Próxima ordenación de un sacerdote homosexual
El «Hombre impío» (2 Ts 2, 3) está a punto de surgir de las tinieblas.
Y tiene necesidad de una humanidad impía, de hombres rebeldes que, habiendo nacido para ser luz, «prefieren las tinieblas» (Jn 3, 19) y, estando predestinados para la vida eterna, buscan la muerte, «la llaman con sus obras y palabras» (Sab 1, 19), y la muerte les viene a las manos como recompensa de lo que son sus vidas. Muerte eterna es lo que merecen muchos en la Iglesia, porque son insensatos, «siervos inútiles, infieles y haraganes»
(Mt 25, 26.30), se acomodan a los pensamientos y al estilo de vida del
mundo, no luchan por conquistar la verdad, desprecian la verdad que han
conocido, viven la vida como si jamás se hubieran de morir, y ya no
quieren convertirse de corazón al Señor.
Hombres obstinados en el pecado, que pretenden dirigir una iglesia de pecadores y de gente insensata. El
Cardenal Maradiaga, hereje manifiesto, perteneciente al gobierno
horizontal instalado por Bergoglio en el Vaticano, declaró que existe un
lobby gay en el Vaticano:
«… llegó hasta a haber un lobby en este sentido. Esto, poco a poco, el Santo Padre trata de irlo purificando, son cosas…» ( El Heraldo)
«…
trata de irlo purificando…»: ¿cómo se puede purificar un grupo de
Cardenales, Obispos y sacerdotes homosexuales si Bergoglio no es quién
para juzgarlos? Si no hay justicia, no hay purificación, no hay
expiación, no se resuelve ningún problema.
Este hombre iracundo, que se ufana de tener el poder de Dios y que desprecia la verdad cuando se la dicen a la cara:
«
¡Todo el poder me ha sido dado a mí! ¡Yo soy el que monto el
espectáculo aquí. ¿Quiénes se han creído que son esos Cardenales? Yo les
quitaré sus sombreros rojos» (Onepeterfive)
Este
hombre es incapaz de poner orden, no purifica nada, sino que él mismo
ampara una red de silencios y de encubrimientos sobre sus estilos de
vida, sus escándalos y enredos.
Bergoglio no corta la mala cizaña, sino que la presenta con otra cara, con un lenguaje apropiado para la masa católica.
Es
claro, que tanto Bergoglio como Maradiaga son cómplices de este lobby
porque no han hecho nada, en su gobierno, ni para depurarlo ni para
purificarlo, sino que – al contrario- lo están aumentando con la manga
ancha y concesiones.
Muchos
católicos no han comprendido que si se permiten que un hombre maricón,
homosexual, sea ordenado de diácono -y pronto de sacerdote-, rasgarse
las vestiduras sobre los escándalos de los curas pederastas es propio de
fariseos y de hipócritas.
Jason Welle, SJ, de la compañía de Jesús, fue ordenado diácono el pasado 24 Octubre, por el Obispo Michael C. Barber, también perteneciente a la Compañía.
Este hombre, que ha puesto en su página de twitter
la bandera gay, trabaja para el LGTB Católico, haciendo entrevistas con
gente que está a favor del sacerdocio homosexual y de las religiosas
lesbianas dentro de la Iglesia Católica.
Aquí
tienen una entrevista con el disidente homosexual, Arthur Fitzmaurice,
en un video publicado por el ministerio jesuita, América Media:
A los pocos meses de su ordenación diaconal escribió un artículo para el Jesuit Post, sitio web plagado de propaganda homosexual, titulado: “El amor gana”.
Welle se regocija de la reciente sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos:
«…
el Tribunal Supremo ha dictaminado que el matrimonio debe ser
considerado un derecho civil para todas las parejas, sin excepción. Esta
semana, miles de parejas en los Estados Unidos no tendrán que soportar
una vida de secretismo y de inseguridad jurídica. Esta decisión
significa que sus uniones están respaldadas por la ley. Sus familias
serán tratadas por igual por los estados, no van a arriesgarse a perder a
sus hijos y los bienes porque alguien desaprueba su unión».
Un
hombre que sólo le interesa en la vida aquella ley del hombre que es
una abominación, que va en contra de la ley natural y divina. Pero que
no le importa lo más mínimo la norma de moralidad ni el magisterio
auténtico de la Iglesia:
«Sé
que seguirá habiendo objeciones por parte de los que creen que las
relaciones homosexuales y lesbianas son inmorales o que los matrimonios
del mismo sexo no pueden simplemente ser reconocidos como matrimonios
apropiados, entre ellos los hermanos católicos y otros estadounidenses
de buena voluntad».
Los
católicos objetarán, pero yo no objeto, porque no me interesa la
doctrina de Cristo ni lo que enseña la Iglesia Católica sobre la
homosexualidad. Yo estoy construyendo otra iglesia con mi ídolo
Bergoglio.
¿Cómo
un hombre así, que abiertamente va en contra de la fe católica, ha sido
ordenado de diácono y se dispone a recibir el sacerdocio?
¿Dónde está la purificación del lobby gay vaticano?
En ningún sitio. Todo es obra del lobby gay.
Es un cambio de cara:
«En
esas discusiones, es necesario, por ejemplo, reconocer la unión de
personas del mismo sexo, porque hay muchas parejas que sufren porque no
se reconocen sus derechos civiles; lo que no se puede reconocer es que
esa pareja sea un matrimonio.» (Entrevista al Arzobispo Marini – La
nación, 20 abril 2013).
Sí
a las uniones civiles, no al matrimonio religioso. La noción
heterosexual del matrimonio no se debe imponer a las parejas
homosexuales. Hay que atender a sus problemas humanos, no hay que
predicarles ni el verdadero matrimonio ni la verdadera orientación
sexual. Se trata de tolerancia, de aceptar la abominación por parte de
la sociedad. Es la sociedad, no ellos, la culpable de no acoger a los
homosexuales como diferentes.
Estas
parejas sufren el acoso legal. Y hay que buscar una ley acomodada a su
situación civil. No interesa la moral, no hay que insistir en la
inmoralidad, porque a estos hombres no hay que salvarles el alma, sino
que hay que ponerles el camino para que no se arrepientan más.
Esta
es la impiedad de la Jerarquía: ya no salvan almas. Ahora, se dedican a
ser libertadores de los derechos humanos, civiles, sociales, políticos.
«Es
alentador ver la ola de apoyo a los matrimonios homosexuales. Muestra
una sociedad que aspira a una tolerancia abierta de todo tipo de
personas, el deseo de que vivamos juntos en la aceptación mutua» (P.
Timothy Radcliffe, homosexual dominico, consultor del Consejo Pontificio
de Justicia y Paz).
Para este hombre, hay que olvidar la moral, no hay mandamientos divinos, no existe una ley natural:
«No podemos empezar con la pregunta de si [el matrimonio homosexual] está permitido o prohibido».
Es necesario apelar a una nueva moral:
«Debemos
preguntarnos qué significa, y hasta qué punto es eucarístico.
Ciertamente, puede ser generosa, vulnerable, tierna, mutua y no
violenta. Así que de muchas maneras, pensaría que ésta puede ser
expresión de un regalo de Cristo».
Si
la homosexualidad es un regalo de Cristo, si está llena de un amor
eucarístico, entonces el lobby gay vaticano también es un regalo de
Cristo. No hay que ni depurar ni purificar nada.
Por
eso, hay que ordenar otros sacerdotes al estilo Charamasa. Sacerdotes
que se dediquen a las uniones civiles, y que vayan preparando el terreno
para meter en la Iglesia el matrimonio religioso entre homosexuales.
Es un cambio de cara.
Es
lo propio que ha traído el gobierno masónico de Bergoglio: un gobierno
político, que hunde sus raíces en las libertades del hombre buscadas sin
un fin último, al margen de la Voluntad de Dios, apostatando de toda
verdad, incluso la propia de la naturaleza humana.
Con los Sínodos del 2014 y 2015, el lobby gay
ha crecido en poder e influencia en toda la Iglesia. El Arzobispo Bruno
Forte fue el que insertó los pasajes sobre la homosexualidad a espaldas
de los Padres Sinodales. Y lo hizo actuando en nombre del lobby gay. No fueron acciones aisladas, sino bien planeadas por la cúpula del Vaticano.
Es
un secreto a voces que la mayoría de los clérigos del Vaticano son
homosexuales. Y es esta gente abominable la que ejerce presión para
cambiar la doctrina en la Iglesia.
¿Cuándo fue la última vez que se escuchó a un sacerdote hablar de pecados sexuales desde el púlpito? Es la influencia del lobby gay. Desde Roma mandan no predicar sobre ninguna cuestión sexual. Ahora, todo es tolerancia, fraternidad, dialogo. Y, por eso, el lobby gay no sólo existe en Roma, sino en todas las diócesis del mundo. Basta con contemplar la Conferencia Episcopal Alemana después del Sínodo.
Los
Obispos alemanes están promoviendo la homosexualidad activa, sin
reservas, para que sea el puente que conduzca a la participación de los
homosexuales en todos los sacramentos de la Iglesia.
Están erigiendo la estatua del ídolo de la ideología del género, socavando el magisterio católico.
«Sal
de ella, pueblo mío, para que no os contaminéis con sus pecados y para
que no os alcance parte de sus plagas; porque sus pecados se amontonaron
hasta llegar al cielo» (Ap 18, 4-5).
Bergoglio
tiene la misión de poner el camino para llegar al pecado perfecto
dentro de la Iglesia: ese pecado que condena al alma en vida, sin
posibilidad de arrepentimiento.
Muchos
católicos se preguntan: ¿Hasta dónde va a llegar este hombre? Hasta el
pecado perfecto. Hasta poner la Iglesia en manos del Anticristo.
Si
Bergoglio ha llegado a blasfemar contra el Espíritu Santo, sus obras en
la Iglesia son propias de este pecado: él condena almas en todo lo que
hace. Él cierra el camino de salvación. Y lo cierra totalmente. Por eso,
este hombre no puede salvarse si no deja lo que está haciendo y se
retira a un monasterio para expiar sus pecados. No lo va a hacer. Él
busca la muerte eterna del alma.
«Los
impíos, con las obras y las palabras, llaman a la muerte; teniéndola
por amiga, se desviven por ella; y con ella conciertan un pacto, pues
bien merecen que la muerte les tenga por suyos» (Sab 1, 16).
Bien merece que Bergoglio se condene. Es lo que vive actualmente: su condenación en vida. ¡Ojalá se muera pronto y se condene!
Esto
es lo que no comprenden muchos católicos que siguen teniendo a este
hombre como su papa. Y esto es también obra de Bergoglio.
Si
Bergoglio obra como un impío, el pueblo se hace idólatra, ya no
comprende la verdad porque sigue a un ciego que se ceba siempre en sus
propios pecados. Muchos católicos ya comienzan a reírse de las palabras conversión y arrepentimiento,
porque tienen un ejemplo a seguir en ese hombre. Y esas risas están
preñadas de soberbia y de altivez. Y darán un fruto: la persecución y la
muerte de todos aquellos que confiesan la fe en Jesucristo.
Los
hijos fieles siempre han sido perseguidos y ajusticiados, pero los que
sembraron iniquidad cosecharon desgracias, y atrajeron sobre sí el
castigo de sus muchos pecados. Los hechos de Sodoma y Gomorra son un
testigo fiel, no sólo de la estulticia humana, sino de la justicia
divina. Porque tan grande es el Señor en Su Misericordia como en Su
Justicia.
Hay que salir de Roma; hay que salir de las parroquias. Están todas a una, unidas en la impiedad.
Comulgar
con las ideas de Bergoglio, tenerlo como papa, es contaminarse con los
pecados que ese hombre irradia cada día, y tener una espada de justicia
colgando sobre la cabeza.
Quien
reniega de Cristo, él sólo se juzga; quien desprecia su doctrina, es un
réprobo; pero quien peca contra el Espíritu Santo, es reo de
condenación eterna; no precisa, por tanto, ser juzgado, porque juicio y
sentencia condenatoria penden de su cabeza.
El
pecado debe ser eliminado de la vida, porque sólo «los limpios de
corazón verán a Dios». Los que viven en sus pecados no pueden descubrir
el reino de Dios que está en las profundidades del alma, porque Dios
sólo está en aquellos que lo aman y en los que lo reciben
sacramentalmente en su corazón.
Dios no está en aquellos que hacen de su vida una obra del pecado, ni en aquellos que no disciernen lo que comulgan.
Dios
no está en una Iglesia que no sabe discernir al homosexual, que no
elimina el pecado, sino que se hunde, cada día con más fuerza, en él.
No
se puede obedecer a una Jerarquía que ama la abominación de la
homosexualidad, que alardean de justos, y por doquier derraman
injusticias; se creen libres, y son esclavos de los más bajos instintos;
defienden los derechos humanos, y privan a los más débiles del derecho
más elemental, que es la vida; enarbolan la bandera de la paz y hablan
palabras sentidas de amor, de misericordia, ante los hombres, pero
mienten, porque profanan el amor.
Cristo es profanado en toda la Jerarquía que comulga y obedece a Bergoglio.
La Iglesia es socavada por todos aquellos que prefieren las obras de los hombres a las del Espíritu.