jueves, 4 de julio de 2019

GUATEMALA



Ernesto y Gualo García camino a Guatemala








Guatemala es un capítulo clave en la vida del Che Guevara. Si Bolivia le había parecido una experiencia interesante, el país al que acababa de llegar lo impresionó sobremanera con su revolución pacífica.

Jacobo Arbenz Guzmán era un militar de carrera, nacido en Quetzaltenango el 14 de septiembre de 1913, que hasta ese momento se había desempeñado como ministro de Defensa del gobierno de Juan José Arévalo. En las elecciones presidenciales de 1950, se impuso por una abrumadora mayoría de votos y una vez al frente del Ejecutivo, implementó una verdadera revolución social que contemplaba la Ley de Reforma Agraria, la ejecución de políticas en favor de la población indígena, obras públicas como la gran carretera al Atlántico y la Hidroeléctrica de Jurún Marinalá, además de la aplicación de garantías individualidades y constitucionales, libertad de culto, de pensamiento y una audaz apertura en materia de política exterior, tendiente a conquistar nuevos mercados, todo ello destinado a lograr la tan ansiada independencia económica.

 Esa política le granjeó las simpatías y el apoyo de obreros, campesinos, maestros y estudiantes que hizo de su tierra un refugio de exiliados de todo el continente, pero golpeó fuertemente los intereses de la United Fruit Co. norteamericana, que hasta ese momento controlaba el país y eso, a no muy largo plazo, terminaría por jugarle en contra, sobre todo después de haberle expropiado nada menos que 84.000 hectáreas de tierras.

 
A seis meses de su salida de Buenos Aires Ernesto y su nuevo compañero de ruta llegaron a la Guatemala de Arbenz y lo primero que hicieron fue buscar alojamiento en una pensión cercana al Palacio Nacional.
Ni bien pisaron aquel suelo, palparon el clima revolucionario que se vivía allí.
Ernesto en Guatemala
El gobierno de Arbenz era una verdadera afrenta para los intereses norteamericanos, sobre todo los de la United Fruit, como hemos dicho y eso a Ernesto le pareció prometedor, sin embargo, lo que más le llamó la atención fue la libertad de expresión, sobre todo en materia de prensa, que en su mayor parte bombardeaba al gobierno, acicateada por la mega corporación estadounidense y sus aliados.
Ricardo Rojo se hallaba instalado en la capital por cuenta del gobierno, en calidad de refugiado, prófugo del régimen peronista y allí le presentó a Hilda Gadea, economista peruana, militante del ala más radicalizada de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), el partido fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre, el recordado pensador y político izquierdista. La mujer, que al igual que Rojo era una exiliada política, trabajaba en una dependencia gubernamental, el Instituto de Planificación Económica, y cobraba un salario que le permitía vivir con cierta tranquilidad.
La muchacha apuntaría varios años más tarde en su diario personal:

En general, como muchos latinoamericanos, yo tenía desconfianza de todos los argentinos, primero por su suficiencia de país más desarrollado que los nuestros y luego por la propaganda de prepotentes que pesa sobre ellos en nuestro continente.

Y más adelante

Eran altos (1,76 m), Guevara muy blanco y pálido, de cabellos castaños, ojos negros grandes y expresivos, nariz corta, de facciones regulares, en conjunto muy bien parecido […] Ambos eran desenvueltos y sonrientes¸ el primero con una vos un poco ronca, muy varonil, lo que no se esperaba por su aparente fragilidad; sus movimientos eran ágiles y rápidos, pero dando la sensación de estar siempre muy calmados, noté que tenía una mirada inteligente y observadora y sus comentarios eran muy agudos […]. Me contaron que eran médico y abogado respectivamente. Nadie lo hubiera creído, pues su aspecto era de estudiantes, pero al conversar con ellos se notaban que eran culto1.

Hilda no era una beldad, sino todo lo contrario. Fea, retacona, es decir, de baja estatura y regordeta, destacaban notablemente sus rasgos chinos e indígenas, pero era inteligente y dueña de una personalidad interesante, que enseguida llamó la atención del joven médico argentino.
No pasó mucho tiempo para que la peruana les presentase a sus amigos, casi todos refugiados políticos comunistas y socialistas y hasta  militantes del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), según Kalfon, el más pequeño pero el mejor organizado de los seis de extracción revolucionaria que apoyan a Arbenz.
Ernesto se sintió a gusto con ese grupo y congenió de manera inmediata. A través de Hilda y de Herbert Zeissig, militante comunista, comenzó a gestionar ante Ministerio de Sanidad un puesto de trabajo en la región norteña de El Petén, cerca de ruinas mayas que tenía programado visitar, con la idea de obtener algún ingreso para quedarse en el país. El trámite no era sencillo y para agilizarlo, Hilda le comentó que lo más conveniente era afiliarse al PGT, pero Ernesto, sumamente airado, se negó rotundamente a hacerlo. “El día que decida adherirme a un partido, lo haré por con convicción, no por obligación”2.
Entre los amigos que Hilda le presentó en esos días se encontraba la familia Torres, comunistas de Nicaragua, cuya hija Myrna, era compañera de trabajo de aquella en el Instituto. Su padre Edelberto, era a su vez un distinguido profesor universitario, prófugo de Somoza, que se había ganado el respeto del grupo de exiliados y su hermano Edelberto (h), se desempeñaba en esos momentos como secretario general de la Juventud Democrática (comunista) y acababa de regresar de China.
Jacobo Arbenz
Presidente de Guatemala
Ernesto congenió con ellos y disfrutó mucho sus charlas e intercambios de opiniones. Por su parte, Edelberto Torres quedó impresionado con él y enseguida se convirtió en su confidente.
Otra persona que conoció por esa época fue Elena Leiva de Holst, exiliada hondureña y dirigente de la Alianza de Mujeres, que había visitado Rusia y China y contaba con un bagaje de vivencias notables.
En aquellos encuentros, que solían darse en diferentes domicilios, Rojo y Ernesto discutían acaloradamente, sobre todo cuando el primero comenzaba a argumentar con pasmosa seguridad que el mejor camino para una revolución era la vía electoral. Ernesto no estaba de acuerdo y lo hacía notar con vehemencia. Era evidente que se inclinaba por la violencia y al argumentar, calificaba al APRA, a la Alianza Democrática de Venezuela y al MNR boliviano, poco menos que de traidores.
En cierta oportunidad, cuando la tensión llegó a un punto extremo con Rojo, Hilda intentó interceder para calmar los ánimos pero el joven médico estalló abruptamente ordenándole hacer silencio: “¡No quiero que nadie me calme!”, le gritó fuera de sí, pero al poco tiempo, después de entrar en razón, se llevó a la peruana a un costado y le pidió perdón. “Es que el gordo este me saca que quicio”, le dijo algo más sereno.
Pese a que todo aquel grupo de bohemios expatriados le agradaba, las personas con las que más congenió Ernesto y que, en cierto modo, despertaron su admiración, fueron los cubanos, todos ellos veteranos del ataque al cuartel Moncada, el 26 de julio del año anterior.
Al joven médico argentino esos combatientes lo deslumbraban y acaparaban toda su atención, en especial, cuando se ponían a relatar sus vivencias.
Los había conocido en casa de los Torres, el 27 de diciembre de 1953 (una semana después de su llegada al país) y en esa oportunidad Hilda hizo, una vez más, de presentadora.
Se trataba de seis individuos, uno de ellos Antonio López, apodado Ñico, el mismo que conducía el auto de Raúl Castro durante el asalto y confundió el camino, provocando con ello la confusión que desbarató la intentona. Eran jóvenes apasionados animados por un fuego interior que, según Kalfon, sabían transmitir bien y hacían que Ernesto se sintiera pequeño frente a ellos, pues los veía como a verdaderos veteranos, los únicos con experiencia revolucionaria, tal como él la entendía.
A medida que iban pasando los días, la situación política en Guatemala se enrarecía.
En1954, la United Fruit desencadenó una violenta arremetida contra el gobierno, comprando a casi todos los órganos de prensa y a través de ellos, tildó a Arbenz de vendido al comunismo, de corrupto y de colaborar con la penetración marxista en la región. Como ha ocurrido siempre, los dóciles gobiernos latinoamericanos se sumaron a su campaña como marionetas.
En Caracas, donde gobernaba el general Marcos Pérez Jiménez, se reunió la OEA, para abordar el problema guatemalteco. En aquella ocasión, los estados miembros, rubricaron una proclama, patrocinada por Estados Unidos, en la que dejaron en claro que cualquier actividad comunista en Latinoamérica iba a ser consideraba como una intervención directa en los asuntos internos del continente, algo así como un antecedente del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) que Washington implementará contra Cuba en los años sesenta. Eso llevó al gobierno de Arbenz a una cuasi ruptura con sus pares y a quedar completamente aislado del mundo y eso llevó a Ernesto, por primera vez en su vida, a jugarse por una causa, tomando partido por el gobierno guatemalteco, en especial, por el comunista PGT. Para ello estrechó vínculos con intelectuales, sindicalistas y militantes, al tiempo que insistía con ir a El Petén, no solo para trabajar, sino para militar desde ahí, pero tampoco en esa ocasión logró el permiso porque para rubricar su titulo se le exigía cursar un año en la Universidad de Guatemala, cosa que no tenía pensado hacer, bajo ningún punto de vista. El futuro Che calificaría a esa actitud de sectaria y reaccionaria.
Comenzó entonces a vender por las calles una imagen enmarcada e iluminada del Cristo Negro de Esquipulas, pródigo en milagros y concesiones, que el propio Ñico fabricaba. Poco después, Hilda le presentó al marxista norteamericano Harold White, antiguo profesor de historia de la Universidad de Utha, a quien prometió enseñarle español por un peso diario y casi al mismo tiempo se puso a traducir uno de sus libros.
Junto a Ñico y el resto de los cubanos, recorrió varias localidades y pueblos del interior, vendiendo baratijas. En las montañas de Quiché trataron de cerca con los indios y eso les permitió admirar sus telares y trazar un primer bosquejo de su verdadera situación. En Semana Santa, pudo contemplar junto a Hilda y Harold, entre fascinado y espantado, una procesión de encapuchados que portaban cirios mientras conducían una imagen de Nuestro Señor.
A fines de febrero, Gualo regresó a Buenos Aires para contraer matrimonio y Rojo partió a los EE.UU. En abril fue Myrna la que dejó el país con destino a Canadá y coincidiendo con esa partida, el grupo de cubanos decidió emigrar a México, para reunirse con el grueso de sus compatriotas exiliados. Fue un golpe duro para Ernesto que congeniaba de maravillas con ellos.
Para su fortuna, ese mismo mes consiguió trabajo como médico interno en un centro docente y en el laboratorio de un facultativo venezolano de apellido Peñalver, experto en malaria, pero eso no logró amortiguar su sensación de soledad3. Para mitigarla, comenzó a escribir un ambicioso manual para médicos en zonas de revolución y a programar una visita a las ruinas mayas de Tikal, algo que venía posponiendo desde su llegada al país. Para hacerlo, necesitaba renovar su visa de turista y en vista de ello, cruzó la frontera de El Salvador, viaje que aprovechó para visitar otras ruinas y seguir hacia Honduras, decidido a conocer un país que había pasado de largo, casi sin detenerse.
Paladeaba su visita a las ruinas mayas de Copán cuando en la embajada hondureña, viendo que procedía de Guatemala, le negaron el permiso.
Sin saber qué hacer, se encaminó a la costa del Pacífico y a poco de llegar, fue detenido unas horas por haberse vinculado con un grupo de vagos que vegetaba en cercanías de la playa.
Finalmente, consiguió su nueva visa guatemalteca en la ciudad de Santa Ana y de allí pasó a Chalchuapa, deseoso de visitar la pirámide de Tazumal.
Durante su regreso, casi sin un centavo en el bolsillo, conoció Jalapa y El Progreso, escalas previas al centro arqueológico de Quirigua, célebre por sus jeroglíficos y tallas rupestres. De ahí continuó hasta la costa atlántica, más precisamente a Puerto Barrios y a poco de llegar se conchabó como estibador, necesitado como estaba de ganar algo de dinero. Trabajó hasta doce horas diarias y eso lo dejó exhausto aunque satisfecho por ver que el cuerpo le respondía.
De vuelta en la ciudad de Guatemala, el joven trotamundos acudió nuevamente a Hilda, a quien consideraba su única amiga y tras un fugaz viaje a San Juan Sacatepéquez, donde pasaron un tiempo solos, comenzó a incrementar su aprecio por ella, al ver que se trataba de una verdadera militante.
Los dos dialogaban mucho. Hablaban de Sartre, de Freud, de Jung y de Adler. A veces se les unía Harold White y abordan la situación imperante en el país que los acogía, debatían sobre la Unión Soviética, la situación en la Indochina francesa e incluso teorizaban sobre la Bomba H que EE.UU. había detonado en el atolón de Bikini.
Arbenz y su esposa en un acto oficial

Se dice que por entonces, Hilda le prestó La Nueva China, obra cumbre de de Mao Tsé Tung y le regaló poemas del peruano César Vallejo y el español León Felipe, escritor republicano refugiado en México. Por otra parte, sin mucho que hacer, Ernesto se interesó por la obra de Miguel Ángel Asturias y el Popol-Vuh, el gran libro de los mayas y en sus conversaciones, intercambió con sus amigos impresiones sobre la literatura de Borges, Marechal, Neruda, Alfonsina Storni y José Hernández. En una oportunidad, Hilda y él asistieron juntos a un acto en homenaje a Sandino, al que se presentó enfundado en un traje de franela gris, lo que llamó poderosamente la atención e la peruanja, que no estaba acostumbrada a verlo así.
Jon Lee Anderson nos habla de algo que otros autores han soslayado. En aquellos días Ernesto conoció a una joven enfermera guatemalteca, Julia Mejías, que como tantas mujeres a lo largo del camino, también sucumbió a sus encantos y se convirtió en otra de sus ocasionales amantes.
Julia, bastante más bonita que Hilda (no había que hacer mucho esfuerzo para serlo), le gestionó a Ernesto un nuevo pedido para trabajar en El Petén, le pagó la pensión y se lo llevó a vivir con él a una casa de fin de semana que alquiló junto al lago Amatitlán, donde tuvieron lugar apasionadas sesiones de sexo. Hilda, que ignoraba todo, le entregó algunas de sus joyas para que hiciese dinero con ellas y también le tramitó una solicitud para trabajar como asistente de médico, aunque por otras vías. Sorpresivamente, a mediados de marzo Ernesto le propondría matrimonio pero ella le respondería que necesitaba tiempo para pensarlo porque no estaba preparada para esa vida (le tomaría un año decidirse).


Tal como dice Kalfon, después que el gobierno guatemalteco le expropiara 84.000 hectáreas a la United Fruit, EE.UU. estaba dispuesto a pasar a la acción.
Por esos días (mediados de 1954), los cablegramas del embajador John Peurifoy al Departamento de Estado eran constantes y las respuestas de su gobierno inmediatas. De esa manera, la CIA comenzó a organizar un golpe de Estado a cuyo frente estaría el coronel Carlos Castillo Armas, un obscuro militar que había recibido entrenamiento en la base militar de Fort Leavenworth, en el estado de Kansas, y se encontraba prófugo en Honduras desde su fuga en 1951, después que el presidente Arbenz lo destituyera de su cargo al frente de la Escuela Politécnica, acusándolo de desestabilizador y subversivo.
En el vecino país, Castillo Armas preparaba un ejército mercenario, armado y asesorado por los Estados Unidos, conformado por exiliados guatemaltecos y aventureros hondureños, nicaragüenses, colombianos, cubanos y salvadoreños, que contaría con el apoyo de pilotos y tripulaciones norteamericanos que solo esperaban las órdenes de su comando para entrar en acción.
En la OEA predominaba un clima de gran expectación, sobre todo cuando Arbenz, en vista de la inminente agresión, buscó el apoyo de los comunistas, dentro y fuera de su país.
Entre abril y mayo, Ernesto escribió un artículo en el que apoyaba decididamente al presidente Arbenz y se inscribió en los equipos de socorro médico dispuesto a prestar su concurso en caso de estallar una guerra. Esta vez sí lo aceptaron pero pese a que lo destinaron a una de aquellas unidades, el abrupto desenlace de los hechos evitó su entrada en acción. También conformó un cuerpo especial integrado mayoritariamente por comunistas y socialistas, cuya misión era apagar incendios y otro organizado por las brigadas juveniles de la comunista Alianza Democrática, para patrullar las calles durante los apagones nocturnos. Había que evitar que encendieran las luces y de ese modo,  convertirse en blanco de los aviones atacantes.
Mientras tanto, Arbenz intentaba obtener armas en el exterior. Sus agentes tuvieron éxito y en el mes de junio, un importante cargamento de origen checoslovaco llegó a Puerto Barrios a bordo del carguero sueco “Alfhen”.
La nave había zarpado el 17 de abril del puerto polaco de Szczecin, con destino a Dakar, intentando despistar a la inteligencia norteamericana. El 18 hizo escala en Copenhague y en pleno Atlántico cambió el rumbo, poniendo proa a Curazao.
El 7 de mayo volvió a cambiar su curso, aparentemente con destino a Puerto Cortez, en Honduras y el 14 viró hacia el oeste y de esa manera, alcanzó el litoral guatemalteco, evitando la intercepción de las naves estadounidenses que operaban en las inmediaciones4.
Coronel Carlos Castillo Armas
La descarga del material, comenzó al día siguiente. Cajas de madera con minas anti tanques, fusiles Mausser, ametralladoras MG-34, morteros calibre 80 mm, subametralladoras Smeisser con sus respectivas municiones y granadas de mano de fabricación alemana, capturadas por los rusos durante su avance sobre Berlín durante la Segunda Guerra Mundial, fueron trasbordadas a los vagones de un tren que aguardaba allí, para su traslado a la capital, donde debían ser entregadas a las brigadas populares que el gobierno había organizado a las apuradas, desoyendo las demandas del ejército, que se oponía a ello. 
Ese mismo día el director de la CIA, Allen Dulles, llamó a reunión urgente al Consejo Nacional de Seguridad, para tratar el asunto y mantener informado al presidente Eisenhower. El 17 de mayo, el Departamento de Estado lanzó un comunicado denunciando el envío de armas a Guatemala por parte de la Unión Soviética y declaró que Moscú trabajaba para consolidar una dictadura comunista en América Central. Según Washington, el cargamento superaba ampliamente las necesidades militares del pequeño país y eso era una clara evidencia de que Arbenz se preparaba para invadir a sus vecinos e incluso, capturar el Canal de Panamá, un absurdo sin asidero que nadie creyó, ni siquiera los representantes más recalcitrantes del Congreso.
Pocos días después, Dulles firmó con los gobiernos de Nicaragua y Honduras un  tratado de seguridad recíproca que dejaba las manos libres al gran coloso del norte para “defender” a esas naciones en caso de agresión. Al mismo tiempo, se lanzó desde Tegucigalpa la absurda acusación de que Arbenz fomentaba la huelga general y se dospònía a concentrar tropas cerca de la frontera.
Para entonces, las presiones de EE.UU. eran casi acciones de guerra:

El Plan SBSucess, urdido por la CIA y el gobierno de Eisenhower,  tenía contemplado más que todo acciones de tipo sicológico, que iban desde transmisiones de radio, rumores, incursiones aéreas de avionetas civiles que tiraban volantes, a vuelos de aviones de guerra como los  C-47 artillados y  cazabombarderos P-47, usados en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, que atacaban  objetivos militares en la Ciudad de Guatemala y en el interior del país. Guatemala, no tenía medios para contrarrestar esas acciones pues carecía de artillería antiaérea. El pueblo guatemalteco bautizó a esos aviones con el nombre de “sulfatos”, en referencia al sulfato de soda y a la reacción intestinal que sufre quien bebe ese brebaje5.

A mediados de mayo, dos transportes norteamericanos aterrizaron en el aeropuerto militar de Tegucigalpa llevando en sus bodegas armas para el “Ejército de Liberación”; el 20 de ese mes, saboteadores de la CIA volaron las vías ferroviarias que comunicaban Puerto Barrios con la capital, para impedir que las armas recientemente desembarcadas llegasen a destino y ese mismo día se cursaron telegramas a las embajadas estadounidenses de los países centroamericanos, advirtiéndo sobre la inminencia d elas acciones.
Como los daños fueron escasos, los agentes norteamericanos abrieron fuego sobre el primer convoy que salía hacioa la capital, matando a un soldado e hiriendo a varios más, aunque no lograron evitar que el tren llegase a destino y las armas fuesen repartidas. Mientras eso sucedía en tierra, en aguas del Caribe buques de guerra estadounidenses interceptaban a todo barco que les resultaba sospechoso.
La Operación Éxito estaba en marcha. Su máximo operador, el agente Howard Hunt (el mismo del caso Watergate), organizó un Congreso en México, destinado a advertir sobre la penetración soviética en la región y al mismo tiempo, mantener la atención focalizada en Guatemala; el 2 de junio se frustró un  atentado contra Arbenz y tres días después, un alto oficial retirado de la aviación se pasó al bando rebelde y emitió un comunicado a través de “La Voz de la Liberación”, la emisora clandestina que la CIA había montado en plena jungla guatemalteca, dirigida por David Atlee Phillips, otro agente de la central de inteligencia. Arbenz respondió el día 6, suspendiendo las garantías constitucionales por espacio de un mes y advirtió a la población sobre la inminente invasión al territorio nacional.


La noche del 16 al 17 de junio, el ejército de Castillo Armas, integrado por 150 efectivos  (Anderson eleva esa cifra a 400), cruzó la frontera hondureña e invadió Guatemala, atacando el puesto militar de El Florido, que defendían un oficial y diez soldados. En su avance hacia Chiquimula, la fuerza agresora se topó con focos de resistencia en Gualán (departamento de Zacapa) e Ipala que si bien no lograron contener su marcha, al menos la demoraron.
Desde esos puntos, Castillo Armas se dirigió a Esquipulas, donde designó al Cristo Negro “Capitán General del Ejército de Liberación Nacional” y desde allí continuó a Chiquimula, que capturó sin resistencia, salvo algunas escaramuzas que se registraron a su llegada.
Tras acordar la rendición de la guarnición defensora, las fuerzas rebeldes se dirigieron al edificio del ayuntamiento y una vez allí, izaron la bandera con la cruz y la espada, distintivo de la legión. Para entonces, se le habían incorporado más de mil voluntarios que fueron decisivos a la hora de presionar para obtener la capitulación de la ciudad.
Mientras eso sucedía, aviones sin insignias, tripulados por militares norteamericanos, bombardeaban varias poblaciones, obligando a sus moradores a emigrar hacia las montañas. No hubo reacción por parte de la Fuerza Aérea guatemalteca porque la misma era prácticamente inexistente y por esa razón, los aparatos invasores operaron a sus anchas.
El periodista del diario “Le Monde”, Marcel Niedergang, presente en esos días para cubrir esos acontecimientos escribió: “El sabotaje de las operaciones por parte de algunos oficiales y la cobardía de algunos líderes sindicales dejó a las primeras tropas de la población armada sin abastecimientos durante 24 horas. Los aviones de Castillo Armas hicieron el mismo efecto sobre los apacibles indios de Guatemala que los caballos de Cortés y Alvarado, en el siglo XVI, sobre sus antepasados mayas”6
En la capital, mientras tanto, Arbenz designó a los comandantes de su Estado Mayor nombrando como su representante a Leonardo Castillo Flores, Secretario General de la Confederación Nacional Campesina y al mayor Alfonso Martínez Estévez como su segundo, decisión que molestó a los militares de mayor rango y decepcionó un tanto a Ernesto que esperaba verlo tomar las riendas de la represión y dirigirse personalmente al frente de batalla para rechazar al enemigo.
Invasión de Castillo Armas
Ninguno de aquellos dos funcionarios logró hacer llegar el armamento a obreros y campesinos y eso fue la causa del colapso y de que el país no se viera inmerso en una guerra civil. Por otra parte, hubo oficiales que se reunieron a puertas cerradas con el presidente, para proponerle encabezar la represión y acabar con la invasión, pero bajo la condición de que tomase inmediata distancia de los comunistas, pero esa exigencia echó todo a perder.
En vista de la situación, Arbenz envió al Teatro de Operaciones al coronel Anselmo Getellá, con la orden de efectuar un reconocimiento sobre el terreno y sondear el ánimo de los oficiales. Las palabras que el enviado le hizo llegar desde Zacapa fueron más que elocuentes: “…con perdón de las expresiones, todos los jefes y oficiales de allá con los que hablé dijeron que ya es hora de que usted se vaya a la mierda”7.
Arbenz no tuvo la suficiente presencia de ánimo como para hacer las remociones necesarias en la cúpula del Ejército e incluso aplicar el código militar y eso acabó por costarle el gobierno. El 25 de junio lanzó una arenga radial que fue menospreciada por Castillo Armas y de esa manera, apresuró la entrega de un ultimátum por parte del embajador norteamericano.


Ernesto disfrutó aquello como la mejor de sus aventuras. Anderson comenta que cuando se produjeron los ataques aéreos sobre la capital, experimentó por primera vez la sensación de estar bajo fuego. A su madre le escribió diciéndole que se sentía un tanto avergonzado de divertirse como un mono y que le daba placer aquella mágica sensación de invulnerabilidad que experimentaba al ver a la gente correr por las calles.

Hasta los más leves tienen su grandeza. Vi a uno apuntar contra un blanco relativamente cerca de donde estaba yo y se veía el avión crecer por momentos mientras desde las alas brotaban lenguas intermitentes de fuego y se escuchaba el ruido de la ametralladora y de las metralletas livianas que le devolvían el fuego. De repente se quedó suspendido en el aire, horizontal, y entonces entró en picada y uno sentía la tierra estremecerse por la bomba8.

Pese a contar con el apoyo de la Central de Inteligencia norteamericana, las primeras acciones parecieron desfavorables para las fuerzas de Castillo Armas. Su ejército había logrado ciertos éxitos con la posterior toma de Esquipulas, pero en otros sectores, sus divisiones fueron detenidas, sin lograr capturar Puerto Barrios y Zacapa. A ello debemos agregar que los aviadores de la CIA no fueron lo suficientemente certeros a la hora de alcanzar los blancos e incluso varios de ellos terminaron rechazados por las baterías antiaéreas y eso fue lo que demoró las cosas.
En Puerto Barrios, los guatemaltecos habían capturado al carguero hondureño “Siesta de Trujillo”, en momentos en que se aprestaba a descargar armas y pertrechos para los rebeldes pero la destrucción de los puentes ferroviarios por la aviación enemiga en Zacapa, York y Cristina, evitó que las mismas llegasen a manos de la stropas gubernamentales. Lo peor fue cuando aviones nicaragüenses enviados por Somoza atacaron y hundieron un buque mercante inglés que cargaba algodón en el puerto de San José, sobre las costas del Pacífico9. Pese a las protestas presentadas por el representante británico, el avance de las fuerzas invasoras continuó.
En su loco frenesí, apresurados por acabar con el gobierno guatemalteco, poco les importó a los norteamericanos aquel suceso y hasta llegaron a amenazar al mismísimo Winston Churchill durante su visita a Washington, cuando Eisenhower y Dulles le dijeron, sin demasiado protocolo, que en caso de no apoyar su política con respecto a la pequeña nación centroamericana, no debía esperar su ayuda para afrontar las crisis de Chipre y Suez (algo que también hicieron saber a De Gaulle, enfrascado en la cuestión de Indochina)10.
El 20 de junio Ernesto le envió a su madre una extensa carta en la que le relataba todo lo sucedido hasta entonces.

Querida vieja:
Esta carta te llegará un poco después de tu cumpleaños, que tal vez pases un poco intranquila con respecto a mí. Te diré que si por el momento no hay nada que temer, no se puede decir lo mismo del futuro, aunque personalmente yo tengo la sensación de ser inviolable (inviolable no es la palabra pero tal vez el subconsciente me jugó una mala pasada). La situación someramente pintada es así: hace unos 5 ó 6 días voló por primera vez sobre Guatemala un avión pirata proveniente de Honduras, pero sin hacer nada.
Al día siguiente y en los días sucesivos bombardearon diversas instalaciones militares del territorio y hace dos días un avión ametralló los barrios bajos de la ciudad matando una chica de dos años. El incidente ha servido para aunar a todos los guatemaltecos debajo de su gobierno y a todos los que, como yo, vinieron atraídos por Guatemala.
Simultáneamente con esto, tropas mercenarias, acaudilladas por un ex coronel del ejército, destituido por traición hace tiempo, salieron de Tegucigalpa, la capital de Honduras, de donde fueron transportadas hasta la frontera y ya se han internado bastante en territorio guatemalteco. El gobierno, procediendo con gran cautela para evitar que Estados Unidos declarara agresora a Guatemala, se ha limitado a protestar ante Tegucigalpa y enviar el total de los antecedentes al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, dejando entrar las fuerzas atacantes lo suficiente para que no hubiera lugar a los pretendidos incidentes fronterizos. El coronel Arbenz es un tipo de agallas, sin lugar a dudas, y está dispuesto a morir en su puesto si es necesario. Su discurso último no hizo más que reafirmar esto que todos sabíamos y traer tranquilidad. El peligro no está en el total de tropas que han entrado actualmente al territorio pues esto es ínfimo, ni en los aviones que no hacen más que bombardear casas de civiles y ametrallar algunos; el peligro está en cómo manejen los gringos (aquí los yanquis) a sus nenitos de las Naciones Unidas, ya que una declaración, aunque no sea más que vaga, ayudaría mucho a los atacantes. Los yanquis han dejado definitivamente la careta de buenos que les había puesto Roosevelt y están haciendo
tropelías y media por estos lados. Si las cosas llegan al extremo de tener que pelear contra aviones y tropas modernas que mande la frutera o los EE.UU., se peleará. El espíritu del pueblo es muy bueno y los ataques tan desvergonzados sumados a las mentiras de la prensa internacional han aunado a todos los indiferentes con el gobierno, y hay un verdadero clima de pelea. Yo ya estoy apuntado para hacer servicio de socorro médico de urgencia y me apunté en las brigadas juveniles para recibir instrucción militar e ir a lo que sea. No creo que llegue el agua al río, pero eso se verá después de la reunión del Consejo de Seguridad que creo se hará mañana. De todos modos al llegar esta carta ya sabrán a qué atenerse en este punto.
Por lo demás no hay mayores novedades. Como estos días la Embajada Argentina no funcionó, no he tenido noticias frescas después de una carta de Beatriz y otra tuya la semana pasada.
El puesto en Sanidad dicen que me lo van a dar de un momento a otro, pero también estuvieron las oficinas muy ocupadas con todos los líos de modo que me pareció un poco imprudente ir a jeringar con el puestito cuando están con cosas mucho más importantes.
Bueno, vieja, que lo hayas cumplido lo más feliz posible después de este accidentado año, en cuanto pueda mando noticias.
Chau11.
Al mismo tiempo, en su diario de viaje apuntó lo siguiente:

Hace días, aviones procedentes de Honduras cruzaron las fronteras con Guatemala y pasaron sobre la ciudad, en plena luz del día ametrallando gente y objetivos militares. Yo me inscribí en las brigadas de sanidad para colaborar en la parte médica y en brigadas juveniles que patrullan las calles de noche. El curso de los acontecimientos fue el siguiente; luego de pasar estos aviones, tropas al mando del coronel Castillo Armas, emigrado guatemalteco en Honduras cruzaron las fronteras avanzando sobre la ciudad de Chiquimula. El gobierno guatemalteco, que ya había protestado ante Honduras, los dejó entrar sin ofrecer resistencia y presentó el caso a las Naciones Unidas.
Colombia y Brasil, dóciles instrumentos yanquis, presentaron un proyecto de pasar el caso a la OEA que la URSS rechazó pronunciándose por la orden de alto al fuego. Los invasores fallaron en su intento de levantar las masas con armas que tiraban desde aviones, pero capturaron la población bananera y cortaron el ferrocarril de Puerto Barrios.
El propósito de los mercenarios era claro, tomar Puerto Barrios y de allí recibir toda clases de armas y las tropas mercenarias que le llegaran. Esto se vio claro cuando la goleta "Siesta de Trujillo" fue capturada al tratar de desembarcar armas en dicho puerto. El ataque final fracasó pero en las poblaciones mediterráneas los asaltantes cometieron actos de verdadera barbarie asesinando a los miembros del SETUFCO (Sindicato de Empleados y Trabajadores de la UFCO) en el cementerio donde se le arrojaba una granada de mano en el pecho.
Los invasores creían que a una voz de ellos todo el pueblo se iba a largar en su seguimiento y por ello lanzaban armas por paracaídas, pero este se agrupó inmediatamente a las órdenes de Arbenz. Mientras las tropas invasoras eran bloqueadas y derrotadas en todos los frentes hasta empujarlas más allá de Chiquimula, cerca de la frontera hondureña, los aviones continuaban ametrallando los frentes y las ciudades, siempre provenientes de bases hondureñas y nicaragüenses. Chiquimula fue bombardeada fuertemente y sobre Guatemala cayeron bombas que hirieron a varias personas y mataron a una chiquita de 3 años.
Mi vida transcurrió de esta forma: primero me presenté a las brigadas juveniles de la alianza donde estuvimos varios días concentrados hasta que el ministro de Salud Pública me mandó a la casa de salud del maestro donde estoy acantonado. Me presenté como voluntario para ir al frente pero no me han dado ni cinco bolas. Hoy Sábado 26 de junio, llegó el ministro, mientras yo me había ido a ver a Hilda; me dio mucha bronca porque pensaba pedirle que me mandara al frente (...)12.

Viendo que sus altos oficiales comenzaban a desertar, la noche del 27 de junio de 1954 Arbenz presentó su renuncia y buscó refugio en la embajada de México, dejando provisoriamente el gobierno en manos del comandante en jefe de las fuerzas armadas, coronel Carlos Enrique Díaz de León. Se hallaba extenuado por las presiones y la situación de abandono lo había desbordado.
Tropas de Castillo Armas

La decisión fue transmitida por cadena nacional y corrió como reguero de pólvora hasta la misma Washington, así como la entrega del mando a Catillo Armas al día siguiente. Arbenz había violado la constitución al dejar el mando en manos de un militar y no en las del presidente del Congreso de la Nación, el mayor Marco Antonio Franco Chacón, pero presionado por la situación, no encontró otra salida.
Documentos desclasificados por la CIA dan cuenta que aquel ajetreado 27 de junio, los coroneles Carlos Enrique Díaz, José Ángel Sánchez y Elfego H. Monzón, se hicieron presentes en la embajada norteamericana para asegurar a su titular que ese mismo día Arbenz presentaría su dimisión. Díaz aseguró que él en persona se haría cargo del gobierno y que expulsaría y detendría a todos aquellos sindicados de comunistas. Peurifoy estuvo de acuerdo siempre y cuando Arbenz presentara su dimisión esa misma noche e inmediatamente después, pasó la novedad a sus superiores en Washington.
Al día siguiente, el coronel Díaz volvió a presentarse en la legación, ahora en calidad de presidente provisorio, para pedirle al embajador estadounidense el cese del fuego y el retiro de la fuerza invasora, pero para su sorpresa, aquel se negó argumentando que quien debía hacerse cargo del país era Castillo Armas y solo con él estaba dispuesto a dialogar13.
Ernesto fue testigo directo de todo aquello y la salida de quien hasta entonces era la encarnación del político revolucionario, dejó su moral por el suelo.
El 20 de junio se había mostrado optimista pero desmoralizado y abatido, el 4 de julio le envió a su madre un crudo relato de los hechos.

Vieja:
Todo ha pasado como un sueño lindo que uno no se empeña luego en seguir despierto. La realidad está tocando muchas puertas y ya comienzan a sonar las descargas que premian la adhesión más encendida al antiguo régimen. La traición sigue siendo patrimonio del ejército, y una vez más se prueba el aforismo que indica la liquidación del ejército como el verdadero principio de la democracia (si el aforismo no existe, lo creo yo). [...]
La verdad cruda es que Arbenz no supo estar a la altura de las circunstancias.
Así se produjo todo:
Después de iniciar la agresión desde Honduras y sin previa declaración de guerra ni nada por el estilo (todavía protestando por supuestas violaciones de fronteras) los aviones vinieron a bombardear la ciudad. Estábamos completamente indefensos, ya que no había aviones, ni artillería antiaérea, ni refugios. Hubo algunos muertos, pocos. El pánico, sin embargo, entró en el pueblo y sobre todo en «el valiente y leal ejército de Guatemala». Una misión militar norteamericana entrevistó al presidente y le amenazó con bombardear en forma a Guatemala y reducirla a ruinas, y la declaración de guerra de Honduras y Nicaragua que Estados Unidos haría suya por existir pactos de ayuda mutua. Los militares se cagaron hasta las patas y pusieron un ultimátum a Arbenz.
Este no pensó en que la ciudad estaba llena de reaccionarios y que las casas que se perdieran serían las de ellos y no del pueblo, que no tiene nada y que era el que defendía al gobierno. No pensó que un pueblo en armas es un poder invencible a pesar del ejemplo de Corea e Indochina. Pudo haber dado armas al pueblo y no quiso, y el resultado es este.
Yo ya tenía mi puestito pero lo perdí inmediatamente, de modo que estoy como al principio, pero sin deudas, porque decidí cancelarlas por razones de fuerza mayor. Vivo cómodamente en razón de algún buen amigo que devolvió favores y no necesito nada. De mi vida futura nada sé, salvo que es probable que vaya a México. Con un poco de vergüenza te comunico que me divertí como mono durante estos días. Esa sensación mágica de invulnerabilidad que te decía en otra carta me hacía relamer de gusto cuando veía la gente correr como loca apenas venían los aviones o, en la noche, cuando en los apagones se llenaba la ciudad de balazos. De paso te diré que los bombarderos livianos tienen su imponencia. Vi a uno largarse sobre un blanco relativamente cercano a donde yo estaba y se veía el aparato que se agrandaba por momentos mientras de las alas le salían con intermitencias lengüitas de fuego y sonaba el ruido de su metralla y de las ametralladoras livianas con que le tiraban. De pronto quedaba un momento suspendido en el aire, horizontal, y enseguida daba un pique velocísimo y se sentía el retumbar de la tierra por la bomba. Ahora pasó todo eso y sólo se oyen los cohetes de los reaccionarios que salen de la tierra como hormigas a festejar el triunfo y tratar de linchar comunistas como llaman ellos a todos los del gobierno anterior. Las embajadas están llenas hasta el tope, y la nuestra junto con la de México son las peores. Se hace mucho deporte con todo esto pero es evidente que a los pocos gordos se la iban a dar con queso.
Si querés tener una idea de la orientación de este gobierno, te daré un par de datos: uno de los primeros pueblos que tomaron los invasores fue una propiedad de la frutera donde los empleados estaban en huelga. Al llegar declararon inmediatamente acabada la huelga, llevaron a los líderes al cementerio y los mataron arrojándoles granadas en el pecho. Una noche salió de la catedral una luz de bengala cuando la ciudad estaba a oscuras y el avión volando. La primera acción de gracias la dio el obispo; la segunda, Foster Dulles, que es abogado de la frutera. Hoy, 4 de julio, hay una solemne misa con todo el aparato escénico, y todos los diarios felicitan al gobierno de Estados Unidos por su fecha en términos estrambóticos.
Vieja, veré cómo te mando estas cartas, porque si las mando por correo me cortan los nervios (el presidente dijo -creer es cuestión tuya- que este era un país con los nervios bien puestos). Un gran abrazo para todos14.

Durante las acciones, Ernesto se mostró desesperado por alcanzar el frente y luchar, pero la oportunidad nunca llegó. Se había enrolado en la Brigada “Augusto César Sandino” que capitaneaba el voluntario nicaragüense Rodolfo Romero, pero no logró el cometido ya que fue retenido con excusas en la casa que servía como cuartel general, en el sector norte de la ciudad y luego enviado a un hospital.

Aceptaron a Ernesto en la brigada y durante varios días esperó con impaciencia que lo enviaran a combatir en el frente, pero entonces apareció el ministro de Salud Pública y lo trasladó a un hospital a la espera de nuevas órdenes.
En el hospital se presentó nuevamente para ir al frente, pero “no me han dado ni cinco de bola”. Esperó otra visita del ministro de Salud, pero el sábado 26 de junio, la víspera de la renuncia de Arbenz, perdió su última oportunidad cuando el ministro llegó en momentos en que él visitaba a Hilda15.

Ernesto conoció a Romero en circunstancias extremas. Cuando llegó al edificio que la Brigada "Augusto César Sandino" utilizaba como cuartel, en la  Avenida, lo encaró decididamente, preguntándole cual era la situación real. Eran las 23.00 y afuera, en las calles, había mucha agitación.

-¿Cuántos hombres tiene el Batallón Somoza? - preguntó con tono molesto y a la vez preocupado.

-Tiene 800 hombres - le respondió Romero.

-¿Y 800 hombres mantienen prisionero al pueblo de Nicaragua?

-El Batallón Somoza es la brigada de elite, peo hay destacamentos de la Guardia en todo el país.

Sin decir más, el joven argentino se sentó en el suelo, puso su mochila a un costado y al ver que el encargado de turno no había llegado, se ofreció para tomar su lugar.

-¿Sabes disparar la carabina? - le preguntó Romero.

-No no sé como usarla. 

Entonces el nicaragüense lo llevó a un costado y le enseñó a disparar. El futuro Che daba su primer paso como combatiente revolucionario16.  


Antes de la salida de Arbenz, Ernesto había intentado convencer a cuanto dirigente político se cruzó en su camino, para armar milicias obreras y dirigirse a las montañas con el fin de iniciar la guerra de guerrillas; uno solo, Marco Antonio Villamar, se detuvo a escuchar su propuesta pero se excusó diciéndole que los militares casi les disparan a él y a sus compañeros cuando se acercaban a los arsenales para tomar las armas.
El 3 de julio Castillo Armas llegó a la capital en un avión norteamericano, acompañado por el nuncio apostólico y embajador Peurifoy. “¡Primero Dios!”, fue su proclama, desatando la euforia de sus partidarios. Ernesto notó con preocupación que desde todos los sectores del quehacer nacional se lo aplaudió demasiado.
Según algunas fuentes, entre combates, bombardeos y represión la cifra de muertos y heridos llegó a 9000, pero la misma parece excesiva17.
Castillo Armas asume la presidencia

El flamante gobierno estableció un nuevo código laboral, la reforma agraria quedó sin efecto y la United Fruit no solo recuperó sus propiedades sino incluso, incrementó su poder. Los militares habían abandonado a Arbenz y los comunistas que tanto hablaron de revolución y de tomar las armas, no hicieron absolutamente nada. Para colmo de males, pronto se supo que la esposa del presidente, la bella salvadoreña María Cristina Vilanova, lo engañaba desde hacía bastante tiempo con el pseudo profesor y doble agente cubano Ennio de la Roca, un canalla que tiempo después extorsionaría al ex mandatario exigiéndole el pago de miles de dólares a cambio de no revelar la historia y mostrar a la prensa las cartas de amor que su mujer le había estado enviando18.


Mientras todo el mundo corría hacia las embajadas en busca de refugio, Ernesto tan solo cambió de domicilio. El nuevo gobierno lo acababa de tildar de agitador y la policía lo buscaba para apresarlo e interrogarlo. A Hilda le dieron asilo unas amigas católicas que se arriesgaron mucho al esconderla en su casa pero poco después fue apresada.
En esos días, el joven y desilusionado médico argentino escribió una reseña titulada “Yo vi caer a Arbenz”, que para mal de la posteridad, se extravió.
Fue entonces que decidió emigrar a México y si las condiciones eran propicias, viajar posteriormente a la China, para observar de cerca la revolución maoísta.
En su 26º cumpleaños le había propuesto a Hilda casarse en aquel nuevo destino pero ella le manifestó su deseo de regresar a Perú.
Apresada por la policía el 22 de julio, la muchacha fue llevada al edificio central para ser interrogada; una vez allí, la sometieron a apremios y le exigieron la dirección del argentino. Poco después fue detenida Elena Leiva de Holst y Edelberto Torres debió esconderse para no correr la misma suerte.
Enterado del arresto de Hilda, Ernesto decidió entregarse pero el encargado de negocios argentino, Nicasio Sánchez Toranzo, lo convenció de que no lo hiciera y que en lugar de ello, se ocultase a la legación de su país. Le comentó, entre otras cosas, que habían llegado varios objetos enviados por su familia y le habló lisa y llanamente, exiliarse.
A los pocos días Hilda salió en libertad y se encontró con él en un restaurante. Para su asombro, Ernesto le manifestó su deseo de conocer el lago Atitlán y le comentó su decisión de pasar a México (se dice que en ese tiempo transportó y escondió armas).
Finalmente, sabiendo que la policía estaba tras sus pasos, se refugió en la embajada de su país y allí aguardó el desarrollo de los acontecimientos, esperando el momento de abandonar el país hacia el norte. En los días posteriores, llegaron más refugiados, superando el número de cien.
Los largos días de encierro están muy bien relatados en sus biografías, lo mimso en su diario de viaje donde explica, entre otras cosas, sus ataques de asma, las gestiones para obtener los visados para México y la personalidad de sus compañeros de penurias. Incluso se refiere al intento de golpe de estado que un grupo de oficiales del ejército guatemalteco intentó llevar a cabo para acabar con el prepotente poder del Ejército de Liberación.

El acontecimiento fue un cañoneo bastante continuo que se oyó el día lunes desde la madrugada. Costaba imaginarse que pasaba, pero poco a poco empezaron a circular rumores, que enhebrando pudieron hacer una imagen de la realidad: un desfile del día anterior, las tropas del ejército regular y de liberación había servido para humillar al ejército regular, posteriormente unos cadetes fueron vejados por algunos integrantes del ejército de liberación y esto encendió el polvorín. Al principio fue solo un movimiento de solo los cadetes contra el ejército de liberación, al correr el día ya todo el ejército se había plegado a los cadetes pero sin mayor energía. El resultado fue que los cadetes hicieron rendir al ejército de liberación y desfilaron con las manos en alto por la ciudad. En ese momento el ejército controlaba totalmente la situación y hubo cierto intento de dar un golpe, pero como siempre, los militares fueron irresolutos. Al día siguiente, Castillo armas en in discurso inconexo hablaba de “babosadas” al pueblo, que silbaba a Monzón pero al parecer ya era dueño de la situación, pues la base aérea se le había plegado nuevamente. Tomó presos a varios militares e iniciaron nuevamente la vociferación anticomunista, apoyada por la reacción. La impresión es que Castillo armas se mantiene debido al apoyo yanqui y a la inestabilidad de la gente del ejército. De los salvoconductos nos e sabe nada nuevo, mi nombre no figura en la lista de asilados19.

El tan ansiado visado llegó a fines de agosto y lo primero que hizo una vez que lo tuvo en sus manos, fue desprenderse de la pesada carga de libros que llevaba consigo, enviándolos por encomienda a Buenos Aires. Poco después se reencontró con Hilda en un restaurante y una vez allí le comunicó que se iba a México. Ella a su vez, le dijo que haría lo propio hacia su país y que una vez allí pensaría como encarar su futuro.
A comienzos de septiembre Ernesto sacó pasaje en tren y el día de su partida le pidió a la peruana que lo acompañara hasta la primera estación, ubicada a unos 20 kilómetros de la ciudad de Guatemala. Solo lleva una nota con la dirección de un amigo de su padre, el gran escritor y guionista Ulises Petit de Murat, quien por entonces vivía en el país azteca y algo dinero en los bolsillos.
A mediados de ese mes cruzó la frontera y se preparó para afrontar un nuevo destino. Lo acompañaba Julio Roberto Cáceres, un guatemalteco apodado “El Patojo”, a quien conoció durante la travesía y se convirtió en su nuevo compañero de ruta.
Traspuesta la línea limítrofe abordaron un ómnibus y partieron hacia la capital del país, sin la más mínima idea de lo que el destino les tenía preparado.
Se abría un nuevo capítulo en la ajetreada vida del argentino errante.

Notas
1 Pierre Kalfón, op. Cit., pp. 127-128. Kalfon desdice a Hilda Gadea aclarando en una nota al pie que la verdadera estatura del líder revolucionario era 1,73 m. Su afirmación es errónea, en su libro 43 días inolvidavles en Guayaquil, el escritor y periodista ecuatoriano José Guerra Castillo lo describió guapo, bien plantado, alto, blanco, coincidiendo con la afirmación de Hilda y el antropólogo Alejandro Incháurregui, integrante del Equipo Argentino de Antropología Forense que encontró sus restos junto a la pista de aterrizaje del aeródromo de Vallegrande, en Bolivia, lo desmintió categóricamente, confirmando que la estatura del líder guerrillero oscilaba entre 1,75 y 1,76 m. Ver: Bárbara Camiletti, Entrevista exclusiva de Radio Sur, “Habla el antropólogo que encontró los restos del “Che” Guevara en Bolivia”, 27 de julio de 2013. (www.BerissoCiudad.com.ar (http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:VXxrNVcFeGoJ:
www.berissociudad.com.ar/nota.asp?n%3D%26id%3D4727+&cd=1&hl=es-419&ct=clnk&gl=ar).
2 Ídem, p. 129.
3 Para mayor desazón, por esos días le llegó la noticia de la muerte de Sara de la Serna, una de sus tías.
4 Rolando Archila, “El engaño de Peurifoy y la renuncia de Jacobo Árbenz”, Contrapoder, Guatemala, 25 de noviembre de 2013 (http://www.contrapoder.com.gt/es/edicion30/opinion/901).
5 Ídem.
6 Francisco Villagrán Kramer, Biografía política de Guatemala. Los pactos políticos de 1944-1970, Volumen 1, FLASCO, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Tercera Edición, p. 149. Pierre Kalfon, op. Cit, p. 139. Vale aclarar que Cortés jamás combatió contra los mayas sino contra los aztecas, pueblo de la meseta central muy posterior a aquellos.
7 Rolando Archila, op. Cit.
8 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 149.
9 Raúl Molina Mejía, “Reflexiones sobre la figura de Jabobo Arbenz”, en diario “La Hora”, Guatemala, viernes 13 de septiembre de 2013 (http://www.lahora.com.gt/index.php/cultura/cultura/otras/183730-reflexiones-sobre-la-figura-de-jacobo-arbenz-).
10 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 151.
11 Ernesto Guevara Lynch, op. Cit., pp. 54-55.
12 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit, pp. 53-54.
13 Rolando Archila, op. Cit.
14 Ernesto Guevara Lynch, op. Cit., pp. 57-59.
15 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 152.
16 Jesús Miguel (Chuno) Blandón, "El Che y la guerrilla nicaragüense", 
http://www.radiolaprimerisima.com/files/doc/ElCheylaguerrillanicaraguense.doc 
17 Como siempre sucede en estos casos, las cifras de muertos y heridos han sido groseramente manipuladas. Luego de 14 días de lucha, las bajas entre ambos bandos solo alcanzaron el millar.
18 Rolando Archila, op. Cit.
19 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit, pp. 57-58.