domingo, 30 de junio de 2019
La princesa está triste - Antonio Caponnetto
E.S.I: Educación Sexual Integral. Aportes
políticamente incorrectos.
La princesa está triste
“La princesa está triste[...];
ha perdido la risa, ha perdido el color.
El jardín puebla el triunfo de los pavos
reales.Y vestido de rojo piruetea el bufón”.
Rubén Darío
A Pilar Careaga Basabe de Lequerica
Por Antonio Caponnetto
Intranquilizantes
informaciones de variopinta índole recorren el planeta y lo estrujan de
inquietudes. Como las reales y las ficticias ya no tienen demarcaciones, ni
tampoco las serias de las jocosas, terminamos por reír y llorar a la par. Gesto
que, al parecer, acaba de ser autorizado por el Ministerio de Androginia,
teniendo en cuenta que la risa y el llanto serían “un femenino y un masculino”,
según la jeringoza policial.
¿Será
cierto –pregunta un lector- que la Cámara Nacional de la Construcción ha elaborado
una taxonomía de los piropos emitidos por los albañiles, quedándoles exigido
ahora a los robustos alarifes del altiplano, trocar los encendidos susurros a
las ninfas del barrio por los requiebros al
laborioso capataz ? ¿Es ficto o es veraz que el shoteador aquel de
mostacho tupido, bozo irreductible y coprolalia fiera, no es otro que la
señorita Juana García, discípula del Conde de Chikoff? ¿Qué hay de onírico y
qué de crudelísima vigilia, sobre las prisiones por acoso ocular que se
impondría a todo grandulón que no baje la vista cuando sube la escalera que lo
saca del subte? ¿Incurre en penalizado sexismo el atrevido plomero que adquirió
un tubo macho, o la verdulera gentil que exhibe sus citrones, suscitando
similitudes abusivas?
Y el
más temido dilema:¿el calor, el alma y el agua, son víctimas del patriarcado
del pronombre demostrativo latino, o la a tónica ha cedido nomás sus derechos a
cambio de que un texto Anónimo sea en lo sucesivo considerado de Anónima, como
quería Virginia Woolf?
Con
pródigo sentido de la oportunidad, según fuentes habitualmente insidiosas, nos
hemos enterado de que quedan terminantemente vedadas por la Real Academia, las
referencias lunares o selenitas utilizadas como tributo u ofrenda a las mozas
en edad de merecer; ya que como bien ha dicho Frida Kahlo: "Soy el tipo de
mujer que si quiero la luna, me la bajo yo solita". Enterado de lo cual y
contrito, cierto vate irreductible se despidió de su amada con un discreto
pasacalles que cubría todo el ancho de la Avenida 9 de Julio, diciendo:
“Manola/bajate la luna sola”.
Preventivamente
-nos aseguran las mejores fuentes- el Vaticano estaría dispuesto a hacer su
propio aporte a la paz genérica, emitiendo una Exhortación Apostólica, la Quod
mandam, por la que quedaría reformada la perícopa paulina de Efesios 5, 23. En
adelante, donde se dice que el varón es cabeza de la mujer deberá sustituirse
el discriminatorio “caput” por el equivalente griego “kephale”, fácilmente
analogable con un síndrome neuropatológico.
Jaranas
al margen, téngase por veramente sucedido el encuentro feminista bajo el lema
“No queremos ser princesas sino alcadesas”, organizado en varios círculos
académicos ibéricos; el uso de chiquillas como portadoras publicitarias de la
tal leyenda, y hasta la puesta en marcha de “Talleres de desprincesamiento para
niñas”, con el apoyo de no pocas instituciones educativas supuestamente
prestigiosas. Los Estudios Disney, se sabe, se han sumado a esta campaña y
ofrecen productos nuevos, en los cuales, verbigracia, ningún beso viril puede
quebrar el hechizo que tenga cautiva a una dama; mientras las protagonistas más
audaces completan su propuesta desprincesadora diciendo que, en rigor, quieren
ser dragonas.
Todo esto, nos libre Dios, está ocurriendo más
allá de cualquier chanza.
Sucedió incluso, como rebote de la tal
campaña, que la pequeña Ainsley Turner, de cinco años, en Carolina del Norte,
fue premiada porque en su clase de danzas, no quiso vestirse con gasas, coronas
y purpurinas sino disfrazarse de pancho o hotdog. El fundamento del encomio, claro,
es que la indumentaria elegida libremente, para desprincesarse, tiene además
una proverbial connotación fálica. Repetimos que tamaños delirios están en
curso y que escapa al terreno de los sarcasmos con que principiamos este
suelto. La consigna de desprincesarse, complementada con la de volverse
dragonas y malas madres(sic),utilizando el verbo “perrear”, como ideal
afrodisíaco de la neomujer liberada, ocupa hoy un lugar destacado en los
programas internacionales de la ESI, y una amplísima bibliografía lo corrobora.
No es
el caso demorarse ahora en los sesudos análisis de la cuentística infantil
clásica. Bien sabemos que a sus muchos y merecidos elogios se le ha hecho
también algunas objeciones atendibles. Tampoco es el caso de repetir aquí lo
que tantos maestros nos enseñaron sobre el inmenso valor pedagógico de las
historias y las leyendas, las fábulas y las crónicas, que entre lo veraz y lo
imaginativo, han servido para forjar la personalidad sana de sucesivas
generaciones. De todo esto nos hablaron Chesterton, Mircea Eliade, Russel Kirk,
John Seniors o el mismo Tolkien. Y entre nosotros, el gigante Braulio y la
olvidada Berta Elena Vidal de Battini.
Lo
tremendo es lo que el programa “desprincesador” persigue y propone. No, claro,
la ruptura de un estereotipo, sino el aniquilamiento de un arquetipo regio. No
tampoco la liberación de un clisé, sino el odio a la aristocracia del espíritu.
Menos aún el abandono de una función social, sino la despedida del orden
natural. Ni siquiera el desaire ante ciertos tópicos cansinos, sino el rencor
canallesco hacia los paradigmas literarios que remiten a la Cristiandad, o le
sirven de propedéutica para su mejor comprensión.
El
“desprincesamiento” es el odio al cetro y a la monarquía, al velo de la mujer
eterna y al sable del guerrero ecuestre; al alcazábar del peñasco altivo y al
grial que se esconde en un socavón milenario; a la lanza que desenmaraña
caminos y abre paso a un llanero probo; a la capacidad de sacrificarlo todo,
oblativamente, por un amor cautivo, y al vivir libremente aprisionado de un
ideal, que tarda en aparecer como un jinete tártaro.
El
“desprincesamiento” es el odio a la almena que sólo permite asomar esperanzas
matutinas, al puente levadizo que se iza para que dentren únicamente nuestros
más altos anhelos; al cruzado que queda exhausto tras batirse con el dragón, el
filo sangrante, la sangre en el filo, y el tajo o el bisel incoagulados.
Y
digámoslo todo: es el rechazo por la virginidad atesorada y la castidad en
acto. Porque en la cosmovisión aprincesada de los relatos feéricos, la pureza
es un don, el candor un obsequio, la blancura una meta a la que nadie llega si
no ha borrado sus máculas en la ascesis o si ha tenido la fuerza para vivir sin
ellas.
No
quieren ser princesas ni madres. Ni siquiera hermanas, hijas, esposas o viudas.
Lo gritan explícitamente con infernal orgullo: quieren ser perras y dragonas.
Yermas, homicidas y sumideros de instintos. No está mal que haya bestiarios, y
que en ellos los animales tengan su significado y su símbolo, y hasta su
aplicabilidad a las personas. Los tuvo el Medioevo, por ejemplo, fecundo
siempre en alegorías. Baste consultar, por ejemplo, los lindos repertorios de Oxford y Eberdeen. Pero
lo que nunca se había visto sino en esta época sombría, es que los hombres y
las mujeres pudieran sentise reivindicados en las analogías con las salvajadas
ferales.
Tiene
motivos la princesa de Rubén Darío para estar triste. No sólo le han borrado la
risa, el color y las alas, le han dicho que su misión virginal y maternal
ofende; que su caballero puede ser sustituido por un androide asexuado o una
meretriz de lata. Le han dicho, al fin, que la prole fructuosa es un estorbo y
que el mismo vientre adornado de alunadas curvas es un atentado a la silueta
impuesta como canon por la estética mundialista. Le han dicho con la soez Helen
Gurley que son preferibles “las chicas malas que van a todas partes, que las
buenas que se van al cielo”. Y ella se crió en el arte de contemplar las
estrellerías y los soles desde las cimbras, los arbotantes y las cúpulas.
Una
esperanza queda, según el mismo Darío:
"-Calla,
calla, princesa -dice el hada madrina-;
en
caballo con alas, hacia aquí se encamina,
en el
cinto la espada y en la mano el azor,
el
feliz caballero que te adora sin verte,
y que
llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a
encenderte los labios con su beso de amor."
Pero
nos resta algo pendiente, y no vamos a callarlo. Porque resulta ser que en el
programa “desprincesador” que se oferta, la alternativa innovadora y
revolucionaria que se le plantea a la mujer, es la de convertirse en alcaldesa.
No, por supuesto, como imitación femenina del modelo que trazó Lope de Vega;
sino como emulación de ciertas albadesas contemporáneas, caracterizadas por
vivir y pensar contranatura.
Repugnantemente.
Y es
curioso que desde España –donde encuentra todo este proyecto “desprincesador”
un caudal importante de propulsores y de activistas- se omita la figura de la
primera alcaldesa del siglo XX, la señora Pilar Careaga Basabe de Lequerica.
Fue ingeniera industrial, recibida en la Escuela de Madrid con sólo veintiún
años. Fue Alcaldesa de Bilbao desde el 7 de julio de 1969 hasta el 7 de julio
de 1975. Y fue además la dueña de un sinfín de emprendimientos políticos,
sociales, culturales, materiales y espirituales, que jalonaron una trayectoria
pública fecundísima.
¿En
dónde estará la extraña razón por la que la Alcaldesa Pilar, adelantada y
pionera en semejante puesto, no sea mencionada ni reivindicada jamás por las
que les proponen a las niñas “emponderarase” en un municipio antes que
“someterse” en un hogar?
Es
sencillo. Pilar adhirió a la prédica de Don Ramiro de Maeztu. Identificada con
la Cruzada del Caudillo, fue detenida en 1936 por los rojos en la prisión de
Larrinaga. De allí pasó a otra cárcel hasta que pudo recuperar su libertad, y
se alistó en la Sección Femenina de Falange, sirviendo a la patria de diversos
modos, aún como enfermera en los campos de batalla. Por Orden de 10 de julio de
1939, el Generalísimo le concedió la Cruz Roja al Mérito Militar, por su
elevado espíritu, entusiasmo y desprecio de todo riesgo y fatiga demostrados en
el transcurso de la Campaña, habiendo sufrido fuego de cañón y fusilería
enemiga, en Hospitales de Campaña.
Estaba en posesión de numerosas
condecoraciones, entre ellas: Cruz del Mérito Militar Roja, Medalla de la
Campaña 1936-1939, Medalla de Sufrimientos por la Patria, Gran Cruz de Sanidad,
Gran Cruz de Beneficencia de 1ª Clase, Gran Cruz de la Orden de Cisneros, Cruz
Pro Ecclesia et Pontífice, Medalla de Plata de la Diputación de Vizcaya,
Medalla de Plata de la Juventud y Banda de la Orden Civil de Alfonso X El
Sabio.
Pilar
estuvo en la primera fila fundacional de Fuerza Nueva, y en los valiosísimos
tomazos de sus Memorias, el entrañable Blas Piñar habla de ella,
laudatoriamente, en no pocas ocasiones. En especial, cuando una feminista
miserable, Marta Ruíz, desde las páginas de “Sábado Gráfico”, el 26 de julio de
1969, la atacó de un modo grosero y obsceno. Entonces, como cuadra, salió Blas
en su defensa con un artículo brioso y cálido, caballeresco y señorial, tal
como fue siempre su talante. “Siendo mujer –le dice Blas- ha sido otra mujer la
que ha pretendido ofenderte. [A ti], que nunca has perdido un átomo de
feminidad entregada a lides que suelen acaparar los hombres[...]. Pero tú
seguirás siendo Alcalde de Bilbao, con una ejecutoria limpia, y con esta
mordedura, que lucirás como se muestran las condecoraciones, o como Cristo
enseñó sus estigmas después de resucitado”.
El 25
de marzo de 1979, en el poblado costeño de Guecho,Vizcaya, tras un intento
frustro de secuestro, la ETA le disparó arteramente, hiriéndola de extrema
gravedad en un pulmón. “Al final –escribió Luis Villamea al respecto-, así es
la vida. Después de una estela de generosidades, ha recibido por todo pago un
tiro en el pulmón, y por la espalda, prueba de la cobardía y el rencor de sus
enemigos, que lo son de España. Ella pudo con todo y con todos”.
Ni
vale la pena formularse la pregunta retórica de rigor. ¿Qué hubiera pasado, qué
estaría pasando aún hoy, si Pilar Careaga, primera alcaldesa de España, hubiese
hecho y padecido cuanto hizo y sufrió, pero en vez de pertenecer a las filas de
Dios, de la Hispanidad Eterna y del Orden Natural, hubiese sido una vulgar
militante feminista? ¿Qué hubiera pasado si a Pilar, a quien no se le ocurrió
jamás “desprincesarse” sino, por el contrario, entregar su pañuelo rojo y
gualda a los caballeros de las mejores justas, hubiese sido una anarco
libertaria de la peor ralea? ¿Qué hubiera pasado si en vez de ser la católica
hija de un conde y la esposa fiel de un varón de antiguo abolengo, hubiese sido
judía, negra, comunista y lesbiana? Pues ya lo sabemos. Hasta ahora, los
homenajes a su persona no hubieran cesado. Ni tampoco los insultos al
patriarcado femicida que, literalmente, quiso acabar con su vida. Por eso, para
no ser ingratos ni amnésicos, le dedicamos nuestra sencilla nota a su memoria.
Se ha
hecho larga esta reconquista del palacio, así que vamos concluyendo, con una
confesión privada.
Soy un
abuelo afortunado. Está viviendo temporariamente en casa una nieta de tres
años, que lleva el nombre de Santa Isabel de Castilla. Todas las noches ella se
ornamenta (no se disfraza) de princesa o de reina, y exigiendo el trato acorde
a su augusto invento genealógico, remeda danzar, ante el menguado y aquiescente
público doméstico, algunas piezas clásicas que son de su especial agrado.
Entonces nuestro modesto y desvencijado comedor se puebla ante sus ojos y sus
pies, de heraldos y de pajes, de alminares y cimborrios, de tizonas y coladas.
Y aunque le he ofrecido ser albadesa del patio donde juega, insiste en ser
princesa del imperio que forjó su alma.
Son
todos de ella estos versos que le escribí y que les dejaré transcriptos, como
estrambote. De ella y de cuantas niñas queden todavía en el mundo, para gloria
del Altísimo, que quieran ser princesas; que una mano viril les baje la luna
hasta sus plantas, y que no deseen ir a todas partes sino tomar el cielo por
asalto:
Donde
olvidó el zapato Cenicienta
y
Blancanieves despertó en un beso,
donde
puede un ratón, dentro de un queso
tener
refugio, ropa y vestimenta.
Donde
el gigante pierde su egoísmo
o
Pinocho su hechura de madera,
el
dragón su maléfica humareda
si un
príncipe lo arroja en el abismo.
Donde
las hadas salen de madrinas,
como
vuelan las flechas de los elfos,
los
caballos relinchan con sus belfos,
diestros
jinetes lanzan jabalinas.
Donde
el viento le grita: ¡te despeino!
persiguiendo
a Preciosa, la gitana,
se
asoma Galadriel a la ventana,
basta
un ropero para entrar a un reino.
Donde
hay duendes cantando junto a un pino
con
tubas, chirimías y violines
haciendo
rondas con los querubines
mientras
frota la lámpara Aladino.
Donde
las casas son de chocolate
‒¡pobres
Hansel y Gretel tan golosos‒
en los
bosques hay ciervos, zorros,osos
y un
caballero de pendón granate.
Allí
te quiero, con los ornamentos
de la
niñez que imaginó el poeta.
Allí
te quiero, mi pequeña nieta:
que
vivas en la tierra de los cuentos.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista