JULIO MEINVIELLE
LA IMAGEN NO PERTENECE A LA PUBLICACION ORIGINAL
Conferencia del padre Meinvielle publicada en
la revista VERBO, de agosto 1983.
“… rechazado el suave yugo de
Nuestro Señor Jesucristo, la realeza de Cristo, es decir, repudiando hasta la
noción misma de cristiandad, nuestro mundo ha entrado en revuelta, en rebelión,
en revolución: ha caído bajo el poder del príncipe de este mundo…”
La Realeza de Cristo y el
Mundo Actual.
Julio
Meinvielle
Nuestro tema es “La realiza de Cristo y el momento
actual”, tema que nos obliga a tomar partida
de esa verdad que es la realeza de Cristo. Ustedes
saben que la fiesta de la realeza de Cristo fue instituida por Pío XI allá por
el año 1925, y el documento que publicó entonces sobre esta fiesta, la
encíclica “Quas primas”, comenzaba de esta forma.
“En la
primera encíclica que dirigimos una vez ascendidos al Pontificado, a todos los
obispos del orbe católico, mientras indagábamos las causas principales de las
calamidades que oprimían y angustiaban al género humano, recordamos haber dicho
claramente que tan grande inundación de males se extendía por todo el mundo,
porque la mayor parte de los hombres se había alejado de Cristo y de su santa
ley en la práctica de su vida, en la familia y en las cosas públicas; y que no
podía haber esperanza cierta de paz duradera entre los pueblos, mientras los
individuos y las naciones negasen y renegasen el imperio de Cristo Salvador”.
Después
explica el remedio: la vuelta a Cristo y su paz. “Por lo tanto, y como
advertimos entonces, es necesario buscar la paz de Cristo en el reino de
Cristo. Así anunciamos también que había de ser para este fin cuanto nos fuese
posible por el reino de Cristo, porque nos parecía que no se puede tender más
eficazmente a la renovación y afianzamiento de la paz, sino mediante la
restauración del reino de Nuestro Señor”.
De modo
que el Papa ya señalaba aquí el mal y
señalaba el remedio; y el remedio de la sociedad y de los individuos hoy, está
en el sometimiento al suave yugo de
Cristo. Sometimiento en la inteligencia, sometimiento en la voluntad y
sometimiento en los corazones por la caridad.
De tal
modo, en efecto, se dice que Cristo debe reinar en la inteligencia del los
hombres, no sólo con la elevación del pensamiento y de su ciencia, sino también
porque Él es la Verdad,
y es necesario que los hombres reciban con obediencia la Verdad de Él. Igualmente
reina en la voluntad de los hombres, ya porque la voluntad está entera,
perfectamente sometida a la santa voluntad divina, ya porque con sus
aspiraciones influye en nuestra voluntad, de tal modo que nos inflama hacia las
cosas más nobles. Finalmente Cristo es reconocido como rey de los corazones por
su caridad, que sobrepasa a todo lo humano en comprensión, y por los atractivos
de su mansedumbre y virilidad. Nadie entre los hombres fue más amado, y no lo
será nunca, como Jesucristo.
Ustedes
saben que Cristo es rey por dos conceptos. En primer lugar , por razón de su
humanidad, que ha sido asumida por el Verbo, por la Divinidad. Esa
humanidad de Cristo goza, por lo tanto, de una perfección que sobrepasa todo lo
que el hombre puede imaginar. En segundo
lugar, Cristo es rey de los hombres por el derecho de conquista, porque con su
pasión y con su muerte ha conquistado el derecho de regir a la humanidad, y en
Cristo este reinado tiene tres poderes. Poder de legislar, poder de juzgar y
poder de mandar, poderes que transmitió a su Iglesia.
El
reinado de Jesucristo no se extiende solamente sobre los individuos, sino
también sobre la sociedad. Esto también lo hace notar Pío XI en la ”Quas
primas”: “No hay diferencia entre los individuos y el consorcio civil, porque
los individuos unidos en sociedad, no por eso,
está menos bajo la potestad de Cristo que lo están cada uno de ellos en
la sociedad pública y privada. Y no hay salvación en algún otro, ni ha
sido dado del cielo a los hombres otro
nombre en el cual podamos salvarnos”.
Estas
son palabras de los Hechos de los Apóstoles, o sea, palabras de la Escritura. Cristo
es el autor de la verdadera felicidad tanto para el mundo de los ciudadanos
como para el Estado. No es feliz la ciudad por otra razón distinta de aquella
por la cual es feliz el hombre, porque la nación no es otra cosa que una
multitud concorde de hombres. De modo, entonces, que el hombre debe reconocer
el imperio de Cristo sobre los individuos, pero no solamente sobre los
individuos, sino sobre la sociedad. Sobre las sociedades particulares, la
familia, las distintas organizaciones intermedias, los Estados, las naciones y
la vida internacional.
Esta
realeza de Cristo se concentraba en otros tiempos en lo que se llamaba la Cristiandad, es decir,
la civilización cristiana, el orden cristiano.
La Cristiandad, en rigor,
comienza con Constantino, después de la época de los mártires, y conoce su
esplendor más grande en el reinado de San Luis, rey de Francia, un esplendor en
todas las actividades de la vida, no solamente
en la política, sino en todas las
otras actividades; en el arte, con Fra Angélico, en la filosofía, con Santo
Tomás, en fin, todas las manifestaciones de la cultura alcanzan su esplendor.
Todo
esto que les estoy diciendo suena a viejo hoy, porque dentro del mundo, y
particularmente dentro de la
Iglesia, nos ha invadido el progresismo, y entonces existe un
repudio a Constantino y a la época constantiniana , a la época carolingia, a la
época gregoriana. Estamos pasando un momento en el cual los mismos católicos
están renegando de dos mil años de historia; repudian la época constantiniana,
repudian la Cristiandad,
la civilización cristiana. Son éstas, hoy, malas palabras.
A pesar
de esto hay que reconocer y afirmar la grandeza de esa época histórica, y para
eso nada mejor que recordar las palabras grandes de León XIII en la “Inmortales
Dei”. “Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados,
entonces aquella civilización propia de la sabiduría de Cristo y de su divina
virtud había compenetrado todas las leyes, las inteligencias, las costumbres de
los pueblos, impregnando todas las clases sociales y todas las manifestaciones
de la vida de las naciones. Tiempo en que la Religión fundada en
Jesucristo estaba firmemente colocada en el sitial que le correspondía en todas
partes, gracias al favor de los príncipes y la legítima protección de los
magistrados. Tiempo en que el sacerdocio y el poder civil unían armoniosamente
la concordia y la amigable correspondencia de mutuos deberes.
Organizada de este modo la sociedad, produjo un bienestar superior a
toda imaginación. Aún se conserva la memoria de ellos, y ella perdurará grabada
en un sinnúmero de monumentos de aquella gesta que ningún artificio de los
adversarios podrá jamás destruir u obscurecer.
Si la Europa Cristiana civilizó a las
naciones bárbaras e hizo cambiar la ferocidad por la mansedumbre, la
superstición por la verdad; si rechazó victoriosa las invasiones de los
bárbaros; si conservó el cetro de la civilización y si se ha acostumbrado a ser
guía del mundo hacia la dignidad de la cultura humana y maestra de los demás;
si ha agraciado a los pueblos con la verdadera libertad en sus varias formas;
si muy sobriamente ha creado numerosas obras para aliviar la desgracia de los
hombres; ese gran beneficio se debe, sin discusión posible, a la religión, la
cual auspició la realización de tamañas empresas y coadyuvó a llevarlas a cabo.
Habrían perdurado ciertamente aún hasta ahora esos mismos beneficios, si ambas
potestades hubieran mantenido la concordia, y con mayor razón se podrían
esperar si se acogiesen la autoridad, el
magisterio y las orientaciones de la
Iglesia con mayor lealtad y constancia. Las palabras que
escribía Ivo de Chartres al Romano Pontífice Pascual II debía respetarse como
norma perpetua: “Cuando el poder civil y el sacerdote viven en buena armonía, el mundo está bien gobernado, la Iglesia prospera y
florece; pero cuando están en discordia
no sólo no prosperan las cosas pequeñas, sino que también las cosas
grandes decaen miserablemente”.
La Cristiandad produjo,
entonces, una época en que reinaban la concordia, la estabilidad y la paz en las
familias, en la sociedad y en la Cristiandad.
Frente a
esta sociedad gobernada por Jesucristo a través de la Iglesia, está la Revolución. La
Revolución quiere otra sociedad, no una sociedad estabilizada en el orden y en
la paz, sino una sociedad en movimiento, en cambio, en dialéctica.
La Revolución, en su
esencia, representa la réplica exacta de la primera rebelión del hombre contra
Dios, tal como ha sido relatada en el Génesis; ella toma por su cuenta la frase
del tentador: ”Seréis como dioses”. Su apoyo, su soporte, es la filosofía del
devenir puro que se opone radicalmente a la filosofía del Ser, la de Dios, que
se presenta en el Antiguo Testamento como “Aquel que es el que es”.
La Revolución no puede ser
considerada como una concepción bien definida del mundo, ya que ella quiere
representar su devenir perpetuo; no hay propiamente verdad revolucionaria, sino
solamente una cosa que quiere ser transformación del mundo con el hombre en
perpetuo movimiento. El hombre no es, el
hombre se hace; el mundo no es, el mundo se crea; por lo tanto no hay verdad ni
falsedad, ni bien ni mal, sólo el movimiento cunde; y entonces la revolución se
guía y se maneja con la dialéctica, la
famosa dialéctica hegeliana, en la cual se pasa de la afirmación a la negación,
que se superan en la síntesis; y así anda
dando el mundo un espiral sin
llegar a una meta.
La
revolución es dialéctica, y con la dialéctica se destruye todo un mundo fundado
en la Verdad. En
el ser, en la estabilidad; es decir, en el sometimiento del hombre a las leyes
naturales y sobrenaturales, al derecho natural, a la concepción de que el
hombre es un compuesto, que tiene una esencia, y que no hay que contrariar a
esta esencia, sino que hay que respetarla. La Revolución no reconoce
ni naturaleza ni sobrenaturaleza, y la Revolución opera
con la dialéctica en la destrucción de la Cristiandad, y esto lo
viene haciendo no desde ahora, no desde el tiempo de Marx, ni desde Hegel, sino
que lo viene haciendo desde que comenzó la Revolución hace cinco
siglos.
La Iglesia, aunque su destino
definitivo sea la vida futura, logró edificar aquí en la tierra una ciudad
que, aunque imperfecta como todo lo
humano, ostenta las condiciones para ser y denominarse católica. Pero una
ciudad católica es una realización muy difícil
que sólo puede darse
milagrosamente bajo la dirección de una providencia especial.
El
hombre ha quedado de tal suerte, herido en el estado que tiene en este mundo,
en las facultades más naturales, que cuando se ordena naturalmente queda en
estado de equilibrio inestable, muy difícil de mantener. Necesita de la Gracia para moverse en ese
estado, Gracia que se le da si la pide.
La
civilización o Ciudad Católica es un milagro, y tiene muchos enemigos
interiores y exteriores. Los enemigos interiores provienen del mismo hombre,
pues si no es muy humilde para sostener el Don Divino, va a flaquear caer y
perderlo todo y perderse. Los enemigos exteriores son el Diablo, príncipe
de este mundo, y los pueblos judíos y paganos, que van a
tratar con toda clase de astucia, de destruir la Cristiandad. Para destruir la Cristiandad se hecha
mano de armas dialécticas. ¿Qué es la dialéctica? La dialéctica consiste en
romper, separar y dividir lo que está unido. Toda destrucción es separación;
así como la vida es unión, unión de la creatura con el Creador, de la
naturaleza humana con la Divina,
de la razón con la
Revelación, de la política con la teología, del imperio con
la sociedad. Así la destrucción es oposición. Oposición de la creatura al
Creador, de la naturaleza a la Gracia, de la razón a la Fe, de la política a la teología, del Estado a la Iglesia, del Imperio
contra el Sacerdocio. Metieron cuñas para separar y dividir lo que por disposición divina debía estar
unido, y llegó un momento en que la separación se produjo. Se separó el
sacerdocio del Imperio, la
Teología de la
Filosofía, la política de la religión, la razón de la Fe, la naturaleza de la sobrenaturalaza, las
naciones de la Cristiandad,
los pueblos del Ungido de Dios.
Consumada la primera ruptura, producida la primera quiebra, no quedaba
sino una alternativa, o rehacer lo que se había quebrado o continuar un proceso
de nueva ruptura. Y hoy día la ruptura llega a lo último. En primer lugar , la
sociedad civil estaba unida a la religión, pero se quiebra esta unión, se
independiza la religión de la sociedad civil, y luego la sociedad civil se va
anarquizando, se llega a lo último en todos los ordenes.
Ahora
que se ha llegado al extremo , es decir, que la Cristiandad no existe,
la naturaleza del hombre no es respetada. En la revolución que se ha operado es
tal el proceso de destrucción de la
civilización cristiana, que se está pensando unir al hombre sobre otra base para llegar a la unificación total
del mundo por medio de un gobierno
mundial, gobierno mundial que no va a respetar ni la naturaleza ni la
sobrenaturaleza. En ese plan estamos actualmente. Ese plan, el plan de la
revolución, lo han preparado las logias masónicas desde hace siglos. En el siglo
XVII aparece un personaje muy importante, el cual ya profetizó, anunció o echó,
mejor dicho, los lineamientos de un nuevo orden social fundado en la Revolución. Ese
personaje es Amós Komenius.
¿Quién
era Komenius? Kpmenius había nacido en 1892, en Moravia, de padres que pertenecían a la comunidad de
los Hermanos Moravos, que habían tomado ese nombre en 1575, cuando se acordó el
derecho de reunión. Eran sucesores directos de los husitas, es decir de aquellos
herejes que habían nacido en Praga y que fundaron el primer régimen comunista,
el más absoluto que fue instalado en Munster por los anabaptistas bajo el
nombre de Reino de Dios.
Todo
esto fue deshecho por los príncipes de entonces y Komenius se retiró a Londres,
se impregnó de las obras de Bacon y de los Rosacruces, fue a Suecia estuvo con
su amigo Luis de Creer, que era de la secta de los Rosacruces, y después fue a
Polonia; y, como digo, Komenius planificó lo que había de ser la sociedad
futura y el gobierno mundial de la sociedad. Hizo esta planificación, en la
cultura por el Consejo de la Luz, en la política por un
Tribunal de Paz y en lo religioso por la unión de Iglesias. Para realizar este
plan, el plan de unificación total de la sociedad humana con un gobierno
también mundial, encontró que había dos grandes enemigos.
Esto lo
dejó escrito en un libro que se llama “Lux in tenebris” en 1657. Vamos a leer
las páginas textuales en que denuncia a estos dos grandes enemigo.
“El
Papa es el gran Anti-Cristo de la
Babilonia universal. La bestia que va detrás del Anticristo
es el Imperio Romano, el Santo Imperio Romano-Germano, y especialmente la Casa de Austria. Dios no
tolerará por más tiempo estas cosas. Destruirá, por fin , el mundo de los
impíos en un diluvio de sangre. Al final de la guerra el papado y la Casa de Austria serán
destruidas”. De modo que ya Komenuis en el siglo XVII anuncia que los dos
enemigos para llegar al gobierno mundial, un gobierno de la Revolución, son el
Papado y la Casa
de Austria. El Papado, que representa el orden espiritual, y el Santo Imperio
Romano-Germano, como símbolo o como resto del poder político universal que
venía de Constantino.
Este
plan de Komenius se va a ir cumpliendo inexorablemente poco a poco, y se pueden
indicar como grandes fechas del cumplimiento, en primer lugar, la paz de
Westfalia en 1648, en la cual se llegó al reconocimiento de las religiones
protestantes en Europa, perdiendo la Iglesia Católica el predominio
que tenía en la sociedad; el Congreso de Viena en 1815; la pérdida del poder
temporal de los Papas en 1870 y el fin de la Casa de Austria en 1917 con la primera guerra
mundial.
Después
de la Reforma
los estados protestantes tenían ya un peso muy grande en los negocios de
Europa, pero en 1818 se había hecho inclinar la balanza en su favor. No
sólo estos países, en su mayoría
católicos, como la Rumania
y la Bélgica,
pasaban al poder de las monarquías protestantes, sino que la Confederación
Germánica, esbozando la Unidad alemana por la desaparición de un cierto número
de estados pequeños, disminuía considerablemente la influencia de la católica
Austria en el centro-norte de Europa, mientras que Rusia venía a dominar la
parte oriental. Inglaterra, por su parte, se aseguraba con el imperio de los
mares sus relaciones con la futura política imperial en el Mediterráneo, en el
Medio Oriente y en el Extremo Oriente, hasta el día en que al comenzar el siglo
XX controlaría, directa o indirectamente, casi un cuarto de la población del
globo. En 1849 se anuncia la nueva configuración de Europa, una Europa en la
cual iba a desaparecer el Papado, que realmente desaparece en 1870. El poder
político iba a terminar con la
Casa de Austria en 1917.
Lo que
sorprende inmediatamente al observador astuto es la inversión de los polos que
se ha realizado en Occidente; con el Catolicismo definitivamente evacuado de la
política internacional absolutamente laicizada, el eje no pasa ya por las
capitales de los Estados Católicos.
París y Viena son puntos secundarios con relación a las naciones de
predominancia protestante, y ceden el sitio a Londres, Berlín y Nueva York. En
lo internacional se va haciendo un cambio y se va anulando la influencia de la Iglesia, del Catolicismo y
sobre todo del Papado, con lo que se cumple una cosa muy importante que es la
siguiente: San Pablo cuando en la
Carta a los Colosenses se pregunta porqué no viene el
Anti-Cristo contesta: El Anti-Cristo no viene porque hay un obstáculo que le
impide venir ¿Cuál es ese obstáculo? Los exégetas medievales, entre ellos Santo
Tomás de Aquino, explican que el obstáculo es el Imperio Romano, y mientras
perdure el Imperio Romano el Anti-Cristo no puede venir.
Y ese
obstáculo ha sido removido totalmente, ya no queda nada del Imperio Romano,
entonces el enemigo puede planear , puede proyectar el imperio del Anti-Cristo,
un imperio político unificado en un régimen de un gobierno material sometido al
enemigo, sometido al Anti-Cristo.
Como
ven, estamos muy lejos de la encíclica Quas Primas y de que la sociedad universal debe estar sometida al suave yugo
de Cristo.
II
C
|
on esta afirmación de que el mundo va caminando al
imperio del Anti-Cristo entremos en otra parte de nuestra conferencia, en la
que voy a esbozar los planes del gobierno mundial.
Los
planes del gobierno mundial que están actualmente en ejecución y que están en
lucha en este momento son dos. Uno es un gobierno mundial con el liderazgo
americano, o sea el mundo bajo el gobierno efectivo de los Estados Unidos; el
otro es un gobierno mundial con liderazgo europeo.
El
gobierno mundial con el liderazgo americano ha sido expuesto por un presidente
americano en el siglo pasado. En 1872, Grant, dos veces presidente de los
Estados Unidos, inauguraba su segundo mandato con una proclamación en la cual
había un párrafo que decía; “El mundo civilizado tiende al republicanismo.
Hacia el gobierno del pueblo por sus representantes y nuestra república está
destinada a servir de guía a todas las otras. Nuestro Creador prepara el mundo
para convertirse, con el tiempo oportuno, en una gran Nación, que no hablará
sino una sola lengua y en que todos los ejércitos y la flota no serán
necesarios”.
Para
cumplir este gobierno mundial, las logias de la masonería mundial, sobre todo
guiadas por una logia, la logia del paladismo, comenzó a mover los títeres de
la política mundial con ese objeto.
Para
conocer cuál es el segundo plan del
gobierno mundial –el de liderazgo europeo- vamos a referirnos al Pacto
sinárquico, que es un escrito que consta de trece proposiciones fundamentales y
598 artículos, en el que se explica cómo va a ser el gobierno mundial futuro.
Este
pacto fue descubierto en tiempo de la ocupación de Francia por el gobierno de
Petain y fue publicado posteriormente. Vamos a leer solamente algunas
proposiciones que nos interesan. El punto trece dice así: “El orden sinárquico,
que no puede concebirse fuera de las paz civilizadora, fundada sobre el honor, y honorable para todos, exige no tanto
que el estado actual de las potencias sea modificado por un desplazamiento de
las fronteras, sino que la vida sinárquica de cada pueblo
sea respetada de modo original, que la unión federativa de Europa sea
respetada, que la unión federativa de Europa sea realizada, que, en fin, la
sociedad mayor de las naciones sea cumplida y llevada a su realidad universal
por la interposición judicial de cinco sociedades menores de naciones ya
construidas de hecho y en vías de constitución en nuestra época”. Y después va
explicando cómo sería esta estructura sinárquica del mundo.. En cada nación se
arreglaría la sociedad por orden, por capas organizadas, las cuales terminarían
en tres grandes órdenes: un orden que
contemplaría todo el orden social y económico de los pueblos: otro orden que
contemplaría todo el orden político de esos pueblos y otro orden que encerraría
todo el orden cultural de los pueblos, y en ese orden cultural estaría incluido
lo religioso. Eso en cada nación del mundo, que luego se agruparían en cinco
grandes federaciones: una sociedad menor de naciones británicas, que
comprendería a Inglaterra y el Commonwealt: una sociedad menor de naciones
americanas, que comprendería a Estados Unidos y toda América Latina; una sociedad menor que comprendería a
Rusia; y todas las naciones paneurafricanas, que comprendería a Europa y al
África y una sociedad menor de naciones panasiáticas que comprendería el Asia.
Esto sería una estructura sinárquica piramidal, que implica la formación de
cinco grandes federaciones imperiales, ya constituidas o en vías de construcción.
Este
ordenamiento sinárquico del mundo se caracteriza por un equilibrio mundial, por
lo tanto no habría como hoy naciones que tienen un gran predominio, por ejemplo
Estados Unidos y Rusia, sino que habría un equilibrio, estarían todas las
naciones más o menos emparejadas, dándose un equilibrio mundial más allá del
colectivismo y del liberalismo. La sinarquía quiere superar la antítesis del
liberalismo y del colectivismo y llegar
a una sociedad sinárquica donde se
equilibren comunismo y liberalismo, donde se haga una cosa pareja. Eso ya está
en movimiento, en constitución, siendo Francia la Nación que está haciendo
toda esa política, no solamente dentro de sus fronteras sino en toda Europa.
La
sinarquía no es liberal ni comunista, sino que está por encima de ambas
ideologías tratando de compaginar un gobierno de empresarios (liberal) con los
obreros (comunismo), es decir una unión de burgueses y proletarios, un
equilibrio mundial más allá del colectivismo y del liberalismo, sin ninguna
potencia hegemónica, bajo la dirección de Francia “como lugar histórico”. Esto
está dicho en la proposición 578: “El imperio sinárquico francés es el lugar
histórico, lo mismo que el espíritu francés es el catalizador sicológico de una
grande y noble experiencia de la cooperación humana, entre razas blancas,
amarillas y negras. Nuestra ambición es perfecta; una síntesis de carácter
universal que se da como la imagen de lo que es Francia metropolitana, país de
síntesis demográfica y centro geográfico del mundo”.
Civilizado el imperio sinárquico francés,
no puede ser finalmente concebido ni querido al margen de la vida europea ni de
la vida del mundo. Un programa aparentemente nacional, donde se tratará de
respetar la voluntad de las naciones, de autodeterminación de los pueblos en un
equilibrio mundial. Esto es lo que propone la Sinarquía.
Hay un
libro de Pierre Virion (“El gobierno mundial y la contra Iglesia”) que hace ver
como en realidad este gobierno mundial
tiende a la tecnocracia, tiende a la organización mecánica del hombre y de ,los
pueblos, como si fuesen robots, como si fueran máquinas, como su fueran una
computadora electrónica, y que supone toda una acción de lavado de cerebro por
medio del empleo de los métodos psicotécnicos para cambiar al hombre. Una
organización del mundo en la cual el hombre se convierte en esclavo, pero no en
esclavo del tipo antiguo, en que por terror se lo sometía a un orden y al
trabajo, sino una esclavitud en la cual, usando los métodos psicotécnicos, se
haría entrar al hombre en la sociedad, para que haga lo que la sociedad quiere.
Todo
esto está en ejecución, y las luchas que hay en el mundo actual están
provocadas por la pugna que hay entre dos fracciones para la ejecución de estos
planes.
En la
primera guerra mundial se liquida la
Casa de Austria, que es el último resto que quedaba del orden
cristiano, y se implanta el comunismo.
Viene
la segunda guerra mundial y tiene como resultado el acuerdo de Yalta, que hace
dos cosas fundamentales: 1º, al mundo
eslavo detrás de la cortina de hierro, cumpliendo planes del siglo pasado. 2º,
impone una política bipolar, es decir, divide el mundo en dos zonas de influencia: una que se reserva a
Estados Unidos y otra que se reserva a Rusia. Y ahora se está yendo a una
tercera guerra mundial para imponer una política de gobierno mundial de tipo
sinárquico, un mundialismo con el liderazgo de De Gaulle.
Todos
estos hecho determinaron la aparición,
desde hace unos años, de una lucha entre la política bipolar desarrollada por
el acuerdo ruso-americano y la política neutralista encabezada por De Gaulle;
lucha que se manifiesta en tres puntos clave: en el Vietnam, en Medio Oriente y
en Europa.
En el
Vietnam, por ejemplo, la política que mantienen Rusia y Estados Unidos es una
política de equilibrio. Cuando más temperatura hay en una de las zonas –la americana o la rusa- más
los grandes tientan de calmar la fiebre y volver al estado de equilibrio. Todo
pasa como si cada uno empujase a sus
peones en convivencia con el otro para
mantener o restablecer el equilibrio de fuerzas, y por eso no llegan a una
definición ni los unos ni los otros, hecho que nos hace pensar más en un
acuerdo que en una rivalidad
ruso-americana.
Otro
tanto pasa en Medio Oriente, donde también hay otro estado de equilibrio. Y en
Europa pasa lo mismo, donde frente a la política bipolar se va desarrollando
una política neutralista, encabezada por De Gaulle, para que se salga del
dominio de la hegemonía rusa y de la hegemonía americana y se afirme la
neutralidad.
En
definitiva ¿cuál mundialismo logrará imponerse? Es claro que aquí no podemos
conjeturar. Es difícil saber lo que va a pasar.
Por lo
pronto hay que reconocer que la balanza del poder tecnológico y militar se está
inclinando a favor del mundialismo americano. Los últimos acontecimientos
de Europa lo revela. Checoslovaquia, influenciada por
los gobierno neutralistas y por De Gaulle, estuvo a punto de pasarse a la
sinarquía. Eso, evidentemente, habría sido un gran contratiempo para el
liderazgo americano, pues se habría reforzado el Mercado Común Europeo,
significando un grave quebranto para la política del dólar. Como consecuencia,
Rusia -obedeciendo a la influencia del Pentágono- lo ha impedido, ocupando militarmente
a Checoslovaquia.
Sin
embargo, aunque el poder militar está trabajando a favor del mundialismo
americano, sería mejor, en este momento crítico y decisivo, atender al poder
político de la sinarquía mundial, y sobre todo al poder de intriga, en el que
son expertos los judíos que están manejando a la sinarquía de un modo
particular. La técnica va a ser la
siguiente: endurecer ambos polos del sistema bipolar, para que una vez
endurecidos vayan al choque y a la guerra. Este es, a mi entender, el único
camino que tiene la sinarquía para abatir el evidente predominio americano y
cumplir los planes sinárquicos del gobierno mundial, fundado en una igualdad de
federaciones mundiales, porque el poder nuclear está más o menos equilibrado;
Estados Unidos podrá aniquilar a Rusia, pero Rusia puede también aniquilar a
Estado Unidos. De esta forma se podrá pasar directamente a un gobierno mundial
sobre un equilibrio de naciones sin gigantes, de naciones igualadas. Con una
guerra mundial el mundialismo sinárquico se impondría.
No
faltará quien piense que la guerra es una locura. Respondemos efectivamente, que el mundo está
loco, está esquizofrénico, es por lo tanto lógico que se sumerja en una crisis
de locura.
En
efecto, no hay nada estable en la política del mundo moderno, no hay, por lo
tanto, verdad. Solamente negar la evidencia de una verdad inmutable viene a ser
lo mismo que negar la existencia de un orden, ya que la verdad es el
pensamiento de acuerdo con la verdad, lo real natural o sobrenatural,
naturaleza y gracia, es decir, aquel orden que conoció la Cristiandad, el orden
establecido por el suave yugo de Cristo.
En
estas condiciones no se puede establecer orden perdurable; se condena al
desorden de elegir una inestabilidad
permanente, que es el estado natural de la revolución. Las guerras y los
conflictos más y más cercanos y sangrientos son
inevitables a medida que se quiere el devenir, el puro cambio y el no
Ser.
El
deseo de paz está seguramente en el corazón de cada uno, pero poner la
paz sin
Dios es un absurdo, porque sin Él la justicia está separada y toda
esperanza de
paz se convierte en una quimera. Justamente el mundo contemporáneo
proclama la
paz en nombre de los sueños pacifista de un sincretismo religioso y
filosófico,
bajo pretexto de olvidar lo que divide para poner en común lo que une.
Comienza
así el más grande pecado que hay contra Dios, que vino sobre la tierra
para dividir el bien del mal, el error y la mentira de la
verdad; y hoy, en cambio, se mezcla el bien y el mal, la verdad y el
error, los
sexos, todo se mezcla. Ya que las guerras son consecuencias del pecado
de los
hombres, el pecado del espíritu no puede sino alejar la paz y traer
sobre las
naciones los peores castigos. No es por nada, que a comienzos del siglo
XX la Madre de Dios, vino ella
misma a advertirnos en Fátima, el año 17, que si no se cambiaba la vida, sino se escuchaban sus súplicas, habría
guerras y persecuciones que causarían el aniquilamiento de grandes naciones.
La paz
del mundo, como en las familias y en los individuos, será siempre proporcional
a la sumisión al orden, será siempre proporcional al grado de unión con Dios;
rechazado el suave yugo de Nuestro Señor Jesucristo, la realeza de Cristo, es decir, repudiando hasta la noción misma de
cristiandad, nuestro mundo ha entrado en revuelta, en rebelión, en revolución;
ha caído bajo el poder del príncipe de este mundo. Satán, que como decía Cristo
es homicida desde el comienzo. Aquí se ve la importancia central que tiene en
todo ordenamiento político, tanto nacional como internacional, la noción de
cristiandad, noción que envuelve la del sometimiento de las naciones y del
mundo al suave yugo de Jesucristo.
Por
ello, la festividad de Cristo Rey proclama la necesidad de que el mundo se
someta a Jesucristo, no sólo como verdad religiosa, sino como verdad política,
proclama la necesidad absoluta para el hombre –creatura y pecador- de encontrar
la salud total y temporal en Jesucristo, el Unigénito del Padre, que ha tomado
su humanidad en el seno de la
Virgen Madre. Sin Jesucristo, el individuo, las naciones y el
mundo marchan aceleradamente a la catástrofe. Sólo en Jesucristo tenemos la
salud eterna y temporal. Nada más.+