miércoles, 6 de enero de 2016

LA IZQUIERDA INFANTIL DE LA GLOBALIDAD La izquierda que toma sus deseos por realidades


LA IZQUIERDA INFANTIL DE LA GLOBALIDAD

La izquierda que toma sus deseos por realidades 



JEAN BRICMONT (*)


Érase una vez, a comienzos de la década de 1970, que muchas personas, incluyéndome a mí, pensaban que todas las “luchas” de aquella época estaban relacionadas entre sí: la Revolución Cultural en China, las guerrillas en América Latina, la Primavera de Praga y los “disidentes” de la Europa del Este, mayo del 68, el movimiento de los derechos civiles, la oposición a la guerra de Vietnam y los movimientos anticoloniales nominalmente socialistas en África y Asia. También pensábamos que los regímenes “fascistas” en España, Portugal y Grecia, por analogía con la Segunda Guerra Mundial, sólo podían ser derrocados mediante la lucha armada, muy probablemente prolongada.

Ninguna de estas suposiciones era correcta. La Revolución Cultural no tenía nada que ver con los movimientos antiautoritarios de Occidente; los disidentes de Europa del Este eran, en general, procapitalistas y proimperialistas, a menudo fanáticamente; las guerrillas de América Latina eran un sueño imposible (salvo en América Central); y los movimientos de liberación nacional eran sólo eso: movimientos (con razón) orientados a la liberación nacional que se autocalificaban de socialistas o comunistas sólo por el apoyo que les ofrecía la Unión Soviética o China. Los regímenes “fascistas” del sur de Europa se transformaron sin ofrecer una resistencia seria, y mucho menos una lucha armada. Muchos otros regímenes autoritarios siguieron su ejemplo: en Europa, en América Latina, en Indonesia, África y ahora en parte del mundo árabe. Algunos se derrumbaron desde el interior, otros lo hicieron con sólo unas cuantas manifestaciones.

Me acordé de estas ilusiones juveniles cuando leí una petición “en solidaridad con los millones de sirios que han estado luchando por la dignidad y la libertad desde marzo de 2011”, cuya lista de firmantes incluye un auténtico quién es quién de la Izquierda Occidental. En la petición se afirma que “La revolución en Siria es una parte fundamental de las revoluciones del Norte de África; pero que a la vez, también es una extensión de la revuelta zapatista de México; el movimiento de los sin tierra en Brasil; las revueltas de Europa y América del Norte contra la explotación neoliberal; y un eco de los movimientos de Irán, Rusia y China por la libertad”.

Los firmantes exigen, por supuesto, la inmediata salida del poder de Bashar al-Assad, que suponen que es la única “esperanza para una Siria libre, unificada e independiente”. También caracterizan la posición de Rusia, China e Irán como de “apoyo a la matanza del pueblo”, aunque estos países sean “supuestamente amigos de los árabes”. Asimismo, reconocen que “EE.UU. y sus aliados del Golfo Pérsico han intervenido en apoyo de los revolucionarios”, aunque les culpen de haberlo hecho cínicamente a partir de sus propios intereses y con la intención de “aplastar y subvertir el alzamiento”. No está claro cómo casa todo esto con la siguiente línea del texto en la que se asegura que “las potencias regionales y mundiales han abandonado al pueblo sirio a sus suerte”.

La conclusión de la petición consiste en unas grandiosas invocaciones a la “solidaridad” de “intelectuales, académicos, activistas, artistas, ciudadanos interesados ​​y movimientos sociales”, “con el pueblo sirio a fin de enfatizar la dimensión revolucionaria de su lucha e impedir las batallas geopolíticas y guerras por fuerzas interpuestas que tienen lugar en su país.” ¡Nada más y nada menos!

Esta petición merece ser analizada en detalle, porque resume muy bien todos los errores de la corriente principal del pensamiento de izquierda hoy, y a la vez ilustra y explica por qué ya no hay una Izquierda en Occidente. Este mismo tipo de pensamiento dominó los razonamientos de la izquierda occidental durante las guerras de Kosovo y Libia, y en cierta medida las guerras de Afganistán (“solidaridad con las mujeres afganas”) e Iraq (“estarán mejor sin Sadam”).

En primer lugar, la presentación de los hechos sobre Siria es muy dudosa. No soy experto en Siria, pero si el pueblo está tan unido contra el régimen, ¿cómo es que éste ha resistido durante tanto tiempo? Ha habido relativamente pocas deserciones en el ejército o en el personal diplomático y político. Dado que la mayoría de los sirios son suníes y que el régimen suele presentarse constantemente como dependiente del apoyo de la “secta alauí”, algo falla en esa narrativa sobre Siria.

En segundo lugar, nos guste o no, las acciones de “Rusia, China e Irán” en Siria son de conformidad con el derecho internacional, a diferencia de las de “EE.UU. y sus aliados del Golfo”. Desde el punto de vista del derecho internacional, el actual gobierno de Siria es legítimo y la respuesta a su solicitud de ayuda es perfectamente legal, mientras que no lo es armar a los rebeldes. Por supuesto, los izquierdistas que firman la petición probablemente se opondrían a ese aspecto del derecho internacional, ya que favorece a los gobiernos sobre los insurgentes. Pero imagínense el caos que se crearía si cada Gran Potencia se dedicase a armar a los rebeldes de su elección en todo el mundo. Podemos lamentar la venta de armas a las “dictaduras”, pero EE.UU. apenas está en condiciones de dar lecciones al mundo sobre ese tema.

Por otra parte, se trata de “Rusia y China” quienes con su voto en la ONU impidieron otra intervención de EE.UU. como la de Libia, a la que la Izquierda Occidental se opuso muy tibiamente, y no toda. De hecho, dado que EE.UU. utilizó la Resolución de la ONU sobre Libia para llevar a cabo un cambio de régimen que la resolución no autorizaba, ¿no es natural que Rusia y China consideren que les tomaron el pelo en Libia y que ahora afirmen: “nunca más”?

En la petición citada se considera que los acontecimientos de Siria son una “extensión de la revuelta zapatista en México, el movimiento de los sin tierra en Brasil, las revueltas europeas y norteamericanas contra la explotación neoliberal, y el eco de los movimientos de Irán, Rusia y China por la libertad”, pero tienen mucho cuidado en no vincularlos a los gobiernos antiimperialistas de América Latina, ya que éstos están plenamente contra las intervenciones extranjeras y a favor del respeto de la soberanía nacional.

Por último, ¿qué puede hacernos pensar que la partida “inmediata” de Bashar al- Assad conduciría a una “Siria libre, unificada e independiente”? ¿No son los ejemplos de Irak y Libia suficientes para abrigar algunas dudas sobre estas declaraciones tan optimistas?

Esto nos lleva a un segundo problema con la petición, que es su tendencia al romanticismo revolucionario. La Izquierda Occidental de hoy en día es la primera en denunciar los regímenes “estalinistas” del pasado, incluidos los de Mao, Kim Il Sung o Pol Pot. ¿Pero no se olvidan de que Lenin luchó contra el zarismo, Stalin contra Hitler, Mao contra el Kuomintang, Kim Il Sung contra los japoneses y que los dos últimos, así como Pol Pot, lucharon contra EE.UU.? Si la historia nos debiera haber enseñado algo es que la lucha contra la opresión no significa necesariamente hacer de los combatientes unos santos. Y dado que tantas revoluciones violentas del pasado han degenerado, ¿qué razón hay para creer que la “revolución” siria, cada vez más en manos de fanáticos religiosos, va a surgir como un ejemplo brillante de libertad y democracia?

Se han hecho repetidos ofrecimientos de negociaciones por parte de “Rusia, China e Irán”, así como del “régimen de Assad”, con la oposición y con sus patrocinadores (EE.UU. y sus aliados del Golfo). ¿No deberíamos una oportunidad a la paz y la diplomacia? El “régimen sirio” ha modificado su Constitución, ¿por qué estar tan seguro de que esto no puede conducir un” futuro democrático”, mientras que una revolución violenta sí puede? ¿No debería darse una oportunidad a las reformas?

Sin embargo, el principal defecto de esta petición, así como de otras llamadas similares de la Izquierda intervencionista por razones humanitarias del pasado, es la duda de a quién están hablando. Los rebeldes de Siria quieren tantas armas sofisticadas como sea posible; ninguno de los signatarios de la petición puede entregarlas; y es difícil ver cómo la “sociedad civil global, y no los gobiernos ineficaces y manipuladores” puedan hacerlo. Los rebeldes quieren que los gobiernos occidentales les proporcionen este tipo de armas, y les importa un comino lo que piense la Izquierda Occidental. Además, los gobiernos occidentales son apenas conscientes de la existencia misma de esa Izquierda que toma sus deseos por realidades. Y si lo fueran, ¿por qué iban a escuchar a personas sin ningún apoyo popular serio; es decir, que no tienen forma de presionar a los gobiernos? La mejor prueba de ello es la causa a la cual tantos firmantes han dedicado una buena parte de su vida: Palestina. ¿Qué gobierno occidental presta algún tipo de atención a las demandas del “movimiento de solidaridad con Palestina”?

El hecho de que la petición no tenga ningún efecto en Siria no significa que no tenga ningún efecto tout court. Debilita y confunde lo que queda de los sentimientos contra la guerra, al destacar que “nuestra” prioridad debe consistir en gestos vacíos de solidaridad con una rebelión que ya está militarmente apoyada por Occidente. Una vez instalada esta forma de pensar, se hace psicológicamente difícil oponerse a la intervención de EE.UU. en los asuntos internos de Siria, ya que la intervención es precisamente lo que los revolucionarios afirman que hay que “apoyar” (al parecer, no se han dado cuenta, a diferencia de los peticionarios, de que Occidente busca “aplastar y derribar el levantamiento”). Por supuesto, los defensores de la petición dirán que ellos no “apoyan” a los extremistas más violentos en Siria, pero entonces, ¿a quién están exactamente apoyando y cómo? Por otra parte, la falsa impresión de que las “potencias mundiales han dejado el pueblo sirio solo” (cuando, de hecho, hay un flujo constante de armas y jihadistas hacia Siria) se debe en parte al hecho de que EE.UU. no es tan tonto como para arriesgarse a una Guerra Mundial, dado que Rusia parece hablar en serio en este asunto. La idea de que podríamos estar al borde de una Guerra Mundial no parece ocurrírsele a los peticionarios.

Los defensores de la petición probablemente dirán que “nosotros” debemos denunciar tanto al imperialismo EE.UU. como a los regímenes opresores contra los cuales se rebelan los “pueblos”. Pero eso sólo muestra la profundidad de sus ilusiones: ¿por qué pretender hacer dos cosas a la vez, cuando uno no es capaz de hacer una bien, siquiera parcialmente?

Si peticiones como ésta son algo peor que no hacer nada, ¿qué debería hacer la Izquierda? En primer lugar, ocuparse de sus asuntos, lo que significa luchar en casa. Esto es mucho más difícil que expresar un sentido de solidaridad con gentes de tierras lejanas. ¿Y luchar para qué? En favor de la paz a través de la desmilitarización de Occidente y de una política no intervencionista; y poner la diplomacia, no las amenazas militares, en el centro de las relaciones internacionales. Por cierto, la política no intervencionista es defendida por los libertarios y por la Derecha paleoconservadora. Este hecho, además de la invocación de la historia anterior a la Segunda Guerra Mundial (la guerra civil española, los acuerdos de Munich) se utiliza constantemente por la izquierda para desprestigiar el antiintervencionismo. Pero esto es una tontería: Hitler no está realmente siendo constantemente resucitado, y no existen graves amenazas militares que enfrente Occidente. En la situación actual, es una preocupación perfectamente legítima de los ciudadanos estadounidenses de reducir los costos del Imperio.

De hecho, sería perfectamente posible la creación de una amplia coalición de izquierda a derecha de personas opuestas al militarismo y al intervencionismo. Por supuesto, dentro de esa coalición, la gente podría seguir en desacuerdo sobre el matrimonio gay, pero, por importante que esta cuestión pueda ser, quizás no debería impedirnos trabajar juntos en cuestiones que también podrían parecer importante para algunas personas, como la paz mundial, la defensa de la ONU y del derecho internacional y el desmantelamiento del imperio de bases de EE.UU. Además, no es improbable que la mayoría de la opinión pública estadounidense no pudiera hacer suyas estas posiciones si se realizaran campañas sostenidas y bien organizadas para persuadirlos.

Pero, por supuesto, el espíritu de la petición va exactamente en la dirección opuesta, hacia una mayor participación y nuevas intervenciones de EE.UU. Muchos signatarios sin duda se consideran a sí mismos antiimperialistas y favorables a la paz, y algunos de ellos han tenido un papel importante en la oposición a las guerras anteriores de EE.UU. Sin embargo, no parecen haberse dado cuenta de que la táctica del imperialismo ha cambiado desde los tiempos de los movimientos de liberación nacional. Ahora, una vez que la descolonización se ha completado (con la excepción de Palestina), EE.UU. ataca a los gobiernos, no a los movimientos revolucionarios, que considera demasiado independientes. Y, para ello, utilizan una variedad de medios que son similares en sus tácticas a los movimientos revolucionarios o progresistas del pasado: la lucha armada, la desobediencia civil, las ONG financiadas por los gobiernos, las revoluciones de colores, etc.

El último ejemplo de esta táctica es el intento de los gobiernos occidentales de utilizar la comunidad LGBT como tropas de asalto ideológico contra Rusia y los Juegos Olímpicos de Invierno, en un esfuerzo transparente para desviar la atención pública del hecho vergonzoso de que, en el asunto Snowden, es Rusia y no EE.UU. quien está en el lado de la libertad. Es de temer que la Izquierda intervencionista humanitaria se suba al carro de esta nueva cruzada. Sin embargo, como Gilad Atzmon ha señalado, con su habitual estilo un tanto provocador, es poco probable que esto vaya a hacer ningún bien a la comunidad LGBT de Rusia, ya que este tipo de apoyo permite a sus oponentes señalarlos como correas de transmisión de la influencia extranjera. No es una buena idea para una minoría, en cualquier lugar del mundo, ser vista como agente de una potencia extranjera, y menos aún, de un gobierno tan odiado por su arrogancia y su intervencionismo como el actual Gobierno de EE.UU. Y, por cierto, las personas que incitan ahora al boicot de los Juegos de Invierno de Rusia no se opusieron a la celebración de los Juegos Olímpicos de Londres, lo que implica que, a sus ojos, la adopción de medidas antigay es un delito grave, mientras que las guerras en Afganistán e Irak son simples pecadillos.

Las personas que sucumben a las ilusiones del romanticismo revolucionario o que toman partido del lado de los aparentemente más débiles, con independencia de cuál sea la agenda del más débil, están siendo engañadas por las tácticas del imperialismo de hoy en día. Pero todos aquellos que aspiran a un orden más pacífico y más justo, y que piensan que una condición previa de este orden es el debilitamiento del imperialismo de EE.UU., ven fácilmente lo que se esconde tras el camuflaje. Estas dos diferentes visiones del mundo dividen tanto a la Izquierda como a la Derecha: los intervencionistas liberales y neoconservadores, por un lado; los libertarios, los paleoconservadores y los izquierdistas tradicionales, por el otro, y puede requerir nuevas y heterodoxas alianzas.
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(*) Jean Bricmont es profesor de Física en la Universidad de Lovaina, Bélgica. Ha escrito Impérialisme humanitaire, (Aden, Bruselas, 2005) —Imperialismo humanitario, El Viejo Topo— e Impostures Intellectuelles, (Odile Jacob, Paris, 1997, junto a Alan Sokal) —Imposturas intelectuales, Paidós 1999—.