jueves, 4 de julio de 2019

EL LARGO CAMINO A LA SIERRA

Los días que siguieron a la emboscada de Alegría de Pío fueron desgastantes y confusos.
Mientras el cañaveral ardía, grupos de combatientes que no superaban la media docena de hombres, huían en diferentes direcciones, perdiendo contacto entre sí.
Los soldados de Batista tomaron varios prisioneros y los ejecutaron en el mismo lugar o durante la marcha hacia sus campamentos, después de someter a algunos a breves interrogatorios1.
El grupo de Almeida, del que formaban parte el Che, Ramiro Valdés, Chao y Benítez, se extravió en un terreno pedregoso y estuvo vagando sin rumbo durante dos días, en busca de un camino.
Chao, que era veterano de la guerra civil española, advirtió sobre el peligro de deambular por territorio desconocido ya que de persistir en esa actitud, lo más probable era que cayesen en una emboscada y fuesen aniquilados.
Fue el Che quien sacó al grupo del atolladero al sugerir avanzar de noche. Así se hizo, tomando a la Estrella Polar como guía y de esa manera, pudieron reanudar la marcha, intentando poner la mayor distancia posible con el enemigo.
 
Sufrieron hambre, sed y cansancio en lo que para Guevara fueron los días más angustiantes y desmoralizadores de la guerra, potenciados por la incertidumbre y el sentimiento de culpa generada por la derrota, sensaciones muy vívidas en esos momentos.
Tan sincero es el argentino a la hora de relatar los hechos que no duda en confesar que la que creía la Estrella Polar era otra y que si dieron con el rumbo correcto fue por pura casualidad. Como dice Pierre Kalfon, “Por este tipo de sinceridad en el detalle podemos juzgar el apego de un hombre a la verdad sin maquillajes”2.
La extenuante marcha selvática llevó a los guerrilleros hasta una cueva desde la que se dominaba buena parte del territorio aunque no permitía ver los accesos, un detalle para tener en cuenta porque el  peligro de caer en manos de una patrulla era alto.
En aquel improvisado refugio, bajo la tenue luz de las estrellas, los cinco combatientes hicieron un juramento, comprometiéndose a luchar hasta la muerte en caso de ser rodeados.
Allí pasaron la noche y a la mañana siguiente, se alimentaron con un poco de leche condensada y agua, algo que apenas les servía para engañar el estómago. Y en esas estaban cuando distinguieron a lo lejos, varios aviones que iban y venían ametrallando la selva.
Recién por la noche echaron a andar y en la madrugada del 8 de diciembre llegaron a unos acantilados próximos a la costa, desde donde alcanzaron a divisar lo que parecía ser una pequeña vertiente de agua cristalina, que caía más allá del bosque.
La vista del mar, 15 metros debajo de ellos, los deslumbró, pero no los detuvo demasiado tiempo porque era imperioso buscar la manera de descender de aquellos riscos si lo que querían era llenar sus cantimploras.
El Che explica que después de mucho buscar dieron con un sendero que parecía llevar hacia las tierras bajas pero que a poco de andar se extraviaron y eso los obligó a detenerse. Fue entonces que agradeció su condición de asmático porque utilizando el inhalador que llevaba en uno de los bolsillos de su chaqueta, pudo recoger el agua de lluvia que se concentraba en las rocas y distribuirla entre sus compañeros, midiéndola en el ocular de un lente telescópico que llevaba consigo3.
Reanudaron la marcha al caer el sol, intentando guiarse por la luna y así desembocaron en una playa pequeña, donde aprovecharon la obscuridad para darse un buen baño, algo que les estaba haciendo falta desde hacía varios días.
Reconfortados por el chapuzón, continuaron la marcha hasta dar con un refugio de pescadores que, al parecer, estaba deshabitado.
La vista del precario edificio los hizo detener pero acuciados por el hambre y la sed, reanudaron el avance, con Almeida al frente, apuntando con su fusil.
Adoptando todas las precauciones, se fueron aproximando muy lentamente a la cabaña, rogando porque, efectivamente, estuviese vacía.
Grande fue su sorpresa al ver que en su interior dormían tres hombres y que uno de ellos era Camilo Cienfuegos.

Durante todo el día 6, Fidel y sus hombres se mantuvieron ocultos en los cañaverales, esperando el momento oportuno para evadirse en dirección a la sierra. Si decidieron quedarse allí y no en la tupida selva que se extendía inmediatamente después fue porque las cañas les permitirían combatir el hambre.
Cerca del medio día apareció un avión desde el noroeste, que después de efectuar un amplio giro sobre la zona de la emboscada, detectó su presencia y se abalanzó sobre ellos, abriendo fuego con sus ametralladoras.
Los guerrilleros debieron correr con prisa para arrojarse en el interior de un sector del cañaveral semi talado y cubrirse con la paja. Lo hicieron a tiempo porque en una segunda pasada, el piloto barrió su antigua posición y de haber permanecido allí los habría masacrado.
El aparato pasó una y otra vez, acribillando el cañaveral y después de agotar su carga de combustible, se alejó por el mismo camino de regreso a su base.
Aprovechando esa circunstancia, los combatientes decidieron cambiar de posición, desplazándose un poco más al este, medida acertada porque era seguro que la aeronave había pasado la información al Ejército y que este se dirigía hacia allí.
Se hallaban exhaustos, famélicos y preocupados por no poder abandonar la zona y eso los ponía en extremo tensos y nerviosos.
Al caer el sol volvieron a echarse sobre la hierba para cubrirse con la paja lo mejor posible. Antes de dormirse, Fidel colocó su rifle hacia arriba, con la culata apoyada en el suelo y la punta del caño en su mentón y así durmió varias horas, dispuesto a matarse en caso de que las fuerzas de Batistas dieran con ellos e intentasen tomarlos prisioneros.
En esas condiciones llegó la noche, sin que se produjeran otras novedades.
Permanecieron escondidos los dos días siguientes, con los soldados estrechando el cerco en torno a ellos (aunque con menos presencia aérea) y la falta de alimentos haciéndose sentir.
Ignoraban la terrible suerte que ese mismo día (8 de diciembre) corrían sus compañeros Ñico López, José Smith, Cándido González, Miguel Cabañas y David Royo, capturados y ejecutados en la desembocadura del río Toro, después de ser delatados por un campesino.
El final de aquellos hombres fue abrupto. Tras una penosa marcha, el pelotón al mando del teniente Julio Laurent los hizo detener y después de conducirlos hasta un grupo de rocas, los fusiló sin mediar palabra. Al caer la noche, corrieron la misma suerte Raúl Suárez, René Reiné y Noelio Capote, los tres entregados por el mismo guajiro y en horas de la mañana, fueron apresados Luis Arcos, Armando Mestre y José Ramón Martínez, cuando atravesaban el potrero de Salazar.
Los soldados regresaron a la zona del combate y en horas de la tarde detuvieron a Andrés Luján, Jimmy Hirzel y Félix Elmuza, a quienes condujeron maniatados hasta el puesto de mando del Batey, donde aguardaban otros prisioneros.
Cuatro días permanecieron escondidos Fidel y sus compañeros bajo la paja de aquel cañaveral salvador. Cuatro días en los que el hambre, la sed y la incertidumbre fueron un tormento constante. Recién el 10 de diciembre las tropas y los aviones comenzaron a dar señales de retirada, pero sabiendo que el peligro aún no había pasado, decidieron esperar hasta el anochecer para incorporarse y reiniciar la caminata.
La caída del sol era el momento que más esperan los guerrilleros porque con ella llegan el amparo y la seguridad.
La Fuerza Aérea del Ejército Cubano realizó numerosas misiones de ataque
sobre el área por la que se desplazaban los guerrilleros

En plena obscuridad, siempre hablando en susurros, los tres hombres se incorporaron y echaron a andar, Fidel con su fusil al frente y Universo Sánchez cerrando la marcha, con sus medias rellenas de paja por haber perdido las botas durante el combate. Caminaron hacia el noreste, muy cautelosamente, siempre en silencio y atentos a cualquier sonido que pudiera delatar la presencia enemiga.
Era el 11 de diciembre y la lejana silueta de la sierra, se recortaba a lo lejos, débilmente iluminada por la luna. La vista no solamente les servía como punto de referencia sino que les daba ánimos porque era la meta y representaba la salvación.
En el Alto de la Conveniencia, el terreno se inclinaba hacia el cauce del río Toro, que tiene sus vertientes en la cadena montañosa de la Sierra Maestra. Los combatientes bajaron la pendiente y al llegar a su base descubrieron la silueta de una cabaña recortándose contra la espesura. En ese preciso momento se desató un típico aguacero tropical, con toneladas de agua cayendo sobre la región. Pese a los inconvenientes que ello representaba, Fidel Castro decidió mantenerse a distancia, en previsión de una posible emboscada.
Los rebeldes escalaron una pequeña loma ubicada a 200 metros de la casa y durante el tiempo que duró la obscuridad, se turnaron haciendo guardia, observando atentamente el edificio en espera de algún movimiento que denotase presencia humana.
Las primeras luces del día mostraron algo de actividad. Los moradores de la cabaña eran campesinos, dedicados al cultivo y la cría de animales de corral, actividades en las que estuvieron ocupados desde hora temprana hasta el medio día, cuando se retiraron a almorzar. 
Los relojes señalaban las 16.00 cuando Castro le dijo a Faustino que bajase hasta la vivienda e intentase obtener alimentos e información. De acuerdo a las instrucciones, el médico debía decir que formaba parte de un cuerpo expedicionario de veinticinco personas y que necesitaba provisiones, esperando de ese modo , desorientar a aquella gente.
El nombre del propietario era Daniel Hidalgo y el de su esposa Cota Coello, típicos guajiros de la región, quienes ya se encontraban al tanto de que formaban parte del la columna rebelde y por esa razón, les ofrecieron lo poco que tenían: algo de lechón y vianda.
Para los expedicionarios aquella ración fue como el maná del cielo porque les permitió saciar el hambre y probar agua por primera vez desde Alegría de Pío.
Cuando se acercaron a la cabaña, respondiendo las señales de Faustino, sus propietarios proveyeron a Universo un par de alpargatas que le vinieron de perillas porque en esas condiciones no podía seguir caminando e inmediatamente después, les relataron todo lo que sabían sobre el desembarco y los asesinatos que las tropas habían perpetrado inmediatamente después, brindándole incluso una detallada explicación de cómo llegar a la sierra.
Abandonaron el lugar esa misma noche, después de agradecer la ayuda recibida y guiados por un amigo de la familia, llegaron a la loma de la Yerba, donde el 13 de diciembre acamparon. Desde allí siguieron solos hasta la casa de los hermanos Rubén y Walterio Tejeda, integrantes de la red de Celia Sánchez, quienes les dieron de comer y los acompañaron un trecho hasta el arroyo Limoncito, que atravesaba la finca de Marcial Areviches.
Pasado el mediodía, Universo Sánchez, que en esos momentos estaba de guardia en el acceso al campamento, notó que se aproximaba una persona.
Tomando rápidamente su arma dio aviso a sus compañeros y apuntó en esa dirección, notando para su alivio, que se trataba de Adrián García, el padre de Guillermo, otro integrante de la red clandestina, que habiéndose enterado por Eustiquio Naranjo que Fidel y sus compañeros se hallaban acampados allí, les traía arroz con pavo, pan, leche y café.
Al darle la bienvenida, Fidel se presentó como Alejandro, pero el hombre sabía perfectamente quien era porque lo había visto en unas fotografías que la revista “Bohemia” había publicado ese mismo año. Al día siguiente, se presentó su hijo Guillermo, trayendo información para Castro. Eran las  01:00 y el ambiente estaba un tanto fresco aunque agradable.
El recién llegado pasó las últimas novedades, entre ellas, los fusilamientos de Ñico López y demás combatientes y lo que parecía ser la retirada de las fuerzas regulares. Cuando proporcionó los nombres de los asesinados y los de sus verdugos, Fidel prometió castigar duramente a los responsables ni bien alcanzase el poder.
Guillermo guió al grupo hasta La Manteca, punto ubicado en la plantación de Pablo Pérez y allí se dispusieron a aguardar el momento propicio para cruzar la carretera de Pilón.
El 15 de diciembre, las tropas regulares capturaron a Juan Manuel Márquez cuando se desplazaba totalmente desorientado por Estacadero. Los soldados lo rodearon, le ordenaron levantar los brazos y después de revisarlo exhaustivamente, lo condujeron hasta San Ramón, donde lo fusilaron.
Sierra Maestra

Cuando ya estaba obscuro, Fidel y sus compañeros reanudaron la marcha en dirección a la carretera, ignorantes de que ese mismo día, el gobierno había decidido levantar el cerco sobre la zona, convencido de que el grupo rebelde estaba aniquilado.
Dos horas después, cuando daban las 22.00, llegaron a la carretera de Pilón, la cinta de asfalto que une esa localidad con Niquero, al otro lado de la península, y se detuvieron a la vera del monte, escudriñando atentamente los alrededores sin detectar movimientos. Lo que les llamó la atención fue una alcantarilla cercana que les iba a servir para cruzar la carretera e internarse en la selva, al otro lado, sin detenerse. En ese punto el camino se tornó ondulante y así siguió hasta la loma de Nigua, a unos treinta kilómetros, donde al llegar, decidieron hacer un nuevo alto por encontrarse completamente agotados. Habían alcanzado las primeras estribaciones de la sierra.


A las 05.45 del 6 de diciembre, Raúl Castro y sus compañeros se incorporaron y reiniciaron la marcha hacia el este. Pocos minutos después, cuando el sol ya había salido por el horizonte, una formación de tres o cuatro aviones llegó desde el noroeste para sobrevolar la región en círculos.
Detrás de ellos llegaron otros y así siguieron hasta las 11.55, cuando comenzaron a bombardear el área. Inmediatamente después ametrallaron la selva y eso obligó a los expedicionarios a buscar un sitio donde refugiarse.

Detienen el pequeño bombardeo y yo sigo escribiendo y mientras esté con vida, que tal vez se acabe hoy o mañana, seguiré reportando en mi diario, en el instante, si no estoy corriendo, las cosas que vayan ocurriendo. En este momento estamos los seis compañeros tirados bocabajo y pegados a un árbol con algunos metros de separación... Doce en punto. Sigue el violento cruceteo de aviones en picadas unos, otros en vuelo rasante. No han vuelto a disparar.
Tres ráfagas de ametralladora, nueve o diez ráfagas más. Están ametrallando el bosque. ¡Bueno, esto es emocionante, peligroso y triste! Voy a descansar un rato y a fumarme un cigarrillo, mientras sigue la fiesta. ¡Confío en que la naturaleza nos proteja hasta que podamos salir de este cerco! Ignoramos la suerte del resto del destacamento. Ojalá se salven ellos por lo menos y puedan seguir la lucha hasta el triunfo de nuestra causa (son las doce y cinco)4.

Decididos a merendar, dieron cuenta de lo único que tenían para llevarse a la boca, una papa cruda ya que ni agua habían tenido tiempo de recoger. A las 12.30 una nueva formación aérea ametralló la zona durante cinco minutos y así continuó todo el día, hasta la caída del sol.

…cinco minutos seguidos, las ráfagas suenan más cerca de nosotros, parece que tiran a rumbo. 12 y 40. Creo que esta noche tendremos que alejarnos de aquí de todas formas, ya que tenemos cuatro amenazas: los aviones, los soldados, el hambre y la sed, sin contar el cansancio y la falta de dormir. Los aviones vuelan hasta el oscurecer5.

El 7 de diciembre amaneció en una calma que a Raúl y su gente les pareció extraña. ¿Dónde estaban los soldados? ¿Dónde los aviones? Ni siquiera el viento, tan fuerte en los días anteriores, se hacía notar.
Raúl se despertó dolorido; había dormido mal y para colmo, en plena obscuridad, un cangrejo le había comido parte de la cabellera. A las 06.00 procedieron cortar cañas para hacerse de provisiones y en esa situación se encontraban cuando a las 08.50 apareció el primer avión, que se perdió rumbo al sudeste y volvió de regreso a las 09.20. Diez minutos después, se escucharon dos disparos al oeste. Los seis se combatientes se miraron preocupados, temerosos de que el ejército pudiese estar rodeando la zona y por esa razón permanecieron escondidos en el lugar, sin movcerse, pese a que todo parecía indicar que se trataba de cazadores.
Cuatro horas después (12.55) una balacera de diez o doce disparos al noroeste los obligó pegarse al suelo y permanecer en esa posición durante varios minutos.
Algo debería estar ocurriendo realmente porque a media tarde, otros cuatro estampidos sonaron en la misma dirección, con intervalos de varios segundos entre uno y otro.

A las 3 y 30 pasó el avión y dio algunas vueltas, no precisamente por nuestra zona; posteriormente dio algunas más y nada más. Ya nos comimos nuestra ración de caña, bastante mala y escasa, pero es peligroso volver al cañaveral. [...] Aquí hemos decidido (los seis que estamos) esperar a que se marchen un poco los soldados; mientras nos alimentamos exclusivamente de caña. Si los demás compañeros, sobre todo el Estado Mayor, han logrado irse, la Revolución y nosotros tal vez estaremos a salvo. De nuestra posición solo sabemos dónde están los puntos cardinales, pero de nosotros, solo sabemos que estamos en la provincia de Oriente y bastante lejos de la Sierra Maestra, nuestra meta del momento6.

Recién a las 02.20 del 8 de diciembre, Raúl y su grupo decidieron abandonar el cañaveral y retomar la marcha hacia el este porque durante la noche habían creído escuchar los ladridos de algunos perros y el canto de un gallo, indicios de que había una cabaña en las cercanías. Sin embargo, el plan fue abortado al resonar nuevos disparos seguidos por el característico ruido de motores pesados, evidencia clara de que estabn pasando camiones.

Hay dos aviones dando vueltas, pero sobre ninguna zona determinada, parece que tratan de localizar a alguien, lo que nos hace albergar esperanzas de que el grueso de nuestro destacamento, el "Antonio Maceo", se haya salvado. [...] Hemos decidido firmemente esperar aquí pase lo que pase, hasta que se aclare la situación por esa zona. Pasando hambre y sed. Solo comiendo caña. Perdí la mochila en el encuentro "sorpresa" del día pasado y nada más tengo lo que tengo encima7.

La noche transcurrió con cierta tensión a causa de un nutrido tiroteo en la lejanía. Se levantaron a las 06.00, cuando todavía estaba obscuro y se pusieron a buscar caña para desayunar. A las 08.20 los sorprendió un nuevo disparo y una hora después, vieron a lo lejos pasar un avión.
Ese día era el cumpleaños de Ciro Redondo, acontecimiento que festejaron con una nueva provisión de caña que se ocupó de buscar Armando Rodríguez y después de una suerte de “brindis” con agua, se echaron a dormir, aún cuando todavía no había obscurecido.
El grupo recién abandonó el cañaveral a las 01.35 del 10 de diciembre, desplazándose por lo más frondoso de la espesura para evitar los caminos. Sin saberlo, estaban avanzando en línea paralela al grupo de Fidel y lo seguirían haciendo durante los siguientes 4 kilómetros, siempre en dirección este, buscando los primeros contra fuertes de la sierra.
A media mañana del día siguiente divisaron una cabaña.

Hicimos un rodeo grande para avanzarle al bohío de forma que si tuviéramos que hacer una retirada, nada más tuviéramos que volver los pasos y retirarnos. Armando y yo tomamos por asalto el primer bohío, y yo entré mientras él cubría la retirada, pero estaba completamente vacío. Ya habíamos visto otro bohío mucho más grande como a 100 metros, dentro de una arboleda que ocupaba como una manzana, por un lado y por otro pegado a los árboles había unos claros de platanales. Para llegar al bohío había que pasar una hondonada. Nos llamó la atención que se sentía mucho ruido de voces de hombres en un bohío tan solitario. Ciro y yo salimos y nos aproximamos a la casa, volvimos, y al poco rato salimos de nuevo y nos aproximamos más a la hondonada. Vimos a un campesino amontonando leña, sentimos ruido de radio y vi patas de caballo. También vi a un soldado, pero me pareció que iba vestido de verde y en la cabeza no tenía nada; me pareció verle algo en la cintura8.

Lo que escucharon entonces, les dio la pauta de que se habían topado con un pelotón del ejército.

-Vengan a comer los seis primeros. Traigan los platos de campaña. Oiga, cabo9.

Sin pensarlo dos veces, decidieron alejarse en busca de un sitio seguro donde esconderse porque todo parecía indicar que había más tropas en los alrededores.
En ese preciso momento, César Gómez manifestó a sus compañeros que no podía dar un paso más ; estaba exhausto y lo que era peor, desmoralizado y eso ponía en riesgo la evasión hacia la zona serrana porque su actitud podía contagiar al resto.
Raúl y sus compañeros intentaron convencerlo, explicándole que si lo descubrían iba a ser asesinado, pero Gómez se mantuvo en su postura y no hubo manera de convencerlo. Entonces Raúl le pidió que no se entregase hasta el día siguiente, para darles tiempo de alejarse y que una vez capturado, dijera que estaba solo.
Así se convino y de ese modo, los cinco combatientes se perdieron en la noche, después de apropiarse del fusil del desertor y algunos de sus enseres.
El amanecer los sorprendió en plena travesía y así con cotinuaron hasta que a las 12.57 del mediodía, alcanzaron el río Toro y con él, los lindes de Sierra Maestra. Era la meta ansiada, la salvación y la esperanza de dar inicio a la revolución, razón por la cual, sus corazones palpitaron de emoción.
Sin detenerse a descansar, atravesaron en línea recta un nuevo cañaveral que se extendía sobre el sector oriental de un monte y a los cinco minutos de marcha, comenzaron  a trepar los primeros contrafuertes de la cadena montañosa, cubiertos aún por cultivos de caña y plátanos, un espectáculo majestuoso que abría además, grandes posibilidades de salvación.

…se veían muchos bohíos diseminados por la lejanía. Y después de un corto descanso nos encaminamos al más cercano. Seguimos caminando por el lindero de la faja de bosque al borde de una profunda ladera. Después fuimos descendiendo al fondo de la ladera y vinimos a dar a un despeñadero que tenía como unos 70 metros, pero se podía bajar con cuidado, era de roca viva y se veían rastros de corrientes de agua en época de lluvia. Fui el primero en bajar10.

El descenso se hizo con extremo cuidado, Raúl al frente y René Rodríguez cerrando la formación y en esas se hallaban ocupados cuando a mitad de camino, el último comenzó a hacer señas indicando a sus compañeros que regresasen. ¿Qué estaba ocurriendo?, se preguntaron sus compañeros. Oculto entre las piedras, demacrado y andrajoso, se hallaba escondido Ernesto Fernández Rodríguez, otro de los expedicionarios que había logrado evadir el cerco del ejército.
La sorpresa fue enorme y en extremo providencial ya que por boca del “aparecido” supieron que los soldados habían montado una la emboscada a la vera del río y que allí esperaban para acribillar al primero que la cruzase.
Pasaron la noche sobre el barranco, durmiendo muy mal y por esa razón, a la mañana siguiente amanecieron en muy malas condiciones. Dos horas después, escucharon a un campesino que cantaba en las cercanías, pero no alcanzaron a verlo, por lo que decidieron mantenerse ocultos por temor a que fuese un delator del ejército.
Ernesto les explicó que podían ser los campesinos que le traía alimentos pues la gente del lugar sabía de su presencia y lo venía asistiendo desde hacía varios días, pero Raúl prefirió ser cauteloso.
Cerca de las 10.00 aparecieron los guajiros, quienes se sobresaltaron al ver que en lugar de un solo hombre había cinco. Raúl los tranquilizó y les pidió más de alimento explicándoles que hacía días que no probaban bocado y necesitaban reponer fuerzas. Los campesinos se alejaron y volvieron cuatro horas después, con una abundante cantidad de viandas y mientras los rebeldes daban cuenta de ellas, se pusieron a conversar. Se trataba de Baldomero Cedeño y Crescencio Amaya, hombres simples y bondadosos, quienes los pusieron al tanto de los ajusticiamientos en la boca del Toro y de lo que había estado sucediendo en los días posteriores.
Una hora después, un avión proveniente del noroeste comenzó a sobrevolar la zona en círculos. Guerrilleros y guajiros corrieron hacia la espesura y cuando el aparato pasó sobre sus cabezas, escucharon una voz que desde lo alto, los conminaba a entregarse.

Como a las tres de la tarde se oyó un avión con altoparlante conminándonos a que nos rindiéramos; nos reímos de ellos. Por la tarde vinieron los cuatro campesinos, cuyos nombres no escribo pero los tendremos grabados toda la vida en el corazón. Estuvimos hablando con ellos como dos horas. Por la tarde trajeron café. Por la noche decidimos dormir en un platanal que estaba a unos 30 metros más abajo, porque en las piedras no se podía dormir bien. La noche estaba magnífica, sin frío y sin mosquitos11.

Las tierras en las que se encontraban pertenecían a Neno Hidalgo, un simple agricultor que se hizo presente el 13 por la mañana para traer un buen desayuno. El hombre resultó ser un sujeto agradable que para satisfacción del grupo, les informó que un hombre llamado Fidel estaba vivo y que había pasado por la zona el día anterior, camino a la sierra. Eso los decidió a reemprender la marcha esa misma noche y a solicitarle a Hidalgo que les proveyera un guía.
Dedicaron toda esa jornada a limpiar sus armas y reponer fuerzas y cuando se disponían a reiniciar la marcha, se precipitó sobre la región uno de esos breves pero feroces aguaceros tropicales que los obligó a permanecer en el lugar y posponer la partida para el día siguiente.

Para dormir fue una verdadera tragedia, pues con la ropa y la tierra mojada no había dónde meterse. Con Ciro me acomodé debajo de un cedro abandonado y con la ayuda de un saco de henequén de esos de envasar azúcar, pasamos la noche tiritando de frío y calados hasta los huesos. Por la mañana descubrí que los malditos cangrejos que de noche abundan por miles y de todos los tamaños, habían comido la manga derecha de mi camisa12.

Notas
1 En los días subsiguientes, apresarían a otros y también los pasarán por las armas, en tanto veintidós más iban a ser capturados y del resto se perdería todo rastro, pasando a figurar como “desaparecidos en acción”.
2 Pierre Kalfón, op. Cit, p. 186.
3 Ídem.
4 Diario de Campaña de Raúl Castro.
5 Ídem.
6 Ídem.
7 Ídem.
8 Ídem.
9 Ídem.
10 Ídem.
11 Ídem.
12 Ídem.

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