jueves, 4 de julio de 2019

EL DESEMBARCO


Eran las 5.40 horas del 2 de diciembre, cuando los hombres apiñados en la bodega del “Granma” sintieron un fuerte sacudón bajo sus pies. La nave había tocado fondo en un banco de arena de la playa Los Cayuelos, situada a 2 kilómetros al sudoeste de Las Coloradas poniendo fin a su recorrido.
Hasta pocas horas antes, Celia Sánchez había hecho guardia junto a varios hombres, en espera de los expedicionarios pero se había retirado al ver que no llegaban, llevándose los tres camiones y dos jeeps en los que pensaba conducirlos hasta la Sierra.
El lugar era realmente lóbrego, un sitio pantanoso y selvático, nada adecuado para un desembarco y mucho menos, para ser descubiertos por las fuerzas gubernamentales pues abundaban  las ciénagas y manglares, con nubes de insectos revoloteando sobre la fronda y todo tipo de alimañas acechando entre el follaje.
Poco antes de llegar, Fidel Castro había dividido su fuerza en tres pelotones de 22 hombres cada uno y organizado un estado mayor diecinueve miembros. El Che Guevara, era uno de sus integrantes y con el grado de teniente, tenía a su cargo las tareas sanitarias; Raúl, era capitán, a cargo de la retaguardia y Ñico, ostentando el mismo rango, del pelotón del centro.

 
La llegada del yate, pese a los contratiempos, había sido providencial porque para entonces, el combustible escaseaba y los víveres se habían agotado.
A una orden de Raúl, los hombres salieron a cubierta y allí esperaron nuevas indicaciones. En el horizonte, el sol comenzaba a asomar y sus primeros rayos auguraban un día claro y despejado.
Entre Roberto Roque, Norberto Collado y Arturo Chaumont arrojaron al agua el bote auxiliar en el que debían transportar el armamento pesado. La maniobra fue un tanto complicada porque en ese momento había algo de oleaje pero nadie imaginó lo que iba a suceder.
Superada su capacidad de carga, la pequeña barca se inclinándose levemente hacia la derecha y se fue a pique con todo el arsenal.
Las maldiciones y los lamentos no impidieron seguir con la operación. A una nueva indicación de Raúl, uno a uno, los combatientes fueron saltando al agua, rogando en su fuero interno por no hundirse en el fondo. “El primero en lanzarse es un peso ligero. El suelo resiste”1. Le siguieron los demás, arrojándose sucesivamente al cálido mar mientras los primeros hombres avanzaban hacia la orilla con en el agua a la altura del pecho.
Cualquier testigo ubicado a una distancia más o menos cercana, hubiera visto a la extensa hilera desplazándose lentamente, con sus fusiles en alto, intentando no resbalar ya que el agua inundaba sus borceguíes de manufactura mexicana y los hacía extremadamente pesados.
Cuando los integrantes de la retaguardia comenzaron a saltar, pasaron cerca dos embarcaciones, navegando en dirección sur, la primera, una lancha de cabotaje y el segundo un barco arenero, por lo que se hizo necesario acelerar la maniobra para desaparecer en la fronda costera lo más rápidamente posible.
Cuando Fidel Castro se tiró al agua, sintió que sus pies se hundían en el fondo cenagoso. “Maldición”, pensó, pero para su alivio, notó que se estabilizaba y comenzaba a moverse.
La larga columna se movía lentamente en dirección a la ribera, cargando sus armas y mochilas, algunos con sus fusiles en bandolera llevando cajas y bolsas sobre sus cabezas y otros intentando simplemente mantener el equilibrio.
Aunque eran hombres jóvenes y vigorosos, los siete días de navegación los habían debilitado y eso dificultaba el desplazamiento, sin embargo, el riguroso entrenamiento pudo más y la ansiedad por salir de aquel atolladero los impulsó a imprimir toda su energía, hasta alcanzar la costa.
Los últimos en abandonar la nave fueron Raúl Castro y el Che, éste último aquejado por un principio de asma. Saltaron al agua y siguiendo al resto de la columna, comenzaron a caminar con extrema dificultad, el argentino llevando sobre su cabeza el botiquín y el cubano manteniendo su fusil en alto.
Pierre relata muy bien ese momento:

Chapotear hasta lo que consideran la costa no es nada. Lo bueno comienza con la voluptuosa vegetación de la ciénaga, llena de manglares cuyas raíces, hundiéndose en la marisma salobre, forman una maraña que parece hecha adrede para impedir cualquier tipo de avance. A ello se añaden los bosquecillos de abrojos y matorrales de afiladas hojas cuyo nombre, cortadera, es toda una declaración de principios. Para completar el cuadro, flotan, cubriéndolo todo, espesas nubes de mosquitos y demás insectos cuyo zumbido y picaduras no son precisamente una invitación al buen humor2.

A medida que avanzaban, una duda angustiaba a Fidel. Temía haber desembarcado en alguno de los tantos islotes del golfo de Ana María o en algún cayo de Guacanayanabo, lo que hubiera significado el fin de la expedición, pero estaba equivocado. Tanto él como sus hombres caminaban directamente hacia la península de Oriente, en tierra firme, aunque no precisamente hacia uno de sus mejores lugares.
El comandante notó con alivio que la marea no era fuerte y que los primeros combatientes alcanzaban el litoral. Ahora debían internarse en los manglares y moverse sobre un terreno extremadamente difícil, cubierto por una vegetación que se hacía más tupida a medida que se adentraban en ella que pese a los inconvenientes que presentaba tenía su lado bueno porque los mantenía ocultos de la aviación.
Fue una marcha agotadora, con los expedicionarios tropezando, cayendo constantemente, lastimándose las manos y el rostro mientras intentaban retener sus pertenencias y espantar las nubes de mosquitos.“La peor ciénaga de la que jamás haya visto u oído hablar”, anotó Raúl en el diario de campaña.
Tardaron más de cuatro horas en recorrer 500 metros y a ese ritmo, con el “Granma” varado en aguas abiertas, bajo aquel cielo completamente despejado, era factible que la aviación los descubriese.
Pese a su asma, el Che siguió caminando, intentando superar y hasta disimular su minusvalía. Iba cerrando la formación, esforzándose más que ninguno por mantener el paso a través de los manglares, apartando la vegetación e intentando ahuyentar a los insectos que revoleaban en torno a su cabeza. Y mientras lo hacía, pensaba con preocupación en el armamento perdido con el pequeño bote, en los suministros médicos arruinados y en las mochilas que iban quedando en el camino.

Ya no quedaba de nuestros equipos de guerra nada más que el fusil, la canana y algunas balas mojadas. Nuestro arsenal médico había desaparecido, nuestras mochilas en su gran mayoría habían quedado en los pantanos3.

Las tierras por las que transitaban los combatientes pertenecían a Julio Lobo, un rico productor de azúcar de la provincia de Oriente quien, según algunas versiones, estaba al tanto del desembarco y prestó su colaboración. Lindaban con las de la United Fruit y la West Indies Sugar norteamericanas4, y constituían una de las tantas haciendas que el “rey del azúcar”, como se llamaba entonces al magnate5, tenía en la isla.
Desde el mes de septiembre, la Fuerza Aérea del Ejército de Cuba (FAEC), sobrevolaba el litoral y las posibles rutas de acceso del grupo revolucionario, atenta después de recibir el alerta por parte de los servicios de inteligencia gubernamentales que operaban en México.
Aviones F-47, B-25, B-26, AT-6, C-47 de la FAEC y Kingfisher de la Marina de Guerra, con asiento en San Antonio de los Baños6 y San Julián, ésta última próxima a la península de Guanahacabibes, sobrevolaban a diario el litoral, tanto por el norte como por el sur, buscando al yate para hundirlo. Otros dos B-25 (o B-26) y tres F-47 lo hacían desde la base de Camaguey, patrullando la ribera sur entre el golfo de Ana María y el Cabo Cruz, incluyendo el laberinto de cayos e islotes de las Doce Leguas en los que se suponía que la nave podía mimetizarse.
Los pilotos recibían del Departamento de Operaciones de Vuelo los datos elaborados por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) y reportaban a su comando la presencia de cualquier nave navegando en torno a la isla.
Selvas, manglares y ciénagas en la zona de desembarco

Uno de ellos, Enrique Carreras Rolas, veterano aviador militar que había tenido a su cargo el traslado de los prisioneros capturados el 30 de noviembre en Santiago de Cuba, hacia la Isla de Pinos7, llevó a cabo varios vuelos sobre el litoral, sin detectar nada a excepción de buques cargueros y botes pesqueros.
Los aviones de la FAEC decolaban de sus bases en patrullas de dos unidades y se dividían en el aire para desplazarse sobre ambas costas, de oeste a este, y regresar por el mismo camino. La única acción que llevaron a cabo fue al norte, cuando el piloto de un F-47 ametralló por error a una nave hondureña repleta de bananas, matando a varios tripulantes e hiriendo a otros.
Durante aquellas primeras horas en tierra cubana, los guerrilleros vieron volar sobre sus cabezas a varios aparatos, incluyendo avionetas particulares que al parecer, también los buscaban. Así lo consigna el Che en sus Pasajes de la guerra revolucionaria:

Señales desacostumbradas empezaron a ocurrir a mediodía, cuando los aviones Biber y otros tipos de avionetas del ejército y de particulares empezaron a rondar por las cercanías8.

Quien comenzaba a dar muestras de nerviosismo era Fidel, al ver que el tiempo pasaba y la naturaleza no daba señales de cambio. Recién a las cuatro horas de marcha por aquel interminable pantano, Luis Crespo Castro, uno de sus hombres, apodado el Guajiro (equivalente al gaucho en Cuba), trepó a unas matas y divisó a lo lejos una cabaña con algo de movimiento a su alrededor.
El jefe de la expedición respiró aliviado porque eso confirmaba que estaban en tierra firme y que, posiblemente, hubiese gente esperándolos. Los hombres aceleraron el paso, algunos cargando a sus compañeros, y al salir de la ciénaga, se tiraron sobre la hierba, empapados, cubiertos de barro y extenuados. Habían alcanzado la meta y el panorama se habría ante ellos. 
En determinado momento, el experimentado Luis Crespo vio al Che avanzando en último lugar, con mucha dificultad y corrió a ayudarlo. El argentino llevaba su mochila al hombro y tenía un principio de asma.

-Dame acá esa mochila para ayudarte – le dijo cuando estuvo a su lado.

-¡No!, ¡que me vas a ayudar! – respondió aquel.

-¡Dame acá, te digo! – volvió a insistir Luis.

-¡Tu madre va a ayudarme. Yo vine aquí a pelear, no a que nadie me ayude!

No había enojo en el tono de Guevara, mucho menos contra el guajiro que intentaba auxiliarlo; lo que tenía era fastidio contra sí mismo por su debilidad, irritación contra ese mal endémico que lo aquejaba desde niño y no lo dejaba en paz.
Finalmente Luis Crespo se salió con la suya y tomando la mochila del Che, se la colocó en el hombro derecho mientras con su brazo izquierdo sostuvo a su superior hasta salir del pantano.

-Mira que ya falta poco – le dijo para tranquilizarlo.

Lo que Castro y sus hombres ignoraban, era que una lancha patrullera los había detectado y acababa de dar aviso a su comando.


Pese a que habían salido del pantano y a la presencia de pobladores en la zona, Fidel aún estaba intranquilo; quería la confirmación que se hallaba en el lugar indicado y para ello mandó a Crespo a explorar en dirección a la casa.
El guajiro, que era nativo de esas tierras, partió en el acto y a poco de andar, se topó con el propietario de la chacra, Ángel Pérez Rosabal, a quien preguntó donde se encontraban. El campesino le confirmó que estaban en la península occidental de la provincia de Oriente, cerca de Niquero y agregó que el día anterior había visto movimiento cerca de las costas. Entonces Crespo decidió llevarlo ante su jefe para que le dijese en persona que estaban en tierra firme y respondiese otras preguntas9.
Según el relato del piloto Fernando Sánchez Amaya, la lancha patrullera que había descubierto al “Granma” encallado en el banco de arena, abrió fuego, esperando que desde el yate le respondiesen. No sabemos si la versión es exacta pero la aparición de un avión militar cuando la columna rebelde se hallaba en la costa los obligó a correr en busca de cobertura. Como en los agitados días de Guatemala, Ernesto volvía a estar bajo fuego.
El aparato, un B-25 piloteado por el capitán Gastón Bernal, se aproximó a baja velocidad disparando sus cuatro ametralladoras 12,7 y luego se elevó para lanzar sus bombas.
De acuerdo a la versión del piloto, los proyectiles dañaron al “Granma” pero, al parecer, eso no ocurrió.
Mientras la aeronave acribillaba la zona y arrojaba sus cargas, los expedicionarios se dispersaban en todas direcciones, intentando ocultarse en los cañaverales próximos al manglar. Detrás de aquel primer aparato llegaron otros, que también arrojaron sus bombas sobre la línea costera, sin ver en ningún momento a la columna enemiga.
Una vez que se hubieron alejado, Fidel mandó agrupar a los hombres e hizo una evaluación de lo acaecido. El recuento arrojó una cifra preocupante, faltaban ocho compañeros, uno de ellos Juan Manuel Márquez, pero como de acuerdo a los planes, la prioridad era llegar a la Sierra Maestra a la mayor brevedad posible, se dispuso iniciar el avance sin esperarlos.
Tal como dice Sánchez Amaya, “…La lección aprendida en los campos de entrenamiento en México nos la sabíamos, no hubo pánico, ni miedo, si acaso nerviosismo, pues para muchos era la primera vez que oímos fuera de la sala de un cine, roncar a los aviones, disparando bombas y metralla”10.
Notas
1 Pierre Kalfon, op. Cit., p.180.
2 Ídem, p. 181.
3 Ernesto “Che” Guevara, Pasajes de la Guerra Revolucionaria, Ocean Sur, Bogotá, 2007, p. 9.
4 La familia Bush, a la que pertenecen los dos presidentes norteamericanos George H. W y George H. Bush, era accionista de la United Fruit y un tío del primero, George Herbert Walker Jr., era director de la West Indie Sugar.
5 Julio Lobo nació en Caracas, el 30 de octubre de 1898. Tras cursar sus estudios primarios y secundarios en su país natal viajó a los Estados Unidos para graduarse de ingeniero agrónomo en la Universidad de Columbia. Radicado en Cuba cuando aún era niño (su padre emigró a ese país como administrador general de la North American Trust Company), se convirtió en uno de los mayores productores de azúcar, lo que le permitió amasar una de las fortunas más grandes de América Latina. Durante el gobierno de Batista compró el título de Barón pero en 1959 debió abandonar la isla, perseguido por la dictadura castrista (Alberto Lauro, “…y el castrismo se vistió de gala”), Diario de Cuba, 9 de abril de 2011, desde Madrid).
6 La base se hallaba ubicada a 48 kilómetros al sudoeste de La Habana.
7 Luis Baez, “Entrevista a un general, hombre de valor y modestia ilimitada”, Prensa Latina Cuba 
(http://www.prensalatina.cu/index.php?opc=mostrar_noticia&option=com_content& task=view&id= 2512731). Enrique Carreras Rolas, se pasó al bando revolucionario. Con anterioridad, había sido ascendido a capitán ayudante del jefe del Estado Mayor General, coronel Eulogio Cantillo, comandante del Cuerpo de Aviación del Ejército. Batista lo designó jefe del Escuadrón de Combate de los F-47D Thunderbolt.
8 Ernesto “Che” Guevara, op. cit., p. 10.
9 William Gálvez, “Proa a la Libertad (II). El desembarco del Granma”, Cuba Ahora, Año XI, 22 de diciembre de 2011.
10 Fernando Sánchez-Amaya, “A marcha forzada hacia la Sierra maestra”, diario “Granma” digital 
(http://www.granma.cu/granmad/secciones/50_granma-80_fidel/la_travesia3.html).

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