EN EL CORAZÓN DEL ÁFRICA NEGRA
La
tarde del 23 de abril de 1965, una hilera de vehículos se desplazaba por la
carretera central de Tanzania, en dirección al lago Tanganika, distante a 1300 kilómetros al oeste de Dar es-Salam.
A
ambos lados, la sabana africana se extendía hacia el horizonte, bajo un cielo
despejado y un sol abrasador. El aire era sofocante, la vegetación abundante y
de tanto en tanto, se podían observar manadas de elefantes, gacelas, cebras y
ñus, pastando en grupos numerosos, atentos al cualquier movimiento.
Un
Land Rover color verde avanzaba delante, seguido por tres berlinas Mercedes
Benz (dos negras y la otra blanca), dos jeeps y un camión Zil 131 de origen
ruso, con la caja cubierta por una lona. Se trataba del primer contingente
cubano, dirigido por el Che Guevara en persona, cuya meta era la localidad de
Kigoma, sobre la orilla oriental del mencionado lago, en el otro extremo del
país.
Habían
salido de la capital esa misma mañana, antes de que despuntara el sol, e
intentaban llegar por la noche, procurando llamar lo menos posible la atención.
Integraban
la reducida división catorce efectivos cubanos –doce de ellos negros- y dos
tanzanos, Chamaleso, a quien Guevara había bautizado “Tremendo Punto” y un
militar designado por su gobierno para intermediar en caso de ser detenidos por
fuerzas locales, en algún poblado o retén caminero.
La
sección viajaba con sus uniformes verde olivo, provista de fusiles FAL y
ametralladoras UZI, adquiridas en el mercado negro. Dentro del camión llevaban
un bote-lancha de 10
metros de eslora, cajas con más armas y municiones,
destinados a aquellos que irían llegando posteriormente, todo un arsenal
provisto por la embajada con la ayuda del gobierno local.
Tenían
todos instrucciones precisas: llevar las armas con el seguro puesto, no hablar
con nadie, no fumar, respetar a los nativos bajo pena de consejo de guerra, en
especial a las mujeres; no esperar ningún tipo de privilegio y cumplir las
órdenes estrictamente.
El
Che viajaba con “Kumi” (Rafael Zerquera Palacios) en el primer Mercedes Benz,
acompañados ambos por Vernier y “Tremendo Punto”, quienes se alternaban en el
volante. Quedaban en la capital cuatro efectivos cubanos, al mando de Ulises
Estrada y Rafael Padilla, con órdenes expresas de esperar al resto de los
combatientes y enviarlos por tandas hacia Kigoma.
Habían
sido días de gran actividad para el grupo guerrillero, incluyendo la compra de
los vehículos a través de la embajada y la adquisición del lanchón a un
particular de la península de Msasani, en el sector norte de Dar es-Salam. Se
trataba de una barcaza de madera, de diez metros de eslora, provista de motor
fuera de borda, de las que se usaban en el litoral índico para la pesca.
La
columna motorizada fue atravesando aldeas y poblaciones, desacelerando o
aumentando la velocidad según el estado de la ruta, cruzando zonas selváticas,
desiertos, estepas y pantanos, siempre en dirección oeste, por caminos en mal
estado, levantando nubes de polvo, bajo aquel sol sofocante.
El
primer poblado que cruzaron fue Kibaha, al cual pasaron de largo cuando
amanecía. Lo mismo ocurrió en Mlandizi, Ruvu, Kwalaza y Morogoro, ésta última
una población de cierta importancia, a los pies de los montes Udzungwa, que
atravesaron por la parte norte, dejando a su derecha Mpwapwa.
Al
llegar a Dodoma el Che ordenó hacer un alto para comprar provisiones1. La ciudad, fundada por los alemanes
en 1907, fue en otros tiempos, un importante enclave ferroviario que incrementó
su importancia cuando al finalizar la Primera Guerra Mundial, los británicos la
convirtieron en centro administrativo de la región central. Allí compraron pan,
bebidas y retomaron la marcha, subiendo y bajando pendientes por las regiones
de Singida y Tabora, cruzando aldeas donde los hombres parecían animales2 y tierras en las que apenas se veía
algún nativo luciendo su indumentaria regional. Y mientras lo hacían,
dormitaban, conversaban e incluso merendaban, cuidando muy bien de no dejar
rastros. Por expresa indicación del Che, las latas y los desperdicios debían
ser arrojados en la caja del camión, para deshacerse de ellos una vez en
destino.
Ingresaron
al territorio de Kigoma por la boscosa región de Singati, internándose en uno
de los trechos más aislados del recorrido; recién en Nguruka vieron algo de
movimiento, primer poblado de cierta consideración de aquella provincia, que
atravesaron sin detenerse.
El Che en Dar es-Salam, antes de partir hacia Kigoma
|
Franquearon
el caudaloso río Malagarasi, sobre el endeble puente de madera que se
encontraba donde hoy se yergue el Kikwete y continuaron por áreas de tierra
cada vez más roja, desplazándose con mucha cautela debido al mal estado del
camino y a que comenzaba a caer la noche.
Después
de cruzar varios riachos, se internaron en la selva, que se tornaba más tupida
a medida que se aproximaban al lago y así dejaron atrás Uvinza, Masanza,
Lugufu, Kazuramimba, Kidahwe y Simbo, hasta alcanzar los suburbios de Kigoma.
La
columna se detuvo frente a una casa grande, en las afueras del poblado, donde
los esperaban algunos compañeros, entre ellos, el enviado que el Che había
despachado días atrás, para estudiar la situación y tener todo preparado para
cuando se produjera su arribo.
Los
recién llegados echaron pie a tierra y pasaron al interior, más precisamente al
cobertizo, donde recibieron los nuevos uniformes y les sirvieron la cena.
Estaban realmente agotados, entumecidos por la larga travesía aunque felices de
haber llegado a destino, sentimiento fácilmente perceptible por lo animado de
la conversación.
Una
vez terminado el refrigerio, el dueño de casa, que era el comisionado del
distrito, condujo a la mayoría a un pequeño hotel reservado especialmente,
llevándose consigo a Chamaleso y al militar tanzano.
Al
Che nunca le gustó Kigoma, suerte de Gomorra africana, con sus bares, burdeles,
vicios y prostitutas; sus hombres tenían la misma opinión, especialmente
Ribalta quien, además, miraba con recelo a la dirigencia congoleña, siempre
rodeada de mujeres, jugando y emborrachándose, por lo general fuera del país y
alejada del frente de batalla. Sin embargo, se cuidó de no expresar su opinión,
por no contrariar a su jefe.
A
la mañana siguiente el Che recibió la preocupante noticia de que el motor de la
embarcación presentaba inconvenientes, sin embargo, ansioso como estaba, ordenó
a su gente prepararse para partir y mandó alistar los vehículos.
-¡Tenemos
que irnos, nos vamos en lo que sea! – le dijo a Ribalta3.
Los
hombres treparon al camión y a uno del los jeeps y a bordo de los mismos se
dirigieron a la costa, seguidos por uno de los Mercedes Benz. Allí se
encontraban los encargados de la embarcación, con Roberto Sánchez Bartelemy,
alias “Changa” o “almirante Lawton”, probando el motor y el resto del personal
terminando de ubicar la carga debajo de un cobertor de lona.
Los
combatientes descendieron de los vehículos y fueron a dar una mano a los
hombres que trabajaban en el bote, ayudándolos a cargar las mochilas, las
cajas, el armamento y las municiones. El Che conversaba con Chamaleso, Dreke y
“Kumi”, mientras Ribalta, siguiendo instrucciones, se mantenía a distancia,
lejos del lugar.
Cuando se terminaron de acomodar las cosas, alguien le avisó a Guevara que había llegado el momento
y este, sin perder tiempo, comenzó a impartir directivas.
-Tú
para allá, dos para acá, ustedes tres hacia aquel lado, el resto, con las
armas, para el otro.
Los
hombres se introdujeron en el agua y se desplazaron hacia la embarcación,
llevando sus mochilas y armas en alto, para evitar que se mojaran.
Cuando
los relojes daban las 22.00, “Changa” puso en marcha el motor y después de
levar el ancla, comenzó a alejarse de la costa enfilando hacia el norte, bajo
un cielo encapotado, desprovisto de estrellas.
Según
Dreke, en esos momentos el Che se deshizo de sus lentes, se colocó la boina
negra (sin la característica estrella) y recuperó su tradicional fisonomía. Aún así, Chamaleso no lo reconoció y
continuó en la suya, como si nada.
No
es difícil imaginar a Ribalta junto al comisionado, observando la partida desde
algún punto de la costa, pero a decir verdad, no tenemos la confirmación de que
eso haya sucedido.
La
embarcación se fue alejando lentamente de la playa Amani, deslizándose hacia la
punta de Kibirizi, con las luces de Kigoma perdiéndose a sus espaldas.
El lago Tanganika es realmente inmenso, un mar interior de agua dulce, de 50 metros de ancho por unos 673 de extensión, sobre el que desembocan, entre otros, el Malagarasi, de 475 km., de recorrido; el Ruzizi, de 117; el Kalambo, de 50 y otros menores como el Ifume, el Lufubu y el Lunangwa, que no superan los 40. Fue descubierto por Richard Francis Burton y John Speke en 1858, cuando buscaban las fuentes del Nilo, en tiempos de las grandes expediciones acometidas principalmente por británicos y franceses a lo largo de todo el continente y es vía de comunicación de carias naciones.
Las calles de Kigoma varios años después |
El lago Tanganika es realmente inmenso, un mar interior de agua dulce, de 50 metros de ancho por unos 673 de extensión, sobre el que desembocan, entre otros, el Malagarasi, de 475 km., de recorrido; el Ruzizi, de 117; el Kalambo, de 50 y otros menores como el Ifume, el Lufubu y el Lunangwa, que no superan los 40. Fue descubierto por Richard Francis Burton y John Speke en 1858, cuando buscaban las fuentes del Nilo, en tiempos de las grandes expediciones acometidas principalmente por británicos y franceses a lo largo de todo el continente y es vía de comunicación de carias naciones.
Los
alemanes controlaron la orilla oriental luego de apoderarse de Tanzania y allí
permanecieron hasta el final de la Primera Guerra Mundial, cuando cedieron sus
dominios ultramarinos a Inglaterra y Francia. Durante la gran contienda, se
produjeron dos combates en sus aguas, ambas entre fuerzas germanas y belgas, estas
últimas apoyadas por Francia.
El
Che Guevara nos ofrece una somera descripción de aquel paradisíaco aunque desolado lugar.
El
escenario geográfico en que nos tocó vivir está caracterizado por la gran
depresión que llena el lago Tangañica, de unos 35 mil
kilómetros cuadrados de superficie, una anchura media de 50 kilómetros,
aproximadamente. el territorio del Congo; a cada lado de la depresión hay una
cadena montañosa, una pertenece a Tanzania-Burundi, la otra es del Congo. Esta
última, de una altura media sobre el nivel del mar de unos 1500 metros (el lago
está a 700 m),
se extiende desde las proximidades de Albertville al sur, ocupa todo el
escenario de la lucha y se pierde más allá de Bukavu, al norte, al parecer, en
colinas descendentes sobre las selvas tropicales. La anchura del sistema varía
pero podemos estimar para la zona unos 20 a 30 kilómetros como
promedio; hay dos cadenas más altas, escarpadas y boscosas, una al este y otra
al oeste, encuadrando entre ellas una altiplanicie ondulada, apta para la
agricultura en sus valles y para la cría de reses, ocupación que efectuaban
preferentemente los pastores de las tribus ruandesas, que tradicionalmente se
han dedicado a la cría de ganado vacuno. Al oeste cae a pico la montaña sobre
una planicie de una altura aproximada de 700 metros sobre el
nivel del mar, que pertenece a la cuenca del río Congo. Es del tipo sabana, con
árboles tropicales, yerbazales [sic] y algunos prados naturales que rompen la
continuidad del monte; tampoco es un monte firme el cercano a las montañas,
pero al internarse con rumbo oeste, zona de Kabambare es de características
completamente tropicales, cerrado Las montañas emergen desde el lago y dan una
característica muy accidentada a todo el terreno; hay pequeñas planicies
propicias al desembarco y la estancia de tropas invasoras, pero muy difíciles
de defender si no se toman las elevaciones adyacentes. Las vías de comunicación
terrestre acaban, por el sur, en Kabimba donde estaba una de nuestras
posiciones, por el oeste contornean las montañas mediante la ruta de
Albertville a Lulimba-Fizi y de este último punto sale hacia Bukavu, por
Muenga, un ramal y otro por la costa pasando por Baraka y Uvira para llegar a
aquel punto. Desde Lulimba, el camino penetra en la montaña, escenario
conveniente para la guerra de emboscadas, como lo es también, aunque en menor
medida, la parte que atraviesa la llanura de la cuenca del río Congo.
Las
lluvias son muy frecuentes, diarias en el período de octubre a mayo y casi
nulas en el que media entre junio a septiembre, aunque en este último mes
comienzan las precipitaciones aisladas. En las montañas siempre llueve pero con
poca frecuencia en los meses de seca4.
El
Congo no solamente es el país más extenso de África sino uno de los más ricos
en materias primas. El uranio con el que fueron construidas las bombas que se
arrojaron sobre Hiroshima y Nagasaki provenían de ahí, lo mismo el cobalto,
utilizado para la fabricación de armamento. Los norteamericanos no estaban
dispuestos a perder esa fuente de riquezas y con la retirada de los belgas
hicieron lo imposible por mantener a la selvática nación bajo su poder.
Al
momento de partir, la marea era intensa, de ahí las sacudidas que sufría la
embarcación. Para peor llovía y se sabía que lanchas patrulleras de Tshombe
recorrían las aguas en busca de infiltrados.
Cuando
llevaban un par de horas navegando, el motor se detuvo y el bote quedó a la
deriva, meciéndose al compás de las olas. Sin perder tiempo, la tripulación
procedió a cambiarlo y con la ayuda del Che, puso en marcha su reemplazo,
reiniciando la navegación.
La
dotación navegaba en zafarrancho de combate, esperando toparse con las lanchas
enemigas de un momento a otro, sin embargo, eso no ocurrió.
El
Che se encontraba de pie, en medio de la embarcación, atento a todo lo que
sucedía e impartiendo de tanto en tanto alguna directiva, cuando reparó en
Dreke, que, sentado a babor. Entonces, con mucha precaución, se le acercó para
decirle casi al oido que existía la posibilidad de quedar aislados, sin poder
reunirse con el resto de la división y que era imperioso evitar un encuentro en
el agua porque de suceder, todos perecerían.
La
nave inició el cruce, en medio de la negrura5.
Dos horas después se desató un temporal y “Changa” perdió el rumbo, poniendo a
la misión en grave peligro. Las olas se tornaron inmensas y las sacudidas cada
vez más violentas, generando por momentos un clima de zozobra.
Salvando
las distancias, al Che eso le recordó el
“Granma”. Se encontraba otra vez a bordo de una nave, a punto de iniciar una
revolución, navegando sin rumbo fijo en medio de la noche, bajo una lluvia
feroz y en medio de un “mar” embravecido.
En
determinado momento, la embarcación comenzó a hacer agua y sin perder tiempo,
los hombres se pusieron a achicar, utilizando cubos. Fue cuando el Che se
acercó a “Kumi” y le preguntó si sabía nadar.
-No
– le dijo pálido Zerquera.
-Coño,
mira la forma en que vas a morir – respondió divertido el argentino.
Aún
en esa situación, el comandante guerrillero no perdía su humor e idiosincrasia
rioplatense. Y en cierta manera, esa actitud ayudó al cubano a pasar el mal
trago.
Al
cabo de tres horas, la tormenta comenzó a amainar y la lluvia se tornó mucho
más débil, Aún así, las aguas continuaron agitadas, obligando a los hombres a
mantenerse en constante vigilia, con todos sus sentidos en alerta. Cerca de las
04.00, se observaron varias bengalas en la lejanía. Era la prueba concreta de
que los barcos de Tshombe se hallaban cerca
…no
era con nosotros, sino una maniobra –apuntaría “Kumi” en su diario-. Si
hubieran querido perseguirnos nos hubieran alcanzado, porque ellos tenían
lanchas rápidas6.
Sin
prestarles más atención, siguieron un tramo más hasta que alguien creyó distinguir
delante lo que parecían ser señales luminosas. Entonces Chamaleso dijo que era
su gente en las montañas y mientras lo hacía, señalaba hacia delante, indicando
el lugar de desembarco.
-Es
nuestra gente; nos indican el sitio por donde debemos aproximarnos.
A
las 05.30 comenzó a clarear y con las primeras luces, se recortaron delante las
colosales siluetas de las montañas. Era el gran macizo montañoso de la costa
occidental, con sus laderas cubiertas de vegetación y la bruma flotando sobre
ella.
-Kibamba
–dijo “Tremendo Punto” señalando hacia adelante-, nuestro punto de desembarco.
El
lanchón se dirigió directamente a la costa y a escasos metros de la playa,
lanzó su ancla y detuvo el motor. Se hallaban al sur de un pequeño caserío.
El
primero en saltar al agua fue Dreke, notando casi enseguida que era poco
profunda. “El barquito casi encalló. No existía ningún muelle en la orilla
de Kibamba”7, recordaría años después. Le
siguieron Julián, Chibás y el resto de la tropa, quienes comenzaron a avanzar,
sujetando el equipo por encima de sus cabezas.
Al
Che la escena volvió a recordarle los días del “Granma”, con los hombres
vestidos de verde olivo en el agua aunque, en este caso, apenas superaba sus
rodillas.
Los
cubanos le impidieron a su jefe desembarcar primero; no querían correr ningún
riesgo pues imperaba la incertidumbre y se temía algún tiroteo involuntario.
En
la orilla podían verse algunas personas; una de ellas llamó a Chamaleso y éste
se apresuró a responderle, agitando ambos brazos. Cuando los cubanos se
encontraban en la playa, una tropa luciendo uniformes claros, como los del
ejército chino, emergió cautelosamente de la espesura apuntando con sus rifles;
eran los soldados del Ejército Popular de Liberación, quienes, tal como apunta
el Che en su diario, portaban buen armamento de infantería.
Los
hombres hicieron una guardia de honor y luego su jefe, un oficial alto y
delgado que hablaba francés, se ofreció a escoltarlos hasta el poblado.
Comenzaron
a trepar la loma hasta Kibamba, notando que una selva tupida los rodeaba todo
por doquier. Según el Che, la caminata fue más pesada de lo que imaginaban
debido a la falta de entrenamiento, problema que era necesario subsanar de
inmediato.
Lo
primero que los combatientes distinguieron fue el primer campamento, encima de
un farallón. El oficial al mando condujo a los recién llegados hasta dos
pequeñas chozas de adobe, con techos de paja y allí los dejó para que se
acomodasen. Inmediatamente después, procedieron a desayunar, pero antes, el Che
ordenó establecer una posta y seleccionó a un grupo de hombres para explorar
los alrededores. Debían hacerlo en tres direcciones: norte, oeste y sur (al
este se extendía el lago), hasta una distancia de tres kilómetros a la redonda,
acompañados por varios congoleños, para ir aclimatándose al lugar y establecer
camaradería con los lugareños. Los guiaría “Tremendo Punto” (Chamaleso), quien
se puso al frente de la patrulla y fue abriendo camino mientras hablaba en
swahili con sus connacionales.
Regresaron
menos de dos horas después, informando que la zona estaba despejada y fue
entonces que procedieron a preparar el desayuno, consistente en unas bolas de
yuca cuya masa, empapada en un caldo que podía ser de gallina o carne, era
hervida previamente en agua. Los cubanos abrieron sus raciones y convidaron a
los congoleños, quienes las aceptaron de muy buena gana.
Inmediatamente
después, el Che dispuso establecer nuevas postas y luego mantuvo una primera
reunión con “M’bili” (“Papi”) y Dreke, urgido como estaba de establecer los
lineamientos de la misión.
Los primeros oficiales con los que Guevara tuvo contacto fueron Emmanuel Kosebubaba y Kiwe, miembros del estado mayor de Kabila, el primero, a cargo del armamento y el abastecimiento y el segundo del servicio de información. Los africanos hablaron con mucha soltura, haciendo una relación no demasiado precisa de la situación y dejando entrever las numerosas divisiones existentes en el país.
La majestuosidad del lago Tanganika |
Los primeros oficiales con los que Guevara tuvo contacto fueron Emmanuel Kosebubaba y Kiwe, miembros del estado mayor de Kabila, el primero, a cargo del armamento y el abastecimiento y el segundo del servicio de información. Los africanos hablaron con mucha soltura, haciendo una relación no demasiado precisa de la situación y dejando entrever las numerosas divisiones existentes en el país.
“Tremendo
Punto” apareció después de finalizada la charla, para conducir al Che ante el
coronel Bidalila, comandante de la Primera Brigada en el sector de Uvira, quien
en esos momentos se encontraba acompañado por el teniente coronel Lambert
-segundo del mayor Moulane-, comandante de la Segunda Brigada y el oficial André
Ngoja, para el que se estaba organizando una tercera unidad, que sería
destinada a la región de Kabambale.
La
reunión con esos jefes se desarrolló en un clima cordial pero de extrema
cautela. De movida, el comandante cubano notó que había cierta tensión con
respecto a “Tremendo Punto”, porque, al parecer, se recelaba mucho de él. Pero
eso no fue lo peor pues a medida que avanzaba la conversación, fue tomando
contacto con una tremenda realidad: la dawa.
Fue
el teniente coronel Lambert quien le explicó en que consistía. Se trataba de
una poción mágica aplicada por el médico-brujo, que tornaba invulnerable a los
soldados siempre y cuando no tocaran objetos ajenos, entraran en pánico o
tuvieran contacto con mujeres.
En
un primer momento el Che pensó que se trataba de una broma pero a medida que el
congoleño hablaba, comprendió que la cosa era en serio. Tal como le acababan de
explicar, los nativos estaban convencidos que la dawa los hacía invulnerables a
las balas y las explosiones; incluso Lambert aseguró que en más de una
oportunidad, los proyectiles habían caído sin fuerza al suelo, luego de
alcanzarlo.
Esta
'dawa' hizo bastante daño para la preparación militar. El principio es el
siguiente: un líquido donde están disueltos jugos de yerbas y otras materias
mágicas se echa sobre el combatiente al que se le hacen algunos signos
cabalísticos y, casi siempre, una mancha de carbón en la frente; está ahora
protegido contra toda clase de armas del enemigo (aunque esto también depende
del poder del brujo), pero no puede tocar ningún objeto que no le pertenezca,
mujer, ni tampoco sentir miedo, so pena de perder la protección. La solución a
cualquier falla es sencilla. Hombre muerto, hombre con miedo, hombre que robó,
o se acostó con alguna mujer, hombre herido, hombre con miedo. Como el miedo
acompaña a las acciones de la guerra, los combatientes encontraban muy natural
el achacarle la herida al temor, es decir, a la falta de fe. Y los muertos no
hablan; se les puede cargar con las tres faltas.
La
creencia es tan fuerte que nadie va al combate sin hacerse la 'dawa'. Siempre
temí que esta superstición se volviera contra nosotros y que nos echaran la
culpa del fracaso de algún combate en que hubiera muchos muertos, y busqué
varias veces la conversación con distintos responsables para tratar de ir
haciendo una labor de convencimiento contra ella. Fue imposible; es reconocida
como un artículo de fe. Los más evolucionados políticamente dicen que es una
forma natural, material, y que, como materialistas dialécticos, reconocen el
poder de la 'dawa' cuyos secretos dominan los brujos de la selva8.
El
Che chocó, de esa manera, con la dura realidad: el primitivismo de aquel pueblo
supersticioso y su caótica falta de organización. Por eso, finalizada la
reunión, se llevño a “Tremendo Punto” a un lado y le reveló su identidad.
-Yo
soy el Che – le dijo.
Al
africano se le abrieron los ojos como platos. Su reacción fe en extremo agitada
y enseguida comenzó a balbucear incongruencias.
-¡Escándalo
internacional! ¡Que nadie se entere, por favor! ¡Que nadie se entere!
Poco
después, le contó a “Ilanga” (Freddy Ilunga), el traductor oficial del Che,
quien era aquel blanco seco y cortante al que todo el mundo parecía obedecer.
-¡…es
el Che! – le dijo agitado.
Ilanga
se lo quedó mirando con cara de “nada”.
-¿Oíste
lo que te dije? –volvió a insistir Chamaleso– Deberás guardar silencio o
terminarás fusilado.
“¿Quién
mierda será ese Che para que me amenacen con fusilarme”, se dijo así mismo el desprevenido
congoleño, mientras su interlocutor le hablaba. Ignoraba que pocos años
después, se radicaría en Cuba como médico y se convertiría en un incondicional
de aquel hombre y su revolución.
Esa
misma noche, “Tremendo Punto” partió de regreso a Dar es-Salam, acompañado por
algunos cubanos, para hacerle saber a Kabila que el Che Guevara se encontraba
en persona en el campo de batalla.
Al
día siguiente, el Che solicitó autorización para pasar al campamento-base de
Luluabourg, situado a 5
kilómetros sobre Kibamba, pero como el comandante del
área se había ausentado a Kigoma, debió permanecer en el lugar. En vista de
ello, propuso un plan de tareas consistente en impartir nociones de infantería
para grupos de veinte efectivos, con instrucción sobre el manejo de las armas,
comunicaciones, exploración e ingeniería. La idea era iniciar los ejercicios de
entrenamiento y luego despachar un primer grupo al mando de “M’bili” (“Papi”),
para seguir reconociendo el área. Una vez que ese grupo estuviese de regreso,
se despacharía a una segunda sección, siempre de veinte efectivos y así
sucesivamente, hasta completar los cien integrantes del regimiento. De todos
esos hombres, se haría una selección para escoger a los oficiales y asignarles
las primeras tareas, pero los jefes congoleños no se mostraron dispuestos y
para dilatar el asunto, le pidieron que presentase el plan por escrito.
El
Che se retiró a elaborar el informe y al cabo de un par de horas, se lo entregó
a los representantes del Estado Mayor. Esperó durante días una respuesta,
pero no supo nada más de él.
En
las jornadas siguientes, volvió a insistir con partir de inmediato hacia el
campamento asignado a los cubanos sobre la cima de la gran montaña pero como el
comandante local aún no había regresado de sus “asuntos”, le pidieron que
esperase.
Y
así comenzaron a pasar los días y a dilatarse el asunto, con el Che insistiendo
en escalar las elevaciones hasta la base e iniciar la campaña y los congoleños
poniendo excusas para retenerlo allí.
Fue
en cierta oportunidad que harto de esperar, le ordenó a Dreke (“Moja”), que
tomase un grupo de hombres y subiese, so pretexto de efectuar entrenamiento en
marchas prolongadas.
El
combatiente cubano partió al frente de su sección y recién entrada la noche
estuvo de regreso, con su gente extenuada, empapada por las lluvias y sumamente
entumecida.
Dreke
explicó que el campamento-base se encontraba en un lugar extremadamente húmedo,
con bruma permanente y lluvias regulares. Dijo también que los lugareños les
estaban construyendo una choza, trabajo que al parecer, llevaría varios días y
que no tenía otra novedad.
En
vista de ello, el Che volvió a insistir con el alto mando congoleño,
argumentando que su gente podía colaborar en la edificación de la choza, pero
los oficiales siguieron en la misma y le sugirieron que permaneciese allí.
Guevara
comprendió que debía poner a su gente a trabajar porque de seguir en esas
condiciones, terminaría por cundir el desánimo y la misión iba a colapsar.
Teníamos
que hacer algo para evitar un ocio absoluto. Se inició el estudio del francés,
del swahili y también clases de cultura general, ya que nuestra tropa estaba
bastante necesitada de ella. Dado su carácter y los profesores, las clases no
podían agregar mucho al acervo cultural de los compañeros, pero consumían
tiempo y esa era una función importante. Todavía nuestra moral se mantenía alta
pero ya comenzaban las murmuraciones entre los compañeros [cubanos] que
veían pasar los días infructuosamente, se cernía sobre nosotros el fantasma de
la fiebre que de una u otra forma nos atacó a casi todos. Ya fuera paludismo o
alguna otra forma de fiebre tropical. Cedía con antipalúdicos, pero dejaba una
secuela de desgano general, falta de apetito, debilidad, que contribuían a
desarrollar el incipiente pesimismo de la tropa9.
Mientras
tanto, mantenía arduas conversaciones con Kiwe, acerca de la situación.
Los
rebeldes simba, milicia de extracción maoístas-lumumbistas que en su momento
habían llegado a controlar cerca de un tercio del territorio congoleño, apenas
dominaban dos pequeños sectores en el centro del país, quedando el resto en
poder de Tshombe, salvo el sector costero del lago Tanganika dominado por la
gente de Kabila.
La
charla con Kiwe dejó al descubierto las rivalidades y recelos que dominaban el
movimiento. Para él, el general Olenga, el mismo que había incursionado por
Stanleyville y el sur de Sudán, no era nada, apenas un simple soldado que se
auto ascendía cuando tomaba una aldea o cualquier población. Según su opinión,
el hombre más capacitado para dirigir las acciones era Pascasa, el
representante de Mulele, no así el presidente de la República del Congo en el
exilio, Christophe Gbenyé10,
un inepto más parecido a un jefe de gavilla que a un dirigente revolucionario.
Y en cuanto a Gizenga, solo era un oportunista que no quería pelear sino
arreglar los asuntos en los foros, por medio de la política.
En
todo eso, algo de razón tenía Kiwe porque ninguno de esos dirigentes estaba en
el frente, sino en ciudades del extranjero (Dar es-Salam, El Cairo, Kigoma),
perdiendo tiempo y gastando energías en cabildeos y burdeles.
Los
mensajeros cruzaban constantemente el lago, llevando y trayendo correos más
fantasiosos que reales y muchos oficiales solicitaban pases para trasladarse a
Kigoma.
El
Che decidió ocupar su tiempo ejerciendo la medicina y para ello se trasladó con
“Kumi” al dispensario de Kibamba, donde pudo corroborar el elevado número de
enfermos de sífilis, intoxicados por el alcohol y otros males que provocaba el
relajamiento.
Por
entonces, Radio Bemba había dado la noticia de que operaban médicos en la zona
y eso era un tanto inquietante porque coincidía con la llegada de un cargamento
de medicamentos soviéticos. Evidentemente, las fuerzas de Tshombe manejaban
información y alguien se la proveía desde el bando rebelde.
La
desorganización era realmente atroz y seguía preocupado al Che, quien veía
decenas de cajas y embalajes repletos de armas, municiones, provisiones y
remedios, apilados peligrosamente en la playa, sin que nadie se ocupase de
clasificarlas y distribuirlas. En numerosas oportunidades solicitó autorización
para trabajar en ello con los cubanos, pero nunca se la dieron.
Mientras
tanto, llegaban constantemente órdenes y contraórdenes. Al parecer, en Kigoma
aguardaba un grupo de combatientes caribeños listo para efectuar el cruce;
Mitudidi estaba a punto de llegar y Kabila viajaba hacia el lago, versiones
todas que luego eran desmentidas.
El
segundo contingente cubano recién llegó el 8 de mayo. Se trataba del grupo
encabezado por Arcadio Benito Hernández Betancourt (“Dogna”) y Suleimán
(“Kahana”), a quienes Raúl Castro en persona había despedido en Rancho Boyeros,
el 30 de abril.
La
sección había volado hacia Moscú sin efectuar escalas; desde ese punto siguió
hasta Praga y de ahí a África, previo paso por París. Allí aguardaron en vano
al grupo de recepción y como este no apareció, volaron a Nairobi, paso previo a
Dar es-Salam, donde aguardaba Ribalta, para conducirlos hasta la finca, en las
afueras de la ciudad. Permanecieron en ese punto hasta el 7 de mayo y a las
08.25 de ese día, partieron hacia el lago.
Llegaron
a Kigoma a las 03.30 del día siguiente, iniciando el cruce casi de inmediato, a
bordo de un lanchón.
Se trataba de dieciocho efectivos al mando de Santiago Terry (“Aly”) y Leonard Mitoudidi, cuya misión, era guiar al grupo y regresar a Kigoma, para recoger un cargamento de armas que acababa de llegar de la Unión Soviética. Con ellos venían el haitiano Octavio de la Concepción y algunos médicos más, quienes causarían una excelente impresión al Che.
Adoctrinamiento en plena selva |
Se trataba de dieciocho efectivos al mando de Santiago Terry (“Aly”) y Leonard Mitoudidi, cuya misión, era guiar al grupo y regresar a Kigoma, para recoger un cargamento de armas que acababa de llegar de la Unión Soviética. Con ellos venían el haitiano Octavio de la Concepción y algunos médicos más, quienes causarían una excelente impresión al Che.
Ni
bien echó pie a tierra, la tropa comenzó a subir la pendiente a través del
camino angosto, cargando sus armas y vituallas en fila india y parando cada
quince minutos para descansar.
“Partimos
como a las diez de la mañana, hasta que a las dos de la tarde llegamos al
firme: habíamos caminado unas cuatro horas, por un camino malo y con peso
encima”, recordaría
Dogna11.
Al
llegar a la base, dejaron sus mochilas y se reunieron con sus compatriotas,
creídos de que iba a ser Ameijeiras quien los recibiría. Cuando vieron que se
trataba del Che, no lo podían creer y entonces, recordaron las palabras de
Fidel cuando antes de partir, les dijo que una vez en destino, se encontrarían
con un hombre de su máxima confianza y les iba a dar gran estímulo verlo.
Y
así fue, sobre todo porque creían que Guevara se hallaba combatiendo en la
Argentina.
Inmediatamente
después, el Che y Mitoudidi mantuvieron una reunión a solas. El dirigente
africano le transmitió las indicaciones de Kabila, en el sentido de que
mantuviera en reserva su identidad y luego analizó con él la situación de la
guerrilla. El comandante cubano supo, de esa manera, que Mulele estaba cercado
en el centro del país, más precisamente en la región de Kwilo, donde se había aislado
del resto de la guerrilla al quedar sin un punto de apoyo fronterizo, un error
táctico producto del apresuramiento. Él mismo se había colocado la soga al
cuello al mantenerse alejado de las fronteras, privándose del imprescindible
sostén del exterior, cortando la cadena de suministros y el contacto con
potenciales aliados.
Si
el Che pensó que la llegada del nuevo contingente iba a acelerar la campaña, se
equivocó completamente. Los días siguieron pasando y la inacción fue una
constante, de ahí sus pedidos de efectuar nuevas patrullas, a efectos de
reconocer el terreno y tener ocupada a la tropa.
Finalmente,
el 9 de mayo le comunicó a Mitoudidi que subiría el Luluabourg, donde se
encontraba el campamento-base y aquel no tuvo más remedio que aceptar.
Notas
1 En 1974 pasó a ser la capital del país.
2 Paco Ignacio Taibo I, Froilán Escobar, Félix
Guerra, op. Cit., p. 43.
3 Ídem, p. 45.
4 Ídem, p. 48-49.
5 Cuatro naciones tienen jurisdicción sobre el
lago, Tanzania, Burundi, el Congo y Zambia (la antigua Rodhesia), esta última
por el sur.
6 Paco Ignacio Taibo I, Froilán Escobar, Félix
Guerra, op. Cit., p. 46.
7 Ídem, p. 47.
8 Ernesto Che Guevara, Pasajes de la Guerra Revolucionaria: Congo. El diario inédito del Che,
Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1999, p. 44-45.
9 Ídem, p. 49-50.
10 Residía en Dar es-Salam.
11 Paco Ignacio Taibo I, Froilán Escobar, Félix
Guerra, op. Cit., p. 59.
Publicado 31st August 2014 por Alberto N. Manfredi (h)