sábado, 31 de agosto de 2019

VALLEGRANDE


El cuerpo del Che Guevara es exhibido al mundo en el hospital de Vallegrande
Uno de los soldados tironea de su pelo


La noticia de la muerte del Che Guevara repercutió en todos los rincones de la Tierra, la conmoción que produjo semejó un tornado y la incertidumbre fue la sensación que primó en las primeras horas.
Las rotativas echaron a correr a ritmo vertiginoso, los medios gráficos se apresuraron a lanzar ediciones especiales, en tanto radios y noticiosos televisivos saturaban las señales con la novedad.
Por un instante, el tiempo pareció detenerse; cables contradictorios llegaban desde el corazón de Sudamérica, dando cuenta de que algo importante había ocurrido, algunos en extremo fantasiosos, otros mucho más mesurados. Las líneas telefónicas fueron desbordadas y las redacciones de los periódicos no daban abasto, con los receptores sonando constantemente.
Al mismo tiempo, las embajadas de los distintos países en la capital boliviana, se apresuraron a informar a sus respectivos gobiernos y las grandes corporaciones apresuraron el envío de sus corresponsales para cubrir el acontecimiento.
Cotejada la información, en las primeras horas de la tarde del mismo 9 de octubre, el embajador Henderson escribió a Washington ratificando la noticia de que el Che Guevara había sido capturado.

[…] El 8 de octubre, dos rebeldes habrían sido capturados gravemente heridos (entre éstos, el Che), tras un enfrentamiento armado de seis horas de duración entre el Segundo Batallón de los ranger y la guerrilla (7 km al norte de La Higuera). Habrían muerto otros tres subversivos. El Ejército habría perdido a dos soldados (los heridos serían seis). Parece que el general Ovando va de camino a Vallegrande, a la cabeza del grupo que deberá identificar a los insurgentes muertos y capturados. Se confirma así el convencimiento del Ejército boliviano, según el cual  [el] Che Guevara ha sido capturado gravemente herido o enfermo. Entre los muertos, deberían figura los cubanos “Antonio” y “Arturo”. También habría sido capturado el boliviano “Willy” (identificado como Simón Cuba). […]
El traslado de los cadáveres y los heridos a Vallegrande ha sido pospuesto para hoy. El Ejército boliviano afirma que los ranger han acorralado en un desfiladero a los guerrilleros supervivientes. […]1.

Menos de una hora después, Henderson despachó un segundo cable, en este caso secreto, mencionando la posibilidad de que el líder revolucionario estuviese muerto.

A las 10:00 horas, el presidente Barrientos ha comunicado a un grupo de periodistas que [el] Che Guevara está muerto. Barrientos ha pedido a los reporteros que no divulguen la noticia hasta nuevo aviso. No hay otros detalles por el momento2.

Leído y chequeado el cablegrama, Walt Rostow, consejero especial para la Seguridad Nacional, se apresuró a pasar el informe a su presidente, confirmando que efectivamente, el Che se hallaba en poder del Ejército boliviano.

Sin duda, será de su interés la información según la cual los bolivianos han capturado al Che Guevara. La noticia todavía no ha sido confirmada. La unidad boliviana implicada en la acción es la misma que hemos adiestrado durante un cierto período (se había incorporado al combate hacía poco tiempo). […]3.

Las que también recibían noticias de manera constante eran las redacciones de todos los diarios del mundo. El mismo 8 de octubre, el vespertino “La Razón” de Buenos Aires, daba cuenta de la caída del jefe guerrillero de la siguiente manera.

Tropas del ejército boliviano chocan con fuerzas guerrilleras en la zona de Higueras [sic]. El general Ovando Candia confirma el choque e indica que los guerrilleros tuvieron tres muertos y que otros dos han sido capturados. El corresponsal de El Diario en la localidad de Vallegrande, a unos 40 kilómetros de Higueras [sic], confirma que se produjo un “feroz combate” durante seis horas. Un comunicado oficial en La Paz informa que entre las bajas sufridas por los guerrilleros “presumiblemente está” el revolucionario “Che” Guevara4.

Al día siguiente, “Presencia” de La Paz, confirmó que el Che podía hallarse gravemente herido o incluso muerto, novedad que repitieron casi al unísono los órganos informativos de todos los rincones del planeta.
Requerido por su gobierno, Henderson escribió a última hora de la tarde, el 9 de octubre:

[…] En fecha 8 de octubre (domingo), [el] Che Guevara ha sido capturado por algunas unidades del Ejército boliviano en la localidad de La Higuera, en un área al suroeste de Vallegrande. Según informaciones fidedignas, esta mañana todavía estaba con vida (aunque herido en una pierna) y vigilado por las tropas bolivianas5.

Tres horas después, el embajador confirmaba que el comandante guerrillero había muerto por las heridas recibidas durante el combate6 y al día siguiente agregaba que junto con él habían caído “Arturo”, “Antonio” y “Willy”. Continuaba explicando que en esos momentos, se procedía a la conservación del cadáver, previa toma de sus huellas dactilares y haciéndose eco de las palabras del general Ovando, que la guerrilla, en esos momentos, se hallaba guiada por “Inti” Peredo7.


Mientras el mundo se sorprendía con la noticia, en La Higuera se sucedían los hechos.
El cuerpo del Che fue envuelto en una frazada y depositado en una camilla de lona, en espera de su evacuación. Los militares habían decidido trasladar primero a los soldados heridos, luego a los muertos, después a los guerrilleros abatidos y finalmente a su comandante, pues por una cuestión de seguridad, querían que fuera el último en llegar a Vallegrande.
Niño de Guzmán fue y vino varias veces hasta que a eso de las 16.00 horas (4 p.m.), se posó por última vez para evacuar al Che.
Los habitantes de La Higuera parecieron conmoverse cuando los soldados sacaron el cuerpo. El líder de la guerrilla iba amarrado a la camilla y tenía sus manos atadas por delante7.
Siguiendo las órdenes de sus superiores, los reclutas lo colocaron sobre el patín derecho del helicóptero y después de sujetarlo firmemente con cuerdas, se hicieron a un lado mientras el piloto y el capitán Félix “Ramos” se dirigían hacia la aeronave.
Los soldados han sacado el cuerpo de la escuela y lo conducen al helicóptero

Según Adys Cupull y Froilán González, los vecinos y algunos militares reaccionaron indignados cuando un soldado amagó con golpear el cadáver con un palo y se lo impidiéndoselo.
De acuerdo con Félix Rodríguez, cuando a su regreso de la quebrada, los capitanes Gary Prado y Celso Torrelio lo acompañaron hasta la escuelita para ver el cadáver del Che, aún tirado sobre el piso de ladrillos del aula, éste último le cruzó el rostro con una vara que llevaba en su mano derecha y dijo:

-¡Hijo de p…! Me mataste tantos soldados.

Entonces apareció el padre Roger Schiller8, sacerdote redentorista suizo, párroco de Pucará, para bendecir el muerto, pronunciar una oración y cerrarle los ojos. Ninfa Arteaga, la esposa del telegrafista, sintió una extraña sensación al la escena, lo mismo el resto de los pobladores, testigos mudos e inexpresivos de lo que sucedía.
Niño y “Ramos” se acomodaron en la cabina y una vez atados a los asientos, el primero accionó la palanca de mandos y con las hélices rotando a 100 revoluciones por minuto, se elevaron lentamente, generando la consabida nube de polvo que cubrió parcialmente la escena.
En ascenso hasta los 3000 metros, el aparato giró hacia el noreste y se alejó, perdiéndose entre las montañas, mientras el padre Schiller se dirigía a la escuela para limpiar la sangre y recoger los casquillos de las balas.


A su llegada al aeropuerto de Vallegrande, pasado el mediodía (13.45), dos sujetos aguardaban al coronel Zenteno Anaya. Uno de ellos, individuo robusto rubio y calvo, lucía uniforme verde oliva sin insignias, y el otro, más bajo de estatura, llevaba anteojos ahumados, camisa blanca arremangada y una corbata obscura con el nudo flojo. Se trataba de los agentes anticastristas Gustavo Villoldo (nombre de guerra “Eduardo González”) y Julio Gabriel García, cubanos ambos, componentes del grupo de la CIA que debía supervisar la operación.
Zenteno les entregó el portafolio con los documentos y las pertenencias del Che y luego de intercambiar unas palabras con ellos, se alejó hacia el Hotel “Santa Teresita”, donde tanto militares como elementos de la Agencia de Inteligencia norteamericana habían establecido su cuartel general.
Pasadas las 14.00, el recién llegado ofreció una conferencia de prensa donde brindó las primeras versiones de los hechos, contestó algunas preguntas y luego se retiró, sonriendo amablemente. Para entonces, nadie tenía permitido dirigirse a La Higuera ni acceso a los soldados heridos que acababan de llegar del frente.
La de Zenteno Anaya fue la primera de una serie de explicaciones que salieron a confundir a la opinión pública. Desde horas de la mañana, habían comenzado a aparecer personas que aseguraban haber visto al Che con vida, otras que había muerto por sus heridas en combate, que permanecía prófugo aún, que se había suicidado antes de caer prisionero y cosas por el estilo, en especial los oficiales del Ejército, algunos de los cuales pusieron en boca del jefe revolucionario frases que nunca había pronunciado, como “He fracasado”, “Los soldados bolivianos son mejores de lo que creía”, “Me rindo, no dispare. Valgo más vivo que muerto”, etc. Pero lo más bizarro tuvo lugar cuando los protagonistas de la historia comenzaron a desautorizarse unos a otros.
Vaya como ejemplo lo que Gary Prado le comentó a Pierre Kalfon al referirse a Félix Rodríguez, durante la entrevista que ambos mantuvieron en Londres, en 1992: “…son las fabulaciones de ese caballero de la CIA –dijo con respecto a las conversaciones que el cubano aseguró haber mantenido en privado con el jefe guerrillero- No estaba allí cuando regresamos de nuestra operación de rastrillaje”9.
Finalmente, a las 16.30 de aquel soleado lunes, el helicóptero Hughes se elevó de La Higuera por última vez, llevando en su patín derecho, el cuerpo sin vida de quien fuera uno de los hombres más poderosos de América Latina.
Durante el vuelo, los ojos del líder revolucionario volvieron a abrirse y una leve sonrisa pareció dibujarse en su rostro.
La aeronave alcanzó Vallegrande a las 16.50 y diez minutos después se posó en el aeropuerto, donde una multitud aguardaba su llegada para ver el cadáver.
Niño de Guzmán aterrizó lejos del edificio, en medio de la pista y hacia allí se dirigió presurosamente una camioneta-furgón Chevrolet, llevando varios efectivos a bordo, entre ellos, Villoldo y García. Jamás, en sus trescientos cincuenta y cinco años de historia, la antigua ciudad colonial había vivido tanta agitación y por primera vez desde 1612, se convertía en centro de atención internacional.
Entre los periodistas que esperaban en la estación aérea, se encontraban Daniel Rodríguez de “El Diario” de La Paz, Christopher Roopert, de la agencia de noticias Reuter y Richard Gott del londinense “The Guardian”, este último, corresponsal en Santiago de Chile.
Cuando la camioneta partió a toda velocidad en dirección al helicóptero, se generó un tumulto que obligó la intervención de los policías que se encontraban en el lugar.
Gott acababa de llegar desde Santa Cruz de la Sierra junto a otros reporteros, luego de rentar un jeep particular. Venía desde Santiago, donde tomó un avión con destino a Antofagasta y desde ahí el tren trasandino que unía esa ciudad con La Paz, donde hizo trasbordo hacia la capital petrolera.
La travesía duró casi seis horas pero en verdad, valió la pena. Cuando solicitaron autorización para ir a La Higuera se les informó que estaba prohibido abandonar la ciudad, así que sin perder tiempo, le pidieron al conductor que los llevase directamente al aeropuerto.
Según el periodista británico, la mitad del pueblo se encontraba allí y entre los más excitados estaban los niños, casi todos escolares que, evidentemente, no habían asistido a clases o los habían dejado salir antes, pues era media mañana del lunes y a esa hora, debían estar en clase.
Había también periodistas, militares, policías, fotógrafos aficionados y gente del pueblo, quienes les manifestaron que una hora antes, habían arribado los efectivos heridos.
Gott y su compañero se deslizaron por entre la multitud y allí se encontraban cuando los más pequeños comenzaron a gritar y saltar ansiosos, señalando un punto apenas perceptible en el cielo.

-¡¡Ahí viene!! ¡¡Ahí está!!

A partir de ese momento, todo fue agitación. Sin embargo, los que llegaban atados a los patines del aparato eran los cuerpos de los soldados muertos. El helicóptero se posó sobre la plataforma, cerca de un hangar y hacia allí partió un camión, llevando varios soldados a bordo. Los periodistas, así como el gentío que se había reunido en el lugar, vieron a los reclutas desatar los cadáveres y arrojarlos sin demasiado cuidado en la parte posterior del vehículo, que una vez terminada la faena, partió hacia el centro de la ciudad.
En la nota que escribió para “The Guardian”, Gott comete varios errores el primero, afirmar que Barrientos era un dictador que había tomado el poder dos años antes (al menos en ese tercer período había llegado a la presidencia por medio del voto) y creer que las cajas de napalm diseminadas a lo largo de la pista de aterrizaje que fotografió con teleobjetivo, cuando la multitud se dispersó, eran de origen brasilero10.
Los periodistas también captaron gente extraña moviéndose en la lejanía y eso les ocasionó un momento de zozobra porque elementos de la CIA y oficiales bolivianos, intentarlos expulsarlos del lugar. Debieron valerse de sus credenciales y permisos para permanecer en el aeropuerto aunque a partir de ese momento, estuvieran permanentemente observados.
Antes del mediodía, se hizo presente el coronel Zenteno Anaya a bordo de un jeep militar. El vehículo pasó de largo y se detuvo junto al helicóptero, que al cabo de unos minutos, volvió a remontar vuelo para dirigirse al sur. Regresó a las 13.45, según Gott rozagante y con una amplia sonrisa de satisfacción, manifestando haber visto el cadáver del Che Guevara y que no cabía ninguna duda con respecto a su identidad.
Eso motivó la estampida de los periodistas, quienes antes de que el coronel terminase la frase, corrieron hacia la pequeña oficina de telégrafos del aeropuerto, para pasar la novedad. Un empleado entre alarmado e incrédulo fue quien les tomó los mensajes y los envió al resto del mundo (según el periodista inglés, nunca llegaron a destino).
Los restos del Che son amarrados al patín del helicóptero para ser trasladados
El padre Schiller acaba de bendecirlo y cerrarle los ojos

A las 17.00 (5 p.m.) una nueva multitud se había congregado en la pequeña estación aérea. Los periodistas reconocieron muchas caras pero había otras nuevas, pues la cantidad de gente parecía duplicar a la anterior.
Cuando el helicóptero de Niño de Guzmán se recortó nuevamente en el cielo, la gente se apretujó contra los alambrados y las puertas del edificio, señalando agitadamente en esa dirección.
Esta vez, el aparato traía un solo cuerpo, amarrado al, patín derecho11, pero en lugar de aterrizar junto al hangar, como lo había hecho en las anteriores ocasiones, lo hizo lejos, en medio de la pista, a varios metros de distancia. Se les prohibió a los periodistas traspasar el cordón de soldados y a la gente ingresar al edificio. A la distancia, se podía ver al furgón Chevrolet, dirigirse a toda prisa hacia la aeronave y a los soldados desatando el cadáver y colocarlo en la parte posterior mientras un par de ellos montaban una improvisada guardia, sosteniendo sus fusiles a la altura del pecho.
Cuando los periodistas vieron que la camioneta se alejaba velozmente por la pista, en dirección opuesta, corrieron desesperados hasta el jeep que se encontraba estacionado junto al edificio central y se lanzaron tras ella, en una alocada carrera que se prolongó por las calles de la ciudad.
Habiendo cubierto un trecho de diez cuadras, el furgón dobló bruscamente a la derecha y pocos minutos después, se introdujo en el hospital, seguido de cerca por el jeep de los reporteros. Los soldados de guardia no pudieron evitar que ingresase al recinto y mucho menos que se detuviese junto al vehículo que transportaba el cuerpo12.


Cuando el helicóptero se posó en la pista, la multitud comenzó a presionar por para ingresar al campo de aterrizaje; los soldados hacían lo imposible por contener a periodistas, reporteros y fotógrafos y la policía debió amenazar con arrestos para evitar que la situación se descontrolase. Como dice Gary Prado, la curiosidad del pueblo tenía su justificativo pues fue tanto lo que se había hablado de aquel hombre y sus guerrilleros en el transcurso del año y tanta la gente que había llegado hasta la ciudad, alterando su calma bucólica, que todo el mundo quería ver al causante de semejante alboroto.
Para entonces, ya circulaba el comunicado Nº 45/67 emitido por el Estado Mayor Conjunto en las primeras horas del día:

1.    A 8 kilómetros al noroeste de Higueras, el día de ayer, 8 de octubre se libró un fuerte combate con una fracción roja que presentó desesperada resistencia.
Los rojos sufrieron cinco bajas entre las que presumiblemente está Ernesto Che Guevara.
De nuestra parte se registraron las siguientes bajas:
Muertos: Soldados Mario Characayo, Mario La Fuente, Manuel Morales y Sabino Cossio.
Heridos: Soldados Beno Jiménez, Valentín Choque, Miguel Choque, Miguel Taboada y Julio Paco, todos del Batallón de Asalto nº 2.
2.    Continúan las operaciones y sus resultados se informarán a la opinión
pública nacional oportunamente.
La Paz, 9 de octubre de 196713.

Un telegrama enviado por el Departamento de Estado norteamericano al embajador Henderson, alertaba sobre lo que estaba aconteciendo en Vallegrande y advertía sobre la amenaza que representaban los periodistas, instruyendo a su personal sobre los procedimientos a seguir.

La agencia Reuters ha divulgado la siguiente versión sobre la llegada a Vallegrande del cadáver del Che: “Tan pronto como el cuerpo ha sido transportado desde el aeropuerto hasta un hangar transformado en morgue, un hombre calvo y muy robusto, que vestía un mono verde de camuflaje, ha intentado impedir que los periodistas vieran el cadáver. Aunque todavía no está identificado, el hombre (de unos treinta y cinco años) parecía dirigir las operaciones. Se dice que es un exilado (Ramos) que trabaja para la CIA”. El artículo añade que en un momento dado, Ramos ha gritado en inglés “¡Fuera de aquí todos!”, pero que después, preguntado en inglés por los periodistas presentes, ha afirmado que no hablaba nuestra lengua. Si recibiese preguntas a propósito, el Departamento de Estado no realizará ninguna declaración14.


Cuando los soldados abrieron las puertas del furgón, el primer en saltar fue Villoldo, gritando con prepotencia:

-¡Vamos a llevárnoslo para el demonio o para el carajo, lejos de aquí!

-¿De dónde viene usted? – le preguntó un corresponsal extranjero.

-¡De ninguna parte! – fue la respuesta15.

Apenas llegaron al edificio del hospital, los periodistas fueron contenidos y obligados a retroceder. Varios más llegaron a pie para correr la misma suerte y detrás de ellos los habitantes de Vallegrande, cuyo número iba en aumento a medida que pasaban las horas.
El operativo era supervisado por Villoldo, el corpulento agente cubano de uniforme, quien impartía órdenes y trataba de apartar a los curiosos,

-¡Fuera todos de aquí! – se lo oyó gritar en inglés.

Ante tal actitud, un periodista angloparlante le preguntó quién era y que hacía en ese lugar a lo que aquel, de muy mal modo, le respondió desconocer ese idioma.
Fue ahí donde Roopert redactó el cable que tanto inquietó al Departamento de Estado, refiriéndose a la presencia del extraño cubano. Gott escribiría a su vez: “Nosotros comandábamos un jeep para seguirlos y el chofer se las arregló para atravesar las verjas del hospital, donde el cadáver fue llevado a un cobertizo descolorido que servía de morgue”16.
Aquí comienzan de nuevo las contradicciones ya que mientras el periodista británico confirma que la improvisada morgue fue montada en la lavandería del hospital, el organismo norteamericano daba cuenta que la misma, como se recordará, se hallaba ubicada en el aeropuerto.
Después de cubrir la distancia que separaba el edificio principal del hospital con la lavandería, los reclutas depositaron la camilla sobre las piletas de lavado, justo en el centro y se retiraron para que los médicos José Martínez Casso y Moisés Abraham Baptista, procediesen a efectuar la autopsia. Asistidos por las enfermeras Susana Osinaga Robles y Adela Mercado, los facultativos procedieron a quitarle la chaqueta y a limpiarle debajo de su barbilla, practicándole una leve incisión en el cuello para inyectarle formol; era el trofeo de guerra que los militares bolivianos querían mostrar al mundo y en ese sentido, había que preservarlo lo mejor posible17.
El cuerpo del Che es conducido a la morgue del hospital
Con el personal militar se mueven extraños personajes
A la izquierda, el cubano Gustavo Villoldo, alias "Eduardo González"

Poco después, agentes de Inteligencia supervisados por el coronel Roberto “Toto” Quintanilla, procedieron a tomarle las huellas dactilares pues en esos momentos, un equipo de la Policía Federal Argentina viajaba desde Buenos Aires para efectuar los estudios correspondientes. A pedido de los militares, los facultativos extendieron el certificado de defunción sin asentar la hora en que la misma se había producido.
Para entonces, el general Ovando se encontraba en la ciudad, más precisamente en el Hotel “Santa Teresita”, acompañado por la comitiva militar de la que formaban parte el contralmirante Ugarteche y el general Lafuente y formulaba declaraciones.

-No hay comentarios –dijo a los periodistas que lo rodeaban en el hall del edificio- Aquí está lo que no se creía. Los guerrilleros han sido aniquilados en Bolivia, aunque opera aún un pequeño grupo de seis, comandado por Inti Peredo, que será destruido en las próximas horas. Una vez más se ha demostrado la bravura y el amor a la patria del soldado boliviano que ha logrado destruir al teórico de las guerrillas castro-comunistas, lo que nos e pudo hacer en otros países con ejércitos más modernos y mejor dotados18.

Para Gary Prado, el mensaje del general Barrientos, constituyó un momento de gloria; un triunfo para las Fuerzas Armadas que acababan de obtener una importante victoria militar, derrotando a una fuerza invasora que había llegado al país para generar el caos, desestabilizar sus instituciones e instaurar la revolución comunista.

Las gloriosas Fuerzas Armadas de la Nación continúan cumpliendo su sacrificada y patriótica misión limpiando las cuevas de los intervencionistas extranjeros que trataban de sojuzgar al pueblo boliviano, mediante la invasión armada.
Desde Ñancahuazú hasta las últimas escaramuzas que se libran en estos instantes, los jefes, oficiales, clases y soldados de las Fuerzas Armadas, sólo han luchado por la liberación de su pueblo venciendo las encrucijadas mortíferas, la amenaza constante de las trampas, el hambre, la sed, enfermedades y privaciones de toda clase que el pueblo sólo puede pagar con gratitud y cariño.
El oficial o soldado han expuesto su vida por la libertad de su Patria y de los bolivianos porque las Fuerzas Armadas son el pueblo armado.
Las posiciones bien organizadas en las sierras abruptas rodeadas de espesa selva aún siguen disparando contra las tropas bolivianas que acabarán por mostrar ante el mundo que Bolivia es soberana, que se basta para luchar por su desarrollo y su libertad. A los intrusos extranjeros de toda laya no les asiste ningún derecho, motivación o pretexto para intervenir en nuestras determinaciones y para emplear la sofisticación, la difamación o la intimidación destinadas a torcer la decisión de nuestros actos y a deformar nuestra propia realidad.
Lamento no tener sino expresiones de condena e indignación para los adversarios quienes, por mucho que invoquen sus ideales, han tratado de aniquilar los ideales de los bolivianos.
Los que vinieron a matar creo que estuvieron también dispuestos a morir. No se puede ser héroes y consecuentes sólo con la victoria. Los nuestros han sido héroes en el contraste y en la victoria, ayer en Ñancahuazú o Iripití, más tarde en Vado del Yeso, en Higueras o en la Quebrada del Churo.
Si ha muerto el señor Guevara, ha muerto después de matar a muchísimos de los nuestros y de ocasionar mayor pobreza y angustia19.

El Congreso de la Nación organizó una sección especial para agasajar a las Fuerzas Armadas en tanto en Washington, tenían lugar agitadas reuniones en la Casa Blanca, el edificio de la Agencia Central de Inteligencia, el Pentágono, y el Congreso.
Finalizada la autopsia, Sélich y el coronel Roberto Quintanilla dispusieron todo para que la prensa y el mundo, pudiesen ver el cadáver. Según los cubanos Cuppull y González, Villoldo le propinó una patada y luego un golpe en el rostro, algo que repiten también Peter McLaren en su libro20 y varios autores más.
Al verlo ahí yacente, con los ojos abiertos y la leve sonrisa en su rostro, las monjas alemanas que se acercaron para ayudar a lavar el cuerpo se sobresaltaron por el parecido que presentaba con Nuestro Señor Jesucristo. Según Kalfon, le desenredaron el cabello, le acomodaron la cabeza e higienizaron su torso, los brazos, la cara y los pies, asistidas por Susana Osinaga, Adela Mercado y Graciela Rodríguez, la lavandera del hospital.
Aún así, pese a la impresión, a Richard Gott le llamó la atención la actitud de una de las religiosas,

Las personas que rodeaban el cuerpo –se refiere a la impresión que éste le inspiró en ese momento– se veían más repulsivas que el muerto: una monja no podía ocultar su sonrisa y a veces se reía abiertamente21.

Y a partir de ese momento, comenzó la procesión; oficiales, suboficiales, soldados, periodistas, camarógrafos, religiosos y pobladores en general; un cortejo interminable que pasó en silencio junto al cadáver, observando entre atónito y fascinado aquella escena de leyenda.
Fueron muchos los que sintieron la sensación de estar frente al Nazareno, el mismo Jesús junto a los dos ladrones, pues los cuerpos de “Antonio” y “Arturo”, depositados sobre el piso, a la derecha de su jefe, daban fuerza a ese sentimiento.
El pueblo desfila en silencio frente al cadáver
Emilio Rosell, maestro de 20 años, no pudo contener la emoción y se puso a llorar; varias mujeres lo hicieron por lo bajo y a otros se le hizo un nudo en la garganta, no solo por la semejanza religiosa a la que hemos hecho alusión sino porque, sin ninguna duda, se encontraban ante un mito de proporciones, una figura que era grande antes de los hechos y que se agigantaría inconteniblemente a partir de entonces. Y no era para menos, la escena era estremecedora, sobre todo en horas de la noche, con el lugar apenas iluminado. Sería el origen de San Ernesto de La Higuera.
Hubo gente que al pasar frente a los cuerpos se cubrió parte del rostro, otros se persignaban o pronunciaban oraciones por lo bajo y un buen número se sintieron intimidada.
Los primeros en posar junto al cadáver fueron el teniente coronel Sélich y el mayor Mario Vargas. Luego lo hicieron Villoldo, García, Zenteno Anaya, “Toto” Quintanilla y un sinfín más pues todos querían perpetuarse y ser parte de aquel tremendo capítulo de la historia, no sólo de Bolivia y América Latina, sino del mundo.


Oficiales del Ejército y agentes de la CIA llevaron a cabo un primer chequeo de los objetos capturados, interesados particularmente en los del Che; lo hicieron al aire libre, a la vista de todos, en especial de los periodistas y luego se retiraron a una habitación para efectuar el inventario. Al igual que lo ocurrido a los pies de la cruz casi dos mil años atrás, los militares se repartieron las pertenencias del muerto.
Sélich se apropió del portafolio de cuero y uno de los Rolex, Zenteno Anaya se quedó con la carabina M1 perforada, Mario Terán con la pipa, Gary Prado un segundo aparato de la misma marca (posiblemente el de “Tuma”) y Félix Rodríguez con otro y algunos objetos que deseaba presentar a sus superiores, en Washington,  como prueba. El dinero, tanto en dólares como en pesos bolivianos, fue repartido entre oficiales, suboficiales y soldados (era el premio por la campaña) y el diario entregado en custodia a las autoridades.
Mientras tanto, en Vallegrande, comenzó a correr la historia de la milagrosa similitud que ofrecía la escena en la lavandería y más gente acudió a observar, incluso hubo personas solicitaron permiso para cortar mechones de cabellos del Che, pero el mismo fue denegado.
En La Higuera, mientras tanto, el padre Schiller oficiaba una misa a la que acudió la población entera portando velas, conmovida aún por los sucesos de los que había sido protagonista.
Para entonces, periodistas de todas partes llegaban a la ciuda, primero los que cubrían el juicio a Debray desde Camiri, luego del resto de Bolivia y finalmente, de todas partes del mundo. El proceso al francés pasó a un segundo plano y muy pocos siguieron centrados en él.
Mientras continuaba el desfile frente al cuerpo del Che, en el Hotel “Santa Teresita”, altos oficiales y elementos de la CIA festejaban su captura brindando y pronunciando palabras. Andrés Sélich abrió una botella de whisky y todos alzaron sus copas, entre ellos Félix Rodríguez y Mario Vargas. Luego, el agente cubano se retiró, mudó su uniforme por ropas de civil y voló a La Paz, para abordar un avión con destino a Washington.
Una vez en la capital norteamericana, se dirigió al edificio central de la CIA y sentado frente a sus superiores, les presentó su informe y enseñó los objetos que llevaba consigo, a saberse, uno de los Rolex y algo del tabaco de la pipa del Che, prolijamente envuelto en papel22.


Como observa Pierre Kalfon, el crítico de arte británico John Berger fue uno de los primeros en reparar en el parecido de aquella escena con dos cuadros famoso, La lamentación sobre el Cristo muerto de Andrea Mantegna y La lección de anatomía, de Rembrandt

En una de las fotografías, la atención de los observadores de Vallegrande es tan intensa en torno al yacente como en el lienzo de Rembrandt; miran el cadáver, señalan con el dedo el impacto de las balas, se tapan la nariz contra el potente olor del formol. En la otra se ve al Che desde la misma insólita perspectiva del cuadro de Mantegna, a partir de la planta de los pies en primer plano y en la tela del pantalón verde olivo desabrochado sobre el torso desnudo hay pliegues similares a los del paño que cubre la parte inferior del cuerpo de Cristo23.

Miles de personas desfilaron en silencio frente a los cuerpos, lo hicieron durante la noche y la mañana siguiente en tanto el Che, con los ojos abiertos y la sonrisa, apenas perceptible, parecía más vivo que nunca.
A las 11.00, el coronel Zenteno Anaya y su igual en el rango, Arnaldo Saucedo, jefe de Inteligencia Militar, mostraron en rueda de prensa, el diario de campaña del jefe guerrillero y algunas horas después, Ovando volvió a dialogar con los periodistas, para brindar nuevos detalles de su captura y muerte. Las contradicciones en las que entró, desautorizando los dichos de otros protagonistas, llamaron poderosamente la atención de los presentes y comenzaron a sembrar las primeras dudas en cuanto a las causas de su fallecimiento. Según Adys Cupull y Froilán González, militares y elementos de la CIA establecieron un estricto control sobre la información, las comunicaciones telefónicas y el correo, a fin de chequear que entraba y salía de Vallegrande.
La lección de anatomía, de Rembrandt. El crítico de arte británico John Berger
señaló la similitud entre el óleo del pintor flamenco y las escenas en la lavandería
del hospital vallegrandino, así como con el cuadro de Andrea Mantegna
La lamentación sobre Cristo yacente

Versión boliviana de La lección de anatomía, de Rembrandt. El coronel Roberto Quintanilla ofrece explicaciones en tanto el teniente coronel Sélich señala el orificio de bala que provocó la muerte del jefe invasor

Mientras la procesión continuaba en torno a los restos del jefe guerrillero, el alto mando boliviano comenzó a buscar la manera de deshacerse de su cuerpo. Como explica Pierre Kalfon, el cadáver de Tania había sido enterrado en el cementerio de Vallegrande y poco después, comenzaron a aparecer ramos de flores sobre su tumba, lo que hizo temer que la misma y mucho más la del Che, se convirtiesen en objeto de culto.
Por su parte, el gobierno argentino hizo fuerte presión para que los despojos fuesen desaparecidos. Temeroso de que pudiesen seguir su ejemplo, no deseaba que su sepulcro se convirtiese en centro de peregrinación. Por consiguiente, era imperioso mantener el lugar en secreto, tal como se había hecho con el de Eva Perón24.
Una de las primeras propuestas partió del propio general Ovando, quien sugirió decapitar el cadáver y mantener oculto el cráneo a modo de prueba, como hicieron los rusos con Hitler; Félix Rodríguez, viendo en ello un acto de barbarie, aconsejó hacerlo con un dedo.
Finalmente se decidió cortarle ambas manos e incinerar el resto pero como en Bolivia no había crematorios, se optó por hacerlo desaparecer, arrojándolo a una fosa secreta.
La noche del 10 al 11 de octubre, el portero del hospital preparó un diluido de cebo y lo volcó sobre el rostro del Che, para elaborar su máscara mortuoria. Debió intentarlo con yeso, porque la solución falló. Como el doctor Martínez Casso olvidó colocar pomada antes del procedimiento, al retirar el preparado, el semblante quedó desfigurado, con varios sectores prácticamente sin piel. Para entonces, la exposición de los cuerpos había finalizado y media docena de soldados trabajaba en las afueras del cementerio para abrir una fosa donde arrojar los cadáveres, a excepción del de Guevara, para el cual se tenía reservado un destino especial.
El doctor Baptista regresó nuevamente a la morgue y bajo la supervisión del mayor Saucedo, procedió a amputarle las manos, luego las colocó en una lata llena de formol y se las entregó a las autoridades militares, quienes a su vez, debían esperar instrucciones.
En horas de la madrugada, apareció el teniente coronel Sélich con órdenes de retirar el cuerpo; los soldados que lo acompañaban lo montaron en el mismo vehículo en el que había llegado y partieron rápidamente hacia el cuartel del Regimiento “Pando”, donde según Cupull y González, ya tenían listos cuatro tanques de combustible para incinerarlo. Suena algo raro porque para ese momento, ya estaba decidida su suerte.


La madrugada del 12 de octubre, el teléfono comenzó a sonar insistentemente en el domicilio porteño del subinspector Nicolás Pellicari, perito dactiloscópico de la Policía Federal Argentina.
En plena obscuridad, el oficial levantó, sobre la mesa de luz y atendió.

-Pellicari, tiene que estar en el comando de la jefatura, inmediatamente- escuchó que alguien decía al otro lado

Era su superior, el inspector Federico Vattuone.
El oficial saltó de la cama y comenzó a vestirse. Cuando su esposa le preguntó que sucedía, le respondió que lo llamaban de la central con urgencia. Se despidió de ella, se colocó el arma reglamentaria a la cintura, tomó su maletín y partió presurosamente. Una hora después, cuando su reloj marcaba las 4 a.m., se reportó en el despacho que el inspector Vattuone tenía en el Departamento Central de Policía, sobre la Av. Belgrano, donde ya se encontraban su compañero de tareas en la Policía Científica -organismo dependiente del Dirección de Investigaciones-, el subinspector Juan Carlos Delgado y el inspector Esteban Rolzhauzer, perito escopométrico de la fuerza.
Los tres se quedaron de piedra cuando su superior les informó que el general Mario Fonseca, jefe de la Policía Federal Argentina, había ordenado el envío de un equipo de peritos para identificar los restos del Che Guevara, muerto por los rangers bolivianos el día 9, luego de un intenso combate en las montañas.
Vattuone les dijo que debían viajar a Santa Cruz de la Sierra, donde los estaría esperando el cónsul argentino en La Paz, Miguel Ángel Stoppello, quien tendría todo listo para su traslado a Vallegrande.
Pellicari y Delgado se dirigieron a la sección de identificaciones y solicitaron el legajo personal Nº 3.524.272, correspondiente a Ernesto Guevara Lynch de la Serna (hoy celosamente guardado en la caja fuerte Nº 336 de la Policía Federal) y extrajeron, la ficha dactiloscópica que le fue tomada al imputado, el 29 de octubre de 1947, es decir, veinte años atrás25.
Preparar los elementos de trabajo les llevó cerca de tres horas y una vez que todo estuvo listo, un agente de policía los condujo en automóvil hasta la Base Aérea de El Palomar, donde llegaron alrededor de las 8 a.m., para abordar un avión IA 50 Guaraní II de la Fuerza Aérea Argentina (aparato de fabricación nacional), en el que volaron directamente a Santa Cruz de la Sierra.
En tierra los esperaba, efectivamente, el cónsul Stoppello, quien los presentó a las autoridades locales y a los oficiales de la Fuerza Aérea Boliviana que debían llevarlos a Vallegrande.
Al día siguiente, abordaron los cuatro un avión militar y dos horas después aterrizaron en el aeropuerto de la localidad serrana, donde permanecerían cerca de 48 horas en espera del cadáver. Como el mismo nunca llegó, regresaron a Santa Cruz de la Sierra y de allí volaron a La Paz.
Aterrizaron en el Aeropuerto Internacional de El Alto y finalizados los trámites correspondientes, fueron conducidos a la embajada argentina, donde los recibió su secretario, Jorge Cremona, quien les presentó al capitán de navío Carlos Mayer, agregado naval de la legación, su enlace a partir de ese momento. Fue el encargado de conducirlos hasta el Gran Cuartel de Miraflores, la mañana del 14 de octubre, donde el general Juan José Torres26, les manifestó que el cuerpo del Che había sido incinerado.
Un alto oficial los condujo al amplio salón donde funcionaba el Comando de Operaciones y allí se encontraban cuando apareció el coronel Roberto Quintanilla llevando un paquete debajo del brazo. Se trataba de una lata de pintura envuelta en papel de diario, que luego de los saludos y las presentaciones correspondientes, depositó sobre una de las mesas.
Los argentinos se pusieron a trabajar. Lo primero que hicieron fue destapar el recipiente, comprobando en el acto que el olor era insoportable.
Desplegaron sobre la mesa los papeles de diario y sobre ellos depositaron las manos, para luego extraer los instrumentos con los que iban a trabajar.
Peritos argentinos trabajan sobre las manos del Che en La Paz

Pellicari se quitó el saco, se colocó sus guantes de látex y ayudado por Delgado limpió el formol de ambas extremidades. Inmediatamente después, extrajo una jeringa y luego de colocar la aguja, les inyectó una película de polietileno entintada, para pegarla luego a las fichas y fotografiar las huellas.
Mientras Delgado lo asistía en la tarea, Rolzhauzer fue conducido hasta otra habitación a efectos de analizar la letra del comandante guerrillero. Se sentó en un escritorio que le habían preparado especialmente y pusieron delante suyo las dos volúmenes que conformaban el diario de campaña, un cuaderno de tapas rojas tamaño carta, anillado y una agenda alemana modelo 151, impresa por la casa  Herstellung Baier & Schneider para Karl Klipel de Frankfurt, con acabado de tapas duras forradas en cuerina de tono obscuro, borra de vino. El ministro del Interior Arguedas, encargado de su custodia, había recomendado mucho cuidado en su manipulación y en eso, los militares bolivianos pusieron todo su empeño. Un oficial argentino, agregado militar a la embajada de su país, sacó casi de incógnito las fotografías en las que se ve a los expertos trabajando sobre los restos.
Ocho horas les llevó aquella labor, siempre supervisados por el coronel Quintanilla y algunos oficiales más. Recién a las 16.00 de aquel sábado fresco y algo nublado, los peritos pudieron certificar que, efectivamente, las manos que les habían entregado pertenecían al ciudadano Ernesto Guevara Lynch de la Serna, nacido en Rosario, provincia de Santa Fe, el 14 de junio de 1928, lo mismo la letra de ambas agendas. De ello dejaron constancia en un acta que fue rubricada por Meyer, Stoppello, Cremona, Pellicari, Delgado y Rolzhauzer por el lado argentino y el coronel Roberto Quintanilla con el teniente de navío Oscar Pamo Rodríguez, asistente del general Ovando en el Estado Mayor, por el boliviano. De ella se hicieron tres copias, dos de las cuales fueron entregadas a las autoridades de ambos países y la tercera a la embajada argentina en La Paz.

-Nuestra misión termina aquí – dijo entonces Pellicari.

Los peritos regresaron a la legación y en horas de la noche abordaron un avión con destino a Buenos Aires. Debieron pernoctar en San Miguel de Tucumán porque la ciudad capital se hallaba bajo los efectos de un feroz temporal, el mismo que produjo las terribles inundaciones de ese año. Recién en la tarde del día siguiente pudieron reiniciar el viaje y a las 18.00 horas se reportaron en el Departamento Central de Policía para hacer entrega del acta y presentar el correspondiente informe. Por orden directa del general Fonseca, se los condujo de manera urgente a la Casa de Gobierno porque el presidente de la Nación en persona deseaba escuchar los pormenores de su misión.
El general Onganía los recibió de inmediato. Es de suponer que con él se encontraban presentes sus pares de la Armada y la Fuerza Aérea, así como el canciller Costa Méndez y alguno que otro funcionario.
Ante las requisitorias que les fueron efectuadas, los policías brindaron un pormenorizado detalle de lo actuado, mostrando las fotografías que habían obtenido y entregando la copia del acta junto a la correspondiente a las huellas digitales, que el general Onganía observó con detenimiento, para pasársela después a los funcionarios presentes.

-Los felicito –les dijo– han hecho una magnífica labor.

Después de intercambiar algunas opiniones, la reunión llegó a su fin. Cuando se despedían, el primer mandatario les pidió a los policías que tuviesen la amabilidad de salir por la puerta posterior del edificio porque no quería que los periodistas acreditados en la Casa Rosada tomasen contacto con ellos.

-Guarden silencio. Que se ocupe el gobierno boliviano de informar. Yo no lo haré – les dijo antes de que abandonasen el despacho.

Para el presidente argentino, el fin de la incursión guevarista también significaba una importante victoria pues su activa participación, enviando armamentos y movilizando tropas, mucho había tenido  que ver en su derrota27.
Para Pellicari, Delgado y Rolzhauzer, fue la tarea profesional más importante de sus carreras. Ignoraba el primero que tres años después, le tocará otra misión de envergadura al identificar los restos del ex presidente de facto, general Pedro Eugenio Aramburu, asesinado en Timote, provincia de Buenos Aires, por un escuadrón de la agrupación subversiva Montoneros, en lo que fue el inicio de la cruenta guerra antisubversiva que ensangrentaría a su país por espacio de una década28.


En su excelente libro, Cómo capturé al Che, Gary Prado da por sentado que los cuerpos de los guerrilleros muertos fueron enterrados en el cementerio de Vallegrande en tanto el del Che, fue trasladado a un lugar retirado en las afueras de la ciudad (madrugada del 11 de octubre) y entregado a un oficial del Ejército para que procediese a su incineración.

…el correspondiente al jefe de la guerrilla es trasladado a un lugar apartado de la ciudad en las primeras horas del amanecer del día 11 y se encomienda a un oficial para que se encargue de quemar los despojos hasta que nada quede del guerrillero. Esta misión es cumplida, demorando el proceso dos días, pero el comandante de división, ante los requerimientos de la prensa, simplemente indica que ha sido enterrado en un lugar seguro, abriendo cauce a especulaciones que van desde el transporte del cadáver a Estados Unidos para más pruebas de identificación, hasta la versión de que se lo ha hecho desaparecer porque los restos mostrados no correspondían al Che Guevara. La confusión aumenta cuando el comandante en jefe admite que el cadáver “ha sido incinerado” dando lugar a nuevos comentarios, ya que no existen en Vallegrande ni en todo el país instalaciones para quemar cadáveres, por lo que se cuestiona la afirmación y el procedimiento29.

Hoy sabemos que eso no fue así. El Che Guevara no fue incinerado, sino arrojado a una fosa abierta a un costado de la pista de aterrizaje de Vallegrande, junto a los restos de “Antonio”, “Arturo”, “Pachungo”, “Willy”, “Aniceto” y el “Chino”, donde permanecerían enterrados por espacio de tres décadas.
Es fácil imaginar la escena. Un grupo de soldados trabaja durante la noche, apenas iluminados por faroles tipo “sol de noche”. Quizás los ayuda alguna excavadora. Un oficial supervisa la operación y un par de suboficiales imparten las directivas. Una vez abierta la fosa, se comunican por radio para informar que el trabajo ha sido terminado. Minutos después, aparece un camión o un furgón, transportando varios bultos. Son los cuerpos de seis hombres, cubiertos por una lona.
El vehículo se detiene junto a la pista de aterrizaje y los soldados proceden a descargar los cadáveres mientras algunos de sus compañeros montan guardia. El oficial dialoga con un colega que ha llegado en el camión y luego les hace un gesto a los suboficiales para que la tropa comience a arrojar los cuerpos. Así se hace, uno a uno, tomando a cada uno por los pies y los hombros, luego se los balancea un poco y al final los lanzan dentro, cayendo uno sobre otro, en forma desprolija. Luego rellenan el agujero, apisonan la tierra con las palas y se retiran en el mismo vehículo que trajo los cuerpos, tal vez dejando uno o dos hombres de vigilancia.
De ese modo terminó sus días el hombre que encabezó una revolución, que dirigió ejércitos, combatió a enemigos poderosos, tomó pueblos y ciudades, fusiló sin compasión e intentó desencadenar el holocausto nuclear.


La que también revolucionó a Vallegrande fue la llegada de Roberto Guevara Lynch (o Guevara de la Serna), hermano del Che, para reconocer el cuerpo de quien fuera en vida su hermano. Lo hizo en una avioneta particular de la revista “Gente”, acompañado por los periodistas Samuel “Chiche” Gelblung, Francisco Tenore y Antonio Legarreta, enviados por la mencionada publicación y el noticiero de Canal 13 “Su ojo en la noticia”, para cubrir el evento.
Roberto Guevara Lynch
de la Serna
Luciendo traje gris obscuro, corbata del mismo tono y camisa blanca, a todos sorprendió el parecido del aristocrático abogado con su hermano mayor. Llegaba para reconocer el cadáver y de y de ser posible, llevárselo a la Argentina, ignorando que para entonces, el mismo había desaparecido. Guevara partió desde el Aeroclub de San Justo, la lluviosa mañana del miércoles 11 de octubre a las 7.30 a.m., luego que Croza, el piloto, hombre experimentado, firmara el plan de vuelo asumiendo la responsabilidad que el mismo implicaba, debido a las condiciones del tiempo.
Antes de su partida, Guevara fue reporteado por el periodista Leo Gleizer, del noticiero “Su ojo en la noticia”, que por entonces emitía el Canal 13. En las imágenes, se ve al hermano del Che luciendo un impermeable gris, con sus abundantes cabellos peinados a la gomina, al estilo “Michael Corleone”, dentro de lo que parece ser un hangar. Es un día gris y detrás, en la plataforma, se recorta la silueta de la avioneta que lo llevará a Bolivia.

-Miércoles 11 de octubre de 1967 –comienza el periodista- Son las siete de la mañana. Nos encontramos en las instalaciones de Aeroclub de San Justo. En estos momentos, las cámaras de Canal 13, “Su ojo en la noticia”, se encuentran junto al doctor Roberto Guevara de la Serna, hermano de Ernesto Guevara. Doctor, buen día. ¿Usted se apresta a volar en estos momentos?

-Así es – responde el aludido, sin dejar de moverse, yendo a un lado de aquí para allá.

-¿Podríamos saber con destino a donde, doctor?

-No puedo ni debo hacer ninguna declaración.

-Nosotros tenemos entendido que el doctor Guevara de la Serna viajará hacia Bolivia a efectos de comprobar si son veraces las informaciones que han dado las agencias noticiosas durante las últimas horas. ¿Usted no nos puede adelantar nada respecto a eso, doctor?

-Usted me perdonará pero, le repito que no puedo hacer absolutamente ninguna declaración.

-¿Podríamos saber si usted viaja invitado por las autoridades del gobierno de Bolivia, doctor?

-No puedo hacer absolutamente ninguna declaración de ninguna especia.

-Perfecto, gracias doctor.

-De nada.

Finalizado el escueto reportaje, el periodista se retira pero la cámara continúa enfocando a Guevara, que por momentos mira de frente y por momentos hacia abajo, yendo y viniendo con las manos a las espaldas, un tanto inquieto.
Durante las dos primeras horas, el bimotor Piper PA-23 Azteca, matrícula LV-GTR, voló prácticamente a ciegas, guiándose por el instrumental. Aterrizaron en Salta bien ya entrada la tarde y dada la hora y el tiempo, decidieron pasar la noche allí porque además, en Bolivia, los aeropuertos no operaban tras la caída del sol.
Se alojaron en el Hotel del señor Lamarque, en la habitación Nº 226, ignorando que el conserje estaba llamando a los medios de prensa para pasarles la novedad. Menos de media hora después, una pequeña multitud integrada principalmente por reporteros, camarógrafos, fotógrafos e incluso curioso, invadieron la recepción, solicitando dialogar con el célebre huésped. Fue necesaria la intervención del propietario para desalojarlos e impedir el acceso a toda persona extraña, cosa que se logró recién a las 23.00. Por supuesto que en esos días, los diarios dedicaban grandes espacios a lo acaecido en Bolivia, con la foto del Che sin vida abarcando buena parte de sus portadas.
Por la mañana, mientras los viajeros desayunaban en el salón del hotel y más periodistas pugnaban por entrar, Croza abandonó la mesa y solicitó un teléfono para establecer contacto con la torre de control cruceña y así obtener el permiso de aterrizaje por parte del Comando en Jefe de las Fuerzas Armadas, algo imperioso en una zona de guerra, como era en esos momentos el Oriente boliviano.
Ni bien terminaron, partieron en un auto de alquiler y una vez en el aeropuerto, decolaron rumbo al norte, poniendo proa a Bolivia.


Lo primero que notaron al aterrizar, fue la pequeña multitud que esperaba en el lugar. Era evidente que la noticia les había ganado de mano y la gente se había acercado a curiosear.
A los viajeros les llamó la atención la cantidad de niños que rodearon el aparato cuando éste se detuvo en la plataforma. Dos reporteros, enviados desde La Paz, fueron los primeros en acercarse para hacerles preguntas mientras varias cámaras les apuntaban y algunos particulares intentaban registrar la escena con sus máquinas portátiles.
Samuel Gelblung se dirigió a las oficinas del Lloyd Aéreo Boliviano y se comunicó con el cuartel de la VIII División, solicitando hablar con el recientemente ascendido general Joaquín Zenteno Anaya. Le dijeron que en esos momentos, el comandante no se encontraba y cuando pidió su número particular se lo negaron. Entonces se jugó la última carta, recurriendo a la mejor herramienta que tenía a mano.

-Mire, aquí, a mi lado, está el doctor Guevara, es urgente que veamos al coronel.

Un prolongado silencio siguió a esas palabras y al cabo de un instante, se escuchó del otro lado una voz que dijo ser el asistente del comandante divisionario.

-5103 –dijo y saludando con corrección, cortó

Por esos días, Zenteno cumplía diez años de casado, de ahí su presencia en la ciudad. Cuando el periodista se puso en contacto y le solicitó una entrevista, se negó, aduciendo que solo los recibiría en Vallegrande pero ante la insistencia, terminó por ceder.
El equipo periodístico alquiló una camioneta Toyota y a ella treparon los cuatro argentinos.
Hay una escena en extremo llamativa en la que se ve al distinguido abogado, ex rugbier del San Isidro Club y para más, hermano del Che, sentado en el asiento del acompañante, ojeando la última edición de “Presencia”. Se lo ve sostener el ejemplar en sus manos, leyendo con seria expresión el titular: “Cadáver del ‘Che’ fue enterrado ayer en la madrugada”. Tres niños asoman sus rostros por la ventanilla del conductor y la gente rodea el vehículo, mirando hacia su interior entre fascinada y extrañada.

-Es el hermano del Che – se oye a cada momento.

Guevara mira entonces a la cámara y siempre con expresión pétrea, aunque sin perder nunca la compostura, dobla el diario y aguarda.
El Toyota partió hacia el centro de la ciudad. La gente lo ve pasar con expectación, incluso lo siguen por las calles, algunos a la carrera.
Pese a que se lo percibía incómodo, Zenteno Anaya los recibió con amabilidad; los hizo pasar a su hogar y los invitó a sentarse. Eran las 11 a.m. y su casa se hallaba fuertemente custodiada por efectivos del regimiento rangers.
El diálogo que se suscitó fue el siguiente, reproducido por Samuel Gelblung en la edición de “Gente”, correspondiente al 19 de octubre de 1967.

-Coronel, ¿cuándo fue enterrado el cadáver?

-Ayer a la madrugada.

-¿Dónde?

-El lugar no se puede revelar, hemos hecho con Guevara lo mismo que con todos los otros guerrilleros muertos, sepultarlos en lugares que sólo sabemos nosotros, los altos mandos del ejército.

-¿Quiere decir que ya no había dudas de que ése fuera el "Che"?

-Exacto, todas las pruebas son concluyentes, las fichas dactilares coinciden, su confesión antes de morir, su diario, y todos los otros elementos...

-Usted sabe que en estos momentos hay más de cien periodistas de todo el mundo que han venido para ver el cadáver, también su hermano, ¿habría posibilidad de que se lo exhume?

En ese momento Roberto se puso de pie y le pidió al militar hablar en privado.

-Coronel, quisiera hablar a solas con usted, ¿sería posible?

-Sí, desde luego, pase.

Se encerraron en el contiguo comedor y permanecieron allí por espacio de varios minutos. En ese momento Gelblung miró su reloj y vio que eran las 11.15 a.m.

-Lo siento mucho doctor –fue lo primero que dijo Zenteno–, sé que es un momento difícil para usted; lo escucho.

-Coronel, quisiera ver ese cadáver –respondió Guevara–, tengo derechos que me impulsan a reconocer con mis propios ojos a mi hermano. He visto las fotos y no me parecen en absoluto definitivas. Quiero que se exhume el cadáver...

-Usted sabe que eso no lo puedo decidir yo. Ahora mismo hablo con Ovando para que lo reciba. Pero se tiene que ir cuanto antes a La Paz. Si fuera posible ya mismo.

Finalizada la conversación, el propio Guevara abrió la puerta y llamó al periodista. Cuando éste ingresó al salón, notó que Zenteno guardaba fotografías en una carpeta, eran imágenes del "Che" Guevara que acababa de enseñarle a su hermano.


Solicitar autorización para exhumar el cadáver requería de un viaje a La Paz. Mientras Zenteno se dirigía hasta el Comando de la división para informar por radio que los argentinos viajaban hacia allá, Guevara y los periodistas partieron hacia el aeropuerto, dispuestos a volar lo antes posible, sin embargo, al llegar se encontraron con la sorpresa de que el Piper había sido secuestrado por las autoridades para ser inspeccionado y sin la autorización del general de aeronáutica Federico Casanovas Valderrama, director general de la Aeronáutica Civil, no podían partir. Ignorando la hora de su llegada, optaron por abordar un vuelo de línea con destino a la capital y sin perder tiempo, acudieron a las oficinas del Lloyd Aéreo Boliviano para sacar los pasajes. Eran las dos menos cinco de la tarde y el avión despegaba a las 14.00, de ahí los apurones con los que abordaron el Boeing 707 matrícula CP-688 que los llevó directo a la capital, en un vuelo de tres horas.
Roberto Guevara Lynch es asediado por la prensa al llegar a La Paz.
Decenas de curiosos lo rodean
(Imagen: Samuel Gelblung y Antonio Legarreta, "Un Guevara tras el Che) publicada en la edición de Revista "Gente y la actualidad" del 19 de octubre de 1967.
Extraida del sitio Mágicas Ruinas. Crónicas del siglo pasado 
http://www.magicasruinas.com.ar/revistero/argentina/el-hermano-del-che-guevara.htm)

Recién entonces, el periodista notó a su compañero algo más relajado. Hablaron de todo mientras la azafata, que sabía perfectamente quien era el hombre de traje gris obscuro, se desvivía por atenderlo.
Hablaron de su familia, de sus hijos, de su pasión por el rugby, la misma que compartía con su célebre hermano; de la revista “Tackle” y cosas de la infancia.
En el Aeropuerto Internacional de El Alto también los esperaban periodistas.
Guevara descendió llevando su maletín en la mano derecha y el impermeable colgando del antebrazo izquierdo; se dirigió directamente al hall central del edificio y mientras caminaba, conversaba con un reportero de barba y elevada estatura, a quien también le manifestó que no podía efectuar declaraciones. De allí se dirigió con Gelblung a la salida y abordó un taxi que lo condujo hasta el Hotel “Copacabana”, el mismo en el que se había alojado su hermano cuando en noviembre de 1966 se dirigía al teatro de operaciones.

-Si alguien llega a la habitación sin que yo lo autorice o me pasan alguna comunicación de los periodistas, me voy del hotel y no pago la cuenta...- le dijo Roberto Guevara al gerente al dejar el equipaje.

Acto seguido, Gelblung intentó comunicarse con el Gran Cuartel General de Miraflores. No lo logró. Se dirigieron entonces al domicilio particular del general Ovando dispuestos a solicitarle una entrevista, pero su edecán los contuvo.
Por entonces, el poderoso militar vivía en una suerte de fortaleza, contigua a la embajada de Perú y a escasos cincuenta metros del Hotel “Crillón”, fuertemente custodiada y rodeada por vehículos militares.
Antes de que alcanzasen la puerta, les salió al cruce el capitán de navío Alfredo Pavía, edecán del general, cerrándoles prácticamente el paso.

-¿Qué es lo que desean?

-Queremos ver al Gral. Ovando – respondió el periodista.

-El general no recibe a nadie en su casa.

-Pero dígale que aquí está el hermano de Ernesto Guevara.

La respuesta desconcertó al oficial quien incrédulo aún, les pidió que aguardasen.
Ni bien terminó de decir eso ingresó en el domicilio y a los pocos minutos volvió a salir, informando que Ovando los recibiría a las 9.30 a.m. del día siguiente, viernes 13 de octubre.

-Dígale que no tengo tiempo -dijo con tono firme Roberto Guevara- Necesito saber inmediatamente si me recibe o no. De lo contrario vuelvo a Buenos Aires.

-Bueno –respondió el desconcertado Pavía-, puede pasar, pero no tiene mucho tiempo para atenderlo pues dentro de una hora debe salir para una recepción oficial por el día de la Aeronáutica.

Una vez dentro, el edecán condujo a los argentinos hasta la sala principal de la elegante mansión, donde el hombre que compartía el poder en Bolivia, los estaba aguardando.
Ovando se puso de pie y les estrechó la mano.

-Lo siento mucho –dijo mirando a Guevara a los ojos–, hubiera deseado que un héroe como su hermano saliera con vida de la selva boliviana. . .

A Roberto la cortesía del militar lo descolocó y las palabras que pronunció al presentarse, refiriéndose al Che, lo llegaron a emocionar, pues no esperaba ninguna de las dos cosas.

-Sr. Comandante, quiero ver el cadáver de mi hermano. Quiero que se haga la exhumación. Quiero comprobar si el cadáver del guerrillero Ramón es el de Ernesto Guevara.

-Yo lo autorizo a usted y a los periodistas a viajar a Vallegrande, no opongo ningún reparo, pero puede ser que llegue tarde, no sería extraño que hoy hubiese sido incinerado...

Regresaron al hotel sin pronunciar palabra. Ni bien llegaron, Gelblung se comunicó con la oficina del Lloyd Aéreo Boliviano para reservar pasajes de vuelta a Santa Cruz de la Sierra y luego se dirigieron a la habitación, en esta caso la 504, casualmente la misma que habían ocupado los padres de Regis Debray al llegar a Bolivia donde, después de acomodar sus cosas, se pusieron a conversar.

-¿Usted cree que lo incinerarán? – le preguntó Gelblung.

-Vea, todo lo que está ocurriendo es muy extraño. Zenteno Anaya, me dice que venga aquí a buscar una respuesta definitiva y la respuesta definitiva es que me apure porque lo van a incinerar. Hasta que no lo vea no creeré que está muerto... 

A la mañana siguiente, partieron nuevamente hacia El Alto. Llegaron a las 7.30 a.m. y despegaron media hora después. Para entonces, Croza ya tenía el permiso para volar a Vallegrande y terminaba de controlar el avión. Lo abordaron veinte minutos después, con la noticia de la cremación circulando por todas partes.
El vuelo duró poco más de media hora a través de cerros, quebradas y bosques. A Croza le costó un poco ubicar la pista pero finalmente lo logró y después de sobrevolarla dos veces, se posó suavemente sobre ella.
Gelblung se equivoca de cabo a rabo cuando describe a la población pues dice que por entonces sólo tenía 400 habitantes cuando en realidad superaba los 5000. Por eso la multitud que se hallaba allí reunida y los 200 soldados necesarios para contenerla.
La gente rodeaba el avión cuando Guevara se asomó por la portezuela y prácticamente saltó a tierra.
Algo más allá se distinguía el Cessna de “Crónica” posado junto a otras avionetas particulares y detrás, a un costado, un DC-3 blanco con su puerta trasera abierta. Hombres armados controlaban el área.
Cuando Guevara descendió del aparato, todas las miradas se clavaron en él. Si bien era algo más bajo, el parecido con su célebre hermano era sorprendente.
La gente lo observaba fascinada; lo vio rodear el ala derecha del Piper abrochándose el saco y luego saludar a las primeras personas que se le acercaron.
Al paso de Roberto Guevara se producen algunos tumultos en
Vallegrande. La gente pugna por acercarse
(Imagen: Samuel Gelblung y Antonio Legarreta, "Un Guevara tras el Che) publicada en la edición de Revista "Gente y la actualidad" del 19 de octubre de 1967.
Extraida del sitio Mágicas Ruinas. Crónicas del siglo pasado 
http://www.magicasruinas.com.ar/revistero/argentina/el-hermano-del-che-guevara.htm)

Rodeado de personal de civil (reporteros, funcionarios, empleados del aeropuerto, particulares), se encaminó junto a sus compañeros de viaje hasta el edificio principal, siempre rodeado de gente. Un soldado que sujetaba firmemente su fusil lo precedía y otros avanzaban detrás.
En ese momento, la muchedumbre intentó acercarse y eso generó algunos incidentes cuando los soldados pretendieron contenerla.
Samuel Gelblung fue el primero en estrechar la mano de un sonriente y amable oficial, seguido por Guevara, quien intercambió unas palabras con él.
Inmediatamente después, llegó el coronel Zenteno Anaya en un jeep y después de saludarlos, los invitó al cuartel de la VIII División.

-En el cuartel está el general Juan José Torres, Jefe del Estado Mayor boliviano, y él quiere conversar con usted. Suba, por favor. Antes de partir conversó con su asistente.

Aquí, como en Santa Cruz de la Sierra, la gente se congregó en torno al vehículo donde Guevara se disponía a partir. En este punto, el periodista vuelve a demostrar su improvisación cuando asegura que los taxis en los que se dirigieron al centro de la ciudad eran los únicos tres vehículos de la localidad (a la que llama “pueblo”).
Ingresaron al casco urbano por la avenida principal y luego tomaron una calle estrecha hasta la entrada de la unidad militar. Numerosos vecinos se hallaban reunidos en sus accesos, muy silenciosos, casi sin pronunciar palabra. Solo una mujer vestida de negro alzó la voz para llamar al Che “asesino”.
El único que pudo acceder al despacho de la Comandancia fue Guevara. Gelblung y sus colegas debieron esperar afuera, ocasión que aprovecharon para dialogar con la gente. Cada uno tenía su propia historia y sus propios sentimientos.
Cuarenta y cinco minutos después, la puerta de la oficina se abrió y por ella salieron Roberto Guevara y el coronel Zenteno.

-Vamos a la pista – les dijo el abogado con el ceño fruncido.

Mientras caminaban, le comentó a Gelblung por lo bajo que su hermano había sido incinerado.

-Lo cremaron. ¿Qué hago? – dijo un tanto abatido.

Era la primera vez que formulaba una pregunta. Estaba un tanto agitado y transpiraba por el calor.

-No sé – contestó el reportero.

Subieron nuevamente a los vehículos y echaron a andar por las angostas calles, seguidos por gente que una vez más, como en Santa Cruz de la Sierra, se lanzó a la carrera tras ellos.
En la pista, junto a un Cessna militar matrícula FAB-216, aguardaban los peritos de la Policía Federal Argentina (quienes en realidad creían estar en La Higuera), acompañados por Jorge Cremona, el secretario de la embajada argentina. Estaban allí desde hacía día y medio y aún no les habían mostrado el cuerpo.
Al ver al funcionario, Guevara lo llamó a un lado y le explicó lo que sucedía.

-¿Qué le dijo? – preguntó el diplomático.

-Que lo incineraron...

-Es una barbaridad. Nosotros estamos desde ayer para ver el cadáver y no nos dijeron nada. Yo llamé a la embajada y me pidieron que regrese inmediatamente. Ahora me voy con ese avión militar apenas carguen los cadáveres de los soldados que murieron ayer. Regresamos a La Paz.

-¿Y el reconocimiento?

-No, no lo hemos podido hacer. Nos mostraron las fichas que ellos habían tomado del cadáver, pero con eso no nos conformamos. Nuestros peritos tienen que tomarlo sobre el cadáver.

Al ver al coronel Zenteno Anaya cerca de ellos, Gelblung se le acercó para hacerle preguntas.

-Coronel, ¿cuándo se decidió la cremación?

-Ayer al mediodía, porque el general Barrientos había sugerido que no se realizaran exhibiciones con él.

-¿Estando el hermano en Bolivia que venía para verlo?

-Eso no tiene asidero, se decidió independientemente de la presencia del doctor Guevara. No se olvide que estamos en guerra, no es momento de andar con muchos cuidados y miramientos.

-Ayer un testigo que estuvo en la morgue me dijo que el cadáver tenía 9 dedos. Y las fotos de las manos lo confirman. ¿Cómo es posible que hayan aparecido huellas de diez dedos?

Ante esa última requisitoria, Zenteno permaneció callado.
Abordaron el avión y partieron de regreso a Santa Cruz. En el trayecto, Roberto Guevara les dijo a sus ocasionales acompañantes que estaba convencido de que el guerrillero “Ramón”, no era su hermano. Por las fotos que había visto, ni las orejas ni la nariz eran las de él. Estaba equivocado.
Breve escala en la capital serrana que “Chiche” Gelblung aprovechó para entrevistar al hermano del Che.

-“So ojo en la noticia” está presente en la llegada y…quisiera saber, doctor Guevara, cuales son los resultados de esa visita a Vallegrande a donde usted se dirigía para reconocer el cadáver de Ernesto “Che” Guevara.

Tras una corta respuesta, el periodista continuó.

-Doctor, usted ha negado sistemáticamente declarar sobre la posibilidad de que ese cadáver sea o no el de Ernesto “Che” Guevara. Quisiéramos saber cuál es su impresión ahora que está a punto de regresar a la Argentina.

Siempre contorneándose nerviosamente de un lado a otro, con los brazos cruzados sobre el pecho y a la vista de los pobladores que se encontraban allí reunidos, Roberto contestó:

-Bien. A punto de regresar a la Argentina, voy a decir cuáles son mis impresiones sobre éste desgraciado asunto.

-Doctor, usted ha tenido oportunidad de ver fotografías y películas y oír testimonios, incluso, de personas que estuvieron en la morgue de Vallegrande cuando se produjo la identificación del cadáver. ¿Usted qué puede decir sobre esas fotografías?

-sobre esas fotografías puedo decir que de ninguna manera convencen sobre la identidad del sujeto; si bien tienen cierto parecido con las últimas fotografías, my conste que digo con las últimas fotografías y no con su persona, con las últimas fotografías que le han tomado, tiene también algunas diferencias notables que podrían resumirse en su aspecto demasiado juvenil para un hombre que pisa los cuarenta años, en sus orejas, distintas a las que yo recuerdo de mi hermano y en algunos otros aspectos que ampliaré en otra oportunidad.
Roberto Guevara Lynch en Santa Cruz de la Sierra es entrevistado momentos antes de partir de regreso
(Imagen: Archivo DiFilm)

El Piper Azteca hizo una primera escala en el recientemente inaugurado Aeropuerto Internacional El Cadillal30, donde se les informó que estaban demorados hasta nuevo aviso. Se dirigieron al centro de la ciudad y cenaron en el restaurante chino “Chung Kin”, acompañados en todo momento por el agente David Lescano, encargado de su seguridad, quien impidió todo intento de acercamiento a los viajeros.
A la 1 a.m. partieron hacia Tucumán, donde Guevara aprovechó para visitar a su hermana Ana María, su marido, el arquitecto Fernando Luis Chávez y sus cinco hijos y recién a la mañana siguiente siguieron hacia Buenos Aires.
Aterrizaron en el Aeroclub de San Justo el sábado 14 por la tarde donde, para variar, los aguardaba una legión de periodistas, encabezados nuevamente por Leo Gleizer. Guevara descendió en tercer lugar y enseguida fue abordado por los representantes de prensa.

-Buen día, doctor Guevara. Buenas tardes… -dijo Gleizer-

-Buen día, ¿cómo le va?

-¿Usted conversó con el general Ovando Candia?

Ante la requisitoria, el hermano del Che forzó una sonrisa y tras afirmar con la cabeza contestó.

-¿Qué es lo que le dijo el militar boliviano, doctor?

-Conversé, sí, con el general Ovando, por indicación del coronel Zenteno y me dijo que no tenía autorización para concederme… que no tenía autoridad suficiente para concederme el permiso para la exhumación del cadáver enterrado en Vallegrande.

-¿Doctor, el cadáver no fue incinerado?

-Conversé entonces con el general Ovando y… éste… me concedió autorización para ir a Vallegrande, en la creencia de que se exhumaría ese cadáver, para… que los técnicos dactiloscópicos argentinos pudieran hacer el examen de las huellas dactilares o del cadáver en sí y extender el correspondiente certificado de defunción.

-¿Hay alguna manera de constatar las impresiones digitales de ese cadáver? ¿Es real que han practicado un corte en los dedos del cadáver, doctor?

-Lo ignoro. No sé nada del cadáver, no lo he visto. Ese corte en un dedo me parece tremendamente sospechoso. He oído a un testigo presencial que me dijo que ese dedo le faltaba ya al cadáver…

-¿Usted tiene la convicción de que su hermano, Ernesto Guevara, vive, doctor?

-Tengo esa convicción.

-Muy amable31.

El cuerpo del Che fue arrojado a una fosa común, a un costado de la pista de Vallegrande, junto a seis de sus compañeros; el de “Tania” enterrado en el cementerio local, el del “Loro” Vázquez Viaña desaparecido y así sucesivamente.
Permanecerían ocultos treinta años, vedados a la opinión pública pero no a la historia. Más allá, en torno a ellos, la guerra continuaba y una parte de la guerrilla pugnaba por eludir a sus perseguidores y regresar a Cuba o mimetizarse entre la población. Tras ellos partió el Ejército, intentando cercarla y aniquilarla definitivamente.


Imágenes


El Che a poco de su ejecución


El Che yace sobre el piso de la escuela, en La Higuera,
luego de ser fusilado. Un ranger tironea de su cabello



El Che es depositado en una camilla

El cuerpo del Che es retirado de la escuela



El cadáver es amarrado al patín derecho del helicóptero


Los cuerpos de los guerrilleros llegan a Vallegrande


Jaime Niño de Guzmán en Vallegrande Fue el piloto que evacuó a los muertos y heridos del combate Al fondo el helicoptero Hughes MH-6 matrícula LS-4



Los doctores José Martínez Casso y Moisés Abraham Baptista se disponen
a practicar la autopsia



Se lleva a cabo la autopsia


El cadáver es expuesto públicamente. El fotógrafo René Cadima se para sobre las piletas para obtener un mejor ángulo


Expuesto a los medios de prensa del mundo


El periodista argentino Juan Carlos Gutiérrez fue uno de los primeros reporteros en retratar al Che
(Imagen: Juan Carlos Gutiérrez)


"Este hombre temerario, de antes, para nosotros es una pichanga" dice
este oficial a los representantes de la prensa


Gustavo Villoldo y Julio G. García
posan junto al cadáver


Otro agente de la CIA se retrata junto al Che


Comienza la silenciosa procesión del pueblo. Junto a los
restos del Che, los cubanos "Antonio" y "Arturo"
La procesión duró toda la noche del 9
y la mañana del 10 de octubre


Las tropas también pasan frente al cuerpo


El Tte. Cnel. Sélich celebra la victoria de su Ejército en el Hotel "Santa Teresita"
de Vallegrande junto a oficiales y funcionarios de gobierno


El cuerpo yacente del Che


La lavandería del Hospital "Nuestro Señor de Malta"


Vista del cuerpo desde otro ángulo


Sorprendente parecido con
Nuestro Señor Jesucristo
(Fotografía de Rene Cadima)


¿Cristo o Anticristo?
El parecido con Nuestro Señor es impresionante. Los cuerpos
de "Antonio" y "Arturo", a su lado, parecen potenciar esa sensación.
Para muchos fue la encarnación de Jesús y los dos ladrones


Con los ojos abiertos y una leve sonrisa en el rostro,
hubo quienes afirmaron que parecía vivo.
Incluso las enfermeras creyeron que las seguía con la mirada


Increíble similitud entre la escena de la lavandería y el óleo de Andrea Mantegna  La lamentación sobre Cristo yacente


Las manos cercenadas del Che


El subinspector Nicolás Pellicari, de la Policía
Federal Argentina, trabaja en la identificación de
las huellas dactilares del Che. A su lado el coronel
Roberto "Toto" Quintanilla, detrás su colega
Juan Carlos Delgado


Roberto Guevara Lynch parte hacia Vallegrande


Roberto Guevara aguarda ser recibido por el general Ovando
en la puerta de su casa. Con él, los periodistas Samuel Gelblung
Antonio Legarreta y Francisco Tenore


El general Alfredo Ovando recib
a Roberto Guevara en su domicilio


Roberto Guevara abandona la casa
del general Ovando

(Imagen: Samuel Gelblung y Antonio Legarreta, "Un Guevara tras el Che)
publicada en la edición de Revista "Gente y la actualidad" del 19 de octubre de 1967.
Extraida del sitio Mágicas Ruinas. Crónicas del siglo pasado 
http://www.magicasruinas.com.ar/revistero/argentina/el-hermano-del-che-guevara.htm)


El coronel Zenteno Anaya recibe a Roberto
Guevara en su domicilio de Santa Cruz de la Sierra

(Imagen: Samuel Gelblung y Antonio Legarreta, "Un Guevara tras el Che)
publicada en la edición de Revista "Gente y la actualidad" del 19 de octubre de 1967.
Extraida del sitio Mágicas Ruinas. Crónicas del siglo pasado 
http://www.magicasruinas.com.ar/revistero/argentina/el-hermano-del-che-guevara.htm)




Revista "Así" de Buenos Aires



La prensa confirma la muerte del Che


Diario "Presencia" de La Paz
Notas
1 Mario José Cereghino, Vincenzo Vasile, op.Cit., p. 123 (Telegrama enviado al Departamento de Estado por el embajador Henderson, La Paz, confidencial, 9 de octubre de 1967, 14:24 horas, NARA, Rg 59, General Records of the Departament of State, Cfpf 1967-1969, sobre 1895, fascículo 23-7 Bol/I.I.67.)
2 Ídem, p. 124 (Telegrama enviado al Departamento de Estado por el embajador Henderson, La Paz, secreto, 9 de octubre de 1967, 15:02 horas, NARA, Rg 59, General Records of the Departament of State, Cfpf 1967-1969, sobre 2016, fascículo Pol 6 Cuba.)
3 Ídem, p. 124 (Informe enviado al presidente Lyndon B. Johnson por Walt Rostow, consejero especial para la Seguridad Nacional, Washington, secreto, 9 de octubre de 1967, 18:10 horas, NSF, Country File Bolivia, vol. 4, sobre 8, LBJ Library.)
4 Gregorio Selser, op. Cit., p. 68.
5 Ídem (Telegrama enviado al Departamento de Estado por el embajador Henderson, La Paz, secreto, 9 de octubre de 1967, 22:10 horas, NARA, Rg 59, General Records of the Departament of State, Cfpf 1967-1969, sobre 2019, fascículo Pol 6 Cuba.)
6 Ídem (Telegrama enviado al Departamento de Estado por el embajador Henderson, La Paz, secreto, 10 de octubre de 1967, 14:33 horas, NARA, Rg 59, General Records of the Departament of State, Cfpf 1967-1969, sobre 2019, fascículo Pol 6 Cuba.)
7 Félix Rodríguez ha dicho varias veces que antes de que el Che fuese fusilado, él en persona desató sua manos.
8 En alguna bibliografía su apellido aparece escrito Schaller, Shiller o Shaller.
9 Pierre Kalfón, op. Cit., p. 593.
10 Argentina fue la que proveyó el napalm a las FF.AA. bolivianas.
11 En el interín, había hecho otros dos viajes trayendo a los guerrilleros muertos.
12 Ricard Gott, “Frente al cuerpo del Che”, Edición Cono Sur, Nº 74, agosto de 2005, pp. 24-22.
13 Gary Prado Salmón, op. Cit., p. 296.
14 Mario José Cereghino, Vincenzo Vasile, op.Cit., pp. 125-126 (Telegrama por al Departamento de Estado a la embajada estadounidense en La Paz, confidencial, 10 de octubre de 1967, 22:34 horas, NARA, Rg 59, General Records of the Departament of State, Cfpf 1967-1969, sobre 2019, fascículo Pol 6 Cuba.)
15 Cupull y Froilán González, op. Cit., p. 106.
16 Ídem.
17 En su edición del 7 de octubre de 1968, el enviado especial de la revista argentina “Siete Días Ilustrados” menciona a una tal Faby Justiniano, acompañada en el lugar por el Dr. Celso Rossell, presidente de la Cruz Roja Boliviana, asegurando que fue se trataba de la enfermera de sanidad militar que inyectó formol al Che y luego amortajó su cuerpo, sin embargo, ninguna fuente ni bibliografía la menciona. La nota trae la fotografía de un llamativo ataúd de lujo donde habría sido depositado el cadáver, algo llamativo ya que el mismo fue arrojado a la fosa tan solo con su vestimenta.
18 Gary Prado Salmón, op. Cit., pp. 296-297.
19 Ídem, p. 297-298.
20 Peter McLaren, Che Guevara, Paulo Freire y la pedagogía de la revolución, Siglo XXI Editores, México, 2001, p. 6.
21 Ricard Gott, op. Cit.
22 Rodríguez mandó hacer con ese tabaco una cápsula de vidrio especial, para incrustarla como trofeo en el mango de su revólver.
23 Pierre Kalfón, op. Cit., pp. 594-595.
24 Adys Cupull y Froilán González, op. Cit., pp. 108-109.
25 Una segunda ficha con sus huellas digitales fue confeccionada por el Ejército Argentino al ser convocado al servicio militar en 1949.
26 Fue allí y no en La Higuera, como se dice en el artículo de “Clarín”, del que hemos extraído algunos de estos datos. Juan José Torres jamás fue al pequeño caserío serrano, como tampoco los peritos policiales argentinos pues nada tenían que hacer ahí (además el acceso a la localidad estaba vedado). La nota en cuestión contiene varios errores, entre ellos, que el teniente coronel Sélich era un ranger, que La Higuera se encontraba en plena selva, que los estadounidenses decidieron la ejecución del Che y que Barrientos propuso cortarle la cabeza al comandante guerrillero (en realidad fue Ovando) para enviársela a Fidel Castro como prueba final de que su segundo en el mando de la Revolución había muerto (¡¿?!).
27 María Seoane, “Las manos del Che, historia secreta de cómo se confirmó su muerte en Bolivia”, diario “Clarín”, Bs. As., Suplemento Zona, domingo 30 de octubre de 2005.
28 El accionar terrorista de las agrupaciones subversivas argentinas, estuvo inspirado en la teoría guevarista y contó en buena medida con sostén y apoyo cubano.
29 Gary Prado Salmón, op. Cit., p. 299.
30 Fue inaugurado el 19 de abril de 1967.
31 Samuel “Chiche” Gelblung y Antonio Legarreta, “Un Guevara tras el Che”, revista “Gente y la actualidad”, Bs. As., edición del 19 de octubre de 1967; Archivo DiFilm.