CAPITULACION
Los motivos por los cuales el Para
2 no disparaba sobre el BIM5 eran simples: por entonces, se habían establecido
los primeros contactos para lograr el alto el fuego y los argentinos, después
de varios intentos, habían respondido. Los paracaidistas tenían instrucciones
de no pasar más allá del hipódromo y esperar en esa posición hasta nuevo aviso.
Esa noche, el “Canberra” y el “Norland” regresaron a Puerto Argentino para transportar más prisioneros pero al llegar, se encontraron con la novedad de que los planes habían sido alterados. En lugar de conducir de regreso a las tropas restantes, debían llevar a Inglaterra a los Royal Marines de los comandos 42 y 45 y a los integrantes del Para 2 y el Para 3.
Detrás de ellos marchaba el Para 3
en tanto el Comando 45 lo hacía en dirección a Sapper Hill, a través de un
camino minado. En esas alturas, se encontraban los guardias galeses en tanto
las compañías A y B del Comando 40 llegaban en helicópteros siguiendo
instrucciones del comandante de la 5ª Brigada. La C, por su parte, emprendió el avance en primer
término, asegurando la posición de formación, seguida por la A1.
En esos momentos, el Para 2
dominaba Wireless Ridge, el Para 3 el monte Longdon, el Comando 42 monte Harriet y el Comando 45 Dos Hermanas. Con la Guardia Escocesa
controlando Tumbledown, los gurkhas monte Williams y los galeses Sapper Hill,
la capital, se hallaba completamente rodeada y a merced de sus bocas de fuego.
A los cañones del Regimiento de Comandos 29 se les ordenó estar listos y
mientras pasaban las horas comenzó a circular con mayor insistencia la noticia
de que los argentinos estaban prontos a deponer las armas, cosa que llevó
alivio y tranquilidad a los efectivos británicos.
La labor paciente que desde el 7 de
junio venían realizando el capitán de los Royal Marines Roderick Bell y el
coronel Reid del SAS, había dado sus frutos2.
Tras una serie de emisiones
radiales efectuadas por el buque de asalto “Fearless”, con las cuales colaboró el
vicecomodoro Oscar Vera Mantarás, capturado durante la batalla de Prado del
Ganso, se estableció contacto con la directora del Hospital “King Edgard” de
Puerto Argentino, doctora Alison Bleaney.
La médica se hallaba en su despacho
cuando una empleada entró corriendo para avisarle que la
radio acababa de captar señales procedentes de la flota.
Los motivos de ese contacto eran
simples: se les ofrecía a las tropas argentinas el alto el fuego y poner fin a
las hostilidades. Para llevar a cabo la transmisión, se utilizó la frecuencia
45.5 Hz del nosocomio y a esos efectos, se preparó un texto cuidadosamente
elaborado.
A
las 09.00 del 7 de junio la voz
del Rod Bell se escuchó por primera vez a través del aparato de radio,
hablando en español con su marcado acento centroamericano.
-No vale la pena seguir
combatiendo. El honor argentino ha sido comprobado. Han demostrado su valor. Es
hora de detener la lucha y evitar más bajas. Les ofrecemos iniciar
conversaciones de rendición. Tienen tiempo hasta las 13 horas.
La doctora Bleaney se sorprendió y
enseguida envió a su empleada hacia la Secretaría de Gobierno para comunicarle al
brigadier Carlos Bloomer Reeve la intención británica de establecer
contacto con el alto mando argentino. Junto con Bloomer Reeve se encontraba el
capitán Barry Melbourne Hussey, de la
Armada, con quien aquel intercambió las primeras impresiones
y decidió dar aviso inmediatamente a sus superiores. Melbourne Hussey fue a
ver a Menéndez para ponerlo al tanto y el gobernador militar le dijo que
siguieran escuchando pero que no respondiesen.
A partir de esa fecha, hasta el 12
de junio, los británicos establecieron comunicación dos veces al día, tratando
de hacer entender a sus oponentes que su situación era insostenible, que las
tropas británicas los rodeaban y que de no recibirse respuesta, se iba a
producir un innecesario baño de sangre que a nadie beneficiaría y solo
acarrearía la condena internacional hacia la Argentina, por su
obcecada posición. En ninguno de esos intentos obtuvieron respuesta aunque
sabían perfectamente que estaban siendo monitoreados.
El 14 de junio la doctora Bleaney
presionó a Melbourne Hussey para que respondiese, basando sus argumentos en el
peligro que corría la población civil (no olvidemos que ya había
muertos y heridos entre ella). El oficial le dijo que él nada podía hacer salvo
informar a sus superiores, porque eran ellos quienes debían tomar una
determinación. A las 10.00 horas, la malvinense se comunicó nuevamente con los
británicos y les pidió que volviesen a establecer contacto al medio día.
Melbourne Hussey consultó a Menéndez
y este le pidió tiempo. A las 08.30 el gobernador militar se puso en contacto
con Galtieri después de informar al general Jofre (sin explicarle las causas)
y obtener su visto bueno.
-Si, está bien –dijo el jefe de la X Brigada- Esto no da
para más.
Menéndez llamó a Galtieri y le
comunicó que la situación era insostenible y que los ingleses proponían
dialogar. El presidente iba a responder algo pero en ese momento, el cañoneo
británico cortó los cables de comunicación.
Menéndez se encaminó hasta el puesto
de comando y desde allí estableció contacto con el general Iglesias, secretario
general de la Presidencia,
a quien le dijo que el único camino que quedaba para evitar la derrota era aceptar la Resolución 502 de las
Naciones Unidas que si bien consideraba a Argentina “agresora”, determinaba el
cese de hostilidades, el retiro de fuerzas y la obligación de negociar.
Iglesias, compañero de promoción de Menéndez, respondió:
-Mirá, ésa es una decisión muy
importante, que no se toma así nomás.
-Bueno, yo creí que ya lo
habían pensado. Hacé algo y apúrense porque no sé cuánto tiempo más nos queda
de resistencia acá.
Inmediatamente después, Menéndez
escuchó el mensaje inglés que proponía el cese del fuego y la
capitulación y estando a punto de tomar una decisión, llamó Galtieri desde
Buenos Aires exigiendo hablar con él. Cuando el gobernador militar tomó el
tubo, su superior, del otro lado, le exigió resistir.
-¡Hay que sacar a los soldados de
los pozos, hay que contraatacar! – gritó.
-Creo que usted no me entiende, mi
general –respondió Menéndez- Le expliqué la situación al general Iglesias.
Señor, ya no tenemos los apoyos propios, no tenemos tampoco apoyo aéreo ni
naval y ante esto tenemos que asumir una gran responsabilidad: no tengo
espacio. Todo el esfuerzo que se podía hacer se hizo.
- ¡No puedo hacer lo que usted me
pide! – dijo Galtieri molesto y terminante, refiriéndose a la Resolución 502.
-Bueno, yo lo sugerí porque es lo
único que nos queda antes de la derrota. Si no puedo esperar nada de usted, no
sé qué va a ser de la guarnición Malvinas en la noche de hoy. Y ante eso estoy
dispuesto a asumir todas las responsabilidades que me corresponden.
El presidente argentino respondió
sumamente contrariado
-¡Entonces actúe según su criterio!
-Mi general
–contestó Menéndez- si no tiene nada más para mí, corto y fuera.
Finalizada la áspera conversación,
el gobernador militar mandó llamar a Melbourne Hussey y le dio el visto
bueno para iniciar las conversaciones. Por esa razón, cuando Bell y el coronel
Reid volvieron a llamar, ya había una respuesta afirmativa: el gobernador
militar argentino estaba dispuesto a dialogar.
Los ingleses respondieron que un
delegado del general Moore iba a volar hacia Puerto Argentino a las 16.00,
acompañado por el oficial Bell y a partir de ese instante, el alto mando
británico impartió la orden de “alto el fuego”, algo que de hecho sucedía desde
las 11.00, mientras caía una fina nevada.
A la hora convenida
despegó del “Fearless” un helicóptero Gazelle llevando en su parte
inferior una bandera blanca (se trataba en realidad de un paracaídas). Los oficiales Bell y Reid viajaban a bordo, con la misión de entablar las primeras
conversaciones con el alto mando argentino.
Unos minutos antes, llegó una indicación desde el continente autorizando a Menéndez a entablar
negociaciones pero prohibiendo aceptar cualquier condición que implicase un
compromiso político para el país, en particular la urticante Resolución 502.
La máquina aterrizó a 450 metros de la cancha
de fútbol y de ella bajaron Rod Bell, Mike Rose, que no era otro que el "coronel
Reid" del SAS y un suboficial radio operador que cargaba una equipo de comunicaciones y un teléfono
satelital. Los recién llegados saludaron cordialmente a Melbourne Hussey y a
Bloomer Reeve quienes los estaban esperando junto al encargado de la radio, Patrick
Watts, quien pidió autorización para estar presente. Los argentinos se la
habían concedido siempre y cuando se mantuviese en silencio, sin pronunciar
palabra.
El aparato hizo un primer
aterrizaje erróneo, a dos kilómetros del lugar y por eso llegó varios unos
minutos después de la hora convenida.
Desde ahí se dirigieron al edificio
de la Secretaría
de Gobierno, donde se iba a llevar a cabo la reunión y en el trayecto pasaron
por el hospital en el cual pudieron ver una mujer asomándose por la puerta.
-¡¿Es usted la doctora Bleaney?! –
le preguntaron los británicos al verla.
-¡Así es!
– respondió ella.
-¡Hizo usted un muy buen trabajo!
– le dijo Bell mientras se alejaban.
Al llegar a al edificio de la Secretaría, los
enviados del general Moore vieron que Menéndez los estaba esperando afuera,
junto a dos oficiales de alto rango. Se saludaron e ingresaron a una sala
prolijamente arreglada en cuyo centro destacaba una mesa con papel, lápices y
hasta café.
En la reunión, estuvieron
presentes, además del gobernador militar y los dos oficiales británicos, el
capitán Melbourne Hussey, el vicecomodoro Carlos Bloomer Reeve y un asesor
legal de la Fuerza Aérea,
el vicecomodoro Eugenio Javier Miari experto en leyes y tratados internacionales.
Con Melbourne Hussey y Bloomer
Reeves haciendo las veces de traductores cuando las circunstancias lo requerían
(debemos recordar que Bell hablaba español), Menéndez invitó a los recién
llegados a tomar asiento y les ofreció algo de beber (pidieron té). Al mismo tiempo, el
radio-operador se instaló cerca de una ventana y estableció contacto con el
Reino Unido.
En ese clima comenzaron las
conversaciones. Lo primero que hizo Menéndez fue dar a conocer una serie de
exigencias que los británicos escucharon con atención:
1- Conservar las banderas.
2- Que no hubiera desfile de rendición.
3- Mantener un helicóptero para evacuar a los heridos con la Cruz Roja.
4- Que los heridos se evacuasen en un barco hospital
argentino.
5- Que se conservasen los fondos en pesos y los documentos
contables.
6- Que se mantuviese el mando de las tropas hasta el
embarque o la internación.
7- Mantener comunicación con el continente con una estación
propia.
8- Que los oficiales conservarían su arma de puño hasta el
embarque o la internación.
Los ingleses tomaban nota de todo
sin hacer comentarios. En su necesidad de firmar la rendición, aceptaron todos
los puntos, incluyendo el último, totalmente inédito y cuando les llegó el
turno, solo plantearon tres cosas:
1- La pronta evacuación de la ciudad, donde había más de mil
soldados y se iban agregando los que bajaban de los montes.
2- La entrega del armamento a efectos de que no fuera
destruido, asegurando que el mismo iba a ser devuelto (cosa que no sucedió).
3- Un reaseguro de que la Fuerza Aérea y la Aviación Naval no
volverían a atacar.
Durante las conversaciones,
surgió un punto que dificultó las tratativas: Menéndez se negaba a
rendir la Gran Malvina
porque, según sus palabras, al existir entre ella y la Isla Soledad una vía
de agua, eso la hacía independiente y por consiguiente, carecía de autoridad
para rendir a las fuerzas allí desplegadas, un absurdo si se tiene en cuenta
que por ser el gobernador militar de las Malvinas, Georgias y Sándwich
del Sur, tenía autoridad sobre los tres archipiélagos. Cuando los oficiales
británicos se lo hicieron ver, pidió más tiempo para seguir discutiendo.
Mientras tanto, el alto mando
británico mantenía permanentemente informado a Whitehall, notificando paso a
paso el desarrollo de las conversaciones.
Finalizadas las negociaciones, los
ánimos se relajaron, al menos un poco. Se sirvió una nueva ronda de té/café y
Rose, además de manifestar hallarse cansado, relató los pormenores del ataque a
la Estación
Aeronaval “Calderón”, donde refirió la caída de un
helicóptero y la pérdida de 18 hombres. Acto seguido, mencionó las incursiones
de la aviación en San Carlos y Bahía Agradable, confesando que este último
había tomado por sorpresa a las fuerzas de desembarco.
A las dos horas de haber iniciado
las conversaciones, los británicos se retiraron, acordando para esa noche la
firma del acta de rendición.
Inmediatamente después, Menéndez
convocó a una reunión de su Estado Mayor para informar las condiciones
acordadas y organizar la entrada de las tropas británicas en la ciudad.
Finalizada la misma, se le ordenó a las fuerzas argentinas la destrucción de
toda su documentación, armas, municiones, comida, vehículos y equipos y esperar
nuevas instrucciones.
Por la noche (20.00 hora
argentina), después de una tormenta de nieve que demoró las cosas, llegaron
desde Moody Brook Jeremy Moore y Julian Thompson, acompañados por varios
oficiales, entre ellos Bell, Rose, los coroneles Backe, Brian Pernicott y Tom
Secombe, el teniente coronel Geoffrey Field, el mismo radioperador que había
llegado anteriormente con Bell y Reid y el oficial abogado. Lo hicieron
caminando, trayendo consigo un documento mecanografiado de una sola carilla que
Menéndez debería firmar. En el camino, se cruzaron con grupos de soldados
argentinos armados, algunos de ellos sin sus oficiales a cargo.
Una vez en la Secretaría de Gobierno,
Moore le extendió la hoja a Menéndez y este comenzó a leerla. Sentados en la
mesa de las negociaciones se encontraban, además, el vicecomodoro Carlos
Bloomer Reeve, el capitán Malbourne Hussey y el oficial Eugenio Javier Miari
por el lado argentino y el capitán Rod Bell, el coronel Brian Pennicott, el
teniente coronel Geoff Field, su par Mike Rose (el coronel Reid), el coronel
Tom Scombe y el suboficial de comunicaciones.
La versión en español tipeada por
Bell no fue utilizada porque contenía varias inexactitudes. Se le tradujo a
Menéndez lo que decía y éste indignado, objetó el término “incondicional” que
seguía a la palabra “rendición”. Según le habían manifestado Bell y Rose en la
conversación anterior, los términos de la capitulación iban a ser muy
diferentes, dejando en alto la dignidad y el honor argentino y por esa razón
amenazó con que si esa expresión no se suprimía, la guerra continuaría.
Thompson y Moore estaba impacientes por que su par argentino firmase el acta, urgidos como por iniciar el
desalojo de la población lo antes posible y porque tenían pánico de un ataque
de la Fuerza Aérea.
Para colmo, Menéndez se negaba a garantizar eso último, razón por la cual se le ordenó
al radio operador establecer contacto telefónico vía satélite con el
brigadier Ernesto Crespo, a cargo de las operaciones aéreas desde la base de
San Julián, para garantizar, por medio del oficial Miari, que no habría
más ataques aéreos.
Los ingleses accedieron y tacharon
la irritante palabra.
-¿Ahora firma?
– preguntó Moore mientras le extendía el acta a Menéndez.
Y aquel accedió, colocando sus
iniciales junto a la expresión suprimida. No se permitió el ingreso de
fotógrafos a la reunión pues en la mente de muchos seguía presente la imagen de
Astiz firmando la rendición de su reducido pelotón en las islas Georgias, de la cual la prensa barata se hizo su agosto.
El documento se rubricó a las 20.59
hora argentina, con la firma de Menéndez en primer lugar y la de Moore en
segundo, haciendo lo propio el coronel Pernicott en calidad de testigo.
Menéndez pidió autorización
para reunirse con su Estado Mayor pero la misma le fue denegada, informándosele
que en breve se lo trasladaría al HMS “Fearless” en calidad de detenido.
A todo esto, el Para 2 se mantenía
expectante en Wireless Ridge, deseoso de ser el primero en entrar a Puerto
Argentino. Sin embargo, deberían permanecer un tiempo más allí porque el
brigadier Thompson insistió en trasladarse hasta ese punto en helicóptero a supervisar en persona las posiciones.
Al llegar, el alto oficial impartió algunas directivas e inmediatamente después, a las 13.00 horas,
dio luz verde al teniente coronel David Chaundler, jefe de la unidad, para
iniciar el avance.
Los paracaidistas de la Compañía B comenzaron a
descender y después de pasar junto a las ruinas del antiguo cuartel de Moody
Brook, siguieron marchando, ansiosos sus efectivos por entrar en la capital.
Los argentinos se mantenían
expectantes, listos para abrir fuego en cuanto se les ordenasen, pero
completamente desorganizados, no atinaron a hacer otra cosa que
observar. Había allí un capitán que quería resistir a toda costa pero cuando
pasó a su lado el BIM5, un oficial lo conminó a seguir el repliegue junto a
ellos.
-¿Qué están haciendo aquí todavía?
–les dijo- Nosotros somos un batallón completo y nos estamos retirando porque
la lucha prácticamente ha terminado y ustedes, chiflados, quieren presentar
combate. Vamos, ellos son miles, vienen gritando con toda su alma…”.
Para ese momento, comenzaban a
verse soldados ingleses por todas partes. Un grupo de ellos pasó junto a
los argentinos y los saludó amistosamente.
-¡Hola!
Mientras tanto, los vehículos
Scorpion y Scimitarr de los Blues & Royals descendían también de Wireless
Ridge llevando a bordo a algunos paracaidistas, cosa que según los autores de La Guerra de las Malvinas (The Falklands War), le daba a la escena cierto aire de la Segunda Guerra
Mundial. Uno de sus oficiales, Robin Innes-Kerr, había colocado la insignia del
escuadrón en la antena de uno de aquellos tanques y avanzaba orgulloso y
sonriente.
Quienes estaban irritados eran los
integrantes de la Compañía
A del Para 3 porque la noche anterior, cuando su jefe, el
teniente coronel Hew Pike, impartía las últimas órdenes para el ataque a la
capital, se enteraron por radio que el Para 2 los había sobrepasado.
Cuando este último llegó al
hipódromo, al oeste de la ciudad, sus efectivos se quitaron los cascos y se
pusieron sus boinas rojas, listos para hacer su ingreso en primer lugar.
Durante el avance llegó la
orden de no pasar el hipódromo y allí se detuvieron porque a esa hora se
sabía que los argentinos estaban dispuestos a parlamentar. El único que siguió
adelante fue el periodista Max Hastings, corresponsal del “Daily Express” y el
“Standard”, quien se quitó la chaqueta de camuflaje y su mochila y luciendo sus
ropas civiles (un anorak), además de un bastón. En esas condiciones entró en la capital, saludando
en el camino a los soldados argentinos y a los pocos kelpers que se atrevían a
caminar por las calles. Fueron esos malvinenses quienes le indicaron un
edificio donde oficiales argentinos lo podían llegar a atender. Cuando se
presentó en el lugar, el periodista saludó cordialmente y dijo que era del
“Times” de Londres porque esa era la única publicación inglesa que aquellos conocían.
El Grupo R de la 5ª Brigada, por su
parte, se detuvo junto al cuartel general del Para 2, instalándose en
una cabaña de madera que los argentinos habían montado para los oficiales de la Fuerza Aérea. Desde
ahí siguieron su avance hasta el edificio de la Secretaría de Gobierno,
pasando frente a la residencia del gobernador.
El Comando 42 comenzó a llegar
en helicóptero, desplazándose hacia el extremo oeste de la población de
acuerdo a directivas impartidas por Thompson, para instalarse en un viejo
hangar de hidroaviones y en construcciones adyacentes.
Al llegar a ese sitio, se
encontraron con un espectáculo aterrador. El lugar había sido utilizado por los
argentinos como hospital y depósito de cadáveres y según Thompson, había
miembros amputados por todas partes, inclusive en el techo de un pequeño
tinglado situado en un extremo de la edificación principal, cosa que
descubrieron efectivos de la
Compañía L cuando la nieve comenzó a derretirse por el calor
de las fogatas y comenzó a gotear sangre. Incluso, en una camilla abandonada,
yacía el cuerpo de un soldado sin vida, al que los británicos sacaron y depositaron lejos.
El Para 2 ocupó también algunas
casas vacías próximas al hipódromo y mientras lo hacía, un Bandwagon que
transportaba carpas y provisiones voló al pasar sobre una mina, hiriendo a sus
ocupantes.
Whitehead y Vaux llegaron a bordo de un Gazelle que los depositó en el jardín de la Casa de Gobierno cuando se definían los límites y sectores a ocupar por ambos ejércitos.
Whitehead y Vaux llegaron a bordo de un Gazelle que los depositó en el jardín de la Casa de Gobierno cuando se definían los límites y sectores a ocupar por ambos ejércitos.
Al día siguiente, por la mañana,
los argentinos comenzaron a entregar sus armas. Fue un momento sombrío y
humillante, sobre todo al ser revisados y luego trasladados al
aeropuerto donde los conscriptos se afanaban por encontrar lugares que los
protegiesen del frío y el viento. Allí se les proveyó comida caliente y un
trato correcto, todo ello bajo la supervisión de la Cruz Roja Internacional
y tal como se había acordado, los jefes de cada regimiento siguieron al frente
de sus respectivas unidades.
En lo que al clima se refiere, los
británicos no la pasaban mejor. La mayor parte de sus carpas se habían hundido
en el “Atlantic Conveyor” y por esa razón, la mayoría de ellos debió pernoctar
en galpones y refugios improvisados.
El RI7 estuvo alojado en el
gimnasio contiguo al Ayuntamiento (Municipalidad), el Grupo Antiaéreo
Aerotransportado 4 lo hizo en dependencias de YPF, al este de la ciudad y el
BIM5 en los galpones del puerto.
En
la noche del 14 al 15 de junio,
el coronel Manuel Dorrego entregó al mayor británico Roderick McDonald,
el
plano con la ubicación de las minas que las fuerzas argentinas habían
sembrado
en diferentes puntos de las islas, en especial, los alrededores de su
capital. El británico lo recibió en persona pero su gente terminó por
extraviarlo. Eso desmiente las versiones según
las cuales, las mismas fueron colocadas sin orden alguno. Las
afirmaciones inglesas en ese sentido fueron absolutamente falsas, lo
mismo aquellas que circularon a
posteriori en la Argentina,
asegurando que algunos conscriptos dispararon contra sus jefes para vengar
malos tratos. Los únicos disparos que se escucharon tras el cese de las
hostilidades fueron los que se hicieron para inutilizar armamento y equipos.
El personal argentino herido o
enfermo, así como también, personal civil, fueron transferidos al
“Almirante Irizar” y al “Bahía Paraíso”. Al general Parada, el contraalmirante
Otero y el brigadier Castellanos se los condujo al “Fearless”, donde ya se
encontraba alojado Menéndez, en tanto el general Jofre permaneció en las islas
junto a su segundo, el coronel Aguiar, comisionados por los británicos para
supervisar el embarque de los prisioneros. Mucho se sorprendieron ambos, en
cierta oportunidad, cuando al salir de la Secretaría de Gobierno los Royal Marines allí
apostados se cuadraron y les hicieron el saludo militar.
Después de algunos contratiempos
debidos, en parte, a la desorganización de los británicos, los prisioneros
comenzaron a ser embarcados.
En el “Bahía Paraíso”, cuya
capacidad era de 450 hombres, abordaron 1041, en el “Almirante Irizar” 1000,
entre ellos los 700 efectivos del BIM5; en el “Canberra” 4167 y en el
“Norland”, 2000.
Antes de eso, se produjo un hecho
que pudo haber reanudado las hostilidades.
Al grito de “¡Al diablo con esto!”, algunos conscriptos se desbandaron y
provocaron desmanes, incendiando varios edificios de la ciudad, entre ellos una
escuela, un depósito y una tienda. Fueron dominados por efectivos del Para 2
cuyos jefes de pelotones debieron esforzarse para que sus hombres no abriesen
fuego.
Eso disgustó a algunos mandos
británicos que amenazaron con castigar la acción pero la cosa no pasó a mayores.
Las dos partes se acusaron mutuamente e incluso, el coronel Aguiar llegó a
denunciar el hecho como producido por soldados británicos alcoholizados. Sin
embargo, pasado un tiempo, se conocería la verdad.
A bordo del “Canberra” embarcaron
100 galeses para que hicieran las veces de custodios. Antes de subir, se les
ordenó revisar una vez más a los argentinos y al hacerlo, encontraron
entre sus ropas, pistolas, bayonetas, dagas e incluso piezas para armar una
ametralladora.
La enorme ballena blanca, tal como
se denominaba al crucero, se dirigió a San Carlos para cargar más
prisioneros y el 16 de junio, finalizada la operación, zarpó de regreso a
Puerto Argentino, escoltado por el HMS “Andromeda” (F57); una vez allí,
soldados del Para 3 subieron a bordo para reforzar a los galeses, seguidos por personal
de la Cruz Roja
que debía supervisar el traslado.
El 18 de junio Buenos Aires otorgó
salvoconducto a ambas embarcaciones (el “Canberra” y el “Norland”), que a las
06.30 hora local (09.30Z) levaron anclas y partieron, poniendo proa hacia
Puerto Madryn, después de recibir la notificación de que podían navegar en
aguas argentinas. En Malvinas quedaban retenidos otros 600 prisioneros bajo la
designación “categoría especial”, todos ellos oficiales, con los que se
esperaba presionar a la
Junta Militar para decretar el cese formal de las
hostilidades. Eso violaba abiertamente el artículo 118 de la Convención de Ginebra,
que establecía que los prisioneros de guerra debían ser repatriados de manera
inmediata, pero la actitud obstinada del gobierno argentino no dejó otro
camino.
La travesía se llevó a cabo
sin ningún inconveniente; los prisioneros fueron tratados con mucha corrección
y amabilidad; se les pagó las 8 libras que establecían las normas de la Convención de Ginebra,
se les permitió tomar baños de agua caliente, se los alimentó y
proveyó de indumentaria adecuada, pudieron ver cine y disfrutaron la
calefacción y el confort del lujoso crucero. Incluso llegaron a darse casos de
amistad entre tripulantes, guardias y prisioneros, algo verdaderamente notable.
Una cosa que los argentinos deben
agradecer a los británicos es el trato que se le dio a nuestra gente; por esa
razón, resulta extraño y asombroso que muchos años después, individuos
inescrupulosos se hayan prestado al sucio juego de desacreditar esa actitud,
accediendo a mentir y sobredimensionar los hechos en beneficio de intereses
espurios y una prensa sucia y sensacionalista.
A las 07.00 del 17 de junio las
naves ingresaron en aguas jurisdiccionales argentinas. Poco después, se recortó
en el horizonte la silueta del ARA “Santísima Trinidad”, que se aproximaba al
“Canberra” para escoltarlo hasta el puerto. Su aparición provocó sobresalto en
la tripulación y el personal militar de a bordo pero el mismo desapareció o al
menos, bajó de intensidad, cuando el destructor se puso en contacto con el
puente de mando para informar las órdenes que tenía.
La “gran ballena
blanca” atracó en Puerto Madryn a las 13.30 (16.30Z) y poco después
las tropas comenzaron a desembarcar. Al hacerlo, la tripulación del
crucero les obsequió una postal con la imagen de la nave a cada uno, detalle
que enaltece aún más su actitud.
Ruiz Moreno reproduce palabras del
teniente primero Horacio Losito que ilustran sobre lo que aconteció durante el
traslado de los prisioneros:
La despedida de
los ingleses con nosotros, los heridos de Top Malo House, fue muy buena: no
éramos prisioneros sino heridos y quienes nos cuidaban. Firmamos autógrafos,
nos atendieron bien, aunque era su obligación, y pusieron algo más que su
deber: en el comedor, al formar fila, ninguno de los oficiales argentinos
avanzaba hasta que los tres (Brun, Martínez y yo) llegábamos a la punta pues
nuestro camarote estaba al fondo y nos tenían mucha consideración. Estuvieron
macanudos3.
Por su parte, el teniente primero
Sergio Fernández comentó:
A ese oficial de
los Royal Marines que estuvo a cargo de los prisioneros yo le había manifestado
mi admiración por la forma en que habían tratado a nuestra gente,
agradeciéndoselo profundamente: era realmente excepcional la humanidad que
demostró con el enemigo, digna de elogio. Lo evoco con gran afecto, pero
lamentablemente no se me ocurrió preguntarle su nombre: era de aspecto
típicamente escocés, rubio, ojos claros, no muy alto, de contextura más bien
mediana y con un uniforme algo grande. Cuando íbamos a desembarcar, ya
prácticamente en la escalera, siento un grito al lado y veo un hombre que se
abre camino: era ese sargento para despedirse. Me dio un abrazo como si fuera
un conocido de toda la vida y me dijo: “Señor, nunca lo olvidaré”. Yo tampoco4.
Igual de emotivo fue lo que le
ocurrió al capitán médico Pablo Llanos. Un soldado galés se le
acercó y le dijo, extendiéndole la mano:
-Me gustaría que en la próxima
guerra peleásemos del mismo lado, no en bandos contrarios5.
-Yo le agradezco, pero vamos a
volver – fue la respuesta un tanto fuera de lugar del argentino.
Mientras el Reino Unido organizaba
recibimientos apoteósicos para sus combatientes, nadie esperaba a los
argentinos tras su retorno a la patria; ni bandas de música, ni multitudes
aullantes, ni banderas agitadas, ni discursos. Quienes venían de arriesgar su
vida y combatir heroicamente contra una potencia, regresaban sin pena ni gloria
a un país indiferente que intentaba distraer su atención con cuestiones
superfluas. Solo un reducido comité militar esperaba a los combatientes en
medio de un clima frío y silencioso.
Veamos lo que cuentan
los soldados que volvían del frente al llegar a la “bendita tierra argentina”.
Dice Ruiz Moreno:
A todo esto, el
comandante del ‘Canberra’ estaba alarmado porque no veía que los heridos fueran
a recibir atención inmediata, ignorando que la ciudad de Trelew está situada
lejos de la costa. Hubo que hacer viajar a los delegados de la Cruz Roja para que
comprobaran que aquellos no iban a quedar en el desierto Puerto Madryn. Según
relató el teniente Martínez, en el buque, los británicos manifestaron lástima y
desconfianza por el estado de los heridos una vez que los mismos fueron
desembarcados dejados y él debió empeñarse en convencerlos que no les faltarían
los mismos cuidados y asistencia que a bordo6.
Transcribe luego Ruiz Moreno el
relato del teniente Martínez:
Yo me abría paso
caminando con mis muletas hasta una ambulancia, y cuando iba a subirme me
encuentro con el enfermero inglés que nos había atendido, quien me dice: “Very
happy return to home” (Muy feliz retorno al hogar). En ese momento me largué a
llorar sin reparo; ni siquiera me dieron motivos para tener bronca contra ellos
en el último instante7.
Como dice acertadamente Ruiz
Moreno, contrastó el trato respetuoso observado en los hospitales y naves
británicos con la conducta de la enfermera que ayudó al oficial a subir a la
ambulancia.
-¿Cómo estás ricura? – le
preguntó en tono falso y ordinario mientras le palmeaba el hombro.
Para colmo, el estúpido conductor que debía conducir la ambulancia a Trelew equivocó el camino y tomó hacia
Comodoro Rivadavia.
Dijo otro comando:
Lo que hicieron
los ingleses en San Carlos fue darnos un vaso grande con jugo de tomate y un
pan. Uno veía que la comida era poca pero que daban todo lo que podían. En
cambio en Madryn no nos dieron ni un café8.
Y según un compañero:
Yo me
despedí mejor del enemigo que lo que me recibió la propia tropa9.
¿Vale la pena dar más ejemplos? Sin embargo, no todo fue negativo.
Anoticiado de la llegada de los
combatientes, el pueblo de Trelew salió a la ruta para darles la bienvenida,
agolpándose al costado del camino con banderas, pancartas y vivas a la patria.
Los soldados fueron saludados y
vitoreados como héroes. “Nos recibieron
como si hubiéramos ganados” comentaría años después el teniente
primero Sergio Fernández. Pero no ocurrió lo mismo en el resto del país.
Las tropas que llegaron del frente
se encontraron con una sociedad distante, indiferente y derrotista, más
preocupada por el debut de la superflua selección nacional de fútbol en el
Mundial de España, que por lo aconteciendo en el sur. Una actitud realmente
repugnante, claramente reflejada en las expresiones de un
descerebrado periodista deportivo (especial abundante en la Argentina) que a mediados de junio, a poco de finalizada
la lucha, exclamó ante un inminente partido con Brasil: “¡La Argentina
se apresta a vivir uno de los momentos más importantes de su historia!”.
Esa noche, el “Canberra” y el “Norland” regresaron a Puerto Argentino para transportar más prisioneros pero al llegar, se encontraron con la novedad de que los planes habían sido alterados. En lugar de conducir de regreso a las tropas restantes, debían llevar a Inglaterra a los Royal Marines de los comandos 42 y 45 y a los integrantes del Para 2 y el Para 3.
En San Carlos, mientras tanto,
permanecían detenidos los oficiales de alto rango, entre ellos los tenientes
coroneles Norberto Villegas y Eugenio Dalton, los mayores Rico y Castagneto junto
a los oficiales de sus compañías, el capitán Robacio, quien llegó allí el 22 de
junio, los tenientes coroneles Seineldín y Balza y el abnegado subteniente
Reyes junto a toda su sección, la misma que deambuló por el norte de la Isla Soledad después
de su enfrentamiento con las fuerzas de desembarco en Fanning Head.
Entre ellos habían comenzado a
circular versiones confusas que daban cuenta de su inminente su traslado a
Gran Bretaña o a la isla Ascensión en tanto otras aseguraban que serían
conducidos directamente a la
Argentina.
Fue en esa ocasión que Aldo Rico comenzó a elaborar un plan a ser puesto en marcha en
caso de partir al Reino Unido. El mismo consistía en un motín
a bordo del buque cuando pasara cerca de las costas
españolas, donde pedirían asilo después de tomar tierra en alguno de sus
puertos.
Una
cosa que preocupaba enormemente
a los británicos fue la cuestión de las minas. Los ingenieros reales,
con la
ayuda de oficiales argentinos, procedieron a quitarlas pero la tarea
resultó demasiado ardua. Después que la gente de McDonald extraviara
el plano facilitado por Dorrego, no se tenía idea de su ubicación y por
eso fue necesario poner manos a la obra de manera inmediata.
Se habían sembrado unas 12.000
minas en torno a la capital, además de numerosas trampas cazabobos y bombas sin
explotar, pero sin el mencionado plano, no se tenía seguridad del lugar.
Con la ayuda del coronel Dorrego,
descendiente del insigne prócer de la Independencia, McDonald procedió a efectuar
la difícil recolección. La preocupación principal eran los civiles (en especial
los niños) pues de tanto en tanto se escuchaba alguna explosión producto de
ovejas desprevenidas que pastaban en las inmediaciones.
El 15 de junio un escuadrón del
Comando 59 procedió a instalar el Centro de Operaciones de Minas; funcionó en el edificio
de la Secretaría
de Gobierno y tuvo a su cargo la dirección de los trabajos. Se sabía que había
mucha concentración de explosivos en la Península Murrell,
en torno a Sapper Hill, en Harriet, Dos Hermanas, Prado del Ganso y Puerto
Darwin así como también en Bahía Fox y Puerto Howard, en la Gran Malvina, por lo
que el grupo de reconocimiento dirigido por el suboficial Ellis, apoyado por catorce
argentinos del equipo de Dorrego, comenzó la inspección de los alrededores de
Puerto Argentino.
El 18 de junio esos equipos
trabajaban en torno a la capital y ahí fue donde el cabo Bas Morgan pisó una mina que le
voló un pie; tres días después, el cabo primero Molly Mollison caminaba detrás
de un argentino cuando tocó otra que le destrozó la pierna derecha, la cual debió serle amputada días después (el hombre quedó en muy mal estado).
El Comando 59 terminó siendo
reemplazado por la Compañía
de Ingenieros del Para 9 pero su labor de remoción no
fue demasiado efectiva.
La cuestión de las minas sin explotar sigue
siendo hoy un peligro sin resolver, pues aún quedan áreas prohibidas en diferentes puntos del archipiélago. A
varios años de finalizada la guerra, seguían muriendo ovejas a causa de las
explosiones.
El 29 de junio llegó a San
Carlos el “Saint Edmund” en el cual fueron embarcados los
prisioneros restantes. Antes de abordar, el subteniente Jorge Rodin
envolvió entre sus ropas la bandera de su regimiento pero en la revisión a la
que fue sometido, se la descubrieron y confiscaron. Para su fortuna, al día
siguiente le fue devuelta y de esa manera la trajo consigo de regreso al
continente.
Poco después hizo su arribo el
“Fearless” trayendo a Menéndez, Otero y Castellanos en calidad de
“transferidos”. A él subieron Jofre, Aguiar, los capitanes Carlos
Moeremans y Antonio José Mozarelli, junto a los mayores Buitrago y Doglioli y
un representante de la Cruz
Roja Internacional. Al saber eso, el capitán del “Almirante
Irizar” les hizo llegar algunos libros de la biblioteca de a bordo y eso les
sirvió para matar el tiempo pues las horas se hacían interminables.
El 30 de junio el “Saint Edmund”
zarpó hacia Puerto Argentino y unas horas después fondeó en Bahía Anunciación.
Encontrándose allí tuvo lugar
un aviso de alarma que obligó a la tripulación a cubrir los ojos de buey y
todas las aberturas ante la aproximación de aviones no identificados.
Finalmente, en la noche del 12 de julio, la embarcación zarpó rumbo al
continente, llevando a bordo al último contingente de prisioneros. Llegó a
Puerto Madryn en la mañana del día 14, a un mes de finalizadas las acciones e
inmediatamente después de desembarcar a los oficiales argentinos que traía a
bordo, zarpó de regreso a las Malvinas, poniendo término a su misión.
En los muelles aguardaban el
general García, el coronel Garay, dos brigadieres y varios oficiales de la Armada, quienes les dieron la
bienvenida y organizaron todo para su traslado a la Base Almirante Zar
de Trelew10. Ya en ese destino almorzaron y una hora después abordaron un avión
con destino a El Palomar.
En la estación aérea nadie los
esperaba, solo los encargados de la base y el personal, encargado de su
trasladó a los cuarteles del Regimiento de Infantería 3 en La Tablada11, donde
se reencontraron con sus familiares una vez finalizada la recepción que les dieron sus
autoridades.
Dicen el general Jofre y el coronel
Aguiar en su libro: “Había llegado así el
último contingente de prisioneros de guerra integrado por oficiales superiores,
jefes, oficiales, suboficiales y soldados que habían combatido con honor por un
ideal, en una guerra contra un enemigo extranjero, después de más de cien años
de paz”12.
Sorprendente realmente la última
afirmación “…después de más de cien años de paz”, por constituir una
flagrante contradicción y falsedad. Nadie en su sano juicio, y menos oficiales
de tan alto rango, podían ni pueden sostener semejante absurdo.
La historia argentina no ha sido un
modelo de orden y paz, con su secuela de golpes de estado, crímenes, atentados,
alzamientos militares, terrorismo, subversión, asesinatos políticos, conflictos
limítrofes y enfrentamientos civiles, incluyendo un brutal bombardeo aéreo a la Capital Federal.
Pero lo más sorprendente es que los acontecimientos acaecidos pocos años
antes en el país constituían el caballito de batalla de esos mismos
militares que al referirse a la década del setenta y su sangrienta
secuela,
sostenían con incuestionable acierto, que la Argentina acababa de
salir de una guerra.
La crisis había llegado a su fin;
la calma renacía en el Atlántico Sur y otros asuntos comenzaban a distraer la
atención de la opinión internacional, el principal, la invasión de Israel al
Líbano el 6 de junio de ese mismo año.
Para la Argentina, comenzaba un
nuevo ciclo, cargado de expectativas e incertidumbre en el que muchos de sus
ciudadanos depositaron sus esperanzas. Sin embargo, una vez más, esas
esperanzas volverían a caer por la borda.
Notas
1 Fue en oportunidad de ese avance, antes de decretarse
el alto el fuego, que los helicópteros en los cuales viajaba la Sección 7 equivocaron el
rumbo y aterrizaron tres kilómetros delante del lugar señalado, en las colinas de Sapper Hill. Como se ha dicho, los argentinos
abrieron fuego sobre ellos provocándoles bajas que Thompson, siguiendo el mismo
patrón establecido por los ingleses para relatar los hechos, minimiza. Poco
después llegó la orden de “alto el fuego”.
2 Se trataba de un apodo ya que los miembros de esas
unidades mantienen sus nombres en reserva.
3 Isidoro Ruíz Moreno, op. cit.
4 Ídem.
5 Los deseos del soldado galés se cumplieron. Ocho años
después, cuando Irak invadió Kuwait, las fuerzas armadas argentinas y
británicas formaron parte de la coalición de naciones que se unió para poner en
marcha la Operación
“Tormenta del Desierto”, tendiente a liberar el emirato.
6 Isidoro Ruiz Moreno, op. cit.
7 Ídem.
8 Ídem.
9 Ídem.
10 La base fue escenario de la llamada “Masacre de
Trelew” cuando el 22 de agosto de 1972 se produjo el espectacular intento de
fuga y posterior masacre de guerrilleros y terroristas.
11 Los mismos que sufrirían el sangriento ataque del
Ejército Revolucionario del Pueblo el 23 de enero de 1989.
12 Oscar Luis Jofre, Félix Roberto Aguiar, La
Defensa de Puerto
Argentino, Editorial Sudamericana, Bs. As.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur