martes, 2 de julio de 2019

LA VISITA DEL PAPA


Mientras la guerra arreciaba en el Atlántico Sur, un hecho especialmente significativo colocó nuevamente al país en el centro de la escena mundial. El 25 de mayo de aquel año, Su Santidad, el Papa Juan Pablo II, anunció su visita a la Argentina, un suceso sin precedentes por no hallarse incluido en la agenda vaticana. 
Era la primera vez que un Vicario de Cristo visitaba el país e, insistimos, una de las pocas ocasiones, por no decir la única, en la que decidía un viaje no planificado, repentinamente y por causas tan específicas.
El mismo 25 de mayo, tres días antes de su parida hacia Londres, el Pontífice le envió una carta al gobierno argentino anunciando su viaje:
A los queridos hijos e hijas de la Nación Argentina: Os escribo por mi propia mano porque siento que debo repetir el gesto paternal del Apóstol Pablo hacia sus hijos, abrazándolos en la Fe. Mi viaje a la capital argentina es un viaje de amor, de esperanza y de buena voluntad, de un padre que va al encuentro de los hijos que sufren.
Al día siguiente llegaron a Buenos Aires, procedentes de Roma, los cardenales Juan Carlos Aramburu y Antonio Primatesta, acompañados por el delegado pontificio, monseñor Aquiles Silvestrini, enviado especialmente por el Sumo Pontífice con instrucciones de confirmar oficialmente su estadía, los días 11 y 12 de junio.

Juan Pablo II había llamado a ambos cardenales para orar con sus pares británicos por la paz en el Atlántico Sur y el fin de la lucha. Inmediatamente después los envió de regreso con la noticia de su viaje, novedad anunciada durante la misa que los tres dignatarios concelebraron en la Basílica de Luján, la misma tarde de su llegada (26 de mayo), ante una gran afluencia de fieles.
La visita del Papa al Reino Unido generó manifestaciones de alegría y entusiasmo, no solo entre la feligresía católica sino, incluso, en la población en general, porque su mensaje de paz era harto conocido y el concepto que se tenía de su persona, extremadamente elevado.
Finalizada su estadía (que casi se suspende al estallar el conflicto), comenzó a preparar su viaje al sur, conciente de que debía mostrarse equitativo y no herir susceptibilidades. Pero había algo más detrás de todo aquello; el Sumo Pontífice traía un mensaje “entre líneas”; la última carta de la diplomacia internacional para detener la guerra.
El 27 de mayo se llevó a cabo en Buenos Aires la reunión organizada por la Comisión Ejecutiva del Episcopado en la que participó también el director de la Basílica de Luján, padre Rafael Carli. En la ocasión, los altos dignatarios de la Iglesia prepararon el cronograma de la visita y elaboraron la agenda del Santo Padre, la cual comenzaría con una ceremonia en la Catedral Metropolitana, su traslado y alojamiento en la Nunciatura Apostólica, el encuentro con las autoridades nacionales y una mega misa en Luján la tarde del 11 de junio (16:00 horas). Para cerrar la gira, se programó un significativo acto en Palermo donde se pensaba montar un altar de proporciones junto al Monumento de los Españoles, similar al construido en ocasión del XXXII Congreso Eucarístico Internacional de 1934, celebrado en la capital argentina.
El 29 de mayo comenzó a montarse el escenario en el atrio de la Basílica de Luján, una estructura de 4 metros de altura entre la puerta central y la verja de hierro, con lugares reservados para 120 obispos y una multitud de sacerdotes que se iba a dar cita para concelebrar junto al Santo Padre. 


El viernes 11 de junio a las 08.46 el avión DC-10 “Galileo Galilei” de Alitalia, aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza trayendo a bordo al Sumo Pontífice. El país entero se hallaba expectante y profundamente conmocionado por su llegada.
En la estación aérea aguardaban el presidente de la Nación, Leopoldo Fortunato Galtieri; el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Juan Carlos Aramburu; el nuncio apostólico, Monseñor Ubaldo Calabresi, funcionarios civiles y militares, obispos, sacerdotes, representantes de entidades sociales y culturales, la guardia de honor y público en general, además de una legión de periodistas locales y extranjeros.
El cardenal Aramburu y monseñor Calabresi subieron al avión para dar la bienvenida y estuvieron junto a al ilustre visitante cuando se asomó y saludó a la concurrencia bajo un cielo gris y una llovizna persistente.
El Papa se detuvo un minuto en la puerta del avión y luego descendió lentamente hasta llegar al pavimento donde, de acuerdo a su costumbre, se inclinó y besó suelo argentino.

Bendito sea el Señor que me hace llegar hasta esta querida tierra argentina. Mi presencia aquí quiere significar la prueba visible de ese amor, en un momento histórico tan doloroso para vosotros como es el actual. Vengo a invocar la paz de Cristo para las víctimas de ambas partes que ha ocasionado la guerra entre Argentina y Gran Bretaña. Vengo a orar por la paz, por una digna y justa solución del conflicto armado.

Después de saludar a Galtieri y su séquito, el Pontífice volvió a hablar, dejando entrever su postura y su mensaje:

…se debe relegar al olvido el recurso a la guerra, al terrorismo, a métodos de violencia y a seguir, decididamente senderos de entendimiento, de concordia y de paz. Sea prenda, de mi benevolencia generalizada y de reconciliación de los espíritus, la bendición apostólica que con gran afecto imparto a todos.

Impartida la bendición, el Santo Padre y el nuncio abordaron el denominado “papamóvil” y partieron hacia el centro de Buenos Aires, fuertemente escoltados, tomando por las autopistas Richieri y 25 de Mayo y desde esta última por la Av. 9 de Julio, en dirección a la Catedral Metropolitana. A su paso, cientos de miles de personas se apretujaban para verlo pasar, haciendo extremadamente difícil la labor de los cordones policiales que apenas lograban contenerlas.
Cuando la caravana recorría Avenida de Mayo, el diario “La Prensa” hizo sonar su sirena, entremezclando su sonido con el griterío de la gente, el ruido de los motores y el ulular de los vehículos policiales que escoltaban al Pontífice.
En la Catedral lo esperaba otra multitud, además de obispos, integrantes del gobierno, presidentes de las conferencias episcopales de toda Latinoamérica, sacerdotes, religiosos de ambos sexos, seminaristas y representantes de las fuerzas vivas de todo el país, quienes, al verlo ingresar, prorrumpieron en aplausos y exclamaciones de alegría.
Rodeado por ansiosos periodistas y fotógrafos de diferentes medios locales y del exterior, el Papa se detuvo a orar frente al Santísimo Sacramento y luego hizo lo propio ante el coro de ciegos mientras entonaba el Tu Est Petrus.
La misa comenzó puntualmente y el sermón fue escuchado con especial atención:

…a vosotros os toca ejercer el ministerio de la reconciliación, proclamando la palabra de reconciliación que os ha sido confiada. Todo esto, no se opone al patriotismo verdadero, ni entra en conflicto con él. El auténtico amor a la patria, de la que tanto habéis recibido, puede llevar hasta el sacrificio pero, al mismo tiempo, ha de tener en cuenta el patriotismo de los otros para que serenamente se intercomuniquen y enriquezcan en una perspectiva de humanismo y catolicidad. En esta perspectiva, se coloca mi actual viaje a Argentina, que tiene un carácter excepcional, totalmente distinto de una normal visita apostólico pastoral, que queda para otra ocasión oportuna…

Prolongados aplausos y vivas interrumpieron esa parte su alocución. Finalizada la misma, el Papa impartió su bendición e inmediatamente después se dirigió a la Casa Rosada, a la cual llegó escoltado por altos oficiales de las tres armas.
Fue recibido por los integrantes de la Junta Militar, a quienes saludó uno por uno mientras aquellos se hincaban en su presencia y le besaban el anillo (primero a Galtieri, después a Lami Dozo y finalmente a Anaya).
El diálogo duró algo más de una hora y una vez finalizado, Juan Pablo II se dirigió a la capilla del palacio de gobierno para rezar en silencio antes de asomarse por el balcón y saludar a la multitud. Como en los más gloriosos días del peronismo, la muchedumbre cubría completamente Plaza de Mayo y las calles adyacentes.
El Papa fue acompañado por los integrantes de la Junta hasta la explanada de la Casa de Gobierno, donde abordó un a vez más el “papamóvil” y se alejó en dirección a la Nunciatura, mientras la gente lo vitoreaba.
En la sede apostólica, el célebre palacio de La Recoleta, antigua residencia de la marquesa pontificia Adelia María Harilaos de Olmos, almorzó junto al nuncio y el arzobispo y ni bien terminó se asomó al balcón para saludar y ser aclamado por miles de personas que se apretujaban en las calles deseosas de verlo.
A las 14.00 abordó el “papamóvil” en compañía de Calabresi y se drigió hacia Morón, dispuesto a rezar en su catedral, frente a la imagen de la Inmaculada Concepción del Buen Viaje1. Cumplida la ceremonia, subió al tren presidencial2 y partió directamente a Luján.
El trayecto hasta la ciudad santa, distante a 70 kilómetros de la Capital Federal, fue apoteósico, con la gente agolpada a los costados de la vía y sobre la Av. Rivadavia, saludando su paso con efusión.
En la Plaza Belgrano, frente a la Basílica, otra multitud calculada en unas 700.000 almas, esperaba exultante su llegada. Había gente aguardando desde hacía varios días, acampando en las inmediaciones y otra que pasó la noche a la intemperie, soportando el frío y la helada.
En la estación de Luján esperaba una nutrida comitiva encabezada por el obispo de Mercedes (de la que depende Luján), monseñor Emilio Ogñenovich, quien acompañó al Papa en el descapotable negro hasta las puertas del templo.
La muchedumbre se estremeció al ver su figura blanca y comenzó a gritar emocionada cuando recorría lentamente la avenida Nuestra Señora de Luján.
Al llegar a la Basílica, el Santo Padre se hincó emocionado ante la sagrada imagen de la Santa Patrona de la Argentina -ese día lucía su auténtica corona- y depositó a sus pies la “Rosa de Oro” que había traído especialmente de Roma.
Juan Pablo II celebró misa al aire libre secundado por cardenales, obispos y sacerdotes. En su homilía exhortó a los hombres a imitar a Cristo, pidiendo especialmente por los muertos y los heridos de la guerra y la pronta terminación del conflicto.

Ante la hermosa Basílica de la Pura y Limpia Concepción de Luján nos congregamos esta tarde para orar junto al altar del Señor […] A la Madre de Cristo y Madre de cada uno de nosotros queremos pedir que presente a su Hijo el ansia actual de nuestros corazones doloridos y sedientos de paz […] A Ella, que, desde los años de 1630, acompaña aquí maternalmente a cuantos se le acercan para implorar su protección, queremos suplicar hoy aliento, esperanza, fraternidad […] En este Santuario de la Nación Argentina, en Luján, la liturgia habla de la elevación del hombre mediante la cruz: del destino eterno del hombre en Cristo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María de Nazareth […] Sabed ser también hijos e hijas de esta Madre, que Dios en su amor ha dado al propio Hijo como Madre.

La misa fue televisada por la Cadena Nacional de Radio y Televisión y una vez finalizada, el Santo Padre se quitó los ornamentos para acompañar a la Santa Imagen hasta el interior de la Basílica (ese día estuvo cerrada al público). Antes de hacerlo, se arrodilló frente a Ella junto a monseñor Ogñenovich y el resto de los sacerdotes, rezó y al ponerse de pie, impartió la bendición.
El sábado 12 de junio, mientras arreciaban los combates en el sur, el Papa se trasladó a la Curia Metropolitana para reunirse a puertas cerradas con los cardenales, los obispos, los presidentes de las conferencias episcopales latinoamericanas y la mesa directiva del CELAM, encuentro que comenzó a media mañana, después de las oraciones en la capilla.
Finalizado el cónclave, se asomó por los balcones del imponente edificio y una vez más, volvió a saludar a la muchedumbre; poco después salió, abordó el “papamóvil” y partió rumbo al Parque Tres de Febrero donde oficiaría la Santa Misa. Una gigantesca aglomeración cubría el paseo hasta donde alcanzaba la vista.
El Papa habló desde el gran altar, junto al Monumento de los Españoles, recordando a más de uno la magnificencia del Congreso Eucarístico Internacional de 1934.
Entre la multitud flameaban banderas de casi todos los países sudamericanos y carteles con leyendas tan opuestas como: “Santo Padre, bendice nuestra guerra justa” y “Tu presencia nos traerá la paz”.
En su homilía, se refirió a la fiesta de Corpus Christi, se dirigió especialmente a los jóvenes y volvió a pedir por los muertos y heridos de la guerra así como por el inmediato cese de las hostilidades.
Juan Pablo II fue claro y lapidario al decir: “La humanidad tiene que volver a plantearse el abrumador y siempre injusto fenómeno de la guerra, sobre cuyo escenario de muerte y dolor solo permanece de pie la mesa de negociaciones que pudo y debió haberla evitado”.
La muchedumbre vivó y aplaudió el discurso con entusiasmo, vitoreando al Vicario de Cristo y coreando su nombre mientras regresaba al “papamóvil” e iniciaba una nueva recorrida por las calles de la ciudad, antes de dirigirse a Ezeiza. Aquellas palabras acabaron con las expectativas de un apoyo del Vaticano a la causa argentina y las ilusiones de la Junta Militar y el partido belicista se desmoronaron.
Poco antes de partir, después una conversación a puertas cerradas con Galtieri3, el Santo Padre pronunció su discurso de despedida, condenando todo tipo de violencia.

Apelo a los responsables de ambos países para que devuelvan a todas las familias de ambas naciones lo que más desean: la vida y la serenidad de sus hijos antes de que nuevos sacrificios empeoren la situación […] Pido a Dios, que se traduzca en realidad operante, la profunda convicción de que es necesario poner todos los medios posibles para lograr una paz justa, honrosa y duradera.

Fueron sus últimas palabras antes del “Hasta la vista” de despedida. Su presencia fue un bálsamo para la ciudadanía argentina, una suerte de bendición que alcanzó muy especialmente a quienes tenían a sus seres queridos en el frente. Sin embargo, la sensación de que tras su mensaje había un mensaje advirtiendo sobre la inminente derrota, sumió en dudas y preocupación a toda la población.
Después de 36 horas de permanencia en la Argentina, el Santo Padre regresó a Roma en tanto en el sur, los combates se hallaban a punto de alcanzar su clímax.

Notas
1 Otros dos Papas visitaron la Catedral de Morón en el pasado, el primero de ellos Pío IX, cuando en 1824, siendo un simple sacerdote, integró del séquito del legado apostólico Juan de Muzzi enviado por el Papa León XII en misión diplomática ante el gobierno de Chile. En la oportunidad, la comitiva se detuvo allí y el joven sacerdote ofició la misa. En 1934, durante el XXXII Congreso Eucarístico Internacional, hizo lo propio el cardenal Pacelli, futuro Pío XII, durante su viaje al santuario de Luján.
2 El tren presidencial fue inaugurado en 1912 por el presidente de la Nación, Dr. Roque Sáenz Peña y su vicepresidente el, Dr. Victorino de la Plaza. La reunión duró poco más de veinte minutos.
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