sábado, 31 de agosto de 2019

CONCLUSIÓN


Alberto Korda retrata al Che y Aleida en medio de la multitud
A medio siglo de su ejecución en La Higuera, el Che Guevara sigue despertando pasiones y ganando adeptos, aún en aquellos contra los que combatió y se enfrentó.
¿A qué se debe ese fenómeno? Posiblemente en un mundo donde el coraje y los ideales parecen cosa del pasado, donde solo prima la conveniencia personal, el oportunismo y el materialismo, que una suerte de delirante, ajeno a los tiempos que vivía, inconsciente hasta la temeridad y desconocedor de la realidad, intente imponer sus principios en semejante inferioridad de condiciones, enfrentando la muerte como él lo hizo, sea la causa.
Porque nadie, en su sano juicio puede dejar de ver que teniéndolo todo, familia, título, profesión, una excelente posición social y un futuro promisorio, renunció a ello para luchar por lo que creía. Y volvió a hacerlo de nuevo cuando ya en el poder, siendo el hombre más fuerte de la Revolución junto a Fidel Castro, ostentando los cargos que ejerció y gozando del favor incondicional del pueblo, volvió a echar todo por la borda para lanzarse a la lucha en los lugares más recónditos y peligrosos de la Tierra, lejos de todo, aislado, a miles de kilómetros de sus bases, para imponer sus ideas, siempre–lo recalcamos–en inferioridad de condiciones, dejando su suerte librada al azahar.
Sus detractores le han puesto frases en la boca que jamás pronunció y de ellas se agarran para rebajar su imagen. Sus partidarios lo han ensalzado hasta límites increíbles, presentándolo como una suerte de arcángel salvador que solo pugnaba por los oprimidos y los desvalidos.
¿Fue el Che Guevara un hombre temerario? Sin ninguna duda, hasta sus enemigos lo han reconocido y su vida lo demuestra. ¿Fue un idealista? Claro que sí; vivió y murió por sus principios. ¿Era honesto? Sin ninguna duda, como también lo fueron Mussolini, Hitler y Stalin, quienes no se enriquecieron con el dinero del Estado. ¿Era un libertador de pueblos y un reivindicador de los más humildes? Por lo menos así lo creía, pero también fue un hombre implacable, cruel, despiadado y frío, que quiso imponer por la fuerza ideas totalitarias, que intentó desencadenar el holocausto nuclear, que programó actos de terrorismo en distintas partes del mundo, que organizó invasiones y adiestró guerrillas, promoviendo la violencia que ensangrentó a tantas naciones, donde agrupaciones insurgentes vieron en él un modelo a seguir. El Che fue un agresor, sin ninguna duda, un invasor que no dudó en matar y fusilar cuando las circunstancias lo requerían.
¿Y por qué entonces ese atractivo por su figura? Creemos que especialmente por lo primero, por su coraje, porque vivió de acuerdo a lo que predicó y porque se enfrentó en desventaja a enemigos más fuertes. Pero por sobre todo, por el halo de leyenda que envolvió su muerte. Salvo honrosas excepciones, los pilotos argentinos en Malvinas, sus esforzados conscriptos, oficiales y suboficiales, enfrentando a una superpotencia militar, apoyada por la más nación más poderosa del mundo y organizaciones como la OTAN, la CEE y el Commonwealth, los jueces italianos que le hicieron frente a la mafia más despiadada en los años ochenta, no hay demasiados ejemplos de heroísmo para mencionar.
El mundo necesita héroes, actos de arrojo, soñadores y los mismos son cada vez más escasos. De ahí que al surgir una figura que como el Che y sus guerreros cubanos, bolivianos y peruanos, le gente se deslumbre y los ensalce.
¿Fue el Che un buen estratega? Evidentemente no. Sus expediciones al Congo y Bolivia lo demuestran pero para ser un simple civil, sin formación militar, tal como le hemos dicho a lo largo del trabajo, su desempeño en Sierra Maestra y sobre todo, su marcha hacia La Habana, incluida la gran batalla de Santa Clara, son realmente llamativas. Aún así, cometió varias torpezas, como creer que todos los pueblos son iguales y van a reaccionar de la misma manera. Ni en el país africano, ni en el Altiplano, se dieron las condiciones que él había pensado para poner en marcha su programa continental. Eso sí fue una torpeza y le costó caro. La guerrilla de Masetti es otro ejemplo. En los sesenta, las condiciones no estaban dadas para iniciar la revolución en la Argentina. El momento propicio fueron los setenta y así quedó demostrado. Bandas extremistas se lanzaron a la lucha desencadenando una guerra cruel y despiadada, que provocó el terrorismo de Estado y con ello miles de muertos.
¿Abandonó Castro al Che Guevara en Bolivia? ¿Se había convertido en una molestia para él y se lo quiso sacar de encima?
En cuanto a la primera pregunta, todo parece indicar que sí. La lectura de su carta de despedida cuando el comandante argentino se encontraba en el Congo, la cual debía ser leída sólo en caso de muerte, es la clave. Pero todo parece indicar que lo hizo presionado, en contra de su voluntad y muy a su pesar. Cuba no era una potencia, ni mucho menos y dependía de la Unión Soviética para su sostén y supervivencia, más hallándose a escaso centenar de millas de los Estados Unidos. El Che era muy poderoso y estaba fuera de control, de ahí la presión de los rusos para que se lo quitase de encima porque además, después de la Crisis de los Misiles, se había vuelto maoísta y se hallaba enfrentado a la dirigencia de Moscú.
¿Mario Monje seguía instrucciones de Castro, como se ha sugerido alguna vez? No, respondía directamente a Rusia. De todas maneras, una vez iniciada la campaña, con las Fuerzas Armadas bolivianas en operaciones y los servicios de inteligencia en máxima alerta (tanto locales como estadounidenses), poco era lo que Fidel podía hacer por su amigo. En todo caso, si él lo abandonó, los chinos también lo hicieron.
¿Ayudó Washington a terminar con el Che? Sin ninguna duda, como también lo hizo la Argentina, pero lejos de lo que siempre se dijo, no ordenó su muerte ni proveyó a las FF.AA. bolivianas de armas no convencionales. Lo primero lo dispusieron Ovando, Barrientos y la cúpula militar y el napalm fue enviado por Buenos Aires que, además, movilizó sus fuerzas para invadir el país, cosa que el Departamento de Estado logró evitar con mucho esfuerzo. Washington, como hemos dicho, necesitaba al Che vivo para enjuiciarlo públicamente y luego encerrarlo en una prisión de alta seguridad. De esa manera, su figura menguaría y Fidel Castro quedaría humillado ante la opinión internacional y sus propios aliados, pero los militares el país andino se precipitaron.
¿Corresponde hablar de asesinato cuando nos referimos a la ejecución de Guevara? Los mandos bolivianos procedieron de manera ilegal al fusilarlo sin juicio previo y sobre todo, al no existir la pena de muerte en su país, pero el Che encabezó fuerzas irregulares que ingresaron clandestinamente en el país para desencadenar una guerra insurgente que provocó muertes innecesarias y enlutó hogares humildes. Él conocía las reglas del juego y a ellas se sometió cuando se lanzó a la demencial aventura de ahí que hablar de asesinato parece un tanto sarcástico. Fue fusilado como él fusiló en Sierra Maestra, un caso puntual, el de Eutimio Guerra –al que ejecutó en persona-, quien no fue sometido a ningún tipo de proceso.
Hoy el Che es una leyenda, un mito que crece y cautiva. Como dijo alguna vez Jon Lee Anderson, ya no hay jefes que se pongan al frente de columnas guerrilleras para internarse en territorios inhóspitos y luchar por sus causas; hoy hay terrorismo, métodos crueles y barbáricos, a lo que agregamos por nuestra parte, golpes a traición, combatientes desleales y cobardes, que no dudan en degollar a niños y prisioneros indefensos, buscando generar, eso sí, el mismo efecto que aquel Che herido en su amor propio pasada la Crisis del Caribe, pretendió desencadenar en los centros neurálgicos de su mayor enemigo, estrategia que luego cambió a la lucha personal, de ahí su final y lo que sobrevino después.