jueves, 4 de julio de 2019

UN ENCUENTRO QUE CAMBIARÁ EL CURSO DE LA HISTORIA

Miembros del M-26. Fidel a la derecha de María Antonia González
Ernesto "Che" Guevara sentado en segundo lugar a la izquierda

Tal como ocurrió en Guatemala, durante su estancia mexicana Ernesto conoció a numerosas personas y se reencontró con otras. Entre las primeras figuraba un bullicioso grupo de portorriqueños y un conjunto de apristas peruanos que por entonces planeaban regresar a su país. De los primeros, los más interesantes, resultaron ser el exiliado Juan Juarbe y Juarbe, director de la revista “Humanismo” y la peruana Laura Meneses, esposa de Pedro Albizu Campos, el activista de izquierda portorriqueño detenido en una cárcel de Estados Unidos por haber dirigido el frustrado asalto al palacio de gobierno de San Juan, versión boricua del ataque al Moncada.
En materia de reencuentros, el más significativo fue, sin dudas, el de Ñico López, el admirado militante al que Ernesto tanto admiraba. El cubano aprovechó la ocasión para presentarle a una figura por demás interesante, Raúl Roa, un compatriota exiliado, antiguo catedrático de izquierda de la Universidad de La Habana, que tal como explica Pierre Kalfon, había estado proveyendo bibliografía a sus compañeros moncadistas detenidos en la Isla de Pinos.
Transcurría el mes de junio de 1955 cuando Ñico llevó a Ernesto a un apartamento de la calle José Amparán Nº 49, en la zona céntrica de la ciudad, para presentarle a otro de sus compatriotas. López veía en su amigo argentino a un individuo comprometido con sus ideales e interesado en los asuntos de su patria, de ahí su decisión de hacerle conocer a su gente.

 
Ya en el edificio de la calle Amparán, abordaron el ascensor y al llegar al  4º piso caminaron hasta el departamento “C”, donde el cubano oprimió el timbre.
Les abrió la dueña de casa, una mujer sonriente y en extremo agradable, que los hizo pasar. Era la cubana María Antonia González, esposa de un mexicano que según algunas fuentes era luchador profesional y según otras, profesor, un sujeto sin ninguna trascendencia en esta historia, al que Pierre Kalfon llama Avelino Palombo pero que la mayoría de los autores, Anderson entre ellos, aseguran era Dick Medrano.
María Antonia González brindaba alojamiento y refugio a sus compatriotas exiliados y les permitía utilizar su propiedad como centro de reuniones.
En el interior había varias personas, algunas de las cuales se incorporaron para saludar a los recién llegados. A una en especial, se dirigió Ñico directamente.

-Raúl, este es Ernesto Guevara, un argentino muy comprometido con nuestro movimiento.

Al futuro Che le resultó agradable aquel muchacho que le tendía la mano con una agradable sonrisa. Rubio, muy blanco, casi lampiño, tres años menor que él, apenas podía creer que fuera el segundo del Directorio Nacional del Movimiento 26 de Julio.
Historiadores y biógrafos coinciden en que desde el primer momento la simpatía entre ambos fue mutua y que a partir de ese momento nació entre ambos una profunda amistad.
La conversación que mantuvieron duró varias horas. Ernesto escuchaba y Raúl hablaba, refiriéndose a las acciones del 26 de julio de 1953, a sus viajes por Paris, Praga, Budapest y Bucarest y a su participación en el Congreso Mundial de la Juventud que se organizó en Viena, en mayo de 1953.

Tiene ideas muy claras sobre la necesidad de una revolución armada, sobre el imperialismo estadounidense, sobre la inutilidad de las elecciones trucadas. Ernesto está encantad; están de acuerdo en todo, o casi. Ernesto invita a Raúl a su casa, le presenta a Hilda…1.

Como dice Kalfon, Ernesto invitó al joven Castro a su casa y durante la cena, aquel huésped extrovertido y locuaz fue el único orador. Según Anderson, esa noche Raúl habló de la fe que le tenía a su hermano, de sus propias convicciones, de la conquista del poder con el apoyo popular (cosa que Ernesto apoyó con vehemencia) y de su sueño de transformar a la sociedad cubana al socialismo.
El argentino apenas podía creer lo que escuchaba; por fin alguien que hablaba su idioma y que entendía lo que había que hacer.
En los días que siguieron se vieron con frecuencia; Raúl le presentó a nuevas personas, una de ellas, nada menos que el encargado de Relaciones Exteriores de la embajada soviética en México, Nicolai Leonov (ignoramos si tenía algún parentesco con el célebre cosmonauta ruso que realizaría la primera caminata espacial de la historia el 18 de marzo de 1965), con quien dialogaron toda la tarde.
Ernesto, que por entonces atendía a Raúl por un estado gripal, acribilló al soviético a preguntas, ansioso por saber cómo vivían en su país, como pensaban, que leían, etc. Leonov, que encontró a su interlocutor extremadamente extrovertido y optimista, le recomendó varios libros, entre ellos Así se templó el acero de Nikolai Ostrovski y la biografía de un aviador ruso de la Segunda Guerra Mundial2.
Tan fascinado quedó el joven médico sudamericano, que a los pocos días se dirigió a la embajada soviética para saludar a su nuevo amigo y de paso, intensificar la naciente amistad. Hablaron algunos minutos y acordaron mantenerse en contacto. Incluso el ruso le entregó una tarjeta personal que lo acreditaba como diplomático3. Sin embargo pese al entusiasmo, nunca más volvieron a verse.
A fines de julio Ernesto apuntó en su diario un párrafo que tendría un notable significado en la inmediata historia de América.

Un acontecimiento político es haber conocido a Fidel Castro, el revolucionario cubano, muchacho joven, inteligente, muy seguro de sí mismo y de extraordinaria audacia; creo que simpatizamos mutuamente4.

Acababa de conocer al cerebro de la revolución cubana, máximo líder del Movimiento 26 de Julio y mentor del ataque al Cuartel Moncada.
Fidel, como hemos dicho, había llegado el 8 de julio llevando tan solo una visa de turista y una vez en suelo mexicano, se dirigió a casa de María Antonia para tratar los primeros asuntos. Fue allí donde conoció al argentino y donde conversaron ambos, largo y tendido, acordando seguir la charla en otro lugar.
Como dice Kalfon, el recién llegado fue seducido por aquel muchacho inteligente, franco y transparente, que le habló de sus viajes, su experiencia en Guatemala y sus proyectos futuros. Ernesto, por su parte, sucumbió a los encantos del cubano, a su retórica seductora y a su innata inteligencia y a partir de ese momento, se convirtió en un incondicional suyo.
Los hermanos Castro y el futuro Che acordaron seguir la charla en un restaurante cercano, pues los primeros querían hablarle en privado. Abandonaron los cuatro el apartamento (Hilda iba con ellos) y tras cubrir las pocas cuadras que los separaban del lugar, se acomodaron en una mesa y se dispusieron a ordenar. De esa manera, mientras iban pasando los platos, los caribeños expusieron abiertamente sus planes y sobre el final, le propusieron al argentino unirse al movimiento en calidad de médico.
Ernesto sintió que el corazón le saltaba dentro del pecho. Un dirigente guerrillero, un revolucionario cabal, un verdadero militante, lo invitaba a unirse a un movimiento armado que parecía serio. Tal como dice Anderson, no lo dudó y aceptó sin vacilar.

Para Ernesto, como para la mayoría de sus conocidos, era evidente que Fidel Castro poseía una personalidad extraordinaria, acentuada por la convicción absoluta del triunfo final. Y si Fidel no poseía la convicción de Ernesto de que el socialismo era el camino justo, al menos simpatizaba con los mismos objetivos. El potencial existía. Correspondía a sus amigos más cercanos, a las personas como Ernesto Guevara, asegurarse de que la revolución de Fidel Castro siguiera un derrotero socialista.
Poco después de conocer a Fidel, le dijo a Hilda “Ñico tenía razón en Guatemala cuando decía que lo mejor que había producido Cuba después de José Martí era Fidel Castro. Hará la revolución. Estamos totalmente de acuerdo… es un tipo que yo seguiría hasta el final”. Aunque reconoció que el plan de Fidel de desembarcar con un puñado de guerrilleros en las costas fortificadas de Cuba era una “locura”, se sintió obligado a apoyarlo5.

La cena se prolongó varias horas y cuando finalmente Hilda se animó a hablar, le preguntó a Fidel que hacía en México cuando la revolución estaba en su país.
No sabemos cómo le cayó la requisitoria a Ernesto, pero el líder cubano se despachó con una respuesta de varias horas que no hizo más que aumentar la fascinación que el argentino sentía por él. Y con esa sensación, fue creciendo su deseo de unirse al movimiento.
Al día siguiente, Hilda le comunicó a su pareja que esperaban un hijo.
La noticia sorprendió a Ernesto que a esa altura, a solo horas de la charla con los hermanos Castro, estaba plenamente decidido a embarcarse en la aventura y no pensaba abandonarla por nada.
Durante los actos conmemorativos que Fidel Castro organizó en el Parque Chapultepec a fines de julio, permaneció casi en silencio, lo mismo durante la cena que tuvo lugar ese día.
Ernesto no podía hallar más inoportuna aquella noticia. Acababa de encontrar su destino; estaba a punto de emprender la gran cruzada que siempre había soñado, seguir a un líder en una revolución, y su compañera se descolgaba con semejante bomba.
Se casaron por el registro civil de Tepotzotlán, poblado distante a 40 kilómetros de la capital, el 18 de agosto de 1955, en lo que fue una sencilla ceremonia que contó con la presencia de Raúl Castro y el padrinazgo de Lucila Velázquez y Jesús Montané Oropesa, tesorero del Directorio Nacional del M-26.
Ernesto que no estaba para nada entusiasmado con su nueva situación, propuso a Hilda dejar el departamento de Lucila y alquilar otro en la calle Nápoles, del barrio Colonia Juárez, desde donde escribirían a sus respectivos padres para comunicarles la noticia.
Raúl Castro y Ñico López
El tiempo que siguió al casamiento transcurrió sin mayores novedades. Reuniones con los exiliados cubanos, búsqueda de trabajo, progresivo embarazo de Hilda y preparativos de ésta para viajar a Perú, donde ya no era proscripta. Durante ese período, la expedición guerrillera sobre Cuba comenzó a cobrar cuerpo con los cubanos pasando a la fase siguiente, es decir, la de los preparativos.
Ese mismo mes Fidel Castro dispuso la impresión de 2000 copias del Manifiesto Nº 1 titulado “Al Pueblo Cubano”, tarea que encargó a Arzacio Vanegas Arroyo, un amigo de María Antonia yde su esposo. Cuando estuvieron listos, le encomendó a uno de sus compatriotas que los llevase clandestinamente a Cuba y los distribuyese durante al acto conmemorativo del cuarto año de la muerte de Eduardo Chibás, que se iba a realizar junto a su sepulcro en el cementerio de Colón (La Habana). Su contenido, anunciando la constitución del movimiento armado M-26 y su programa político (reforma agraria, supresión de la oligarquía terrateniente, división de los latifundios, reparto de tierras, plan de viviendas, educación pública, modificación de la ley de alquileres, nacionalización de los servicios públicos, puesta en marcha de un intenso plan de industrialización), tuvo amplia repercusión.
Mientras eso sucedía en la isla, en el continente el alto mando del M-26 comenzó a  elaborar los planes de invasión, analizando detenidamente la posibilidad de un desembarco en el litoral sudeste. Era necesario hallar un punto adecuado donde hacer pie y una vez dominadas las montañas, lanzar la guerra en ambas direcciones de manera simultanea. Para entonces, Frank País, enlace de Castro en la región de Oriente, trabajaba activamente en el entramado de una extensa red clandestina de comunicaciones y Celia Sánchez, la hija de un conocido médico de la región, obtenía toda la cartografía existente de la zona de desembarco.
Al mismo tiempo, Pedro Miret recorría el litoral sudoriental en busca de un punto adecuado y trazaba los mapas correspondientes, que una vez listos, debería entregar personalmente a su jefe en México.
En el país azteca, mientras tanto, el general Alberto Bayo Giroud, hombre de confianza de los Castro, comenzó a entrenar a la columna guerrillera que debía iniciar la guerra en la isla6.
Hombre de Fidel, héroe cubano de la guerra civil española, desde su llegada al país enseñaba en la Escuela de Aviación y administraba una fábrica de muebles, pantalla ideal para mantener en secreto sus actividades. Su experiencia contra los rebeldes en el norte de África y su posterior participación como oficial del bando republicano, lo convertían en la persona ideal para aquella tarea y así lo demostró desde el primer momento.
En el mes de septiembre, cuando Fidel trabajaba en la recolección de fondos para financiar la expedición y asistido por el ortodoxo Juan Manuel Márquez montaba una eficiente campaña de propaganda, llegó a México Pedro Miret, trayendo consigo los mapas y las cartas que había trazado.
Ernesto, a quien los cubanos comenzaban a llamar “Che”, no perdía detalle de lo que acontecía y trabajaba activamente en el Hospital General para adquirir la práctica necesaria.
Según refiere Anderson, su característica altanería argentina era lo que más molestaba a los cubanos, pero ese sentimiento desapareció cuando dejó entrever sus verdaderas condiciones.
El grupo de combatientes (incluido Ernesto) comenzó un riguroso entrenamiento físico que incluía extensas caminatas, prácticas de tiro, combates cuerpo a cuerpo y los célebres ascensos al volcán Popocatepetl, cuya cima, el argentino alcanzó en su tercer intento.
El futuro líder guerrillero sacó provecho de los experimentos alérgicos realizaba con gatos en el laboratorio del Hospital, pero los mismas espantaron tanto a Raúl, su ocasional asistente, que al ver la forma en que aplicaba las inyecciones a los pobres animales, manifestó entre divertido y horrorizado, que nunca en su vida se dejaría tratar por su amigo sudamericano7.
Ernesto e Hilda en Yucatán junto
a un conjunto de ruinas mayas


En noviembre de 1955 Ernesto e Hilda hicieron un viaje a Yucatán para visitar las ruinas mayas. Chichen Itzá, Uxmal y Palenque que dejaron con la boca abierta al argentino pese al ataque masivo de asma que sufrió en Chiapas.
A su regreso, se reincorporaron a sus respectivas actividades, Hilda, en avanzado estado de embarazo, a su empleo y su marido al Hospital General y sus actividades clandestinas.
A medida que pasaba el tiempo, el entrenamiento se fue tornando más riguroso. Kalfon da cuenta de las caminatas nocturnas a través por la avenida Insurgentes con sus 40 kilómetros de extensión que atravesaban la ciudad de un extremo a otro, las largas jornadas de remo en los lagos del Parque Chapultepec, las prácticas de lucha cuerpo a cuerpo en el gimnasio de un amigo del marido de María Antonia, sobre la calle Bucarelli y los ascensos a las montañas próximas.
En esas se encontraba Ernesto cuando el 15 de febrero de1956 nació su hija Hildita, una niña regordeta de rasgos aindiados y orientales, como su madre, cuyo segundo nombre era Beatriz, en honor de su aristocrática tía abuela argentina.
“Esta niña se va a educar en Cuba”, dijo Fidel cuando visitó al matrimonio en la clínica; “…es igualita a Mao Tsé Tung”, sentenció Ernesto al verla por primera vez.
Entre los meses de enero y febrero de 1956, Castro ordenó al general Bayo y a su propio asistente, Ciro Redondo, alquilar una finca de 150 metros cuadrados sobre las faldas occidentales del cerro Ayaquemetl, en la región montañosa de Ayotzingo, municipio mexiquense de Chalco, situada a 40 kilómetros al este de la capital.
Se trataba de un sitio ideal, próximo al llano, rodeado por una extensa muralla de piedra de tres o cuatro metros de altura, que encerraba un agreste parque silvestre. Se lo conocía como rancho San Miguel y se hallaba distante a un par de kilómetros del pequeño poblado de Santa Catarina de Ayotzingo.
Su dueño era Erasmo Rivera Acevedo, un fabricante de quesos que había combatido en las filas del legendario Pancho Villa y creyendo que su arrendatario era un general salvadoreño, acordó cobrarles tan solo 8 dólares al mes.
Hacia allí se trasladaron cautelosamente una veintena de milicianos, con estrictas órdenes de evitar todo contacto con los pobladores del lugar. Nadie podía acercarse a la aldea y solo Eulogio Ruiz Pozos, vecino de Santa Catarina, estaba autorizado a llevar provisiones; pero debía dejarlas en un punto distante y retirarse velozmente8. Además, se le pagaba para que mantuviese la boca cerrada.
El paraje era ideal para el entrenamiento de tropas. Cerca de allí se alzaban el Popocatepetl y el Iztaccihuatl, las grandes elevaciones de la región, las vías de acceso no eran las mejores y la distancia a la capital relativamente corta.
A poco de instalados, los guerrilleros comenzaron a acopiar ametralladoras, fusiles con mira telescópica, revólveres, armas cortas, y a efectuar largas caminatas para ponerse en forma.

En mayo de 1956, Ernesto dejó definitivamente el Hospital General y después de despedirse de Hilda, se instaló en el rancho “San Miguel”, rebautizado por el comando del movimiento finca “Santa Rosa”, nombre clave escogido por Fidel para despistar toda pesquisa por parte de las autoridades.
Estaba decidido a intensificar su entrenamiento y a compenetrarse con el clima revolucionario, más, después que el líder del movimiento lo designara jefe de personal, convirtiéndolo automáticamente en asistente del general Bayo. Castro le pidió que se ocupase del adoctrinamiento político y eso le permitió despacharse a gusto sobre las teorías marxistas y las luchas de clases.
Prácticas de tiro en la finca "Santa Rosa"
De acuerdo al manual del general Bayo, la vida en “Santa Rosa” era en extremo espartana: toque de diana a las 5 a.m., clases de teoría política después del desayuno a cargo del Che, prácticas de tiro, ejercicios físicos hasta la noche, con breves intervalos para merendar y caminatas nocturnas por los cerros.
Además del cuartel general, los cubanos habían montado otros dos campamentos sobre las áridas colinas de los alrededores, próximas a las montañas de Milpa Alta, en el Distrito Federal, suerte de “campo de Marte” donde los futuros combatientes intentarían adaptarse a la agreste geografía del oriente cubano y a las penurias que les esperaban una vez iniciadas las acciones. Allí el agua y la comida escaseaban, la higiene era prácticamente nula y las incomodidades numerosas.
Las marchas nocturnas eran lo más común, las guardias prolongadas y los simulacros de combate extremadamente duros.
Tanto Fidel como el general Bayo, notaron enseguida que el argentino no solamente se adapta a la disciplina militar sino que también era “… el único que no manifiesta fatiga…” lo que llevó a ambos a ponerlo a menudo como ejemplo. “A partir de esta cotidiana existencia de esfuerzos compartidos, sin privilegio alguno, los cubanos integran a Guevara como uno de los suyos, un camarada de pleno derecho. Ya sólo lo llaman Che…”9.
En el mes de mayo, Castro solicitó a sus combatientes una evaluación de sus compañeros y todos coincidieron en que Ernesto “…estaba capacitado para una ‘posición de dirección o jefatura de estado mayor’. Para él significó cruzar un umbral importante: había ganado el respeto que tanto ansiaba…”10.
Una madrugada, los legionarios abandonaron el rancho para iniciar una de sus acostumbradas marchas diurnas cuando a poco de andar uno de los reclutas, Calixto Morales, se negó a seguir avanzando, manifestando hambre y cansancio. Al parecer, el hombre se sentó en el camino y allí quedó, sin decir más.
El Che, en extremo molesto, se le acercó y le ordenó ponerse de pie pero aquel se mantuvo en su postura, negándose a obedecer.
Sumamente contrariado, el argentino le dijo que se incorporara y abandonara la columna en dirección al rancho y esa misma tarde mandó informar a los Castro, convocando un consejo de guerra para juzgar la conducta del rebelde.
Ascenso al Popocatepetl
Fidel y Raúl llegaron desde la capital hechos una furia. El segundo profirió todo tipo de amenazas y Fidel, apoyado por aquel, exigió la pena de muerte, ordenándole a Universo Sánchez, jefe de contraespionaje del movimiento, que se encargase de la ejecución. Para fortuna del condenado, el propio Guevara intervino en su favor, pacificando a los hermanos y solicitando al tribunal una pena menor. Al parecer, aquel pedido aplacó la furia de ambos y Morales fue perdonado, con la condición de que, a partir de ese momento, debía duplicar sus esfuerzos11.
Al llegar a este punto se hace inevitable hacer referencia a otros juicios y ejecuciones que tuvieron lugar en el rancho.
Jon Lee Anderson menciona una entrevista que Tad Szulc, autor de la biografía más completa de Castro, le hizo a Universo, quien le confesó que hubo varios procesos sumarios en “Santa Rosa” y que y al menos tres miembros de la legión fueron ajusticiados, uno de ellos después de descubrirse que se trataba de un espía infiltrado12.
Anderson transcribe un párrafo de Szulc que resulta revelador: “El hombre cuya identidad se desconoce, fue sentenciado por un consejo de guerra realzado en una casa clandestina y ejecutado por orden de Universo. ‘Fue fusilado y enterrado en un campo’, dice él” y luego agrega “Hoy los pobladores vecinos del Rancho San Miguel dicen que hay tres cadáveres enterrados detrás de los gruesos muros de la propiedad, pero si no fuera por la confesión de Universo Sánchez, se diría que no son sino rumores. En Cuba, toda mención de estos sucesos es tabú: no han sido esclarecidos y oficialmente se los desconoce”13.
Por entonces Fidel, comenzó un romance con una jovencita española llamada Isabel Custodio, valenciana de 20 años de edad, hija de padres exiliados, quien quedó fascinada con el líder cubano, sobre todo por su porte y su personalidad.
El Che, que sabía de su reciente divorcio y que tenía en Cuba una amante, Natalia Revuelta Crews, la bella esposa del médico Orlando Fernández que, para peor, le había dado una hija de escasos meses de edad14, creyó ver un peligro en aquella relación y así se lo manifestó a su amigo.

El Che se oponía a nuestra relación. Decía que yo era una burguesita, que desconcentraba a Fidel, que iba a poner todo en peligro […] Fidel Castro, entonces era un joven fascinante, de trajes y corbatas estrafalarios -referiría Isabel varios años después, en un libro biográficoFueron días intensos. Nos perseguía la Policía, la CIA, la gente de Batista. Apenas se dormía. Estábamos muy juntos, quizá por eso me gané la antipatía de varias personas del grupo. Me veían como a una muchachita que iba a concursar en Miss Universo. A Fidel no le escuché hablar de comunismo; hablaba de ideales, de libertad, de un mundo mejor. Era encantador, te envolvía con palabras15. 

Pero si Guevara y sus allegados pensaban que aquel “noviazgo” podía poner en peligro los planes revolucionarios, se equivocaban completamente. Imaginar algo así era desconocer a Fidel Castro y su temple. La relación amorosa apenas duró el tiempo que el líder guerrillero permaneció en territorio mexicano y se esfumó ni bien abordó la nave que lo llevó de regreso a su tierra.
Más que ocupado en asuntos amorosos, Fidel iba de aquí para allá, controlando que todo marchase de acuerdo a sus planes, atento al más mínimo detalle y a subsanar cualquier inconveniente que pudiese surgir. Y en ese sentido, no iba a permitir que nada ni nadie entorpeciesen sus propósitos.
A punto de escalar el Iztaccihuatl
 Notas
1 Pierre Kalfon, op. Cit, p. 152. 2 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 173. 3 Ídem. 4 Ernesto Che Guevara, op. Cit., p. 73. 5 Jon Lee Anderson, op. Cit., pp. 177-178. 6 Según refiere Jon Lee Anderson, sus trabajos de adiestramiento en América Central lo llevaron a escribir el libro Tormenta en el Caribe. 7 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 183. 8 Josué Huerta; “El Che Guevara y Castro, su historia perdida en Chalco”, en “El Universal”, Estado de México, 24 de octubre de 2011 (http://www.eluniversaledomex.mx/chalco/nota23504.html). 9 Pierre Kalfon, op. Cit, p. 166. 10 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 190. 11 Se convertiría en un cuadro destacado durante la guerra civil en Cuba. 12 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 192. 13 Jon Lee Anderson, op. Cit, pp. 192-193. 14 Se trata de Alina Fernández Revuelta. 15 Alejandro Pohls, “Fidel Alejandro Castro Ruz y sus andadas en México”, Opinión, http://www.am.com.mx/opinion/leon/fidel-alejandro-castro-ruz-y-sus-andadas-en-mexico-1485.html