lunes, 26 de agosto de 2019

EN EL CORAZÓN DEL ÁFRICA NEGRA

La tarde del 23 de abril de 1965, una hilera de vehículos se desplazaba por la carretera central de Tanzania, en dirección al lago Tanganika, distante a 1300 kilómetros al oeste de Dar es-Salam. 
A ambos lados, la sabana africana se extendía hacia el horizonte, bajo un cielo despejado y un sol abrasador. El aire era sofocante, la vegetación abundante y de tanto en tanto, se podían observar manadas de elefantes, gacelas, cebras y ñus, pastando en grupos numerosos, atentos al cualquier movimiento.
Un Land Rover color verde avanzaba delante, seguido por tres berlinas Mercedes Benz (dos negras y la otra blanca), dos jeeps y un camión Zil 131 de origen ruso, con la caja cubierta por una lona. Se trataba del primer contingente cubano, dirigido por el Che Guevara en persona, cuya meta era la localidad de Kigoma, sobre la orilla oriental del mencionado lago, en el otro extremo del país.
Habían salido de la capital esa misma mañana, antes de que despuntara el sol, e intentaban llegar por la noche, procurando llamar lo menos posible la atención.

Integraban la reducida división catorce efectivos cubanos –doce de ellos negros- y dos tanzanos, Chamaleso, a quien Guevara había bautizado “Tremendo Punto” y un militar designado por su gobierno para intermediar en caso de ser detenidos por fuerzas locales, en algún poblado o retén caminero.
La sección viajaba con sus uniformes verde olivo, provista de fusiles FAL y ametralladoras UZI, adquiridas en el mercado negro. Dentro del camión llevaban un bote-lancha de 10 metros de eslora, cajas con más armas y municiones, destinados a aquellos que irían llegando posteriormente, todo un arsenal provisto por la embajada con la ayuda del gobierno local.
Tenían todos instrucciones precisas: llevar las armas con el seguro puesto, no hablar con nadie, no fumar, respetar a los nativos bajo pena de consejo de guerra, en especial a las mujeres; no esperar ningún tipo de privilegio y cumplir las órdenes estrictamente.
El Che viajaba con “Kumi” (Rafael Zerquera Palacios) en el primer Mercedes Benz, acompañados ambos por Vernier y “Tremendo Punto”, quienes se alternaban en el volante. Quedaban en la capital cuatro efectivos cubanos, al mando de Ulises Estrada y Rafael Padilla, con órdenes expresas de esperar al resto de los combatientes y enviarlos por tandas hacia Kigoma. Habían sido días de gran actividad para el grupo guerrillero, incluyendo la compra de los vehículos a través de la embajada y la adquisición del lanchón a un particular de la península de Msasani, en el sector norte de Dar es-Salam. Se trataba de una barcaza de madera, de diez metros de eslora, provista de motor fuera de borda, de las que se usaban en el litoral índico para la pesca.
La columna motorizada fue atravesando aldeas y poblaciones, desacelerando o aumentando la velocidad según el estado de la ruta, cruzando zonas selváticas, desiertos, estepas y pantanos, siempre en dirección oeste, por caminos en mal estado, levantando nubes de polvo, bajo aquel sol sofocante.
El primer poblado que cruzaron fue Kibaha, al cual pasaron de largo cuando amanecía. Lo mismo ocurrió en Mlandizi, Ruvu, Kwalaza y Morogoro, ésta última una población de cierta importancia, a los pies de los montes Udzungwa, que atravesaron por la parte norte, dejando a su derecha Mpwapwa.
Al llegar a Dodoma el Che ordenó hacer un alto para comprar provisiones1. La ciudad, fundada por los alemanes en 1907, fue en otros tiempos, un importante enclave ferroviario que incrementó su importancia cuando al finalizar la Primera Guerra Mundial, los británicos la convirtieron en centro administrativo de la región central. Allí compraron pan, bebidas y retomaron la marcha, subiendo y bajando pendientes por las regiones de Singida y Tabora, cruzando aldeas donde los hombres parecían animales2 y tierras en las que apenas se veía algún nativo luciendo su indumentaria regional. Y mientras lo hacían, dormitaban, conversaban e incluso merendaban, cuidando muy bien de no dejar rastros. Por expresa indicación del Che, las latas y los desperdicios debían ser arrojados en la caja del camión, para deshacerse de ellos una vez en destino.
El Che en Dar es-Salam, antes de partir hacia Kigoma

Ingresaron al territorio de Kigoma por la boscosa región de Singati, internándose en uno de los trechos más aislados del recorrido; recién en Nguruka vieron algo de movimiento, primer poblado de cierta consideración de aquella provincia, que atravesaron sin detenerse.
Franquearon el caudaloso río Malagarasi, sobre el endeble puente de madera que se encontraba donde hoy se yergue el Kikwete y continuaron por áreas de tierra cada vez más roja, desplazándose con mucha cautela debido al mal estado del camino y a que comenzaba a caer la noche.
Después de cruzar varios riachos, se internaron en la selva, que se tornaba más tupida a medida que se aproximaban al lago y así dejaron atrás Uvinza, Masanza, Lugufu, Kazuramimba, Kidahwe y Simbo, hasta alcanzar los suburbios de Kigoma.
La columna se detuvo frente a una casa grande, en las afueras del poblado, donde los esperaban algunos compañeros, entre ellos, el enviado que el Che había despachado días atrás, para estudiar la situación y tener todo preparado para cuando se produjera su arribo.
Los recién llegados echaron pie a tierra y pasaron al interior, más precisamente al cobertizo, donde recibieron los nuevos uniformes y les sirvieron la cena. Estaban realmente agotados, entumecidos por la larga travesía aunque felices de haber llegado a destino, sentimiento fácilmente perceptible por lo animado de la conversación.
Una vez terminado el refrigerio, el dueño de casa, que era el comisionado del distrito, condujo a la mayoría a un pequeño hotel reservado especialmente, llevándose consigo a Chamaleso y al militar tanzano.
Al Che nunca le gustó Kigoma, suerte de Gomorra africana, con sus bares, burdeles, vicios y prostitutas; sus hombres tenían la misma opinión, especialmente Ribalta quien, además, miraba con recelo a la dirigencia congoleña, siempre rodeada de mujeres, jugando y emborrachándose, por lo general fuera del país y alejada del frente de batalla. Sin embargo, se cuidó de no expresar su opinión, por no contrariar a su jefe.
A la mañana siguiente el Che recibió la preocupante noticia de que el motor de la embarcación presentaba inconvenientes, sin embargo, ansioso como estaba, ordenó a su gente prepararse para partir y mandó alistar los vehículos.

-¡Tenemos que irnos, nos vamos en lo que sea! – le dijo a Ribalta3.

Los hombres treparon al camión y a uno del los jeeps y a bordo de los mismos se dirigieron a la costa, seguidos por uno de los Mercedes Benz. Allí se encontraban los encargados de la embarcación, con Roberto Sánchez Bartelemy, alias “Changa” o “almirante Lawton”, probando el motor y el resto del personal terminando de ubicar la carga debajo de un cobertor de lona.
Los combatientes descendieron de los vehículos y fueron a dar una mano a los hombres que trabajaban en el bote, ayudándolos a cargar las mochilas, las cajas, el armamento y las municiones. El Che conversaba con Chamaleso, Dreke y “Kumi”, mientras Ribalta, siguiendo instrucciones, se mantenía a distancia, lejos del lugar.
Cuando se terminaron de acomodar las cosas, alguien le avisó a Guevara que había llegado el momento y este, sin perder tiempo, comenzó a impartir directivas.

-Tú para allá, dos para acá, ustedes tres hacia aquel lado, el resto, con las armas, para el otro.

Los hombres se introdujeron en el agua y se desplazaron hacia la embarcación, llevando sus mochilas y armas en alto, para evitar que se mojaran.
Cuando los relojes daban las 22.00, “Changa” puso en marcha el motor y después de levar el ancla, comenzó a alejarse de la costa enfilando hacia el norte, bajo un cielo encapotado, desprovisto de estrellas.
Según Dreke, en esos momentos el Che se deshizo de sus lentes, se colocó la boina negra (sin la característica estrella) y recuperó su tradicional fisonomía. Aún así, Chamaleso no lo reconoció y continuó en la suya, como si nada.
No es difícil imaginar a Ribalta junto al comisionado, observando la partida desde algún punto de la costa, pero a decir verdad, no tenemos la confirmación de que eso haya sucedido.
La embarcación se fue alejando lentamente de la playa Amani, deslizándose hacia la punta de Kibirizi, con las luces de Kigoma perdiéndose a sus espaldas.
Las calles de Kigoma varios años después

El lago Tanganika es realmente inmenso, un mar interior de agua dulce, de 50 metros de ancho por unos 673 de extensión, sobre el que desembocan, entre otros, el Malagarasi, de 475 km., de recorrido; el Ruzizi, de 117; el Kalambo, de 50 y otros menores como el Ifume, el Lufubu y el Lunangwa, que no superan los 40. Fue descubierto por Richard Francis Burton y John Speke en 1858, cuando buscaban las fuentes del Nilo, en tiempos de las grandes expediciones acometidas principalmente por británicos y franceses a lo largo de todo el continente y es vía de comunicación de carias naciones.
Los alemanes controlaron la orilla oriental luego de apoderarse de Tanzania y allí permanecieron hasta el final de la Primera Guerra Mundial, cuando cedieron sus dominios ultramarinos a Inglaterra y Francia. Durante la gran contienda, se produjeron dos combates en sus aguas, ambas entre fuerzas germanas y belgas, estas últimas apoyadas por Francia.
El Che Guevara nos ofrece una somera descripción de aquel paradisíaco aunque desolado lugar.

El escenario geográfico en que nos tocó vivir está caracterizado por la gran depresión que llena el lago Tangañica, de unos 35 mil kilómetros cuadrados de superficie, una anchura media de 50 kilómetros, aproximadamente. el territorio del Congo; a cada lado de la depresión hay una cadena montañosa, una pertenece a Tanzania-Burundi, la otra es del Congo. Esta última, de una altura media sobre el nivel del mar de unos 1500 metros (el lago está a 700 m), se extiende desde las proximidades de Albertville al sur, ocupa todo el escenario de la lucha y se pierde más allá de Bukavu, al norte, al parecer, en colinas descendentes sobre las selvas tropicales. La anchura del sistema varía pero podemos estimar para la zona unos 20 a 30 kilómetros como promedio; hay dos cadenas más altas, escarpadas y boscosas, una al este y otra al oeste, encuadrando entre ellas una altiplanicie ondulada, apta para la agricultura en sus valles y para la cría de reses, ocupación que efectuaban preferentemente los pastores de las tribus ruandesas, que tradicionalmente se han dedicado a la cría de ganado vacuno. Al oeste cae a pico la montaña sobre una planicie de una altura aproximada de 700 metros sobre el nivel del mar, que pertenece a la cuenca del río Congo. Es del tipo sabana, con árboles tropicales, yerbazales [sic] y algunos prados naturales que rompen la continuidad del monte; tampoco es un monte firme el cercano a las montañas, pero al internarse con rumbo oeste, zona de Kabambare es de características completamente tropicales, cerrado Las montañas emergen desde el lago y dan una característica muy accidentada a todo el terreno; hay pequeñas planicies propicias al desembarco y la estancia de tropas invasoras, pero muy difíciles de defender si no se toman las elevaciones adyacentes. Las vías de comunicación terrestre acaban, por el sur, en Kabimba donde estaba una de nuestras posiciones, por el oeste contornean las montañas mediante la ruta de Albertville a Lulimba-Fizi y de este último punto sale hacia Bukavu, por Muenga, un ramal y otro por la costa pasando por Baraka y Uvira para llegar a aquel punto. Desde Lulimba, el camino penetra en la montaña, escenario conveniente para la guerra de emboscadas, como lo es también, aunque en menor medida, la parte que atraviesa la llanura de la cuenca del río Congo.
Las lluvias son muy frecuentes, diarias en el período de octubre a mayo y casi nulas en el que media entre junio a septiembre, aunque en este último mes comienzan las precipitaciones aisladas. En las montañas siempre llueve pero con poca frecuencia en los meses de seca4.

El Congo no solamente es el país más extenso de África sino uno de los más ricos en materias primas. El uranio con el que fueron construidas las bombas que se arrojaron sobre Hiroshima y Nagasaki provenían de ahí, lo mismo el cobalto, utilizado para la fabricación de armamento. Los norteamericanos no estaban dispuestos a perder esa fuente de riquezas y con la retirada de los belgas hicieron lo imposible por mantener a la selvática nación bajo su poder.


Al momento de partir, la marea era intensa, de ahí las sacudidas que sufría la embarcación. Para peor llovía y se sabía que lanchas patrulleras de Tshombe recorrían las aguas en busca de infiltrados.
Cuando llevaban un par de horas navegando, el motor se detuvo y el bote quedó a la deriva, meciéndose al compás de las olas. Sin perder tiempo, la tripulación procedió a cambiarlo y con la ayuda del Che, puso en marcha su reemplazo, reiniciando la navegación.
La dotación navegaba en zafarrancho de combate, esperando toparse con las lanchas enemigas de un momento a otro, sin embargo, eso no ocurrió.
El Che se encontraba de pie, en medio de la embarcación, atento a todo lo que sucedía e impartiendo de tanto en tanto alguna directiva, cuando reparó en Dreke, que, sentado a babor. Entonces, con mucha precaución, se le acercó para decirle casi al oido que existía la posibilidad de quedar aislados, sin poder reunirse con el resto de la división y que era imperioso evitar un encuentro en el agua porque de suceder, todos perecerían.
La nave inició el cruce, en medio de la negrura5. Dos horas después se desató un temporal y “Changa” perdió el rumbo, poniendo a la misión en grave peligro. Las olas se tornaron inmensas y las sacudidas cada vez más violentas, generando por momentos un clima de zozobra.
Salvando las distancias, al Che eso le recordó  el “Granma”. Se encontraba otra vez a bordo de una nave, a punto de iniciar una revolución, navegando sin rumbo fijo en medio de la noche, bajo una lluvia feroz y en medio de un “mar” embravecido.
En determinado momento, la embarcación comenzó a hacer agua y sin perder tiempo, los hombres se pusieron a achicar, utilizando cubos. Fue cuando el Che se acercó a “Kumi” y le preguntó si sabía nadar.

-No – le dijo pálido Zerquera.

-Coño, mira la forma en que vas a morir – respondió divertido el argentino.

Aún en esa situación, el comandante guerrillero no perdía su humor e idiosincrasia rioplatense. Y en cierta manera, esa actitud ayudó al cubano a pasar el mal trago.
Al cabo de tres horas, la tormenta comenzó a amainar y la lluvia se tornó mucho más débil, Aún así, las aguas continuaron agitadas, obligando a los hombres a mantenerse en constante vigilia, con todos sus sentidos en alerta. Cerca de las 04.00, se observaron varias bengalas en la lejanía. Era la prueba concreta de que los barcos de Tshombe se hallaban cerca

…no era con nosotros, sino una maniobra –apuntaría “Kumi” en su diario-. Si hubieran querido perseguirnos nos hubieran alcanzado, porque ellos tenían lanchas rápidas6.

Sin prestarles más atención, siguieron un tramo más hasta que alguien creyó distinguir delante lo que parecían ser señales luminosas. Entonces Chamaleso dijo que era su gente en las montañas y mientras lo hacía, señalaba hacia delante, indicando el lugar de desembarco.

-Es nuestra gente; nos indican el sitio por donde debemos aproximarnos.

A las 05.30 comenzó a clarear y con las primeras luces, se recortaron delante las colosales siluetas de las montañas. Era el gran macizo montañoso de la costa occidental, con sus laderas cubiertas de vegetación y la bruma flotando sobre ella.

-Kibamba –dijo “Tremendo Punto” señalando hacia adelante-, nuestro punto de desembarco.

El lanchón se dirigió directamente a la costa y a escasos metros de la playa, lanzó su ancla y detuvo el motor. Se hallaban al sur de un pequeño caserío.
El primero en saltar al agua fue Dreke, notando casi enseguida que era poco profunda. “El barquito casi encalló. No existía ningún muelle en la orilla de Kibamba”7, recordaría años después. Le siguieron Julián, Chibás y el resto de la tropa, quienes comenzaron a avanzar, sujetando el equipo  por encima de sus cabezas.
Al Che la escena volvió a recordarle los días del “Granma”, con los hombres vestidos de verde olivo en el agua aunque, en este caso, apenas superaba sus rodillas.
Los cubanos le impidieron a su jefe desembarcar primero; no querían correr ningún riesgo pues imperaba la incertidumbre y se temía algún tiroteo involuntario.
En la orilla podían verse algunas personas; una de ellas llamó a Chamaleso y éste se apresuró a responderle, agitando ambos brazos. Cuando los cubanos se encontraban en la playa, una tropa luciendo uniformes claros, como los del ejército chino, emergió cautelosamente de la espesura apuntando con sus rifles; eran los soldados del Ejército Popular de Liberación, quienes, tal como apunta el Che en su diario, portaban buen armamento de infantería.
Los hombres hicieron una guardia de honor y luego su jefe, un oficial alto y delgado que hablaba francés, se ofreció a escoltarlos hasta el poblado.
Comenzaron a trepar la loma hasta Kibamba, notando que una selva tupida los rodeaba todo por doquier. Según el Che, la caminata fue más pesada de lo que imaginaban debido a la falta de entrenamiento, problema que era necesario subsanar de inmediato.
Lo primero que los combatientes distinguieron fue el primer campamento, encima de un farallón. El oficial al mando condujo a los recién llegados hasta dos pequeñas chozas de adobe, con techos de paja y allí los dejó para que se acomodasen. Inmediatamente después, procedieron a desayunar, pero antes, el Che ordenó establecer una posta y seleccionó a un grupo de hombres para explorar los alrededores. Debían hacerlo en tres direcciones: norte, oeste y sur (al este se extendía el lago), hasta una distancia de tres kilómetros a la redonda, acompañados por varios congoleños, para ir aclimatándose al lugar y establecer camaradería con los lugareños. Los guiaría “Tremendo Punto” (Chamaleso), quien se puso al frente de la patrulla y fue abriendo camino mientras hablaba en swahili con sus connacionales.
Regresaron menos de dos horas después, informando que la zona estaba despejada y fue entonces que procedieron a preparar el desayuno, consistente en unas bolas de yuca cuya masa, empapada en un caldo que podía ser de gallina o carne, era hervida previamente en agua. Los cubanos abrieron sus raciones y convidaron a los congoleños, quienes las aceptaron de muy buena gana.
Inmediatamente después, el Che dispuso establecer nuevas postas y luego mantuvo una primera reunión con “M’bili” (“Papi”) y Dreke, urgido como estaba de establecer los lineamientos de la misión.
La majestuosidad del lago Tanganika

Los primeros oficiales con los que Guevara tuvo contacto fueron Emmanuel Kosebubaba y Kiwe, miembros del estado mayor de Kabila, el primero, a cargo del armamento y el abastecimiento y el segundo del servicio de información. Los africanos hablaron con mucha soltura, haciendo una relación no demasiado precisa de la situación y dejando entrever las numerosas divisiones existentes en el país.
“Tremendo Punto” apareció después de finalizada la charla, para conducir al Che ante el coronel Bidalila, comandante de la Primera Brigada en el sector de Uvira, quien en esos momentos se encontraba acompañado por el teniente coronel Lambert -segundo del mayor Moulane-, comandante de la Segunda Brigada y el oficial André Ngoja, para el que se estaba organizando una tercera unidad, que sería destinada a la región de Kabambale.
La reunión con esos jefes se desarrolló en un clima cordial pero de extrema cautela. De movida, el comandante cubano notó que había cierta tensión con respecto a “Tremendo Punto”, porque, al parecer, se recelaba mucho de él. Pero eso no fue lo peor pues a medida que avanzaba la conversación, fue tomando contacto con una tremenda realidad: la dawa.
Fue el teniente coronel Lambert quien le explicó en que consistía. Se trataba de una poción mágica aplicada por el médico-brujo, que tornaba invulnerable a los soldados siempre y cuando no tocaran objetos ajenos, entraran en pánico o tuvieran contacto con mujeres.
En un primer momento el Che pensó que se trataba de una broma pero a medida que el congoleño hablaba, comprendió que la cosa era en serio. Tal como le acababan de explicar, los nativos estaban convencidos que la dawa los hacía invulnerables a las balas y las explosiones; incluso Lambert aseguró que en más de una oportunidad, los proyectiles habían caído sin fuerza al suelo, luego de alcanzarlo.

Esta 'dawa' hizo bastante daño para la preparación militar. El principio es el siguiente: un líquido donde están disueltos jugos de yerbas y otras materias mágicas se echa sobre el combatiente al que se le hacen algunos signos cabalísticos y, casi siempre, una mancha de carbón en la frente; está ahora protegido contra toda clase de armas del enemigo (aunque esto también depende del poder del brujo), pero no puede tocar ningún objeto que no le pertenezca, mujer, ni tampoco sentir miedo, so pena de perder la protección. La solución a cualquier falla es sencilla. Hombre muerto, hombre con miedo, hombre que robó, o se acostó con alguna mujer, hombre herido, hombre con miedo. Como el miedo acompaña a las acciones de la guerra, los combatientes encontraban muy natural el achacarle la herida al temor, es decir, a la falta de fe. Y los muertos no hablan; se les puede cargar con las tres faltas.
La creencia es tan fuerte que nadie va al combate sin hacerse la 'dawa'. Siempre temí que esta superstición se volviera contra nosotros y que nos echaran la culpa del fracaso de algún combate en que hubiera muchos muertos, y busqué varias veces la conversación con distintos responsables para tratar de ir haciendo una labor de convencimiento contra ella. Fue imposible; es reconocida como un artículo de fe. Los más evolucionados políticamente dicen que es una forma natural, material, y que, como materialistas dialécticos, reconocen el poder de la 'dawa' cuyos secretos dominan los brujos de la selva8.

El Che chocó, de esa manera, con la dura realidad: el primitivismo de aquel pueblo supersticioso y su caótica falta de organización. Por eso, finalizada la reunión, se llevño a “Tremendo Punto” a un lado y le reveló su identidad.

-Yo soy el Che – le dijo.

Al africano se le abrieron los ojos como platos. Su reacción fe en extremo agitada y enseguida comenzó a balbucear incongruencias.

-¡Escándalo internacional! ¡Que nadie se entere, por favor! ¡Que nadie se entere!

Poco después, le contó a “Ilanga” (Freddy Ilunga), el traductor oficial del Che, quien era aquel blanco seco y cortante al que todo el mundo parecía obedecer.

-¡…es el Che! – le dijo agitado.

Ilanga se lo quedó mirando con cara de “nada”.

-¿Oíste lo que te dije? –volvió a insistir Chamaleso– Deberás guardar silencio o terminarás fusilado.

“¿Quién mierda será ese Che para que me amenacen con fusilarme”, se dijo así mismo el desprevenido congoleño, mientras su interlocutor le hablaba. Ignoraba que pocos años después, se radicaría en Cuba como médico y se convertiría en un incondicional de aquel hombre y su revolución.
Esa misma noche, “Tremendo Punto” partió de regreso a Dar es-Salam, acompañado por algunos cubanos, para hacerle saber a Kabila que el Che Guevara se encontraba en persona en el campo de batalla.
Al día siguiente, el Che solicitó autorización para pasar al campamento-base de Luluabourg, situado a 5 kilómetros sobre Kibamba, pero como el comandante del área se había ausentado a Kigoma, debió permanecer en el lugar. En vista de ello, propuso un plan de tareas consistente en impartir nociones de infantería para grupos de veinte efectivos, con instrucción sobre el manejo de las armas, comunicaciones, exploración e ingeniería. La idea era iniciar los ejercicios de entrenamiento y luego despachar un primer grupo al mando de “M’bili” (“Papi”), para seguir reconociendo el área. Una vez que ese grupo estuviese de regreso, se despacharía a una segunda sección, siempre de veinte efectivos y así sucesivamente, hasta completar los cien integrantes del regimiento. De todos esos hombres, se haría una selección para escoger a los oficiales y asignarles las primeras tareas, pero los jefes congoleños no se mostraron dispuestos y para dilatar el asunto, le pidieron que presentase el plan por escrito.
El Che se retiró a elaborar el informe y al cabo de un par de horas, se lo entregó a  los representantes del Estado Mayor. Esperó durante días una respuesta, pero no supo nada más de él.
En las jornadas siguientes, volvió a insistir con partir de inmediato hacia el campamento asignado a los cubanos sobre la cima de la gran montaña pero como el comandante local aún no había regresado de sus “asuntos”, le pidieron que esperase.
Y así comenzaron a pasar los días y a dilatarse el asunto, con el Che insistiendo en escalar las elevaciones hasta la base e iniciar la campaña y los congoleños poniendo excusas para retenerlo allí.
Fue en cierta oportunidad que harto de esperar, le ordenó a Dreke (“Moja”), que tomase un grupo de hombres y subiese, so pretexto de efectuar entrenamiento en marchas prolongadas.
El combatiente cubano partió al frente de su sección y recién entrada la noche estuvo de regreso, con su gente extenuada, empapada por las lluvias y sumamente entumecida.
Dreke explicó que el campamento-base se encontraba en un lugar extremadamente húmedo, con bruma permanente y lluvias regulares. Dijo también que los lugareños les estaban construyendo una choza, trabajo que al parecer, llevaría varios días y que no tenía otra novedad.
En vista de ello, el Che volvió a insistir con el alto mando congoleño, argumentando que su gente podía colaborar en la edificación de la choza, pero los oficiales siguieron en la misma y le sugirieron que permaneciese allí.
Guevara comprendió que debía poner a su gente a trabajar porque de seguir en esas condiciones, terminaría por cundir el desánimo y la misión iba a colapsar.

Teníamos que hacer algo para evitar un ocio absoluto. Se inició el estudio del francés, del swahili y también clases de cultura general, ya que nuestra tropa estaba bastante necesitada de ella. Dado su carácter y los profesores, las clases no podían agregar mucho al acervo cultural de los compañeros, pero consumían tiempo y esa era una función importante. Todavía nuestra moral se mantenía alta pero ya comenzaban las murmuraciones entre los compañeros [cubanos] que veían pasar los días infructuosamente, se cernía sobre nosotros el fantasma de la fiebre que de una u otra forma nos atacó a casi todos. Ya fuera paludismo o alguna otra forma de fiebre tropical. Cedía con antipalúdicos, pero dejaba una secuela de desgano general, falta de apetito, debilidad, que contribuían a desarrollar el incipiente pesimismo de la tropa9.

Mientras tanto, mantenía arduas conversaciones con Kiwe, acerca de la situación.
Los rebeldes simba, milicia de extracción maoístas-lumumbistas que en su momento habían llegado a controlar cerca de un tercio del territorio congoleño, apenas dominaban dos pequeños sectores en el centro del país, quedando el resto en poder de Tshombe, salvo el sector costero del lago Tanganika dominado por la gente de Kabila.
La charla con Kiwe dejó al descubierto las rivalidades y recelos que dominaban el movimiento. Para él, el general Olenga, el mismo que había incursionado por Stanleyville y el sur de Sudán, no era nada, apenas un simple soldado que se auto ascendía cuando tomaba una aldea o cualquier población. Según su opinión, el hombre más capacitado para dirigir las acciones era Pascasa, el representante de Mulele, no así el presidente de la República del Congo en el exilio, Christophe Gbenyé10, un inepto más parecido a un jefe de gavilla que a un dirigente revolucionario. Y en cuanto a Gizenga, solo era un oportunista que no quería pelear sino arreglar los asuntos en los foros, por medio de la política.
En todo eso, algo de razón tenía Kiwe porque ninguno de esos dirigentes estaba en el frente, sino en ciudades del extranjero (Dar es-Salam, El Cairo, Kigoma), perdiendo tiempo y gastando energías en cabildeos y burdeles.
Los mensajeros cruzaban constantemente el lago, llevando y trayendo correos más fantasiosos que reales y muchos oficiales solicitaban pases para trasladarse a Kigoma.
El Che decidió ocupar su tiempo ejerciendo la medicina y para ello se trasladó con “Kumi” al dispensario de Kibamba, donde pudo corroborar el elevado número de enfermos de sífilis, intoxicados por el alcohol y otros males que provocaba el relajamiento.
Por entonces, Radio Bemba había dado la noticia de que operaban médicos en la zona y eso era un tanto inquietante porque coincidía con la llegada de un cargamento de medicamentos soviéticos. Evidentemente, las fuerzas de Tshombe manejaban información y alguien se la proveía desde el bando rebelde.
La desorganización era realmente atroz y seguía preocupado al Che, quien veía decenas de cajas y embalajes repletos de armas, municiones, provisiones y remedios, apilados peligrosamente en la playa, sin que nadie se ocupase de clasificarlas y distribuirlas. En numerosas oportunidades solicitó autorización para trabajar en ello con los cubanos, pero nunca se la dieron.
Mientras tanto, llegaban constantemente órdenes y contraórdenes. Al parecer, en Kigoma aguardaba un grupo de combatientes caribeños listo para efectuar el cruce; Mitudidi estaba a punto de llegar y Kabila viajaba hacia el lago, versiones todas que luego eran desmentidas.
El segundo contingente cubano recién llegó el 8 de mayo. Se trataba del grupo encabezado por Arcadio Benito Hernández Betancourt (“Dogna”) y Suleimán (“Kahana”), a quienes Raúl Castro en persona había despedido en Rancho Boyeros, el 30 de abril.
La sección había volado hacia Moscú sin efectuar escalas; desde ese punto siguió hasta Praga y de ahí a África, previo paso por París. Allí aguardaron en vano al grupo de recepción y como este no apareció, volaron a Nairobi, paso previo a Dar es-Salam, donde aguardaba Ribalta, para conducirlos hasta la finca, en las afueras de la ciudad. Permanecieron en ese punto hasta el 7 de mayo y a las 08.25 de ese día, partieron hacia el lago.
Llegaron a Kigoma a las 03.30 del día siguiente, iniciando el cruce casi de inmediato, a bordo de un lanchón.
Adoctrinamiento en plena selva

Se trataba de dieciocho efectivos al mando de Santiago Terry (“Aly”) y Leonard Mitoudidi, cuya misión, era guiar al grupo y regresar a Kigoma, para recoger un cargamento de armas que acababa de llegar de la Unión Soviética. Con ellos venían el haitiano Octavio de la Concepción y algunos médicos más, quienes causarían una excelente impresión al Che.
Ni bien echó pie a tierra, la tropa comenzó a subir la pendiente a través del camino angosto, cargando sus armas y vituallas en fila india y parando cada quince minutos para descansar.
“Partimos como a las diez de la mañana, hasta que a las dos de la tarde llegamos al firme: habíamos caminado unas cuatro horas, por un camino malo y con peso encima”, recordaría Dogna11.
Al llegar a la base, dejaron sus mochilas y se reunieron con sus compatriotas, creídos de que iba a ser Ameijeiras quien los recibiría. Cuando vieron que se trataba del Che, no lo podían creer y entonces, recordaron las palabras de Fidel cuando antes de partir, les dijo que una vez en destino, se encontrarían con un hombre de su máxima confianza y les iba a dar gran estímulo verlo.
Y así fue, sobre todo porque creían que Guevara se hallaba combatiendo en la Argentina.
Inmediatamente después, el Che y Mitoudidi mantuvieron una reunión a solas. El dirigente africano le transmitió las indicaciones de Kabila, en el sentido de que mantuviera en reserva su identidad y luego analizó con él la situación de la guerrilla. El comandante cubano supo, de esa manera, que Mulele estaba cercado en el centro del país, más precisamente en la región de Kwilo, donde se había aislado del resto de la guerrilla al quedar sin un punto de apoyo fronterizo, un error táctico producto del apresuramiento. Él mismo se había colocado la soga al cuello al mantenerse alejado de las fronteras, privándose del imprescindible sostén del exterior, cortando la cadena de suministros y el contacto con potenciales aliados.
Si el Che pensó que la llegada del nuevo contingente iba a acelerar la campaña, se equivocó completamente. Los días siguieron pasando y la inacción fue una constante, de ahí sus pedidos de efectuar nuevas patrullas, a efectos de reconocer el terreno y tener ocupada a la tropa.
Finalmente, el 9 de mayo le comunicó a Mitoudidi que subiría el Luluabourg, donde se encontraba el campamento-base y aquel no tuvo más remedio que aceptar.



Notas
1 En 1974 pasó a ser la capital del país.
2 Paco Ignacio Taibo I, Froilán Escobar, Félix Guerra, op. Cit., p. 43.
3 Ídem, p. 45.
4 Ídem, p. 48-49.
5 Cuatro naciones tienen jurisdicción sobre el lago, Tanzania, Burundi, el Congo y Zambia (la antigua Rodhesia), esta última por el sur.
6 Paco Ignacio Taibo I, Froilán Escobar, Félix Guerra, op. Cit., p. 46.
7 Ídem, p. 47.
8 Ernesto Che Guevara, Pasajes de la Guerra Revolucionaria: Congo. El diario inédito del Che, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1999, p. 44-45.
9 Ídem, p. 49-50.
10 Residía en Dar es-Salam.
11 Paco Ignacio Taibo I, Froilán Escobar, Félix Guerra, op. Cit., p. 59.

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