III de Juan, la I y II de Pedro, y la Ad Hebraeos; las cuales empero pueden haber estado en el fragmento final del Catálogo, que se ha perdido. El documento distingue a los libros sacros de otros escritos de ese tiempo, muy venerados pero no inspirados, Como el Pastor de Hermas; y profesa que ellos provienen del Espíritu Santo: “Y aunque cada uno de los libros evangélicos enseñe diversas cosas, no son diferentes para la fe de los creyentes, puesto que por un mismo Espíritu principal [autor] han sido ellas declaradas” (lin. 16‑20)[10].
Hay solamente tres pequeños fragmentos de los Evangelios que se pueden llamar deuterocanónicos, porque faltan en algunos códigos antiguos y fueron puestos en duda por algunos críticos:
1. El fin del Evangelio de Marcos (XVI, 9‑20);
2. La narración del Sudor de Sangre por Lucas (XXII),
3. El episodio de la Adúltera Perdonada en Juan (VII, 53 ‑ VIII, 11±.
Sabemos por San Agustín la razón de la omisión de esta última perícopa en algunos códices latinos: la antigua moral romana era tan severa con el adulterio que la lectura del perdón generoso de Cristo a la adúltera en algunos auditorios producía un choquecito; y aun quizá lo que llaman escándalo farisaico; por lo cual algunos sacerdotes la eliminaban por no “chocar a la gente”... y para dar trabajo a los críticos futuros. Costumbre que no se ha perdido, pues aún hoy día vemos que algunos curas se tragan partes del Evangelio que les parecen poco “populares”; y Dios quisiera se Contenten sólo con eso, y no pongan de lado a todo el Evangelio; y se pongan a predicar “sociología”.
El fino hilado de textos y su análisis, con que se prueba el canon, no es de este lugar, pues sólo su conclusión es lo que aquí interesa. El que quiera conocerlo puede abrir cualquiera buena Introducción; de las cuales las mejores que conocemos son Clodder, H. J., Unsere Evangelien, B. L., Herder, Friburgo, Zahn, Th., Geschichte des Neutestamentlichen Kanons, B. II, Leipzig, 1892; E. Jacquier, Le Nouveau Testament dans l’Eglise Chretienne, t. I, París, 1911; Levesque, Nos Quatre Evangiles, Beauchesne, París; Rosadini, Introductio in Libros Novi Testmmenti, t. I, Univ. Greg., Roma, 1931; Souter, A., The Text and canon of the New Testament, London, 1913; Wikenhauser, A., Einleitung in das Neue Testament, año 1952.