sábado, 31 de agosto de 2019

LA MALDICIÓN DEL CHE


El Che posando junto a Honorato Rojas y dos de sus hijos, el día que pasó por su
rancho. Incluso le dejó algunas medicinas para los niños. El campesino lo delató y
luego guió a los soldados hasta Vado del Yeso, donde cayó acribillado el grupo de
Joaquín. El 14 de julio de 1969 una célula del ELN lo ejecutó en su propiedad, al sur
de Santa Cruz de la Sierra



La madrugada del 14 de julio de 1969, tres individuos llegaron sigilosamente hasta el humilde telar que Honorato Rojas y su mujer explotaban en el terreno que el gobierno les había obsequiado en las afueras de Santa Cruz de la Sierra, como pago por los servicios prestados durante la campaña antiguerrillera. Los extraños se introdujeron en la vivienda y caminaron los pocos metros que los separaban de la habitación donde el dueño de casa y su esposa dormían, abrazados a dos de sus hijos. Se trataba de una construcción reciente, que el flamante cabo del Ejército estaba terminando de levantar1.
Para fortuna de los intrusos, aún no había colocado la puerta ni las ventanas y eso les facilitó la tarea. Con sus armas en las manos, pasaron con mucha cautela junto al sencillo ambiente donde descansaban los otros tres niños y se detuvieron en la entrada del cuarto principal.
Eran las 03.30 horas y apenas se escuchaba el sonido de las respiraciones bajo las frazadas. Ahí estaba el traidor, el hombre que había delatado al Che y guiado a los soldados hasta la emboscada de Vado del Yeso, disfrutando su botín y su “mal ganada” tranquilidad. 


Al menos eso era lo que aquellos merodeadores pensaban; para ellos no cabía ninguna otra posibilidad, Rojas no era tan pobre como se decía ni había obrado por patriotismo o necesidad. Ellos no veían en la guerrilla una fuerza invasora que había traído la violencia y la muerte a su tierra sino la posibilidad de poner en marcha la revolución marxista. Y ahí estaba ante ellos, ajeno e indefenso, uno de los responsables de que la misma hubiese terminado en fracaso.
Sin pensarlo más, Juan Rodríguez Guagama, agente de la Interpol en Santa Cruz de la Sierra, alzó su revólver calibre 45 y disparó. Sus compañeros, Luis Pérez Aponte, agente de la Dirección de Investigación Criminal (DIC), y Guido Chávez Aponte, un simple sicario reclutado, vieron como el cuerpo se sacudía y luego quedaba inerte2. El ELN había jurado vengar al Che y ahí estaban ellos para cumplir la sentencia.
Solo se oyó un estampido; la bala entró por la región occipital izquierda de Honorato y quedó alojada en el cráneo, provocándole una herida mortal.
Los asesinos huyeron, dejando a la mujer presa de la histeria y a sus cinco hijos llorando en torno al cuerpo de su padre. El hombre agonizó todo el día y a las 15.00 horas dejó de existir.
La venganza estaba en marcha.
El 9 de octubre de 1970, el ELN conmemoró el tercer aniversario de la ejecución del Che, asesinando al doctor Herbert Miranda Pereira, sentenciado a muerte por haber suministrado la inyección letal que acabó con la vida del “Inti” Peredo. El general Alfredo Ovando Candia3 acababa de ser derrocado y en su lugar gobernaba el general Juan José Torre, quien instauró un gobierno de izquierda apoyado por amplios sectores del proletariado, el campesinado y el sector estudiantil, además de una parte importante de las FF.AA.
El 25 de marzo de 1971, el teléfono del consulado boliviano en Hamburgo comenzó a sonar. Cuando la secretaria atendió, una joven australiana, solicitó una entrevista con el objeto de tramitar su visado y el de un grupo de personas que deseaba viajar al Altiplano. La empleada consultó la agenda y vio que el 1 de abril a las diez de la mañana tenía un espacio libre y así se lo informó a la interesada.

-Perfectamente –dijo la vos al otro lado del tubo-. Ahí estaré.

El día acordado, a las 9.40 a.m., una bella y esbelta joven de cabellera clara y anteojos obscuros entró por la puerta principal del edificio de la calle Heilwigstrasse 125, donde funcionaba la representación y se dirigió resueltamente al ascensor para subir hasta el tercer piso.
La mujer lucía un impermeable negro, medias de nylon y zapatos de tacos altos del mismo tono y caminaba resueltamente, sin dar señales de nada anormal. Al descender del elevador, atravesó el pasillo, buscó las oficinas de la legación y una vez frente a la puerta golpeó, esperando ser atendida.
La secretaria la hizo pasar a la antesala y le explicó que debía aguardar unos minutos porque el cónsul se hallaba reunido con otra persona. La joven agradeció y se sentó, pero pasados unos segundos, se volvió a poner de pie y comenzó a ir y venir, intentando calmar su ansiedad. Había un cuadro del lago Titicaca colgado de una pared y trató de concentrarse en él, reparando en sus detalles, en especial, la vela de la embarcación pesquera que dominaba la escena. Afuera, la llovizna había cesado y la bruma primaveral envolvía la ciudad aún cuando el aire parecía seco.
De repente la puerta se abrió y del interior de la oficina salieron dos hombres, uno de ellos luciendo traje obscuro, corbata de lana azul, camisa blanca y zapatos negros, como sus medias; era el cónsul, que despedía al visitante.
Al reparar en la muchacha, el funcionario sonrió y señalando con su diestra, la invitó a pasar. Sosteniendo su bolso en el brazo izquierdo, la elegante australiana franqueó la puerta y lo primero que notó fue el gran ventanal que tenía enfrente. A su derecha había un armario y frente a él, un sofá, una mesa redonda y tres mullidos sillones dispuestos cuidadosamente sobre una alfombra estilo persa. A su siniestra se encontraban el escritorio, bastante modesto por cierto, la bandera boliviana detrás y una mesita a la izquierda, ambos con sus correspondientes sillas, también sobre un tapete.
Roberto "Toto" Quintanilla
Ejecutado por Monika Ertl
El cónsul cerró la puerta y con su amplia sonrisa dibujada bajo el tupido bigote militar, se dispuso a invitar a la joven a tomar asiento, pero para su sorpresa, vio que esta introducía su mano en el bolso y extraía un Colt Cobra 38 Special4 con el que le apuntó directamente al pecho.
Quintanilla adivinó la fría mirada de la muchacha, aún cuando, sus obscuras gafas le impedían ver sus ojos y luego sintió el disparo. Le siguieron dos más, todos en el lado derecho del pecho, y enseguida notó que sus piernas se aflojaban.
El desconcertado cónsul no llegó a decir nada; cayó de espaldas con el rostro desencajado y quedó tendido entre la pequeña mesa-escritorio y el sofá, con la mano derecha cubriendo las heridas.
La extraña mujer abandonó el lugar de prisa, buscando las escalinatas. Alertada por los disparos, la esposa de Quintanilla la tomó por los cabellos, intentando detenerla, pero los mismos eran una simple peluca, de ahí que la asesina se lanzara escaleras abajo para correr hacia un vehículo que aguardaba estacionado en la acera opuesta y desaparecer. Su bolso, el arma y la peluca quedaron tirados en el pasillo, arriba, en el tercer piso, junto a la puerta del ascensor.
¿Quién era aquella emisaria que había ejecutado fríamente al cónsul de Bolivia en Hamburgo?
Se trataba de Mónika Ertl, nombre de guerra “Imilla”, alemana, integrante del ELN desde 1969, comunista declarada y fanática admiradora del Che Guevara.
Nacida en Munich, Alemania, el 7 de agosto de 1937, era la hija mayor de Hans Ertl, de quien muchas fuentes aseguran era “cercano colaborador” de Hitler cuando en realidad solo fue uno de los tantos camarógrafos de la Wehrmacht, bueno por cierto ya que muchas de las imágenes que nos muestran las documentales de la guerra le pertenecen y Aurelia Friedel, radicados en Bolivia a poco de finalizar la gran contienda, más precisamente en una granja que el padre adquirió en plena selva, “La Dolorida”, a 1105 kilómetros de La Paz, en el Departamento de San José de Chiquitos.
Allí el “loco” Hans, como lo llamaban, un verdadero bohemio, se dedicó a rodar documentales sobre las leyendas de la zona, las más recordadas, Hito, Hito y Paitití, contando siempre con la colaboración de su hija mayor, que lo amaba entrañablemente.
Fascinada con la figura del Che, Monika se tornó una decidida seguidora de su causa y una ferviente militante del ELN luego de que aquel fuera ejecutado. Tras un fallido matrimonio con un representante de la colonia germana de Bolivia, abrazó convencida la causa y así fue seleccionada para llevar a cabo la compleja misión en su tierra de nacimiento. Viajó 11.000 kilómetros para concretarla, ejecutó al cónsul y regresó al Altiplano, dispuesta a continuar la lucha.
Sobre su fin se han tejido muchas versiones, una de las cuales, asegura que integraba un comando al que también pertenecían los guerrilleros alemanes Beate y Serge Klarsfeld y el estudiante argentino Osvaldo Ukaski, quienes habrían intentado secuestrar y asesinar a Klaus Barbie, con el cual su familia tenía un vínculo de amistad.
En el enfrentamiento que tuvo lugar en una casa operativa de La Paz, cayeron Monika y Ukaski en tanto los otros dos lograron escapar. Vaya como dato curioso que la tumba que se abrió para ella en el cementerio de la capital, estuvo siempre vacía5.
Idenikit de Monika Ertl elaborado por la policía de Hamburgo

A mediados de mayo de 1976, un comando autodenominado “Brigada Internacional Che Guevara”, integrado mayoritariamente por militantes franceses y alemanes, ejecutó a Joaquín Zenteno Anaya en una calle de París, cuando el militar se desempeñaba como embajador en el país galo. Un hombre joven, que llevaba una boina y lucía una barba espesa (hay versiones que indican que los atacantes fueron dos), emergió de repente de la masa de transeúntes y en momentos en que Zenteno se disponía a abordar su automóvil, extrajo un arma y efectuó varios disparos.
Todos estos sucesos parecían confirmar la advertencia que el Departamento de Estado norteamericano le hizo a su embajador en La Paz, sobre la amenaza lanzada el 18 de octubre, por el cotidiano “Juventud Rebelde”, vocero de la rama estudiantil del Partido Comunista Cubano, dando a conocer su intención de vengar al Che Guevara. La nota estaba dirigida especialmente a quienes de alguna manera estuvieron implicados en su muerte, pero señalaba específicamente a Vicente Recabado Terrazas y Antonio Rodríguez Flores, sobre quienes pesaban sendas condenas por su deserción.
Pero no fueron necesarios tantos ajusticiamientos porque el destino se ocupó de los "acusados" de manera implacable. Y así fue como comenzó a hablarse de “la maldición del Che”.
El primero en sentir sus efectos fue Félix Rodríguez, el agente cubano de la CIA, quien recién llegado a Vallegrande, procedente de La Higuera, comenzó a experimentar una extraña sensación de ahogo. En un primer momento, pensó que se trataba de la altura y el aire fresco de la región, pero desde entonces padece asma, la misma enfermedad que aquejaba al líder caído desde su infancia. “Al caminar en el aire fresco de la montaña, me di cuenta de que jadeaba y se me hacía difícil respirar. El Che estaba muerto pero su asma, un mal que nunca había padecido en mi vida, se me había transmitido. Aún hoy mi crónica falta de aliento es un recuerdo constante del Che y sus últimas horas de vida en la aldea de La Higuera”7.
El 27 de abril de 1969, el general René Barrientos llegó de visita al poblado de Arque. Cuando el helicóptero H-23 matrícula FAB-602 en el que viajaba levantó vuelo para dirigirse a Cochabamba, impactó contra unos cables de alta tensión que se extendían a través de una hilera de postes y estalló en el aire, pereciendo calcinado en la explosión.
El 9 de octubre de 1970, apareció decapitado el oficial ranger Eduardo Huerta Lorenzetti, uno de los captores del Che. Su automóvil se incrustó en la parte posterior de un camión que se encontraba parado en medio de la ruta, cuando se desplazaba por la carretera Oruro-La Paz.
El 29 de julio de 1970, Marcelo Ovando, piloto de la FAB e hijo del entonces presidente de la República, pereció en otro accidente, al estrellarse su avión Mustang F-51 a orillas del lago Titicaca, fatalidad de la que su padre jamás se recuperó.
Félix Rodríguez. A su regreso
de La Higuera comenzó a
padecer asma
El teniente coronel Andrés Sélich, caído en desgracia tras la salida de Ovando, fue muerto a palos durante un interrogado en dependencias de Seguridad del Estado (1973), luego de encabezar una fallida revuelta contra el general Torres.
El mismo Juan José Torres fue secuestrado y asesinado por un escuadrón de la muerte en la Argentina; su cuerpo apareció acribillado en las afueras de San Andrés de Giles, provincia de Buenos Aires (2 de junio de 1976), donde se encontraba exiliado desde su derrocamiento en 1971.
Por su parte, el mayor Ayoroa, fue deportado por el gobierno de Banzer y en 1981, Gary Prado quedó paralítico de por vida al recibir un disparo de sus propios soldados cuando reprimía una manifestación en un campo petrolero de Santa Cruz de la Sierra (desde entonces anda en silla de ruedas).
El capitán Mario Vargas, por su parte, padeció serios trastornos psíquicos, pues según explicó años después, “Los muertos venían a buscarlo”.
Los suboficiales Bernardino Huanca y Mario Terán debieron recluirse por el resto de su vida; en 1971 Antonio Arguedas sufrió dos violentos atentados, uno de los cuales, casi le cuesta la vida. Tuvo que exiliarse en dos oportunidades y en el año 2000 murió de manera violenta, víctima de una explosión.


Edilberto Mariscal, vecino de Santa Cruz de la Sierra, no le encuentra explicación a la trágica muerte de su padre, quien cayó inexplicablemente de un auto en marcha, cuando regresaba de una reunión con sus compañeros en Punata de Cochabamba, todos ex-combatientes de la campaña contra el Che. “Nadie sabe cómo se abrió esa puerta, pero él cayó y murió casi al instante”8. Al igual que Mariscal, varios de sus compañeros de armas sufrieron hechos  similares.
Andrés Sélich
Como dijo el escritor Jorge Gallardo, estrechamente vinculado al grupo de militares que derrocó al general Juan José Torres: “Tres años después de la muerte del Che, la superstición popular presagiaba que desde su tumba se llevaría consigo a los responsables de su muerte”.
Uno de los casos más impactantes ha sido el del Dr. José Martínez Casso, el médico que siguiendo instrucciones superiores, cercenó las manos del Che.
Caído en desgracia y aferrado a la bebida, relató cierto día al periodista Gustavo Salazar, corresponsal de un diario de La Paz durante los sucesos de Vallegrande, la terrible desazón que lo venía atormentando desde entonces8.
Martínez Casso y Salazar solían almorzar una vez por semana en un restaurante de la capital. Cierto día, el propietario del establecimiento, le sugirió al periodista grabar de algún modo al facultativo porque, al parecer, desde hacía un tiempo parecía estar divagando.

-¿Por qué no vienes mañana – le dijo el dueño del restaurante-, y le hacemos una trampa [al médico]? Ponemos una grabadora porque Martínez Casso está hablando huevadas.

-¿Qué dice?

-Dice que le había cortado las manos al Che.

Se pusieron ambos de acuerdo y de ese modo, al día siguiente, Salazar llevó su grabadora portátil y la colocó debajo de la mesa, esperando que su amigo se presentase. Cuando Martínez Casso llegó, se puso a beber de la botella de Singani que el periodista había ordenado y de ese modo, al cabo de varias copas, comenzó a relatar su intervención en el asunto del Che, en especial la autopsia que se le practicó al cuerpo y el posterior corte de manos.
A Salazar le impresionó la descripción de su interlocutor.

-El cadáver del Che tenía las manos así, cerradas, por el rictus cadavérico.

Y al hacerlo, enseñó los puños apretados hacia arriba. Lo que dijo a continuación impactó profundamente a sus compañeros de mesa.

-Pero se despidió de mí. ¡¡El Che se despidió de mí!! - dijo con cierta vehemencia.

-¿Cómo que se despidió? –le preguntó desconcertado Salazar- ¿Cómo que se despidió de ti?

-Cuando le corté las manos, los tendones aflojaron e hizo así…

Entonces Martínez Casso extendió los brazos y abrió los puños lentamente.

-¡Se ha despedido de mí, el Che! – volvió a decir. Y ahí mismo se puso a llorar desconsoladamente.

Como explica Salazar, el facultativo continuó aferrado a la bebida hasta que, pasado un tiempo, perdió la razón y murió.
El Dr. Reginaldo Ustariz Arze, médico cardiólogo y corresponsal de guerra enviado al TO por el periódico “Prensa Libre” de La Paz, llora emocionado cuando refiere la impresión que le causó la vista del cadáver amarrado al patín del helicóptero y califica de absurda la decisión de cortarle las manos, un acto de extrema imbecilidad, estupidez e inmoralidad, según su decir, totalmente innecesario, algo en lo que Gustavo Salazar se muestra completamente de acuerdo9.
Se dice por ahí, que estando detenido en la escuelita, horas antes de ser abatido, el Che maldijo a La Higuera y desde entonces, la localidad continúa en el subdesarrollo. Cierto o no, ese mismo año una terrible sequía asoló el lugar, de ahí el temor supersticioso de sus habitantes, que acabó dando origen a un extraño culto religioso


Imágenes

General René Barrientos
Pereció en un accidente aéreo
el 27 de abril de 1969


Monika Ertl, la bella joven alemana
que ejecutó a Roberto Quintanilla
en Hamburgo




El cuerpo de Roberto "Toto" Quintanilla en la morgue de Hamburgo



Monika Ertl junto a su padre Hans, durante el rodaje de Paitití


Monika tapa de una revista alemana, durante una de las tantas
expediciones selváticas que realizó con su padre



Durante el rodaje de Hito, Hito



El arma que utilizó Monika Ertl para perpetrar
el magnicidio



General Juan José Torres, ejecutado
en cercanías de Buenos Aires por un
escuadrón de la muerte argentino (1976)
Notas

1 Rojas había sido incorporado al Ejército con ese rango.

2 Un cuarto sicario, Antonio Sejas Guagama, primo del cabecilla y jefe de la seccional El Pari de la DIC, no fue de la partida.

3 Ovando llegó al poder tras el golpe de Estado que derrocó a Luis Adolfo Siles Salinas, sucesor del general Barrientos luego de su trágica muerte, acaecida el 27 de abril de 1969.

4 Se dice sin mucho fundamento, que el arma pertenecía a la editorial de Giangiacomo Feltrinelli.

5 Los cuerpos de ambos fueron expuestos a la prensa y luego desaparecidos.

6 Mario José Cereghino, Vincenzo Vasile, op.Cit., pp. 142-143 (Informe al Departamento de Estado a la embajada estadounidense en La Paz, confidencial, 19 de octubre de 1967, 21:40 horas, NARA, Rg 59, General Records of the Departament of State, Cfpf 1967-1969, sobre 2019, fascículo Pol 6 Cuba.)

7 Jon Lee Anderson, op. Cit., p. 691. Hace referencia al libro de Rodríguez, Guerrero en la sombra.

8 Andrés Schipani, “San Ernesto: la última leyenda del Che Guevara”, diario “La Nación”, 7 de octubre de 2007, sección Enfoques, Bs. As.

9 Peter de Kock, Las manos del Che Guevara, documental, Holanda, mayo de 2006.
10 Ídem.

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