GUATEMALA
Ernesto y Gualo García camino a Guatemala
Guatemala es un capítulo clave en la vida del Che Guevara. Si Bolivia le había parecido una experiencia interesante, el país al que acababa de llegar lo impresionó sobremanera con su revolución pacífica.
Jacobo Arbenz Guzmán era un militar de carrera, nacido en Quetzaltenango el 14 de septiembre de 1913, que hasta ese momento se había desempeñado como ministro de Defensa del gobierno de Juan José Arévalo. En las elecciones presidenciales de 1950, se impuso por una abrumadora mayoría de votos y una vez al frente del Ejecutivo, implementó una verdadera revolución social que contemplaba la Ley de Reforma Agraria, la ejecución de políticas en favor de la población indígena, obras públicas como la gran carretera al Atlántico y la Hidroeléctrica de Jurún Marinalá, además de la aplicación de garantías individualidades y constitucionales, libertad de culto, de pensamiento y una audaz apertura en materia de política exterior, tendiente a conquistar nuevos mercados, todo ello destinado a lograr la tan ansiada independencia económica.
Esa
política le granjeó las simpatías y el apoyo de obreros, campesinos,
maestros y estudiantes que hizo de su tierra un refugio de exiliados de
todo el continente, pero golpeó fuertemente los intereses de la United
Fruit Co. norteamericana, que hasta ese momento controlaba el país y
eso, a no muy largo plazo, terminaría por jugarle en contra, sobre todo
después de haberle expropiado nada menos que 84.000 hectáreas de tierras.
A
seis meses de su salida de Buenos Aires Ernesto y su nuevo compañero de
ruta llegaron a la Guatemala de Arbenz y lo primero que hicieron fue
buscar alojamiento en una pensión cercana al Palacio Nacional.
Ni bien pisaron aquel suelo, palparon el clima revolucionario que se vivía allí.
Ernesto en Guatemala |
Ricardo
Rojo se hallaba instalado en la capital por cuenta del gobierno, en
calidad de refugiado, prófugo del régimen peronista y allí le presentó a
Hilda Gadea, economista peruana, militante del ala más radicalizada de
la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), el partido fundado
por Víctor Raúl Haya de la Torre, el recordado pensador y político
izquierdista. La mujer, que al igual que Rojo era una exiliada política,
trabajaba en una dependencia gubernamental, el Instituto de
Planificación Económica, y cobraba un salario que le permitía vivir con
cierta tranquilidad.
La muchacha apuntaría varios años más tarde en su diario personal:
En
general, como muchos latinoamericanos, yo tenía desconfianza de todos
los argentinos, primero por su suficiencia de país más desarrollado que
los nuestros y luego por la propaganda de prepotentes que pesa sobre
ellos en nuestro continente.
Y más adelante
Eran
altos (1,76 m), Guevara muy blanco y pálido, de cabellos castaños, ojos
negros grandes y expresivos, nariz corta, de facciones regulares, en
conjunto muy bien parecido […] Ambos eran desenvueltos y sonrientes¸ el
primero con una vos un poco ronca, muy varonil, lo que no se esperaba
por su aparente fragilidad; sus movimientos eran ágiles y rápidos, pero
dando la sensación de estar siempre muy calmados, noté que tenía una
mirada inteligente y observadora y sus comentarios eran muy agudos […].
Me contaron que eran médico y abogado respectivamente. Nadie lo hubiera
creído, pues su aspecto era de estudiantes, pero al conversar con ellos
se notaban que eran culto1.
Hilda
no era una beldad, sino todo lo contrario. Fea, retacona, es decir, de
baja estatura y regordeta, destacaban notablemente sus rasgos chinos e
indígenas, pero era inteligente y dueña de una personalidad interesante,
que enseguida llamó la atención del joven médico argentino.
No
pasó mucho tiempo para que la peruana les presentase a sus amigos, casi
todos refugiados políticos comunistas y socialistas y hasta militantes
del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), según Kalfon, el más
pequeño pero el mejor organizado de los seis de extracción
revolucionaria que apoyan a Arbenz.
Ernesto
se sintió a gusto con ese grupo y congenió de manera inmediata. A
través de Hilda y de Herbert Zeissig, militante comunista, comenzó a
gestionar ante Ministerio de Sanidad un puesto de trabajo en la región
norteña de El Petén, cerca de ruinas mayas que tenía programado visitar,
con la idea de obtener algún ingreso para quedarse en el país. El
trámite no era sencillo y para agilizarlo, Hilda le comentó que lo más
conveniente era afiliarse al PGT, pero Ernesto, sumamente airado, se
negó rotundamente a hacerlo. “El día que decida adherirme a un partido, lo haré por con convicción, no por obligación”2.
Entre
los amigos que Hilda le presentó en esos días se encontraba la familia
Torres, comunistas de Nicaragua, cuya hija Myrna, era compañera de
trabajo de aquella en el Instituto. Su padre Edelberto, era a su vez un
distinguido profesor universitario, prófugo de Somoza, que se había
ganado el respeto del grupo de exiliados y su hermano Edelberto (h), se
desempeñaba en esos momentos como secretario general de la Juventud
Democrática (comunista) y acababa de regresar de China.
Jacobo Arbenz Presidente de Guatemala |
Otra
persona que conoció por esa época fue Elena Leiva de Holst, exiliada
hondureña y dirigente de la Alianza de Mujeres, que había visitado Rusia
y China y contaba con un bagaje de vivencias notables.
En
aquellos encuentros, que solían darse en diferentes domicilios, Rojo y
Ernesto discutían acaloradamente, sobre todo cuando el primero comenzaba
a argumentar con pasmosa seguridad que el mejor camino para una
revolución era la vía electoral. Ernesto no estaba de acuerdo y lo hacía
notar con vehemencia. Era evidente que se inclinaba por la violencia y
al argumentar, calificaba al APRA, a la Alianza Democrática de Venezuela
y al MNR boliviano, poco menos que de traidores.
En
cierta oportunidad, cuando la tensión llegó a un punto extremo con
Rojo, Hilda intentó interceder para calmar los ánimos pero el joven
médico estalló abruptamente ordenándole hacer silencio: “¡No quiero que nadie me calme!”, le gritó fuera de sí, pero al poco tiempo, después de entrar en razón, se llevó a la peruana a un costado y le pidió perdón. “Es que el gordo este me saca que quicio”, le dijo algo más sereno.
Pese
a que todo aquel grupo de bohemios expatriados le agradaba, las
personas con las que más congenió Ernesto y que, en cierto modo,
despertaron su admiración, fueron los cubanos, todos ellos veteranos del
ataque al cuartel Moncada, el 26 de julio del año anterior.
Al
joven médico argentino esos combatientes lo deslumbraban y acaparaban
toda su atención, en especial, cuando se ponían a relatar sus vivencias.
Los
había conocido en casa de los Torres, el 27 de diciembre de 1953 (una
semana después de su llegada al país) y en esa oportunidad Hilda hizo,
una vez más, de presentadora.
Se
trataba de seis individuos, uno de ellos Antonio López, apodado Ñico,
el mismo que conducía el auto de Raúl Castro durante el asalto y
confundió el camino, provocando con ello la confusión que desbarató la
intentona. Eran jóvenes apasionados animados por un fuego interior que,
según Kalfon, sabían transmitir bien y hacían que Ernesto se sintiera
pequeño frente a ellos, pues los veía como a verdaderos veteranos, los
únicos con experiencia revolucionaria, tal como él la entendía.
A medida que iban pasando los días, la situación política en Guatemala se enrarecía.
En1954,
la United Fruit desencadenó una violenta arremetida contra el gobierno,
comprando a casi todos los órganos de prensa y a través de ellos, tildó
a Arbenz de vendido al comunismo, de corrupto y de colaborar con la
penetración marxista en la región. Como ha ocurrido siempre, los dóciles
gobiernos latinoamericanos se sumaron a su campaña como marionetas.
En
Caracas, donde gobernaba el general Marcos Pérez Jiménez, se reunió la
OEA, para abordar el problema guatemalteco. En aquella ocasión, los
estados miembros, rubricaron una proclama, patrocinada por Estados
Unidos, en la que dejaron en claro que cualquier actividad comunista en
Latinoamérica iba a ser consideraba como una intervención directa en los
asuntos internos del continente, algo así como un antecedente del
Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) que Washington
implementará contra Cuba en los años sesenta. Eso llevó al gobierno de
Arbenz a una cuasi ruptura con sus pares y a quedar completamente
aislado del mundo y eso llevó a Ernesto, por primera vez en su vida, a
jugarse por una causa, tomando partido por el gobierno guatemalteco, en
especial, por el comunista PGT. Para ello estrechó vínculos con
intelectuales, sindicalistas y militantes, al tiempo que insistía con ir
a El Petén, no solo para trabajar, sino para militar desde ahí, pero
tampoco en esa ocasión logró el permiso porque para rubricar su titulo
se le exigía cursar un año en la Universidad de Guatemala, cosa que no
tenía pensado hacer, bajo ningún punto de vista. El futuro Che
calificaría a esa actitud de sectaria y reaccionaria.
Comenzó
entonces a vender por las calles una imagen enmarcada e iluminada del
Cristo Negro de Esquipulas, pródigo en milagros y concesiones, que el
propio Ñico fabricaba. Poco después, Hilda le presentó al marxista
norteamericano Harold White, antiguo profesor de historia de la
Universidad de Utha, a quien prometió enseñarle español por un peso
diario y casi al mismo tiempo se puso a traducir uno de sus libros.
Junto
a Ñico y el resto de los cubanos, recorrió varias localidades y pueblos
del interior, vendiendo baratijas. En las montañas de Quiché trataron
de cerca con los indios y eso les permitió admirar sus telares y trazar
un primer bosquejo de su verdadera situación. En Semana Santa, pudo
contemplar junto a Hilda y Harold, entre fascinado y espantado, una
procesión de encapuchados que portaban cirios mientras conducían una
imagen de Nuestro Señor.
A
fines de febrero, Gualo regresó a Buenos Aires para contraer matrimonio
y Rojo partió a los EE.UU. En abril fue Myrna la que dejó el país con
destino a Canadá y coincidiendo con esa partida, el grupo de cubanos
decidió emigrar a México, para reunirse con el grueso de sus
compatriotas exiliados. Fue un golpe duro para Ernesto que congeniaba de
maravillas con ellos.
Para
su fortuna, ese mismo mes consiguió trabajo como médico interno en un
centro docente y en el laboratorio de un facultativo venezolano de
apellido Peñalver, experto en malaria, pero eso no logró amortiguar su
sensación de soledad3. Para mitigarla, comenzó a escribir un
ambicioso manual para médicos en zonas de revolución y a programar una
visita a las ruinas mayas de Tikal, algo que venía posponiendo desde su
llegada al país. Para hacerlo, necesitaba renovar su visa de turista y
en vista de ello, cruzó la frontera de El Salvador, viaje que aprovechó
para visitar otras ruinas y seguir hacia Honduras, decidido a conocer un
país que había pasado de largo, casi sin detenerse.
Paladeaba
su visita a las ruinas mayas de Copán cuando en la embajada hondureña,
viendo que procedía de Guatemala, le negaron el permiso.
Sin
saber qué hacer, se encaminó a la costa del Pacífico y a poco de
llegar, fue detenido unas horas por haberse vinculado con un grupo de
vagos que vegetaba en cercanías de la playa.
Finalmente,
consiguió su nueva visa guatemalteca en la ciudad de Santa Ana y de
allí pasó a Chalchuapa, deseoso de visitar la pirámide de Tazumal.
Durante
su regreso, casi sin un centavo en el bolsillo, conoció Jalapa y El
Progreso, escalas previas al centro arqueológico de Quirigua, célebre
por sus jeroglíficos y tallas rupestres. De ahí continuó hasta la costa
atlántica, más precisamente a Puerto Barrios y a poco de llegar se
conchabó como estibador, necesitado como estaba de ganar algo de dinero.
Trabajó hasta doce horas diarias y eso lo dejó exhausto aunque
satisfecho por ver que el cuerpo le respondía.
De
vuelta en la ciudad de Guatemala, el joven trotamundos acudió
nuevamente a Hilda, a quien consideraba su única amiga y tras un fugaz
viaje a San Juan Sacatepéquez, donde pasaron un tiempo solos, comenzó a
incrementar su aprecio por ella, al ver que se trataba de una verdadera
militante.
Los
dos dialogaban mucho. Hablaban de Sartre, de Freud, de Jung y de Adler.
A veces se les unía Harold White y abordan la situación imperante en el
país que los acogía, debatían sobre la Unión Soviética, la situación en
la Indochina francesa e incluso teorizaban sobre la Bomba H que EE.UU.
había detonado en el atolón de Bikini.
Arbenz y su esposa en un acto oficial |
Se dice que por entonces, Hilda le prestó La Nueva China,
obra cumbre de de Mao Tsé Tung y le regaló poemas del peruano César
Vallejo y el español León Felipe, escritor republicano refugiado en
México. Por otra parte, sin mucho que hacer, Ernesto se interesó por la
obra de Miguel Ángel Asturias y el Popol-Vuh, el gran libro de
los mayas y en sus conversaciones, intercambió con sus amigos
impresiones sobre la literatura de Borges, Marechal, Neruda, Alfonsina
Storni y José Hernández. En una oportunidad, Hilda y él asistieron
juntos a un acto en homenaje a Sandino, al que se presentó enfundado en
un traje de franela gris, lo que llamó poderosamente la atención e la
peruanja, que no estaba acostumbrada a verlo así.
Jon
Lee Anderson nos habla de algo que otros autores han soslayado. En
aquellos días Ernesto conoció a una joven enfermera guatemalteca, Julia
Mejías, que como tantas mujeres a lo largo del camino, también sucumbió a
sus encantos y se convirtió en otra de sus ocasionales amantes.
Julia,
bastante más bonita que Hilda (no había que hacer mucho esfuerzo para
serlo), le gestionó a Ernesto un nuevo pedido para trabajar en El Petén,
le pagó la pensión y se lo llevó a vivir con él a una casa de fin de
semana que alquiló junto al lago Amatitlán, donde tuvieron lugar
apasionadas sesiones de sexo. Hilda, que ignoraba todo, le entregó
algunas de sus joyas para que hiciese dinero con ellas y también le
tramitó una solicitud para trabajar como asistente de médico, aunque por
otras vías. Sorpresivamente, a mediados de marzo Ernesto le propondría
matrimonio pero ella le respondería que necesitaba tiempo para pensarlo
porque no estaba preparada para esa vida (le tomaría un año decidirse).
Tal
como dice Kalfon, después que el gobierno guatemalteco le expropiara
84.000 hectáreas a la United Fruit, EE.UU. estaba dispuesto a pasar a la
acción.
Por
esos días (mediados de 1954), los cablegramas del embajador John
Peurifoy al Departamento de Estado eran constantes y las respuestas de
su gobierno inmediatas. De esa manera, la CIA comenzó a organizar un
golpe de Estado a cuyo frente estaría el coronel Carlos Castillo Armas,
un obscuro militar que había recibido entrenamiento en la base militar
de Fort Leavenworth, en el estado de Kansas, y se encontraba prófugo en
Honduras desde su fuga en 1951, después que el presidente Arbenz lo
destituyera de su cargo al frente de la Escuela Politécnica, acusándolo
de desestabilizador y subversivo.
En
el vecino país, Castillo Armas preparaba un ejército mercenario, armado
y asesorado por los Estados Unidos, conformado por exiliados
guatemaltecos y aventureros hondureños, nicaragüenses, colombianos,
cubanos y salvadoreños, que contaría con el apoyo de pilotos y
tripulaciones norteamericanos que solo esperaban las órdenes de su
comando para entrar en acción.
En
la OEA predominaba un clima de gran expectación, sobre todo cuando
Arbenz, en vista de la inminente agresión, buscó el apoyo de los
comunistas, dentro y fuera de su país.
Entre
abril y mayo, Ernesto escribió un artículo en el que apoyaba
decididamente al presidente Arbenz y se inscribió en los equipos de
socorro médico dispuesto a prestar su concurso en caso de estallar una
guerra. Esta vez sí lo aceptaron pero pese a que lo destinaron a una de
aquellas unidades, el abrupto desenlace de los hechos evitó su entrada
en acción. También conformó un cuerpo especial integrado
mayoritariamente por comunistas y socialistas, cuya misión era apagar
incendios y otro organizado por las brigadas juveniles de la comunista
Alianza Democrática, para patrullar las calles durante los apagones
nocturnos. Había que evitar que encendieran las luces y de ese modo,
convertirse en blanco de los aviones atacantes.
Mientras
tanto, Arbenz intentaba obtener armas en el exterior. Sus agentes
tuvieron éxito y en el mes de junio, un importante cargamento de origen
checoslovaco llegó a Puerto Barrios a bordo del carguero sueco “Alfhen”.
La
nave había zarpado el 17 de abril del puerto polaco de Szczecin, con
destino a Dakar, intentando despistar a la inteligencia norteamericana.
El 18 hizo escala en Copenhague y en pleno Atlántico cambió el rumbo,
poniendo proa a Curazao.
El
7 de mayo volvió a cambiar su curso, aparentemente con destino a Puerto
Cortez, en Honduras y el 14 viró hacia el oeste y de esa manera,
alcanzó el litoral guatemalteco, evitando la intercepción de las naves
estadounidenses que operaban en las inmediaciones4.
Coronel Carlos Castillo Armas |
La
descarga del material, comenzó al día siguiente. Cajas de madera con
minas anti tanques, fusiles Mausser, ametralladoras MG-34, morteros
calibre 80 mm,
subametralladoras Smeisser con sus respectivas municiones y granadas de
mano de fabricación alemana, capturadas por los rusos durante su avance
sobre Berlín durante la Segunda Guerra Mundial, fueron trasbordadas a
los vagones de un tren que aguardaba allí, para su traslado a la
capital, donde debían ser entregadas a las brigadas populares que el
gobierno había organizado a las apuradas, desoyendo las demandas del
ejército, que se oponía a ello.
Ese
mismo día el director de la CIA, Allen Dulles, llamó a reunión urgente
al Consejo Nacional de Seguridad, para tratar el asunto y mantener
informado al presidente Eisenhower. El 17 de mayo, el Departamento de
Estado lanzó un comunicado denunciando el envío de armas a Guatemala por
parte de la Unión Soviética y declaró que Moscú trabajaba para
consolidar una dictadura comunista en América Central. Según Washington,
el cargamento superaba ampliamente las necesidades militares del
pequeño país y eso era una clara evidencia de que Arbenz se preparaba
para invadir a sus vecinos e incluso, capturar el Canal de Panamá, un
absurdo sin asidero que nadie creyó, ni siquiera los representantes más
recalcitrantes del Congreso.
Pocos
días después, Dulles firmó con los gobiernos de Nicaragua y Honduras
un tratado de seguridad recíproca que dejaba las manos libres al gran
coloso del norte para “defender” a esas naciones en caso de agresión. Al
mismo tiempo, se lanzó desde Tegucigalpa la absurda acusación de que
Arbenz fomentaba la huelga general y se dospònía a concentrar tropas
cerca de la frontera.
Para entonces, las presiones de EE.UU. eran casi acciones de guerra:
El
Plan SBSucess, urdido por la CIA y el gobierno de Eisenhower, tenía
contemplado más que todo acciones de tipo sicológico, que iban desde
transmisiones de radio, rumores, incursiones aéreas de avionetas civiles
que tiraban volantes, a vuelos de aviones de guerra como los C-47
artillados y cazabombarderos P-47, usados en las postrimerías de la
Segunda Guerra Mundial, que atacaban objetivos militares en la Ciudad
de Guatemala y en el interior del país. Guatemala, no tenía medios para
contrarrestar esas acciones pues carecía de artillería antiaérea. El
pueblo guatemalteco bautizó a esos aviones con el nombre de “sulfatos”,
en referencia al sulfato de soda y a la reacción intestinal que sufre
quien bebe ese brebaje5.
A
mediados de mayo, dos transportes norteamericanos aterrizaron en el
aeropuerto militar de Tegucigalpa llevando en sus bodegas armas para el
“Ejército de Liberación”; el 20 de ese mes, saboteadores de la CIA
volaron las vías ferroviarias que comunicaban Puerto Barrios con la
capital, para impedir que las armas recientemente desembarcadas llegasen
a destino y ese mismo día se cursaron telegramas a las embajadas
estadounidenses de los países centroamericanos, advirtiéndo sobre la
inminencia d elas acciones.
Como
los daños fueron escasos, los agentes norteamericanos abrieron fuego
sobre el primer convoy que salía hacioa la capital, matando a un soldado
e hiriendo a varios más, aunque no lograron evitar que el tren llegase a
destino y las armas fuesen repartidas. Mientras eso sucedía en tierra,
en aguas del Caribe buques de guerra estadounidenses interceptaban a
todo barco que les resultaba sospechoso.
La
Operación Éxito estaba en marcha. Su máximo operador, el agente Howard
Hunt (el mismo del caso Watergate), organizó un Congreso en México,
destinado a advertir sobre la penetración soviética en la región y al
mismo tiempo, mantener la atención focalizada en Guatemala; el 2 de
junio se frustró un atentado contra Arbenz y tres días después, un alto
oficial retirado de la aviación se pasó al bando rebelde y emitió un
comunicado a través de “La Voz de la Liberación”, la emisora clandestina
que la CIA había montado en plena jungla guatemalteca, dirigida por
David Atlee Phillips, otro agente de la central de inteligencia. Arbenz
respondió el día 6, suspendiendo las garantías constitucionales por
espacio de un mes y advirtió a la población sobre la inminente invasión
al territorio nacional.
La
noche del 16 al 17 de junio, el ejército de Castillo Armas, integrado
por 150 efectivos (Anderson eleva esa cifra a 400), cruzó la frontera
hondureña e invadió Guatemala, atacando el puesto militar de El Florido,
que defendían un oficial y diez soldados. En su avance hacia
Chiquimula, la fuerza agresora se topó con focos de resistencia en
Gualán (departamento de Zacapa) e Ipala que si bien no lograron contener
su marcha, al menos la demoraron.
Desde
esos puntos, Castillo Armas se dirigió a Esquipulas, donde designó al
Cristo Negro “Capitán General del Ejército de Liberación Nacional” y
desde allí continuó a Chiquimula, que capturó sin resistencia, salvo
algunas escaramuzas que se registraron a su llegada.
Tras
acordar la rendición de la guarnición defensora, las fuerzas rebeldes
se dirigieron al edificio del ayuntamiento y una vez allí, izaron la
bandera con la cruz y la espada, distintivo de la legión. Para entonces,
se le habían incorporado más de mil voluntarios que fueron decisivos a
la hora de presionar para obtener la capitulación de la ciudad.
Mientras
eso sucedía, aviones sin insignias, tripulados por militares
norteamericanos, bombardeaban varias poblaciones, obligando a sus
moradores a emigrar hacia las montañas. No hubo reacción por parte de la
Fuerza Aérea guatemalteca porque la misma era prácticamente inexistente
y por esa razón, los aparatos invasores operaron a sus anchas.
El periodista del diario “Le Monde”, Marcel Niedergang, presente en esos días para cubrir esos acontecimientos escribió: “El
sabotaje de las operaciones por parte de algunos oficiales y la
cobardía de algunos líderes sindicales dejó a las primeras tropas de la
población armada sin abastecimientos durante 24 horas. Los aviones de
Castillo Armas hicieron el mismo efecto sobre los apacibles indios de
Guatemala que los caballos de Cortés y Alvarado, en el siglo XVI, sobre
sus antepasados mayas”6.
En
la capital, mientras tanto, Arbenz designó a los comandantes de su
Estado Mayor nombrando como su representante a Leonardo Castillo Flores,
Secretario General de la Confederación Nacional Campesina y al mayor
Alfonso Martínez Estévez como su segundo, decisión que molestó a los
militares de mayor rango y decepcionó un tanto a Ernesto que esperaba
verlo tomar las riendas de la represión y dirigirse personalmente al
frente de batalla para rechazar al enemigo.
Invasión de Castillo Armas |
Ninguno
de aquellos dos funcionarios logró hacer llegar el armamento a obreros y
campesinos y eso fue la causa del colapso y de que el país no se viera
inmerso en una guerra civil. Por otra parte, hubo oficiales que se
reunieron a puertas cerradas con el presidente, para proponerle
encabezar la represión y acabar con la invasión, pero bajo la condición
de que tomase inmediata distancia de los comunistas, pero esa exigencia
echó todo a perder.
En
vista de la situación, Arbenz envió al Teatro de Operaciones al coronel
Anselmo Getellá, con la orden de efectuar un reconocimiento sobre el
terreno y sondear el ánimo de los oficiales. Las palabras que el enviado
le hizo llegar desde Zacapa fueron más que elocuentes: “…con perdón
de las expresiones, todos los jefes y oficiales de allá con los que
hablé dijeron que ya es hora de que usted se vaya a la mierda”7.
Arbenz
no tuvo la suficiente presencia de ánimo como para hacer las remociones
necesarias en la cúpula del Ejército e incluso aplicar el código
militar y eso acabó por costarle el gobierno. El 25 de junio lanzó una
arenga radial que fue menospreciada por Castillo Armas y de esa manera,
apresuró la entrega de un ultimátum por parte del embajador
norteamericano.
Ernesto
disfrutó aquello como la mejor de sus aventuras. Anderson comenta que
cuando se produjeron los ataques aéreos sobre la capital, experimentó
por primera vez la sensación de estar bajo fuego. A su madre le escribió
diciéndole que se sentía un tanto avergonzado de divertirse como un
mono y que le daba placer aquella mágica sensación de invulnerabilidad
que experimentaba al ver a la gente correr por las calles.
Hasta
los más leves tienen su grandeza. Vi a uno apuntar contra un blanco
relativamente cerca de donde estaba yo y se veía el avión crecer por
momentos mientras desde las alas brotaban lenguas intermitentes de fuego
y se escuchaba el ruido de la ametralladora y de las metralletas
livianas que le devolvían el fuego. De repente se quedó suspendido en el
aire, horizontal, y entonces entró en picada y uno sentía la tierra
estremecerse por la bomba8.
Pese
a contar con el apoyo de la Central de Inteligencia norteamericana, las
primeras acciones parecieron desfavorables para las fuerzas de Castillo
Armas. Su ejército había logrado ciertos éxitos con la posterior toma
de Esquipulas, pero en otros sectores, sus divisiones fueron detenidas,
sin lograr capturar Puerto Barrios y Zacapa. A ello debemos agregar que
los aviadores de la CIA no fueron lo suficientemente certeros a la hora
de alcanzar los blancos e incluso varios de ellos terminaron rechazados
por las baterías antiaéreas y eso fue lo que demoró las cosas.
En
Puerto Barrios, los guatemaltecos habían capturado al carguero
hondureño “Siesta de Trujillo”, en momentos en que se aprestaba a
descargar armas y pertrechos para los rebeldes pero la destrucción de
los puentes ferroviarios por la aviación enemiga en Zacapa, York y
Cristina, evitó que las mismas llegasen a manos de la stropas
gubernamentales. Lo peor fue cuando aviones nicaragüenses enviados por
Somoza atacaron y hundieron un buque mercante inglés que cargaba algodón
en el puerto de San José, sobre las costas del Pacífico9. Pese a las protestas presentadas por el representante británico, el avance de las fuerzas invasoras continuó.
En
su loco frenesí, apresurados por acabar con el gobierno guatemalteco,
poco les importó a los norteamericanos aquel suceso y hasta llegaron a
amenazar al mismísimo Winston Churchill durante su visita a Washington,
cuando Eisenhower y Dulles le dijeron, sin demasiado protocolo, que en
caso de no apoyar su política con respecto a la pequeña nación
centroamericana, no debía esperar su ayuda para afrontar las crisis de
Chipre y Suez (algo que también hicieron saber a De Gaulle, enfrascado
en la cuestión de Indochina)10.
El 20 de junio Ernesto le envió a su madre una extensa carta en la que le relataba todo lo sucedido hasta entonces.
Querida vieja:
Esta
carta te llegará un poco después de tu cumpleaños, que tal vez pases un
poco intranquila con respecto a mí. Te diré que si por el momento no
hay nada que temer, no se puede decir lo mismo del futuro, aunque
personalmente yo tengo la sensación de ser inviolable (inviolable no es
la palabra pero tal vez el subconsciente me jugó una mala pasada). La
situación someramente pintada es así: hace unos 5 ó 6 días voló por
primera vez sobre Guatemala un avión pirata proveniente de Honduras,
pero sin hacer nada.
Al
día siguiente y en los días sucesivos bombardearon diversas
instalaciones militares del territorio y hace dos días un avión
ametralló los barrios bajos de la ciudad matando una chica de dos años.
El incidente ha servido para aunar a todos los guatemaltecos debajo de
su gobierno y a todos los que, como yo, vinieron atraídos por Guatemala.
Simultáneamente
con esto, tropas mercenarias, acaudilladas por un ex coronel del
ejército, destituido por traición hace tiempo, salieron de Tegucigalpa,
la capital de Honduras, de donde fueron transportadas hasta la frontera y
ya se han internado bastante en territorio guatemalteco. El gobierno,
procediendo con gran cautela para evitar que Estados Unidos declarara
agresora a Guatemala, se ha limitado a protestar ante Tegucigalpa y
enviar el total de los antecedentes al Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas, dejando entrar las fuerzas atacantes lo suficiente para
que no hubiera lugar a los pretendidos incidentes fronterizos. El
coronel Arbenz es un tipo de agallas, sin lugar a dudas, y está
dispuesto a morir en su puesto si es necesario. Su discurso último no
hizo más que reafirmar esto que todos sabíamos y traer tranquilidad. El
peligro no está en el total de tropas que han entrado actualmente al
territorio pues esto es ínfimo, ni en los aviones que no hacen más que
bombardear casas de civiles y ametrallar algunos; el peligro está en
cómo manejen los gringos (aquí los yanquis) a sus nenitos de las
Naciones Unidas, ya que una declaración, aunque no sea más que vaga,
ayudaría mucho a los atacantes. Los yanquis han dejado definitivamente
la careta de buenos que les había puesto Roosevelt y están haciendo
tropelías
y media por estos lados. Si las cosas llegan al extremo de tener que
pelear contra aviones y tropas modernas que mande la frutera o los
EE.UU., se peleará. El espíritu del pueblo es muy bueno y los ataques
tan desvergonzados sumados a las mentiras de la prensa internacional han
aunado a todos los indiferentes con el gobierno, y hay un verdadero
clima de pelea. Yo ya estoy apuntado para hacer servicio de socorro
médico de urgencia y me apunté en las brigadas juveniles para recibir
instrucción militar e ir a lo que sea. No creo que llegue el agua al
río, pero eso se verá después de la reunión del Consejo de Seguridad que
creo se hará mañana. De todos modos al llegar esta carta ya sabrán a
qué atenerse en este punto.
Por
lo demás no hay mayores novedades. Como estos días la Embajada
Argentina no funcionó, no he tenido noticias frescas después de una
carta de Beatriz y otra tuya la semana pasada.
El
puesto en Sanidad dicen que me lo van a dar de un momento a otro, pero
también estuvieron las oficinas muy ocupadas con todos los líos de modo
que me pareció un poco imprudente ir a jeringar con el puestito cuando
están con cosas mucho más importantes.
Bueno, vieja, que lo hayas cumplido lo más feliz posible después de este accidentado año, en cuanto pueda mando noticias.
Chau11.
Al mismo tiempo, en su diario de viaje apuntó lo siguiente:
Hace
días, aviones procedentes de Honduras cruzaron las fronteras con
Guatemala y pasaron sobre la ciudad, en plena luz del día ametrallando
gente y objetivos militares. Yo me inscribí en las brigadas de sanidad
para colaborar en la parte médica y en brigadas juveniles que patrullan
las calles de noche. El curso de los acontecimientos fue el siguiente;
luego de pasar estos aviones, tropas al mando del coronel Castillo
Armas, emigrado guatemalteco en Honduras cruzaron las fronteras
avanzando sobre la ciudad de Chiquimula. El gobierno guatemalteco, que
ya había protestado ante Honduras, los dejó entrar sin ofrecer
resistencia y presentó el caso a las Naciones Unidas.
Colombia y Brasil, dóciles instrumentos yanquis, presentaron un proyecto de pasar el caso a la OEA que la URSS rechazó pronunciándose por la orden de alto al fuego. Los invasores fallaron en su intento de levantar las masas con armas que tiraban desde aviones, pero capturaron la población bananera y cortaron el ferrocarril de Puerto Barrios.
El propósito de los mercenarios era claro, tomar Puerto Barrios y de allí recibir toda clases de armas y las tropas mercenarias que le llegaran. Esto se vio claro cuando la goleta "Siesta de Trujillo" fue capturada al tratar de desembarcar armas en dicho puerto. El ataque final fracasó pero en las poblaciones mediterráneas los asaltantes cometieron actos de verdadera barbarie asesinando a los miembros del SETUFCO (Sindicato de Empleados y Trabajadores de la UFCO) en el cementerio donde se le arrojaba una granada de mano en el pecho.
Los invasores creían que a una voz de ellos todo el pueblo se iba a largar en su seguimiento y por ello lanzaban armas por paracaídas, pero este se agrupó inmediatamente a las órdenes de Arbenz. Mientras las tropas invasoras eran bloqueadas y derrotadas en todos los frentes hasta empujarlas más allá de Chiquimula, cerca de la frontera hondureña, los aviones continuaban ametrallando los frentes y las ciudades, siempre provenientes de bases hondureñas y nicaragüenses. Chiquimula fue bombardeada fuertemente y sobre Guatemala cayeron bombas que hirieron a varias personas y mataron a una chiquita de 3 años.
Mi vida transcurrió de esta forma: primero me presenté a las brigadas juveniles de la alianza donde estuvimos varios días concentrados hasta que el ministro de Salud Pública me mandó a la casa de salud del maestro donde estoy acantonado. Me presenté como voluntario para ir al frente pero no me han dado ni cinco bolas. Hoy Sábado 26 de junio, llegó el ministro, mientras yo me había ido a ver a Hilda; me dio mucha bronca porque pensaba pedirle que me mandara al frente (...)12.
Colombia y Brasil, dóciles instrumentos yanquis, presentaron un proyecto de pasar el caso a la OEA que la URSS rechazó pronunciándose por la orden de alto al fuego. Los invasores fallaron en su intento de levantar las masas con armas que tiraban desde aviones, pero capturaron la población bananera y cortaron el ferrocarril de Puerto Barrios.
El propósito de los mercenarios era claro, tomar Puerto Barrios y de allí recibir toda clases de armas y las tropas mercenarias que le llegaran. Esto se vio claro cuando la goleta "Siesta de Trujillo" fue capturada al tratar de desembarcar armas en dicho puerto. El ataque final fracasó pero en las poblaciones mediterráneas los asaltantes cometieron actos de verdadera barbarie asesinando a los miembros del SETUFCO (Sindicato de Empleados y Trabajadores de la UFCO) en el cementerio donde se le arrojaba una granada de mano en el pecho.
Los invasores creían que a una voz de ellos todo el pueblo se iba a largar en su seguimiento y por ello lanzaban armas por paracaídas, pero este se agrupó inmediatamente a las órdenes de Arbenz. Mientras las tropas invasoras eran bloqueadas y derrotadas en todos los frentes hasta empujarlas más allá de Chiquimula, cerca de la frontera hondureña, los aviones continuaban ametrallando los frentes y las ciudades, siempre provenientes de bases hondureñas y nicaragüenses. Chiquimula fue bombardeada fuertemente y sobre Guatemala cayeron bombas que hirieron a varias personas y mataron a una chiquita de 3 años.
Mi vida transcurrió de esta forma: primero me presenté a las brigadas juveniles de la alianza donde estuvimos varios días concentrados hasta que el ministro de Salud Pública me mandó a la casa de salud del maestro donde estoy acantonado. Me presenté como voluntario para ir al frente pero no me han dado ni cinco bolas. Hoy Sábado 26 de junio, llegó el ministro, mientras yo me había ido a ver a Hilda; me dio mucha bronca porque pensaba pedirle que me mandara al frente (...)12.
Viendo
que sus altos oficiales comenzaban a desertar, la noche del 27 de junio
de 1954 Arbenz presentó su renuncia y buscó refugio en la embajada de
México, dejando provisoriamente el gobierno en manos del comandante en
jefe de las fuerzas armadas, coronel Carlos Enrique Díaz de León. Se
hallaba extenuado por las presiones y la situación de abandono lo había
desbordado.
La
decisión fue transmitida por cadena nacional y corrió como reguero de
pólvora hasta la misma Washington, así como la entrega del mando a
Catillo Armas al día siguiente. Arbenz había violado la constitución al
dejar el mando en manos de un militar y no en las del presidente del
Congreso de la Nación, el mayor Marco Antonio Franco Chacón, pero
presionado por la situación, no encontró otra salida.
Tropas de Castillo Armas
|
Documentos
desclasificados por la CIA dan cuenta que aquel ajetreado 27 de junio,
los coroneles Carlos Enrique Díaz, José Ángel Sánchez y Elfego H.
Monzón, se hicieron presentes en la embajada norteamericana para
asegurar a su titular que ese mismo día Arbenz presentaría su dimisión.
Díaz aseguró que él en persona se haría cargo del gobierno y que
expulsaría y detendría a todos aquellos sindicados de comunistas.
Peurifoy estuvo de acuerdo siempre y cuando Arbenz presentara su
dimisión esa misma noche e inmediatamente después, pasó la novedad a sus
superiores en Washington.
Al
día siguiente, el coronel Díaz volvió a presentarse en la legación,
ahora en calidad de presidente provisorio, para pedirle al embajador
estadounidense el cese del fuego y el retiro de la fuerza invasora, pero
para su sorpresa, aquel se negó argumentando que quien debía hacerse
cargo del país era Castillo Armas y solo con él estaba dispuesto a
dialogar13.
Ernesto
fue testigo directo de todo aquello y la salida de quien hasta entonces
era la encarnación del político revolucionario, dejó su moral por el
suelo.
El
20 de junio se había mostrado optimista pero desmoralizado y abatido,
el 4 de julio le envió a su madre un crudo relato de los hechos.
Vieja:
Todo
ha pasado como un sueño lindo que uno no se empeña luego en seguir
despierto. La realidad está tocando muchas puertas y ya comienzan a
sonar las descargas que premian la adhesión más encendida al antiguo
régimen. La traición sigue siendo patrimonio del ejército, y una vez más
se prueba el aforismo que indica la liquidación del ejército como el
verdadero principio de la democracia (si el aforismo no existe, lo creo
yo). [...]
La verdad cruda es que Arbenz no supo estar a la altura de las circunstancias.
Así se produjo todo:
Después
de iniciar la agresión desde Honduras y sin previa declaración de
guerra ni nada por el estilo (todavía protestando por supuestas
violaciones de fronteras) los aviones vinieron a bombardear la ciudad.
Estábamos completamente indefensos, ya que no había aviones, ni
artillería antiaérea, ni refugios. Hubo algunos muertos, pocos. El
pánico, sin embargo, entró en el pueblo y sobre todo en «el valiente y
leal ejército de Guatemala». Una misión militar norteamericana
entrevistó al presidente y le amenazó con bombardear en forma a
Guatemala y reducirla a ruinas, y la declaración de guerra de Honduras y
Nicaragua que Estados Unidos haría suya por existir pactos de ayuda
mutua. Los militares se cagaron hasta las patas y pusieron un ultimátum a
Arbenz.
Este
no pensó en que la ciudad estaba llena de reaccionarios y que las casas
que se perdieran serían las de ellos y no del pueblo, que no tiene nada
y que era el que defendía al gobierno. No pensó que un pueblo en armas
es un poder invencible a pesar del ejemplo de Corea e Indochina. Pudo
haber dado armas al pueblo y no quiso, y el resultado es este.
Yo
ya tenía mi puestito pero lo perdí inmediatamente, de modo que estoy
como al principio, pero sin deudas, porque decidí cancelarlas por
razones de fuerza mayor. Vivo cómodamente en razón de algún buen amigo
que devolvió favores y no necesito nada. De mi vida futura nada sé,
salvo que es probable que vaya a México. Con un poco de vergüenza te
comunico que me divertí como mono durante estos días. Esa sensación
mágica de invulnerabilidad que te decía en otra carta me hacía relamer
de gusto cuando veía la gente correr como loca apenas venían los aviones
o, en la noche, cuando en los apagones se llenaba la ciudad de balazos.
De paso te diré que los bombarderos livianos tienen su imponencia. Vi a
uno largarse sobre un blanco relativamente cercano a donde yo estaba y
se veía el aparato que se agrandaba por momentos mientras de las alas le
salían con intermitencias lengüitas de fuego y sonaba el ruido de su
metralla y de las ametralladoras livianas con que le tiraban. De pronto
quedaba un momento suspendido en el aire, horizontal, y enseguida daba
un pique velocísimo y se sentía el retumbar de la tierra por la bomba.
Ahora pasó todo eso y sólo se oyen los cohetes de los reaccionarios que
salen de la tierra como hormigas a festejar el triunfo y tratar de
linchar comunistas como llaman ellos a todos los del gobierno anterior.
Las embajadas están llenas hasta el tope, y la nuestra junto con la de
México son las peores. Se hace mucho deporte con todo esto pero es
evidente que a los pocos gordos se la iban a dar con queso.
Si
querés tener una idea de la orientación de este gobierno, te daré un
par de datos: uno de los primeros pueblos que tomaron los invasores fue
una propiedad de la frutera donde los empleados estaban en huelga. Al
llegar declararon inmediatamente acabada la huelga, llevaron a los
líderes al cementerio y los mataron arrojándoles granadas en el pecho.
Una noche salió de la catedral una luz de bengala cuando la ciudad
estaba a oscuras y el avión volando. La primera acción de gracias la dio
el obispo; la segunda, Foster Dulles, que es abogado de la frutera.
Hoy, 4 de julio, hay una solemne misa con todo el aparato escénico, y
todos los diarios felicitan al gobierno de Estados Unidos por su fecha
en términos estrambóticos.
Vieja,
veré cómo te mando estas cartas, porque si las mando por correo me
cortan los nervios (el presidente dijo -creer es cuestión tuya- que este
era un país con los nervios bien puestos). Un gran abrazo para todos14.
Durante
las acciones, Ernesto se mostró desesperado por alcanzar el frente y
luchar, pero la oportunidad nunca llegó. Se había enrolado en la Brigada
“Augusto César Sandino” que capitaneaba el voluntario nicaragüense
Rodolfo Romero, pero no logró el cometido ya que fue retenido con
excusas en la casa que servía como cuartel general, en el sector norte
de la ciudad y luego enviado a un hospital.
Aceptaron
a Ernesto en la brigada y durante varios días esperó con impaciencia
que lo enviaran a combatir en el frente, pero entonces apareció el
ministro de Salud Pública y lo trasladó a un hospital a la espera de
nuevas órdenes.
En
el hospital se presentó nuevamente para ir al frente, pero “no me han
dado ni cinco de bola”. Esperó otra visita del ministro de Salud, pero
el sábado 26 de junio, la víspera de la renuncia de Arbenz, perdió su
última oportunidad cuando el ministro llegó en momentos en que él
visitaba a Hilda15.
Ernesto conoció a Romero en circunstancias extremas. Cuando llegó al edificio que la Brigada "Augusto César Sandino" utilizaba como cuartel, en la 5ª Avenida, lo encaró decididamente, preguntándole cual era la situación real. Eran las 23.00 y afuera, en las calles, había mucha agitación.
-¿Cuántos hombres tiene el Batallón Somoza? - preguntó con tono molesto y a la vez preocupado.
-Tiene 800 hombres - le respondió Romero.
-¿Y 800 hombres mantienen prisionero al pueblo de Nicaragua?
-El Batallón Somoza es la brigada de elite, peo hay destacamentos de la Guardia en todo el país.
Sin decir más, el joven argentino se sentó en el suelo, puso su mochila a un costado y al ver que el encargado de turno no había llegado, se ofreció para tomar su lugar.
-¿Sabes disparar la carabina? - le preguntó Romero.
-No no sé como usarla.
Entonces el nicaragüense lo llevó a un costado y le enseñó a disparar. El futuro Che daba su primer paso como combatiente revolucionario16.
Antes de la salida de Arbenz, Ernesto había intentado convencer a cuanto dirigente político se cruzó en su camino, para armar milicias obreras y dirigirse a las montañas con el fin de iniciar la guerra de guerrillas; uno solo, Marco Antonio Villamar, se detuvo a escuchar su propuesta pero se excusó diciéndole que los militares casi les disparan a él y a sus compañeros cuando se acercaban a los arsenales para tomar las armas.
El
3 de julio Castillo Armas llegó a la capital en un avión
norteamericano, acompañado por el nuncio apostólico y embajador
Peurifoy. “¡Primero Dios!”, fue su proclama, desatando la euforia
de sus partidarios. Ernesto notó con preocupación que desde todos los
sectores del quehacer nacional se lo aplaudió demasiado.
Según
algunas fuentes, entre combates, bombardeos y represión la cifra de
muertos y heridos llegó a 9000, pero la misma parece excesiva17.
Castillo Armas asume la presidencia |
El flamante gobierno estableció un nuevo código laboral, la reforma agraria quedó sin efecto y la United Fruit no solo recuperó sus propiedades sino incluso, incrementó su poder. Los militares habían abandonado a Arbenz y los comunistas que tanto hablaron de revolución y de tomar las armas, no hicieron absolutamente nada. Para colmo de males, pronto se supo que la esposa del presidente, la bella salvadoreña María Cristina Vilanova, lo engañaba desde hacía bastante tiempo con el pseudo profesor y doble agente cubano Ennio de la Roca, un canalla que tiempo después extorsionaría al ex mandatario exigiéndole el pago de miles de dólares a cambio de no revelar la historia y mostrar a la prensa las cartas de amor que su mujer le había estado enviando18.
Mientras
todo el mundo corría hacia las embajadas en busca de refugio, Ernesto
tan solo cambió de domicilio. El nuevo gobierno lo acababa de tildar de
agitador y la policía lo buscaba para apresarlo e interrogarlo. A Hilda
le dieron asilo unas amigas católicas que se arriesgaron mucho al
esconderla en su casa pero poco después fue apresada.
En
esos días, el joven y desilusionado médico argentino escribió una
reseña titulada “Yo vi caer a Arbenz”, que para mal de la posteridad, se
extravió.
Fue
entonces que decidió emigrar a México y si las condiciones eran
propicias, viajar posteriormente a la China, para observar de cerca la
revolución maoísta.
En
su 26º cumpleaños le había propuesto a Hilda casarse en aquel nuevo
destino pero ella le manifestó su deseo de regresar a Perú.
Apresada
por la policía el 22 de julio, la muchacha fue llevada al edificio
central para ser interrogada; una vez allí, la sometieron a apremios y
le exigieron la dirección del argentino. Poco después fue detenida Elena
Leiva de Holst y Edelberto Torres debió esconderse para no correr la
misma suerte.
Enterado
del arresto de Hilda, Ernesto decidió entregarse pero el encargado de
negocios argentino, Nicasio Sánchez Toranzo, lo convenció de que no lo
hiciera y que en lugar de ello, se ocultase a la legación de su país. Le
comentó, entre otras cosas, que habían llegado varios objetos enviados
por su familia y le habló lisa y llanamente, exiliarse.
A
los pocos días Hilda salió en libertad y se encontró con él en un
restaurante. Para su asombro, Ernesto le manifestó su deseo de conocer
el lago Atitlán y le comentó su decisión de pasar a México (se dice que
en ese tiempo transportó y escondió armas).
Finalmente,
sabiendo que la policía estaba tras sus pasos, se refugió en la
embajada de su país y allí aguardó el desarrollo de los acontecimientos,
esperando el momento de abandonar el país hacia el norte. En los días
posteriores, llegaron más refugiados, superando el número de cien.
Los
largos días de encierro están muy bien relatados en sus biografías, lo
mimso en su diario de viaje donde explica, entre otras cosas, sus
ataques de asma, las gestiones para obtener los visados para México y la
personalidad de sus compañeros de penurias. Incluso se refiere al
intento de golpe de estado que un grupo de oficiales del ejército
guatemalteco intentó llevar a cabo para acabar con el prepotente poder
del Ejército de Liberación.
El
acontecimiento fue un cañoneo bastante continuo que se oyó el día lunes
desde la madrugada. Costaba imaginarse que pasaba, pero poco a poco
empezaron a circular rumores, que enhebrando pudieron hacer una imagen
de la realidad: un desfile del día anterior, las tropas del ejército
regular y de liberación había servido para humillar al ejército regular,
posteriormente unos cadetes fueron vejados por algunos integrantes del
ejército de liberación y esto encendió el polvorín. Al principio fue
solo un movimiento de solo los cadetes contra el ejército de liberación,
al correr el día ya todo el ejército se había plegado a los cadetes
pero sin mayor energía. El resultado fue que los cadetes hicieron rendir
al ejército de liberación y desfilaron con las manos en alto por la
ciudad. En ese momento el ejército controlaba totalmente la situación y
hubo cierto intento de dar un golpe, pero como siempre, los militares
fueron irresolutos. Al día siguiente, Castillo armas en in discurso
inconexo hablaba de “babosadas” al pueblo, que silbaba a Monzón pero al
parecer ya era dueño de la situación, pues la base aérea se le había
plegado nuevamente. Tomó presos a varios militares e iniciaron
nuevamente la vociferación anticomunista, apoyada por la reacción. La
impresión es que Castillo armas se mantiene debido al apoyo yanqui y a
la inestabilidad de la gente del ejército. De los salvoconductos nos e
sabe nada nuevo, mi nombre no figura en la lista de asilados19.
El
tan ansiado visado llegó a fines de agosto y lo primero que hizo una
vez que lo tuvo en sus manos, fue desprenderse de la pesada carga de
libros que llevaba consigo, enviándolos por encomienda a Buenos Aires.
Poco después se reencontró con Hilda en un restaurante y una vez allí le
comunicó que se iba a México. Ella a su vez, le dijo que haría lo
propio hacia su país y que una vez allí pensaría como encarar su futuro.
A
comienzos de septiembre Ernesto sacó pasaje en tren y el día de su
partida le pidió a la peruana que lo acompañara hasta la primera
estación, ubicada a unos 20 kilómetros de
la ciudad de Guatemala. Solo lleva una nota con la dirección de un
amigo de su padre, el gran escritor y guionista Ulises Petit de Murat,
quien por entonces vivía en el país azteca y algo dinero en los
bolsillos.
A
mediados de ese mes cruzó la frontera y se preparó para afrontar un
nuevo destino. Lo acompañaba Julio Roberto Cáceres, un guatemalteco
apodado “El Patojo”, a quien conoció durante la travesía y se convirtió
en su nuevo compañero de ruta.
Traspuesta
la línea limítrofe abordaron un ómnibus y partieron hacia la capital
del país, sin la más mínima idea de lo que el destino les tenía
preparado.
Se abría un nuevo capítulo en la ajetreada vida del argentino errante.
Notas
1 Pierre
Kalfón, op. Cit., pp. 127-128. Kalfon desdice a Hilda Gadea aclarando
en una nota al pie que la verdadera estatura del líder revolucionario
era 1,73 m. Su afirmación es errónea, en su libro 43 días inolvidavles en Guayaquil,
el escritor y periodista ecuatoriano José Guerra Castillo lo describió
guapo, bien plantado, alto, blanco, coincidiendo con la afirmación de
Hilda y el antropólogo Alejandro Incháurregui, integrante del Equipo
Argentino de Antropología Forense que encontró sus restos junto a la
pista de aterrizaje del aeródromo de Vallegrande, en Bolivia, lo
desmintió categóricamente, confirmando que la estatura del líder
guerrillero oscilaba entre 1,75 y 1,76 m. Ver: Bárbara Camiletti,
Entrevista exclusiva de Radio Sur, “Habla el antropólogo que encontró
los restos del “Che” Guevara en Bolivia”, 27 de julio de 2013. (www.BerissoCiudad.com.ar (http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:VXxrNVcFeGoJ:
www.berissociudad.com.ar/nota.asp?n%3D%26id%3D4727+&cd=1&hl=es-419&ct=clnk&gl=ar).
2 Ídem, p. 129.
3 Para mayor desazón, por esos días le llegó la noticia de la muerte de Sara de la Serna, una de sus tías.
4 Rolando Archila, “El engaño de Peurifoy y la renuncia de Jacobo Árbenz”, Contrapoder, Guatemala, 25 de noviembre de 2013 (http://www.contrapoder.com.gt/es/edicion30/opinion/901).
5 Ídem.
6 Francisco Villagrán Kramer, Biografía política de Guatemala. Los pactos políticos de 1944-1970,
Volumen 1, FLASCO, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales,
Tercera Edición, p. 149. Pierre Kalfon, op. Cit, p. 139. Vale aclarar
que Cortés jamás combatió contra los mayas sino contra los aztecas,
pueblo de la meseta central muy posterior a aquellos.
7 Rolando Archila, op. Cit.
8 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 149.
9 Raúl
Molina Mejía, “Reflexiones sobre la figura de Jabobo Arbenz”, en diario
“La Hora”, Guatemala, viernes 13 de septiembre de 2013
(http://www.lahora.com.gt/index.php/cultura/cultura/otras/183730-reflexiones-sobre-la-figura-de-jacobo-arbenz-).
10 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 151.
11 Ernesto Guevara Lynch, op. Cit., pp. 54-55.
12 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit, pp. 53-54.
13 Rolando Archila, op. Cit.
14 Ernesto Guevara Lynch, op. Cit., pp. 57-59.
15 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 152.
16 Jesús Miguel (Chuno) Blandón, "El Che y la guerrilla nicaragüense",
http://www.radiolaprimerisima.com/files/doc/ElCheylaguerrillanicaraguense.doc
17 Como
siempre sucede en estos casos, las cifras de muertos y heridos han sido
groseramente manipuladas. Luego de 14 días de lucha, las bajas entre
ambos bandos solo alcanzaron el millar.
18 Rolando Archila, op. Cit.
19 Ernesto “Che” Guevara, op. Cit, pp. 57-58.