Mons. Schneider responde al Obispo Kräutler y al documento Instrumentum Laboris sobre el Sínodo del Amazonas
Presentamos
una traducción de nuestra autoría de una declaración publicada el 17 de
julio en el portal de noticias austríaco Kath.net y difundida en varios
idiomas, en la cual Mons. Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de la
Arquidiócesis de Santa Maria in Astana, responde al Obispo Erwin
Kräutler y critica fuertemente el documento Instrumentum laboris sobre el Sínodo del Amazonas
En
su entrevista del 14 de julio a ORF [la compañía de radiodifusión
pública de Austria], el Obispo Erwin Kräutler sostuvo que es “casi un escándalo”
el hecho de que en muchas parroquias en el Amazonas la Santa Eucaristía
sea celebrada rara vez. Este modo de hablar de suyo es obscuro y
decididamente tendencioso. Nadie tiene derecho a la Sagrada Eucaristía.
El Sacramento de la Eucaristía es el más elevado don de Dios. Por el
contrario, se puede hablar de escándalo cuando en las parroquias
católicas la Fe es negada y no practicada, cuando Dios es insultado por
medio del desprecio de sus mandamientos, por los pecados graves contra
la caridad, por la idolatría, el chamanismo, etc. Se puede hablar de un
escándalo en una parroquia católica cuando las personas no rezan lo
suficiente. Este sí sería un verdadero escándalo.
Se
debería hablar más bien de escándalo cuando se considera que, en las
últimas décadas, en el Amazonas, no ha habido iniciativas pastorales
intensas para promover las vocaciones. Iniciativas que habrían estado en
conformidad con la experiencia bimilenaria de la Iglesia: oración
perseverante, sacrificios espirituales y un estilo de vida ejemplar y
santo, adoptado por parte de los mismos misioneros. De hecho, para
promover eficazmente sólidas vocaciones sacerdotales, es indispensable
que también en el Amazonas haya misioneros que lleven una vida de
verdaderos hombres de oración, de verdaderos apóstoles, es decir, una
vida de amor y sacrificio, totalmente dedicada a Cristo y a la salvación
de las almas inmortales.
Las
promovidas entre el clero por el Obispo Kräutler y por muchos de sus
compañeros de viaje del clero son más bien figuras caricaturescas de
sacerdotes, que tienen su propio modelo en los operadores humanitarios,
en los empleados de las ONGs, en los sindicalistas socialistas y en los
ecologistas. Pero esta no es la misión de Jesucristo, del Dios
encarnado, que dio Su vida en la Cruz para redimir a la humanidad del
mayor mal, es decir del pecado, de modo que todos los hombres puedan
tener en abundancia la vida divina y sobrenatural. (cfr. Jn. 10,10).
No
es necesario recurrir al truco de dramatizar el “hambre eucarística” o
la falta de celebraciones eucarísticas, porque para salvarse no es
necesario recibir la Santa Eucaristía, sino la Fe, la oración y una vida
conforme a los Mandamientos de la Ley de Dios.
Si
durante un largo período de tiempo y por causa de la falta de
sacerdotes los católicos no pudieran recibir la Sagrada Comunión,
entonces sería necesario enseñarles a practicar la comunión espiritual,
que tiene una gran fuerza y un gran efecto espiritual. Los Padres del
Desierto, por ejemplo, vivieron durante años sin la Eucaristía y
alcanzaron una gran unión con Cristo. Durante años mis padres y yo mismo
no pudimos recibir la Santa Comunión en la Unión Soviética. Pero
hacíamos siempre la Comunión espiritual, que nos dio mucha fuerza y
consolación. Cuando después llegaba un sacerdote y podíamos confesarnos,
participar del santo Sacrificio de la Misa y recibir la Sagrada
Comunión sacramentalmente, era entonces una verdadera fiesta y nosotros
experimentábamos de un modo muy profundo y alegre cuan preciosos son el
don del sacerdocio y el don de la Eucaristía.
En
el Amazonas se debería prever un modo para que los sacerdotes
misioneros itinerantes fueran a cada uno de los lugares apartados -aún
cuando solo pocas veces al año- para organizar una fiesta verdaderamente
espiritual con buenas confesiones y con las Santas Misas celebradas de
un modo digno. Podrían también dejar a Jesús en los tabernáculos para
que los católicos pudieran adorar-Lo y los fieles pudieran ser enseñados
a hacer la Adoración eucarística y a rezar el Rosario para pedir buenos
sacerdotes indígenas no casados y buenas familias cristianas. Entonces,
sin duda alguna, Dios concedería esa gracia. Se debería también hacer
un pedido a nivel mundial para enviar sacerdotes al Amazonas a efectos
de socorrer pastoralmente a las personas del lugar. Se podría finalmente
ordenar diáconos casados o, en casos excepcionales, encargar a los
acólitos o a mujeres católicas la exposición del Santísimo Sacramento y
dirigir las oraciones.
Hay
un ejemplo en la historia de la Iglesia: el de los católicos japoneses
que, aún sin sacerdotes, mantuvieron la fe católica durante más de
doscientos años. Hoy Japón tiene una cantidad suficiente de sacerdotes
nativos, naturalmente célibes. Aunque entonces en esa época la cultura
pagana de Japón rechazaba el celibato sacerdotal, los católicos
japoneses nutrían por ello una alta estima que se convirtió en una señal
de identificación. Por lo tanto, cuando en el siglo XIX llegaron los
misioneros protestantes, que eran casados, los rechazaron precisamente
por este motivo. Pero cuando volvieron los sacerdotes católicos, una vez
que verificaron que eran célibes, los fieles japoneses los acogieron
como sacerdotes de la verdadera Iglesia de Jesucristo. La Iglesia,
entonces, habría podido aducir en el siglo XIX los mismos argumentos
utilizados hoy por el Sínodo amazónico a favor de la ordenación de
sacerdotes indígenas casados, dado que en esa época muchas parroquias de
algunas regiones misioneras podían contar con la visita de un sacerdote
solo rarísimas veces al año.
El
casamiento de los sacerdotes fue legalizado en la Iglesia Oriental en
el siglo VII, pero no por causa de la falta de sacerdotes, dado que en
la época había una sobreabundancia de sacerdotes, especialmente en
Constantinopla. Lo hizo más bien por indulgencia con relación a la
debilidad humana, pues quienes en el oficio episcopal y sacerdotal
imitaban a Jesucristo -el Sacerdote Eterno de la Nueva Alianza- actuando
in persona Christi Capitis (en la persona de Cristo, la Cabeza),
se habían alejado de la regla apostólica de una vida celibataria. En
aquel tiempo, en la Iglesia griega, se trató de una solución regional
para una iglesia local, pero los Pontífices Romanos sin embargo no lo
reconocieron ni lo aceptaron.
Fue un desvío y una deslealtad a la exigente imitación de Cristo;
imitación que los Apóstoles vivieron en la completa continencia sexual,
hasta la muerte, de lo cual San Pedro da un claro testimonio cuando
dijo: “Tú lo ves, nosotros hemos dejado todo, y te hemos seguido” (Mt. 19:27), también mujer e hijos.
Todos
los Padres de la Iglesia vivieron el sacerdocio en la continencia
sexual. Aunque algunos habían estado casados (por ejemplo, San Hilario)
quedó demostrado que, a partir de la ordenación, comenzaron a practicar
la continencia y no tuvieron más hijos, porque conocían y respetaban la
regla apostólica de la continencia sexual sacerdotal y episcopal.
La
Iglesia Romana transmitió fielmente esta norma apostólica y siempre la
defendió hasta los días de hoy, con la sola excepción concedida a las
Iglesias orientales, hecha en el contexto de las negociaciones para la
unificación, durante el Concilio de Lyon y de Florencia. En ese caso,
fue dispensado el celibato a los sacerdotes en beneficio de la unidad.
La
introducción del clero «uxorado» (casado) en el Amazonas no aportaría
verdaderos apóstoles, sino más bien una nueva categoría de sacerdotes,
una suerte de dinastía. Al mismo tiempo, es necesario tener presente que
la cultura indígena de los pueblos amazónicos no ha alcanzado aún la
madurez confiable y comprobada de generaciones cristianas enteras,
completamente penetradas por el espíritu del Evangelio.
Después
de la inicial y sistemática evangelización de San Bonifacio, por
ejemplo, a las tribus germánicas les llevó algunos siglos tener la
capacidad de generar un gran número de confiables sacerdotes nativos
célibes.
Sin
duda alguna en el Amazonas de los siglos XIX y XX ha habido heroicos y
santos misioneros: obispos, sacerdotes, religiosos. En las últimas
décadas, sin embargo, algunos misioneros se alejaron del verdadero
espíritu de Jesucristo, de los Apóstoles y de los santos para asumir,
por el contrario, el espíritu de este mundo. No predican más, con plena
convicción, al único Redentor Jesucristo y no hacen el esfuerzo
suficiente para transmitir Su vida sobrenatural de la Gracia a los
pueblos del Amazonas, a fin de conducirlos a la vida eterna, al Cielo,
incluso con el sacrificio de su propia vida si necesario fuera. Muchas veces sucedió lo contrario. Abusando
del nombre de Jesús y del sagrado oficio episcopal y sacerdotal, en el
Amazonas los misioneros e incluso los Obispos predican en su mayoría un
evangelio de la vida terrena, un evangelio del estómago, por así decir, y
no el Evangelio de la Cruz; un evangelio de la adoración de la
naturaleza, de la selva, del agua, del sol. Y lo hacen a pesar de que la
gente de esta región está en realidad sedienta de las fuentes de la
vida divina y eterna. Dicho modo de evangelizar el Amazonas constituye
una traición al verdadero Evangelio y esta traición ha sido perpetrada
en las últimas décadas en una vasta área de aquella región. Y ahora
algunos quieren legitimar -con la ayuda de un Sínodo de Obispos a nivel
internacional- dicha traición a la verdadera evangelización
sobrenatural, conforme el espíritu de Jesús y de los Apóstoles.
El
Amazonas tiene urgente necesidad de verdaderos y santos misioneros
según el espíritu y el ejemplo de los grandes misioneros de la historia
de la Iglesia, como San Bonifacio, como los grandes santos misioneros
latinoamericanos, Santo Toribio de Mogrovejo, San José de Anchieta, y
tantos otros.
En
su entrevista, el Obispo Kräutler justifica la ordenación sacerdotal de
las mujeres para la celebración de la Eucaristía haciendo referencia a
su “empatía” femenina. Se trata obviamente de otra comprensión de la
Iglesia y de la Eucaristía, otra comprensión del sacerdocio y del
diaconado.
La
”empatía” no es un sólido criterio teológico, mientras que la voluntad
de Dios sí lo es. La Iglesia de Dios no es una corporación, no es un
partido, un club. una institución humana en la cual la eficacia y la
empatía están antes que todo, aunque tales cualidades son ciertamente
útiles. Los criterios para desempeñar el oficio de los Apóstoles y de
sus sucesores – así como el oficio sacerdotal y diaconal – deben ser los
mismos que Cristo nos ha dado y que la Iglesia siempre ha preservado:
ser hombres y adecuados a la moralidad y el carácter propio de dichos
oficios. Los sacerdotes deben ser hombres de fe, llenos del Espíritu
Santo, preparados para vivir en el celibato; hombres que colocan en
primer lugar la oración y la proclamación de la enseñanza de Cristo;
hombres que desean ser verdaderos pastores y dar la propia vida por la
salvación de las almas inmortales, por aquellos que les han sido
confiados; hombres que sean los verdaderos padres de todos los fieles y
no solo de una parte limitada o círculo familiar; hombres que sean
verdaderos esposos de la Esposa de Cristo, de la Iglesia y que sean por
tanto, como tales, padres y esposos célibes.
En
el siglo II San Irineo ya es un testigo de la unidad de la Fe y de la
disciplina en la Iglesia, y lo fue entre todos los pueblos, aunque en
aquella época los católicos convertidos provenían de culturas muy
diferentes y en parte también contradictorias: “La
Iglesia, si bien dispersa en todo el mundo, no obstante – como si
habitara en una sola casa– custodia esmeradamente la Fe de los
Apóstoles. Ella también cree que estas verdades tienen precisamente una
sola alma y un solo y mismo corazón, y las proclama, las enseña, las
ofrece en perfecta unión, como si tuviese una sola boca. Aunque las
lenguas del mundo sean disímiles, no obstante el mensaje de la tradición
es uno y el mismo. Por lo tanto las Iglesias en Alemania no creen y no
transmiten nada diferente, no lo hacen
las de España, ni las de la Galia, ni las de Oriente, ni las de Egipto,
ni las de Libia, ni las de aquellas que se encuentran en las regiones
centrales del mundo» “(Adversus haereses 1,10, 2).
Asimismo
muchas de las parroquias católicas recién convertidas entre las tribus
germánicas durante la Era de la Migración (IV-VI siglo) solo tuvieron
tal vez pocas veces la posibilidad de participar en la Santa Misa y
recibir la Sagrada Comunión. Después de algunas generaciones, sin
embargo, de estas parroquias alemanas nacieron generaciones de
sacerdotes célibes y generalmente ejemplares.
La
verdad de la cuestión es que cuantos defienden un clero amazónico
casado utilizando como estrategia la elegante expresión “hombres
probados” (“viri probati”)
consideran inferior a los pueblos amazónicos porque presuponen, desde
el comienzo, que no tiene la capacidad de dar a la Iglesia sacerdotes
célibes generados en su propio ambiente. A lo largo de 2000 años todos
los pueblos, incluso los bárbaros, fueron capaces de criar a sus propios
hijos, con la ayuda de la gracia de Cristo, con un sacerdocio célibe
según el ejemplo de Jesucristo. La demanda de sacerdotes casados para
los pueblos del Amazonas -proveniente precisamente de eclesiásticos de
ascendencia europea- contiene un racismo oculto. Para expresarlo
brevemente, se podría simplificar de este modo: “Nosotros, europeos,
nosotros que somos blancos, somos verdaderamente capaces de generar
sacerdotes célibes. Pero para ustedes Amazónicos, ¡es pedirles
demasiado!”.
Los
defensores de un clero amazónico casado son casi todos europeos, y no
de origen indígena, y al final de cuentas no están interesados en el
verdadero bien espiritual de los fieles del Amazonas, sino en la
implementación de su propia agenda ideológica, que tiene en vista tener
un clero casado también en Europa y después en toda la Iglesia Latina.
Porque todos saben que, después de la introducción del clero casado,
limitado regionalmente al Amazonas, surgiría, con la ayuda del efecto
dominó y después de un período de tiempo realmente breve, un clero
regular casado de rito romano también en otras partes del mundo. De esta
manera, el legado apostólico de un sacerdocio célibatario, según el
modelo de Jesucristo y de sus apóstoles, sería efectivamente destruido
en toda la Iglesia.
Algunos
católicos –aquellos que con seguridad no representan la mayoría de los
verdaderos fieles, pero que son más bien funcionarios de una rica
burocracia eclesiástica y que han alcanzado posiciones clericales de
poder en la Iglesia– quieren atraer a las personas mundanas con la idea
de un sacerdocio casado, sin sacrificios, sin un darse de sí mismos y
sin un amor sobrenatural ardiente por Dios.
El mismo Señor nos enseño que es lo que debería hacer la Iglesia para que los fieles pudieran tener sacerdotes: “Rogad pues al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (San Mateo 9, 38). No existe remedio mejor y más eficaz que este. Y si hubiera otro, Nuestro Señor lo habría dicho.
Para
que haya candidatos casados para la ordenación sacerdotal, no es
necesaria ninguna iniciativa especial de oración. Siempre habrá, hasta
el fin de los tiempos, pocos trabajadores en la viña del Señor. En una
época en la cual había muchos sacerdotes, el Papa San Gregorio Magno
pronunció estas memorables palabras: “Miren, el mundo está lleno de obreros, pero sin embargo son pocos los obreros en la viña del Señor” (In Ev. hom.,34).
Dios siempre cumple Su obra de gracia y de salvación de las almas para
la vida eterna con la ayuda de sacrificios y, con frecuencia, solo de
pocas personas, y no con la ayuda de grandes multitudes. En este
sentido, San Gregorio Nacianceno dijo que Dios no se complace con los
números (ver Or. 42,7).
El Obispo Erwin Kräutler pregunta después en la entrevista: “¿Qué podemos hacer como Iglesia para que estas personas puedan celebrar la Eucaristía?” La vida parroquial, añade, es bellísima, “pero está faltando el centro”.
La respuesta a esta pregunta es la siguiente: el centro es Cristo, la
Verdad enseñada por Él, el ejemplo dado por Él. El tabernáculo es el
verdadero centro de la Iglesia aquí en la tierra y el centro de toda
parroquia local. Si una comunidad católica local en el Amazonas tiene el
tabernáculo -y muchas de ellas lo tienen- entonces tienen el centro y
finalmente no les está faltando nada, porque tienen a Dios en medio de
ellos, ¡Dios en Carne y Sangre está presente en medio de ellos!
Es
necesario reunir a los católicos del Amazonas alrededor del tabernáculo
de modo que tengan sus propios sacerdotes y, si fuera posible,
numerosos sacerdotes. Allí, madres e hijos católicos deben dirigir sus
oraciones íntimas a Dios, el dispensador de todos los dones, con la
intención de obtener sacerdotes indígenas buenos y célibes y con
espíritu apostólico. Se debe comenzar una red de adoraciones
eucarísticas en todo el Amazonas. Esta cadena eucarística de adoraciones
por parte de los simples fieles, junto con sus obispos y con sus
sacerdotes – aunque ellos sean poco numerosos- traerá a los pueblos del
Amazonas sin duda alguna – en el momento escogido por Dios– aquellos
sacerdotes formados según el Corazón de Jesús. No es necesario abusar de
los pueblos amazónicos en beneficio de los intereses de las propias
ideologías decadentes y de las herejías teológicas que se fabricaron en
Europa.
Una gran parte del documento de trabajo (Instrumentum laboris)
del Sínodo sobre el Amazonas y las demandas de esos sacerdotes adornan
la imagen de Cristo Rey con perlas y lemas como “varones probados”,
“hambre eucarística”, “empatía femenina”. De este modo desean
implementar, de una manera sutil, los sacerdotes casados y la ordenación
femenina. Sin embargo, los verdaderos católicos del Amazonas y de otras
partes del mundo reconocerán en ello la imagen del engaño y no creerán
que es la imagen de Jesucristo Rey. Gran parte de Instrumentum laboris y
de las exigencias revolucionarias del Obispo Erwin Kräutler y de sus
compañeros de viaje clericales retratan en verdad una actitud
intelectual muy similar a la Gnosis y al Naturalismo que deseaban
penetrar en la Iglesia desde el principio, a partir del siglo II, como
lo afirma el mismo San Irieno de Lyon:
“Así,
por lo tanto, es su método, que ni los profetas anunciaron, ni el Señor
enseñó, ni los Apóstoles transmitieron, pero del cual ellos se jactan
de tener un perfecto conocimiento, mucho más allá de todos los demás.
Recopilan sus opiniones de otras fuentes que no son las Sagradas
Escrituras; y, para usar un proverbio común, se esfuerzan para tejer
cuerdas de arena, luchando para adaptar las parábolas del Señor, las
palabras de los Profetas y las palabras de los Apóstoles a sus
afirmaciones particulares, dándoles una apariencia de veracidad, para
que su propio esquema no parezca totalmente privado de apoyo. Al hacerlo
así, sin embargo, ellos ignoran el orden y la unidad de las Sagradas
Escrituras y, en la medida en que las van encontrando, las desmiembran y
destruyen la verdad, cambiando los pasajes de las Escrituras,
vistiéndolos nuevamente y camabiando una cosa por otra. Así, logran
engañar a muchos gracias a su malvada destreza para adaptar los oráculos
del Señor a sus propias opiniones. Su manera de actuar es como si
alguien -después que una bella imagen de un rey hubiera sido esculpida
con joyas preciosas por un hábil artista- resolviera entonces desmembrar
pieza por pieza el retrato de aquel hombre, para después reorganizar
las joyas y reordenarlas todas para darles la forma de un perro o de un
zorro, y todo eso mal ejecutado; y debiera entonces sustentar y declarar
que esta es la bella imagen del rey que el hábil artista había armado,
indicando las joyas admirablemente unidas por el primer artista para
formar la imagen del rey, pero que han sido, con un mediocre resultado,
transferidas de este último para darles la forma de un zorro, y entonces
exhibiendo las joyas para engañar a los ignorantes, que no tienen la
menor idea de como era la forma del rey, los persuadiera de que aquel
decadente retrato de un zorro sea, de hecho, la verdadera imagen del
rey. Del mismo modo, esas personas remiendan viejas leyendas de
comadres, y después se esfuerzan -apartándose violentamente de su
contexto, de palabras, expresiones y parábolas encontradas- para adaptar
los oráculos de Dios a sus ficciones infundadas.”( Adversus haereses 1,
8, 1).
Es obvio que el contenido de gran parte del Instrumentum laboris y las exigencias del Obispo
Erwin Kräutler y de sus compañeros de viaje clericales realmente buscan
realmente una nueva confesión cristiana, que quizás se llamará “Iglesia
Católica-Amazónica”, pero que finalmente se convertirá en una secta
comparada con la verdadera Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica.
Esta última navegó y continúa navegando, con seguridad y en todos los
tiempos, siempre con la misma lealtad incondicional a la pureza de la Fe
y al legado inmutable de los Apóstoles en la liturgia y en la
disciplina de la Iglesia. Los católicos de nuestro tiempo reaccionarán
vigorosamente a una secta “Amazónica-Católica” que practica la adoración
de la naturaleza y que tendrá un sacerdocio femenino -con las palabras
dirigidas por San Agustín a los miembros de la secta de los donatistas: “¡La Iglesia en todo el mundo está segura de sus juicios sobre la verdad!” (Securus iudicat orbis terrarum: Contra epistolam Parmeniani 3, 3).
El sucesor de Pedro, el Papa, tiene el preciso deber, otorgado por Dios como titular de la Cátedra de la Verdad (cathedra veritatis),
de preservar, en su pureza e integridad, la verdad de la Fe Católica,
la Constitución Divina de la Iglesia, el orden sacramental establecido
por Cristo y la herencia apostólica del celibato sacerdotal, para
transmitirlos a sus sucesores y a las generaciones futuras. Él no puede
apoyar en lo más mínimo -con el silencio o con una conducta ambigua- el
contenido claramente gnóstico y naturalista de partes del Instrumentum laboris,
como tampoco la abolición del deber apostólico del celibato sacerdotal
(que primero sería regional para después naturalmente transformarse,
paso a paso, en universal). Si el Papa tuviera que hiciera esto en el
próximo Sínodo Amazónico, entonces violaría gravemente su deber de
Sucesor de Pedro y Representante de Cristo, causando así un eclipse
espiritual intermitente en la Iglesia. Pero Cristo, el invencible Sol de
la Verdad, barrerá este breve eclicpse enviando nuevamente a su Santa
Iglesia, Papas valientes y fieles, porque las puertas del infierno no
sean capaces de derrotar a la roca de Pedro. (cf. Mateo 16,18) La
oración de Cristo por Pedro y sus sucesores es infalible. Lo cual
significa que, después de su conversión, ellos confirmarán nuevamente a
sus hermanos en la Fe. (cfr. Lucas, 22,32).
La
verdad, tal como la enunció San Irineo, permanecerá de pie también en
un momento de eclipse espiritual intermitente en la Iglesia, como es el
caso de lo atemporal, que sucede con el permiso insondable de Dios: “Para que, en la Iglesia Romana, la Tradición Apostólica sea siempre conservada por los fieles que están en todas partes.” (Adversus haereses 3, 3, 2).
+ Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Santa María in Astana
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