LA VISITA DEL PAPA
Mientras la guerra arreciaba en el
Atlántico Sur, un hecho especialmente significativo colocó nuevamente al país
en el centro de la escena mundial. El 25 de mayo de aquel año, Su
Santidad, el Papa Juan Pablo II, anunció su visita a la Argentina, un suceso sin
precedentes por no hallarse incluido en la agenda vaticana.
Era la primera vez que un Vicario
de Cristo visitaba el país e, insistimos, una de las pocas ocasiones, por no
decir la única, en la que decidía un viaje no planificado, repentinamente y por causas tan específicas.
El mismo 25 de mayo, tres días
antes de su parida hacia Londres, el Pontífice le envió una carta al gobierno
argentino anunciando su viaje:
A los queridos hijos e hijas de la Nación Argentina:
Os escribo por mi propia mano porque siento que debo repetir el gesto paternal
del Apóstol Pablo hacia sus hijos, abrazándolos en la Fe. Mi viaje a la capital
argentina es un viaje de amor, de esperanza y de buena voluntad, de un padre
que va al encuentro de los hijos que sufren.
Al día siguiente llegaron a Buenos
Aires, procedentes de Roma, los cardenales Juan Carlos Aramburu y Antonio
Primatesta, acompañados por el delegado pontificio, monseñor Aquiles
Silvestrini, enviado especialmente por el Sumo Pontífice con instrucciones de confirmar
oficialmente su estadía, los días 11 y 12 de junio.
Juan Pablo II había llamado a ambos cardenales para orar con sus pares británicos por la paz en el
Atlántico Sur y el fin de la lucha. Inmediatamente después los envió de
regreso con la noticia de su viaje, novedad anunciada durante la misa que los tres dignatarios concelebraron en la Basílica de Luján, la
misma tarde de su llegada (26 de mayo), ante una gran afluencia de fieles.
La visita del Papa al Reino Unido
generó manifestaciones de alegría y entusiasmo, no solo entre la feligresía
católica sino, incluso, en la población en general, porque su mensaje de paz
era harto conocido y el concepto que se tenía de su persona, extremadamente elevado.
Finalizada su estadía (que
casi se suspende al estallar el conflicto), comenzó a preparar su viaje al sur,
conciente de que debía mostrarse equitativo y no herir susceptibilidades. Pero había
algo más detrás de todo aquello; el Sumo Pontífice traía un mensaje “entre
líneas”; la última carta de la diplomacia internacional para detener la guerra.
El 27 de mayo se llevó a cabo en
Buenos Aires la reunión organizada por la Comisión Ejecutiva
del Episcopado en la que participó también el director de la Basílica de Luján, padre
Rafael Carli. En la ocasión, los altos dignatarios de la Iglesia prepararon el
cronograma de la visita y elaboraron la agenda del Santo Padre, la cual comenzaría
con una ceremonia en la Catedral Metropolitana, su traslado y alojamiento en la Nunciatura Apostólica,
el encuentro con las autoridades nacionales y una mega misa en
Luján la tarde del 11 de junio (16:00 horas). Para cerrar la gira, se
programó un significativo acto en Palermo donde se pensaba montar un
altar de proporciones junto al
Monumento de los Españoles, similar al construido en ocasión del XXXII
Congreso Eucarístico Internacional de 1934, celebrado en la
capital argentina.
El 29 de mayo comenzó a montarse el escenario en el atrio de la Basílica
de Luján, una estructura de 4
metros de altura entre la puerta central y la verja de
hierro, con lugares reservados para 120 obispos y una
multitud de sacerdotes que se iba a dar cita para concelebrar junto al Santo Padre.
El viernes 11 de junio a las 08.46 el avión DC-10 “Galileo Galilei” de Alitalia, aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza trayendo a bordo al Sumo Pontífice. El país entero se hallaba expectante y profundamente conmocionado por su llegada.
En la estación aérea aguardaban el
presidente de la Nación,
Leopoldo Fortunato Galtieri; el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Juan Carlos
Aramburu; el nuncio apostólico, Monseñor Ubaldo Calabresi, funcionarios civiles
y militares, obispos, sacerdotes, representantes de entidades
sociales y culturales, la guardia de honor y público en general, además de una
legión de periodistas locales y extranjeros.
El cardenal Aramburu y monseñor
Calabresi subieron al avión para dar la bienvenida y estuvieron junto a al
ilustre visitante cuando se asomó y saludó a la concurrencia bajo un cielo gris
y una llovizna persistente.
El Papa se detuvo un minuto en la
puerta del avión y luego descendió lentamente hasta llegar al pavimento donde,
de acuerdo a su costumbre, se inclinó y besó suelo argentino.
Bendito sea el Señor que me hace llegar hasta esta querida tierra
argentina. Mi presencia aquí quiere significar la prueba visible de ese amor, en
un momento histórico tan doloroso para vosotros como es el actual. Vengo a
invocar la paz de Cristo para las víctimas de ambas partes que ha ocasionado la
guerra entre Argentina y Gran Bretaña. Vengo a orar por la paz, por una digna y
justa solución del conflicto armado.
Después de saludar a Galtieri y su
séquito, el Pontífice volvió a hablar, dejando entrever su
postura y su mensaje:
…se debe relegar al olvido el recurso a la guerra, al terrorismo, a
métodos de violencia y a seguir, decididamente senderos de entendimiento, de
concordia y de paz. Sea prenda, de mi benevolencia generalizada y de
reconciliación de los espíritus, la bendición apostólica que con gran afecto
imparto a todos.
Impartida la bendición, el Santo
Padre y el nuncio abordaron el denominado “papamóvil” y partieron hacia el centro de Buenos Aires, fuertemente escoltados, tomando por las
autopistas Richieri y 25 de Mayo y desde esta última por la Av. 9 de Julio, en dirección a
la Catedral
Metropolitana. A su paso, cientos de miles de personas se
apretujaban para verlo pasar, haciendo extremadamente difícil la
labor de los cordones policiales que apenas lograban contenerlas.
Cuando la caravana recorría Avenida
de Mayo, el diario “La Prensa”
hizo sonar su sirena, entremezclando su sonido con el griterío de la gente, el
ruido de los motores y el ulular de los vehículos policiales que escoltaban al
Pontífice.
En la Catedral
lo esperaba otra
multitud, además de obispos, integrantes del gobierno, presidentes de
las
conferencias episcopales de toda Latinoamérica, sacerdotes, religiosos
de ambos sexos, seminaristas y representantes de las fuerzas vivas de
todo el país,
quienes, al verlo ingresar, prorrumpieron en aplausos y exclamaciones de
alegría.
Rodeado por ansiosos periodistas y
fotógrafos de diferentes medios locales y del exterior, el Papa se
detuvo a orar frente al Santísimo Sacramento y luego hizo lo propio ante el
coro de ciegos mientras entonaba el Tu Est Petrus.
La misa comenzó puntualmente y el
sermón fue escuchado con especial atención:
…a vosotros os toca ejercer el ministerio de la reconciliación,
proclamando la palabra de reconciliación que os ha sido confiada. Todo esto, no
se opone al patriotismo verdadero, ni entra en conflicto con él. El auténtico
amor a la patria, de la que tanto habéis recibido, puede llevar hasta el
sacrificio pero, al mismo tiempo, ha de tener en cuenta el patriotismo de los
otros para que serenamente se intercomuniquen y enriquezcan en una perspectiva
de humanismo y catolicidad. En esta perspectiva, se coloca mi actual viaje a
Argentina, que tiene un carácter excepcional, totalmente distinto de una normal
visita apostólico pastoral, que queda para otra ocasión oportuna…
Prolongados aplausos y vivas
interrumpieron esa parte su alocución. Finalizada la misma, el Papa impartió su
bendición e inmediatamente después se dirigió a la Casa Rosada, a la cual llegó escoltado por altos oficiales de las tres armas.
Fue recibido por los integrantes de
la Junta Militar,
a quienes saludó uno por uno mientras aquellos se hincaban en su
presencia y le besaban el anillo (primero a Galtieri, después a Lami
Dozo y finalmente a Anaya).
El diálogo duró algo más de una
hora y una vez finalizado, Juan Pablo II se dirigió a la capilla del
palacio de gobierno para rezar en silencio antes de asomarse por el balcón y
saludar a la multitud. Como en los más gloriosos días del peronismo, la
muchedumbre cubría completamente Plaza de Mayo y las calles adyacentes.
El Papa fue acompañado por los
integrantes de la Junta
hasta la explanada de la Casa
de Gobierno, donde abordó un a vez más el “papamóvil” y se alejó en dirección a
la Nunciatura,
mientras la gente lo vitoreaba.
En la sede apostólica, el
célebre palacio de La
Recoleta, antigua residencia de la marquesa
pontificia Adelia María Harilaos de Olmos, almorzó junto al nuncio
y el arzobispo y ni bien terminó se asomó al balcón para saludar y ser aclamado
por miles de personas que se apretujaban en las calles deseosas de verlo.
A las 14.00 abordó el “papamóvil”
en compañía de Calabresi y se drigió hacia Morón, dispuesto
a rezar en su catedral, frente a la imagen de la Inmaculada Concepción
del Buen Viaje1. Cumplida la ceremonia, subió al tren presidencial2 y partió directamente a Luján.
El trayecto hasta la ciudad santa, distante a 70 kilómetros de la Capital Federal,
fue apoteósico, con la gente agolpada a los costados de la vía y sobre la Av. Rivadavia,
saludando su paso con efusión.
En la Plaza Belgrano,
frente a la Basílica,
otra multitud calculada en unas 700.000 almas, esperaba exultante su llegada. Había gente aguardando desde hacía varios días,
acampando en las inmediaciones y otra que pasó la noche a la intemperie,
soportando el frío y la helada.
En la estación de Luján esperaba
una nutrida comitiva encabezada por el obispo de Mercedes (de la
que depende Luján), monseñor Emilio Ogñenovich, quien acompañó al Papa en el
descapotable negro hasta las puertas del templo.
La muchedumbre se
estremeció al ver su figura blanca y comenzó a gritar emocionada
cuando recorría lentamente la avenida Nuestra Señora de Luján.
Al llegar a la Basílica, el Santo Padre
se hincó emocionado ante la sagrada imagen de la Santa Patrona de la Argentina -ese día
lucía su auténtica corona- y depositó a sus pies la
“Rosa de Oro” que había traído especialmente de Roma.
Juan
Pablo II celebró misa al aire libre
secundado por cardenales, obispos y sacerdotes. En su homilía exhortó a
los hombres a imitar a Cristo, pidiendo especialmente por
los muertos y los heridos de la guerra y la pronta
terminación del conflicto.
Ante la hermosa Basílica de la
Pura y Limpia Concepción de Luján nos congregamos esta tarde
para orar junto al altar del Señor […] A la Madre de Cristo y Madre de cada uno de nosotros
queremos pedir que presente a su Hijo el ansia actual de nuestros corazones
doloridos y sedientos de paz […] A Ella, que, desde los años de 1630, acompaña
aquí maternalmente a cuantos se le acercan para implorar su protección,
queremos suplicar hoy aliento, esperanza, fraternidad […] En este Santuario de la Nación Argentina,
en Luján, la liturgia habla de la elevación del hombre mediante la cruz: del
destino eterno del hombre en Cristo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María de
Nazareth […] Sabed ser también hijos e hijas de esta Madre, que Dios en su amor
ha dado al propio Hijo como Madre.
La misa fue televisada por la Cadena Nacional de Radio y
Televisión y una vez finalizada, el Santo Padre se quitó los
ornamentos para acompañar a la
Santa Imagen hasta el interior de la Basílica (ese día
estuvo cerrada al público). Antes de hacerlo, se arrodilló frente a Ella junto a
monseñor Ogñenovich y el resto de los sacerdotes, rezó y al ponerse de pie,
impartió la bendición.
El sábado 12 de junio, mientras
arreciaban los combates en el sur, el Papa se trasladó a la Curia Metropolitana
para reunirse a puertas cerradas con los cardenales, los obispos, los
presidentes de las conferencias episcopales latinoamericanas y la mesa
directiva del CELAM, encuentro que comenzó a media mañana, después de las oraciones en la capilla.
Finalizado el cónclave, se
asomó por los balcones del imponente edificio y una vez más, volvió a
saludar a la muchedumbre; poco después salió, abordó el “papamóvil” y partió rumbo al Parque Tres de Febrero donde oficiaría la Santa Misa. Una
gigantesca aglomeración cubría el paseo hasta donde alcanzaba la vista.
El Papa habló desde el gran altar, junto al Monumento de los
Españoles, recordando a más de uno la magnificencia del Congreso Eucarístico Internacional de 1934.
Entre la multitud flameaban
banderas de casi todos los países sudamericanos y carteles con leyendas tan opuestas como: “Santo Padre, bendice nuestra guerra justa”
y “Tu presencia nos traerá la paz”.
En su homilía, se refirió a la
fiesta de Corpus Christi, se dirigió especialmente a los jóvenes y
volvió a pedir por los muertos y heridos de la guerra así como por el inmediato cese
de las hostilidades.
Juan Pablo II fue claro y lapidario
al decir: “La humanidad tiene que volver a plantearse el abrumador y
siempre injusto fenómeno de la guerra, sobre cuyo escenario de muerte y dolor
solo permanece de pie la mesa de negociaciones que pudo y debió haberla
evitado”.
La muchedumbre vivó y
aplaudió el discurso con entusiasmo, vitoreando al Vicario de Cristo y coreando
su nombre mientras regresaba al “papamóvil” e iniciaba una nueva recorrida
por las calles de la ciudad, antes de dirigirse a Ezeiza.
Aquellas palabras
acabaron con las expectativas de un apoyo del Vaticano a la causa
argentina y las ilusiones de la Junta Militar y el
partido belicista se desmoronaron.
Poco antes de partir, después una
conversación a puertas cerradas con Galtieri3, el Santo Padre pronunció su discurso de despedida, condenando todo
tipo de violencia.
Apelo a los responsables de ambos países para que devuelvan a todas las
familias de ambas naciones lo que más desean: la vida y la serenidad de sus
hijos antes de que nuevos sacrificios empeoren la situación […] Pido a Dios,
que se traduzca en realidad operante, la profunda convicción de que es
necesario poner todos los medios posibles para lograr una paz justa, honrosa y
duradera.
Fueron sus últimas palabras antes
del “Hasta la vista” de despedida. Su
presencia fue un bálsamo para la
ciudadanía argentina, una suerte de bendición que alcanzó muy
especialmente a
quienes tenían a sus seres queridos en el frente. Sin embargo,
la sensación de que tras su mensaje había un mensaje advirtiendo sobre
la inminente derrota, sumió en dudas y preocupación a toda
la población.
Después de 36 horas de permanencia
en la Argentina,
el Santo Padre regresó a Roma en tanto en el sur, los combates se hallaban a punto de alcanzar su
clímax.
Notas
1 Otros dos Papas visitaron la Catedral de Morón en el
pasado, el primero de ellos Pío IX, cuando en 1824, siendo un simple sacerdote,
integró del séquito del legado apostólico Juan de Muzzi enviado por el Papa
León XII en misión diplomática ante el gobierno de Chile. En la oportunidad, la
comitiva se detuvo allí y el joven sacerdote ofició la misa. En 1934, durante
el XXXII Congreso Eucarístico Internacional, hizo lo propio el cardenal
Pacelli, futuro Pío XII, durante su viaje al santuario de Luján.
2 El tren presidencial fue inaugurado en 1912 por el
presidente de la Nación,
Dr. Roque Sáenz Peña y su vicepresidente el, Dr. Victorino de la Plaza.
3 La reunión duró poco más de veinte minutos.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur