JASÓN Y LOS ARGONAUTAS
El "Granma" en aguas abiertas |
La noche
del 24 al 25 de noviembre de 1956, una embarcación solitaria se
desplazaba bajo la lluvia, sobre las movidas aguas del río Tuxpán.
Llevaba las luces apagadas y los motores a media máquina, lo que sumado al silencio de radio, la hacía apenas perceptible.
A bordo,
una legión de hombres barbudos se apiñaba en sus bodegas, entre cajas de
madera, bolsas, barriles y mochilas, todos ellos atentos y pendientes
del más mínimo detalle.
En el
puente de mando, media docena de individuos seguían las incidencias del
trayecto casi sin pronunciar palabra. El más alto y corpulento era su
jefe, suerte de moderno Jasón, líder indiscutido de aquellos argonautas
que partían hacia un destino incierto en pos del Vellocino de Oro, en
este caso, el fin de una dictadura y la “libertad” de su tierra. Iban
convencidos de que su causa era justa, auténtica, decididos a derrocar a
un tirano sanguinario y desencadenar la guerra civil.
La
tripulación de aquel nuevo “Argo” era una amalgama de hombres de
diferentes estratos y lugares, todos identificados por una causa común.
Ladislao Onelio Pino era el capitán, Roberto Roque Núñez su segundo y
Ramón Mejías del Castillo, experto dominicano en navegación, el primer
oficial. Al timón iban Arturo Chaumont y Norberto Abilio Collado Abreu,
este último veterano cubano de la Segunda Guerra Mundial1, Tifis y Linceno vueltos a la vida2, quienes tenían a su cargo la difícil tarea de conducir la nave a destino; Jesús Chuchú Reyes era el maquinista y Rolando Moya el telegrafista.
Allí
estaban también Raúl, hermano del comandante, Camilo Cienfuegos, el más
vivaz y alegre del grupo y Ernesto “Che” Guevara, jefe de Sanidad.
Bajo
sus pies, en la bodega, hacinados y expectantes, 72 combatientes
aguardaban junto a la carga, rogando en sus fueros más íntimo no ser
descubiertos.
Mientras
la embarcación se desplazaba por el río, la llovizna se hacía cada vez
más intensa y el clima se tornaba denso, brumoso y frío.
En
determinado momento, cuando pasaban a la altura del centro de la ciudad,
el piloto apagó los motores y la nave continuó deslizándose lentamente,
movida por el impulso y la corriente.
Los
hombres en la bodega notaron el silencio y se miraron desconcertados.
Sabían que allí cerca se hallaba el puesto de aduana, con sus vigías y
hombres armados y que podían ser descubiertos, de ahí las expresiones de
incertidumbre en algunos rostros.
En el
puente de mando, la maniobra tomó por sorpresa al jefe de la expedición,
quien mirando preocupado al primer oficial le preguntó:
-¿Y eso? ¿Qué pasa?
-Vamos a
cruzar por encima del cable del pontón que va de una orilla a la otra…
hay que parar los motores para que las hélices no se enganchen… -
explicó Pichirilo.
-¿Cómo un cable que va de un lado al otro?
-Sí, chico, el que hala el pontón que une la ciudad.
-¡Ah!, el que hala el pontón. Ojalá que pasemos sin enredarnos con ese cable.
La
pequeña embarcación continuó avanzando, siempre empujada por la
corriente hasta que al cabo de un par de minutos, Pichirilo volvió a
hablar.
-Ya lo pasamos –y acto seguido, encendió los motores, primero el de la izquierda y luego el de la derecha3.
Mientras
el yate se deslizaba por el Tuxpán, a la izquierda iban pasando las
casas y los edificios de la ciudad, débilmente iluminados por el
alumbrado público. Se distinguían también los árboles agitándose
levemente en las sombras y algunos vehículos estacionados sobre las
calles desiertas.
A la
derecha, en las sureñas barriadas de Santiago de la Peña y 1 de Mayo, la
noche era más cerrada aún, las luces escasas y las viviendas más
espaciadas.
El "Granma" amarrado en Tuxpán la tarde previa a su partida |
En ese momento, Almeida se asomó y notó que la iluminación iba despareciendo a medida que avanzaban y por momentos creyó distinguir señales parpadeando en la penumbra.
A la
altura de la Av. Central, el barco hizo un nuevo viraje y continuó su
marcha hacia la desembocadura, siempre en silencio y a media máquina.
Todo es
más oscuro a ambos lados, a veces brilla una luz aislada en una u otra
orilla. Solo se oye el ruido del motor y el del agua al chocar con la
proa del barco. A los lados grandes sombras, me imagino que sea
vegetación, rocas, mangle, bosques, qué sé yo. Lo que sí se ve es una
oscuridad impenetrable4.
Quienes
se hallaban en el puente de mando, notaron que a la izquierda comenzaban
a aparecer nuevas luces y que entre ellas se recortaban las siluetas de
varias embarcaciones, algunas en movimiento.
Algo más
adelante, distinguieron los resplandores de las boyas, con sus luces
verdes y rojas que se mecían al compás de la corriente y unos metros más
allá, el haz lumínico del faro, señal de que estaban llegando a la
desembocadura.
Dado el
cuadro de situación, Fidel Castro creyó necesario armar a algunos de los
hombres y para ello mandó distribuir las tres subametralladoras
Thompson de la dotación, algunos fusiles y varias pistolas, todo en
previsión de que los guardias de fronteras mexicanos intentasen
detenerlos.
Alguien
señaló a babor el acceso a la laguna de Tempamachoco y algo más
adelante, a estribor, el estero Jacome, la tan ansiada salida, el punto
donde el río Pantepec (o Tuxpán) vierte sus aguas en el mar. Unos metros
más y estaban fuera.
De
pronto, un fuerte olor a mar nos penetra. Más allá, en el horizonte, la
oscuridad completa no permite distinguir la unión del mar con el cielo.
El río se
encuentra con el mar y este le hace resistencia con fuerte oleaje. El
viento bate con fuerza, cae una lluvia fina. En ese momento todo el
mundo abajo, en tensión. Chuchú, que conoce el río y lleva el barco, se lo entrega a Roque, que continuará auxiliado por Pichirilo.
Fidel y el capitán de la nave escrutan el horizonte. El yate se siente
pesado por la sobrecarga, se monta en una ola inmensa, traquea. Las
máquinas siguen en baja5.
Lo último
que vieron de Tuxpán fue la escollera norte deslizándose a babor y el
malecón sur (algo más corto), haciendo lo propio a estribor. Cuando
ambas construcciones quedaron atrás, comprobaron aliviados que habían
ganado aguas abiertas y que comenzaban a alejarse de la costa.
Fue
entonces que Ramón dio máxima potencia a los motores y Norberto encendió
las luces, iluminando los rostros de quienes se hallaban en la cabina.
Pichirilo |
¿Qué
pensaba el argentino en ese momento? ¿En su familia, en su hija, en su
querido amigo Alberto allá en Caracas? Imposible saberlo, pero las
emociones que sintió deben haber sido fuertes.
Todo era algarabía y gritos entre la tripulación pero casi enseguida comenzaron los inconvenientes. En esos momentos, un viento intenso batía las aguas y la embarcación comenzó a mecerse con fuerza.
El Che dejaría una relación de lo que sucedió en sus Pasajes de la guerra revolucionaria:
Salimos,
con las luces apagadas, del puerto de Tuxpan en medio de un hacinamiento
infernal de materiales de toda clase y de hombres. Teníamos muy mal
tiempo y, aunque la navegación estaba prohibida, el estuario del río se
mantenía tranquilo. Cruzamos la boca del puerto yucateco, y a poco más,
se encendieron las luces. Empezamos la búsqueda frenética de los
antihistamínicos contra el mareo, que no aparecían; se cantaron los
himnos nacional cubano y del 26 de Julio, quizá durante cinco minutos en
total, y después el barco entero presentaba un aspecto ridículamente
trágico: hombres con la angustia reflejada en el rostro, agarrándose el
estómago. Unos con la cabeza metida dentro de un cubo y otros tumbados
en las más extrañas posiciones, inmóviles y con las ropas sucias por el
vómito. Salvo dos o tres marinos y cuatro o cinco personas más, el resto
de los ochenta y tres tripulantes se marearon6.
Así fue
como el “Granma” se fue adentrando en el Golfo de México, bamboleándose
de un lado a otro, con su proa subiendo y bajando al paso de las olas y
su gallardete rojo y negro flameando con fuerza en la popa.
Navegando
a escasos 7 nudos de velocidad, el yate pasó los arrecifes de Tuxpán
por el sur, y poco después viró hacia el este (unos 90 grados), para
dirigirse a Yucatán, atentos todos a la presencia de cualquier
embarcación. Debían atravesar las aguas bajas del banco Campeche y sin
tocar tierra, dejar el Cayo Arenas y la isla Desterrada a la derecha así
como la ribera norte de la península a la izquierda, buscando la ruta
que los llevaría derecho a Cuba. Si el tiempo lo permitía, el 28 de
noviembre estarían a la altura de la isla Contoy y allí cambiarían
nuevamente el rumbo, doblando hacia el sudeste, para enfilar
directamente hacia el punto de desembarco, cerca del Cabo Cruz.
El día 26, el mar hizo estragos en los expedicionarios, con su secuela de mareos, vómitos y descomposturas. El exceso de carga, incluyendo los depósitos auxiliares de combustible, hacía extremadamente lenta la navegación y la marea, si bien suave, dificultaba un tanto la estabilidad.
A las
19.00 la nave viró 60 grados hacia el norte y a las 12.00 del día
siguiente 85 hacia el sudeste, después de recorrer 119 millas.
Durante
esa segunda etapa, la calma reinante permitió incrementar la velocidad
unos 0,4 nudos, lo que posibilitó alcanzar la isla Contoy (la antigua
isla de los Pájaros) a las 18.00 del 28 de noviembre, tal como estaba
planeado. Le pasaron por el norte, a 23 millas de sus costas y eso, de
acuerdo a las cartas náuticas, los ubicaba a 64 millas del Cabo San
Antonio, extremo occidental de la isla de Cuba, lo que significaba que
aún les quedaban, al menos, dos días de viaje. Dos horas después, la
nave viró 135 grados hacia el sur y se alejó de las costas yucatecas a
7,5 nudos de velocidad.
Onelio Pino |
Lo último
que los cubanos vieron de México fue el faro de la isla Contoy, con su
haz de luz achicándose en el horizonte hasta perderse completamente de
vista.
El 29 de
noviembre, el vigía, apostado en el techo de la cabina, vio venir dos
embarcaciones e informó la novedad. Fidel ordenó a sus hombres preparar
sus armas y estar listos para abrir fuego, pensando que se trataba de
guardacostas mexicanos pero afortunadamente, las naves eran barcos
pesqueros que sin cambiar su trayectoria, siguieron de largo con rumbo
sudeste-noroeste, hasta perderse en la lejanía.
A las
17.00, Pichirilo mandó torcer el timón a la izquierda, verificando un
giro de 104 grados en dirección norte, lo que puso la proa del “Granma”
apuntando directamente hacia la isla Caimán Grande, cuyo faro divisaron
en la lejanía al caer la noche7.
El clima
continuó acompañando a los expedicionarios y eso les permitió efectuar
algunas labores extras, como la supervisión y limpieza del armamento,
control de la carga, vigilancia y especialmente, achique de agua por
medio de baldes, ya que a poco de partir, el excusado de a bordo había
comenzado a perder.
La película Che!, dirigida por Richard Fleischer e
interpretada por Omar Sharif y Jack Palance (1969), nos muestra a
Ernesto sentado en la cubierta, observando pensativo la lejanía,
mientras el “Granma” navega hacia Cuba. Ignoramos si la escena es real
pero es muy probable que durante el trayecto, en los momentos de calma,
el futuro líder guerrillero se haya puesto a reflexionar.
Dejaba
atrás muchas cosas, una hija, una esposa, una carrera y una vida. No es
fácil desprenderse todo eso para emprender una aventura como aquella,
con un futuro incierto y sus consecuencias imprevisibles, pero ahí
estaba y por nada del mundo hubiera cambiado esa situación.
La tarde
del día 30, la nave realizó un nuevo giro, esta vez de 84 grados hacia
el este y enfiló directamente hacia el extremo occidental de la
provincia de Oriente. Durante noche, el radio operador de a bordo logró
sintonizar una señal y de esa manera, escuchando por sobre el molesto
ruido de la interferencia, supo que en Santiago de Cuba se había
producido un alzamiento popular y que se estaba combatiendo en las
calles, novedad que perturbó notablemente a Fidel porque de acuerdo al
plan, esperaba coordinar el levantamiento con el desembarco.
-Quisiera poder volar – asegura Pierre Kalfon que le dijo a Faustino Pérez
Uno de sus hombres no pudo contener su impotencia y dejándose llevar por el impulso exclamó en voz alta: “¡Hoy es 30 de noviembre, ya deberíamos haber llegado! ¡¡¿Me quieren decir qué mierda hacemos acá?!!”. Todos se miraron pero nadie pronunció palabra.
En las
primeras horas del 1 de noviembre el “Granma” se hallaba a poca
distancia de la costa y los expedicionarios se afanaban sobre cubierta
para localizar el faro de Cabo Cruz. En su ansiedad, Roberto Roque subió
al techo de la cabina de mando y en un momento determinado, una
violenta sacudida lo arrojó al mar.
-¡Hombre al agua! – se escuchó una voz en la cubierta, y enseguida se desató el caos.
La
ansiedad y la incertidumbre se apoderaron de los expedicionarios
quienes, presa de la impotencia, comenzaron a aullar como condenados
mientras iban y venían intentando localizar a su compañero.
-¡¡Hombre al agua!! – se volvió a escuchar - ¡Que unos miren por un lado y otros por otro!
-¡¿Qué ha ocurrido?! - preguntó Fidel.
-Roque ha caído al agua – le contestaron.
-¡Coño! ¡No podemos perder a ese hombre – exclamó fuera de sí – hay que encontrarlo enseguida!
Escudriñando
en las tinieblas, los desesperados navegantes intentaban localizar a su
compañero. La angustia y la tensión se reflejaban en sus rostros.
-¡Una soga! ¡Una soga! – pedía en voz alta el capitán de la nave - ¡Vean si hay salvavidas!
La
búsqueda se tornó frenética y la desazón aún mayor. Pichirilo corrió por
una linterna y otros dos hombres trajeron una cuerda para lanzarla en
cuanto su compañero estuviese a la vista.
-¡Roooqueee!– gritaban sus camaradas – ¡Roooqueee!
Desde la obscuridad de aquella noche sin luna, llegó a oído de todos, un grito desesperado.
-¡Aquí! ¡Aquí!
Era Roberto Roque, que intentaba mantenerse a flote y llamar la atención de sus compañeros.
Fidel,
presa de viva excitación, le preguntó a Onelio Pino cual era el rumbo
que traían y casi sin escuchar la respuesta, le exigió efectuar varios
giros para dar con el náufrago.
Una ola elevó a Roque varios metros y eso le permitió ver el yate avanzando directamente hacia él.
-¡Aquí! – gritó nuevamente agitando instintivamente su brazo derecho- ¡Aquí!
Pichirilo,
parado en la proa, encendió la linterna e iluminó las aguas en la
dirección de donde provenía el grito. Fue una suerte disponer de aquel
instrumento porque los reflectores de la nave no funcionaban.
A decir
verdad, casi todos a bordo daban por perdido al náufrago y dudaban de
que pudiera ser rescatado, pero al ver la luz, Roque comenzó a nadar y
de ese modo, quienes se hallaban parados en cubierta lograron ubicarlo.
-¡Ahí está! ¡Ahí! – gritaban señalando hacia el océano.
Pero la nave pasó de largo, dejando al náufrago detrás.
-¡Miren a ver si está atrás o en los lados! – rugió Fidel.
El Che
miraba atentamente por la borda cuando José Smith Comas tomó la soga en
sus manos y la arrojó con fuerza hacia la obscuridad. Roque, en medio
del agua la vio y haciendo un esfuerzo supremo logró asirse de ella,
notando con alivio que alguien al otro extremo comenzaba a jalar.
-¡Aquí! ¡Aquí lo tengo! – aulló Smith por sobre el griterío y el ruido del mar y varios compañeros corrieron a ayudarlo.
Así
fueron trayendo al náufrago y cuando lo tuvieron junto al casco, lo
sacaron del agua y lo depositaron en cubierta para que el Che, asistido
por Faustino Pérez, que también era médico, le hicieran reanimación.
¡El
momento es sublime! Ya entra, empapado, en pantalón, sin camisa y con
escalofríos. Después, recuperadas sus fuerzas con la respiración
artificial que le aplicaron, se le oye gritar bajito, con la voz
entrecortada: ¡Viva... Cuba... Libre...! –y con él lo hacemos nosotros8.
La
alegría era indescriptible y una vez que Roque estuvo en condiciones,
todos se afanaron por abrazarlo, palmearlo y hasta hacerle algunas
chanzas. La búsqueda había llevado más de una hora y consumió más
combustible del esperado y eso ponía el tramo final de la expedición.
-¡Pon rumbo al faro! – le ordenó Fidel a Pino cuando la calma hubo renacido.
La nave
reanudó su marcha y siempre a 7 nudos de velocidad, continuó su
aproximación intentando no encallar en alguna de las tantas rocas
traicioneras que abundaban en el sector. Una hora después, en medio de
la negrura lograron visualizar los resplandores del faro.
Roberto Roque |
Con las
primeras luces del día, las costas de Cuba se recortaron frente a ellos.
Era la Colquis, la tierra del Vellocino de Oro hacia donde el nuevo
“Argo” se dirigía directamente, subiendo y bajando al paso de las olas.
Se
aproximaron con mucha cautela, pues sabían que desde hacía una semana la
fuerza aérea cubana patrullaba el litoral, informada de antemano por
los servicios de inteligencia destacados en México. Intentaban penetrar
por el canal de Niquero y
alcanzar las boyas que marcaban las rutas de aproximación, pero como la
ubicación de las mismas no coincidía con las cartas náuticas, Fidel
decidió cambiar el rumbo y buscar otro lugar para efectuar el
desembarco.
El punto
más adecuado parecía Las Coloradas, una playa que se extendía algo más
al norte de la antigua posición, todavía más distante de los centros
poblacionales. Y hacia allí ordenó dirigir la nave mientras adoptaba las
primeras disposiciones.
Hacía un
par de horas que había pasado el mediodía cuando bajó a la bodega e
informó a los combatientes que estuviesen preparados porque en cualquier
momento iba a dar la orden de saltar al agua.
Luciendo
sus uniformes verde oliva, los setenta y dos hombres alistaron el equipo
y revisaron sus armas, listos para entrar en acción.
Notas
1 Durante el gran conflicto, Collado Abreu se desempeñó como sonarista de una unidad antisubmarina de la armada estadounidense.
2 Linceno
y Tifis, timoneles del “Argo”, la nave en la que Jasón y los argonautas
partieron desde el puerto de Yolcos (en la actual Volos), hacia
Colquis, en busca del Vellocino de Oro.
3 Juan Almeida Bosq, op. Cit., p. 117 y ss.
4 Ídem.
5 Ídem.
6 Ernesto Guevara Lynch, Aquí va un soldado de América, p. 162.
7 Más detalles del trayecto del “Granma” en Amílcar Acosta y Pedro Hernández, “La epopeya del Yate Granma”, Bohemia digital, http://www.bohemia.cu/variado/graf-interact/historia/epopeyadelgranma .swf
8 Luis Báez, Así es Fidel, Casa Editora Abril, La Habana, 2009, pp-24-25.
Publicado 31st August 2014 por Alberto N. Manfredi (h)