Del discurso único al oficialismo plural.
Del
discurso único al oficialismo plural.
Fueron demasiados años
de hegemonía discursiva. La permanente apelación
al ordinario recurso del panfleto, apoyado siempre en la
burda propaganda, utilizada para adoctrinar y que así
todos dijeran exactamente lo mismo, repitiendo sistemáticamente
sin pensar, se empieza a esfumar lentamente. Tal
vez sea por eso que cuesta tanto acostumbrarse a este original
arquetipo que se está configurando paulatinamente,
día a día, que asoma muy tímidamente y que
viene generando innumerables ruidos en ese engorroso esquema
de progresiva adaptación.
Los hábitos
no se cambian con facilidad. Llevará tiempo lograrlo,
porque primero se debe internalizar ese proceso, comprenderlo
con total claridad y asumirlo luego como absolutamente natural,
como parte esencial de una evolución que finalmente
se integrará a la rutina cívica.
Quedan
atrás los tiempos en los que el mandamás decidía,
casi en soledad, y luego imponía sin piedad, desde
su arrogante liderazgo mesiánico, los argumentos a
utilizar para que una porción de la sociedad se apropie
de ellos y los defienda con idéntica convicción.
Se viene ahora un tiempo distinto, de individuos
libres, con criterio propio, que forman parte de una comunidad
más abierta, diversa y plural. En definitiva, al final
de esta etapa, florecerá algo más parecido a una
sociedad civilizada que a un rebaño que solo reitera
lo que otros pensaron por ellos.
Todo eso supone
un gran esfuerzo, de convivencia en el disenso, de respeto
irrestricto por la visión del otro, de incondicional
tolerancia, sobre todo frente a la esperable discrepancia
y más allá de las eventuales razones esgrimidas
en cada caso. Ese gran desafío precisa del coraje necesario
para abandonar todo lo conocido, lo que incluye dejar de
lado la eterna lógica del "ellos o nosotros", esa que
invita a dividir a la sociedad en dos bloques totalmente
homogéneos, en rivales antagónicos sin ningún
tipo de matices.
Siempre existirá una masa
crítica de personas que acuerdan, en general, con el
accionar de quien conduce oportunamente el gobierno, y otro
grupo que asumiendo notables diferencias, se siente más
cómodo en un rol opositor. Eso jamás desaparecerá.
No es tampoco deseable que suceda. El reto consiste en intentar
desarmar los clásicos engranajes del tradicional discurso
único que sostienen aquellos que siempre apoyan a los
que detentan el poder.
Con gran dificultad,
pero a paso decidido, se viene estructurando un novedoso
modelo de oficialismo, de acompañamiento a los que
gobiernan, pero ya no desde la humillante actitud de aplaudidores
seriales. Un conjunto de personas, de diversas extracciones
ideológicas, con visiones, a veces coincidentes y otras
encontradas, conformarán ese nuevo espacio menos vertical.
Ya no será el oficialismo abyecto de otro tiempo. Se
trata ahora de un grupo de seres humanos con una dinámica
distinta, con grandes acuerdos en lo general, pero también
con sus propias contradicciones, en ese diálogo abierto,
a veces sin norte y otras con más intuición qué
razón.
Este nuevo escenario está bastante
lejos de la perfección. Después de todo, en este
mundo sin certezas, en materia de opiniones, no existe tal
cosa como la "verdad revelada", sino en todo caso miradas,
siempre parciales, a veces un poco más completas, pero
jamás totalizadoras.
El recorrido recién
empieza, es pausado, y no se desarrolla en línea recta,
sino que, con múltiples tropiezos, va transitando sinuosamente
esta nueva experiencia. Es imprescindible comprender este
fenómeno. Entender lo que está sucediendo ayudará
a dejar de lado la dialéctica binaria del blanco o
negro, de la simplicidad como única forma de interpretar
la realidad.
Si aún no se ha percibido
esta nueva construcción, se corre el riesgo de caer,
otra vez, en la trampa de la crispación, esa que invita
a visualizar al que piensa de modo opuesto como un enemigo
irreconciliable. Hay que girar hacia algo sustancialmente
diferente. El aprendizaje del pasado debería ayudar
a que esta peculiar etapa sea superadora. No será tarea
sencilla. Las secuelas de lo vivido están aún
muy frescas, golpean a diario, y de tanto en tanto, intentan
regresar abruptamente al ruedo.
En las crisis
siempre existe una oportunidad. Pero también es cierto
que muchas dificultades pretenden quedarse para siempre.
Depende de los ciudadanos asumir el compromiso de edificar
algo sólido capaz de reemplazar a aquella triste era
dominada por la ira como denominador común, por una
alternativa mejor, imperfecta, pero más estimulante.
Lo más interesante es que nada de eso, depende
de los gobernantes. En todo caso, ellos podrán sumarse
a este mecanismo naciente, aprovecharse de él, comprendiendo
su entorno y sumando voluntades diversas bajo esta flamante
perspectiva.
El verdadero cambio radica en la
sociedad, en cada uno de los individuos que la integran.
Son ellos los que pueden definir las nuevas reglas de juego
para una convivencia armoniosa. Esa coexistencia no precisa
de una mayoría matemática que imponga al resto
su voluntad, obligándola a someterse servilmente, sino
de un debate abierto como método vital.
El
desafío que está por delante es complejo. Recién
se inicia este sendero, con gran parsimonia y bastante desorden,
con algo de caos y también con cierto desconcierto.
Pese a las dificultades, tal vez valga la pena intentarlo.
Se requerirá de paciencia y también de perseverancia.
Eso será indispensable para pasar del discurso único
al oficialismo plural.
Alberto Medina
Méndez
albertomedinamendez@gmail.com