UN CADAVER EN LA SEDE DE SAN PEDRO
«Si
no hacemos de la verdad un punto importante en la proclamación de
nuestra fe, y si esta verdad ya no es esencial para la salvación del
hombre, entonces las misiones pierden su significado. En efecto, se
elaboró la conclusión, y lo sigue siendo hoy, que en el futuro, sólo
debemos buscar que los cristianos sean buenos cristianos, los musulmanes
buenos musulmanes, los hindúes buenos hindúes, y así sucesivamente. Y
si llegamos a estos resultados, ¿cómo sabemos cuándo alguien es un
“buen” cristiano, o “buen” musulmán? La idea de que todas las religiones
son – o pretenden serlo – sólo símbolos de lo que finalmente es
incomprensible, está ganando terreno rápidamente en la teología, y ya ha
penetrado la práctica litúrgica. Cuando las cosas llegan a este punto,
la fe es dejada a un lado, porque la fe realmente consiste en creer la
verdad por cuanto es conocida» (El Concilio y la dignidad de lo sagrado –
Joseph Raztinger, 13 julio 1988).
La fe consiste en la creencia de la verdad por cuanto es conocida por la mente humana.
Dios
habla y enseña una verdad al hombre. El hombre la conoce con su mente.
Pero el hombre que no cree la verdad que Dios le revela, que no acepta
esa verdad, no tiene fe. Sólo se queda en sus pensamientos o
sentimientos humanos. Sólo está en la experiencia subjetiva de su vida.
Sólo vive dentro de sí, pero no quiere conocer la verdad, no quiere
salir de su razón y aceptar, someterse a la verdad que Dios le enseña,
no quiere obedecer a Dios cuando le habla.
Así viven muchos hombres en el mundo y dentro de la Iglesia Católica.
Viven
para ver al budista, al judío, al musulmán, al hereje, al cismático,
como una “buena” persona: buenos hombres, justos en lo que hacen, en lo
que viven, hijos de Dios porque -de alguna manera- creen en Dios.
Así
ven muchos católicos “buenistas” a Jorge Mario Bergoglio: una buena
persona. No importa que diga herejías; no importa que no confirme en la
verdad de la fe católica. Es un buen hombre. Lo único que desea es que
todos vivamos en paz y seamos hermanos entre sí, que no nos matemos unos
a otros.
Muchos,
ante el video de Bergoglio, dicen cosas como ésta: gracias por aclarar a
todo el mundo que si Dios existe es uno solo y es para todos, no para
unos sí y otros no. Y si Dios es uno, entonces todos los que creen en
Dios, e incluso los que no creen, son hijos de Dios.
Así
está el patio de la Iglesia: los comentarios de muchos pseudo-católicos
dan auténtica nauseas. Si uno va recorriendo los distintos sitios webs
católicos se va haciendo cada vez más evidente quiénes van apoyando la
herejía y la blasfemia de Jorge Mario Bergoglio y se van convirtiendo,
así, en la cizaña que debe ser quemada, destruida: aciprensa, rome
reports, religión digital, aleteia, vox fides, el observador de la
actualidad, catholic-link… Algunos de esos sitios ya rayan en el
paroxismo del lameculismo papal.
A
la gran apostasía que estamos viviendo no se llega de otro modo que con
el estropicio y el daño que hace este tipo de videos. La gente capta la
idea a través de la imagen, del sentimiento que genera poner a Cristo a
la misma altura de un ídolo de buda, de un candelabro de siete brazos,
de unas cuentas de madera musulmana.
Esta
imagen es una blasfemia, compartida y aceptada por muchos que se llaman
católicos. Todo el que promueva los escritos, las homilías, los videos,
las obras de Jorge Mario Bergoglio se hace parte de la gran apostasía,
pierde la fe católica y construye, junto a la falsa Jerarquía, la nueva
iglesia ecuménica.
Cuando
la fe se concibe como un símbolo, pero no como algo objetivo, no como
una certeza, una verdad, entonces los hombres ya no van en busca de la
religión verdadera, sino que se quedan en su propia religión, en la que
ellos se han inventado con sus cabezas humanas.
El
simbolismo es toda doctrina según la cual el hombre no conoce más que
símbolos, mitos, sueños, es incapaz de conocer la verdad objetiva con su
razón. Todo está relacionado con el juego de la emotividad humana. Y se
va creando un lenguaje simbólico distinto del lenguaje conceptual.
Todos
los habitantes del planeta están obligados a inquirir, a investigar
acerca de la religión que ha sido revelada y prescrita por Dios. Y todo
hombre tiene que hacer esto porque es siervo de Dios, es criatura
contingente, dependiente absolutamente de Dios.
Esto es lo que enseña la Iglesia en su magisterio autentico e infalible:
“Dependiendo
el hombre totalmente de Dios, como de su Creador y Señor, y estando la
razón humana enteramente sujeta a la Verdad increada, cuando Dios
revela, estamos obligados a prestarle por la fe, plena obediencia de
entendimiento y de voluntad” (D. 1789).
El
hombre tiene que investigar, tiene que discernir sus pensamientos
humanos para descartar aquellos que no están de acuerdo a la verdad que
Dios ha revelado, porque Dios le impera la fe.
Al
depender el hombre totalmente de Dios, está obligado a creer, a prestar
a Dios la obediencia de la fe, que se obra humillando su entendimiento
humano a la Mente de Dios, y sometiendo su voluntad humana a la Voluntad
Divina.
La
razón de todo hombre está sujeta a la Verdad increada: luego, cuando
Dios habla al hombre, cuando Dios le descubre Su Mente Divina, el hombre
tiene que dejar de pensar, de filosofar, y darle a Dios la obediencia
de la fe.
Por eso, la Iglesia ha condenado a los que digan que
“la razón humana es de tal modo independiente que no puede serle imperada la fe por Dios” (D. 1810).
Esto es lo que se oye por todos lados: nadie quiere sujetarse a la verdad revelada, al magisterio de la Iglesia, al dogma.
Dios
impera la fe al hombre: obliga al hombre a sujetarse a la Verdad
revelada. La razón del hombre no depende de sí misma para buscar y
encontrar la verdad. Depende de Dios, del conocimiento de Dios, de lo
que Dios habla y obre.
«…
la fe cristiana no se basa en la poesía ni en la política, esas dos
grandes fuentes de la religión; se basa en el conocimiento. Venera a ese
Ser que es el fundamento de todo lo que existe, el «Dios verdadero». En
el cristianismo, el racionalismo se ha hecho religión y no es ya su
adversario» (Raztinger, ¿Dios existe? – La pretensión de la verdad
puesta en duda, pag 13)
El
hombre moderno vive independiente de la verdad que Dios revela. Es la
independencia de su razón. La razón se ha vuelto enemiga de la religión.
Ya la fe no es conocimiento, sino sentimiento. Y, por eso, a través de
los simbolismos, de los mitos, se quiere explicar el misterio de Dios.
Es el pensamiento pagano de muchos.
«Todos
veneran lo mismo, todos pensamos lo mismo, contemplamos las mismas
estrellas, el cielo sobre nuestras cabezas es uno, el mismo mundo nos
acoge; ¿qué más da a través de qué forma de sabiduría busque cada uno la verdad?
No se puede llegar por un único camino a un misterio tan grande»
(Discurso del Senador Quinto Aurelio Símaco a Valentiniano II, año 384).
¿Qué
más da la forma de pensar, de adquirir pensamientos, de sentir, de
obrar, de vivir, de creer, si todos vemos salir el sol cada mañana?
Precisamente esto mismo dice hoy Bergoglio en su video:
«Muchos piensan distinto, sienten distinto. Buscan a Dios o encuentran a Dios de diversa manera».
Bergoglio
está proclamando que no conocemos la verdad como tal, como es; que sólo
conocemos la diversidad de pensamientos humanos, los cuales son todos
distintos, contrapuestos, absurdos unos, inútiles otros; que los hombres
opinan lo mismo, creen lo mismo, se dicen creyentes, pero en formas diferentes:
«La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes».
Esto
es promover el indiferentismo religioso, en el cual todas las
religiones son igualmente buenas y legítimas, y son consideradas como
vías de salvación.
Creyentes,
para la mente de un modernista, son aquellos que van en busca de algo
que viene del interior del hombre, que el hombre busca apelando a su
subjetivismo inmanentista y a su relativismo. La verdad está en el interior de cada hombre; está en ese simbolismo o sentimiento que se relaciona con su vida, que se acomoda a su plan de vida existencial.
Creyente,
para un católico, es aquel que presta a Dios la obediencia de la fe,
que somete su entendimiento humano a la verdad que Dios revela. La
Verdad sólo es posesión de Dios, no del hombre. El hombre la descubre en
Dios, pero no la posee. El hombre la vive en Dios, pero no la puede
crear.
Lo
que es inmanente o subjetivista deforma el concepto y el conocimiento,
anula la realidad de la vida, de la existencia del hombre. El hombre
comienza a inventarse, a crearse, su propia vida. Va en busca de sus
propios intereses personales egoístas. Sólo vive para sí mismo, para su
gloria, para su honor.
Como no se puede llegar por un único camino a un misterio tan grande, como todos somos creyentes, entonces
«Esto debería provocar un diálogo entre las religiones».
Multitud
de caminos: una mesa de diálogo, la vida es una ruleta rusa, un
experimento de los grandes, de los poderosos, que quieren dominarlo todo
y a todos. Es el falso ecumenismo.
Sólo hay un camino: la obediencia de la fe, la vida sujeta a la obra de la verdad increada.
Y, por lo tanto,
«…
no hay salvación en ningún otro. Pues debajo del cielo no hay otro
Nombre dado a los hombres por medio del cual nosotros podamos salvarnos»
(Act 4, 12).
Hay
una solo Salvador; hay una sola Iglesia verdadera; hay una sola Vida,
la de la gracia divina. Sólo hay una clase de hijos de Dios: no los que
nacen de la carne y sangre, sino los que vienen por la gracia, adoptados
por Dios en el Bautismo.
La salvación sólo viene de la fe en Jesucristo.
El
problema del hombre moderno es que se ha apartado de la verdad revelada
y sólo ve la religión no como algo verdadero o falso, sino como un
sentimiento válido que aporta algo a su propia existencia. La fe se
convierte en un ungüento y bálsamo del alma: cada uno se procura su
maquillaje religioso, que lo puede reemplazar según la moda o la
necesidad del momento de su vida.
Como
cualquiera puede definir a Dios con sus ideas; cualquiera puede
sentirlo; cualquiera puede construir una filosofía, una forma de pensar;
cualquiera puede edificar una iglesia, entonces lo que funciona es la
fe de masas, y se urge a los hombres que se pongan de acuerdo, hablen
entre ellos, para establecer una ética de la tolerancia:
«No debemos dejar de orar por él (por el diálogo) y colaborar con quienes piensan distinto».
En
esta falsa ética se reconoce en todo un poco de verdad, pero no la
verdad como es. Se quiere ir a Dios mediante multitud de símbolos: un
buda, un candelabro, una cruz, una guerra santa… Pero a nadie le
interesa la verdad como verdad, como conocimiento de lo divino.
Todos van buscando una religión, una iglesia que les funcione en su vida, prescindiendo de la verdad.
Sólo
interesa el diálogo entre los hombres. Y se pide orar por ese diálogo.
No se pide orar por los hombres, por sus vidas, por sus errores, por sus
obras, por sus problemas. Porque ya no importa la verdad del hombre. Lo
que tiene valor es el diálogo, un conjunto de ideas que se ponen sobre
una mesa, las cuales no son personales, no se dirigen, no se relacionan
con la dignidad de la persona humana, con los problemas y anhelos de
cada persona, con las exigencias de la naturaleza y de la vida humana,
sino que van buscando un bien común impersonal, en donde la propia
identidad personal y religiosa se anule, desaparezca.
No
interesa si buda es verdadero o falso; no interesa la verdadera
interpretación de la Cruz; no interesa si el judío cree no cree en Jesús
como Mesías; no interesa que los musulmanes liquiden a los cristianos
como rebeldes a su causa. Todo esto no interesa en el dialogo. No
interesa la verdad de cada persona, la verdad de cada hombre.
Lo
que interesa es que seamos fraternos, que colaboremos con los que nos
matan, con los que blasfeman contra la divinidad de Jesucristo, que
apoyemos, que colaboremos con el pecado de los demás.
Y
esto es caer en un nihilismo, una ilusión, en el opio del pueblo, de
los individuos, en exaltar la religión como oscuridad, como algo
subsconsciente, en donde sólo se ofrece un relativismo moral.
Y
muchas personas ya están aceptando esta ilusión, este mito, este
símbolo de nueva iglesia, sabiendo que es una auténtica patraña.
El
hombre modernista no cree que Dios habla. Tiene que rechazar la Palabra
de Dios, los mandamientos divinos y la Iglesia que Dios ha fundado.
Tiene que interpretar todo esto de acuerdo a su subjetivismo, a su
inmanentismo, a su relativismo.
Bergoglio
cuando habla de las creencias de la mayor parte de la humanidad se está
refiriendo sólo a que gran cantidad de personas sólo creen en lo que
adquieren con su razón, en lo que tienen en su mente, en lo que sienten
en la experiencia de sus vidas, y a eso lo llama fe, o creencia, o
religión, o espiritualidad.
Si
el hombre no se dedica a investigar si la religión que profesa es o no
es la que Dios ha revelado, si se tapona las orejas, si dice que todas
las religiones son igualmente buenas y legítimas o que la religión no es
tanto fruto de una inquisición intelectual como una manifestación del
sentimiento, el cual se puede encontrar sustancialmente igual en todas
las religiones, entonces el hombre hace un agravio a Dios, a su ciencia
divina, a la verdad que ha revelado. Y dice cosas como éstas del video:
«Confío en Buda. Creo en Dios. Creo en Jesucristo. Creo en Dios, Alá».
Confío
en el dios que mi inteligencia o mi sentimiento o mis verguenzas han
creado. Confío en mi misma mente, en lo que yo entiendo por verdad.
Esto
es un insulto a la Verdad revelada por Dios. Esto es quedarse en la
propia inteligencia y sentimiento humanos sobre lo que es Dios.
Es la idea de la falsa fraternidad que quiere conseguir una falsa armonía pacífica:
«… que el diálogo sincero entre hombres y mujeres de diversas religiones conlleve frutos de paz y justicia»
Todos
los paganos viven así: no importa la multitud de pensamientos. No les
interesa si las ideas judías o musulmanas o budistas son verdaderas o
falsas. Sólo les interesa si éstas les sirven para su vida, para sus
proyectos, para sus obras. Usan a las personas para llegar a sus
objetivos en su vida. Usan sus emociones, sus sentimientos, sus deseos,
sus vidas para conseguir sus fines, una paz que nunca va a llegar, una
felicidad que es sólo una ilusión que no captan, que no pueden ver. Se
abrazan, se besan, se consuelan si el otro les da lo que ellos quieren.
Muchos
católicos se han vuelto así, como los paganos: ya no les interesa la
verdad, el magisterio auténtico e infalible. No viven su fe católica
mirando al dogma. Se han vuelto inmanentes, subjetivistas, relativistas,
sentimentales, burdos, estúpidos, idiotas. Ya no saben pensar su fe
católica. Ya no saben obedecer la verdad. Sólo siguen a los hombres por
lo exterior que ven, no por las ideas que proclaman los hombres. Por
eso, les encanta Bergoglio como su papa. Ven reflejado en él su estilo
propio de vida pagana.
Y, por eso, van buscando ese amor subjetivista, inmanente, sentimentaloide:
«Creo en el amor. Creo en el amor. Creo en el amor. Creo en el amor».
No
es de extrañarse que algunos de los falsos católicos se hayan
masturbado mientras han visto este video. La masturbación es el amor
inmanente, es el amor que a muchos les sirve para estar bien en su vida,
para agradarse a sí mismos, para decirse a sí mismos que son buenas
personas. Y este video idólatra conduce a esta clase de amor.
Para el católico, la verdad está fuera del hombre, viene de Dios.
Para
el modernista, la verdad se encuentra dentro del hombre, es inmanente a
él, a su vida, a sus obras, a sus pensamientos, a sus sentimientos.
Es
decir, la religión, la fe, la Iglesia, la espiritualidad, el concepto
de Dios mismo, el magisterio, es un fenómeno vital que sólo se puede
explicar por la misma vida del hombre, que proviene de un cierto
sentimiento íntimo, que emana de una necesidad subsconsciente de creer
en Dios o de tener una religión, o de pertenecer a una iglesia o a una
comunidad religiosa.
Pluralidad de caminos hacia el misterio de Dios: es lo que predica Jorge Mario Bergoglio.
La
unidad en la diversidad de pensamientos humanos. Una unidad subjetiva,
inmanente, que no se puede realizar en la vida cotidiana, porque sólo
existe aquello que piensa o siente cada hombre. No existe la verdad
fuera del pensamiento del hombre.
En la nueva iglesia de Bergoglio, sólo existe una mentira, una blasfemia, puesta como certeza, como dogma:
«En esta multitud, en este abanico de religiones, hay una sola certeza que tenemos para todos: todos somos hijos de Dios».
El mensaje de Bergoglio se descalifica en sí mismo.
Buda
nunca habló de un Dios personal o de Jesús. En el budismo no se da el
concepto de Dios o de hijo de Dios, no se vive para ser hijo de Dios. No
tienen la certeza de ser hijos de Dios. El buda se considera un hijo de
hombre que señala el camino para otros, ese camino irreal de la
inmanencia, de lo subjetivo, de lo oculto.
Esta
mentira de Bergoglio es puesta porque es una idea que hay que venderla:
todos somos hijos de Dios. Todos somos muy buenas personas, buenos
hombres, gente con capacidad para hacer el bien.
El
ser hijo de Dios es por gracia, no por creación ni por sentimentalismo.
Hay muchos hombres que, descaradamente, mienten. Y estos son hijos del
diablo, son del padre de la mentira.
Es
claro que no se puede rezar por las intenciones de Jorge Mario
Bergoglio. No son católicas. Y él no es el Papa de la Iglesia Católica.
Es un usurpador del Trono de Pedro. Sólo gobierna la Iglesia con un
poder humano, pero no puede decidir los destinos de la Iglesia Católica.
Sólo está levantando su nueva iglesia.
No difundan nunca más las estampillas-inventos de las intenciones del Papa. No les den donativo alguno.
La
fe no es cuestión de gustos. No es que guste o no guste el video de
este traidor. Es que estamos en la gran apostasía, que han anunciado
todos los Profetas. Es que la abominación de la desolación está
presentada en la misma cabeza que gobierna la Iglesia.
Ahí
tienen a un muerto gobernando la Iglesia: un cadáver en lo espiritual.
Un viejo que, junto a sus falsos cardenales y obispos, chochea y es el
adalid, el caudillo de la herejía, del cisma y de la apostasía de la fe.
Todos
ellos son especialistas en manipulación de masas: esto está a la orden
del día en el falso pontificado de Bergoglio. Todo está orquestado,
usando el sentimentalismo al estilo hollywood, propio de guionistas y
escritores sionistas, para llevar a las masas a donde quieren.
El
enemigo está dentro de la Iglesia y la está violando desde sus
entrañas, la está profanando. La Jerarquía -y muchos fieles- están
trabajando para el gobierno mundial. Cuando llegue el momento, van a
renegar públicamente de Cristo y aparecerá claramente la falsa iglesia,
que ahora empieza a asomarse con timidez a los ojos de todos