El liberalismo según el Padre Castellani. Conferencia
Ofrecemos
aquí el vídeo y el texto de la conferencia dictada el 28 de Junio de
2019, en la Asociación de empleados de comercio de Rosario gracias a la la invitación del Instituto Estrada de esa ciudad.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE
El liberalismo según el Padre Leonardo Castellani
R.P. Dr. Javier Olivera Ravasi, SE
Hay
entre las ideas modernas ciertos postulados que tanto se han impregnado
en nuestros puntos de vista, en nuestras costumbres y en nuestros
pensamientos que, por momentos, resultan muy difíciles de descubrir. Uno
de ellos es la ideología liberal de la cual nadie está exento.
El
término “liberalismo” arrastra consigo una equivocidad y una confusión
semántica pocas veces advertida. “Liberal” puede llamarse tanto al
hombre generoso como a la mujer sin pudor; “liberal” puede ser tanto una
teoría socio-económica como un católico que quiere vivir su religión
“como él la siente”.
“Liberal” puede ser alguien de derecha o alguien de izquierda, si entendemos por esto, que ambos son “progres” que rechazan todo lo que existió antes de que ellos llegasen al mundo.
Es
decir, son varias las acepciones de la palabra, pero… ¿qué es el
liberalismo? ¿Qué comprende este nombre? No nos estamos refiriendo,
claramente, a la virtud dependiente de la justicia, sino a una ideología o a una idea falsa acerca del mundo[1]. Se trata de una de las corrientes principales de la cultura moderna que busca la exaltación de la libertad, haciendo de ésta el fin último del hombre y que podría definirse como esa cosmovisión que proclama la autosuficiencia del hombre respecto de la recta razón y de la revelación.
Pero veamos primero la concepción de la libertad, de la cual, aparentemente, viene la palabra “liberalismo”.
1. El problema de la libertad[2]
En su famosa encíclica Libertas, el Papa León XIII definía a la libertad como ese “don
excelente de la Naturaleza, propio y exclusivo de los seres racionales
que confiere al hombre la dignidad de estar en manos de su albedrío y de
ser dueño de sus acciones”. Esto es lo principal de la libertad, el ser dueño de sus actos,
cosa que sucede sólo con el hombre y no con el resto de los animales.
El perro no es dueño de sus actos, pues no puede decidir si seguir o no
el hueso, obedeciendo solamente a sus sentidos bajo el impulso exclusivo
de su naturaleza no caída; pero el hombre no; el hombre tiene a la inteligencia como su guía.
El
perro no tiene libertad para comer o no comer para aparearse o no;
sigue su inclinación y come hasta saciarse, y deja de comer al estar
saciado. El hombre no…; el hombre, aunque pueda seguir o no sus
instintos, muchas veces va más allá de ellos, incluso contra su propia naturaleza. ¿A quién no le ha pasado de estar satisfecho y seguir comiendo un poco más, aunque supiese que no era bueno para él?
Pues bien, resumiendo, esa facultad que es movida por el bien que se nos presenta como tal es lo que se llama en el hombre la voluntad que, cuando elige moverse o no moverse, se denomina libertad,
es decir, la voluntad en movimiento y guiada por la razón (aun cuando
la razón misma esté sujeta a esta voluntad en movimiento (“intelligo quia volo”, decía Santo Tomás: “entiendo porque quiero”).
Pero vayamos un poco más adelante… El hombre desea lo que la inteligencia antes le ha mostrado como un bien, sin embargo ¿siempre la inteligencia alcanza la verdad? ¿Acaso siempre desea lo que es bueno? ¿Acaso nunca se equivoca? Claro que sí; sabemos por experiencia que tanto la voluntad como la inteligencia pueden equivocarse pues son facultades imperfectas en el hombre, de allí que muchas veces ciertas cosas se nos presentan bajo la apariencia de bien según aquello de San Pablo: “no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero” (1 Rom 7,19).
Una
amistad que no era tal, una pasión que al final nos hizo errar, un
sentimiento del cual nos arrepentimos, nos hace pensar que, al final de
cuentas, no somos perfectos; es decir, que hay ciertas elecciones que el
hombre hace que, no sólo nos hagan peor, sino incluso, “menos hombres”, menos racionales, menos libres.
Por
eso puede uno hacerse esclavo, pensando que es libre, como decía Santo
Tomás al comentar las palabras de Nuestro Señor (“el que comete pecado
es siervo del pecado”[3]:
“Todo
ser (…) cuando es movido por un agente exterior, no obra por su propia
naturaleza, sino por un impulso ajeno, lo cual es propio de un esclavo.
Ahora bien, el hombre, por su propia naturaleza, es un ser racional. Por
tanto, cuando obra según la razón, actúa en virtud de un
impulso propio y de acuerdo con su naturaleza, en lo cual consiste
propiamente la libertad; pero cuando peca, obra al margen de la
razón, y actúa entonces lo mismo que si fuese movido por otro y
estuviese sometido al dominio ajeno; y por esto, el que comete pecado es esclavo del pecado”[4].
De allí que la filosofía antigua con gran maestría había visto que “sólo el sabio era libre”, entendiendo por sabio, aquel que había aprendido a vivir según la naturaleza racional, según la virtud.
Muy bien; hasta aquí tenemos entonces que, ser libre implica vivir verdaderamente como hombres siguiendo los dictados de la razón y del apetito racional, a pesar de equivocarnos cada tanto.
Pero… ¿de dónde nos viene equivocarnos?
Rubén Darío lo respondía inmejorablemente:
En el hombre existe
mala levadura.
Cuando nace viene con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia es pura[5].
mala levadura.
Cuando nace viene con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia es pura[5].
Esta “mala levadura” es lo que nos hace elegir mal, es la falla que hay en el origen, es el pecado original
que nos enseña la teología la que, muchas veces, nos desvía de la
virtud, del bien, de la verdad y de la belleza. Es por eso que la libertad no es un valor absoluto, sino relativo, relativo a la verdad que sólo nos hace libres (Jn 8, 32).
Pero veamos ahora los orígenes de esa doctrina que, negando el pecado original y haciendo al hombre un ser a se, ha sido llanada, desde sus orígenes, la ideología liberal.
2. Orígenes filosóficos del liberalismo
Luego
de Santo Tomás, el más grande teólogo y filósofo de todos los tiempos, a
partir del siglo XIV, comenzó lo que, en filosofía, se conoce como la decadencia de la escolástica para dejar el paso a un movimiento llamado “nominalismo”, una escuela filosófica “de moda” que negaba la universalidad del conocimiento, planteando casi la imposibilidad de conocer la esencia de las cosas, lo que hacía que se cayese, a sabiendas o no, en un enorme escepticismo intelectual y, por ende, en un enorme voluntarismo: “si no puedo conocer la realidad como es, entonces hagamos que sea como queremos que sea” –podrían decir.
Esta
falta de relación de la verdad de la cosa y el intelecto hará que, a la
larga también otras relaciones de verdad se viesen comprometidas. Si la
inteligencia no puede alcanzar totalmente la realidad, si no existen
verdades universales, entonces tampoco debe existir una ley natural
universal, ni una ley divina universal, ni una legislación positiva
universal que dependa de cierta Verdad.
Como bien señalaba Caturelli en un sesudo análisis:
“Esta ruptura se funda en un concepto de la libertad identificada con la espontaneidad
(…), de ahí también que la voluntad sea independiente de la
presentación intelectual (…). Asistimos así, con la primera ruptura
entre el orden temporal y el sobrenatural, a la explícita declaración de la autosuficiencia del mundo del hombre. El voluntarismo (occamista)
lleva implícita la necesidad de sostener que la misma sociedad civil
tiene su origen no en la naturaleza sino en un acto de voluntad del
hombre (soberanía popular) y que el derecho natural no sólo
responde a una mera ordenación racional humana sin el último fundamento
que es Dios o, más radicalmente, que debe trocarse en un normativismo
que concluye por anular el derecho natural mismo”[6].
La consecuencia será, en última instancia, una corriente individualista que pondrá opondrá la trascendencia a la inmanencia, el salir de sí para el volcarse a uno mismo.
En algunos filósofos podría verse mejor dicha postura:
– Francis Bacon (1561-1626), uno de los padres del empirismo inglés, planteaba que, la única fuente de conocimiento, es la experiencia sensible, siendo, por consiguiente, todo conocimiento exclusivamente individual.
– Descartes, 1596-1650) encumbraba a la razón y la voluntad humanas como suprema legisladora del hombre y de la sociedad (cogito, ergo sum), donde plantea una verdad independiente de la realidad misma.
– Hume (1711-1776), limitaría nuestro conocimiento de la realidad a las sensaciones y las representaciones y haciendo de la moralidad un mero sentimiento.
– El iluminismo de Rousseau, Diderot, Voltaire, etc., de los siglos XVII y XVIII, dirá que sólo la razón es autosuficiente y el motor de la historia.
De este modo, entonces, el yo comienza a transformarse en la única fuente del conocimiento y al mismo tiempo en patrón exclusivo de la voluntad a-racional.
Como bien señalaba el padre Castellani:
“Esas
torres monstruosas que ha construido la filosofía moderna, torres
levantadas en realidad contra el cielo, dependen todas de la ruptura de
la tradición filosófica; ruptura que es en el fondo, como la torre de
Babel, un pecado de orgullo. Le dotó al precario intelecto del hombre de
los caracteres del intelecto angélico: se lo hizo intuitivo, innato e independiente de las cosas. Esta rebelión de la razón humana contra sus propios límites y contra la realidad es comparable a la rebelión de los ángeles: non serviam –no serviré. Y la consecuencia fue que no sirvió de veras, en los dos sentidos: se
volvió inservible. Esta rebelión está en el comienzo de la crisis
actual y se llama “racionalismo”; y es la más grave de las rupturas de
la tradición, después de la ruptura de la tradición religiosa hecha por
el Protestantismo. Sus consecuencias fueron
trascendentales. La filosofía llegó a decir que es el intelecto humano
el que hace las cosas, el que crea la realidad. -¡Pero eso es
demencia!-. No lo dicen con estas palabras. Sí, esa demencia es la que
dementa al mundo actual”[7].
Es este el fenómeno que estamos viviendo hoy, donde pretende llamarse al hombre, mujer, a la mujer, hombre; donde se quiere des-naturalizar la realidad por medio de la “ideologías autoperceptivas”, como sucede con la dictadura de género.
Pero la filosofía no fue el único campo sembrado por las ideas liberales.
3. Orígenes religiosos del liberalismo
También en el ámbito religioso puede verse la irrupción del liberalismo, aunque por caminos distintos.
Fue Lutero, el padre del protestantismo alemán quien, a diferencia de los filósofos anteriores,
postuló que la razón era “una prostituta” por no haberse borrado del
todo el pecado original en nosotros, de allí que nuestra libertad
estuviese corrompida y “reducida a esclavitud”; “sólo se es
libre para el mal”, decía, de allí que las obras “nada aporten para la
salvación”; ahora, la pregunta que lícitamente podemos hacernos es: ¿cómo vincular este pensamiento anti-racional con el liberalismo?
Lo que los filósofos modernos adjudicarán a la razón Lutero lo hará con la Fe individual (sola fides,
“sólo la Fe” – dirá); basta creer como uno prefiere para salvarse. Ya
no cuenta “la Fe de la Iglesia”, sino “mi propia Fe”, creer “a mi
manera”. Por eso el revolucionario alemán llegaba a decir: “peca fuerte pero cree más fuertemente aún”. Cree como quieras y haz lo que quieras… Interpreta la Biblia como quieras y obra según tu antojo…
Individualismo religioso entonces.
Calvino,
uno de sus seguidores, irá más allá todavía, planteando que, si el
hombre no tiene libertad sino que Dios lo salva o lo condena à piacere
por un puro determinismo, ¿cómo un simple mortal podrá darse cuenta en
qué camino se encuentra? ¿Cómo saber si uno se irá al Cielo o al
infierno? Pues muy sencillo: como Dios es eterno y lo que quiere lo quiere para siempre, favorece desde siempre a los que irán al Cielo y desprecia siempre a los que quiere en el infierno, por lo que si a alguien le fuese bien en la tierra, pues ese será el signo de que Dios lo quiere en el Cielo, mientras que, si le va mal, señal de que se irá al infierno.
Lo lamentamos por los pobres…
Esta
fue (y es) la cosmovisión calvinista que sigue impregnando gran parte
del corazón europeo e incluso de aquellos que conquistaron gran parte de
Norteamérica: “in God we trusth”, dice la moneda norteamericana, cuando
debería decir, en verdad, “in gold we trusth”, como bien lo analizó
Weber en su obra “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”.
4. El liberalismo como credo
Tenemos
ya entonces delineados someramente los orígenes filosóficos y
religiosos del liberalismo; queda por ver ahora cómo estas ideas se
fueron plasmando en la realidad pública al punto tal que un Papa del
siglo XX –Pío XII– llegó a decir:
“En estos últimos siglos (…) se ha querido la naturaleza sin la gracia… ¡Cristo sí, la Iglesia no! (protestantismo). Después: Dios sí, Cristo no (liberalismo). Por fin el grito impío: Dios ha muerto… (comunismo)”[8].
Muchos
movimientos políticos se vieron imbuidos por este pensamiento
independiente de la Fe y de la recta razón, comenzando a exigir que la libertad de pensamiento, el individualismo económico y el político, fuesen la regla fundamental del hombre moderno. Y con estas exigencias, una nueva cosmovisión,
una nueva visión del mundo (que se transformó en una ideología) comenzó
a tener sus nuevos ritos, sus nuevos dogmas y hasta su nuevo credo: la
“soberanía del pueblo”, “respeto por todas las opiniones”, la
“tolerancia” a lo que dé lugar y un sinfín de sofismas que hoy ya se nos han hecho carne.
Lo vimos el año pasado, en 2018, en Argentina, con el tema del debate por el aborto: valía lo mismo la postura de un médico especialista en ginecología que la de un travesti trasnochado.
Y si decimos que son dogmas y mandamientos
no es porque se nos haya ocurrido, sino porque uno de los padres del
liberalismo, el filósofo ginebrino Jean Jacques Rousseau, él mismo lo
planteaba:
“Hay pues una profesión de fe puramente civil, cuyos artículos corresponde fijar al soberano (…) que puede desterrar del Estado a cualquiera que no los crea; puede desterrarlo, no como impío, sino como insociable, como incapaz de amar sinceramente las leyes (…). Si alguien, después de haber reconocido públicamente estos mismos dogmas, se conduce como no creyéndolos, sea castigado de muerte; ha cometido el mayor de los crímenes”[9].
El credo liberal hace que uno plantee la realidad, natural y sobrenatural, como uno la imagina, como uno la concibe, o uno la construye. En este sentido, Dios no es un ser trascendente sino inmanente a la conciencia subjetiva. La norma moral y la misma religión se reducen a un abstracto “amor a la humanidad”
como decía Montesquieu. El fin de la virtud moral entonces, no es ya la
perfección de la persona sino el bien-estar del individuo, el ben-essere. “Si te hace bien, entonces está bien…”.
5. Esencia del liberalismo en Castellani
Entre
nosotros, ese gran profeta de la Argentina que fuera el Padre Leonardo
Castellani, dictó una conferencia magnífica en 1960 que, con el tiempo,
fue publicada como una separata de la Editorial Huemul. Se titulaba Esencia del liberalismo[10].
Con su genio singular, nos decía que,
“El liberalismo es el movimiento económico, político y religioso que se propone a la Libertad como su ideal, y como el ideal absoluto de la Humanidad”.
Y, agregaba:
“la libertad no tiene sentido alguno si no se añade el para qué, y sin eso es mejor ni hablar. La libertad es (…) ‘libertad para todo y para todos menos para el mal y los malhechores’”[11].
Es que la libertad es la capacidad del bien, por eso, nos dice,
“se
podría replicar que esa pequeña libertad amenguada y casi anulada que
tiene el malhechor en la cárcel es un bien para él (…). Así a los
pueblos corrompidos o badulaques Dios les quita la libertad, porque es
un mal para ellos; y así dijo San Agustín que los pueblos corrompidos solamente pueden ser gobernados por la Dictadura; y que esa Dictadura es un bien para ellos si los reencamina a la honradez, a la virtud”.
Y
no se equivocaba. Por eso, durante los golpes militares de la
Argentina, mayoritariamente el pueblo apoyó, durante un tiempo y
racionalmente, la intervención violenta a fin de restaurar el orden y
las leyes, a pesar de verse restringidas ciertas libertades exteriores.
Ahora bien, Castellani plantea que el movimiento liberal de la Argentina siempre preconiza que nuestro país se encuentra en un grado de infantilismo decadente y que, por ende, necesita ser gobernado con mano de hierro,
“porque
en el fondo –nos dice- lo que ellos quieren es la dictadura para ellos;
la dictadura con máscara de Libertad; y los que son corrompidos no es
el pueblo argentino sino ellos -y la parte del pueblo que los sigue y no
los ha vomitado todavía”.
“De modo que la primera razón de esa paradoja que nos tocó a nosotros ver, de que el Liberalismo proclamando LIBERTAD destruyó en el mundo la Libertad y trajo lo que ellos llaman Totalitarismo, es la ambigüedad filosófica de ese estandarte enarbolado en el siglo pasado con Libertad, Libertad, Libertad;
pero esa ambigüedad era sólo del estandarte, no de los que lo llevaban.
Los que lo llevaban sabían bien lo que querían; querían la libertad de
comercio, o sea la libertad para el Gran Dinero a fin de llegar al poder
del Gran Dinero o sea al actual Capitalismo; y para eso querían
gobiernos débiles o sea parlamentarismo, división de poderes, sufragio
universal y todo lo demás; y para eso querían una religión débil, el
deísmo, y después el cristianismo liberal y hoy día el modernismo”.
Hasta aquí Castellani.
Más claro echarle agua. Desde Mariano Moreno, pasando por Rivadavia, Mitre, Sarmiento, Roca, etc., el liberalismo ha planteado que el pueblo argentino este pueblo gaucho, mezcla de bárbaro indígena y de español e italiano, tiene de humano sólo la sangre, que no debe ser ahorrada.
Por
ellos, los grandes pro-hombres de la autonomía argentina frente a la
España liberal de principios del siglo XIX, planteaban que las ideas
decadentes de la Europa en ruinas no debía ingresar por estos lares, al
ser, el liberalismo, ese,
“gran
movimiento de rebelión antitradicionalista y reformista de la sociedad,
que parte de los libros de los Empiristas y Deístas ingleses, se
formula en Rousseau, es divulgado por la Ilustración o el enciclopedismo
francés, informa a la Revolución Francesa a poco de comenzada; es
inseminado por las armas napoleónicas, se impone más o menos en Europa
(y aquí) a mitad del siglo pasado, preside la llamada ‘Organización’ de
las naciones hispano-americanas, origina por un lado la Democracia-Mito y
por otro el Comunismo-Realidad; y quiere sobrevivir hoy día en el
llamado Neoliberalismo y Neocapitalismo, del cual GOZAMOS una violenta
erupción actualmente los argentinos”.
Y continuaba diciendo, al hablar de nuestros “próceres” liberales:
«¡Ojalá que estén en el cielo actualmente Sarmiento, Urquiza y Mitre!; pero en vida han sido puercos. No
es un mal que en la Argentina haya habido traidores y traiciones; el
mal está en hacer estatuas a los traidores y adorar las traiciones.
En todas las naciones ha habido crímenes; pero una nación que no
distingue el crimen de la virtud, no puede ser nación. En San Juan si
usted dice un discurso el 25 de mayo y no nombra a Sarmiento, le pasa lo
mismo que si en la Edad Media usted hubiera dicho que no había Dios. Eso es religión, no me vengan con macanas: es religión al revés, o sea, una especie de religión satánica
(…). Si a los niños en la escuela se les pone como objetos de
reverencia, de admiración y de imitación a hombres inmorales, las bases
mismas de la moral quedan minadas. ¿Qué hombres íntegros saldrán de
allí?”.
Y seguimos. Hoy, ¡como en 1960!,
“estamos
en un impase político permanente, nos retorcemos en una especie de
pesadilla perpetua, mudamos de postura en la cama del dolor y de la
vergüenza como incurables febriscentes. Tenemos Constitución (dos por
falta de una), tenemos Cámaras Alta y Baja (dos por falta de una, y
bastante bajas) tenemos sufragio universal adornado de un poquito de
fraude, tenemos frecuentes y costosas elecciones (o sea opciones),
tenemos esplendorosos partidos políticos con unas plataformas que no te
digo nada, tenemos libertad de cultos, libertad de prensa, libertad de
reunión, libertad de opinión y libertad de enseñanza (sin tener
enseñanza) es decir, tenemos todo el liberalismo entero y verdadero, y esto no marcha”.
Y es aquí donde puede verse la unión, a veces imperceptible, entre liberalismo y marxismo, unión que, a muchos, lamentablemente, les parece a veces imposible de ver.
Dostoievski planteaba en una novela memorable que tituló “Endemoniados” y que fue traducida al castellano como “Demonios” que, de padres liberales salían hijos comunistas.
Y ello no a raíz de la posible “dialéctica” o contraposición, o
rebelión de hijos socialistas a padres capitalistas. O al menos no sólo;
sino a raíz de –justamente– su origen. El liberalismo es el padre del marxismo porque tienen una misma matriz, una misma cuna, un mismo epicentro que es el hombre caído, el hombre “nuevo”, el hombre separado de su tradición primordial. Por esto nos dirá Castellani que ambas se unen.
“Desde la Reforma Protestante hasta el actual Comunismo Ruso existe un proceso continuo de heterodoxia antitradicional
(‘Revolución’) que, revistiendo formas políticas, es en su raíz
religiosa, y está basado en una mezcla singular de dos viejísimas y en
cierto modo eternas herejías cristianas, el pelagianismo y el
maniqueísmo. Negación del Pecado Original por un lado y por otro lado exageración del poder del Mal
(…). Pues si el hombre es naturalmente bueno ¿de dónde diablos salen
esos horrores y esas tinieblas que disipará la Ilustración y el
Progreso? (…). ‘Todos somos pecadores y necesitamos la gloria de Dios’,
decía San Pablo; pero para el liberal genuino hay dos campos, el uno de
los elegidos en donde no puede caber el mal (que son ellos naturalmente)
y el otro de los malos malazos insuceptibles de todo bien. La famosa
Libertad no es para todos, ¡Ah, no!, ‘no hay libertad contra la
(nuestra) Libertad’”.
Ahora,
la pregunta que uno podría lícitamente hacerse es, “¿por qué se
extendió tanto el liberalismo si era tan malo, si iba contra la razón y,
al final de cuentas, contra el mismo hombre?”.
Y Castellani responde que,
“no hay error tan grande que no tenga algo de verdad,
ni herejía que no se base en un dogma cristiano –en la CORRUPCIÓN de un
dogma cristiano. Las tres divisas del Liberalismo: ‘Libertad, Igualdad,
Fraternidad’, no eran más que las antiguas palabras cristianas: Orden,
Jerarquía y Caridad, que habían colgado la sotana (…). Lo que había de
bueno en el liberalismo de antaño, de 1820 a 1860, consistía en una
especie de ímpetu juvenil contra un montón de cosas que tenían que morir; a saber, el absolutismo de los reyes, inventado por los reyes protestantes; el despotismo demasiado cerrado de los Gremios y Corporaciones medievales y una decadencia en la Religión,
que originó en Inglaterra el deísmo y en Francia el filosofismo. Así
que toda la juventud europea a principios del pasado siglo se conmovía
con ese grito de Libertad, y sabía lo que significaba para ellos esa palabra ambigua, que no lo era para ellos; lo que no sabían era lo que estaba detrás. Se sentían apretados, estrechos y cansados y, al decir ¡Libertad!,
decían “queremos salir de esto”. Lo que no sabían todos era que detrás
de esa dorada y sonrosada Libertad del Liberalismo había primero un
error, después una ficción y después una herejía; el error de la libertad de comercio, la ficción de la soberanía del pueblo y la herejía de la Religión de la Libertad -opuesta aunque derivada de la religión de Cristo (…).
Algo
análogo sucede hoy, con ciertos jóvenes, que cansados del marxismo, del
estatismo y del populismo, se han volcado al “liberalismo” pensando que
era el movimiento contrario, hasta darse cuenta de que, en su esencia,
en su origen, ambos son lo mismo.
¿Triunfó esta ideología en los pueblos hispanoamericanos? ¿triunfó en la Argentina? Es lo que se pregunta el Cura Loco:
“El
eje permanente de la historia argentina es la pugna entre la tradición
hispánica, ya no muy pura, y el liberalismo foráneo, bajo cuyo signo
nacimos a la ‘vida libre’ (…). El pueblo argentino jamás asimiló el
liberalismo inglés o francés o norteamericano: no se sabe por qué. Los
liberales lo han tenido aquí todo para hacérselo asimilar: el progreso,
la moda y la mentira, prensa grande, libros, universidades… y hasta sacerdotes, curas y obispos liberales o liberaloides; y el pueblo argentino no lo asimiló; mala suerte.
Cada vez que el pueblo elegía libremente su caudillo (…) eligió un
caudillo antiliberal (…). Esto es para mí una especie de prodigio. Será
por inteligente o por tozudo, por falta de religión o por sobra, por
falta de cultura o por sobra; pero el hecho está allí, macizo como una
roca: el pueblo no quiere a los liberales”[12].
¿Qué hacer luego de ver el diagnóstico? ¿Cómo luchar contra este mal?
“¿Matando
a todos los liberales? No es ese nuestro sistema, es el sistema dellos.
El sistema nuestro es HACER VERDAD, como dije: durante un siglo entero
el nacionalismo en España estuvo “haciendo verdad” (…). A veces por
desgracia hay que matar, sintiéndolo enormemente, a alguno, como lo hace
FRANCO, en defensa propia (…). Es necesario “organizarse férreamente
(cosa de la que me parece incapaz) no para tomar el poder a corto plazo sino para hacer Verdad a largo plazo
(…). Creer que el fin último de la Política es alcanzar o arrebatar el
Poder es un error y una estupidez: es el error de Maquiavelo y la
estupidez de los políticos baratos y pueriles que nos están moliendo y
perdiendo”[13].
6) El liberalismo católico
Para
terminar, veamos la ideología liberal aplicada al catolicismo, según el
padre Castellani. Nos remitimos –entre muchas otras– sólo a una de sus
obras, la novela titulada “Los papeles de Benjamín Benavides”, en cuyo
capítulo IV se plantea un coloquio entre un periodista y un judío
converso, don Benjamín Benavides. Como siempre, sin desperdicio:
“-¿Qué es el modernismo? –pregunté yo.
El judío se rascó la cabeza. Parecía agotado.
-No se puede definir brevemente – dijo con voz plañidera –. Es una cosa que era, y no es, y que será; y cuando sea, durará poco.
Técnicamente los teólogos llaman modernismo a la herejía aparentemente
complicada y difícil que condenó el papa Pío X en la encíclica Pascendi; pero esa herejía no es más que el núcleo explícito y pedantesco de un impalpable y omnipresente espíritu que permea el mundo de hoy.
Su origen histórico fue el filosofismo del siglo XVIII, en el cual con
certero ojo el padre Lacunza vio la herejía del Anticristo, la última
herejía, la más radical y perfecta de todas. Desde entonces acá ha
revestido diversas formas, pero el fondo es el mismo, dice siempre lo
mismo:
‘Cuá cuá – cantaba la rana
cuá cuá – debajo del río’.
-¿Y qué dice?
-¡Cualquiera interpreta lo que dice una rana! –dijo riendo el rabí –: es
más un ruido que una palabra. Pero es un ruido mágico, arrebatador,
demoníaco, lleno de signos y prodigios… Atrae, aduerme, entontece,
emborracha, exalta.
-Pero al menos así aproximado, a bulto…; ¡ánimo don Benya, no se achique!
-El
cuá-cuá del liberalismo es ‘libertad, libertad, libertad’; el cuá-cuá
del comunismo es ‘justicia social’; el cuá-cuá del modernismo, de donde
nacieron los otros y los reunirá un día, podríamos asignarle éste: ‘Paraíso en Tierra; Dios es el Hombre; el hombre es Dios’
(…). Éstas son las tres primeras herejías con efecto político y alcance
universal; y son las tres últimas herejías, porque no se puede ir más
allá en materia de falsificación del cristianismo. Son literalmente los
pseudocristos que predijo el Salvador. En el fondo de ellas late la ‘abominación de la desolación’…
-¿Qué
es la ‘abominación de la desolación’? Tengo entendido que los Santos
Padres entienden por esa expresión semítica la idolatría…
-La
peor idolatría. Pues en el fondo del modernismo está latente la
idolatría más execrable, la apostasía perfecta, la adoración del hombre
en lugar de Dios; y eso bajo formas cristianas y aun
manteniendo tal vez el armazón exterior de la Iglesia (…). Queda vacía
hasta que otro ocupe el lugar de Cristo en el Sacramento”.
Hasta
aquí, entonces, Castellani. Menos literario y más literal, fue el gran
Padre Julio Meinvielle, amigo y contemporáneo de Castellani quien, al
final de su obra “De la Cábala al progresismo”, decía palabras
proféticas y similares[14]:
«Sabemos
que el mysterium iniquitatis ya está obrando (II Tes, II, 7) ; pero no
sabemos los límites de su poder. Sin embargo, no hay dificultad en
admitir que la Iglesia de la publicidad pueda ser ganada por el enemigo
y, convertirse de Iglesia Católica en Iglesia gnóstica. Puede haber dos
Iglesias, la una la de la publicidad, Iglesia magnificada en la
propaganda, con obispos, sacerdotes y teólogos publicitados, y aun con
un Pontífice de actitudes ambiguas ; y otra, Iglesia del silencio, con
un Papa fiel a Jesucristo en su enseñanza y con algunos sacerdotes,
obispos, fieles que le sean adictos, esparcidos como “pusillus grex” por
toda la tierra. Esta segunda sería la Iglesia de las promesas, y no
aquella primera, que pudiera defeccionar. Un mismo Papa presidirá ambas
Iglesias, que aparente y, exteriormente no sería sino una. El
papa, con sus actitudes ambiguas, daría pie para mantener el equívoco.
Porque, por una parte, profesando una doctrina intachable sería cabeza
de la Iglesia de las Promesas. Por otra parte, produciendo hechos
equívocos y aún reprobables, aparecería como alentando la subversión y
manteniendo la Iglesia gnóstica de la Publicidad.
La
eclesiología no ha estudiado suficientemente la posibilidad de una
hipótesis como la que aquí proponemos. Pero si se piensa bien, la
Promesa de Asistencia de la Iglesia se reduce a una Asistencia que
impida al error introducirse en la Cátedra Romana y en la misma Iglesia,
y además que la Iglesia no desaparezca ni sea destruida por sus
enemigos.
Ninguno
de los aspectos de esta hipótesis que aquí se propone queda invalidado
por las promesas consignadas en los distintos lugares del Evangelio. Al
contrario, ambas hipótesis cobran veorsimilitud si se tienen en cuenta
los pasajes escriturarios que se refieren a la defección de la fe. Esta
defección, que será total, tendrá que coincidir con la perseverancia de
la iglesia hasta el fin. Dice el Señor en el Evangelio: ‘Pero cuando
venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?’(Lc. XVIII, 8)”[15].
Y no se equivocaba, aunque se quedaba corto, pues hoy hasta la doctrina quiere cambiar la Iglesia de la Publicidad.
* * *
Hasta
aquí llegamos entonces; hemos intentado analizar someramente los
orígenes intelectuales del liberalismo, su concreción en el tiempo y en
nuestro limitado espacio y el planteo que el gran padre Leonardo
Castellani nos legara para nuestra Patria y nuestra Iglesia.
En
tiempos como los nuestros, en que cada vez se muestra más patentemente
cómo, a nivel político y eclesial el liberalismo parece haber hecho
mella en todas las manifestaciones del hombre, urge volver a intentar
cumplir con la divisa castellaniana de “hacer Verdad”, es decir, hacer
aquello que Jesucristo, la Verdad hecha carne, nos mandó.
¡Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera!
P. Javier Olivera Ravasi, SE
Rosario, 28 de Junio de 2019
[1] Sardà i Salvany, El liberalismo es pecado, E.P.C. Madrid 1936; Massini, El renacer de las ideologías…..; Messner, Johannes, La cuestión social, Rialp, Madrid 1960, 723 pp.
[2] León XIII, Encíclica “Libertas praestantissimum”.
[3] Jn 8,34.
[4] Santo Tomás, In Ioannem, 8 lect. 4, n. 3.
[5] Rubén Darío, Los motivos del lobo.
[6] Alberto Caturelli, op. cit. Cursivas nuestras“Examen crítico del liberalismo como concepción del mundo”, Gladius 2 (1985), 15-38.
[7] Leonardo Castellani, San Agustín y nosotros, Jauja, Mendoza 2000, 105.
[8] Pío XII, Discurso a la Acción católica en el XXX° de su unión (12 de octubre de 1952). Los paréntesis son nuestros.
[9] Rousseau, citado por Jean-Jacques Chevallier, Los grandes textos políticos, Aguilar, Madrid 1954, 157. Las cursivas son nuestras.
[10] Leonardo Castellani, Esencia del liberalismo, Huemul, Buenos Aires 1960, 30 pp. (de esta edición son todas las citas).
[11] Las cursivas, salvo aclaración, son nuestras.
[12] Leonardo Castellani, Seis ensayos y tres cartas, Dictio, Buenos Aires, p. 138.
[13] Leonardo Castellani, Esencia del liberalismo, op. cit.
[14]
Estas palabras, durante todo mi seminario, las conservé yo (P. Javier
Olivera Ravasi) en mi breviario para, cuando me encontraba desolado,
leerlas y darme fuerzas.
[15] Julio Meinvielle, De la Cábala al Progresismo, Epheta, Bs.As., 1994.