REUNIÓN
En
la mañana del 16 de diciembre, el grupo encabezado por Fidel Castro se
desplazaba por una plantación de café, intentando alcanzar la finca “El
Salvador”, en cercanías de Cinco Palmas, uno de los puntos seleccionados
por la red de recepción para el reagrupamiento de la columna en caso de
disperción. Habían caminado toda la noche y se hallaban exhaustos,
después de dejar atrás una pronunciada pendiente plagada de obstáculos.
Sin
mediar palabra, el comandante alzó su brazo derecho en señal de alto y
sus dos compañeros se detuvieron. Comenzaba a aclarar y el día parecía
despejado.
Delante
de ellos, visible entre el follaje, se distinguía una casa a la que
todo parecía indicar que se acercaban por la parte posterior.
El
jefe del grupo miró su reloj y cuando vio que eran las 07.00, les
ordenó a sus hombres buscar un lugar donde acampar y tomar precauciones.
Mientras lo hacían, apareció un campesino que dijo llamarse Mongo López
y ser el dueño de aquellas tierras, un individuo en extremo amable que
ante las requisitorias de Fidel, procedió a dar algunas indicaciones.
Según
explicó, se hallaban en la finca “El Salvador”, y él mismo era uno de
los tantos campesinos incorporados a la red de colaboradores por Celia
Sánchez, encargado por ella de proveerles alimento e información.
Mientras
los rebeldes merendaban bajo un conjunto de palmas, López les dio
algunos detalles de lo que estaba sucediendo en la región desde que se
produjo el desembarco, confirmando algunas de las sospechas que Fidel ya
tenía en el sentido de la suerte corrida por sus subalternos
capturados.
En
la mañana de118, llegó Primitivo Pérez, posiblemente un hijo del
propietario, trayendo consigo un estuche de piel en cuyo interior se
hallaba el registro de conductor que Raúl había tramitado durante su
estadía en México.
-¡Mi hermano! -exclamó Fidel al ver el documento - ¿Dónde está?
El
recién llegado trató de ser preciso. Explicó que un guajiro vecino de
Mongo, Hermes Cardero, había apareció esa misma mañana con aquel estuche
diciendo que se lo había entregado un hombre llamado Raúl Castro, que
en esos momentos acampaba ceca de su casa.
Faustino
y Universo observaban la escena y pese a la alegría que los embargaba,
se contuvieron de toda exteriorización porque existía la posibilidad de
que se tratarse de una trampa, tendida por las fuerzas de seguridad para
capturarlos.
Fidel permaneció unos segundos en silencio y luego, mirando a Primitivo, le dijo:
-Mira,
te voy a dar los nombres de los extranjeros que vinieron con nosotros.
Te los anoto en este papel así te los aprendes. Le preguntas al que dice
ser Raúl Castro si sabe cuáles son y que te los nombre, incluyendo sus
apodos; si te los dice bien, efectivamente es él.
Tomando
un papel y un bolígrafo, Castro anotó los nombres de los cuatro
extranjeros que integraban la expedición y se lo extendió al campesino:
Ernesto Guevara, apodado el Che, argentino; Ramón Mejías del Castillo,
alias Pichirilo, dominicano; Guillén Zelaya, mexicano y Gino Done,
italiano1.
Primitivo
partió rápidamente hacia la casa de Hermes, llevando en la memoria los
nombres de laquelos cuatro sujetoes nacidos fuera del país.
El
14 de diciembre el grupo de Raúl ascendía la pendiente en dirección a
la sierra, después de cruzar el río Toro y de dejar atrás a un extenuado
Ernesto Fernández, que tenía los pies completamente deshechos.
Al
llegar a la Loma del Muerto se detuvieron a descansar y lo primero que
hicieron una vez sentados sobre la hierba, fue dar cuenta de las
mazorcas de maíz que habían recogido por el camino. Reanudaron la marcha
durante la noche y al salir el sol, decidieron esconderse cerca de una
choza solitaria y permanecer allí ocultos, sin correr riesgos.
La
rutina se repitió al día siguiente, con la diferencia que ahora, los
bohíos y las cabañas parecían más frecuentes y había algo más de
movimiento, tanto, que en cierta ocasión debieron correr para
esconderse, al aproximarse tres campesinos a caballo.
Al
caer el sol comenzaron a trepar una ladera en cuyo extremo superior se
extendía un bosquecillo bastante tupido, y allí se detuvieron una vez
más para reponer fuerzas.
Desayunamos
dos salchichas de lata y pedacitos de queso blanco y dos cucharaditas
de azúcar parda. Hay muchos mosquitos aquí que apenas nos dejan
descansar. Ulises [Efigenio] torció algunos tabaquitos con papel de
cartucho, el Flaco [René Rodríguez] está de posta al lado de un trillo y
los demás dormitan sobre las hojas secas. Desde aquí se oyen los
ladridos de perros, voces de personas y demás ruidos característicos de
bohíos. Son las 9:30 a.m.2.
Los moradores de una de esas cabañas les proveyeron alimento y les brindaron información.
Acompañados
por Julián Morales, un guajiro que se ofreció a hacerles de guía,
reanudaron la marcha y llegaron a una choza, propiedad de Luis Cedeño,
donde también fueron bien recibidos. En señal de gratitud, Raúl les
entregó a sus moradores una carta de agradecimiento que tendría valor de
documento en caso de triunfar la revolución. Decía la misma: “Dejo
constancia escrita de este favor, en estos momentos difíciles para que
se tenga en cuenta en el futuro, ya que no pudimos pagarle nada; por si
nosotros morimos pueda presentarse este documento en cualquier organismo
oficial del futuro Gobierno Revolucionario”.
Al
amanecer del 16 de diciembre, el grupo acampó en La Manteca y cuando
daban cuenta de una nueva ración de maíz, sintieron a lo lejos una serie
de disparos que los hizo sobresaltar.
Armando Rodríguez se incorporó para ir a explorar y se alejó en
dirección a un monte cercano, en cuyo interior desapareció. Regresó sin
novedades y eso les dio confianza para permanecer en el lugar, ocultos
de los campesinos.
Durmieron
hasta las 03.00 cuando Raúl ordenó a todos ponerse de pie. Había que
seguir avanzando, siempre aprovechando la noche, ya que cuanto más se
adentrasen en la sierra, más cerca estaban de su salvación.
Como
el camino que debían seguir atravesaba un claro, los expedicionarios se
echaron cuerpo a tierra y comenzaron a arrastrarse al mejor estilo de
los comandos cruzando dos lomas hasta un sendero que parecía subir hacia
el noroeste.
Cuando
el sol comenzaba a ocultarse se incorporaron y dos horas después
llegaban a la carretera de Pilón, donde hicieron un nuevo alto,
completamente agotados.
Esperamos
una hora para que oscureciera, mientras se observarían los movimientos
de la zona opuesta. En ese intervalo, estuvo cayendo una fina
lloviznita. Ya momentos antes había aparecido un bonito arco iris, que
hacía tiempo no veía; creo que en México nunca vi uno. Por fin a las
seis y media, aunque había luna llena y brillante, cruzamos. Bajamos por
un pequeño barranquito, cruzamos un río-arroyo, y nos internarnos en un
cañaveral, salimos de allí y seguimos el curso del mismo unos 250 metros,
volvimos a internarnos en otro tupidísimo y mojado cañaveral, que fue
un verdadero tormento pasarlo. Como esta "carretera" va entre montañas,
no podíamos seguir de frente, hacia el Norte, porque estaba en medio
otra de estas soberanas lomitas, y subirlas, más a esa hora dando
tropiezos y enredados con bejucos, era lo que más nos agotaba. En medio
del cañaveral encontramos un claro, y ahí mismo nos sentamos y estuvimos
dos horas comiendo cañas. Seguimos la marcha por el cañaveral, salimos a
un maizal, nos comimos dos o tres mazorcas crudas, y al subir por una
cañada, nos topamos con la carretera. Sale Armando a explorar y nos
confundió, pues como este tramo era de mejor aspecto, pensó que el
anterior era un camino y esta de ahora la verdadera carretera. Y medio
confundidos e incrédulos, volvimos a pasar. Subimos una hondonada
pedregosa y debajo de unos arbolitos en un pequeño bosque nos acostamos
como a las once de la noche. Aunque teníamos la ropa algo mojada, por lo
extenuados que estábamos dormimos enseguida3.
Se
mantuvieron ocultos hasta las 6:00 de la tarde, hora en la que
reemprendieron la agotadora travesía, hasta llegar a la casa de Santiago
Guerra, un campesino amable que los guió durante un trecho y les indicó
el camino más adecuado para seguir hacia la sierra, siempre tomando a
la izquierda, en dirección a Plurial, donde moraban sus progenitores.
De
esa manera, atravesaron cañaverales, lomas, montes y chacras,
intentando en todo momento confirmar si iban por la ruta correcta.
Alcanzaron Plurial recién a las 04.30 del 18 de diciembre y desde ese
punto comenzaron a descender una pendiente que los condujo a una vaquería, donde hallaron a un peón que en esos momentos ordeñaba una vaca.
Los
expedicionarios se acercaron hasta el complejo, presentándose como
guardias rurales. El trabajador dijo llamarse Juan Rodríguez, y les
ofreció un tarro de la leche que acababa de extraer.
Acto
seguido, se dirigieron a la casa principal donde al golpear la puerta
salió su dueño, Hermes Cardero, el propietario de la finca, a quien se
presentaron tras los saludos de rigor.
Raúl
se identificó con su licencia de conductor y Hermes, que se mostró
bastante amable, les confirmó que había otros miembros del grupo rebelde
merodeando por los alrededores.
Eso les dio esperanzas pues todo parecía confirmar que su gente estaba cerca y que habían dado con el camino correcto.
Hermes
les dijo que lo más conveniente era que se mantuviesen allí ocultos,
mientras él se dirigía a la casa de un vecino donde, al parecer,
acampaban unos forasteros.
Es
de imaginar que la propuesta debió haber inquietado un tanto a Raúl y
sus compañeros pero como no tenían más remedio que confiar y “jugársela”
aceptaron porque después de todo, había fuertes indicios de que su
gente estaba cerca.
Cardero
partió llevando consigo el estuche de piel que Raúl le entregó, con su
registro de conducir mexicano en su interior y los expedicionarios se
desplazaron unos metros hacia el monte, para echarse sobre la hierba,
bajo un conjunto de árboles que les brindaban cobertura.
Al
mediodía almorzaron arroz con pollo, café y otras viandas que les
alcanzaron los campesinos y durante la noche arroz con garbanzos,
fricasé de cerdo, viandas, café, leche y peras en lata provistos por la
familia y sus empleados.
Fue
un error porque al día siguiente nos sentiríamos mal, con
descomposición de estómago. Hasta ahora había llevado un registro exacto
de nuestras comidas, para ver cuánto se puede vivir en esas
circunstancias. Desde ahora, como más o menos comeremos bien o regular;
no tiene objetivo anotar los alimentos diariamente4.
Pasado
el mediodía, llegó Primitivo Pérez, procedente de la finca “El
Salvador”, trayendo consigo el mensaje de un tal “Alejandro”. Raúl
sintió que el corazón le saltaba en el pecho pues era la prueba de que
su hermano se hallaba cerca.
El
muchacho saludó respetuosamente, se quitó el sombrero y preguntó al
jefe del grupo cuales eran los nombres de los extranjeros que habían
llegado con la expedición desde México.
-Ernesto
Guevara, apodado el “Che”, argentino, Ramón Mejías del Castillo,
apodado “Pichirilo”, dominicano; Guillén Zelaya, mexicano y Gino Done,
italiano – respondió.
-Bueno – dijo Primitivo con una amplia sonrisa - pues déjeme decirle que Fidel está aquí, muy cerca de ustedes.
El
encuentro del grupo de Almeida con el de Camilo (Pancho González y
Pablo Hurtado Arbona) fue más que emotivo; abrazos, palmadas, risas y
comentarios sirvieron para exteriorizar la alegría que todos
experimentaban.
Pese a ello, el Che no es muy expresivo al relatar los hechos.
Llegamos
a la orilla del mar a mediodía tras pasar por un zarzal muy fuerte. Era
imposible avanzar de día por la aviación. Esperamos la noche bajo unas
matas con un litro de agua. Al anochecer seguimos el camino, encontramos
tunas con frutos y comimos todos los que había. Seguimos avanzando y
encontramos en una chocita tres compañeros más que se incorporaron:
Pancho González, Cienfuegos y Hurtado5.
Camilo
y sus compañeros refirieron sus peripecias desde el momento en que
abandonaron el combate hasta su llegada a aquella cabaña en la que se
encontraban. Ambos grupos habían caminando en paralelo y padecido las
mismas penurias, sufriendo cansancio, hambre, sed y angustia, no solo
por su propia situación sino por la suerte que podía estar corriendo el
resto de la expedición.
Llegada
la noche se pusieron nuevamente en camino, bordeando la costa en
dirección al este, alimentándose de cangrejos que capturaban en la playa
y racionando la poca agua que llevaban en sus cantimploras.
Esa
noche llegaron a Boca del Toro, una bahía solitaria sobre la que
desembocaba el río del mismo nombre y poco después divisaron una casa
bastante amplia que se alzaba varios metros delante.
Se detuvieron en seco y esperaron. No sabían si debían acercarse para pedir ayuda o seguir de largo sin dejarse ver.
El
Che era partidario de la última opción pues todo parecía indicar que se
trataba de la propiedad de un hombre de buena posición y, por
consiguiente, un posible amigo del gobierno. Aún así, primó la idea de
probar suerte y decidieron avanzar.
El
Che, Ramiro y Benítez se aproximaron cautelosamente y se detuvieron muy
cerca de la edificación. El lugar parecía solitario y el silencio que
los rodeaba excesivamente extraño.
Decidieron que Benítez se acercase aún más y ellos se parapetaron, listos para disparar en caso de ser necesario.
Benítez
se echó cuerpo a tierra y comenzó a arrastrarse por el terreno. Una vez
junto al edificio, se incorporó lentamente y con su arma preparada, se
asomó por una de las aberturas para ver su interior. Allí, en la
obscuridad, creyó distinguir la silueta de un hombre que portaba un
fusil.
Con
el mismo sigilo con el que había llegado, emprendió el regreso y una
vez junto a sus compañeros, les explicó lo que había visto.
Eso decidió al Che a regresar para informar que había soldados en la región y emprender la retirada lo más rápidamente posible.
Dando
un amplio rodeo, los guerrilleros comenzaron a trepar la pendiente que
se extendía un kilómetro más adelante y de ese modo se alejaron de
aquel lugar peligroso, decisión más que acertada porque la finca que
dejaban atrás era propiedad de Manuel Fernández, conocido por su apodo
de “Manolo Capitán”, el agricultor que había estado delatando a los
guerrilleros, entregando a los nueve expedicionarios al ejército, para
que los fusilaran.
Pasaron
el día escondidos entre las rocas y al llegar la noche, reanudaron la
marcha, cruzando una plantación de maíz y descendiendo luego hacia un
riacho en el que pudieron saciar la sed. El Che comenta que desde ese
punto, fueron testigos de la llegada de una lancha y el desembarco de
diecisiete efectivos regulares, fuertemente armados, otra prueba de que
la zona se hallaba infestada de guardias.
Pasaron
el día 12 sin novedad y al caer el sol reanudaron la caminata en
dirección nordeste, alcanzando a las pocas horas una nueva cabaña en la
que parecía estar tocando una orquesta y a alguien hablaba en voz alta, por sobre las risas ylos gritos: “A mis compañeros de armas”.
Fue el Che, que avanzaba en primer lugar, quien se percató que se
trataba de tropas del gobierno celebrando lo que creían una contundente
victoria y el que señaló una vía en la selva por la cual evadirse.
El
grupo expedicionario caminó sin detenerse y recién a las 02.00 del 13
de diciembre llegó a la cabaña de Alfredo González, un amable adventista
que les dijo que su pastor, Argelio Rosabal, integraba la red
clandestina de apoyo. El buen hombre les consiguió alimentos, en parte
provistos por vecinos del lugar y luego les señaló un sitio donde pasar
la noche. Al ver el aspecto andrajoso de los guerrilleros, Ofelia Arcís,
una de las personas que les había acercado provisiones, se echó a
llorar.
“Vinieron a vernos muchos adventistas – apunta el Che- y al anochecer salimos 4 a casa
de uno de ellos: Almeida, Pancho González, Chao y yo. Benítez y Ramiro
van a otra casa. Cienfuegos otra. Hurtado lo debía acompañar, pero
prefirió quedarse porque se sentía mal. Nos enteramos de que hay 16
muertos, 8 de ellos en Boca del Toro, todos asesinados al rendirse -y más adelante agrega- Sabemos
que grupos de compañeros han pasado rumbo a las montañas. Las armas
quedan en casa de A.G. el que nos recibiera, quedan los fusiles y las
balas. Todos tenemos ropas de guajiros. Almeida y yo pistolas. Pasamos a
la misma casa de A.R. en que nos llenan de comida6.
Almeida,
el Che, Pancho González y Chao se trasladaron a la casa del pastor
Rosabal, en El Mamey, y allí se quedaron todo el día 14, esperando el
momento para reanudar la marcha.
Fue
un movimiento providencial porque esa misma mañana llegó Alfredo
González con la novedad de que alguien los había delatado y que el
ejército se había llevado a Pablo Hurtado junto con las armas que tenían
allí guardadas.
Para
el grupo rebelde la presencia de tropas en el área representaba un
grave peligro porque podían quedar cercados y por consiguiente, caer en
una emboscada, de ahí su decisión de evacuar el lugar lo más rápidamente
posible.
Decidieron
dividirse en tres grupos para hacer más difícil su captura y de esa
manera, guiados por Guillermo García, se dirigieron primero a la casa de
Carlos Mas, un campesino de El Palmarito que les podía ofrecer refugio,
desde Camilo siguió hasta la cabaña de Ibrahim Sotomayor en tanto
Ramiro y Benítez lo hicieron hacia la de su madre, la emotiva Ofelia
Arcís, que los mantuvo escondidos el resto del día7.
El
día 15 transcurrió sin novedad salvo el mensaje de Guillermo García
informando sobre su encuentro con Faustino Pérez e indicando que debían
permanecer en sus respectivos escondites en esperas de novedades ya que
era factible que en muy poco tiempo diesen con Alejandro.
Almeida,
envió un mensaje a Camilo ordenándole reunirse con él en El Palmarito
para reagruparse y establecer contacto con Fidel y por esa razón, al
caer la noche, los tres combatientes abandonaron las propiedades de los
Sotomayor y treparon la pendiente hasta la casa de Carlos Mas.
El
reagrupamiento tuvo lugar en la mañana del 16 y desde allí continuaron
hacia la chacra de Perucho Carrillo, llevando casi a la rastra a Ramiro y
Camilo porque desde la noche anterior estaban enfermos del estómago.
Mientras eso sucedía, en otro punto de la espesura Fidel hacía lo propio en dirección a la propiedad de Mongo Pérez.
Indicios
de presencia enemiga en la zona, obligó a ambos grupos a mantenerse
ocultos durante todo el caluroso día 18, ignorante cada uno de la suerte
del otro.
Primitivo
Pérez regresó después del mediodía con la respuesta de Raúl. Cuando
Fidel supo que su hermano había respondido correctamente, sintió ganas
de gritar pero se contuvo, temeroso de ser escuchado a la distancia. El
muchacho agregó que se hallaba en compañía de otros cuatro hombres y que
estaban armados.
-¡No cabe duda, es él! – dijo eufórico el jefe de la expedición.
Pese
a que desde hacía dos días nada se sabía de soldados y aviones, Castro
decidió aguardar porque dadas las circunstancias, no era prudente hacer
movimientos.
A
pocos kilómetros al este, un grupo de campesinos se aproximó hasta el
campamento de Raúl para comunicarle que los iban a conducir hasta la
finca de Mongo Pérez. Se pusieron en marcha a las 21.00, con la luna
iluminando intensamente la región y después de andar un par de
kilómetros, el hombre que iba delante se detuvo para emitir una serie de
silbidos que fueron respondidos desde la obscuridad, unos metros más
adelante.
A
una indicación del guía, reanudaron la marcha y al llegar al borde de
un cañaveral distinguieron las figuras de tres sujetos que yacían
parados a su vera. Eran Fidel, Fasutino y Universo, hacia quienes Raúl y
sus compañeros corrieron para estrecharlos en un abrazo.
-¿Cuántos fusiles traes? – fue lo primero que preguntó Fidel.
-Cinco – respondió Raúl.
-¡Y dos que tengo yo, siete! ¡¡Ahora sí ganamos la guerra!!
El 19 de diciembre Fidel despachó a Mongo Pérez hacia Manzanillo
y Santiago de Cuba, con un mensaje para la red clandestina liderada por
Frank País. El guajiro debía informar que la columna rebelde había
llegado a Cinco Palmas y que se debían cumplir las directivas que
portaba.
Poco
después llegó Severo Pérez, cuñado de Mongo, trayendo varios cubos con
alimento y bebidas, de las que Castro y los suyos dieron buena cuenta.
De esa manera, después de descabsar buena parte de la jornada, se
desplazaron hacia una plantación de café ubicada detrás del cañaveral de
los Pérez y allí esperaron la llegada del guía que los debía conducir
hasta la finca. Raúl aprovechó el alto para apuntar en su diario de
guerra: “A varios kilómetros de allí, el grupo de Almeida cruzaba la
carretera de Pilón y se internaba en la selva, guiados por Ricardo Pérez
Montana y Carlos Mas, en espera de la gente que debía llegar de Cinco
Palmas a recogerlos y conducirlos hasta la posición de Fidel”.
Como
el guía no llegó, los expedicionarios resolvieron ponerse en marcha,
ansiosos por dar con sus compañeros; se extraviaron varias veces,
volvieron sobre sus pasos y sortearon varios escollos hasta que
finalmente, el día 21, casi por casualidad dieron con la pendiente que
llevaba a la Loma de la Nigua, donde se encontraba la finca de Mongo.
El
encuentro también fue emotivo, con los combatientes abrazándose y
palmeándose afectuosamente mientras reían y comentaban sus peripecias.
Pese
a que por mucho tiempo se dijo que tras el desastre de Alegría de Pío,
los sobrevivientes fueron doce, suerte de parangón bíblico que los
historiadores entretejieron para mostrar a los expedicionarios como
nuevos apóstoles, su número real fue de quince, a saberse, Fidel
Castro, su hermano Raúl, José Almeida, el Che, Camilo Cienfuegos,
Ramiro Valdés, Ciro Redondo, Faustino Pérez, Efigenio Ameijeiras, René
Rodríguez, Universo Sánchez, Calixto Morales, Pancho González, Reynaldo
Benítez y Armando Rodríguez.
En
esos momentos, Rafael Chao y Guillermo García se hallaban lejos,
intentando conseguir armas y Calixto García aguardaba en Manacal, junto a
Carlos Bermúdez, esperando incorporarse a la columna.
Pero no todo fue alegría y abrazos tras el encuentro.
Enterado
de que el grupo de Almeida había perdido sus armas, Fidel perdió los
estribos y pronunció una encendida “filípica”, como la llama el Che,
increpando a los responsables con duras palabras.
-¡¡No
han pagado la falta que han cometido –gritó furioso el líder de la
guerrilla- porque el dejar los fusiles en estas circunstancias se paga
con la vida; la única esperanza de sobrevivir que tenían en caso de que
el Ejército topara con ustedes eran sus armas. Dejarlas fue un crimen y
una estupidez!!
El Che recordaría ese momento toda su vida, con vergüenza y pesar.
Notas
1 Oriundo
de San Biagio di Callalta, poblado próximo a Treviso, estaba casado con
una cubana. Había combatido en la resistencia italiana durante la
Segunda Guerra Mundial.
2 Raúl Castro, Diario de Guerra.
3 Ídem.
4 Ídem.
5 Diario del Che, Obras, A la deriva. Vida, obra y pensamiento http://www.centroche.co.cu/cche/?q=node/215
6 Ídem.
7 Camilo Cienfuegos fue ocultado en un pozo ciego por Freddy Sotomayor, otro hijo de Ofelia, en tanto Benítez y Ramiro lo hicieron bajo unas lianas, en la parte posterior del bohío.
Publicado 31st August 2014 por Alberto N. Manfredi (h)