martes, 2 de julio de 2019

"HABLA EL DOCTOR ERNESTO GUEVARA DE LA SERNA"

Lo primero que percibió Ernesto  al llegar a Buenos Aires fue el clima de pesar que aún imperaba por la muerte de Evita. Había una pesada sensación de orfandad en el ambiente, sobre todo en las clases más bajas e incluso en ciertos sectores de la clase media, y se notaba a las claras que el gobierno también había acusado el golpe ya que si bien es cierto que Perón en persona se había hecho cargo de los asuntos que administraba su esposa, dadas las numerosas responsabilidades que tenía como presidente y líder del movimiento, no lograba hacerlo con el dinamismo y eficacia con que ella lo hacía.
Calle Aráoz, Buenos Aires.
Poco antes de obtener su diploma
Donde se percibía cierta satisfacción era en la aristocracia y en la alta burguesía, esta última conformada por empresarios, industriales, banqueros, financistas y hombres de negocios, tan perjudicados por las medidas del gobierno y por la diatriba de sus dirigentes, como la primera, es decir, los terratenientes y ganaderos.
Ni bien terminó de acomodar sus cosas, el joven viajero anunció su intención de finalizar la carrera y tantear al Dr. Pisani para ver si había alguna posibilidad de trabajar en su clínica.
Don Ernesto y Celia estaban felices, porque parecía que por fin su hijo trotamundos asentaba cabeza y dejaba su vida errante.
Los primeros exámenes tendrían lugar en noviembre razón por la cual, el recién llegado se abocó de lleno a ellos. Como dice Jon Lee Anderson, “Se puso a estudiar con verdadero frenesí, escudado detrás de una verdadera barricada de libros en el apartamento de su tía Beatriz y a veces en el despacho de su padre, en la calle Paraguay. A su casa solo iba de vez en cuando, a comer”1.

Eran tiempos felices para la familia, con su hijo mayor de regreso y abocado a finalizar su carrera universitaria, las dos hijas mujeres, Celia y Ana María, cursando Arquitectura, Roberto haciendo el servicio militar, el pequeño Juan Martín completando su ciclo secundario y el padre manejando su negocio de bienes raíces.
Ernesto prácticamente vivía con su tía Beatriz a la que, como se ha dicho, amaba entrañablemente. Allí estudiaba, escribía sus notas de viaje, recibía a sus amigos y dormía. Incluso tenía tiempo para divertirse con la mucama, una joven paraguaya mestiza, obediente y callada, con la que tenía sexo en la cocina mientras sus amistades entretenían a su pacata tía dándole charla en el living del apartamento.
Beatriz Guevara Lynch se desvivía por aquel sobrino al que en el subconsciente había adoptado como un hijo. Ella misma le lavaba y planchaba la ropa, le cocinaba, le mantenía la habitación impecable y le cebaba mate en silencio mientras aquel estudiaba. Ese amor era retribuido con creces y se verá en los años posteriores a través del fluido intercambio epistolar que mantendrían ambos durante los viajes del muchacho.
El Dr. Pisani recibió a su joven discípulo con los brazos abiertos, le dio un puesto como investigador y lo incentivó para que terminase los estudios, tentándolo con la posibilidad de asociarlo a su clínica.
Motivado por todo eso, Ernesto se inscribió en las tres materias de noviembre, Clínica Oftalmológica, Clínica Urológica y Clínica Dermatosifilográfica y mientras se prepara para rendirlas, se abocó de lleno al trabajo.
Por esos días, el Dr. Pisani había adquirido un novedoso aparato para triturar vísceras, destinado a las investigaciones y su uso entusiasmó tanto a su discípulo que, impaciente por manipularlo, consiguió unos órganos infectados en la Facultad  y los llevó al laboratorio para trabajar en ellos aunque sin utilizar la correspondiente máscara para evitar contagios.
Dos días después comenzó a sentirse mal y casi enseguida, aquejado por altas fiebres, cayó postrado en cama, sin poder levantarse.
Sus padres se asustaron muchísimo porque si su hijo manifestaba estar enfermo, eso sognificaba que la cosa era realmente grave. Por esa razón, decidieron acudir al Dr. Pisani para solicitar su auxilio, pese a que en un primer momento, su hijo se negó. Sin embargo, al ver que su estado se agravaba, fue él mismo quien mandó a llamar por él.
Acompañado por una enfermera, el facultativo corrió hasta la casa de los Guevara Lynch dispuesto a hacerse cargo de la situación.
El cuadro que se encontró al llegar a la casa era realmente preocupante. Revisó exhaustivamente al paciente, permaneció junto a él durante varias horas y finalmente se retiró, después de recetar una serie de medicamentos y recomendar reposo absoluto.
Don Ernesto mandó por los remedios y Celia se encargó se suministrárselos y así pasaron en vela una noche angustiante, que mucho les recordó los primeros tiempos del asma. Finalmente, a las seis de la mañana, el cuadro comenzó a revertirse, tanto, que para asombro de todos, Ernesto se incorporó y comenzó a vestirse.

-¡¿Pero a dónde vas?! – le preguntó su padre alarmado.

-A dar el examen –respondió su hijo- la mesa se reúne a las ocho de la mañana.

-¡Pero no seas animal. ¿No ves que no podés hacer eso?!

Pero no hubo caso. Ernesto terminó de ponerse la ropa, tomó sus pertenencias y tras un frugal desayuno (apenas un café con leche bebido), ganó la calle.
Ese día aprobó Clínica Oftalmológica y en las semanas siguientes, las otras dos materias.
Era una carrera contra el reloj porque tenía planes, de ahí que después de aprobar el último examen de noviembre se inscribió en otras diez cátedras, Patología General y Médica, Fisiología (Clínica Obstétrica), Patología y Clínica de la Tuberculosis, Medicina Legal, Higiene y Medicina Social, Ortopedia, Clínica Obstétrica Patológica, Clínica Médica, Clínica Quirúrgica y Patología y Clínica de las Enfermedades Infecciosas. En varias de ellas, como las que abordaban las enfermedades infecciosas, tenía vasta experiencia por su desempeño junto al Dr. Pisani y en otras como Medicina Legal, Higiene y Medicina Social y Clínica Médica las había preparado durante sus viajes en la flota mercante, donde el tiempo le sobraba.
Su notable memoria y su capacidad para el estudio, lo llevaron a aprobar las diez materias, algunas como Fisiología, Clínica Médica y Patología y Clínica de las Enfermedades Infecciosas, con calificación “Distinguido”.
Enero y febrero fueron meses de receso durante los cuales el joven estudiante se abocó de lleno a preparar la última asignatura, Clínica Neurológica y pasar en limpio sus Notas de Viaje, efectuando agregados, suprimiendo párrafos e incorporando nuevos pensamientos.
Satisfecho por el rendimiento de su discípulo, el Dr. Pisani lo nombró colaborador y lo puso a cargo de varios pacientes afectados por distinto tipo de alergias. El distinguido facultativo sabía bien lo que hacía ya que, además de observar sus prácticas y su desempeño, antes de que el joven estudiante se fuera de viaje junto a Alberto Granado, publicó en co-autoría un artículo titulado “Sensibilización de cobayos al polen mediante inyecciones de extracto de naranja”2, en el que expusieron sus observaciones y los resultados de algunas experiencias.
1953 comenzó con un Ernesto concentrado en aprobar su última materia y recibirse de médico.
Había dedicado buena parte del verano a ello, sin descuidar su trabajo en la clínica y sus apuntes, que revisaba y amplíaba constantemente.
El 11 de abril estaba listo. Ese día, temprano por la mañana, desayunó solo un café, ganó la calle y caminó hasta Av. Córdoba y Junín, donde se alza aún hoy el edificio neoclásico de la Facultad de Medicina3. Una vez allí, traspuso el umbral junto a otros jóvenes y se presentó ante la mesa examinadora para promocionar la materia con un lacónico “aprobado”.
Era el fin de una etapa, otra meta que alcanzaba, como el rugby, como Salta y Jujuy en su primer viaje y Venezuela en el segundo; la prueba de que podía lograr cualquier cosa que se propusiese y de que nada lo detendría.
Eufórico y satisfecho, lo primero que hizo ni bien salió de la Facultad fue buscar un teléfono y llamar a la oficina de su padre.

-¡Habla el doctor Ernesto Guevara de la Serna! – dijo con aire de grandeza, remarcando la palabra “doctor”.

La alegría de don Ernesto fue enorme y mucho más el orgullo que experimentó al saber que tenía un hijo médico. Inmediatamente después, el flamante facultativo se comunicó con su tía Beatriz y de ahí se dirigió a su casa, para hacerle saber a su madre y sus hermanos que acababa de recibirse.
Muchos años después, mentes mezquinas, manipulando los echos para tergiversar la verdad, intentaron hacer circular la versión de que el Che Guevara no ra médico. Según la misma el líder revolucionario jamás se recibió y todo había sido una decomunal falsedad inventada por la revolución.
El infundio es producto de José Luis Fernández, un periodista cubano en el exilio y de las  organizaciones “Net for Cuba”, “La Voz de Cuba Libre” y la revista “Guaravabuya”, órgano oficial de la Sociedad Económica Amigos del País, quienes en su afán por combatir al comunismo y a la tiranía castrista, no han dudado en aplicar la táctica voltaireana de mentir para lograr un cometido, recurriendo a falacias y deducciones que no tienen más peso que el de su deseo de que las cosas sean como a ellos les convienen. Un error, sin ninguna duda, porque le quitan peso y seriedad a una causa válida.
Su carnet de médico, muy anterior a convertirse en un personaje famoso

Según Fernández, las copias fotostáticas del recibo para el examen de ingreso del Che son fáciles de falsificar (¿?), en ciertos documentos aparecen superpuestas las décadas 50 y 70 (¿?), el Che figura como ingresado en mayo de 1948 sin especificar el día y que no se ha podido ubicar un solo médico que pueda aseverar que se recibió realmente de médico, recurriendo para esto último a un argumento tan endeble como que ni Tita Infante, ni los hermanos Ferrer, ni el Dr. Salvador Pisani dijeron nuca que el Che se había graduado.
Lo peor es que en su apresuramiento comete graves errores como confundir al Dr. Mariano Castex, el conocido psiquiatra forense (al que  llama Cantex), compañero del Che en la Facultad de Medicina, con su ilustre pariente, de igual nombre y apellido, que presidió la Asociación Médica Argentina en los años veinte4.
Por otra parte, en su intento por demostrar que llevó a cabo una investigación seria, asegura que tanto él como las organizaciones a las que pertenece tomaron contacto con el Dr. Luis N. Ferreira, antiguo decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, quien respondiendo a su requisitoria, sostuvo que: “El Señor Ernesto Guevara creo que se recibió en la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, Argentina. Nosotros no tenemos información acerca de este señor. Les ruego comunicarse con la Universidad de Córdoba”.
De ser cierta esa afirmación, el Dr. Ferreira estaría demostrando una ignorancia sin límites ya que todo el mundo sabe en la Argentina, que el legendario líder guerrillero hizo su carrera en la Universidad de Buenos Aires y que desde 1987, están a disposición de quien desee averiguarlo, los datos de su legajo5.
Aún así, pese a contar con esa información, el autor de la nota asegura haberse dirigió a las autoridades de la alta casa de estudios de la provincia mediterránea para “esclarecer el fraude”, pero ninguno pudo responder a sus requisitorias6, de ahí que haya acudido a un pequeño periódico de la localidad de Jesús María llamado “La Prensa del Norte”, cuyo director, el periodista Alberto Saint Bonnet, se ofreció a atender sus requisitorias y hacer las averiguaciones correspondientes que, por supuesto, no arrojaron ningún resultado.
El broche de oro de tan mala e improvisada investigación son las citas de fuentes como el libro Latinoamérica al Rojo Vivo, del autor chileno Lautaro Silva, quien sostiene dislates que rozan el delirio, entre ellos que en 1947 Ernesto Guevara formaba parte junto a Fidel Castro, Luis Fernández Juan, Juan Bosch, Milroad Peric y Rafael L. del Pino, de la fallida expedición invasora de Cayo Confites a la República Dominicana y que en abril de 1948 estuvo en el “Bogotazo”, junto a varios miembros de “Legión del Caribe”7. Para rematarla, siempre refiriéndonos a Fernández, no interpreta bien la nota del periodista peruano Mario Castro Arenas, al confundir el año en que el Che Guevara y su futura esposa pasaron a Guatemala, con el del golpe de Estado del general Manuel Odría en Perú, patrocinado por Perón8.
Lo cierto es que Ernesto había logrado el objetivo, acababa de recibirse de médico y tenía grandes posibilidades por delante. Al menos eso era lo que creía su padre porque antes de recibir el “aprobado”, ya tenía decidido su próximo viaje, siempre en busca de nuevos horizontes y de su ser interior.

Notas
1 Jon Lee Anderson, op. Cit, p. 100.
2 Revista “Alergia”, noviembre 1951-febrero de 1952.
3 Hoy funciona allí la Facultad de Ciencias Económicas.
4 Ver al respecto “En la mente de Mariano Castex”, por Sinay, “El Identikit”, Crimen, Cultura y todo lo que hay en el medio, 4 de abril de 2012. Allí, el propio facultativo asegura: Perón. Corría 1953 y la facultad de Medicina se dividía por sectores políticos. “El Che Guevara iba dos años antes que yo. Él era del PC y nosotros lo odiábamos cordialmente tanto como al peronismo”. Fernández se refiere a la Asociación Médica Argentina como Asociación Médica de Medicina.
5 Ernesto Guevara Lynch, Mi hijo el Che, Apéndice, p. 338-339 (Título analítico y diploma). Carátula del legajo Nº 1058, Registro 1116, año 1953, emitido por la División de Planos y Títulos del Ministerio de Educación de la Nación para la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, expediente Nº 1058/53, letra G, año 1953, a nombre de Guevara, Ernesto, nacido en Santa Fe, el 14 de julio de 1928, de 24 años de edad, domiciliado en la calle Aráoz 2180 de la ciudad de Buenos Aires, egresado el 11 de abril de 1953. Hay un sello. Libro de Grados Nº 29, Folio 153, Fecha 12/6/53, Registro: 1116, expedido por el Ministerio de Educación para el decano de la Facultad de Ciencias Médicas, Dr. Carlos A. Bancalari. En el mismo documento se lee: “Cúmpleme comunicar al señor rector que el alumno de Medicina don Ernesto Guevara ha sido aprobado en todos los exámenes requeridos para optar al diploma de MÉDICO, que corresponde le sea expedido”.
6 Rector: profesor Dr. Eduardo Humberto Staricco; vicerrector: doctor Hugo Oscar Juri; secretario general: ingeniero Ricardo Torassa; prosecretario general: Dr. Hernán Faure; secretario de Asuntos Económicos y Financieros: licenciado Sergio Obeide; secretaria de Asuntos Académicos: licenciada Sofía Acuña.
7 Increíblemente, el propio autor de la nota repara en algunos de los dislates de Lautaro Silva, al remarcar: “Aquí encontramos una discrepancia entre Lautaro Silva y el expedicionario de Cayo Confites Jorge Clark, no recordando este ultimo que entre los mil doscientos hombres que formaban aquel grupo estuvieran Rafael del Pino o un argentino de nombre Ernesto Guevara”, es decir, reproduce palabras textuales de uno de los integrantes de la brigada cubana que se disponía a invadir la República Dominicana, negando terminantemente la presencia de nuestro personaje en la expedición. Y es que en esos años, quien andando el tiempo se convertiría en el Che, ni siquiera soñaba con ser revolucionario.
El libro de Lautaro Silva, Latinoamérica al Rojo Vivo, no es más que un compendio de desatinos.
8 Mario Castro Arenas, “La Historia no contada del Che Guevara” (http://www.network54.com /Forum / 92822/message/1043985178/ La+historia+no+contada+del+Che+Guevara).

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