jueves, 4 de julio de 2019

APRESTOS FINALES

El "Granma" navega por el río Tuxpán

Poco antes de Ernesto saliera de prisión, Ulises Petit de Murat y el guatemalteco Alfonso Bauer Paiz intentaron interceder para obtener su liberación. Hilda, por su parte, quiso acudir al tío de su marido, el almirante Raúl A. Guevara Lynch, embajador argentino en Cuba, pero el Che rechazó todos los ofrecimientos, argumentando que quería el mismo trato que se les daba a sus compañeros cubanos.
Una vez fuera, siguiendo órdenes de Fidel, Calixto y él se dirigieron a Ixtapán de la Sal, una localidad a 135 kilómetros al sudoeste de la capital y allí se alojaron en un hotel con nombres falsos, en espera de nuevas directivas.
Permanecieron en ese pueblo cerca de tres meses y solo se trasladaron a la ciudad de México en escasas oportunidades.
Siguiendo el relato de Jon Lee Anderson, a principios de septiembre pasaron a Toluca, buscando un clima más benigno para el asma de Ernesto y tras una breve estadía, siempre siguiendo indicaciones de Castro, continuaron a Veracruz, donde debían reunirse con el resto de los expedicionarios. Fue el rencuentro con varios compañeros, después de meses de separación; sin embargo, la estadía no se prolongó demasiado ya que pocos días después regresaron a la capital, para alojarse en otra de las tantas casas-refugio que la legión había alquilado, en este caso, una muy cerca del santuario de la Virgen de Guadalupe, en el barrio norteño de Linda Vista.
 
Cuando Fidel Castro informó a su gente que debían designar parientes o personas cercanas para informarles en caso de muerte, los combatientes tomaron conciencia de lo que estaba por suceder.
Hacía pocos días que el jefe de la revolución y el recientemente llegado dirigente estudiantil cubano José Antonio Echeverría, habían firmado la célebre “Carta de México”, documento crucial en el que ambos se comprometían a llevar a cabo la guerra contra Batista, aunque sin establecer una alianza.
Entre agosto y septiembre arribaron desde Cuba y Estados Unidos unos cuarenta milicianos para sumarse a la legión. Como a esa altura el rancho-campamento de “Santa Rosa” había sido abandonado, Castro distribuyó a los recién llegados en bases alternativas, las principales, Veracruz y Tamaulipas, éste último estado limítrofe con el país del norte. Dice Anderson que para entonces, la mayor parte de los miembros del estado mayor se encontraban en México, junto a su comandante mientras el total de los jefes regionales coordinaban sus actividades en la isla.
El principal problema que padecía el grupo revolucionario era la falta de fondos pero Castro lo solucionó pactando con el demonio. Viajó a Estados Unidos y se entrevistó con su antiguo enemigo, Carlos Prío Socarrás, a quien tantas veces había acusado de corrupto y de esa manera, obtuvo la suma de cincuenta mil dólares y una suerte de cheque en blanco para ser utilizado más adelante en caso de ser necesario. 
El Che con su primera
esposa y su hija
Poco le importó lo que entonces se dijera, en el sentido de que había entrado en tratativas con el enemigo; se necesitaban imperiosamente esos fondos y había que obtenerlos a cualquier precio. Prío Socarrás, por su parte, anhelaba llegar al poder y veía en aquellos aventureros el medio ideal para alcanzarlo; ellos harían el trabajo duro, se matarían con las fuerzas de Batista y eso le abriría el camino para regresar triunfante del autoexilio1.
A esa altura era imperioso conseguir un medio adecuado para llegar a la isla y para ello, Castro y sus agentes se movieron rápido. El proyecto de adquirir una vieja lancha torpedera en desuso había fracasado y el que menciona Jon Lee Anderson, de un avión Catalina no pasó de ser un efímero plan2.
A fines del mes de septiembre, Antonio del Conde, el “Cuate”, estableció contacto con Robert Erickson, un norteamericano que se quería deshacer de un viejo yate y de una casa ribereña en el río Tuxpán3 y esa pareció ser la oportunidad esperada. Solo había un inconveniente, el estadounidense les vendería la embarcación si le compraban la vivienda también.
Fidel aceptó y a los pocos días se cerró la operación.
Cuando los cubanos viajaron a Tuxpán y vieron la embarcación, muchos de ellos pensaron que la travesía iba a ser imposible. E trataba de un viejo trasto amarrado junto al jardín de la vivienda, una edificación ribereña en el barrio sureño de Santiago de la Peña, al otro lado del río, rodeada por un amplio jardín y abundante arboleda. Lo que menos daba la nave era apariencia de solidez.
Se trataba del “Granma” (diminutivo de abuela en inglés), un yate de 13 metros de eslora, 4,76 de manga y 4,88 de puntal, construido por un astillero estadounidense en 1943 para la Schuylkill Products Company Inc., que lo pensaba utilizar como transporte de recreo y correo. Por otra parte, su capacidad de combustible era de 8000 litros (2000 en cada uno de sus tanques) y su consumo por hora de 20 litros.
La embarcación disponía de dos motores Gray GM de cuatro tiempos y 225 c/c de potencia que le permitían alcanzar una velocidad de 9 nudos y una autonomía de 43 horas; contaba con dos hélices de 18 cm de diámetro y 26 pulgadas de paso, su tonelaje bruto era de 54,88 y el neto de 39,23; estaba totalmente construida en madera y carecía de mástil.
Su capacidad para veinticuatro pasajeros no lo convertía en el transporte ideal, menos cuando en 1953, según explica Pierre Kalfon, un ciclón lo había hundido, dejándolo bajo las aguas bastante tiempo, pero la situación imperante y especialmente los escasos fondos del grupo revolucionario, no permitían otra cosa.
Matriculado en el Puerto de Tuxpán con la sigla X.C.G.E., el yate disponía de una sola cubierta, sala de máquinas o cabina del timonel, una cocina en la parte central, equipo de radio en la popa y una bodega no demasiado amplia, en las que de un modo u otro deberían caber la carga, el armamento, las municiones y los ochenta hombres escogidos para la travesía.
El "Granma" se aproxima a la casa-cuartel del puerto de Tuxpan

El grupo de cubanos seleccionado para trabajar en el acondicionamiento del yate se instaló en la casa de Tuxpán y sin perder tiempo, comenzó los trabajos. Mientras tanto, a finales de octubre, el Che y Calixto García se establecieron en un nuevo refugio sito en Colonia Roma, suburbio próximo al centro de la capital, donde se mantuvieron ocultos varias semanas, saliendo a la calle lo mínimo indispensable.
Las visitas de Ernesto a Hilda y su pequeña hija se hicieron cada vez más espaciadas, y eso llevaría ala peruana, varios años después, a manifestarle a la revista “Time”, que a causa de la revolución había perdido a su marido.


La redada que la policía hizo en el refugio clandestino de Lomas de Chapultepec, donde se ocultaba Pedro Miret, obligó a Fidel Castro a acelerar los preparativos.
Durante el allanamiento, fueron confiscadas armas y documentación y eso puso en peligro toda la operación. Era evidente que la policía volvía a las andadas y solo era cuestión de tiempo que fuesen a dar todos nuevamente a prisión.
Anderson dice que Fidel comenzó a sospechar de la presencia de un delator y que todas las miradas recayeron en Rafael del Pino, un amigo y confidente suyo que había desaparecido recientemente, después de ayudar algún tiempo en la compra de armas.
Se hizo imperioso volver a cambiar a la gente de lugar y por esa razón, el Che y Calixto se mudaron al departamento de Alfonso Bauer, ubicado en la calle Anaxágoras, esquina Diagonal San Antonio, en Colonia Narvarte, donde ocuparon la habitación de servicio que la propiedad tenía en la azotea. Ese mismo día, se produjo un robo en el edificio y la policía hizo varias redadas, incluyendo la morada de Bauer, donde una afortunada “representación teatral” que hizo Ernesto, manteniendo oculto a Calixto (que era negro) bajo la cama del cuarto, salvó la situación.
Apremiado, Castro ordenó acelerar los proparativos y tener todo listo para la partida. Pero entonces, llegaron mensajes desde Cuba sugiriendo detener la operación.
Frank País, que ya había hecho un viaje en agosto para convencer al jefe revolucionario de demorar el cruce, volvió nuevamente en octubre para insistir sobre lo mismo. A su entender, no estaban dadas las condiciones para una acción y apresurar las cosas terminarían por desbaratarlo todo. Fidel desoyó sus consejos y le ordenó regresar para continuar con su labor, es decir, levantar toda la provincia de Oriente y tenerla en estado de convulsión cuando ellos desembarcasen.
Ese último mes, el comunista Partido Socialista Popular también envió agentes para sugerirle detener la expedición. Según creían sus dirigentes, las condiciones no eran las indicadas para la lucha armada por lo que, en lugar de ello, ofrecían encarar una labor conjunta, montando una campaña de concientización para lograr la insurrección de manera gradual. Para peor, el comandante en jefe de las fuerzas armadas de Cuba había lanzado declaraciones en extremo desafiantes, manifestando que toda tentativa de desembarco iba a ser aplastada ya que unidades navales y aéreas patrullaban las costas al tiempo que el ejército y la gendarmería en tierra se mantenían en estado de alerta. Fidel no se dejó persuadir y siguió adelante con sus planes.
Fidel junto a
Juan Manuel Márquez
Entonces se sucedieron en la isla una serie de atentados que estuvieron a punto de desbaratar todo el plan. A poco de firmada la “Carta de México”, elementos del Directorio asesinaron en La Habana al coronel Manuel Blanco Rico, jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Para sorpresa de muchos, Castro condenó el acto y se desligó de toda responsabilidad, aclarando que ese no era el camino a seguir. Diez días después, la policía batistiana masacró a un grupo de jóvenes que intentaban buscar asilo en la embajada de Haití y llevó a cabo una serie de arrestos que generaron un agobiante clima de tensión.
Era el momento indicado, la hora de entrar en acción y de esa manera, sin perder tiempo, el 23 de noviembre, Fidel ordenó a su gente dirigirse a Poza Rica, población petrolera al sur de Tuxpán, y esperar allí su llegada.
Sin perder tiempo, los revolucionarios abandonaron sus escondites de Veracruz, Tamaulipas y ciudad de México y se encaminaron hacia el lugar, llevando consigo sus armas y suministros.
Heberto Norman Acosta, investigador histórico de la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado cubano, ofrece en su libro La Palabra Empeñada, un relato pormenorizado de lo que sucedió en los días previos a la partida.
Siguiendo su completa relación, sabemos que el aquel jueves 22 de noviembre, Ñico López llegó a Veracruz para informar a los cuadros que Fidel ordenaba el inmediato traslado a Xalapa. Antes de regresar, el emisario planteó a sus compañeros que aquel que no quisiera tomar parte en la expedición podía quedarse pero para su sorpresa, ninguno se rehusó. Ese mismo día, Armando Mestre, Miguel Cabañas, Armando Huau, Antonio Darío López, Norberto Godoy, Pablo Hurtado, Luis Crespo, Norberto Abilio Collado, Arnaldo Pérez, Alfonso Guillén Zelaya, Jaime Costa, Enrique Cuélez, Arturo Chaumont y Evaristo Evelio Montes de Oca, responsable de la zona, abordaron dos ómnibus y partieron hacia el destino indicado mientras en Ciudad Victoria, aguardaban alojados en diversos hoteles los treinta y dos combatientes que la noche anterior habían salido del campamento de Abásolo, conducidos por Faustino Pérez.
En la capital mexicana también se hacían aprestos. Siguiendo instrucciones de Castro, Jesús Montané y Melba Hernández evacuaron la casa-refugio de la calle Ingenieros, que custodiaba el italiano Gino Doné y se dirigieron hacia el punto indicado.
Fidel Castro conversa con Pedro Miret

Julito Díaz y Ramiro Valdés hicieron lo propio en el apartamento de Nicolás San Juan 125, en Colonia Narvarte, al sur de la ciudad y se encaminaron al motel “Mi Ranchito”, de Xicotepec de Juárez, estado de Puebla, acompañados por otros combatientes.
Fidel Castro, que se hallaba de regreso en la capital mexicana, se reunió en el apartamento de Coahuila 129-C, Colonia Roma, con el ingeniero mexicano Alfonso Gutiérrez, Fofó y su esposa Orquídea Pino, para analizar los últimos detalles y acordar la fecha de la partida. Esa mañana, Cándido González pasó a buscar al matrimonio y le manifestó que el jefe de la revolución quería hablarles. Durante el encuentro, Castro se refirió a las características del yate que habían comprado y les explicó que no era nada seguro pero que la situación se había tornado tan apremiante y que, por esa razón, quería conocer su opinión respecto a poner en marcha la operación. Les habló también de los diversos grupos de combatientes que se movilizaban en esos momentos y luego convinieron el día y la hora de partida.
Durante la tarde, el jefe revolucionario regresó una vez más a la casa del capitán Fernando Gutiérrez Barrios, sobre la calle Teziutlán 30, en el barrio de Coyoacán para ponerlo al tanto de lo que sucedía y despedirse. Conversaron en una obscura calle de los alrededores y luego se separaron, estrechándose las manos.
Castro también visitó al exiliado cubano Carlos Maristany, para decirle lo mismo y por la noche citó a varios jefes de grupo a una reunión clandestina en el Pedregal de San Ángel, con el objeto de ponerlos al tanto de lo que estaba aconteciendo y transmitirles las últimas directivas. Entre los que estuvieron allí presentes se hallaba Reinaldo Benítez, a quien Fidel le ordenó recoger a su esposa Piedad Solís y regresar a ese mismo punto para recibir nuevas órdenes.
Benítez partió velozmente, y una vez en el apartamento de la calle Pedro Baranda 18, le dijo a su mujer que lo siguiese. Una vez de regreso, se les comunicó a ambos que debían llevar a Poza Rica dos grandes maletas con armas y esa misma noche partieron en un automóvil conducido por Jimmy Hirzel, tomando por la ruta que conducía hacia el sudeste.
Héctor Aldama fue otro de los que estuvieron presentes en Pedregal de San Ángel. Había llegado junto con otros combatientes desde su departamento de Jalapa 68, y una vez allí, Fidel le entregó una pistola ametralladora y un reloj, al tiempo que le planteaba la imposibilidad de que su compañera, la mexicana Marta Eugenia López, tomase parte de la expedición por el poco espacio del que disponía la embarcación. Para la mujer, que había realizado todos los entrenamientos, incluyendo los de lucha y tiro, fue un golpe duro, pero lo aceptó resignada.
El viernes 23 de noviembre, comenzó la movilización, con los combatientes confluyendo sobre Tuxpán desde distintas localidades. En horas de la mañana, Cándido González condujo su Pontiac hasta el apartamento de la calle Coahuila 129-C, en Colonia Roma y una vez allí recogió a Arsenio García, Félix Elmuza y otros combatientes, para conducirlos hasta el motel “Mi Ranchito, donde llegaron al mediodía.
Se alojaron en tres cabañas previamente alquiladas, donde aguardaban Ramiro Valdés, Ciro Redondo y Juan Manuel Márquez, con varias maletas de piel llenas de armas y allí se mantuvieron a la expectativa.
Raúl Castro y Juan Almeida antes de la partida
A todo esto, los treinta y dos combatientes del campamento de Abásolo, que aguardaban desde hacía varios días en distintos hoteles de Ciudad Victoria, abandonaron sus alojamientos y abordaron los ómnibus para viajar a Tampico, puerto sobre la desembocadura del río Pánuco. Viajaron toda la tarde y llegaron de noche, hospedándose en varios hoteles de la localidad, donde debían esperar nuevas instrucciones.
A su vez, el grupo de Xalapa, reforzado por quienes habían llegado desde Veracruz, partió también en dos autobuses en dirección a Tecolutla. Salieron en horas de la mañana encabezados por el propio Ñico López, que hacía las veces de coordinador y llegaron por la tarde, precedidos por Evaristo Montes de Oca, que tenía instrucciones de conseguirles alojamiento.
Casi al mismo tiempo, Jimmy Hirzel, Reinaldo Benítez y la mexicana Piedad Solís, arribaban a Poza Rica llevando consigo las dos maletas con armas que habían retirado de un apartamento-refugio del Distrito Federal. Se alojaron en el hotel “Aurora” mientras en Tuxpán, Carlos Bermúdez custodiaba solo la casa de Santiago de la Peña, en espera del grupo de legionarios, que debían comenzar a llegar de un momento a otro.
Los primeros en hacerlo fueron Cándido González y un camarada, a bordo de un automóvil que conducía un matrimonio amigo. Una vez junto a la cerca de la propiedad, detuvieron el rodado y le pidieron a Bermúdez que les abriera el portón para guardar el vehículo adentro.
A pocos metros de allí, el Cuate supervisaba la maniobra de aproximaron del yate hasta la amarra, más allá del jardín y ayudado por Jesús Reyes García, alias “Chuchú”, procedió a supervisar la bodega. Inmediatamente después, los hombres allí reunidos comenzaron a cargar los uniformes, las botas, las mochilas, los víveres y todo el equipo de la expedición.


En ciudad de México, mientras tanto, el grueso de los combatientes que aún permanecían allí comenzaba a movilizarse. Previamente, Castro convocó a varios jefes de grupo a una reunión en la casa de la calle Génova 14, donde vivían dos señoras mayores, tías de Alfonso Gutiérrez, para hacerles saber las últimas novedades.
Se encontraban presentes Universo Sánchez, jefe de la casa-refugio Nº 5, Calixto García y Raúl Castro. Al primero se le ordenó salir esa misma noche y a su hermano le dio una suma de dinero para que se dirigiese con Roberto Roque, al motel “Mi Ranchito”, donde debía reunirse al grupo de Julito Díaz y Ramiro Valdés.
Raúl y Roque, que a esas alturas había sido designado piloto del “Granma”, abordaron un ómnibus y partieron hacia la ciudad de Pachuca, estado de Hidalgo, donde al llegar, se alojaron en un hotel para pasar la noche. Llegaron a destino al otro día, portando una maleta con cartas náuticas y libros de navegación y allí permanecieron, en espera de nuevas instrucciones.
Fidel Castro, mientras tanto, viajó nuevamente al Pedregal de San Ángel, porque quería despedirse de su gente. Lo hizo acompañado de Cándido González y una vez allí, estrechó en un abrazo a cada uno de los presentes quienes, emocionados y eufóricos, le desearon la mejor de las suertes. Inmediatamente después, se colocó sobre su traje un abrigo azul y se marchó con Onelio Pino que lo esperaba en el Pontiac obscuro en el que había llegado, en busca del Che.
Se dirigieron primero al apartamento de la calle Pachuca, casi esquina Francisco Márquez, en plena Colonia Condesa donde recogieron a Enrique Cámara. Un par de horas antes, habían partido desde ese mismo punto Jesús Montané, Melba Hernández y Rolando Moya en dirección a Poza Rica, tomando la misma ruta que la noche anterior hicieron el dominicano Ramón Mejías del Castillo, Pichirilo y el italiano Gino Don.
La casa-cuartel de Tuxpán. Hoy Museo de la Amistad

Fidel, en compañía de Cámara, Cándido González y Onelio Pino, partieron en busca del Che, que desde hacía varias horas aguardaba en el apartamento de Alfonso Bauer Paiz.
Al llegar, Fidel se bajó del auto y caminó hacia la puerta del edificio, para oprimnir el timbre del departamento de Bauer. En esos momentos, tenía lugar allí una reunión de la Unión Patriótica Guatemalteca en el exilio y por esa razón, el dueño de casa le pidió a su esposa que fuera a ver quien era el que llamaba. Cuando la mujer se asomó, el jefe de la revolución le preguntó si Ernesto se encontraba allí, a lo que aquella, ignorante de que el argentino se escondía en la habitación de servicio, dijo que allí no vivía ningún Ernesto.
Asustada, la mujer intentó cerrar la puerta pero Castro se lo impidió colocando el pie. El líder revolucionario corrió escaleras arriba y golpeó la puerta de servicio donde Ernesto aguardaba desde hacía horas. A los pocos minutos bajaron ambos presurosamente y sin decir palabra se subieron al vehículo para partir con rumbo a Xicotepec de Juárez, a la vista de la dueña de casa que observaba todo sin comprender nada. En ese mismo momento, comenzó a caer una fina llovizna.
Cándido González manejó toda la noche y en horas de la madrugada se detuvo frente al motel. Juan Manuel Márquez y varios compañeros los esperaban en una de las cabañas y al verlos arribar, salieron todos a recibirlos.
Conversaron un buen rato y luego Fidel mandó a todo el mundo a dormir, para seguir viaje por la mañana, en dirección a Santiago de la Peña4.


Ese mismo día, Fidel envió a Cuba un mensaje cifrado cuyo destinatario era Frank País. En el mismo decía que el desembarco iba a tener lugar el 30 de noviembre en un punto deshabitado al sur de Oriente, denominado playa de Las Coloradas y que debían ultimarse los detalles para coordinar los movimientos con los enlaces de las ciudades.
El día 24 toda la legión se hallaba en Tuxpán, más precisamente en el suburbio sureño de Santiago de la Peña, aguardando bajo una lluvia torrencial la orden de embarcar.
Algunos hombres esperaban en el interior de la casa mientras otros se dedicaban a cargar las bodegas, aguardando la llegada de su máximo jefe.
Castro se presentó en horas de la tarde y enseguida se puso a supervisar los trabajos. Le preocupaban dos deserciones que acababan de producirse y el hecho de que no todos los combatientes estuviesen allí.
En un momento dado, él y Raúl llevaron al Che y a Camilo Cienfuegos a un costado y se pusieron a hablar en voz baja y cuando terminaron, el mayor de los hermanos impartió una serie de directivas en el sentido de tomar posiciones en las afueras de la localidad para detectar la llegada de los rezagados y orientarlos hacia la propiedad.
Cuando faltaba menos de una hora para la partida, el Che le entregó a uno de los cubanos que se iban a quedar en tierra otra de sus apologéticas cartas para su madre. La nueva misiva era toda una despedida en ella daba a entender que esa podía ser la última vez que escribía. No llevaba lugar ni fecha pero se presupone que fue escrita entre fines de octubre y principios de noviembre.

Tu pinchurriente hijo, hijo de mala madre por añadidura, no está semi-nada; está como estaba Paul Muni cuando decía lo que decía con una voz patética y se iba alejando en medio de sombras que aumentaban y música ad hoc. Mi profesión actual es la de saltarín, hoy aquí, mañana allí, etcétera, y a los parientes… no los fui a ver por esa causa (además, te confesaré que me parece que tendría más afinidad de gustos con una ballena que con un matrimonio burgués, dignos empleados de beneméritas instituciones a las que haría desaparecer de la faz de la tierra, si me fuera dado hacerlo. No quiero que creas que es aversión directa, es más bien recelo; ya Lezica demostró que hablamos idiomas diferentes y que no tenemos puntos de contacto). Toda la explicación tan larga del paréntesis te la di porque después de escrita me pareció que vos te imaginarías que estoy en tren de morfa-burgués, y por pereza de empezar de nuevo y sacar el párrafo me metí en una explicación kilométrica y que se me antoja poco convincente. Punto y aparte. Hilda irá dentro de un mes a visitar a su familia, en Perú, aprovechando que ya no es delincuente política sino una representante algo descarriada del muy digno y anticomunista partido aprista. Yo, en tren de cambiar el ordenamiento de mis estudios: antes me dedicaba mal que bien a la medicina y el tiempo libre lo dedicaba al estudio en forma informal de San Carlos. La nueva etapa de mi vida exige también el cambio de ordenación; ahora San Carlos es primordial, es el eje, y será por los años que el esferoide me admita en su capa más externa; la medicina es un juego más o menos divertido e intrascendente, salvo en un pequeño aparte al que pienso dedicarle más de un medular estudio, de esos que hacen temblar bajo su peso los sótanos de la librería. Como recordarás, y si no lo recordás te lo recuerdo ahora, estaba empeñado en la redacción de un libro sobre la función del médico, etcétera, del que solo acabé un par de capítulos que huelen a folletín tipo Cuerpos y almas, nada más que mal escrito y demostrando a cada paso una cabal ignorancia del fondo del tema; decidí estudiar. Además, tenía que llegar a una serie de conclusiones que se daban de patadas con mi trayectoria esencialmente aventurera; decidí cumplir primero las funciones principales, arremeter contra el orden de cosas, con la adarga al brazo, todo fantasía, y después, si los molinos no me rompieron el coco, escribir.
A Celia le debo la carta laudatoria que escribiré después de esta si me alcanza el tiempo. Los demás están en deuda conmigo pues yo tengo la última palabra con todos, aun con Beatriz. A ella decile que los diarios llegan magníficamente y me dan un panorama muy bueno de todas las bellezas que está haciendo el gobierno. Los recorté cuidadosamente para seguir el ejemplo de mi progenitor, ya que Hilda se encarga de seguir el ejemplo de la progenitora. A todos un beso con todos los aditamentos adecuados y una contestación, negativa o afirmativa, pero contundente, sobre el guatemalteco.
Ahora no queda más que la parte final del discurso, referente al hombrín y que podría titularse: “¿Y ahora qué?”. Ahora viene lo bravo, vieja; lo que nunca he rehuido y siempre me ha gustado. El cielo no se ha puesto negro, las constelaciones no se han dislocado ni ha habido inundaciones o huracanes demasiado insolentes; los signos son buenos. Auguran victoria. Pero si se equivocaran, que al fin hasta los dioses se equivocan, creo que podré decir como un poeta que no conocés: «Solo llevaré bajo tierra la pesadumbre de un canto inconcluso». Para evitar patetismos «pre mortem», esta carta saldrá cuando las papas quemen de verdad y entonces sabrás que tu hijo, en un soleado país americano, se puteará a sí mismo por no haber estudiado algo de cirugía para ayudar a un herido y puteará al gobierno mexicano que no lo dejó perfeccionar su ya respetable puntería para voltear muñecos con más soltura. Y la lucha será de espaldas a la pared, como en los himnos, hasta vencer o morir.
Te besa de nuevo, con todo el cariño de una despedida que se resiste a ser total.
Tu hijo5.

Era el adiós, el anuncio de una partida que posiblemente no tuviera retorno y esas fueron las sensaciones que experimentó la familia cuando la leyó en Buenos Aires.

Yo no podía entender esa actitud de Ernesto –apuntaría años después su padre- Todavía me resistía a creer que hubiera cambiado su derrotero, que lo conducía a ser un científico, tirando por la borda todos sus trabajos y conocimientos para embarcarse en lo que a mí me parecía una incierta aventura en un país extraño6.

Pero así de impredecible era aquel hijo errático y nadie iba a poder cambiar su forma de ser, su idealismo, su filosofía de vida y su carácter bohemio, siempre en busca de horizontes y de lo que él entendía era su verdad, su meta, su razón de vivir.


El vehículo en el que viajaba Juan Almeida Bosque se detuvo a unos 300 metros de la costa y cuando el conductor apagó el motor, sus ocupantes descendieron.
Dos hombres emergieron de la obscuridad para señalarles la casa e indicarles por dónde debían ir. Los recién llegados se despidieron del matrimonio que los había llevado hasta allí y siempre bajo la lluvia echaron a andar por un sendero, pisando con prudencia para no resbalar. El distante ladrido de unos perros los sobresaltó, pero no detuvo su marcha7.
Después de cubrir un trayecto de aproximadamente ciento cincuenta metros, llegaron a la moderna edificación, rodeada de árboles y vegetación y casi enseguida distinguieron al yate amarrado al fondo y junto a él a la figura de Fidel, cubierto por un largo capote impermeable. Lo rodeaban varios hombres que iban y venían desde la casa hacia la orilla, llevando cajas, bolsas, mochilas y otros objetos. 
Almeida se acercó a su jefe y cuando este lo vio, se estrecharon en un abrazo. Lo notó algo nervioso y bastante preocupado ya que al tiempo que impartía directivas, miraba constantemente su reloj.
Cuando el recién llegado preguntó que ocurría, el corpulento líder dijo que el grupo encabezado por Héctor Aldama aún no se había presentado y eso era realmente grave. Estaba seguro de que se habían extraviado pero también cabía la posibilidad de que la policía hubiera dado con ellos y por consiguiente, que toda la operación estuviera en peligro.
Ansioso y bastante agitado, Castro mandó a Carlos Bermúdez a vigilar los caminos para ver si lo localizaba y le indicó que alguien lo acompañase. El aludido partió junto a otro combatiente y después de caminar varias cuadras, se apostó en las afueras del pueblo, intentando cubrir sus accesos.  Esperaron bajo la lluvia, en medio de la obscuridad, pero como nada sucedió, al cabo de una hora emprendieron el regreso, atentos a cualquier movimiento.
La casa-cuartel de los revolucionarios vista desde la vecina orilla
De allí partió el "Granma" la noche del 25 de noviembre

Para entonces, los trabajos de carga, que habían llevado buena parte de la tarde y toda la noche de aquel lluvioso 24 de noviembre, finalizaron cerca de las 0 horas. Dosmil cajas con naranjas, cuarenta y ocho latas de leche condensada, cien tabletas de chocolate, huevos, cuatro kilos de pan y tal vez algo de carne ahumada, se hallaban acomodados en el interior de la bodega, asegurados con sogas y tacos de madera8.
Fidel volvió a mirar su reloj y en medio del aguacero, dio la orden de abordar. Una intensa emoción embargó a los legionarios, sentimiento que se contraponía con la profunda pena de quienes quedaban en tierra. Hombres barbados, luciendo prendas comunes, comenzaron a caminar por el improvisado pontón de madera que conducía a la cubierta del yate mientras sus compañeros los palmeaban y les deseaban suerte.
Norberto Collado Abreu se hallaba en el puente de mando cuando vio subir a la gente. Sorprendido porque pensaba que los viajeros no iban a superar la veintena, se lo comentó a Pichirilo, que se hallaba parado a su lado, pero este no atinó a decir nada.
En tierra Fidel miró una vez más la hora y al ver que la gente de Aldama no aparecía, también abordó la embarcación.
Almeida caminó con mucho cuidado porque temía resbalar sobre el tablón y caer al agua, pero para su fortuna, nada sucedió. Una vez en la bodega, vio a un grupo considerable de hombres que intentaban acomodarse como mejor podía, notando con cierta preocupación que no había nadie para controlar y dar las indicaciones del caso.
De repente, distinguió cerca suyo a Armando Mestre y alzando un tanto la voz lo llamó por su nombre. Se estrecharon ambos en un abrazo y con alguna dificultad se acomodaron uno al lado del otro mientras conversaban animadamente.
Almeida reproduce en su libro el diálogo que entablaron con otros dos expedicionarios:

-¿Ustedes por dónde vinieron? - pregunta uno.

-En un grupo de seis, en bote - le contesta el otro.

-¿Cómo en bote?

-Sí, chico, nos dejaron del lado de allá del río y de ahí vinimos en bote, pues este río es ancho.

-Y antes, ¿cómo fue? - vuelve a preguntar el primero.

- ¡Ah!, antes fue en auto desde Abásolo a Victoria, de allí a Tampico y luego a Tuxpan.

-Y tú, Mestre, ¿cómo llegaste? - le preguntó.

-En auto, con un grupo de seis. Estuvimos ocultos entre las yerbas del patio de la casa, cerca de una posta nuestra, hasta que nos dijeron que entráramos al yate.

Mientras tanto, los hombres continuaban ingresando y se apiñaban como mejor podían bajo la cubierta. Según parece, en esos momentos al Che Guevara, que ya se encontraba a bordo, le sobrevino uno de sus típicos ataques de asma y eso llevó al Cuate a sugerir que lo más conveniente era quedarse en tierra.

-Bájame si puedes – le habría dicho el argentino con cara de pocos amigos9.

Cierto o no, cuando todo estuvo listo, mandaron llamar a quienes aún montaban guardia armada en los accesos de la propiedad y les ordenaron subir. Así lo hicieron y una vez a bordo, procedieron a retira el tablón que permitía el acceso y Collado, con la asistencia de Pichirilo, encendió los motores.

-¡Ahora sí nos vamos! – dijo alguien en la bodega pidiendo por favor a quienes todavía se movían que tuviesen la amabilidad de no pisarlo.

Una voz desde lo alto mandó hacer silencio y luego agregó:

-No se olviden que a menos de cincuenta metros de aquí, por esta misma ribera, hay unos soldados cuidando una patana10.

Con sus hélices a media potencia y las luces apagadas, el yate comenzó a alejarse lentamente hacia el centro del río mientras seguía lloviznando sobre Tuxpán y el viento mecía las aguas, agitando levemente la embarcación.
Era un momento sublime aunque también de tensión ya que se corría el riesgo de ser interceptados y que la expedición acabase antes de comenzar.
En ese preciso momento,Raúl Castro tomó el diario de campaña, abrió su primera página y después de mirar su reloj apuntó en la parte superior: “A la 1:30 ó 2 de la mañana partimos a toda máquina”11.
Almeida escuchó decir a alguien allá arriba, que navegarían con el motor en baja hasta pasar el puesto de la aduana porque se desplazaban sin permiso de salida, e inmediatamente después sintió a Fidel Castro ordenando a los efectivos armados que estuviesen preparados.
Almeida también miró la hora y vio que las agujas señalaban las 01.30 horas del 25 de noviembre, el día que había esperado durante tanto tiempo, la hora de la verdad, el momento de poner a prueba su temple y su capacidad.
La voz de Fidel en lo alto lo trajo nuevamente a la realidad:

-Si mandan a parar, hay que seguir.

Pese a la tensión, pese al peligro de ser descubiertos, como bien dice Almeida, la emoción que experimentaban todos a bordo era indescriptible pues tenían plena conciencia de que estaban haciendo historia.
En el puente de mando, la tripulación y sus jefes seguían atentamente las incidencias del recorrido. Desde la orilla los hombres y mujeres que habían quedado en tierra los saludaban12, gesto que Fidel y sus compañeros devolvieron agitando sus brazos. Poco después doblaron el recodo que formaba el río unos metros más adelante y desaparecieron de la vista. La expedición había entrado en su punto de no-retorno y ya no había posibilidad de volver atrás.
Vista aérea del puerto de Tuxpán
Notas
1 Fondos CIA-KGB.
2 Jon Lee. Anderson, op. Cit, p. 200.
3 Se trata del río Pantepec, que nace en las montañas de Hidalgo y al unirse con el Vinazco en cercanía de Callejón, forma el Tuxpán.
4 Heberto Norman Acosta, La palabra empeñada, Tomo II, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2006.
5 Ernesto Guevara Lynch, op. Cit, pp. 151-153.
6 Ernesto Guevara Lynch, op. Cit, pp. 153-154.
7 Juan Almeida Bosque, ¡Atención! ¡Recuento!, Edit. de Ciencias Sociales, La Habana, 1997, p. 117 y ss.
8 Israel Viana, “Las penurias de Fidel y el ‘Che’ a bordo del Granma”, ABC, Madrid, 28 de noviembre de 2011.
9 Juan Almeida Bosque, op. Cit.
10 Ídem.
12 Se hallaban entre ellos Antonio del Conde, Alfonso Gutiérrez, Melba Hernández, Piedad Solís y Orquídea Pino.

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