jueves, 4 de julio de 2019

REUNIÓN

En la mañana del 16 de diciembre, el grupo encabezado por Fidel Castro se desplazaba por una plantación de café, intentando alcanzar la finca “El Salvador”, en cercanías de Cinco Palmas, uno de los puntos seleccionados por la red de recepción para el reagrupamiento de la columna en caso de disperción. Habían caminado toda la noche y se hallaban exhaustos, después de dejar atrás una pronunciada pendiente plagada de obstáculos.
Sin mediar palabra, el comandante alzó su brazo derecho en señal de alto y sus dos compañeros se detuvieron. Comenzaba a aclarar y el día parecía despejado.
Delante de ellos, visible entre el follaje, se distinguía una casa a la que todo parecía indicar que se acercaban por la parte posterior.
El jefe del grupo miró su reloj y cuando vio que eran las 07.00, les ordenó a sus hombres buscar un lugar donde acampar y tomar precauciones. Mientras lo hacían, apareció un campesino que dijo llamarse Mongo López y ser el dueño de aquellas tierras, un individuo en extremo amable que ante las requisitorias de Fidel, procedió a dar algunas indicaciones.
Según explicó, se hallaban en la finca “El Salvador”, y él mismo era uno de los tantos campesinos incorporados a la red de colaboradores por Celia Sánchez, encargado por ella de proveerles alimento e información.

 
Mientras los rebeldes merendaban bajo un  conjunto de palmas, López les dio algunos detalles de lo que estaba sucediendo en la región desde que se produjo el desembarco, confirmando algunas de las sospechas que Fidel ya tenía en el sentido de la suerte corrida por sus subalternos capturados.
En la mañana de118, llegó Primitivo Pérez, posiblemente un hijo del propietario, trayendo consigo un estuche de piel en cuyo interior se hallaba el registro de conductor que Raúl había tramitado durante su estadía en México.

-¡Mi hermano! -exclamó Fidel al ver el documento - ¿Dónde está?

El recién llegado trató de ser preciso. Explicó que un guajiro vecino de Mongo, Hermes Cardero, había apareció esa misma mañana con aquel estuche diciendo que se lo había entregado un hombre llamado Raúl Castro, que en esos momentos acampaba ceca de su casa.
Faustino y Universo observaban la escena y pese a la alegría que los embargaba, se contuvieron de toda exteriorización porque existía la posibilidad de que se tratarse de una trampa, tendida por las fuerzas de seguridad para capturarlos.
Fidel permaneció unos segundos en silencio y luego, mirando a Primitivo, le dijo:

-Mira, te voy a dar los nombres de los extranjeros que vinieron con nosotros. Te los anoto en este papel así te los aprendes. Le preguntas al que dice ser Raúl Castro si sabe cuáles son y que te los nombre, incluyendo sus apodos; si te los dice bien, efectivamente es él.

Tomando un papel y un bolígrafo, Castro anotó los nombres de los cuatro extranjeros que integraban la expedición y se lo extendió al campesino: Ernesto Guevara, apodado el Che, argentino; Ramón Mejías del Castillo, alias Pichirilo, dominicano; Guillén Zelaya, mexicano y Gino Done, italiano1.
Primitivo partió rápidamente hacia la casa de Hermes, llevando en la memoria los nombres de laquelos cuatro sujetoes nacidos fuera del país.



El 14 de diciembre el grupo de Raúl ascendía la pendiente en dirección a la sierra, después de cruzar el río Toro y de dejar atrás a un extenuado Ernesto Fernández, que tenía los pies completamente deshechos.
Al llegar a la Loma del Muerto se detuvieron a descansar y lo primero que hicieron una vez sentados sobre la hierba, fue dar cuenta de las mazorcas de maíz que habían recogido por el camino. Reanudaron la marcha durante la noche y al salir el sol, decidieron esconderse cerca de una choza solitaria y permanecer allí ocultos, sin correr riesgos.
La rutina se repitió al día siguiente, con la diferencia que ahora, los bohíos y las cabañas parecían más frecuentes y había algo más de movimiento, tanto, que en cierta ocasión debieron correr para esconderse, al aproximarse tres campesinos a caballo.
Al caer el sol comenzaron a trepar una ladera en cuyo extremo superior se extendía un bosquecillo bastante tupido, y allí se detuvieron una vez más para reponer fuerzas.

Desayunamos dos salchichas de lata y pedacitos de queso blanco y dos cucharaditas de azúcar parda. Hay muchos mosquitos aquí que apenas nos dejan descansar. Ulises [Efigenio] torció algunos tabaquitos con papel de cartucho, el Flaco [René Rodríguez] está de posta al lado de un trillo y los demás dormitan sobre las hojas secas. Desde aquí se oyen los ladridos de perros, voces de personas y demás ruidos característicos de bohíos. Son las 9:30 a.m.2.

Los moradores de una de esas cabañas les proveyeron alimento y les brindaron información.
Acompañados por Julián Morales, un guajiro que se ofreció a hacerles de guía, reanudaron la marcha y llegaron a una choza, propiedad de Luis Cedeño, donde también fueron bien recibidos. En señal de gratitud, Raúl les entregó a sus moradores una carta de agradecimiento que tendría valor de documento en caso de triunfar la revolución. Decía la misma: “Dejo constancia escrita de este favor, en estos momentos difíciles para que se tenga en cuenta en el futuro, ya que no pudimos pagarle nada; por si nosotros morimos pueda presentarse este documento en cualquier organismo oficial del futuro Gobierno Revolucionario”.
Al amanecer del 16 de diciembre, el grupo acampó en La Manteca y cuando daban cuenta de una nueva ración de maíz, sintieron a lo lejos una serie de disparos que los hizo sobresaltar. Armando Rodríguez se incorporó para ir a explorar y se alejó en dirección a un monte cercano, en cuyo interior desapareció. Regresó sin novedades y eso les dio confianza para permanecer en el lugar, ocultos de los campesinos.
Durmieron hasta las 03.00 cuando Raúl ordenó a todos ponerse de pie. Había que seguir avanzando, siempre aprovechando la noche, ya que cuanto más se adentrasen en la sierra, más cerca estaban de su salvación.
Como el camino que debían seguir atravesaba un claro, los expedicionarios se echaron cuerpo a tierra y comenzaron a arrastrarse al mejor estilo de los comandos cruzando dos lomas hasta un sendero que parecía subir hacia el noroeste.
Cuando el sol comenzaba a ocultarse se incorporaron y dos horas después llegaban a la carretera de Pilón, donde hicieron un nuevo alto, completamente agotados.

Esperamos una hora para que oscureciera, mientras se observarían los movimientos de la zona opuesta. En ese intervalo, estuvo cayendo una fina lloviznita. Ya momentos antes había aparecido un bonito arco iris, que hacía tiempo no veía; creo que en México nunca vi uno. Por fin a las seis y media, aunque había luna llena y brillante, cruzamos. Bajamos por un pequeño barranquito, cruzamos un río-arroyo, y nos internarnos en un cañaveral, salimos de allí y seguimos el curso del mismo unos 250 metros, volvimos a internarnos en otro tupidísimo y mojado cañaveral, que fue un verdadero tormento pasarlo. Como esta "carretera" va entre montañas, no podíamos seguir de frente, hacia el Norte, porque estaba en medio otra de estas soberanas lomitas, y subirlas, más a esa hora dando tropiezos y enredados con bejucos, era lo que más nos agotaba. En medio del cañaveral encontramos un claro, y ahí mismo nos sentamos y estuvimos dos horas comiendo cañas. Seguimos la marcha por el cañaveral, salimos a un maizal, nos comimos dos o tres mazorcas crudas, y al subir por una cañada, nos topamos con la carretera. Sale Armando a explorar y nos confundió, pues como este tramo era de mejor aspecto, pensó que el anterior era un camino y esta de ahora la verdadera carretera. Y medio confundidos e incrédulos, volvimos a pasar. Subimos una hondonada pedregosa y debajo de unos arbolitos en un pequeño bosque nos acostamos como a las once de la noche. Aunque teníamos la ropa algo mojada, por lo extenuados que estábamos dormimos enseguida3.

Se mantuvieron ocultos hasta las 6:00 de la tarde, hora en la que reemprendieron la agotadora travesía, hasta llegar a la casa de Santiago Guerra, un campesino amable que los guió durante un trecho y les indicó el camino más adecuado para seguir hacia la sierra, siempre tomando a la izquierda, en dirección a Plurial, donde moraban sus progenitores.
De esa manera, atravesaron cañaverales, lomas, montes y chacras, intentando en todo momento confirmar si iban por la ruta correcta. Alcanzaron Plurial recién a las 04.30 del 18 de diciembre y desde ese punto comenzaron a descender una pendiente que los condujo a una vaquería, donde hallaron a un peón que en esos momentos ordeñaba una vaca.
Los expedicionarios se acercaron hasta el complejo, presentándose como guardias rurales. El trabajador dijo llamarse Juan Rodríguez, y les ofreció un tarro de la leche que acababa de extraer.
Acto seguido, se dirigieron a la casa principal donde al golpear la puerta salió su dueño, Hermes Cardero, el propietario de la finca, a quien se presentaron tras los saludos de rigor.
Raúl se identificó con su licencia de conductor y Hermes, que se mostró bastante amable, les confirmó que había otros miembros del grupo rebelde merodeando por los alrededores.
Eso les dio esperanzas pues todo parecía confirmar que su gente estaba cerca y que habían dado con el camino correcto.
Hermes les dijo que lo más conveniente era que se mantuviesen allí ocultos, mientras él se dirigía a la casa de un vecino donde, al parecer, acampaban unos forasteros.
Es de imaginar que la propuesta debió haber inquietado un tanto a Raúl y sus compañeros pero como no tenían más remedio que confiar y “jugársela” aceptaron porque después de todo, había fuertes indicios de que su gente estaba cerca.
Cardero partió llevando consigo el estuche de piel que Raúl le entregó, con su registro de conducir mexicano en su interior y los expedicionarios se desplazaron unos metros hacia el monte, para echarse sobre la hierba, bajo un conjunto de árboles que les brindaban cobertura.
Al mediodía almorzaron arroz con pollo, café y otras viandas que les alcanzaron los campesinos y durante la noche arroz con garbanzos, fricasé de cerdo, viandas, café, leche y peras en lata provistos por la familia y sus empleados.

Fue un error porque al día siguiente nos sentiríamos mal, con descomposición de estómago. Hasta ahora había llevado un registro exacto de nuestras comidas, para ver cuánto se puede vivir en esas circunstancias. Desde ahora, como más o menos comeremos bien o regular; no tiene objetivo anotar los alimentos diariamente4.

Pasado el mediodía, llegó Primitivo Pérez, procedente de la finca “El Salvador”, trayendo consigo el mensaje de un tal “Alejandro”. Raúl sintió que el corazón le saltaba en el pecho pues era la prueba de que su hermano se hallaba cerca.
El muchacho saludó respetuosamente, se quitó el sombrero y preguntó al jefe del grupo cuales eran los nombres de los extranjeros que habían llegado con la expedición desde México.

-Ernesto Guevara, apodado el “Che”, argentino, Ramón Mejías del Castillo, apodado “Pichirilo”, dominicano; Guillén Zelaya, mexicano y Gino Done, italiano – respondió.

-Bueno – dijo Primitivo con una amplia sonrisa - pues déjeme decirle que Fidel está aquí, muy cerca de ustedes.



El encuentro del grupo de Almeida con el de Camilo (Pancho González y Pablo Hurtado Arbona) fue más que emotivo; abrazos, palmadas, risas y comentarios sirvieron para exteriorizar la alegría que todos experimentaban.
Pese a ello, el Che no es muy expresivo al relatar los hechos.

Llegamos a la orilla del mar a mediodía tras pasar por un zarzal muy fuerte. Era imposible avanzar de día por la aviación. Esperamos la noche bajo unas matas con un litro de agua. Al anochecer seguimos el camino, encontramos tunas con frutos y comimos todos los que había. Seguimos avanzando y encontramos en una chocita tres compañeros más que se incorporaron: Pancho González, Cienfuegos y Hurtado5.

Camilo y sus compañeros refirieron sus peripecias desde el momento en que abandonaron el combate hasta su llegada a aquella cabaña en la que se encontraban. Ambos grupos habían caminando en paralelo y padecido las mismas penurias, sufriendo cansancio, hambre, sed y angustia, no solo por su propia situación sino por la suerte que podía estar corriendo el resto de la expedición.
Llegada la noche se pusieron nuevamente en camino, bordeando la costa en dirección al este, alimentándose de cangrejos que capturaban en la playa y racionando la poca agua que llevaban en sus cantimploras.
Esa noche llegaron a Boca del Toro, una bahía solitaria sobre la que desembocaba el río del mismo nombre y poco después divisaron una casa bastante amplia que se alzaba varios metros delante.
Se detuvieron en seco y esperaron. No sabían si debían acercarse para pedir ayuda o seguir de largo sin dejarse ver.
El Che era partidario de la última opción pues todo parecía indicar que se trataba de la propiedad de un hombre de buena posición y, por consiguiente, un posible amigo del gobierno. Aún así, primó la idea de probar suerte y decidieron avanzar.
El Che, Ramiro y Benítez se aproximaron cautelosamente y se detuvieron muy cerca de la edificación. El lugar parecía solitario y el silencio que los rodeaba excesivamente extraño.
Decidieron que Benítez se acercase aún más y ellos se parapetaron, listos para disparar en caso de ser necesario.
Benítez se echó cuerpo a tierra y comenzó a arrastrarse por el terreno. Una vez junto al edificio, se incorporó lentamente y con su arma preparada, se asomó por una de las aberturas para ver su interior. Allí, en la obscuridad, creyó distinguir la silueta de un hombre que portaba un fusil.
Con el mismo sigilo con el que había llegado, emprendió el regreso y una vez junto a sus compañeros, les explicó lo que había visto.
Eso decidió al Che a regresar para informar que había soldados en la región y emprender la retirada lo más rápidamente posible.
Dando un  amplio rodeo, los guerrilleros comenzaron a trepar la pendiente que se extendía un kilómetro más adelante y de ese modo se alejaron de aquel lugar peligroso, decisión más que acertada porque la finca que dejaban atrás era propiedad de Manuel Fernández, conocido por su apodo de “Manolo Capitán”, el agricultor que había estado delatando a los guerrilleros, entregando a los nueve expedicionarios al ejército, para que los fusilaran.
Pasaron el día escondidos entre las rocas y al llegar la noche, reanudaron la marcha, cruzando una plantación de maíz y descendiendo luego hacia un riacho en el que pudieron saciar la sed. El Che comenta que desde ese punto, fueron testigos de la llegada de una lancha y el desembarco de diecisiete efectivos regulares, fuertemente armados, otra prueba de que la zona se hallaba infestada de guardias.
Pasaron el día 12 sin novedad y al caer el sol reanudaron la caminata en dirección nordeste, alcanzando a las pocas horas una nueva cabaña en la que parecía estar tocando una orquesta y a alguien hablaba en voz alta, por sobre las risas ylos gritos: “A mis compañeros de armas”. Fue el Che, que avanzaba en primer lugar, quien se percató que se trataba de tropas del gobierno celebrando lo que creían una contundente victoria y el que señaló una vía en la selva por la cual evadirse.
El grupo expedicionario caminó sin detenerse y recién a las 02.00 del 13 de diciembre llegó a la cabaña de Alfredo González, un amable adventista que les dijo que su pastor, Argelio Rosabal, integraba la red clandestina de apoyo. El buen hombre les consiguió alimentos, en parte provistos por vecinos del lugar y luego les señaló un sitio donde pasar la noche. Al ver el aspecto andrajoso de los guerrilleros, Ofelia Arcís, una de las personas que les había acercado provisiones, se echó a llorar.
“Vinieron a vernos muchos adventistas – apunta el Che- y al anochecer salimos 4 a casa de uno de ellos: Almeida, Pancho González, Chao y yo. Benítez y Ramiro van a otra casa. Cienfuegos otra. Hurtado lo debía acompañar, pero prefirió quedarse porque se sentía mal. Nos enteramos de que hay 16 muertos, 8 de ellos en Boca del Toro, todos asesinados al rendirse -y más adelante agrega- Sabemos que grupos de compañeros han pasado rumbo a las montañas. Las armas quedan en casa de A.G. el que nos recibiera, quedan los fusiles y las balas. Todos tenemos ropas de guajiros. Almeida y yo pistolas. Pasamos a la misma casa de A.R. en que nos llenan de comida6.
Almeida, el Che, Pancho González y Chao se trasladaron a la casa del pastor Rosabal, en El Mamey, y allí se quedaron todo el día 14, esperando el momento para reanudar la marcha.
Fue un movimiento providencial porque esa misma mañana llegó Alfredo González con la novedad de que alguien los había delatado y que el ejército se había llevado a Pablo Hurtado junto con las armas que tenían allí guardadas.
Para el grupo rebelde la presencia de tropas en el área representaba un grave peligro porque podían quedar cercados y por consiguiente, caer en una emboscada, de ahí su decisión de evacuar el lugar lo más rápidamente posible.
Decidieron dividirse en tres grupos para hacer más difícil su captura y de esa manera, guiados por Guillermo García, se dirigieron primero a la casa de Carlos Mas, un campesino de El Palmarito que les podía ofrecer refugio, desde Camilo siguió hasta la cabaña de Ibrahim Sotomayor en tanto Ramiro y Benítez lo hicieron hacia la de su madre, la emotiva Ofelia Arcís, que los mantuvo escondidos el resto del día7.
El día 15 transcurrió sin novedad salvo el mensaje de Guillermo García informando sobre su encuentro con Faustino Pérez e indicando que debían permanecer en sus respectivos escondites en esperas de novedades ya que era factible que en muy poco tiempo diesen con Alejandro.
Almeida, envió un mensaje a Camilo ordenándole reunirse con él en El Palmarito para reagruparse y establecer contacto con Fidel y por esa razón, al caer la noche, los tres combatientes abandonaron las propiedades de los Sotomayor y treparon la pendiente hasta la casa de Carlos Mas.
El reagrupamiento tuvo lugar en la mañana del 16 y desde allí continuaron hacia la chacra de Perucho Carrillo, llevando casi a la rastra a Ramiro y Camilo porque desde la noche anterior estaban enfermos del estómago.
Mientras eso sucedía, en otro punto de la espesura Fidel hacía lo propio en dirección a la propiedad de Mongo Pérez.
Indicios de presencia enemiga en la zona, obligó a ambos grupos a mantenerse ocultos durante todo el caluroso día 18, ignorante cada uno de la suerte del otro.


Primitivo Pérez regresó después del mediodía con la respuesta de Raúl. Cuando Fidel supo que su hermano había respondido correctamente, sintió ganas de gritar pero se contuvo, temeroso de ser escuchado a la distancia. El muchacho agregó que se hallaba en compañía de otros cuatro hombres y que estaban armados.

-¡No cabe duda, es él! – dijo eufórico el jefe de la expedición.

Pese a que desde hacía dos días nada se sabía de soldados y aviones, Castro decidió aguardar porque dadas las circunstancias, no era prudente hacer movimientos.
A pocos kilómetros al este, un grupo de campesinos se aproximó hasta el campamento de Raúl para comunicarle que los iban a conducir hasta la finca de Mongo Pérez. Se pusieron en marcha a las 21.00, con la luna iluminando intensamente la región y después de andar un par de kilómetros, el hombre que iba delante se detuvo para emitir una serie de silbidos que fueron respondidos desde la obscuridad, unos metros más adelante.
A una indicación del guía, reanudaron la marcha y al llegar al borde de un cañaveral distinguieron las figuras de tres sujetos que yacían parados a su vera. Eran Fidel, Fasutino y Universo, hacia quienes Raúl y sus compañeros corrieron para estrecharlos en un abrazo.

-¿Cuántos fusiles traes? – fue lo primero que preguntó Fidel.

-Cinco – respondió Raúl.

-¡Y dos que tengo yo, siete! ¡¡Ahora sí ganamos la guerra!!

El 19 de diciembre Fidel despachó a Mongo Pérez hacia Manzanillo y Santiago de Cuba, con un mensaje para la red clandestina liderada por Frank País. El guajiro debía informar que la columna rebelde había llegado a Cinco Palmas y que se debían cumplir las directivas que portaba.
Poco después llegó Severo Pérez, cuñado de Mongo, trayendo varios cubos con alimento y bebidas, de las que Castro y los suyos dieron buena cuenta. De esa manera, después de descabsar buena parte de la jornada, se desplazaron hacia una plantación de café ubicada detrás del cañaveral de los Pérez y allí esperaron la llegada del guía que los debía conducir hasta la finca. Raúl aprovechó el alto para apuntar en su diario de guerra: “A varios kilómetros de allí, el grupo de Almeida cruzaba la carretera de Pilón y se internaba en la selva, guiados por Ricardo Pérez Montana y Carlos Mas, en espera de la gente que debía llegar de Cinco Palmas a recogerlos y conducirlos hasta la posición de Fidel”.
Como el guía no llegó, los expedicionarios resolvieron ponerse en marcha, ansiosos por dar con sus compañeros; se extraviaron varias veces, volvieron sobre sus pasos y sortearon varios escollos hasta que finalmente, el día 21, casi por casualidad dieron con la pendiente que llevaba a la Loma de la Nigua, donde se encontraba la finca de Mongo.
El encuentro también fue emotivo, con los combatientes abrazándose y palmeándose afectuosamente mientras reían y comentaban sus peripecias.
Pese a que por mucho tiempo se dijo que tras el desastre de Alegría de Pío, los sobrevivientes fueron doce, suerte de parangón bíblico que los historiadores entretejieron para mostrar a los expedicionarios como nuevos apóstoles, su número real fue de quince, a saberse, Fidel Castro, su hermano Raúl, José Almeida, el Che, Camilo Cienfuegos, Ramiro Valdés, Ciro Redondo, Faustino Pérez, Efigenio Ameijeiras, René Rodríguez, Universo Sánchez, Calixto Morales, Pancho González, Reynaldo Benítez y Armando Rodríguez.
En esos momentos, Rafael Chao y Guillermo García se hallaban lejos, intentando conseguir armas y Calixto García aguardaba en Manacal, junto a Carlos Bermúdez, esperando incorporarse a la columna.
Pero no todo fue alegría y abrazos tras el encuentro.
Enterado de que el grupo de Almeida había perdido sus armas, Fidel perdió los estribos y pronunció una encendida “filípica”, como la llama el Che, increpando a los responsables con duras palabras.

-¡¡No han pagado la falta que han cometido –gritó furioso el líder de la guerrilla- porque el dejar los fusiles en estas circunstancias se paga con la vida; la única esperanza de sobrevivir que tenían en caso de que el Ejército topara con ustedes eran sus armas. Dejarlas fue un crimen y una estupidez!!

El Che recordaría ese momento toda su vida, con vergüenza y pesar.

Notas
1 Oriundo de San Biagio di Callalta, poblado próximo a Treviso, estaba casado con una cubana. Había combatido en la resistencia italiana durante la Segunda Guerra Mundial.
2 Raúl Castro, Diario de Guerra.
3 Ídem.
4 Ídem.
5 Diario del Che, Obras, A la deriva. Vida, obra y pensamiento http://www.centroche.co.cu/cche/?q=node/215
6 Ídem.
7 Camilo Cienfuegos fue ocultado en un pozo ciego por Freddy Sotomayor, otro hijo de Ofelia, en tanto Benítez y Ramiro lo hicieron bajo unas lianas, en la parte posterior del bohío.

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