CONCLUSIÓN
A
medio siglo de su ejecución en La Higuera, el Che Guevara sigue despertando
pasiones y ganando adeptos, aún en aquellos contra los que combatió y se
enfrentó.
¿A
qué se debe ese fenómeno? Posiblemente en un mundo donde el coraje y los
ideales parecen cosa del pasado, donde solo prima la conveniencia personal, el
oportunismo y el materialismo, que una suerte de delirante, ajeno a los tiempos
que vivía, inconsciente hasta la temeridad y desconocedor de la realidad,
intente imponer sus principios en semejante inferioridad de condiciones,
enfrentando la muerte como él lo hizo, sea la causa.
Porque
nadie, en su sano juicio puede dejar de ver que teniéndolo todo, familia,
título, profesión, una excelente posición social y un futuro promisorio,
renunció a ello para luchar por lo que creía. Y volvió a hacerlo de nuevo
cuando ya en el poder, siendo el hombre más fuerte de la Revolución junto a
Fidel Castro, ostentando los cargos que ejerció y gozando del favor
incondicional del pueblo, volvió a echar todo por la borda para lanzarse a la
lucha en los lugares más recónditos y peligrosos de la Tierra, lejos de todo,
aislado, a miles de kilómetros de sus bases, para imponer sus ideas, siempre–lo
recalcamos–en inferioridad de condiciones, dejando su suerte librada al azahar.
Sus
detractores le han puesto frases en la boca que jamás pronunció y de ellas se
agarran para rebajar su imagen. Sus partidarios lo han ensalzado hasta límites
increíbles, presentándolo como una suerte de arcángel salvador que solo pugnaba
por los oprimidos y los desvalidos.
¿Fue
el Che Guevara un hombre temerario? Sin ninguna duda, hasta sus enemigos lo han
reconocido y su vida lo demuestra. ¿Fue un idealista? Claro que sí; vivió y
murió por sus principios. ¿Era honesto? Sin ninguna duda, como también lo
fueron Mussolini, Hitler y Stalin, quienes no se enriquecieron con el dinero del Estado. ¿Era un libertador de pueblos y un
reivindicador de los más humildes? Por lo menos así lo creía, pero también fue
un hombre implacable, cruel, despiadado y frío, que quiso imponer por la fuerza
ideas totalitarias, que intentó desencadenar el holocausto nuclear, que
programó actos de terrorismo en distintas partes del mundo, que organizó
invasiones y adiestró guerrillas, promoviendo la violencia que ensangrentó a
tantas naciones, donde agrupaciones insurgentes vieron en él un modelo a
seguir. El Che fue un agresor, sin ninguna duda, un invasor que no dudó en
matar y fusilar cuando las circunstancias lo requerían.
¿Y
por qué entonces ese atractivo por su figura? Creemos que especialmente por lo
primero, por su coraje, porque vivió de acuerdo a lo que predicó y porque se
enfrentó en desventaja a enemigos más fuertes. Pero por sobre todo, por el halo
de leyenda que envolvió su muerte. Salvo honrosas excepciones, los pilotos
argentinos en Malvinas, sus esforzados conscriptos, oficiales y suboficiales,
enfrentando a una superpotencia militar, apoyada por la más nación más poderosa
del mundo y organizaciones como la OTAN, la CEE y el Commonwealth, los jueces
italianos que le hicieron frente a la mafia más despiadada en los años ochenta,
no hay demasiados ejemplos de heroísmo para mencionar.
El
mundo necesita héroes, actos de arrojo, soñadores y los mismos son cada vez más
escasos. De ahí que al surgir una figura que como el Che y sus guerreros
cubanos, bolivianos y peruanos, le gente se deslumbre y los ensalce.
¿Fue
el Che un buen estratega? Evidentemente no. Sus expediciones al Congo y Bolivia
lo demuestran pero para ser un simple civil, sin formación militar, tal como le
hemos dicho a lo largo del trabajo, su desempeño en Sierra Maestra y sobre
todo, su marcha hacia La Habana, incluida la gran batalla de Santa Clara, son
realmente llamativas. Aún así, cometió varias torpezas, como creer que todos
los pueblos son iguales y van a reaccionar de la misma manera. Ni en el país
africano, ni en el Altiplano, se dieron las condiciones que él había pensado
para poner en marcha su programa continental. Eso sí fue una torpeza y le costó
caro. La guerrilla de Masetti es otro ejemplo. En los sesenta, las condiciones
no estaban dadas para iniciar la revolución en la Argentina. El momento
propicio fueron los setenta y así quedó demostrado. Bandas extremistas se
lanzaron a la lucha desencadenando una guerra cruel y despiadada, que provocó
el terrorismo de Estado y con ello miles de muertos.
¿Abandonó
Castro al Che Guevara en Bolivia? ¿Se había convertido en una molestia para él
y se lo quiso sacar de encima?
En
cuanto a la primera pregunta, todo parece indicar que sí. La lectura de su
carta de despedida cuando el comandante argentino se encontraba en el Congo, la
cual debía ser leída sólo en caso de muerte, es la clave. Pero todo parece
indicar que lo hizo presionado, en contra de su voluntad y muy a su pesar. Cuba
no era una potencia, ni mucho menos y dependía de la Unión Soviética para su
sostén y supervivencia, más hallándose a escaso centenar de millas de los
Estados Unidos. El Che era muy poderoso y estaba fuera de control, de ahí la
presión de los rusos para que se lo quitase de encima porque además, después de
la Crisis de los Misiles, se había vuelto maoísta y se hallaba enfrentado a la
dirigencia de Moscú.
¿Mario
Monje seguía instrucciones de Castro, como se ha sugerido alguna vez? No,
respondía directamente a Rusia. De todas maneras, una vez iniciada la campaña,
con las Fuerzas Armadas bolivianas en operaciones y los servicios de
inteligencia en máxima alerta (tanto locales como estadounidenses), poco era lo
que Fidel podía hacer por su amigo. En todo caso, si él lo abandonó, los chinos
también lo hicieron.
¿Ayudó
Washington a terminar con el Che? Sin ninguna duda, como también lo hizo la
Argentina, pero lejos de lo que siempre se dijo, no ordenó su muerte ni proveyó
a las FF.AA. bolivianas de armas no convencionales. Lo primero lo dispusieron
Ovando, Barrientos y la cúpula militar y el napalm fue enviado por Buenos Aires
que, además, movilizó sus fuerzas para invadir el país, cosa que el
Departamento de Estado logró evitar con mucho esfuerzo. Washington, como hemos
dicho, necesitaba al Che vivo para enjuiciarlo públicamente y luego encerrarlo
en una prisión de alta seguridad. De esa manera, su figura menguaría y Fidel
Castro quedaría humillado ante la opinión internacional y sus propios aliados,
pero los militares el país andino se precipitaron.
¿Corresponde
hablar de asesinato cuando nos referimos a la ejecución de Guevara? Los mandos
bolivianos procedieron de manera ilegal al fusilarlo sin juicio previo y sobre
todo, al no existir la pena de muerte en su país, pero el Che encabezó fuerzas
irregulares que ingresaron clandestinamente en el país para desencadenar una
guerra insurgente que provocó muertes innecesarias y enlutó hogares humildes.
Él conocía las reglas del juego y a ellas se sometió cuando se lanzó a la
demencial aventura de ahí que hablar de asesinato parece un tanto sarcástico.
Fue fusilado como él fusiló en Sierra Maestra, un caso puntual, el de Eutimio
Guerra –al que ejecutó en persona-, quien no fue sometido a ningún tipo de
proceso.
Hoy
el Che es una leyenda, un mito que crece y cautiva. Como dijo alguna vez Jon
Lee Anderson, ya no hay jefes que se pongan al frente de columnas guerrilleras
para internarse en territorios inhóspitos y luchar por sus causas; hoy hay
terrorismo, métodos crueles y barbáricos, a lo que agregamos por nuestra parte,
golpes a traición, combatientes desleales y cobardes, que no dudan en degollar
a niños y prisioneros indefensos, buscando generar, eso sí, el mismo efecto que
aquel Che herido en su amor propio pasada la Crisis del Caribe, pretendió
desencadenar en los centros neurálgicos de su mayor enemigo, estrategia que
luego cambió a la lucha personal, de ahí su final y lo que sobrevino después.