Parió
la abuela
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Como si con los Tres Chiflados -Bergoglio, Tucho
Fernández y Mons. Karcher- no tuviéramos ya suficiente, ahora parió la abuela,
es decir, apareció el P. Guillermo Marcó como actor de reparto del cuidado y
escandaloso video producido por CTV, el canal de televisión oficial del
Vaticano, y que comentamos hace unos días en este blog. ·
Recordemos que Marcó es un sacerdote de la
arquidiócesis porteña que se desempeñó durante años como portavoz oficial del
cardenal Bergoglio y figura omnipresente en los medios de comunicación, hasta
que se pasó de listo, o su
valedor le dio una orden demasiado arriesgada, y el pobre terminó
misericordiado de su puesto y silenciado durante años.
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A comienzos de diciembre último publicó este breve artículo en
el suplemento religioso de Clarín con algunos consejos acerca
de cómo debería encarar el Santo Padre la repartija de misericordia durante
este Año Santo, concretamente, modificando sustancialmente el sacramento de la
confesión. En vez de ser sancionado como hubiese correspondido, fue llamado a
protagonizar el video de marras. No sería raro que el papa Francisco le haya
levantado la pena impuesta y Marcó esté, nuevamente, en carrera episcopal.
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Su artículo es lamentable. Pivotea sobre dos
mentiras grandes como una casa y Marcó no puede aducir ignorancia al
respecto. La primera de ella es asegurar que el hijo pródigo vuelve a
casa de su padre por necesidad y no por arrepentimiento. Como ya apuntó un
lector del blog, el Evangelio es claro cuando dice que el hijo vuelve y admite
su pecado y, consecuentemente, pide perdón y cambia de vida. Y esta hasta la
interpretación unánime de los Padres de la Iglesia. Por ejemplo, San Gregorio
de Nisa, San Agustín, San Ambrosio y San Juan Crisóstomo. ¿En que afecta esta
interpretación mentirosa del Evangelio? En que ya no es necesario que
el hijo pródigo deje, luego del arrepentimiento, su vida disipada entre
prostitutas. Si tiene hambre, el padre le llevará un sanguchito de mortadela al
burdel para que se siga divirtiendo sin pasar necesidad. Ahí está la
misericordia de Marcó, y de Bergoglio. Misericordia sin arrepentimiento.
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La segunda mentira, más grave aún si cabe, es
cuando asegura que, hasta el siglo XII el sacramento de la confesión era
exclusivamente para los pecados de escándalo público y,
consecuentemente, habría sido la disciplina de la maldita Iglesia oscurantista
de la Edad Media la que cambió todo y comenzó a reprimir a los fieles por sus
pecados privados, especialmente aquellos relacionados con la sexualidad. Podría
arrojársele al presbítero Marcó una tonelada de libros que dicen, y documentan,
exactamente lo contrario. Haga referencia aquí a un solo texto. En el año
796, Alcuino de York, abad en ese momento del gran monasterio de San Martín de
Tours, le escribe una carta los adolescentes que viven en la abadía, ya sea
educándose en las artes liberales, ya sea iniciándose en la vida religiosa. La
carta se conoce como Ad pueros sancti Martini, y puede encontrarse
en MGH Epistolae Alcuini 131, pp. 194-198 (hay también
traducción española -Alcuino de York, Obras morales, Eunsa,
Pamplona, 2004. El texto al que hago referencia se puede bajar desde aquí). En la misiva,
el autor hace referencia al problema que afecta a los adolescentes de todos los
lugares y épocas del mundo: la lucha por la castidad y, concretamente, el
pecado de la masturbación, que, para la moral de los nuevos curas, ya no es más
pecado sino una simple etapa de la evolución personal. Escribe Alcuino entre
otras cosas: “Haz, pues, penitencia, confiesa tus propias faltas, revela en la
confesión los secretos de tu iniquidad. Es conocido a Dios lo que has hecho en
secreto. Aunque la lengua no lo diga, la conciencia no podrá ocultarlo. Crees
en vano que tus crímenes permanecen ocultos entre paredes. Pero aunque puedas
escapar a los ojos de los hombres cuando pecas, absolutamente nada de lo que
hagas en secreto quedará oculto a la mirada de Dios. Di tus pecados en la
confesión antes de que sientas la cólera del juicio. Créeme, todos tus pecados
serán perdonados si no te avergüenzas de confesarlos, y serás purificado por la
penitencia”. No hay excusas ni lugar para interpretaciones neoconas: el
P. Guillermo Marcó miente pues la documentación histórica, en este caso el
testimonio de un autor del siglo VIII, muestra que en esos tiempos los pecados
de índoles privada como la masturbación se confesaban sacramentalmente.
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Y, basado en su mentira, concluye el presbítero
porteño que el Santo Padre debería modificar la disciplina del sacramento de la
confesión dando libertad para que el penitente arregle directamente sus cuentas
con Dios sin tener que pasar por la “boletería” del confesionario.
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¿Qué se esconde detrás de toda esta patraña? Hay
que prestar atención a lo que dice en el cuarto párrafo: “...durante siglos la
Iglesia amenazó a los pecadores con toda clase de castigos, en la vida presente
y en la eterna, sobre todo por pecados privados y, más precisamente, ligados al
ejercicio libre del placer y la sexualidad”. Aquí está la madre del
cordero. Lo que pretende Marcó, en sintonía con los nuevos aires vaticanos, es
la proclamación por parte de la Sede Apostólica del derecho universal al
orgasmo. Sabrán disculpar la expresión, que es sin duda soez, pero también
lo suficientemente gráfica, cruda y realista. Lo que este curita y miles de
otros curas y obispos quieren, es que la Iglesia se deje de molestar a los
hombres mientras estos se divierten orgásticamente. Como se dan cuenta que el
infierno ya no asusta a nadie y que, por más reprimendas que se hagan desde los
púlpitos, casi todo el mundo se dedica a vivir la vida loca junto a Ricky
Martin, lo mejor es decir que no hay problemas con vivir la vida loca, porque
esos son pecados privados y, en todo caso, podrá cada uno, en su conciencia,
arreglarse con Dios.
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¿No será que, en el fondo, lo que pretenden
estos curas es abrir el paraguas para cobijarse ellos mismos bajo él?