EL EVANGELIO DE JESUCRISTO
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EVANGELIO
DEL ADVENIMIENTO (I)
En la tercera misa de Navidad la Iglesia lee el famoso Prólogo del Evangelio de San Juan, que
se lee cada día al final de la Misa. El Evangelista afirma en un raccourci sublime la Divinidad de
Cristo, su Encarnación y su posición con respecto a los hombres: en suma, el
misterio de la Vida Divina en Dios y en la Humanidad. Dicen que es el poema más
sublime que ha salido de boca humana, y así es; mas la sublimidad es percibida
solamente por los capaces de seguir aunque sea de lejos con la vista el vuelo
del águila de Patmos; es decir, los preparados a ver la profundidad teológica
de esas frases cortas y encadenadas, arcanas y sencillas a la vez.
Este
trozo se presta para dar una idea del estilo
oral, que es el género literario en el cual han sido escritos –y primero recitados–los EVANGELIOS, idea que es
necesaria para comprenderlos bien; y se presta también para dar en resumen la
doctrina sobre la Persona de Cristo y su posición de Mediador entre Dios y los
hombres por medio de la Gracia. Eso haremos en dos secciones, la primera
referente a la forma, la segunda al contenido, después de traducir la perícopa
directamente del texto griego, conforme a los esquemas rítmicos, hoy día ya
estudiados, del estilo oral rítmico y
mnemotécnico.
En el principio era la Palabra,
Y
la palabra era cabe Dios
Y era Dios la Palabra:
Así era cabe Dios en el principio.
Por Ella toda cosa fue hecha
Y sin Ella nada fue hecho
De toda cosa hecha
En ella era la vida
Y la Vida era de los hombres la
luz
Y la luz lució en tinieblas
Y
las tinieblas no comprendieron la luz
Surgió un hombre testimón de Dios
Y
su nombre fue Juan
Este
vino para testimonio
Para
testimoniar acerca de la luz
Para
que todos creyeran por él.
No
era él la luz
Sino
testimonio acerca de la luz.
Era la luz verdadera
Que
ilumina a todo hombre, la cual vino
al mundo
En el mundo estuvo
Y
el mundo por ella fue hecho
Y no la conoció el mundo
A lo suyo vino
Y
los suyos no lo recibieron
Pero
a cuantos lo recibieron
Dioles
facultad de hacerse hijos de Dios.
Los que no de las sangres
Ni de la voluntad de la carne
Ni de la voluntad de varón
Sino que nacieron de Dios
Y la palabra se hizo carne
Y
habitó en nosotros
Y nosotros vimos su gloria
Gloria como del Unigénito
del Padre
Pleno
de gracia y de verdad.
A
los 80 o más de edad, siendo Proto‑Obispo de las Iglesias establecidas cerca de
Efeso y el último sobreviviente de los Apóstoles, el anciano Juan (“presbíteros Joannes”) escribió su
Evangelio en griego, con la intención de reseñar los hechos y dichos de Cristo
que habían omitido los tres Sinópticos, pero tomando a los Sinópticos como
base. Escribió en lengua griega común o koiné;
pero pensó en aramaico, su lengua natal; y transparentemente se ven en
este Prólogo los esquemas orales de
los recitadores palestinos. Muchas veces sin duda Juan había recitado el
sublime ditirambo en su Iglesia de Efeso, antes de fijarlo por escrito.
El
estilo oral es la manera de
expresarse de los medios en que todavía no está vigente la escritura, y el
pensamiento y su expresión se desenvuelven por cauces enteramente diferentes
de aquestos a que nosotros estamos acostumbrados: por ejemplo, no existe
todavía esto que llamamos prosa y verso.
Su permanencia actual en numerosas tribus (como los tuaregs de Africa
estudiados por Charles de Foucauld, los merinas de Madagascar estudiados por
J. Paulhan, los tagalos abisinios, los árabes del Líbano, los guslares eslavos,
los cuentistas chinos) lo mismo que sus huellas claras en los monumentos
literarios antiguos (la Biblia, el Korán, el Talmud, los Vedas, Homero;
y hasta la Chanson de Roland y el Poema del Myo Cid) han permitido a los
sabios reconstruir sus leyes e integrarlas en una teoría total del origen y la
evolución del lenguaje, que es uno de los grandes descubrimientos –conocido y
apreciado por pocos– de la moderna investigación científica.
El estilo oral es la segunda de las
etapas de la evolución de la expresión humana. La primera es el estilo manual, la última el estilo escrito. El origen del lenguaje
es el gesto, tomada esta palabra en
su sentido más amplio. El gesto total, que es el instrumento expresivo del
animal, desemboca en el gesto manual y lingual en el hombre, por razones de
economía; y obedeciendo a estrictas leyes naturales, surge entonces en todo el
sistema de expresión rítmico‑mnemotécnico, compuesto de frases acuñadas que
son gestos proposicíonales, encadenados
entre sí por medio de una palabra sobresaliente repetida (palabra‑broche) que es la abuela de la actual rima de los poetas; y ordenadas en grupos binarios o ternarios que
a su vez se coagulan en esquemas
rítmicos, comparables a toscas estrofas. Este sistema es natural –y sus
rastros pueden verse en el actual lenguaje común en determinados casos– pues
obedece a las leyes de la respiración, al ritmo del corazón y a la psicología
de la asociación de ideas, pero al mismo tiempo el hombre lo elaboró y
perfeccionó, con fines mnemotécnicos e incluso estéticos: pensemos en la
necesidad vital de recordar la religión, las leyes y la historia, en los
pueblos que carecen de escritura.
Este
cometido perteneció a los recitadores que
con diferentes nombres existieron en todos los pueblos; y cuya función fue de
primera importancia, muy superior a la de los escritores, periodistas y
oradores de nuestros días. Nuestros payadores
pertenecieron a ese linaje. No estuvo del todo mal José Hernández cuando
simbolizó a todo el pueblo argentino en un payador. Hoy día habría que
simbolizarlo en un periodista.
En
el evangelio que tenemos delante podemos ver como se desenvuelve un recitado
de estilo oral.
1.
Está compuesto de gestos proposicionales,
oraciones cortas de sujeto‑verbo‑predicado, no períodos; los cuales corresponden al gesto tríadico del estilo manual, conque el primitivo
acompaña sus elocuciones, mimando –maravillosamente a veces– en tres tiempos
los movimientos (o gestos) que fuera de sí o en sí mismo percibe:
El
volante cayendo sobre el reptante
(Un águila ataca a una
serpiente)
El
reptante mordiendo al volante
El volante perdiendo la vida,
idioma manual‑lingual de donde salieron los
sorprendentes dibujos de las cuevas de Altamira, por ejemplo; y los primeros
jeroglíficos egipcios, padres de la moderna escritura: no menos que las
admirables danzas miméticas de los pueblos salvajes.
2.
Una palabra –la más significativa– une entre sí como un broche a los gestos proposicionales, y es enviada por lo general
al comienzo o al fin de la frase, cosa que no he podido conservar siempre en mi
traducción. Esa palabra es, como dije, el origen de la moderna rima y su papel mnemotécnico es claro.
Antes de volverse un adminículo de adorno, y una cosa artificiosa y aun innatural,
la tosca rima de la palabra repetida ha sido una cosa útil y aun necesaria,
ayuda de la memoria y trampolín del compositor. No estaba muy descaminado nuestro
Lugones cuando por instinto –y sin conocimiento de los descubrimientos
lingüísticos modernos– sostenía testarudamente contra los “versilibristas” que
“la esencia de la poesía es la rima”. La rima es en efecto un rastro del estilo oral; y el estilo oral es la manera más natural –y por ende más poética– del
lenguaje humano.
Véase
el término “palabra” (logos) y el
término “en el principio” (enarjé) tomado
este último de la primera palabra del Génesis, en el primer esquema cuaternario
de Juan. Y después “fue hecho” (eguéneto),
“luz”, “testimonio” , “mundo” , “suyo”
, “carne”, “nosotros”, “gloria”, que constituyen como el esqueleto
rítmicomnemónico del recitado.
3.
Los gestos proposicionales binarios o ternarios se agrupan en divisiones de
sentido completo, que podíamos llamar estrofas,
también relacionadas entre sí en una forma más flexible por medio de palabras broches. Diez grupos de éstos
hay en este recitado.
Los
rabbíes hebreos, así como Los rapsodas griegos y los juglares castellanos,
recitaban los monumentos religiosos,
épicos o jurídicos de la raza, que tenían en su memoria, y a su vez
improvisaban nuevos recitados, que los oyentes a su vez memorizaban con una
facilidad y exactitud estupendas: es un hecho histórico debidamente
comprobado. Tenían, por decirlo así, una especie de imprenta natural montada en
el cerebro. La niña Miriam (Nuestra Señora) prorrumpe delante de su prima
Isabel en un himno religioso en el cual hay once alusiones a versículos de la
Escritura, de una belleza poética incomparable, el Magníficat. Y esta hazaña, que desconcierta a Heitmuller y a
Harnack haciéndoles dudar de la autencía del Evangelio de Lucas, la cumple hoy
día una mujer merinah o tuareg[1] Yo
parto de las tiendas después de mi plegaria
hago un camino lleno de
cavilaciones
Dejé allá abajo a
Tekádeit y Lilli
hambrientos extenuados
llorando.
Las langostas son la
muerte de los pobres
pero yo fui al capitán
que es piadoso.
Es un mozo que hace
esfuerzos para el bien
es valeroso en la guerra
y es bienhechor
Tiene los gritos de júbilo
de las mujeres
y tiene méritos delante
de Dios.
Su desafío nadie lo
recoge–
A todos los paganos él los puede.
En René Bazin, Charles de Foucauld, p.340, en la traduccion castellana de
Editorial Difusión, año 1953, p.308..
Cuenta Platón que cuando Horus, el
dios‑gavilán, llevó al Faraón de Egipto el invento de la escritura, el Faraón
dijo: “Este invento va a destruir en el hombre la memoria”. Para comprender
esos fenómenos de memoria comunes en los medios de estilo oral, hemos de advertir que los gestos proposicionales constituyen en esos medios una especie de tesoro común, análogo un poco a
nuestros refraneros, y que con ellos la gente habla combinándolos sin
modificarlos, cosa que se puede observar un poco entre los campesinos de
Castilla la Vieja (frases octosilábicas) o la Toscana (frases endecasílabas)[2]. En otras palabras, la
lengua está compuesta de frases y no
de palabras sueltas; lo cual es
conforme a natura, puesto que la verdadera unidad de un idioma es la frase y
no la palabra; la cual suelta tiene muchos sentidos y sólo cobra su verdadero
valor en la frase. Y por otra parte, el sutil mecanismo del recitado se desenvolvió en vista de la
retención mnemónica; y el mejor recitador era aquel que obtenía composiciones
más fácilmente retenibles; más claras, regulares y trabadas en sí mismas.
Así
se compusieron los Evangelios, los cuales fueron fijados por escrito varios
años después de proferidos; y cuando había ya muchísimas gentes que los
repetían de memoria y podían controlar su exactitud. Cristo fue de por su
oficio un gran recitador de estilo oral; y el oficio de sus
Discípulos era retener y repetir sus sermones y componer a su vez recitados
narrativos de sus milagros, hechos y andanzas: en eso consistía el discipulado,
en retener y conservar el tesoro.
“Semejante es el Reino de los cielos a un escriba docto, que saca de su tesoro
cosas de hoy y de ayer”. Así se explica por ejemplo que Cristo haya podido
predicar a 5000 personas: su altavoz fue la repetición cadenciosa pausada y
sumamente fiel de sus discípulos y de todos los cabezas de grupo, los meturgemanes. Así se resuelven muchísimas
dificultades conque se han roto la cabeza los exegetas antiguos –que querían
meter los Evangelios en el lecho de Procusto de la retórica grecolatina, estilo escrito– y sobre todos los
críticos racionalistas del siglo pasado; los cuales, partiendo del falso
supuesto del libro como hoy lo
conocemos, se hacen un lío del demonio con sus “loguia”, “fuentes perdidas”,
“notas tomadas”, “memorándum común”, “dependencia de Mateo”, “el protomateon,
“el pseudo mateo”, etcétera. A semejanza del famoso eslabón perdido de los
darwinistas, éstos han inventado una fuente
escrita común, para explicar “la asombrosa coincidencia y la más asombrosa
divergencia” (frase de San Agustín en el siglo IV) de los cuatro Evangelios. Y
plantearon una gran cantidad de problemas falsos, como la socorrida Cuestión
Sinóptica, que se desvanecen como humo en cuanto se comprende el modo de
creación de estos “pequeños libros”, según
palabras de Loisy, que no son libros.
El que quiera constatar todo esto,
tiene que leer la dura y riquísima monografía de Marcel Jousse, S.J., “Le Style
oral rithmique y mnemotéchnique chez les Verbo-moteurs en Archives de Philosophie vol. II, cahier 4, Beauchesme, París,
MCMXXIV, pero mucho más fácil es observar y analizar a un gran orador, a un
gran actor o simplemente a un hombre que habla sin controlarse presa de una
emoción cualquiera o borracho: el lenguaje retrocede a sus fuentes naturales, el
gesto recobra su imperio, la frase se vuelve cortada a imperio de la
respiración y el golpe cardíaco; y el ritmo y la mimesis[3] 1. explosión energética (cuerpo)
2. Ritmo y 3. mimesis (condiciones
esenciales)
4. contenido significativo (alma),
condiciones esenciales de todo lenguaje, se hacen visibles, libres de las
muletas, cabrestillos y estribillos que nos ha inducido el estilo escrito. Pondremos aquí como
ejemplo un recitado natural entre
tantos como hemos oído, y se pueden oír con toda facilidad teniendo un poco
de atención.
Esquema rítmico natural de estilo oral en un medio
de estilo escrito
(Mastro Yenaro, Mar del Plata, 10 de
febrero de 1943: inauguración del templo Sagrada Familia en barrio Pescadores,
del Puerto. Estatua de bronce dorada de Cullen sobre boceto de la señora Montes
de Oca, fundida por Mastro Yenaro.)
Rec. l Osté respeta la
kente aquí
porque la kente lo respeta 'osté
Rec. 2 e se osté
no respeta la kente aquí
cho ke sono 'no póvero strankero
le facho l'astrosión
a osté
Rec. 0 k'é un creoyo aquí
En esta tosca estrofa natural, pueden verse las palabras broche, los gestos
proporcionales binarios y el paralelismo
natural, que dicen los manuales atrasados es la característica de la poesía hebrea; siendo así que la poesía hebrea no es sino estilo oral y el paralelismo una de sus características absolutamente universales,
conforme a las leyes de la psicología general: el segundo gesto es como un eco del primero, en virtud de la ley de economía, o inercia.
Esquema rítmico natural en el coloquial español
(Una pobre mujer, de Jacinto Benavente,
Renacim, tomo 27, pág. 127.)
“Sí, eso dice usted siempre
y
hasta puede que usted se lo crea al decirlo
Pero después ¡Bien va usted a
llorarle!
y a llorarnos a toos pa que
vuelva con usted,
a llevar la vida,
que
han llevao
ustedes
desde que hizo usted
todo lo que puede hacer
una mujer
pa ser la ruina de un hombre.
La palabra broche usted cruza todo el esquema rítmico,
sostenida por otros broches que unen
los gestos binarios, apareciendo aquí
otro elemento de estilo oral, la antítesis o contraposición (mujer‑hombre)
lo mismo que en el anterior ejemplo: strankero‑creoyo.
Parecería según esto paradojalmente
que la poesía es más primitiva y natural que la prosa, cosa de que tienen una
sospecha vaga todos los poetas. En realidad poesía
y prosa son dos denominaciones de estilo
escrito, y no se encuentra esa distinción posterior e‑n los medios de estilo oral; pero es verdad que la poesía está más cerca del lenguaje que
la actual prosa[4]. Si estudian alemán
–lengua más primitiva que las latinas– verán que son más fáciles de comprender
los poetas que los prosistas. Moliere se ríe del pobre Messié Jourdain, porque
el pobre burgués gentilhombre se espanta “de haber estado toda la vida hablando
en prosa sin saberlo”. En realidad hay que reírse de Moliere. Messié Jourdain
no hablaba en prosa. Tampoco en verso. Hablaba en estilo oral, como hablamos todos, por lo menos cuando hablamos
bien.
Los predicadores que
han dado de mano el Evangelio para proferir campanudamente desde el púlpito
dogmas, moralina, “sociología” y un montón de lugares comunes muertos –y el
“mejor predicador” de Buenos Aires recita, yo lo he oído, páginas entera de
Monseñor Bougaud– harían bien en imitar a San Pedro y a San Pablo, y recitar
sencillamente, ya que tienen buena elocución, el texto del Evangelio,
vivificado con sus gestos naturales, división en versículos y en ritmo oral.
Obtendrían más fruto que con sus retóricas, cuando las tienen, que a veces ni
eso tienen. Así lo hemos constatado en una recitación de evangelios por alumnos
de la escuela de Jacques Delcroze en París. Eso precedía a la homilía, o breve explicación, en la
primitiva Iglesia: el lector recitaba estentóreamente en forma pausada y
cadenciosa el texto evangélico; y
después el doctor sacro lo explicaba.
Casi todo el Evangelio se presta a
ser reducido, en mayor o menor grado, a esquemas de estilo oral.
Veamos otro ejemplo:
A
Y atravesó Jesús en la barca
Y andaban con él turbas copiosas
Y he aquí que llega un hombre
Y él era Jefe de la Sinagoga
B
Y vio a Jesús
Y cayó a sus pies
Y gritó hacia él
Y le dijo así:
Rabbi,
mi hija se muere
Pero
ven tú a mi casa
Y
posa tu mano sobre ella
Y
curará y vivirá
A
Y se levantó Jesús
Y andaban con él turbas copiosas
Y he aquí una mujer
Y ella estaba con un flujo de sangre
B
Y ella oyó a Jesús
Y vino por detrás
Y tocó su vestidura
Y ella se dijo:
Si
toco siquiera su vestidura...
Quedaré
sana.
D
Y luego se paró el flujo de sangre
Y ella fue sana.
No tenemos gran simpatía por los
“catecismos”: el primer catecismo que existió lo hizo Martín Lutero para
propagar su “reforma”. Cuando un “Gobierno” militar implantó la enseñanza
religiosa, aparecieron tantos catecismos malos que las personas de buen gusto
comenzaron a preguntarse si era conveniente esa religión en las escuelas. Pero un catecismo‑evangelio que los niños pudieran recitar y representar,
como fue recitado y representado en su origen, eso nos reconciliaría con el catecismo:
un catecismo semejante a la cathekesis original
de Jesús y sus discípulos.
Recitativo 1
Semejante es la Malkoútah de los cielos
a un hombre –que cavando un campo–
encontró un tesoro
Y
lleno de gozo, fue
y
compró aquel campo
Recitativo 2
Semejante es
.......................................
un mercante –que mercando joyas–
encontró una perla
y
............................................
Y............................................
aquella perla preciosa
Recitativo O
No
arrojéis vuestras perlas a los puercos
No
mostréis ......tesoros ......perros
Que no entienden
No sea que los pisoteen
Y a vosotros os atropellen
Porque no entienden.
(Jesús de Nazareth, recitado por Mateo, XIII, 44).
El padrenuestro
Recitativo 1
Cuando queráis orar decid –Oh Padre
el de los Cielos
Tu nombre sea loado, que tu
Malkoútah venga
Que tu voluntad se haga en la tierra
como en los Cielos
Recitativo 2
Danos hoy a todos el pan por venir
Remite
nuestras deudas como remitimos lo que nos deben
No nos dejes venir en prueba líbranos del Malo.
Y líbranos del Malo
Recitativo O
Porque si remitís las deudas del
prójimo
El
Padre os remitirá vuestras deudas
Y si no remitís las deudas del
prójimo
El Padre de los Cielos no os remitirá vuestras
deudas.
(Jesús de Nazareth,
recitado por Lucas, XI).
Y así podríamos multiplicar los
ejemplos, tomados de todos los
medios de estilo oral, afganos,
bereberes, tuaregs, chinos, tagalos, merinas, piel roja y, sobre todo, hebreos,
árabes e hindúes antiguos.
Así fueron recitados los Santos
Evangelios, antes de su fijación –más o menos resumida– por escrito, para el
mundo romano; el cual era un medio de estilo
escrito.
El Prólogo del Evangelio de San Juan, cuya estructura lingüística
hemos ilustrado someramente, contiene la doctrina de Logos, o Verbo de Dios. Es una palabra griega original en el
Evangelio, que Jesucristo no usó; pero que corresponde a la palabra sophía o sapiencia, que Jesús usó y que
entronca en los libros sapienciales del
Antiguo Testamento. Cristo, dice San Juan, es el Logos, o la Sabiduría, del
Padre; y es Dios y es hombre; y es la vida del hombre.
Logos
significaba en ese tiempo para los griegos “palabra, razón, conocimiento,
comprensión, sentido, ciencia, cordura, sabiduría...”. Era un concepto
sumamente compresivo y sumamente prestigioso –cuasi mágico– en los medios
helenísticos, cultivados en la filosofía de Heráclito, de Platón y de Filón de
Alejandría.
La escuela de crítica racionalista,
que nace en el siglo pasado del protestantismo –con Lessing– y desemboca en el
ateísmo –con Wrede, Brandes– pretendió que San Juan se había apoderado del
concepto de Logos divino de la
filosofía panteísta griega y lo había injertado en la tradición evangélica;
haciendo así de Cristo un Dios, cosa que a Cristo y sus primeros discípulos no
se les habría ocurrido nunca. Y para eso identifican el Logos de San Juan con el Logos
de Philón: filósofo judío del siglo I, que construyó un sistema de filosofía
platónica sobre la base de los libros mosaicos, fuertemente teñida de
panteísmo.
La verdad es que entre el Logos de Juan y el de Philón media un
abismo: el Logos de Philón–tomado de
la filosofía estoica, que a su vez lo recibiera de Heráclito y Anaxágoras–es
la Razón de Dios, la cual es el instrumento de la creación del mundo, a
la manera de la razón operativa o la técnica del artista, por intermedio de
la cual el artista crea la obra de arte. Mas el Logos de San Juan es una persona divina que se encarna en un
hombre; y que no solamente está en –el seno de– Dios sino que está con o cabe Dios; puesto que el verbo era (eén) significa identidad en griego
y la preposición cabe (pará) significa
una distinción. La inteligencia de Dios
tiene en Dios una vida personal, tanto que pudo bajar a la tierra y hacerse
hombre: “y el Verbo se hizo carne y habitó entre [y en] nosotros”.
Juan tomó el término del vocabulario
filosófico de su tiempo; y también su sentido principal, concretándolo y
aplicándolo al “Hijo del Hombre” e “Hijo de Dios” de los Sinópticos; entre
otros motivos, para significar un modo de generación enteramente espiritual, no
asimilable a la generación carnal que conocemos: “Los que no de las sangres, ni
de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del varón; sino que de Dios son
nacidos”. Los musulmanes actuales, lo mismo que los gnósticos antiguos, no
pueden acordar –y con razón– que Dios haya tenido un Hijo‑carnal. Mas la
generación del Verbo no es carnal.
La generación eterna del Verbo no
puede compararse –y aun así permanece arcana– sino con la formación misteriosa
del conocer en el alma del Hombre. Dios se conoce a sí mismo, y en sí a todas
las cosas, y ese conocimiento es su “Hijo”.
Esta es la última palabra que el intelecto humano, bajo el influjo de la
Revelación, puede pronunciar sobre el misterio de la vida divina, inaccesible
naturalmente a sus alcances.
¿Qué era el Logos para la cultura helénica? Era. para algunos, un ser
intermediario entre Dios y el mundo (Plotino); para otros (Philón) era la razón
divina esparcida por la creación, distinguiendo a los seres y organizándolos;
pero era también otra cosa, pues el término no había llegado a esos sentidos
técnicos sino acompañado por una nube de asociaciones que lo matizaban. Todo
lo que hay de serio de razonable, de ordenado (lo bello, lo regulado, lo
conveniente, lo legítimo), todo lo que era universal, armonioso y musical se
agrupaba para el espíritu griego en torno del Logos, que era como la medida
y el ideal de las cosas. Para formarse una idea piénsese en lo que significaba
para los hombres del siglo XVIII el nombre mágico de Razón: liberamiento, sapiencia, virtud, progreso, luces; todo lo
que inspira, desde hace cien años, la palabra Ciencia; lo que sugiere a nuestros contemporáneos el término Vida; palabras-símbolo de significado
indeterminado y fuerte carga afectiva: los talismanes o banderines de la
época. Son como resúmenes del ideal de una época, llenos de sugestión por su
misma vaguedad; indicadores de una solución que todo el mundo busca, pero no la
solución misma, a no ser como silueta y como germen... La solución que tendrá
más chances de triunfar será aquella que hará tomar cuerpo de la manera más
clara a un mayor número de nociones apuntadas y de aspiraciones inquietas, que
vivían como en difusión en la Gran Palabra. Ahora bien, San Juan respondió
maravillosamente a ese movimiento de gestación aplicando la Palabra Magnética
en forma precisa a Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios –fiel a la tradición
bíblica del Libro de la Sabiduría–; y así respondió a los deseos de las almas
griegas, a las cuales la teoría de un Logos
nebuloso, difundido impersonalmente en las cosas, intermedio más bien que
mediador, sombra de Dios más bien que Dios, no podía llenar perfectamente. Juan
“evangeliza” a la vez para los judíos y para los gentiles.
Después de haber señalado a Cristo
como el Verbo del Padre, Juan lo hace sucesivamente la Vida, la Luz la Gloria,
la Gracia y la Verdad de Dios; Engendrador a su vez de una nueva vida en “todos
cuantos lo recibieren”. El comienza por ser la luz de todos los nacidos,
porque imprime en toda alma mortal la imagen de Dios en forma de razón y de
conciencia; y es después el principio de la luz sobrenatural de la fe, por la
cual el hombre es levantado a una nueva filiación, la adopción divina. La
gracia y la verdad son sus dones, de cuya plenitud todos recibimos; una verdad
trascendente que sólo se da por la gracia, gratuitamente.
La doctrina del Logos en Juan se resume por tanto así:
el Cristo, el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios son uno, y ese uno es uno con su Padre, y se ha unido a la naturaleza
humana tomando su carne y alma; él llama a todos los hombres a la verdad, y
por ella a la unidad. Pero la unidad del Verbo con el Hombre siendo en la
carne, y permaneciendo los discípulos en el mundo, esa unidad debe volverse y
hacerse sensible; y se vuelve sensible en una sociedad humana, simbolizada en
la imagen del Rebaño y el Pastor. Y como el Buen Pastor natural y primogénito
se aleja por un tiempo de este mundo, ha
designado un Sub‑Pastor en la persona de Pedro. Cuando Juan escribía,
Pedro había seguido ya a su Maestro; pero esto no turba a Juan: sabe que la
Providencia ha proveído a la necesidad de la clave de estructura de la sociedad
cristiana en la persona de los sucesores de Pedro. Como está repetido tantas
veces en el largo Sermón-Despedida de Cristo antes de su Pasión, esta unidad
de la sociedad cristiana está asegurada; y ella se verifica en la fe y en la
caridad.
Los que sienten tan fuertemente hoy
día la necesidad de la unión de los discípulos de Cristo, deben advertir que
esa unión sólo es posible en la fe y en la caridad. Hoy día hay algunos que,
dejando de lado la fe, insisten en efectuar la unión en la caridad: es
imposible. El protestantismo hoy día –no así en sus comienzos– agotado en la
discusión interminable de las variaciones dogmáticas producidas por el “libre
examen”, ha acabado por arrojar “los dogmas” por la borda y forcejea por unificar
a los cristianos en una vaga adhesión personal a Cristo, que se vuelve un puro
sentimentalismo. Pero el primer lazo de unión es la verdad, y la verdad no
puede ser diferente y contradictoria dentro de sí misma. Otros en cambio
pretenden mantener la unión sobre la fe sola.
Este es el estado de las iglesias
católicas cuando decaen: sus fieles creen todos lo mismo así media a bulto
(recitan el mismo Credo de memoria) pero no están unidos entre sí en hermandad
real: ni se conocen entre ellos a veces; oyen misa codo con codo en un gran edificio
–que fácilmente puede ser quemado– reciben la “comunión” cada uno por su lado,
y después se van a sus negocios; y quiera Dios que no a tirarse, unos a otros,
flechazos o coces. No es esta una
“iglesia” propiamente hablando; no hay
Iglesia de Cristo sin caridad. La fe sin obras es muerta, y la obra por
excelencia de la fe es la caridad, la comunión
de las almas. “obras obras!” decía
Santa Teresa; en el mismo tiempo en que Lutero clamaba “¡Fe, fe!” y declaraba a las obras (a las obras exteriores al principio, después a todas
en general) como inútiles para la salvación. Y realmente, si hubiesen estado
vigentes las “obras” de Santa Teresa (obras de verdadera caridad, externas e
internas a la vez) en la Alemania de Lutero, el renegado sajón no se hubiese levantado,
o hubiese caído de inmediato, sin separar de la Iglesia un medio mundo.
El
sifilítico Enrique VIII escribió una obra en defensa de la fe en el Santísimo
Sacramento contra Lutero, que le mereció de la Santa Sede el título honorífico
de “Defensor fidei”, que aún llevan
los Reyes de Inglaterra; pero eso no le impidió quebrar el vínculo de la
Iglesia inglesa con la Iglesia Universal, y precipitar a Inglaterra y con ella
a media Europa en el cisma primero y luego en la herejía. Nunca renegó de la fe;
pero se divorció de la caridad. (Y, entre paréntesis, inventó el divorcio).
Porque la fe debe engendrar caridad,
y la caridad debe vivir de la fe; y sin eso, no hay unidad. Roguemos por la
Iglesia Argentina[5].
ADVERTENCIAS FINALES
Este es un libro de evangelios explicados. Nuestros mayores
tenían en su casa un libro de éstos[6] junto con el Flos Sanctorum o Leyenda Áurea; y a veces también una Biblia completa.
No hay ningún otro actualmente en la
Argentina. Su título podía ser Evangelio
Para los Argentinos. Escritos estos comentarios para el doctor Alberto
Graffigna y el diario Tribuna de San
Juan, la exigencia periodística ha impuesto al autor una serie de leyes y
límites fastidiosos al principio, pero que en definitiva le fueron provechosos.
Y se espera que el provecho no sea para él sólo.
No son propiamente homilías sobre el
Evangelio, ni “meditaciones”, ni un comentario técnico sobre el texto sacro, ni
ensayos de filosofía, ni una historia de Cristo; aunque tienen algo de todo
eso.
El autor tiene varios títulos para
escribirlo, pero no quiere declinar aquí sino uno sólo, que es el de haber soñado, desde que empezó a estudiar teología, hace ya 30 años, con
escribir un comentario de los santos Evangelios; y haber enderezado a eso sus
muy diversos estudios. El Evangelio en griego del doctor Eberhard Nestle que
emplea, interfoliado con hojas en blanco (mit
Screibpapier durschschossen) y lleno de notitas exegéticas a lápiz, tiene
la fecha 1930. Muchas de esas notas son hoy ilegibles. También perdió en sus
peregrinaciones las pacientes e interminables notas que había hecho al
comentario del P. Lagrange, O. P.; y sus estudios sobre Salmerón. Pero estas
pérdidas han sido quizá providenciales.
Si una vida burguesa de profesor de
Seminario o director de revista eclesiástica le hubiese permitido escribir el
libro que quería, hubiese salido un libro
más de “comentarios al Evangelio” como hay tantos en Europa (como el de
Lagrange o el de Lanza del Vasto, por ejemplo) e inferior a ellos, porque aquí
es imposible competir con Europa en esa literatura. Pero de ese otro modo, ha
salido el libro como podía –como Dios quería, digamos– y es, si no único,
singular. El periodismo hoy día según Kirkegor es una gran porquería; pero
tiene su parte buena, como todas las cosas. Por lo menos para el autor en este
caso la ha tenido.
Lo ha obligado a deponer la
pedantería; y a ponerse como meta ideal algo
cristalino con motitas granate; cristalino como gelatina helada, porque se
dirigía al gran público heterogéneo; pero con motitas de pimienta de Cayena
para que fuese leído. Las cuales es posible que den en rostro a los que ven la
mota en el ojo ajeno; pero aun eso no lo afligiría mucho. “Pone chistes en la
Escritura, lo cual es dejar entrar perros en la iglesia” le reprochó un señor
Echague, que creo es ingeniero agrónomo. El entenderá de perros; pero el autor
entiende de Escritura; no tanto como San Agustín, pero un poquito más que el
criticón ciertamente. Por lo demás, chistes no hay muchos. San Agustín, entre
otros, ponía algunos chistes en la Escritura. Las homilías del Hiponense que
tenemos, tomadas taquigráficas por sus oyentes y arregladas por él para la
publicación, conservan aún rastro de eso; más en su predicación oral el gran
retórico de Tagaste hacía toda clase de fiorituras, e incluso usaba palabras
dialectales de su púnico natal; como el autor usa palabras criollas, que son en
realidad del castellano más castizo. En cuanto alusiones a sucesos y a
personas actuales, San Agustín era tremendo; y en motejar a los herejes llegaba
hasta a perder a veces su innata cortesía; en la cual no quisiéramos seguirlo.
Los límites de que hablamos son principalmente dos; no se puede agradar a todos ni se puede ser fácil para todos. Hay que tener sí el
propósito de no disgustar
razonablemente a nadie, mas no el propósito de gustar a todos; porque es inasequible, y ni Cristo mismo lo consiguió.
Al contrario hay ciertos órdenes de verdades que necesariamente tienen que
suscitar oposición. Si escribo un libro de matemáticas yo puedo esperar no
suscitar resistencia alguna, si escribo un libro de religión no puedo; ya lo sé
de antemano.
En cuanto al volver fácil el Evangelio, también se sabe de
antemano que por mucho que se llegue a conseguir, no se conseguirá con
respecto a todos, porque hay una raya, pasada la cual, el “facilitar” se vuelve
“facilonear” es decir, “falsificar”. Poner los Evangelios en el estilo de Soiza
Reilly, no es lícito.
Naturalmente los Evangelios deben
ser tratados con toda‑reverencia‑es‑poca;
pero la reverencia no consiste tanto en las palabras cuanto en la actitud
total del ánimo. Consiste esencialmente, después de la fe en ellos, en la
ciencia acerca de ellos. Pero la ciencia en este caso debía estar como
esqueleto y no como andamiaje; escondida o no ostentada. Es bastante más
difícil esconder la ciencia –o la técnica por lo menos– que ostentarla. Los
que entienden podrán ver aquí que detrás de una palabrita que ha sido tachada y
sustituida –y a veces tachada simplemente– hay muchas horas y aún quizá días de
estudio.
Estos Evangelios han sido escritos
sin gran esfuerzo y casi a vuela pluma; pero había un largo esfuerzo detrás. Si
es exacta la definición que dio Dorotea Bachear del libro bueno, a saber: “el
que se escribe a la vez en quince días y en treinta años”, eso no falta en este
caso.
El autor ha tratado al Evangelio
¿objetivamente o subjetivamente? Subjetivamente, porque ha empleado para
entenderlo su propia experiencia religiosa; sin eso no hay libro propiamente religioso. Objetivamente, porque no ha
tratado de dar sus propias opiniones u ocurrencias, sino lo que estaba allí: lo
que quiso decir Cristo, en cuanto él puede alcanzarlo. A lo objetivo mira la
ciencia, a lo subjetivo mira la fe: “la fe es subjetividad”, dicen hoy. Y esto
es verdad, en el sentido de que la fe, siendo un acto del intelecto, es también
parejamente un sentimiento, parecido al amor, o a la confianza que tenemos a
una persona. El hombre que tiene fe en su mujer, no la tiene porque la
estadística enseña que el 99 % de las mujeres de Buenos Aires son fieles... Así
más o menos es la fe en Cristo: subjetiva.
“Credidi, propter quod loquutus sum.”
Yo no hablo porque tengo boca, hablo
porque tengo fe, dijo el Profeta Rey. Este es un libro de fe. ¿Es un libro para
producir fe? No; no es un libro de “apologética”.
¿Quiere decirme Ud. cómo se produce la fe? Las gentes de mi raza no saben
cómo se produce la fe, saben que tienen fe. Y yo sé cómo no se produce la fe. Estrictamente hablando nadie puede “enseñar”
el Evangelio a otro: “No llaméis a nadie Maestro, porque uno es el Maestro,
Cristo”. Decir por ejemplo que el P. Rosadini me “enseño” la Epístola a los Tesalónicos, o San
Agustín me hizo entender el Evangelio de San Juan, es como decir, más o menos,
que el cura que casó a mi padre y a mi madre me dio la existencia.
El Evangelio contiene la fe; o
exactamente hablando contiene el contenido de la fe. El contenido de la fe es
superior al intelecto del hombre, es desproporcionado con él; sólo Dios puede
enseñámoslo estrictamente hablando. La religión cristiana, entre todas las que
existen, es la única Religión del Misterio; y por eso es la Única Verdadera.
El Evangelio qua Evangelio, es decir, qua “Buena
Nueva” y “Novedad Absoluta” se puede anunciar, no se puede enseñar. Un hombre
puede ser ocasión de mi fe; no puede
ser condición de mi fe; y mucho menos
su causa. Cuando el chiquilín cree
que “el Niñito Jesús es Dios” porque
se lo dicen sus padres, el cura y los vecinos,
eso no sería todavía fe divina, si no hubiese ya en él un asentimiento mayor y
más firme que el que merece la simple fe
humana; a causa de que existe en todo bautizado la semilla de la fe
sobrenatural, y en todo hombre con uso de razón la raíz de la religiosidad la inquietud religiosa que algunos llaman
hoy con nombre exagerado angustia.
–Pero entonces, caro
amigo, ¿Ud. nos está predicando que no leamos los comentarios de San Agustín–y
a fortiori menos aún los de Ud.–y
que leamos directamente los Libros Santos, como quieren los protestantes, sin
entenderlos bien y haciendo grandes errores por ignorancia?
“–No ez ezo”–dijo Ortega y Gasset.
“La fe por el oído”– dijo San Pablo:
por tanto es necesario tener un ser humano que nos toque el timbre del oído
para abrir el corazón; un predicante. Pero
el predicante no es más que la Ocasión; el Espíritu es la Condición.
La fe presupone la información acerca del objeto de la fe.
Así pues el que propaga la fe es el
que da información veraz acerca del
objeto de la fe, sea San Francisco Javier, o Judas, o el mismo Jesucristo,
o el seminarista Sánchez. Cuando tiene autoridad, es un Enviado; es decir Apóstol. Pero
hay que saber bien lo que es información
acerca de la fe, la cual llamaremos más brevemente Predicación; no es una
mera información histórica; no es tampoco dar testimonio de que yo tengo fe; lo primero es propio del
científico, lo segundo del mártir. “Que Cristo ha existido es un hecho
histórico”, o bien “Yo creo que Cristo fue Dios”: esto no es Predicación.
Predicación o Anuncio es una especie de síntesis de ambobus.
El contenido global
del Evangelio en suma es éste: la Encarnación del Hijo de Dios. Yo creo en la
Encarnación del Hijo de Dios y San Pedro creyó lo mismo. ¿Cómo llegué yo y
cómo llegó San Pedro a creer tan fenomenal asunto? (porque si ustedes lo miran
a la cara verán que tiene toda la facha de un Disparate, de un Imposible. Lo
que hay, es que muchos hoy no le miran la cara; y así aceptan sin dificultad el bulto).
La información
histórica no puede dar más que hechos, y esto de aquí es mucho más que un
hecho, es una enormidad, un monstrum. La
información histórica le llegó a San Pedro en esta forma:
“–Hay un hombre allí que dicen es
nada menos que el Mesías...
–¿Quién lo dice?
–Pues lo dice nada
menos que nuestro maestro Juan el Bautizador, el que nos ha bautizado a ti y a
mí y a los otros muchachos. . .
–Vamos a verlo” –dijo Pedro, que todavía no era Pedro
sino Simón Bar‑Yonah.
¿Creyó Pedro ya? No todavía. ¿Creyó
cuando conversó con Cristo, fue invitado por El, y le oyó decirle a Natanael,
uno de los “muchachos”: “Porque te vi
debajo de la higuera, creíste; vas a ver cosas todavía más grandes”? ¿Creyó
entonces San Pedro? Todavía no. No sé el punto fijo (el instante, le llaman ahora los filósofos) en que Pedro creyó, puedo
indicar dos o tres probables; pero ciertamente pasó un considerable tiempo en que
tenía copia de información histórica sobre Jesús de Nazareth, y sin embargo el misterio de la Encarnación no había entrado en él; no se había
producido esa metábasis del intelecto, que
se llama la fe.
Cuando Simón Bar‑Yonah, que ya había
sido bautizado Képhai (es decir
Piedra, o Pedro en latín) dijo: “Apártate de mí, Señor, que soy un hombre y
pecador”, después de la Primera Pesca Milagrosa, entonces –para mí– se produjo
la metábasis. Uno puede ver a Cristo,
oírlo, hablarle, tenerle aprecio y admiración, y hasta verlo obrar un milagro y
no producirse en él la fe. Por
ejemplo: de los Diez Leprosos que curó Cristo cerca de Cafarnaúm (Lucas, XVIII,
11) los nueve no adquirieron la fe según parece, sino el Otro, “que era
Samaritano”, que es como decir
protestante. ¿Y quién puede haber tenido mejor información histórica directa
sobre el Taumaturgo que ellos?
La otra manera con que el P.
Clericus Politicus cree se propaga el Evangelio es el ejemplo de la fe; o sea,
que venga uno y me diga: “Nosotros
hemos creído que Ese había de liberar a Israel” –como dijeron los de Emmaús–
cuando en realidad no habían creído sino ilusoriamente, como el mismo
misterioso peregrino les declaró y reprochó.
“Nosotros hemos
creído...”.
¿Y a mí que me importa que ustedes
hayan creído...?
A San Pedro vino San Andrés su
hermano y le dijo: “Yo creo verdaderamente que hemos hallado al Mesías”. ¿Creyó
San Pedro por eso? Dijo: “Vamos a verlo”. Lo mismo y peor dijo Santo Tomás Dídimo,
el Domingo de la Resurrección. Muchos ateos leen las obras de San Juan de la
Cruz (Jean Baruzi por ejemplo las estudió toda su vida), y ven naturalmente que
Juan de Yepes creía como fierro. ¿Creen ellos por eso? Harnack ¿no estudió los
Evangelios toda su vida? ¿Creyó por eso? Dicen que al fin de su vida creyó y se
hizo... protestante anglicano, o luterano, no recuerdo. Tanto mejor o peor.
Pero casi toda su vida fue ateo, y sabía muchísima historia acerca de Cristo y
su Iglesia, la historia evangélica la sabía mejor que yo: y sabía que los
Apóstoles y Evangelistas creyeron que el Cristo era lo que El decía. ¿Creyó
él?
¡Y cuántas veces no vemos a
incrédulos que tienen creyentes, la mujer, la hija, la madre, el padre o el
hijo, en su casa, y saben perfectamente que ellos creen! ¿Y de ahí?
Dirá alguno ¿acaso los Evangelistas
no son pura “información histórica”? ¿Son leyenda o novela por si acaso?
¡Alto! Yo no niego que son históricos, pero no son mera “información
histórica”. ¿Qué diferencia hay? Los Evangelistas, además de dar los hechos, creen.
–Y bueno ¿acaso el
que ellos crean no es también un hecho?
–No, es un ejemplo.
Mirusté: si se hubiese escrito un libro de pura información histórica acerca de
Jesús, pongamos por Flavio Josefo el historiador judío contemporáneo, sería
diferente de nuestros Evangelios aun cuando fuese enteramente verdadero.
–No entiendo; si los Evangelistas
han escrito los hechos, ¿que
diferencia puede haber con otro que recoja los hechos; con un Reporter de los tiempos de Cristo, como
dice un libro yanqui‑mexicano bien conocido?
–¿Qué diferencia? La selección de los hechos. Todo
historiador selecciona. Si Ud. quiere catalogar a los cuatro Evangelistas en
la ilustre y aprovechada categoría de los “historiadores” –muchas gracias en
nombre de la familia– siempre quedará que estos aquí eran unos historiógrafos especiales, que creían que Jesús era
Hijo de Dios; y contaban principalmente aquellos hechos que sustentaban en
ellos esa creencia.
Si Flavio Josefo les hubiese hecho concurrencia,
el milagro de los Diez Leprosos a lo mejor hubiese salido así: “Dicen que este
hombre curó una vez a diez leprosos. La verdad es que yo no lo vi, y eso que
estaba allí con El; porque los curó a distancia. Lo que yo vi fue a un
desarrapado Samaritano con el innoble vestido de su nación que apareció sobre
un altozano a los gritos, vino al trote largo como un caballo que lo desatan
del arado, y se tiró al suelo delante del Rabbí
gritando no sé qué oraciones jaculatorias; y que el Rabbí, después de hacer una reflexión en voz baja, que no sentí
bien, lo levantó y le dijo: “Vete, tu fe
te ha curado”. Estos son los hechos exactos de que puedo dar fe como
testigo presencial; ni uno más ni uno menos. Yo no soy un hombre de
imaginación, ni un fanático de la exaltación religiosa, sino un hombre de
ciencia y un hombre práctico; y el negocio que allí me tenía no era el de
averiguar si aquel hombre y sus nueve compañeros –que no se presentaron–eran
realmente leprosos antes, o no lo eran. .. Con los Samaritanos a mí me repugna
tratar ¡son tan idiotas! a los otros que eran judíos, yo les hubiese
preguntado. Pero como digo... no se presentaron para nada...”. Y así por el
estilo.
Los Evangelios son los modelos de la
predicación, o sea, de la trasmisión
de la fe de hombre a hombre; pero, como dije, ni siquiera ellos son de la fe la
causa, sino la ocasión.
Algunos para propagar la fe hacen
“concentraciones” o reuniones de gente que –se supone que– tienen fe; a fin de
que los incrédulos las vean y digan: “¡cuánta gente que tiene fe! Yo también
voy a tener fe”. Pero el que tal dijera: el que fuese cristiano solamente
porque tanta gente de mi país son cristianos, y entre ellos Andrés Chazarreta y
el general San Martín, no sólo sería un imprudente sino que no tendría fe, por lo menos fe adulta. Si yo abrazo “la fe de nuestros padres” por el mero hecho
de haber sido de nuestros gigantes padres no paso más allá de ser un buen niño,
un chiquito bien educado. Si el criterio para abrazar una religión es que
muchos la profesan, entonces cuando la Iglesia de Cristo tenía doce hombres,
era falsa; y al fin de los tiempos, sería de nuevo falsa.
Otros para propagar la fe hacen
libros de historia, “Historia de la Compañía de Jesús, Historia de la Iglesia,
Historia de los Papas”, procurando hacerla lo más científica posible, para lo
cual amontonan muchos documentos. ¡Oh, la documentación! ¡Excelente y querida
“documentación”! No digo que esté mal; pero se puede amontonar documentación
desde aquí hasta Montevideo acerca de Cristo o de la Iglesia sin moverse un
centímetro en dirección de la fe. Al contrario más bien. La abundancia de los
pormenores no es causa de esa afirmación especial de la fe, que es una especie
de salto; es mas bien sospechosa,
parecería más bien falta de fe esa febril ruminación y voracidad de erudición
religiosa que aqueja a algunos estudiosos, así lo ha dado a entender Bernanos
en el Abate Cenabre, el protagonista de sus novelas La Impostura y El Gozo; y
eso pasaba de hecho ante sus ojos en la persona del apóstata Renán. La cantidad
no cambia la calidad. Es como si batiendo enormemente un pan de margarina, se
creyera volverlo manteca; eso lo podrá creer Harnack, pero no lo creerá mi
cocinera. Si de la “documentación” dependiera la fe, el creyente debería estar
siempre en vilo cavilando si no le falta aún algún documento para resolver un
asunto que es urgente y es de vida o muerte; y temblando de que seis horas
antes de morir, un sabio alemán encuentre un documento en Adis‑Abeba que lo
obligue ¡a reconsiderar de nuevo todo el asunto! Un poco de ciencia es
necesario naturalmente para obtener información sobre la persona de Cristo;
pero ¡cuán poquita della le bastó a San Francisco de Asís! En una carta que
escribí hace poco a un hombre que es un verdadero sabio en su especialidad y
es –créase o no– uruguayo, le diserté prolijamente acerca de “la Iglesia y la
Ciencia” (“la Iglesia hoy día no honra la ciencia, parecería alimentar hacia
ella un odio sordo, en consecuencia perdió su dominio espiritual del mundo, se
le escapó la manija; y nada puede hoy en orden a frenar sus actuales tremendos
abusos”, me escribe) sobre el Papa actual
(“el Papa actual es un mediocre, de pocas luces y un oportunista”, me dice)
y en fin, sobre la fe, que es lo que aquí interesa: él cree que la fe es un
sentimiento y que él “tiene fe”; aunque no pertenece y siente repulsión”a la
Iglesia, cualquiera que sea”.
El final de mi enorme carta
respuesta dice así: “Creo que estamos al fin de la Contra Reforma, de un período histórico, después del cual viene
otro –mejor o peor– diferente. Opino que una estructura temporal de la Iglesia
se desintegra para ser sustituida por una mejor o ninguna; creo que en
consecuencia muchos que hoy se dicen cristianos no son cristianos, y al revés
algunos son cristianos sin saberlo: según que adhieran a la estructura exterior
muerta tomándola por “la Cosa”; o adhieran a la Cosa y repudien la estructura
muerta; y ende engañosamente “a la Iglesia” creyendo que la estructura muerta
es la Iglesia... Estas dos proposiciones: “la Iglesia es santa” y “la Iglesia
es inicua” se pueden defender hoy día de la misma manera que estas otras dos,
por ejemplo: “la Macroglossa es un bicho hermoso y brillante” y “la Macroglossa
es un bicho oscuro y repugnante” referidas a una crisálida de mariposa que está
rompiéndose. Por supuesto que para mí la primera es verdadera simplemente; y
la segunda sólo “secundum quid”.
“El parto de la Nueva Era, que Ud,
espera ¿es seguro? No. Puede que el mundo deba acabar ahora, acabar .como mundo”
naturalmente. Yo creo en la Parusía, así como también en el infierno, aunque lo
siento mucho, viendo cómo Ud. lo estigmatiza. Ninguna de las dos cosas puede
demostrarse con argumentos acientíficos” están por encima de la razón: y que
existan o no, no depende de que nosotros lo probemos, lo aceptemos, lo
afirmemos o lo dudemos. Sólo el que lo conozcamos depende de nosotros; y el
único modo posible es la aceptación o no de una revelación divina.
“La Fe tiene una calidad diferente
del conocimiento “científico” –aunque se hermana muy bien con él–, no es una
cosa natural; su objeto es dialéctico; es decir, consiste en dos proposiciones
contrarias; con las cuales una especie de obstinada “ pasión” hace una especie
de frágil síntesis. Los hindúes pueden creer fácilmente que hay 330 millones de
dioses diferentes y monótonos, casi todos anormales y algunos (como Kali La
Sanguinaria y el mono Hanúman) obscenos y crueles, porque ninguna de esas
innumerables deidades está sobre el nivel humano; todas están debajo de él.
Esta monstruosidad de los dioses con 4 cabezas ó 16 brazos es una caricatura
diabólica de la fe vagamente reminiscente de que Dios es incomprensible, lo han
representado estrafalario.
“El objeto de la fe sobrenatural es
dialéctico: adherimos a una proposición que trae consigo prendida a su
contradictoria sin poder soltarla; y el hacer que la proposición A domine a la
proposición no‑A es la obra de un afecto y el resultado de una lucha de suyo
perpetua, en la cual consiste la fe. ¡Qué tremendo ¿no?! ¡Lucha continua! Sí,
es tremendo; pero no es aburrido.
“Dios se hizo hombre, es un dogma de
fe. Cualquier periodista porteño lo estampa tranquilamente en el Suplemento
Literario de La Nación el día de
Navidad, lo cual no prueba que el periodista tenga fe sobrenatural –cosa
bastante reñida con su profesión–, a no ser que tenga en su mente al mismo tiempo esta otra proposición: “Dios no puede hacerse hombre”; la cual está
fundada en la razón, como la otra en la autoridad. Y por eso yo hablé‑en mi
Carta al Nuncio, no muy felizmente, de un aplastamiento del intelecto, cosa que
a Ud. Ie da en rostro –que fuera mejor quizá haber llamado “derrota del
intelecto”– pero derrota que responde a un deseo secreto del mismo intelecto,
como las legítimas derrotas del pudor: puesto que llegar a tocar sus límites es
para el intelecto humano una humillación, pero al mismo tiempo un conocimiento
más y por tanto una perfección...”.
Hasta aquí mi carta.
Siendo esto así, la Predicación es
una cosa diferente de la simple enseñanza por un lado y de la ceremonia y el
rito por otra; y la Predicación es la función esencial del cristianismo, el
menester del apóstol.
“No nos mandó Dios a bautizar sino a
predicar” dijo San Pedro. La predicación es autoritativa, no argumentiva ni ostentatoria;
es diferente de la obra del filósofo y del sacerdote meramente funcional o ceremoniero. El predicador no enseña de
su cabeza sino que debe trasmitir un Mensaje –delicadísima trasmisión– y tiene
para ello Autoridad. Habla en nombre de Cristo, por lo menos debería hablar; y
aun en el caso en que por impreparación, vanidad, negligencia o tupidez,
trasmite este Mensaje empañado, opaco o aburrido, todavía ése es el Mensaje; a menos que no esté enteramente deturpado por
una ignorancia engreída y locuaz que llega hasta el error –caso que se ve,
helás–. Pero en cualquier caso, el modo de enseñar
del apóstol es otro que el del filósofo, incluso en el caso que el apóstol
sea también filósofo, y por eso dijo Cristo: “No llaméis a nadie Maestro,
porque uno sólo es vuestro Maestro, el Cristo”.
El filósofo enseña en nombre propio
o en nombre de la razón humana; debe probar racionalmente sus proposiciones,
para lo cual le es fuerza construir de antemano su Sistema, total y unificado,
complicado a veces, y de más en más hoy día; y no es ése el camino de enseñar
el Evangelio “El cristianismo no es a manera de una filosofía, el cristianismo
es a manera de un partido político” dijo Newman, queriendo decir que cuando seguimos a Aristóteles, seguimos el sistema de Aristóteles: pero cuando
seguimos a Cristo, seguimos a la persona de
Cristo.
No quiere decir que la filosofía no
sirva al anunciador de la verdad cristiana, al contrario, le es necesaria en
regla general, aunque no sea más que para ver
claro en la Revelación, pues ver con claridad es el principal fruto de la
buena filosofía. La filosofía verdadera no enseña novedades o descubrimientos,
como la sección Divúlguelo de los
diarios tamásicos; más bien nos enseña a dejar caer cosas, como las hojas secas
en otoño. Es como una tormenta, después de la cual no hay más cosas sino meno”
(hojas secas, nidos muertos y ramas podridas y polvo en el aire), pero todo se ve mas claro y más lejos.
Y así la filosofía del Sacerdote no
debe entrar en su predicación sino para iluminarla toda desde adentro. La
predicación se asienta sobre la Palabra de Dios, y un niño debe poder
entenderla. La Sagrada Escritura se penetra más con la buena vida que con la
gran erudición. Dijo uno que por desgracia no fue ningún Santo Padre en su
vida, pero que dice a veces cosas dignas de un Santo Padre: “La Escritura no se
aprende; la Escritura se experimenta... en la Cruz”[7].
Todo esto hemos dicho para indicar
el sentido de este libro, o por lo menos el espíritu con que ha querido ser
escrito: “Esta es la vida eterna, que te conozcan a Ti, Padre de los Cielos; y
al que Tú enviaste, al Cristo”. Lo esencial de la vida de Cristo, incluso de su
vida como Cabeza Mística nuestra después de su Partida, está contenida en
estos ensayos existenciales; y una
cronología –la más probable que existe– los precede, de tal manera que el libro
sirva como una silueta completa de la persona del Salvador, y una introducción
eficaz a la lectura directa de los cuatro Evangelios.
Junio 16 de 1955
[1]“Una mujer pobre, de
una tribu de los imrad habiendo
recibido una limosna de un of icial francés, le agradece con estos esquemas
rítmicos orales:
[2]“A pesar del desfavor que
encontró entre los Rabinos la doctrina del joven Rabbí de Nazareth, se puede
reconocer en sus expresiones las fórmulas estereotipadas, en uso entre todos
los doctores, propias tanto de Jesús como de los Rabinos”, dice Buzy, en Introduction aux Paraboles, p.165.
[3]El gesto tomado en sentido amplio, consta
de los siguientes elementos:
[4]Algunos jueces de Buenos
Aires, que han rechazado en diferentes ocasiones un alegato escrito en versos,
polque “la justicia es una cosa seria”... espero que los hayan rechazado porque
en realidad eran malos versos. Hay cosas que no se pueden decir bien si no es en verso.
[5]Estas homilías se acabaron
de escribir el día del Sagrado Corazón de Jesús de 1955. Laus Deo.
[6]Así lo testimonia por
ejemplo Alfonso Fernández de Avellaneda –mal bicho, pero en este caso huen
testigo–, cuando en las primeras páginas de su apócrifo El Quijote dice que al Caballero Manchego el Cura le trajo para
leer además del Flos Sanctorum y la Guía de Pecadores, “los evangelios de
todo el año en vulgar”.
[7]“Die Schrift verstehet man nich, man efahre es denne in
Kreuz”... Marthin Luther, tischrede, Deutsche Bibliotek,
Federking, Berlín, año 1904, p.14.