EL DESEMBARCO
Eran las
5.40 horas del 2 de diciembre, cuando los hombres apiñados en la bodega
del “Granma” sintieron un fuerte sacudón bajo sus pies. La nave había
tocado fondo en un banco de arena de la playa Los Cayuelos, situada a 2
kilómetros al sudoeste de Las Coloradas poniendo fin a su recorrido.
Hasta
pocas horas antes, Celia Sánchez había hecho guardia junto a varios
hombres, en espera de los expedicionarios pero se había retirado al ver
que no llegaban, llevándose los tres camiones y dos jeeps en los que
pensaba conducirlos hasta la Sierra.
El lugar
era realmente lóbrego, un sitio pantanoso y selvático, nada adecuado
para un desembarco y mucho menos, para ser descubiertos por las fuerzas
gubernamentales pues abundaban las ciénagas y manglares, con nubes de insectos revoloteando sobre la fronda y todo tipo de alimañas acechando entre el follaje.
Poco
antes de llegar, Fidel Castro había dividido su fuerza en tres pelotones
de 22 hombres cada uno y organizado un estado mayor diecinueve
miembros. El Che Guevara, era uno de sus integrantes y con el grado de
teniente, tenía a su cargo las tareas sanitarias; Raúl, era capitán, a
cargo de la retaguardia y Ñico, ostentando el mismo rango, del pelotón
del centro.
La
llegada del yate, pese a los contratiempos, había sido providencial
porque para entonces, el combustible escaseaba y los víveres se habían
agotado.
A una
orden de Raúl, los hombres salieron a cubierta y allí esperaron nuevas
indicaciones. En el horizonte, el sol comenzaba a asomar y sus primeros
rayos auguraban un día claro y despejado.
Entre
Roberto Roque, Norberto Collado y Arturo Chaumont arrojaron al agua el
bote auxiliar en el que debían transportar el armamento pesado. La
maniobra fue un tanto complicada porque en ese momento había algo de
oleaje pero nadie imaginó lo que iba a suceder.
Superada
su capacidad de carga, la pequeña barca se inclinándose levemente hacia
la derecha y se fue a pique con todo el arsenal.
Las
maldiciones y los lamentos no impidieron seguir con la operación. A una
nueva indicación de Raúl, uno a uno, los combatientes fueron saltando al
agua, rogando en su fuero interno por no hundirse en el fondo. “El primero en lanzarse es un peso ligero. El suelo resiste”1.
Le siguieron los demás, arrojándose sucesivamente al cálido mar
mientras los primeros hombres avanzaban hacia la orilla con en el agua a
la altura del pecho.
Cualquier
testigo ubicado a una distancia más o menos cercana, hubiera visto a la
extensa hilera desplazándose lentamente, con sus fusiles en alto,
intentando no resbalar ya que el agua inundaba sus borceguíes de
manufactura mexicana y los hacía extremadamente pesados.
Cuando
los integrantes de la retaguardia comenzaron a saltar, pasaron cerca dos
embarcaciones, navegando en dirección sur, la primera, una lancha de
cabotaje y el segundo un barco arenero, por lo que se hizo necesario
acelerar la maniobra para desaparecer en la fronda costera lo más
rápidamente posible.
Cuando Fidel Castro se tiró al agua, sintió que sus pies se hundían en el fondo cenagoso. “Maldición”, pensó, pero para su alivio, notó que se estabilizaba y comenzaba a moverse.
La larga
columna se movía lentamente en dirección a la ribera, cargando sus armas
y mochilas, algunos con sus fusiles en bandolera llevando cajas y
bolsas sobre sus cabezas y otros intentando simplemente mantener el
equilibrio.
Aunque
eran hombres jóvenes y vigorosos, los siete días de navegación los
habían debilitado y eso dificultaba el desplazamiento, sin embargo, el
riguroso entrenamiento pudo más y la ansiedad por salir de aquel
atolladero los impulsó a imprimir toda su energía, hasta alcanzar la
costa.
Los
últimos en abandonar la nave fueron Raúl Castro y el Che, éste último
aquejado por un principio de asma. Saltaron al agua y siguiendo al resto
de la columna, comenzaron a caminar con extrema dificultad, el
argentino llevando sobre su cabeza el botiquín y el cubano manteniendo
su fusil en alto.
Pierre relata muy bien ese momento:
Chapotear
hasta lo que consideran la costa no es nada. Lo bueno comienza con la
voluptuosa vegetación de la ciénaga, llena de manglares cuyas raíces,
hundiéndose en la marisma salobre, forman una maraña que parece hecha
adrede para impedir cualquier tipo de avance. A ello se añaden los
bosquecillos de abrojos y matorrales de afiladas hojas cuyo nombre,
cortadera, es toda una declaración de principios. Para completar el
cuadro, flotan, cubriéndolo todo, espesas nubes de mosquitos y demás
insectos cuyo zumbido y picaduras no son precisamente una invitación al
buen humor2.
A medida
que avanzaban, una duda angustiaba a Fidel. Temía haber desembarcado en
alguno de los tantos islotes del golfo de Ana María o en algún cayo de
Guacanayanabo, lo que hubiera significado el fin de la expedición, pero
estaba equivocado. Tanto él como sus hombres caminaban directamente
hacia la península de Oriente, en tierra firme, aunque no precisamente
hacia uno de sus mejores lugares.
El
comandante notó con alivio que la marea no era fuerte y que los primeros
combatientes alcanzaban el litoral. Ahora debían internarse en los
manglares y moverse sobre un terreno extremadamente difícil, cubierto
por una vegetación que se hacía más tupida a medida que se adentraban en
ella que pese a los inconvenientes que presentaba tenía su lado bueno
porque los mantenía ocultos de la aviación.
Fue una
marcha agotadora, con los expedicionarios tropezando, cayendo
constantemente, lastimándose las manos y el rostro mientras intentaban
retener sus pertenencias y espantar las nubes de mosquitos.“La peor ciénaga de la que jamás haya visto u oído hablar”, anotó Raúl en el diario de campaña.
Tardaron
más de cuatro horas en recorrer 500 metros y a ese ritmo, con el
“Granma” varado en aguas abiertas, bajo aquel cielo completamente
despejado, era factible que la aviación los descubriese.
Pese a su
asma, el Che siguió caminando, intentando superar y hasta disimular su
minusvalía. Iba cerrando la formación, esforzándose más que ninguno por
mantener el paso a través de los manglares, apartando la vegetación e
intentando ahuyentar a los insectos que revoleaban en torno a su cabeza.
Y mientras lo hacía, pensaba con preocupación en el armamento perdido
con el pequeño bote, en los suministros médicos arruinados y en las
mochilas que iban quedando en el camino.
Ya no
quedaba de nuestros equipos de guerra nada más que el fusil, la canana y
algunas balas mojadas. Nuestro arsenal médico había desaparecido,
nuestras mochilas en su gran mayoría habían quedado en los pantanos3.
Las
tierras por las que transitaban los combatientes pertenecían a Julio
Lobo, un rico productor de azúcar de la provincia de Oriente quien,
según algunas versiones, estaba al tanto del desembarco y prestó su
colaboración. Lindaban con las de la United Fruit y la West Indies Sugar
norteamericanas4, y constituían una de las tantas haciendas que el “rey del azúcar”, como se llamaba entonces al magnate5, tenía en la isla.
Desde el
mes de septiembre, la Fuerza Aérea del Ejército de Cuba (FAEC),
sobrevolaba el litoral y las posibles rutas de acceso del grupo
revolucionario, atenta después de recibir el alerta por parte de los
servicios de inteligencia gubernamentales que operaban en México.
Aviones F-47, B-25, B-26, AT-6, C-47 de la FAEC y Kingfisher de la Marina de Guerra, con asiento en San Antonio de los Baños6 y
San Julián, ésta última próxima a la península de Guanahacabibes,
sobrevolaban a diario el litoral, tanto por el norte como por el sur,
buscando al yate para hundirlo. Otros dos B-25 (o B-26) y tres F-47 lo
hacían desde la base de Camaguey, patrullando la ribera sur entre el
golfo de Ana María y el Cabo Cruz, incluyendo el laberinto de cayos e
islotes de las Doce Leguas en los que se suponía que la nave podía
mimetizarse.
Los
pilotos recibían del Departamento de Operaciones de Vuelo los datos
elaborados por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) y reportaban a
su comando la presencia de cualquier nave navegando en torno a la isla.
Selvas, manglares y ciénagas en la zona de desembarco |
Uno de ellos, Enrique Carreras Rolas, veterano aviador militar que había tenido a su cargo el traslado de los prisioneros capturados el 30 de noviembre en Santiago de Cuba, hacia la Isla de Pinos7, llevó a cabo varios vuelos sobre el litoral, sin detectar nada a excepción de buques cargueros y botes pesqueros.
Los
aviones de la FAEC decolaban de sus bases en patrullas de dos unidades y
se dividían en el aire para desplazarse sobre ambas costas, de oeste a
este, y regresar por el mismo camino. La única acción que llevaron a
cabo fue al norte, cuando el piloto de un F-47 ametralló por error a una
nave hondureña repleta de bananas, matando a varios tripulantes e
hiriendo a otros.
Durante
aquellas primeras horas en tierra cubana, los guerrilleros vieron volar
sobre sus cabezas a varios aparatos, incluyendo avionetas particulares
que al parecer, también los buscaban. Así lo consigna el Che en sus Pasajes de la guerra revolucionaria:
Señales
desacostumbradas empezaron a ocurrir a mediodía, cuando los aviones
Biber y otros tipos de avionetas del ejército y de particulares
empezaron a rondar por las cercanías8.
Quien comenzaba a dar muestras de nerviosismo era Fidel, al ver que el tiempo pasaba y
la naturaleza no daba señales de cambio. Recién a las cuatro horas de
marcha por aquel interminable pantano, Luis Crespo Castro, uno de sus
hombres, apodado el Guajiro (equivalente al gaucho en Cuba), trepó a
unas matas y divisó a lo lejos una cabaña con algo de movimiento a su
alrededor.
El jefe
de la expedición respiró aliviado porque eso confirmaba que estaban en
tierra firme y que, posiblemente, hubiese gente esperándolos. Los
hombres aceleraron el paso, algunos cargando a sus compañeros, y al
salir de la ciénaga, se tiraron sobre la hierba, empapados, cubiertos de
barro y extenuados. Habían alcanzado la meta y el panorama se habría
ante ellos.
En
determinado momento, el experimentado Luis Crespo vio al Che avanzando
en último lugar, con mucha dificultad y corrió a ayudarlo. El argentino
llevaba su mochila al hombro y tenía un principio de asma.
-Dame acá esa mochila para ayudarte – le dijo cuando estuvo a su lado.
-¡No!, ¡que me vas a ayudar! – respondió aquel.
-¡Dame acá, te digo! – volvió a insistir Luis.
-¡Tu madre va a ayudarme. Yo vine aquí a pelear, no a que nadie me ayude!
No había
enojo en el tono de Guevara, mucho menos contra el guajiro que intentaba
auxiliarlo; lo que tenía era fastidio contra sí mismo por su debilidad,
irritación contra ese mal endémico que lo aquejaba desde niño y no lo
dejaba en paz.
Finalmente
Luis Crespo se salió con la suya y tomando la mochila del Che, se la
colocó en el hombro derecho mientras con su brazo izquierdo sostuvo a su
superior hasta salir del pantano.
-Mira que ya falta poco – le dijo para tranquilizarlo.
Lo que Castro y sus hombres ignoraban, era que una lancha patrullera los había detectado y acababa de dar aviso a su comando.
Pese a
que habían salido del pantano y a la presencia de pobladores en la zona,
Fidel aún estaba intranquilo; quería la confirmación que se hallaba en
el lugar indicado y para ello mandó a Crespo a explorar en dirección a
la casa.
El guajiro, que era nativo de esas tierras, partió en el acto y a poco de andar, se topó con el propietario de la chacra, Ángel
Pérez Rosabal, a quien preguntó donde se encontraban. El campesino le
confirmó que estaban en la península occidental de la provincia de
Oriente, cerca de Niquero y agregó que el día anterior había visto
movimiento cerca de las costas. Entonces Crespo decidió llevarlo ante su
jefe para que le dijese en persona que estaban en tierra firme y
respondiese otras preguntas9.
Según el
relato del piloto Fernando Sánchez Amaya, la lancha patrullera que había
descubierto al “Granma” encallado en el banco de arena, abrió fuego,
esperando que desde el yate le respondiesen. No sabemos si la versión es
exacta pero la aparición de un avión militar cuando la columna rebelde
se hallaba en la costa los obligó a correr en busca de cobertura. Como
en los agitados días de Guatemala, Ernesto volvía a estar bajo fuego.
El
aparato, un B-25 piloteado por el capitán Gastón Bernal, se aproximó a
baja velocidad disparando sus cuatro ametralladoras 12,7 y luego se
elevó para lanzar sus bombas.
De acuerdo a la versión del piloto, los proyectiles dañaron al “Granma” pero, al parecer, eso no ocurrió.
Mientras
la aeronave acribillaba la zona y arrojaba sus cargas, los
expedicionarios se dispersaban en todas direcciones, intentando
ocultarse en los cañaverales próximos al manglar. Detrás de aquel primer
aparato llegaron otros, que también arrojaron sus bombas sobre la línea
costera, sin ver en ningún momento a la columna enemiga.
Una vez
que se hubieron alejado, Fidel mandó agrupar a los hombres e hizo una
evaluación de lo acaecido. El recuento arrojó una cifra preocupante,
faltaban ocho compañeros, uno de ellos Juan Manuel Márquez, pero como de
acuerdo a los planes, la prioridad era llegar a la Sierra Maestra a la
mayor brevedad posible, se dispuso iniciar el avance sin esperarlos.
Tal como dice Sánchez Amaya, “…La
lección aprendida en los campos de entrenamiento en México nos la
sabíamos, no hubo pánico, ni miedo, si acaso nerviosismo, pues para
muchos era la primera vez que oímos fuera de la sala de un cine, roncar a
los aviones, disparando bombas y metralla”10.
Notas
1 Pierre Kalfon, op. Cit., p.180.
2 Ídem, p. 181.
3 Ernesto “Che” Guevara, Pasajes de la Guerra Revolucionaria, Ocean Sur, Bogotá, 2007, p. 9.
4 La
familia Bush, a la que pertenecen los dos presidentes norteamericanos
George H. W y George H. Bush, era accionista de la United Fruit y un tío
del primero, George Herbert Walker Jr., era director de la West Indie Sugar.
5 Julio
Lobo nació en Caracas, el 30 de octubre de 1898. Tras cursar sus
estudios primarios y secundarios en su país natal viajó a los Estados
Unidos para graduarse de ingeniero agrónomo en la Universidad de
Columbia. Radicado en Cuba cuando aún era niño (su padre emigró a ese
país como administrador general de la North American Trust Company), se
convirtió en uno de los mayores productores de azúcar, lo que le
permitió amasar una de las fortunas más grandes de América Latina.
Durante el gobierno de Batista compró el título de Barón pero en 1959
debió abandonar la isla, perseguido por la dictadura castrista (Alberto
Lauro, “…y el castrismo se vistió de gala”), Diario de Cuba, 9 de abril
de 2011, desde Madrid).
6 La base se hallaba ubicada a 48 kilómetros al sudoeste de La Habana.
7 Luis Baez, “Entrevista a un general, hombre de valor y modestia ilimitada”, Prensa Latina Cuba
(http://www.prensalatina.cu/index.php?opc=mostrar_noticia&option=com_content&
task=view&id= 2512731). Enrique Carreras Rolas, se pasó al bando
revolucionario. Con anterioridad, había sido ascendido a capitán
ayudante del jefe del Estado Mayor General, coronel Eulogio Cantillo,
comandante del Cuerpo de Aviación del Ejército. Batista lo designó jefe
del Escuadrón de Combate de los F-47D Thunderbolt.
8 Ernesto “Che” Guevara, op. cit., p. 10.
9 William Gálvez, “Proa a la Libertad (II). El desembarco del Granma”, Cuba Ahora, Año XI, 22 de diciembre de 2011.
10 Fernando Sánchez-Amaya, “A marcha forzada hacia la Sierra maestra”, diario “Granma” digital
(http://www.granma.cu/granmad/secciones/50_granma-80_fidel/la_travesia3.html).
Publicado 31st August 2014 por Alberto N. Manfredi (h)