Género: reseña de un concepto ficticio. Por Andrés Irasuste.
Género: breve reseña histórica de un concepto ficticio:[1]
Existen discusiones interminables acerca
de qué es un “concepto”. Los filósofos analíticos anglosajones son
auténticos cruzados rabiosos en esto, sobre todo desde Wittgenstein y lo
que de él se desprende como tradición que ya lleva un siglo entre
nosotros. No necesitamos adentrarnos en estos extraños vericuetos de la
filosofía -que todo lo asimila a usos y “juegos de lenguaje”- para
entender que un concepto es una representación mental o idea producida
por nuestra mente, que aspira (al menos en un estado de armonía y salud
de dicha mente o aparato psíquico) a poseer un correlato -que con suerte
resulta aproximado muchas veces- con la realidad y el mundo de las
cosas. Esto último refiere a la extensión del concepto, lo cual
lo volvería verdadero en caso de corresponderse con lo real y
constatable del mundo de las cosas.
Rechazamos la tradición que se
desprende de Wittgenstein, que se ha transformado en algo propio de un showbusinessnorteamericano
donde se puede llegar a discutir si acaso las hormigas poseen
consciencia y mundo simbólico (el séquito de Daniel Dennett y compañía).
Parafraseando al gran pensador Nicolás G. Dávila, la forma de curarse de la sarna intelectual moderna es abrevando en el bálsamo de las letras antiguas, por lo que en lugar de incursionar en debates espantosamente naifs acerca del concepto de concepto,
volveremos a lo que dijo el gran Aristóteles hace ya dos mil quinientos
años: un concepto es una noción, modernamente entendida como
representación o idea intelectual de un objeto que implica alguna
comprensión acerca del mismo, y dicha comprensión posee una extensión
aplicable a las cosas u objetos que dice comprender. La idea y la cosa
de algún modo deben estar interconectadas, relacionadas, lo cual suena
bastante sensato. En otras palabras, con el concepto aspiro a determinar
la naturaleza de un conjunto de entes, basándome en abstracción de
percepciones. (Mora, 1999, p. 615) Si el hombre de las cavernas tenía en
su mente alguna representación de lo que era un predador amenazante, se
supone que ello debía servirle para anticiparse a la situación de
peligro y actuar en consecuencia en décimas e incluso milésimas de
segundo. Por ejemplo, el flogisto aspiró a ser un concepto científico en
el siglo XVII para explicar la combustión y el surgimiento del fuego,
hasta que vino la moderna química científica y lo destronó demostrando
que se trataba de una idea falsa en su correlato con la realidad
constatable. Alguien puede seguir teniendo en su cabeza (tiene el
derecho si así lo desea) al flogisto como idea seductora mientras
contempla arder las llamas de su estufa en una inspiradora noche de
invierno al beber una copa de vino en su sillón, pero no obstante,
sabemos, su idea no poseerá correlato con lo real. Ergo, amén
de que le sea atractivo o poético pensar en el flogisto, se tratará de
una idea falsa en su mente que a lo sumo le servirá para escribir un
poema romántico, empleándolo como metáfora, o tener una noción de la
historia de las ideas de la ciencia. Cuando nuestra mente comienza a
producir ideas sin un correlato y desajustadas con lo real, puede que
estemos incursionando en los dominios del arte, del delirio o quizás de
ambos. Y también del ensayo y el error, dado que la historia de la
ciencia se basa en eso. O de las diversas ideologías políticas: muchas
ideologías no son otra cosa que grandes delirios colectivos altamente
sistematizados que se vuelven dominantes en la opinión pública. Un
ejemplo de esto último es el marxismo, cuyo saldo en el siglo XX, acorde
a las más recientes investigaciones históricas, se traduce en más de
100 millones de muertos exterminados por las armas, el hambre y diversos
campos de concentración (gulags).
Un concepto es un acto mental, pero la
representación mental es el medio, no la finalidad. Si una
representación no me sirve para entender y referirme a lo real del mundo
de las cosas y actuar adaptativamente, entonces sólo me sirve como
ficción o ensoñación poética, incluso al grado de que mi existencia
misma pueda peligrar: Foucault hablaba de las enfermedades como grandes
constructos conceptuales históricos y sociológicos de la Modernidad,
pero al contraer VIH en algunaCalifornian gay party, simplemente al tiempo se murió de Sida, tal como era de preverse.
El problema es que en un mundo
occidental y moderno, altamente complejo y tecnificado, necesitamos todo
el tiempo crear conceptos para cuestiones que nuestra mente no necesita
comprender a-priori acorde a los dictados de nuestras necesidades
biológicas ya programadas de forma natural. Y es aquí donde advienen
las pugnas telúricas en la historia de las ideas. Natural es que un
hombre copule con una mujer, pues de no ser así, no habría forma de
explicar cómo hemos llegado a ser 7 mil millones de seres humanos sobre
el planeta Tierra. Desde luego, existen conductas de otra modalidad,
como que un macho copule a otro macho en situaciones de cautiverio o de
amenaza (observables por ejemplo en los monos), pero no es en ellas en
las que la evolución y la naturaleza se han basado como método para
perpetuar las especies animales. No se trata de si esta verdad
conceptual nos agrada o nos desagrada, sino más bien de comprender su
correlato con la realidad y de cómo esta funciona. Es que ciertas
cuestiones no dependen de la búsqueda de consensos democráticos: la ley
de gravedad podrá ser sometida a mil discusiones democráticas si así se
desea, pero allí está y no cambiará a pesar de los sujetos diletantes
adictos a las asambleas, a los relativismos discursivos y a la búsqueda
de nuevos usos wittgenstenianos del lenguaje.
Hoy sigue estando muy de moda hablar del
concepto de “género”, pero puede que su estatus en tanto idea no sea
muy diferente a la del flogisto. La pregunta es: ¿es verdaderamente un
concepto siquiera? Veámoslo. ¿Qué es el “género”? Así es como presenta
la cuestión la academia británica de Oxford:
“Término introducido por las
feministas a fin de que los aspectos sociales de la diferencia sexual no
deban ser olvidados. Cuando la diferencia entre seres humanos machos y
hembras es tratada como una diferencia de ‘sexo’, esa diferencia debe
ser explicada biológicamente. Cuando se habla de género, se está
reconociendo la determinación sociocultural de los conceptos de ‘mujer’ y
‘hombre’ (…)” (Horn, 2008, p. 489)
Esto que nos plantea Oxford no es
exacto. No es falso, pero se trata de una inexactitud. No fueron las
feministas las primeras en hablar de “género”. “Género” es una categoría
conceptual y filosófica que siempre refirió al concepto lógico de
“clase”: un género es una clase, un conjunto que posee mayor extensión
que otros, pero que a su vez no es tan específico como otros. El género,
desde Aristóteles, es una clase que hace referencia a un atributo
esencial que comparten una pluralidad de cosas o entes, pero que a su
vez difieren entre sí en otros aspectos. Por ello, cuanto más extenso es el género como clase, se dice que menos específico es.
Por ejemplo: la clase de los animales es un género respecto a la clase
de los seres humanos, pero éstos necesitan ser comprendidos -en sus
atributos específicos, y aquí entra el concepto– dentro de la sub clase de la especie humana.
(Ferrater Mora, 1999, pp. 1450-1451) Se trata de un concepto filosófico
y lógico que en última instancia hace referencia al ser y sus
atributos. También ocupa su lugar en gramática en tanto propiedad
lingüística de clasificación de las cosas, y en biología el género viene
delante de la especie: dentro de la clase de los mamíferos y del orden
de los primates, se encuentra dentro del género homo esa llamativa criatura que es el homo sapiens…
Pero a fines de los años 60, a un médico
sexólogo neozelandés que emigró a USA llamado John Money, y a un
psiquiatra llamado Robert Stoller (quien fue uno de los principales
implicados en los oscuros sucesos que sacudirían a la Asociación
Americana de Psiquiatría en los años 70 para “despsiquiatrizar” la
homosexualidad), se les ocurrió una idea muy extraña: género ahora comenzaría a ser usado para designar los roles que
hacen a la identidad sexual independientemente del sexo biológico. Esto
estuvo inaugurado -al menos mediáticamente- por el caso del niño Bruce
Reimer, quien por accidente padeció a poco de nacer la destrucción de su
pene por parte del equipo médico debido a una negligente intervención
quirúrgica por fimosis. John Money, una figura médica exitosa, quiso
llevar a cabo una descabellada teoría en aras de comprobar que la
identidad era escindible del sexo y que dependía únicamente de la
crianza, y ofreció a los desesperados padres del pequeño Reimer la
chance de la eliminación completa del pene con el plus de un tratamiento
con hormonas femeninas durante toda la niñez. Así, al llegar a la
pubertad se le construiría a Bruce una vagina y vulva artificiales, y se
podría presuntamente construir así una “identidad femenina” “desde
cero”, desde los primeros meses de vida, sobre la base de la promesa de
que Bruce llegaría a ser una “mujer plena”. (Véase el documental: El Dr. Money y el niño sin pene).[2]
Lo que vino fue todo lo contrario: Bruce
(criado como “Brenda”), al llegar a la adolescencia expresó su deseo de
ser varón (a pesar de los múltiples tratamientos hormonales, así como
la crianza como niña sin conocer siquiera la verdad hasta la pubertad).
Al parecer, la crianza no anulaba la naturaleza… al parecer el ser
humano no es una tabula rasa. Concebir al ser humano como
tabula rasa significa concebir que todo lo que hay en su naturaleza y
expresión de facultades, talentos e ideas, es el resultado únicamente
del proceso de socialización, de inscripción simbólica de relaciones
sociales (he aquí la tentación marxista de estos planteos), por medio de
inputssensoriales, como si el sujeto humano fuera una especie de superficie o tablilla de escritura en blanco(de allí precisamente lo de tabula rasa).[3]
Esto implica que la noción de tabula rasa, además de abrevar en el
constructivismo social, se relaciona también con el viejo empirismo
filosófico. Las concepciones “de género”, implícita o explícitamente,
echarán mano a esta idea de manera muy notoria. Dice el psicólogo Steven
Pinker:
“Feminism as a movement for
political and social equity is important, but feminism as an academic
clique committed to eccentric doctrines about human nature is not.
Eliminating discrimination against women is important, but believing
that women and men are born with indistinguishable mind is not.” (2002, p. 371)
Es decir, el feminismo clásico que abogaba por derechos es atendible, el feminismo de género (Pinker las denomina genderists),
con sus excéntricas doctrinas, no lo es. Bruce volvió a ser varón (si
es que alguna vez dejó de serlo) mediante el implante de un pene
artificial y todo un nuevo tratamiento hormonal en dirección reversa al
anterior, convirtiéndose ahora de a poco en “David”, pero jamás pudo
superar los clivajes psicológicos dejados por el maquiavélico Doctor
Money desde la niñez, quien entre otras cosas lo (la) hacía posar
desnudo(a) en distintas posiciones sexuales, para que “Brenda” pudiese
construirse una imagen mental adecuada de su futuro papel sexual como
mujer en el manejo de su cuerpo, mientras le tomaba fotografías junto a
su hermano. Antes de llegar a los 40 años, David Reimer finalmente se
suicidó tras un inefable sufrimiento corporal, psicológico y existencial
en manos de este delirante y perverso médico. (Purves et al, 2008, p. 782) (Colapinto, 2001)
La teoría de género fundada por John Money, en el seno de la Universidad de John Hopkins (y avalada rápidamente por la APA, Asociación Americana de Psiquiatría),
nacía de este modo con un caso clínico realmente escandaloso que
revelaba el más puro fracaso de la misma. No obstante, el caso fue
publicitado como un éxito. El caso Reimer sería algo así como el reverso
del sujeto transexual: se trataría de una “transexualidad instigada”
artificialmente con fines utilitarios. Lo cierto es que Money lo que
buscaba era crear su propio negocio (su apellido hasta parece una ironía
del destino), dado que en USA la cirugía ya era por ese entonces un
quehacer multimillonario dentro de la medicina, y promoverse como figura
innovadora y pionera en el seno de alguna Universidad de relevancia era
la manera de subirse al trampolín del éxito. Así, Money fundó el Gender Identity Institute,
con fondos aportados por la Universidad John Hopkins. El caso del joven
Reimer, su instrumentación y manejo, nos parece una verdadera
monstruosidad. Los experimentos de Money (deleznables, abyectos)
destruyeron una vida, una familia, además de desatar la esquizofrenia de
Brian, hermano de David, quien jamás pudo aceptar la verdad acerca de
“Brenda”. Nosotros nos preguntamos qué tanta distancia existe acaso en
verdad entre un John Money y un Josef Mengele. Money es una especie de
Mengele avalado por el establishment médico liberal de la
sociedad norteamericana. Money: expresión de una monstruosa
tecno-ciencia lucrativa. Para colmo, Money era también un activista
ideológico por la despatologización de la pedofilia y de toda una serie
de “parafilias” sexuales, nuevo eufemismo lingüístico de esta nueva
clase médica para referirse a prácticas perversas altamente patológicas,
que van desde la coprofilia (juego e ingesta de excremento con
excitación sexual) hasta la auto-estrangulación masturbatoria.
(Colapinto, 2001, pp. 29-30)
Como si esto fuera poco, su presentación
mediática esparció como un virus una falsa concepción de la naturaleza
humana. David Reimer se suicidó en 2004, pero ya era muy tarde: los
movimientos neofeministas, de un momento a otro en los años 70, se
apropiaron in toto del término “género” y de su uso conceptual novedoso: nacerá el “feminismo de género”. Suzanne Kessler y otras new feministsse apropiaron de la noción de un modo parecido a como los antiguos cow boys se
apropiaban de la tierra en el lejano Oeste californiano. Kessler &
McKenna (1985), pioneras de Chicago en hablar de “rol de género” sobre
la base de la antropología transcultural, el constructivismo psicológico
y el relativismo epistemológico, establecieron en los años 70 que el
género es la adscripción de un cierto rol sobre los sujetos sobre la
base de una pertenencia socio-cultural, lo cual fue el big bang de los planteos “de género” en el mundo feminista y académico. Desde aquí tenemos un salto cualitativo directo al feminismo de género. Dice la historiadora del feminismo radical Alice Echols:‘The
radical feminist groups discussed in this chapter agreed that gender,
not class or race, was the primary contradiction and that all other
forms of social domination originated with male supremacy.’(1989, p. 139) Estos grupos a los que se refiere Echols fueron algunos como el Cell 16 o elRedstockings,
compuestos por activistas del lesbo-feminismo radical. La consigna
feminista desde aquel entonces hasta ahora básicamente será que los patrones “naturalizados” de la sexualidad pueden ser modificados. (Butler, 2010, p. 95) Será el nuevo feminismo que vino luego del radical feminism
de los 70s el que uniría al género de los psiquiatras y sexólogos
pioneros con ciertas tesis postestructuralistas. Si bien existen muchas
teorías sobre lo simbólico, en lo que respecta a “género” se entiende
por ello –en general- a la dimensión normativa que constituye al sujeto sexuado dentro de los dominios del lenguaje. (Butler, 2011, p. 69) Butler se reconoce a sí misma como una feminista que es a su vez una mala materialista, dado que cada vez que desea hablar sobre la sexualidad, del sexo y de los cuerpos, termina hablando sobre actos de lenguaje, dice (recuérdese aquí lo que decíamos al comienzo). Esto es una manera intelectualmente snob
de decir que no tiene la más remota idea de qué clase de correlato
neurobiológico y psicológico poseen sus postulados. Pero no parece
importarle demasiado. Butler ya es, a comienzos de los años 90, la más
perfecta y acicalada versión del género de las feministas
postestructuralistas que predominan hasta hoy.
Si bien el propio Reimer alegaría antes de suicidarse que se trató de un ser humano nacido varón, castrado por la clase médica, feminizado por los psiquiatras para luego finalmente volver a ser quien debería haber sido desde un principio, las new feminists ya tenían, para ese entonces, una gran masa de acólitos que seguían y siguen sus concepciones sobre el género desde
hace más de tres décadas. A partir de allí comenzó a gestarse el uso
semántico que hoy todos hemos escuchado acerca de dicho término:
comenzaron a florecer las teorías y “estudios de género”. Hoy podemos
ver y escuchar en la TV o en cualquier medio hablar sobre “género” a una
infinidad de figuras, personajes y diversosexperts de las
ciencias sociales y humanas. Todo el mundo pareciera tener muy claro de
lo que se está hablando (algunos con verdadera liviandad), al mismo
tiempo que abundan posgrados y maestrías al respecto. El caso del joven
Reimer plantea la pertinencia de una pregunta que a las feministas e
intelectuales del género no agrada demasiado: ¿es verdaderamente
posible pensar el fundamento de la simbolización de la diferencia
sexual entre los humanos de forma separada respecto a la anatomía y la
biología…? Creemos que no. Sea como sea, a todos aquellos que
cuestionen la concepción de género enseguida se les señala con el dedo, y
no sólo eso, sino que se los asocia con mucha liviandad con el
Vaticano. ¿A quiénes señala Butler con el dedo? Al Vaticano: según la
autora, el Vaticano desea volver a “biologizar” la diferencia sexual,
reivindicando hablar de sexo y no de género, un intento de volver a
aquello dicho por Freud de que “la biología es el destino”. (Butler,
2010, pp. 257 ss.) Esta afirmación de Freud es sometida a toda una
maquinaria de erróneas interpretaciones que aquí no podemos profundizar.
Otro de los pioneros en la concepción de
género fue el psiquiatra Robert Stoller, figura también de la
Universidad de California (siempre California). Él quiso mentar una
exégesis de ciertos fenómenos sexuales, como la intersexualidad y la
transexualidad, y para ello elaboró un concepto, core gender identity,
o “identidad nuclear de género”. Para Stoller, la identidad de género
es algo destinado a referir conceptualmente a aquellas conductas
motivadas psicológicamente, cómo el sujeto se percibe a sí mismo en
relación con sus afectos y deseos sexuales. El sujeto puede tener un
sexo, pero sus creencias y deseos estar en discordancia con el mismo.
Dice Stoller: ‘Masculinity or femininity is defined here as any
quality that is felt by its possessor to be masculine or feminine. In
other words, masculinity or femininity is a belief -more precisely, a
dense mass of beliefs, an algebraic sum of ifs, buts and ands- not an
incontrovertible fact’. (1985, p. 11) Al parecer, feminidad y masculinidad son simplemente un conjunto de creencias, de ifs (“síes”), buts (“peros”) y ands (“íes”)
para Stoller. Extraño. Es evidente que muchas cosas que hacen a la
significación de la identidad de los seres humanos varían de una cultura
a otra, pero al parecer, para Stoller, sólo hay variaciones simbólicas y
nada más. Extraño resulta que a esto lo diga alguien formado en
biología y medicina, pero tal era la moda intelectual del momento. La identidad nuclear de género será la convicción del sujeto de que determinado sexo fue asignado por la anatomía biológica, pero en última instancia psicológicamenteen
su aceptación. Para Stoller, el sexo biológico “ayuda” a definir la
esfera sexual de lo psíquico y no al revés. Aun así, no iría tan lejos
como las new feminists, en quienes la anatomía es tan solo una caricatura que se agita al viento.
Desde el feminismo posmoderno, el
“género” referirá a una “construcción sociocultural” y simbólica que no
se deriva del sexo biológico, y que sería el conjunto de significaciones culturales que se inscriben en el cuerpo a partir de un sistema social dominante.
(Butler, 1990, pp. 6-9) Es que del estructuralismo, el
postestructuralismo conserva el llamado “giro lingüístico” iniciado ya
por Saussure y Wittgenstein. (Peters, 2001, p. 30) Dicho giro
lingüístico es muy notorio por ejemplo en intelectuales de corte similar
a Judith Butler, o en la misma Butler, donde lo biológico está ausente y
todo tiende a ser un acto de lenguaje y “paquetes de símbolos”. También
podríamos agregar: el postestructuralismo conserva la tendencia a
disolver al sujeto y al hombre en estructuras y variables abstractas
impersonales, tales como ser el propio lenguaje, el “mundo simbólico”,
las estructuras históricas y sociológicas (todo ello compatible con un
marxismo de trasfondo), o la introducción del sujeto humano en la
picadora de carne de la tabula rasa. Además, podríamos sumar como
mención su marcada tendencia anti-empírica en lo sociológico (la cual
fue ya una acentuada característica del estructuralismo), y su tendencia
a renunciar a los hechos fácticos para reemplazarlos por un abigarrado
mundo teórico que referiría a procesos sociales e históricos altamente
intangibles.
El género será visto dentro de esta
miscelánea de elementos como el resultado de una tecnología política
compleja, como lo plantea la ideóloga feminista Teresa de Laurentis. “(…)
el género no es una propiedad de los cuerpos o algo originalmente
existente en los seres humanos, sino ‘el conjunto de efectos producidos
en los cuerpos, los comportamientos y las relaciones sociales’.” (1989, p. 8) El género es una representación construida, cuya representación de sí es su propia construcción social. La mujer no existe:
existiría la representación del ser-mujer. Gran parte de esas
representaciones forman parte de la instancia ideológica de una cultura,
por lo que ahí es donde viene el apretón de manos con el marxismo:
finalmente el género tal como lo percibimos contemporáneamente es una
construcción capitalista hegemónica. (1989, p. 13)
Desde un punto de vista psicobiológico,
hoy se habla de TSTG (Transsexualism & Transgenderism): el fenómeno
por el cual un sujeto se comporta o declara sentirse en disonancia entre
sus conductas de género –o la verbalización de las mismas- y su sexo
biológicamente asignado de nacimiento. (Bevan, 2015, pp. 58 ss.) Tanto
es así, que hoy se habla asimismo de cisgénero, es decir, de la
clásica coincidencia entre género y sexo biológico
(hombre/mujer/masculino/femenino/ respectivamente heterosexuales).
Finalmente, las mayorías heterosexuales son definidas ahora en función
de la excepción, siendo incluso la transexualidad una subcategoría de
todo un espectro transgénero. Aquellos que no sepan exactamente aún en qué lugar del espectro trans se hallan, la neolengua orwelliana actual les otorga la tranquilizante categoría de genderqueer. (Bevan, 2015, pp. 63-65) A pesar de que la transexualidad fue
una noción acuñada por cirujanos en los años 60 para categorizar un
nuevo desafío médico entre manos, ya no se aceptan más expresiones tales
como “cirugía de cambio sexual” o “cirugía de reasignación de género”,
dado que la primera refiere únicamente a algo corporal que puede ser
meramente un cambio cosmético sin ser el sujeto un sujeto
transgénero, y la segunda reduce la construcción de identidad de género
al mero cambio anatómico genital. Tampoco se acepta “cirugía de
reconstrucción genital”: no habría al parecer ninguna configuración
genital previa que se esté re-construyendo. La expresión hoy aceptada es
simplemente cirugía plástica genital (genital plastic surgery),
lo cual es el proceso de culminación de una transición transexual.
(Bevan, 2015, p. 68) De este modo, lo transexual es una subcategoría de
lo transgénero porque no todo sujeto transgénero derivará en una
transición hacia una genital plastic surgery necesariamente, siendo lo transgénero una categoría más amplia, a tal punto difusa que posee lo genderqueer en su extensión.
El “género” y la naturaleza humana:
La naturaleza humana existe. Los
planteos afiliados al constructivismo social y psicológico lo niegan y
también reniegan de una eventual existencia de la misma. ¿Qué es el
“constructivismo”? Daremos una sumaria y práctica definición:
“Análisis del ‘conocimiento’ o de la
‘realidad’ como contingentes respecto a las relaciones sociales y como
resultado de continuadas prácticas humanas mediante procesos tales como
la reificación, la sedimentación, el hábito, etc. (…) Los
constructivistas sociales no creen en la posibilidad de fundamentos o
fuentes de conocimiento que sean libres-de-valor, ni conceptualizan una
clara distinción entre lo objetivo y lo subjetivo, o entre
‘conocimiento’ y ‘realidad’. Esta posición tiene, por tanto, profundas
implicaciones para la práctica y la filosofía de la ciencia y para la
filosofía política.” (Frazer, 2008, p. 229)
En nuestro tema, esto deriva en la
tabula rasa. Aún recuerdo claramente las palabras de un ex docente
cuando yo era un novato e ingenuo estudiante, quien haciendo usos y
desusos de aforismos foucaultianos y deleuzianos nos decía con firmeza: la naturaleza humana no existe, no hay naturaleza humana. Esto
no acontece meramente en el plano local: es un fenómeno que va desde
las academias norteamericanas hasta las europeas. En 2010, el medio NRK
de Noruega, con el periodista Harold Eia, se encargó de hacerse una
sencilla pregunta e indagar respecto a la misma: ¿por qué en el país con
mayor “igualdad de género” (según la ONU), la elección por parte de las
mujeres de ciertas profesiones científico técnicas como la ingeniería o
las labores “rudas” como la albañilería no se da con demasiada
frecuencia teniendo, efectivamente, la libertad de elegirlas? Y
viceversa para los hombres. Harald entrevista a diversos periodistas,
políticos, autoridades, miembros académicos, así como a los
“investigadores de género” del país escandinavo, quienes tildan de
“mediocres” y anacrónicos a los investigadores norteamericanos quienes
sugieren una visión alternativa al constructivismo social y psicológico.
Luego contrasta esta opinión con la de psicólogos y científicos no
constructivistas locales y extranjeros, y para sorpresa final, la
carencia de argumentos y la desidia intelectual de los “investigadores
de género” es realmente llamativa, no estando dispuestos a ceder un
milímetro respecto con evidencias científicas fehacientes.[4]
Tanto aquí como allí, a todos ellos el tópico les suena a reaccionaria
escolástica y a oscuros “esencialismos” filosóficos y biologicistas
contrarios a sus intereses (lo cual es expresado con una socarrona
sonrisa), y tal como sugiere la feminista de género Judith Butler,
cualquier concepción del sujeto humano que postule una “ontología
pre-social” acerca de la constitución del mismo ya es portadora de
grandes suspicacias y de solapados fascismos en pro de la
defensa de un orden socialmente conservador. Una concepción tal es
denunciada por la antedicha académica como portadora de una “metafísica
de la sustancia”. Figuras tales no desean saber nada con la discusión
del tema, o al menos con aquellos planteos que pongan en duda su visión:
su desidia y displicencia intelectual es realmente abrumadora. No
obstante, no tienen ninguna verdadera prueba en contra a la cual
recurrir más allá de un conjunto de aforismos filisteos, y no solo eso,
sino que la ciencia -incluso el sentido común- no está de su lado.
Algunos en el fondo lo saben como un secreto a voces, pero no les
importa demasiado: la impudicia academicista es su escudo en pro de
otros intereses.
¿Qué significa hablar de la “naturaleza”
de un ser? Significa hablar de lo que es propio ya de por sí de ese
ser, así como los principios primeros que ofician como la causalidad de
ulteriores rasgos y características expresadas y observables. Desde
Platón y Aristóteles, preguntarse por la naturaleza de un ser implica
preguntarse por la sustancia y sus accidentes, la esencia y la forma de
ese ser. En el caso concreto del ser humano, preguntarse por la
naturaleza humana implica interrogarse al menos a través de tres grandes
áreas: 1) Interrogarse por la diferencia entre la naturaleza del hombre
y la de los otros animales, si acaso se trata de una simple diferencia
de grado, o si hay algo esencialmente distinto y propio del hombre
respecto al resto de los seres vivientes. 2) ¿Existen rasgos que todos
los seres humanos comparten, o ello es tan relativo y variable como las
diversas culturas sobre la Tierra? 3) ¿Es la naturaleza humana
inherentemente buena o mala? ¿Es posible deducir valores y parámetros
axiológicos y éticos de la presunta constitución de la misma? A nosotros
nos interesan aquí los dos primeros terrenos, les dejamos el tercero a
los filósofos y demás expertos que reflexionan sobre la moral y el
Derecho. Los constructivistas no cesan de decir que la naturaleza humana
no existe, pero ellos, sin decirlo, empuñan todo el tiempo su propia
concepción de naturaleza humana, a decir verdad, que la misma no es más
que el conjunto de las relaciones sociales sobre una tabula rasa.
Como es de esperar ante las múltiples
diseminaciones de identidad y de lenguaje que nos ofrece la
postmodernidad, el feminismo ha dejado de ser unívoco: existen múltiples
feminismos, los cuales muchos tomarán a su manera el bagaje del
pensamiento postestructuralista. Existen las feministas liberales, el
feminismo marxista y el neomarxista, el feminismo radical, el feminismo
reformista, el feminismo existencialista, el feminismo psicoanalítico,
el feminismo negro, el feminismo judío, el feminismo chicano, el
feminismo trans y muchos otros. (Le Gates, 1996, p. 5) Si bien la
miríada de feminismos es aplastante, nosotros aquí nos concentraremos en
el llamado new feminism, el cual incluye a la concepción de género,
la cual se hizo muy popular desde que en la conferencia internacional
sobre la mujer en Beijín de 1995, Judith Butler y otras feministas
impusieran eldiscurso de género. Pero el new feminism, en su primera fase, arranca en los años 70 con auténticas militantes rabiosas. Tales “significaciones culturales” que las new feminists de
género alegan serían propias de las “estrategias de poder” que ese
mundo con su cultura dominante (el patriarcado) ha instalado en torno al
sexo, y que por supuesto, desde estos planteos, han oprimido a la mujer
desde una cuasi-eternidad inmemorial de los tiempos. En un mundo donde
todo es concebido como texto y como proyección de constructos subjetivos
(el mundo mismo vuelto tabula rasa cuyos bloques de construcción vienen
a ser nuestras propias ideaciones), no sorprende que el género así sea
visto: las inscripciones simbólicas sobre una tabula rasa pueden
tacharse, borrarse, sobrescribirse, mezclarse, duplicarse, anularse.
Innumerables juegos cabalísticos -¿acaso el anagrama del significante?-
pueden recaer sobre un texto y sus símbolos, así como su sentido. Según
venimos viendo, las diferencias entre hombre/mujer serían someras
“construcciones sociales simbólicas” que nada poseerían de arraigo o
condiciones mínimas innatas para los acólitos postestructuralistas, y
por tanto, hasta serían susceptibles de ser modificadas y reemplazadas a piacere
por medio de una praxis política transformadora. ¿Y quiénes son
aquellos que osan tener las ideas y fórmulas adecuadas para esta justa
transformación? Evidentemente, no las masas subyugadas al sistema
dominante, sino una vanguardia academicista y militante de iluminados e
iluminadas que trabajan día y noche por la penetración ideológica de las
academias, las ONGs, los parlamentos, los clubes políticos, las redes
sociales. La psicología anglosajona (aquella que es anticientífica) no
se ha atrevido a adoptar una entera concepción de tabula rasa, pero
estando a su vez influida por los estudios de género y por lo que el
propio Andrew Colman llama “psicología feminista”, se mantiene a mitad
de camino con definiciones grises en su tenor. Andrew Colman, en el
famoso Diccionario de Psicología, afirma que el género son los
patrones de conducta, actitudes y características de personalidad
“estereotipadas” percibidas como femeninas o masculinas dentro de una
cultura. (2009, p. 309)
Al hacer primar el género por encima de
las diferencias biológicas, se derivará de allí toda una serie de
diferencias identitarias. Surgirán curiosas variedades en el jardín
humano, elementos estructuralmente unitarios que aspirarán a ser su
propia individuación de individuaciones. Pero no sólo eso: a la
vez que esto ocurre, ahora el hombre, el ser humano, es quitado del
pedestal que caracteriza a todo el mundo humano occidental, para ser
colocado entre los primates y simios peludos (de los cuales él es el
menos peludo). En los años 90, el proyecto Great Ape Project (“Proyecto
Gran Simio”) proponía –de la mano de activistas, asesores e
intelectuales como Peter Singer y Richard Dawkins- que los grandes
simios como el chimpancé y el orangután son susceptibles de poseer los
mismos derechos morales que las personas dada su proximidad evolutiva a
ese simio escasamente peludo que es el hombre, y que por tanto dichos
simios poseen derechos humanos. A la vez que la sexualidad implosiona en
múltiples géneros, la humanidad del hombre es nivelada por el más
protervo rasero de los biologismos materialistas de nuestro tiempo. Es
extraño: los grandes simios no construyen géneros sexuales, mundo
simbólico ni cultura, ni entienden de derechos u obligaciones civiles y
morales, pero al tiempo que se postula su cuasi-humanidad, el hombre es a
su vez nivelado como un mero simio entre los simios. A la vez que se
reivindica humanidad para las criaturas no humanas (los animalistas
están de moda), no se deja de postular la animalidad del ser humano; a
la vez que se dice que la naturaleza del hombre es la no-naturaleza y su
posterior y presunta construcción social, se proclama que la naturaleza
del hombre es meramente animal. Nos vemos en la perentoria necesidad de
interrogarnos: ¿posee el hombre una naturaleza, sí o no? Desde luego
que sí, pero el hombre no es un simio ni una tabula rasa. Es mucho más
que eso. Lo que ocurre, tal como dijo alguna vez Julius Evola, es que
vivimos en un tiempo que reduce todo lo superior a lo que es inferior. Nivelación descendente, síntoma de una civilización en ruinas.
Lo que la ciencia nos dice:
El psicólogo evolutivo de Harvard Steven
Pinker ha realizado una brillante tarea en el desmantelamiento y
refutación sistemática de los planteos de la tabula rasa en una obra
lúcida y arrolladora, ‘The Blank Slate…’ (2002). Esto que hemos
expuesto lleva implícito otra cuestión de fondo, que también hemos
mencionado: la negación de la existencia de una naturaleza humana. Para
estas corrientes, hablar de naturaleza humana es básicamente un pecado
capital, así como un crimen contra la inteligencia. Este pasaje
intelectual, como muy bien subtitula Pinker el título de su obra, se
trata de una auténtica modern denial of human nature, una moderna negación de la naturaleza humana, que
ya arrancó en la Ilustración europea con Rousseau. Al ser rechazados
todos los aportes provenientes de la psicología biológica y la
neurociencia, estas corrientes son un obstáculo para el avance en la
comprensión científica de la mente, dice Pinker, en tanto no aceptan que
el supuesto “género” del que hablan las feminists posea una
ontogénesis, una psicogénesis y una base que no dependen únicamente de
lo social. La mente del hombre y de la mujer difiere en muchos aspectos
por factores que trascienden la socialización. (Pinker, 2002, p. 338)
Esto desagrada a las feministas, pues ven en ello el riesgo de una
justificación de la idea de inferioridad de la mujer y de la consecuente
falta de igualdad social. Se comportan como dogmáticas escolásticas que
no desean mirar los astros a través del telescopio. Naturalmente,
Pinker ha sido tildado como políticamente conservador, defensor de
posturas innatistas, lo cual, más o menos equivale -en la jerga políticamente correcta del academicismo blando- a decir que se trata de un fascista.
No es al primero que le sucede, sino que les ha sucedido a muchos otros
anteriormente. También nos exponemos a que nos ocurra a nosotros. Lo
que estos movimientos no desean aceptar es que la mente, el psiquismo,
no es un producto servido a gusto de consumidores, sino que obedece a
complejos procesos evolutivos que provienen de una realidad ontológica
pre-social y pre-individual que responde a la naturaleza. Lo social
vendrá después. Para escarnio de los activistas de género de todas las
horas, hoy la neurociencia ha podido ya comprobar que eso que llamamos
“género” posee un núcleo biológico bien duro y profundo que ya comienza a
configurarse por distintos influjos hormonales intrauterinos,
responsables estos de la sexuación cerebral aproximadamente desde la
séptima semana de desarrollo intrauterino. Existe una diferenciación
cerebral absolutamente pre-social que determinará conductas y roles muy
distintos a lo largo del desarrollo del sujeto: a poco de nacer, niños y
niñas mostrarán conductas emocionales y elección de objetos bien
diferenciados; mientras las niñas se focalizan más en el rostro del otro
y sus expresiones emocionales, los niños muestran ya más curiosidad por
objetos mecánicos y en accionar con los mismos. Esto producirá el
ulterior desarrollo de distintos esquemas cognitivos, los cuales
determinan que varón y mujer procesen de modo distinto la información en
sus cerebros y lleven a cabo distintas conductas y roles. (Kreukels et
al, 2014, p. 20; p. 56; p. 59) Y me temo que dicha pauta es mandato de
la biología y no de la cultura. La mente no es meramente una
“construcción social”, una mera inscripción de relaciones sociales sobre
una tabula rasa. Desde luego, esto responde a una naturaleza humana
genéticamente codificada. Lo que los genes parecerían obrar (mediante
posterior expresión y mecanismos hormonales para una sexuación cerebral
específica) es la codificación de algunos elementos, mecanismos y
factores que hacen a eso que llamamos “sexualidad”, por ejemplo ciertos
rasgos de personalidad:
“(…) genes could influence sexual
orientation by coding for other factors (e.g., childhood interests,
personality traits) that, themselves, influence sexual orientation.
Genetics contributions to sexual orientation could also involve hormonal
mechanisms. For instance, genetic factors could determine levels of
hormones (or receptors for hormones or enzymes needed to produce
hormones in certain brain regions) that influence sexual orientation.” (Hines, 2004, p. 106)
Como muy bien ha dicho el biólogo Edward Wilson, ‘neurobiology cannot be learned at the feet of a guru. The consequences of genetic history cannot be chosen by legislatures.’ (1978,
pp. 6-7) Es decir: la neurobiología no es algo que se aprenda a los
pies de un gurú, y las consecuencias de nuestra historia y bagaje
genético no dependen de voluntades legislativas (y tampoco asimismo de
ideologías políticas). En USA, el desarrollo de la neuropsicología posee
su autonomía propia, desligada del mundillo de los activistas e
ideólogos políticos. Uno de los centros más relevantes es el NIMH (National Institute of Mental Health),
el cual estudia la patología mental desde la neurociencia y la
psicobiología. (Ray, 2015, p. 61) La neurociencia, que como ya hemos
dicho posee su propia autonomía, propone dos criterios para el estudio
del desorden mental: el plano dimensional y el categorial. Lo
dimensional refiere a la escala gradual y continua en la que el desorden
se desarrolla, y el punto categorial su situación de quiebre y la
emergencia cualitativa de otra fase. (Ray, 2015, p. 59)
Está claro que estas concepciones de
género no son meramente curiosas teorías que quedan impresas en papel,
sino que van por mucho más. Recientemente, se desató una pasajera
polémica en Suecia por la introducción de un nuevo artículo “neutro” en
la lengua sueca: “hen“. Pongamos un ejemplo con los nombres “Héctor” y “Caroline”: en lengua sueca, diríamos Han är Hector (“él es Héctor”), y Hon är Caroline (“ella es Caroline”), respectivamente. “Hen” pretende no ser ni “él” ni “ella”. (MDZ,
2012). Esta formación lingüística introducida por la política feminista
de Estado ya es usada en ciertos centros preescolares, para que los
niños, presuntamente, no asimilen rolesestereotipados de género
desde la temprana infancia. Es interesante ver cómo la equidad social
de género (Suecia es prácticamente el país más equitativo del mundo
social y económicamente) finalmente no bastaba, sino que ahora se
procede a otras etapas en la instauración de políticas “de género”. Los
alemanes están yendo a pasos agigantados: se han inaugurado centros
preescolares en donde no sólo se experimenta con el idioma, sino con el
modo de vestirse mismo de niños y niñas (varones que “experimentan”
vistiéndose de como niñas y viceversa), a quienes no se debe tratar de
“él” o de “ella”, sino dejar que descubran “por sí mismos” su género.
Hubo un tiempo en donde el constructivismo era aplicado sobre la base
del mismo criterio pero en teoría de la educación y del aprendizaje: que
el niño descubriera por sí mismo, que construyera su propio universo de
aprendizaje sin recibir lineamientos, teoría pedagógica que fracasó con
creces en el mundo desarrollado, pero que aquí algunos aún pretenden
utilizar. Hoy, se pretende hacer lo mismo con el género y la orientación
sexual en el mundo rico, mundo que ya ha superado otros desafíos, como
ser la pobreza o la falta de paridad económica entre hombre y mujer (al
menos los países nórdicos). Los constructivistas no descansan, han
cambiado de rubro con la esperanza de tener éxito en la nueva utopía. Se
trata de una auténtica ingeniería sociológica experimental.
Breve conclusión:
Hemos visto que eso que muchos llaman
“género” aplicado a los dominios de la sexualidad es una idea vacía, sin
verdaderos fundamentos científicos, a la que la ciencia misma va
desplazando del terreno de juego gradualmente. Peor aún, sus orígenes
históricos en los años 60s son ominosos y oscuros. Creemos que ha
llegado la hora de plantearnos su supresión de los dominios de las
ciencias humanas como la psicología, sociología, etc. Desde luego, no
somos tan obtusos para creer que el ser humano es meramente hormonas e
impulsos neuroquímicos en su sistema nervioso. No somos reduccionistas a
ese nivel. El hombre es un ser de lenguaje, portador de símbolos, de
consciencia y de una dimensión moral y espiritual que le hacen
trascender. Nos preguntamos, así, qué sentido y cabida puede tener un
uso lingüístico e ideológico como el de “género” en todo esto. ¿Por qué
no apelar, mejor, a las viejas nociones de identidad y personalidad para
todo ello…?
Fuentes en vídeo:
- Demoliendo el lavado de cerebro de la ideología de género (programa de la cadena Noruega NRK, subtitulado en castellano). Link: https://www.youtube.com/watch?v=TMHmcHN4yag
- El Dr. Money y el niño sin pene (documental sobre el Dr. Money, la teoría de género y el caso Reimer, subtitulado en castellano). Link: https://www.youtube.com/watch?v=E8ewHzh2WSA
- Steven Pinker y la tabula rasa (Simposio de Psicología en TED, subtitulado en castellano). Link: https://www.youtube.com/watch?v=t9nXUTihOpA
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- Wilson, Edward. (1978) On human Nature. Cambridge & Massachusetts: Harvard University Press.
[1] Este artículo consiste en una serie de fragmentos readaptados de mi propia obra La revolución sexual anglosajona y la psiquiatría hoy: El ascenso de Ganímedes.
(2015) This work is licensed under the Creative Commons
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[2] https://www.youtube.com/watch?v=E8ewHzh2WSA
[3] Véase: https://www.youtube.com/watch?v=t9nXUTihOpA
[4] Véase: https://www.youtube.com/watch?v=TMHmcHN4yaghttp://debatime.com.ar/