EL LARGO CAMINO A LA SIERRA
Los días que siguieron a la emboscada de Alegría de Pío fueron desgastantes y confusos.
Mientras
el cañaveral ardía, grupos de combatientes que no superaban la media
docena de hombres, huían en diferentes direcciones, perdiendo contacto
entre sí.
Los
soldados de Batista tomaron varios prisioneros y los ejecutaron en el
mismo lugar o durante la marcha hacia sus campamentos, después de
someter a algunos a breves interrogatorios1.
El
grupo de Almeida, del que formaban parte el Che, Ramiro Valdés, Chao y
Benítez, se extravió en un terreno pedregoso y estuvo vagando sin rumbo
durante dos días, en busca de un camino.
Chao,
que era veterano de la guerra civil española, advirtió sobre el peligro
de deambular por territorio desconocido ya que de persistir en esa
actitud, lo más probable era que cayesen en una emboscada y fuesen
aniquilados.
Fue el Che quien sacó al grupo del atolladero al sugerir avanzar de noche. Así se hizo, tomando a la Estrella Polar como guía y de esa manera, pudieron reanudar la marcha, intentando poner la mayor distancia posible con el enemigo.
Sufrieron
hambre, sed y cansancio en lo que para Guevara fueron los días más
angustiantes y desmoralizadores de la guerra, potenciados por la
incertidumbre y el sentimiento de culpa generada por la derrota,
sensaciones muy vívidas en esos momentos.
Tan sincero es el argentino a la hora de relatar los hechos que no duda en confesar que la que creía la Estrella Polar era otra y que si dieron con el rumbo correcto fue por pura casualidad. Como dice Pierre Kalfon, “Por este tipo de sinceridad en el detalle podemos juzgar el apego de un hombre a la verdad sin maquillajes”2.
La
extenuante marcha selvática llevó a los guerrilleros hasta una cueva
desde la que se dominaba buena parte del territorio aunque no permitía
ver los accesos, un detalle para tener en cuenta porque el peligro de
caer en manos de una patrulla era alto.
En
aquel improvisado refugio, bajo la tenue luz de las estrellas, los
cinco combatientes hicieron un juramento, comprometiéndose a luchar
hasta la muerte en caso de ser rodeados.
Allí
pasaron la noche y a la mañana siguiente, se alimentaron con un poco de
leche condensada y agua, algo que apenas les servía para engañar el
estómago. Y en esas estaban cuando distinguieron a lo lejos, varios
aviones que iban y venían ametrallando la selva.
Recién
por la noche echaron a andar y en la madrugada del 8 de diciembre
llegaron a unos acantilados próximos a la costa, desde donde alcanzaron a
divisar lo que parecía ser una pequeña vertiente de agua cristalina,
que caía más allá del bosque.
La vista del mar, 15 metros debajo
de ellos, los deslumbró, pero no los detuvo demasiado tiempo porque era
imperioso buscar la manera de descender de aquellos riscos si lo que
querían era llenar sus cantimploras.
El
Che explica que después de mucho buscar dieron con un sendero que
parecía llevar hacia las tierras bajas pero que a poco de andar se
extraviaron y eso los obligó a detenerse. Fue entonces que agradeció su
condición de asmático porque utilizando el inhalador que llevaba en uno
de los bolsillos de su chaqueta, pudo recoger el agua de lluvia que se
concentraba en las rocas y distribuirla entre sus compañeros, midiéndola
en el ocular de un lente telescópico que llevaba consigo3.
Reanudaron
la marcha al caer el sol, intentando guiarse por la luna y así
desembocaron en una playa pequeña, donde aprovecharon la obscuridad para
darse un buen baño, algo que les estaba haciendo falta desde hacía
varios días.
Reconfortados por el chapuzón, continuaron la marcha hasta dar con un refugio de pescadores que, al parecer, estaba deshabitado.
La
vista del precario edificio los hizo detener pero acuciados por el
hambre y la sed, reanudaron el avance, con Almeida al frente, apuntando
con su fusil.
Adoptando
todas las precauciones, se fueron aproximando muy lentamente a la
cabaña, rogando porque, efectivamente, estuviese vacía.
Grande fue su sorpresa al ver que en su interior dormían tres hombres y que uno de ellos era Camilo Cienfuegos.
Durante
todo el día 6, Fidel y sus hombres se mantuvieron ocultos en los
cañaverales, esperando el momento oportuno para evadirse en dirección a
la sierra. Si decidieron quedarse allí y no en la tupida selva que se
extendía inmediatamente después fue porque las cañas les permitirían
combatir el hambre.
Cerca
del medio día apareció un avión desde el noroeste, que después de
efectuar un amplio giro sobre la zona de la emboscada, detectó su
presencia y se abalanzó sobre ellos, abriendo fuego con sus
ametralladoras.
Los
guerrilleros debieron correr con prisa para arrojarse en el interior de
un sector del cañaveral semi talado y cubrirse con la paja. Lo hicieron
a tiempo porque en una segunda pasada, el piloto barrió su antigua
posición y de haber permanecido allí los habría masacrado.
El
aparato pasó una y otra vez, acribillando el cañaveral y después de
agotar su carga de combustible, se alejó por el mismo camino de regreso a
su base.
Aprovechando
esa circunstancia, los combatientes decidieron cambiar de posición,
desplazándose un poco más al este, medida acertada porque era seguro que
la aeronave había pasado la información al Ejército y que este se
dirigía hacia allí.
Se hallaban exhaustos, famélicos y preocupados por no poder abandonar la zona y eso los ponía en extremo tensos y nerviosos.
Al
caer el sol volvieron a echarse sobre la hierba para cubrirse con la
paja lo mejor posible. Antes de dormirse, Fidel colocó su rifle hacia
arriba, con la culata apoyada en el suelo y la punta del caño en su
mentón y así durmió varias horas, dispuesto a matarse en caso de que las
fuerzas de Batistas dieran con ellos e intentasen tomarlos prisioneros.
En esas condiciones llegó la noche, sin que se produjeran otras novedades.
Permanecieron
escondidos los dos días siguientes, con los soldados estrechando el
cerco en torno a ellos (aunque con menos presencia aérea) y la falta de
alimentos haciéndose sentir.
Ignoraban la terrible suerte que ese mismo día (8 de diciembre) corrían sus compañeros Ñico
López, José Smith, Cándido González, Miguel Cabañas y David Royo,
capturados y ejecutados en la desembocadura del río Toro, después de ser
delatados por un campesino.
El
final de aquellos hombres fue abrupto. Tras una penosa marcha, el
pelotón al mando del teniente Julio Laurent los hizo detener y después
de conducirlos hasta un grupo de rocas, los fusiló sin mediar palabra.
Al caer la noche, corrieron la misma suerte Raúl Suárez, René Reiné y
Noelio Capote, los tres entregados por el mismo guajiro y en horas de la
mañana, fueron apresados Luis Arcos, Armando Mestre y José Ramón
Martínez, cuando atravesaban el potrero de Salazar.
Los
soldados regresaron a la zona del combate y en horas de la tarde
detuvieron a Andrés Luján, Jimmy Hirzel y Félix Elmuza, a quienes
condujeron maniatados hasta el puesto de mando del Batey, donde
aguardaban otros prisioneros.
Cuatro
días permanecieron escondidos Fidel y sus compañeros bajo la paja de
aquel cañaveral salvador. Cuatro días en los que el hambre, la sed y la
incertidumbre fueron un tormento constante. Recién el 10 de diciembre
las tropas y los aviones comenzaron a dar señales de retirada, pero
sabiendo que el peligro aún no había pasado, decidieron esperar hasta el
anochecer para incorporarse y reiniciar la caminata.
La caída del sol era el momento que más esperan los guerrilleros porque con ella llegan el amparo y la seguridad.
La Fuerza Aérea del Ejército Cubano realizó numerosas misiones de ataque sobre el área por la que se desplazaban los guerrilleros |
En plena obscuridad, siempre hablando en susurros, los tres hombres se incorporaron y echaron a andar, Fidel con su fusil al frente y Universo Sánchez cerrando la marcha, con sus medias rellenas de paja por haber perdido las botas durante el combate. Caminaron hacia el noreste, muy cautelosamente, siempre en silencio y atentos a cualquier sonido que pudiera delatar la presencia enemiga.
Era
el 11 de diciembre y la lejana silueta de la sierra, se recortaba a lo
lejos, débilmente iluminada por la luna. La vista no solamente les
servía como punto de referencia sino que les daba ánimos porque era la
meta y representaba la salvación.
En el Alto de la Conveniencia, el terreno se inclinaba hacia el cauce del río Toro, que tiene sus vertientes en la cadena montañosa de la Sierra Maestra. Los
combatientes bajaron la pendiente y al llegar a su base descubrieron la
silueta de una cabaña recortándose contra la espesura. En ese preciso
momento se desató un típico aguacero tropical, con toneladas de agua
cayendo sobre la región. Pese a los inconvenientes que ello
representaba, Fidel Castro decidió mantenerse a distancia, en previsión
de una posible emboscada.
Los rebeldes escalaron una pequeña loma ubicada a 200 metros de
la casa y durante el tiempo que duró la obscuridad, se turnaron
haciendo guardia, observando atentamente el edificio en espera de algún
movimiento que denotase presencia humana.
Las
primeras luces del día mostraron algo de actividad. Los moradores de la
cabaña eran campesinos, dedicados al cultivo y la cría de animales de
corral, actividades en las que estuvieron ocupados desde hora temprana
hasta el medio día, cuando se retiraron a almorzar.
Los relojes señalaban las 16.00 cuando Castro
le dijo a Faustino que bajase hasta la vivienda e intentase obtener
alimentos e información. De acuerdo a las instrucciones, el médico debía
decir que formaba parte de un cuerpo expedicionario de veinticinco
personas y que necesitaba provisiones, esperando de ese modo ,
desorientar a aquella gente.
El
nombre del propietario era Daniel Hidalgo y el de su esposa Cota
Coello, típicos guajiros de la región, quienes ya se encontraban al
tanto de que formaban parte del la columna rebelde y por esa razón, les
ofrecieron lo poco que tenían: algo de lechón y vianda.
Para
los expedicionarios aquella ración fue como el maná del cielo porque
les permitió saciar el hambre y probar agua por primera vez desde
Alegría de Pío.
Cuando
se acercaron a la cabaña, respondiendo las señales de Faustino, sus
propietarios proveyeron a Universo un par de alpargatas que le vinieron
de perillas porque en esas condiciones no podía seguir caminando e
inmediatamente después, les relataron todo lo que sabían sobre el
desembarco y los asesinatos que las tropas habían perpetrado
inmediatamente después, brindándole incluso una detallada explicación de
cómo llegar a la sierra.
Abandonaron
el lugar esa misma noche, después de agradecer la ayuda recibida y
guiados por un amigo de la familia, llegaron a la loma de la Yerba,
donde el 13 de diciembre acamparon. Desde allí siguieron solos hasta la
casa de los hermanos Rubén y Walterio Tejeda, integrantes de la red de
Celia Sánchez, quienes les dieron de comer y los acompañaron un trecho
hasta el arroyo Limoncito, que atravesaba la finca de Marcial Areviches.
Pasado
el mediodía, Universo Sánchez, que en esos momentos estaba de guardia
en el acceso al campamento, notó que se aproximaba una persona.
Tomando
rápidamente su arma dio aviso a sus compañeros y apuntó en esa
dirección, notando para su alivio, que se trataba de Adrián García, el
padre de Guillermo, otro integrante de la red clandestina, que
habiéndose enterado por Eustiquio Naranjo que Fidel y sus compañeros se
hallaban acampados allí, les traía arroz con pavo, pan, leche y café.
Al
darle la bienvenida, Fidel se presentó como Alejandro, pero el hombre
sabía perfectamente quien era porque lo había visto en unas fotografías
que la revista “Bohemia” había publicado ese mismo año. Al día
siguiente, se presentó su hijo Guillermo, trayendo información para
Castro. Eran las 01:00 y el ambiente estaba un tanto fresco aunque
agradable.
El
recién llegado pasó las últimas novedades, entre ellas, los
fusilamientos de Ñico López y demás combatientes y lo que parecía ser la
retirada de las fuerzas regulares. Cuando proporcionó los nombres de
los asesinados y los de sus verdugos, Fidel prometió castigar duramente a
los responsables ni bien alcanzase el poder.
Guillermo guió al grupo hasta La Manteca,
punto ubicado en la plantación de Pablo Pérez y allí se dispusieron a
aguardar el momento propicio para cruzar la carretera de Pilón.
El
15 de diciembre, las tropas regulares capturaron a Juan Manuel Márquez
cuando se desplazaba totalmente desorientado por Estacadero. Los
soldados lo rodearon, le ordenaron levantar los brazos y después de
revisarlo exhaustivamente, lo condujeron hasta San Ramón, donde lo
fusilaron.
Sierra Maestra |
Cuando
ya estaba obscuro, Fidel y sus compañeros reanudaron la marcha en
dirección a la carretera, ignorantes de que ese mismo día, el gobierno
había decidido levantar el cerco sobre la zona, convencido de que el
grupo rebelde estaba aniquilado.
Dos
horas después, cuando daban las 22.00, llegaron a la carretera de
Pilón, la cinta de asfalto que une esa localidad con Niquero, al otro
lado de la península, y se detuvieron a la vera del monte, escudriñando
atentamente los alrededores sin detectar movimientos. Lo que les llamó
la atención fue una alcantarilla cercana que les iba a servir para
cruzar la carretera e internarse en la selva, al otro lado, sin
detenerse. En ese punto el camino se tornó ondulante y así siguió hasta
la loma de Nigua, a unos treinta kilómetros, donde al llegar, decidieron
hacer un nuevo alto por encontrarse completamente agotados. Habían
alcanzado las primeras estribaciones de la sierra.
A
las 05.45 del 6 de diciembre, Raúl Castro y sus compañeros se
incorporaron y reiniciaron la marcha hacia el este. Pocos minutos
después, cuando el sol ya había salido por el horizonte, una formación
de tres o cuatro aviones llegó desde el noroeste para sobrevolar la
región en círculos.
Detrás
de ellos llegaron otros y así siguieron hasta las 11.55, cuando
comenzaron a bombardear el área. Inmediatamente después ametrallaron la
selva y eso obligó a los expedicionarios a buscar un sitio donde
refugiarse.
Detienen
el pequeño bombardeo y yo sigo escribiendo y mientras esté con vida,
que tal vez se acabe hoy o mañana, seguiré reportando en mi diario, en
el instante, si no estoy corriendo, las cosas que vayan ocurriendo. En
este momento estamos los seis compañeros tirados bocabajo y pegados a un
árbol con algunos metros de separación... Doce en punto. Sigue el
violento cruceteo de aviones en picadas unos, otros en vuelo rasante. No
han vuelto a disparar.
Tres
ráfagas de ametralladora, nueve o diez ráfagas más. Están ametrallando
el bosque. ¡Bueno, esto es emocionante, peligroso y triste! Voy a
descansar un rato y a fumarme un cigarrillo, mientras sigue la fiesta.
¡Confío en que la naturaleza nos proteja hasta que podamos salir de este
cerco! Ignoramos la suerte del resto del destacamento. Ojalá se salven
ellos por lo menos y puedan seguir la lucha hasta el triunfo de nuestra
causa (son las doce y cinco)4.
Decididos
a merendar, dieron cuenta de lo único que tenían para llevarse a la
boca, una papa cruda ya que ni agua habían tenido tiempo de recoger. A
las 12.30 una nueva formación aérea ametralló la zona durante cinco
minutos y así continuó todo el día, hasta la caída del sol.
…cinco
minutos seguidos, las ráfagas suenan más cerca de nosotros, parece que
tiran a rumbo. 12 y 40. Creo que esta noche tendremos que alejarnos de
aquí de todas formas, ya que tenemos cuatro amenazas: los aviones, los
soldados, el hambre y la sed, sin contar el cansancio y la falta de
dormir. Los aviones vuelan hasta el oscurecer5.
El
7 de diciembre amaneció en una calma que a Raúl y su gente les pareció
extraña. ¿Dónde estaban los soldados? ¿Dónde los aviones? Ni siquiera el
viento, tan fuerte en los días anteriores, se hacía notar.
Raúl
se despertó dolorido; había dormido mal y para colmo, en plena
obscuridad, un cangrejo le había comido parte de la cabellera. A las
06.00 procedieron cortar cañas para hacerse de provisiones y en esa
situación se encontraban cuando a las 08.50 apareció el primer avión,
que se perdió rumbo al sudeste y volvió de regreso a las 09.20. Diez
minutos después, se escucharon dos disparos al oeste. Los seis se
combatientes se miraron preocupados, temerosos de que el ejército
pudiese estar rodeando la zona y por esa razón permanecieron escondidos
en el lugar, sin movcerse, pese a que todo parecía indicar que se
trataba de cazadores.
Cuatro
horas después (12.55) una balacera de diez o doce disparos al noroeste
los obligó pegarse al suelo y permanecer en esa posición durante varios
minutos.
Algo
debería estar ocurriendo realmente porque a media tarde, otros cuatro
estampidos sonaron en la misma dirección, con intervalos de varios
segundos entre uno y otro.
A
las 3 y 30 pasó el avión y dio algunas vueltas, no precisamente por
nuestra zona; posteriormente dio algunas más y nada más. Ya nos comimos
nuestra ración de caña, bastante mala y escasa, pero es peligroso volver
al cañaveral. [...] Aquí hemos decidido (los seis que estamos) esperar a
que se marchen un poco los soldados; mientras nos alimentamos
exclusivamente de caña. Si los demás compañeros, sobre todo el Estado
Mayor, han logrado irse, la Revolución y
nosotros tal vez estaremos a salvo. De nuestra posición solo sabemos
dónde están los puntos cardinales, pero de nosotros, solo sabemos que
estamos en la provincia de Oriente y bastante lejos de la Sierra Maestra, nuestra meta del momento6.
Recién
a las 02.20 del 8 de diciembre, Raúl y su grupo decidieron abandonar el
cañaveral y retomar la marcha hacia el este porque durante la noche
habían creído escuchar los ladridos de algunos perros y el canto de un
gallo, indicios de que había una cabaña en las cercanías. Sin embargo,
el plan fue abortado al resonar nuevos disparos seguidos por el
característico ruido de motores pesados, evidencia clara de que estabn
pasando camiones.
Hay
dos aviones dando vueltas, pero sobre ninguna zona determinada, parece
que tratan de localizar a alguien, lo que nos hace albergar esperanzas
de que el grueso de nuestro destacamento, el "Antonio Maceo", se haya
salvado. [...] Hemos decidido firmemente esperar aquí pase lo que pase,
hasta que se aclare la situación por esa zona. Pasando hambre y sed.
Solo comiendo caña. Perdí la mochila en el encuentro "sorpresa" del día
pasado y nada más tengo lo que tengo encima7.
La
noche transcurrió con cierta tensión a causa de un nutrido tiroteo en
la lejanía. Se levantaron a las 06.00, cuando todavía estaba obscuro y
se pusieron a buscar caña para desayunar. A las 08.20 los sorprendió un
nuevo disparo y una hora después, vieron a lo lejos pasar un avión.
Ese
día era el cumpleaños de Ciro Redondo, acontecimiento que festejaron
con una nueva provisión de caña que se ocupó de buscar Armando Rodríguez
y después de una suerte de “brindis” con agua, se echaron a dormir, aún
cuando todavía no había obscurecido.
El
grupo recién abandonó el cañaveral a las 01.35 del 10 de diciembre,
desplazándose por lo más frondoso de la espesura para evitar los
caminos. Sin saberlo, estaban avanzando en línea paralela al grupo de
Fidel y lo seguirían haciendo durante los siguientes 4 kilómetros, siempre en dirección este, buscando los primeros contra fuertes de la sierra.
A media mañana del día siguiente divisaron una cabaña.
Hicimos
un rodeo grande para avanzarle al bohío de forma que si tuviéramos que
hacer una retirada, nada más tuviéramos que volver los pasos y
retirarnos. Armando y yo tomamos por asalto el primer bohío, y yo entré
mientras él cubría la retirada, pero estaba completamente vacío. Ya
habíamos visto otro bohío mucho más grande como a 100 metros,
dentro de una arboleda que ocupaba como una manzana, por un lado y por
otro pegado a los árboles había unos claros de platanales. Para llegar
al bohío había que pasar una hondonada. Nos llamó la atención que se
sentía mucho ruido de voces de hombres en un bohío tan solitario. Ciro y
yo salimos y nos aproximamos a la casa, volvimos, y al poco rato
salimos de nuevo y nos aproximamos más a la hondonada. Vimos a un
campesino amontonando leña, sentimos
ruido de radio y vi patas de caballo. También vi a un soldado, pero me
pareció que iba vestido de verde y en la cabeza no tenía nada; me
pareció verle algo en la cintura8.
Lo que escucharon entonces, les dio la pauta de que se habían topado con un pelotón del ejército.
-Vengan a comer los seis primeros. Traigan los platos de campaña. Oiga, cabo9.
Sin
pensarlo dos veces, decidieron alejarse en busca de un sitio seguro
donde esconderse porque todo parecía indicar que había más tropas en los
alrededores.
En ese preciso momento, César
Gómez manifestó a sus compañeros que no podía dar un paso más ; estaba
exhausto y lo que era peor, desmoralizado y eso ponía en riesgo la
evasión hacia la zona serrana porque su actitud podía contagiar al
resto.
Raúl
y sus compañeros intentaron convencerlo, explicándole que si lo
descubrían iba a ser asesinado, pero Gómez se mantuvo en su postura y no
hubo manera de convencerlo. Entonces Raúl le pidió que no se entregase
hasta el día siguiente, para darles tiempo de alejarse y que una vez
capturado, dijera que estaba solo.
Así
se convino y de ese modo, los cinco combatientes se perdieron en la
noche, después de apropiarse del fusil del desertor y algunos de sus
enseres.
El
amanecer los sorprendió en plena travesía y así con cotinuaron hasta
que a las 12.57 del mediodía, alcanzaron el río Toro y con él, los
lindes de Sierra Maestra. Era la meta ansiada, la salvación y la
esperanza de dar inicio a la revolución, razón por la cual, sus
corazones palpitaron de emoción.
Sin
detenerse a descansar, atravesaron en línea recta un nuevo cañaveral
que se extendía sobre el sector oriental de un monte y a los cinco
minutos de marcha, comenzaron a trepar los primeros contrafuertes de la
cadena montañosa, cubiertos aún por cultivos de caña y plátanos, un
espectáculo majestuoso que abría además, grandes posibilidades de
salvación.
…se
veían muchos bohíos diseminados por la lejanía. Y después de un corto
descanso nos encaminamos al más cercano. Seguimos caminando por el
lindero de la faja de bosque al borde de una profunda ladera. Después
fuimos descendiendo al fondo de la ladera y vinimos a dar a un
despeñadero que tenía como unos 70 metros,
pero se podía bajar con cuidado, era de roca viva y se veían rastros de
corrientes de agua en época de lluvia. Fui el primero en bajar10.
El
descenso se hizo con extremo cuidado, Raúl al frente y René Rodríguez
cerrando la formación y en esas se hallaban ocupados cuando a mitad de
camino, el último comenzó a hacer señas indicando a sus compañeros que
regresasen. ¿Qué estaba ocurriendo?, se preguntaron sus compañeros.
Oculto entre las piedras, demacrado y andrajoso, se hallaba escondido
Ernesto Fernández Rodríguez, otro de los expedicionarios que había
logrado evadir el cerco del ejército.
La
sorpresa fue enorme y en extremo providencial ya que por boca del
“aparecido” supieron que los soldados habían montado una la emboscada a
la vera del río y que allí esperaban para acribillar al primero que la
cruzase.
Pasaron
la noche sobre el barranco, durmiendo muy mal y por esa razón, a la
mañana siguiente amanecieron en muy malas condiciones. Dos horas
después, escucharon a un campesino que cantaba en las cercanías, pero no
alcanzaron a verlo, por lo que decidieron mantenerse ocultos por temor a
que fuese un delator del ejército.
Ernesto
les explicó que podían ser los campesinos que le traía alimentos pues
la gente del lugar sabía de su presencia y lo venía asistiendo desde
hacía varios días, pero Raúl prefirió ser cauteloso.
Cerca
de las 10.00 aparecieron los guajiros, quienes se sobresaltaron al ver
que en lugar de un solo hombre había cinco. Raúl los tranquilizó y les
pidió más de alimento explicándoles que hacía días que no probaban
bocado y necesitaban reponer fuerzas. Los campesinos se alejaron y
volvieron cuatro horas después, con una abundante cantidad de viandas y
mientras los rebeldes daban cuenta de ellas, se pusieron a conversar. Se
trataba de Baldomero Cedeño y Crescencio Amaya, hombres simples y
bondadosos, quienes los pusieron al tanto de los ajusticiamientos en la
boca del Toro y de lo que había estado sucediendo en los días
posteriores.
Una
hora después, un avión proveniente del noroeste comenzó a sobrevolar la
zona en círculos. Guerrilleros y guajiros corrieron hacia la espesura y
cuando el aparato pasó sobre sus cabezas, escucharon una voz que desde
lo alto, los conminaba a entregarse.
Como
a las tres de la tarde se oyó un avión con altoparlante conminándonos a
que nos rindiéramos; nos reímos de ellos. Por la tarde vinieron los
cuatro campesinos, cuyos nombres no escribo pero los tendremos grabados
toda la vida en el corazón. Estuvimos hablando con ellos como dos horas.
Por la tarde trajeron café. Por la noche decidimos dormir en un
platanal que estaba a unos 30 metros más abajo, porque en las piedras no se podía dormir bien. La noche estaba magnífica, sin frío y sin mosquitos11.
Las
tierras en las que se encontraban pertenecían a Neno Hidalgo, un simple
agricultor que se hizo presente el 13 por la mañana para traer un buen
desayuno. El hombre resultó ser un sujeto agradable que para
satisfacción del grupo, les informó que un hombre llamado Fidel estaba
vivo y que había pasado por la zona el día anterior, camino a la sierra.
Eso los decidió a reemprender la marcha esa misma noche y a solicitarle
a Hidalgo que les proveyera un guía.
Dedicaron
toda esa jornada a limpiar sus armas y reponer fuerzas y cuando se
disponían a reiniciar la marcha, se precipitó sobre la región uno de
esos breves pero feroces aguaceros tropicales que los obligó a
permanecer en el lugar y posponer la partida para el día siguiente.
Para
dormir fue una verdadera tragedia, pues con la ropa y la tierra mojada
no había dónde meterse. Con Ciro me acomodé debajo de un cedro
abandonado y con la ayuda de un saco de henequén de esos de envasar
azúcar, pasamos la noche tiritando de frío y calados hasta los huesos.
Por la mañana descubrí que los malditos cangrejos que de noche abundan
por miles y de todos los tamaños, habían comido la manga derecha de mi
camisa12.
Notas
1 En
los días subsiguientes, apresarían a otros y también los pasarán por
las armas, en tanto veintidós más iban a ser capturados y del resto se
perdería todo rastro, pasando a figurar como “desaparecidos en acción”.
2 Pierre Kalfón, op. Cit, p. 186.
3 Ídem.
4 Diario de Campaña de Raúl Castro.
5 Ídem.
6 Ídem.
7 Ídem.
8 Ídem.
9 Ídem.
10 Ídem.
11 Ídem.
12 Ídem.
Publicado 31st August 2014 por Alberto N. Manfredi (h)