VALLEGRANDE
El cuerpo del Che Guevara es exhibido al mundo en el hospital de Vallegrande Uno de los soldados tironea de su pelo |
La noticia de la muerte del Che Guevara repercutió en todos
los rincones de la Tierra, la conmoción que produjo semejó un tornado y la
incertidumbre fue la sensación que primó en las primeras horas.
Las rotativas echaron a correr a ritmo vertiginoso, los
medios gráficos se apresuraron a lanzar ediciones especiales, en tanto radios y
noticiosos televisivos saturaban las señales con la novedad.
Por un instante, el tiempo pareció detenerse; cables contradictorios
llegaban desde el corazón de Sudamérica, dando cuenta de que algo importante
había ocurrido, algunos en extremo fantasiosos, otros mucho más mesurados. Las
líneas telefónicas fueron desbordadas y las redacciones de los periódicos no
daban abasto, con los receptores sonando constantemente.
Al mismo tiempo, las embajadas de los distintos países en la
capital boliviana, se apresuraron a informar a sus respectivos gobiernos y las
grandes corporaciones apresuraron el envío de sus corresponsales para cubrir el
acontecimiento.
Cotejada la información, en las primeras horas de la tarde
del mismo 9 de octubre, el embajador Henderson escribió a Washington
ratificando la noticia de que el Che Guevara había sido capturado.
[…] El 8 de octubre, dos rebeldes habrían sido capturados
gravemente heridos (entre éstos, el Che), tras un enfrentamiento armado de seis
horas de duración entre el Segundo Batallón de los ranger y la guerrilla (7 km al norte de La Higuera). Habrían muerto
otros tres subversivos. El Ejército habría perdido a dos soldados (los heridos
serían seis). Parece que el general Ovando va de camino a Vallegrande, a la
cabeza del grupo que deberá identificar a los insurgentes muertos y capturados.
Se confirma así el convencimiento del Ejército boliviano, según el cual [el] Che Guevara ha sido capturado gravemente
herido o enfermo. Entre los muertos, deberían figura los cubanos “Antonio” y
“Arturo”. También habría sido capturado el boliviano “Willy” (identificado como
Simón Cuba). […]
El traslado de los cadáveres y los heridos a Vallegrande ha
sido pospuesto para hoy. El Ejército boliviano afirma que los ranger han acorralado en un desfiladero
a los guerrilleros supervivientes. […]1.
Menos de una hora después, Henderson despachó un segundo
cable, en este caso secreto, mencionando la posibilidad de que el líder
revolucionario estuviese muerto.
A las 10:00 horas, el presidente Barrientos ha comunicado a
un grupo de periodistas que [el] Che Guevara está muerto. Barrientos ha pedido
a los reporteros que no divulguen la noticia hasta nuevo aviso. No hay otros
detalles por el momento2.
Leído y chequeado el cablegrama, Walt Rostow, consejero
especial para la Seguridad Nacional, se apresuró a pasar el informe a su
presidente, confirmando que efectivamente, el Che se hallaba en poder del
Ejército boliviano.
Sin duda, será de su interés la información según la cual los
bolivianos han capturado al Che Guevara. La noticia todavía no ha sido
confirmada. La unidad boliviana implicada en la acción es la misma que hemos
adiestrado durante un cierto período (se había incorporado al combate hacía
poco tiempo). […]3.
Las
que también recibían noticias de manera constante eran las redacciones de todos
los diarios del mundo. El mismo 8 de octubre, el vespertino “La Razón” de
Buenos Aires, daba cuenta de la caída del jefe guerrillero de la siguiente
manera.
Tropas
del ejército boliviano chocan con fuerzas guerrilleras en la zona de Higueras
[sic]. El general Ovando Candia confirma el choque e indica que los
guerrilleros tuvieron tres muertos y que otros dos han sido capturados. El
corresponsal de El Diario en la localidad de Vallegrande, a unos 40 kilómetros
de Higueras [sic], confirma que se produjo un “feroz combate” durante seis
horas. Un comunicado oficial en La Paz informa que entre las bajas sufridas por
los guerrilleros “presumiblemente está” el revolucionario “Che” Guevara4.
Al
día siguiente, “Presencia” de La Paz, confirmó que el Che podía hallarse
gravemente herido o incluso muerto, novedad que repitieron casi al unísono los
órganos informativos de todos los rincones del planeta.
Requerido
por su gobierno, Henderson escribió a última hora de la tarde, el 9 de octubre:
[…]
En fecha 8 de octubre (domingo), [el] Che Guevara ha sido capturado por algunas
unidades del Ejército boliviano en la localidad de La Higuera, en un área al
suroeste de Vallegrande. Según informaciones fidedignas, esta mañana todavía
estaba con vida (aunque herido en una pierna) y vigilado por las tropas
bolivianas5.
Tres
horas después, el embajador confirmaba que el comandante guerrillero había
muerto por las heridas recibidas durante el combate6 y al día
siguiente agregaba que junto con él habían caído “Arturo”, “Antonio” y “Willy”.
Continuaba explicando que en esos momentos, se procedía a la conservación del
cadáver, previa toma de sus huellas dactilares y haciéndose eco de las palabras
del general Ovando, que la guerrilla, en esos momentos, se hallaba guiada por
“Inti” Peredo7.
Mientras
el mundo se sorprendía con la noticia, en La Higuera se sucedían los hechos.
El
cuerpo del Che fue envuelto en una frazada y depositado en una camilla de lona,
en espera de su evacuación. Los militares habían decidido trasladar primero a
los soldados heridos, luego a los muertos, después a los guerrilleros abatidos
y finalmente a su comandante, pues por una cuestión de seguridad, querían que
fuera el último en llegar a Vallegrande.
Niño
de Guzmán fue y vino varias veces hasta que a eso de las 16.00 horas (4 p.m.),
se posó por última vez para evacuar al Che.
Los
habitantes de La Higuera parecieron conmoverse cuando los soldados sacaron el
cuerpo. El líder de la guerrilla iba amarrado a la camilla y tenía sus manos
atadas por delante7.
Siguiendo
las órdenes de sus superiores, los reclutas lo colocaron sobre el patín derecho
del helicóptero y después de sujetarlo firmemente con cuerdas, se hicieron a un
lado mientras el piloto y el capitán Félix “Ramos” se dirigían hacia la
aeronave.
Según Adys Cupull y Froilán González, los vecinos y algunos militares reaccionaron indignados cuando un soldado amagó con golpear el cadáver con un palo y se lo impidiéndoselo.
Los soldados han sacado el cuerpo de la escuela y lo conducen al helicóptero |
Según Adys Cupull y Froilán González, los vecinos y algunos militares reaccionaron indignados cuando un soldado amagó con golpear el cadáver con un palo y se lo impidiéndoselo.
De
acuerdo con Félix Rodríguez, cuando a su regreso de la quebrada, los capitanes
Gary Prado y Celso Torrelio lo acompañaron hasta la escuelita para ver el
cadáver del Che, aún tirado sobre el piso de ladrillos del aula, éste último le
cruzó el rostro con una vara que llevaba en su mano derecha y dijo:
-¡Hijo
de p…! Me mataste tantos soldados.
Entonces
apareció el padre Roger Schiller8, sacerdote redentorista suizo,
párroco de Pucará, para bendecir el muerto, pronunciar una oración y cerrarle
los ojos. Ninfa Arteaga, la esposa del telegrafista, sintió una extraña
sensación al la escena, lo mismo el resto de los pobladores, testigos mudos e
inexpresivos de lo que sucedía.
Niño
y “Ramos” se acomodaron en la cabina y una vez atados a los asientos, el
primero accionó la palanca de mandos y con las hélices rotando a 100
revoluciones por minuto, se elevaron lentamente, generando la consabida nube de
polvo que cubrió parcialmente la escena.
En
ascenso hasta los 3000 metros, el aparato giró hacia el noreste y se alejó,
perdiéndose entre las montañas, mientras el padre Schiller se dirigía a la
escuela para limpiar la sangre y recoger los casquillos de las balas.
A
su llegada al aeropuerto de Vallegrande, pasado el mediodía (13.45), dos
sujetos aguardaban al coronel Zenteno Anaya. Uno de ellos, individuo robusto
rubio y calvo, lucía uniforme verde oliva sin insignias, y el otro, más bajo de
estatura, llevaba anteojos ahumados, camisa blanca arremangada y una corbata
obscura con el nudo flojo. Se trataba de los agentes anticastristas Gustavo
Villoldo (nombre de guerra “Eduardo González”) y Julio Gabriel García, cubanos
ambos, componentes del grupo de la CIA que debía supervisar la operación.
Zenteno
les entregó el portafolio con los documentos y las pertenencias del Che y luego
de intercambiar unas palabras con ellos, se alejó hacia el Hotel “Santa
Teresita”, donde tanto militares como elementos de la Agencia de Inteligencia
norteamericana habían establecido su cuartel general.
Pasadas
las 14.00, el recién llegado ofreció una conferencia de prensa donde brindó las
primeras versiones de los hechos, contestó algunas preguntas y luego se retiró,
sonriendo amablemente. Para entonces, nadie tenía permitido dirigirse a La
Higuera ni acceso a los soldados heridos que acababan de llegar del frente.
La
de Zenteno Anaya fue la primera de una serie de explicaciones que salieron a
confundir a la opinión pública. Desde horas de la mañana, habían comenzado a
aparecer personas que aseguraban haber visto al Che con vida, otras que había
muerto por sus heridas en combate, que permanecía prófugo aún, que se había
suicidado antes de caer prisionero y cosas por el estilo, en especial los
oficiales del Ejército, algunos de los cuales pusieron en boca del jefe
revolucionario frases que nunca había pronunciado, como “He fracasado”, “Los soldados
bolivianos son mejores de lo que creía”, “Me rindo, no dispare. Valgo más vivo que muerto”, etc. Pero lo más
bizarro tuvo lugar cuando los protagonistas de la historia comenzaron a
desautorizarse unos a otros.
Vaya
como ejemplo lo que Gary Prado le comentó a Pierre Kalfon al referirse a Félix
Rodríguez, durante la entrevista que ambos mantuvieron en Londres, en 1992: “…son las fabulaciones de ese caballero de
la CIA –dijo con respecto a las conversaciones que el cubano aseguró haber
mantenido en privado con el jefe guerrillero- No estaba allí cuando regresamos de nuestra operación de rastrillaje”9.
Finalmente,
a las 16.30 de aquel soleado lunes, el helicóptero Hughes se elevó de La
Higuera por última vez, llevando en su patín derecho, el cuerpo sin vida de
quien fuera uno de los hombres más poderosos de América Latina.
Durante
el vuelo, los ojos del líder revolucionario volvieron a abrirse y una leve
sonrisa pareció dibujarse en su rostro.
La
aeronave alcanzó Vallegrande a las 16.50 y diez minutos después se posó en el
aeropuerto, donde una multitud aguardaba su llegada para ver el cadáver.
Niño
de Guzmán aterrizó lejos del edificio, en medio de la pista y hacia allí se
dirigió presurosamente una camioneta-furgón Chevrolet, llevando varios
efectivos a bordo, entre ellos, Villoldo y García. Jamás, en sus trescientos
cincuenta y cinco años de historia, la antigua ciudad colonial había vivido
tanta agitación y por primera vez desde 1612, se convertía en centro de
atención internacional.
Entre
los periodistas que esperaban en la estación aérea, se encontraban Daniel
Rodríguez de “El Diario” de La Paz, Christopher Roopert, de la agencia de
noticias Reuter y Richard Gott del londinense “The Guardian”, este último,
corresponsal en Santiago de Chile.
Cuando
la camioneta partió a toda velocidad en dirección al helicóptero, se generó un
tumulto que obligó la intervención de los policías que se encontraban en el
lugar.
Gott
acababa de llegar desde Santa Cruz de la Sierra junto a otros reporteros, luego
de rentar un jeep particular. Venía desde Santiago, donde tomó un avión con
destino a Antofagasta y desde ahí el tren trasandino que unía esa ciudad con La
Paz, donde hizo trasbordo hacia la capital petrolera.
La
travesía duró casi seis horas pero en verdad, valió la pena. Cuando solicitaron
autorización para ir a La Higuera se les informó que estaba prohibido abandonar
la ciudad, así que sin perder tiempo, le pidieron al conductor que los llevase
directamente al aeropuerto.
Según
el periodista británico, la mitad del pueblo se encontraba allí y entre los más
excitados estaban los niños, casi todos escolares que, evidentemente, no habían
asistido a clases o los habían dejado salir antes, pues era media mañana del
lunes y a esa hora, debían estar en clase.
Había
también periodistas, militares, policías, fotógrafos aficionados y gente del
pueblo, quienes les manifestaron que una hora antes, habían arribado los
efectivos heridos.
Gott
y su compañero se deslizaron por entre la multitud y allí se encontraban cuando
los más pequeños comenzaron a gritar y saltar ansiosos, señalando un punto
apenas perceptible en el cielo.
-¡¡Ahí
viene!! ¡¡Ahí está!!
A
partir de ese momento, todo fue agitación. Sin embargo, los que llegaban atados
a los patines del aparato eran los cuerpos de los soldados muertos. El
helicóptero se posó sobre la plataforma, cerca de un hangar y hacia allí partió
un camión, llevando varios soldados a bordo. Los periodistas, así como el
gentío que se había reunido en el lugar, vieron a los reclutas desatar los
cadáveres y arrojarlos sin demasiado cuidado en la parte posterior del
vehículo, que una vez terminada la faena, partió hacia el centro de la ciudad.
En
la nota que escribió para “The Guardian”, Gott comete varios errores el
primero, afirmar que Barrientos era un dictador que había tomado el poder dos
años antes (al menos en ese tercer período había llegado a la presidencia por
medio del voto) y creer que las cajas de napalm diseminadas a lo largo de la
pista de aterrizaje que fotografió con teleobjetivo, cuando la multitud se
dispersó, eran de origen brasilero10.
Los
periodistas también captaron gente extraña moviéndose en la lejanía y eso les
ocasionó un momento de zozobra porque elementos de la CIA y oficiales
bolivianos, intentarlos expulsarlos del lugar. Debieron valerse de sus
credenciales y permisos para permanecer en el aeropuerto aunque a partir de ese
momento, estuvieran permanentemente observados.
Antes
del mediodía, se hizo presente el coronel Zenteno Anaya a bordo de un jeep
militar. El vehículo pasó de largo y se detuvo junto al helicóptero, que al
cabo de unos minutos, volvió a remontar vuelo para dirigirse al sur. Regresó a
las 13.45, según Gott rozagante y con una amplia sonrisa de satisfacción,
manifestando haber visto el cadáver del Che Guevara y que no cabía ninguna duda
con respecto a su identidad.
Eso
motivó la estampida de los periodistas, quienes antes de que el coronel
terminase la frase, corrieron hacia la pequeña oficina de telégrafos del
aeropuerto, para pasar la novedad. Un empleado entre alarmado e incrédulo fue
quien les tomó los mensajes y los envió al resto del mundo (según el periodista
inglés, nunca llegaron a destino).
Los restos del Che son amarrados al patín del helicóptero para ser trasladados El padre Schiller acaba de bendecirlo y cerrarle los ojos |
A las 17.00 (5 p.m.) una nueva multitud se había congregado en la pequeña estación aérea. Los periodistas reconocieron muchas caras pero había otras nuevas, pues la cantidad de gente parecía duplicar a la anterior.
Cuando
el helicóptero de Niño de Guzmán se recortó nuevamente en el cielo, la gente se
apretujó contra los alambrados y las puertas del edificio, señalando
agitadamente en esa dirección.
Esta
vez, el aparato traía un solo cuerpo, amarrado al, patín derecho11,
pero en lugar de aterrizar junto al hangar, como lo había hecho en las
anteriores ocasiones, lo hizo lejos, en medio de la pista, a varios metros de
distancia. Se les prohibió a los periodistas traspasar el cordón de soldados y
a la gente ingresar al edificio. A la distancia, se podía ver al furgón
Chevrolet, dirigirse a toda prisa hacia la aeronave y a los soldados desatando
el cadáver y colocarlo en la parte posterior mientras un par de ellos montaban
una improvisada guardia, sosteniendo sus fusiles a la altura del pecho.
Cuando
los periodistas vieron que la camioneta se alejaba velozmente por la pista, en
dirección opuesta, corrieron desesperados hasta el jeep que se encontraba
estacionado junto al edificio central y se lanzaron tras ella, en una alocada
carrera que se prolongó por las calles de la ciudad.
Habiendo
cubierto un trecho de diez cuadras, el furgón dobló bruscamente a la derecha y
pocos minutos después, se introdujo en el hospital, seguido de cerca por el
jeep de los reporteros. Los soldados de guardia no pudieron evitar que
ingresase al recinto y mucho menos que se detuviese junto al vehículo que
transportaba el cuerpo12.
Cuando
el helicóptero se posó en la pista, la multitud comenzó a presionar por para
ingresar al campo de aterrizaje; los soldados hacían lo imposible por contener
a periodistas, reporteros y fotógrafos y la policía debió amenazar con arrestos
para evitar que la situación se descontrolase. Como dice Gary Prado, la
curiosidad del pueblo tenía su justificativo pues fue tanto lo que se había
hablado de aquel hombre y sus guerrilleros en el transcurso del año y tanta la
gente que había llegado hasta la ciudad, alterando su calma bucólica, que todo
el mundo quería ver al causante de semejante alboroto.
Para
entonces, ya circulaba el comunicado Nº 45/67 emitido por el Estado Mayor
Conjunto en las primeras horas del día:
1. A
8 kilómetros al noroeste de Higueras, el día de ayer, 8 de octubre se libró
un fuerte combate con una fracción roja que presentó desesperada resistencia.
Los
rojos sufrieron cinco bajas entre las que presumiblemente está Ernesto Che
Guevara.
De
nuestra parte se registraron las siguientes bajas:
Muertos: Soldados Mario Characayo, Mario La Fuente, Manuel Morales y Sabino
Cossio.
Heridos: Soldados Beno Jiménez, Valentín Choque, Miguel Choque, Miguel Taboada
y Julio Paco, todos del Batallón de Asalto nº 2.
2. Continúan
las operaciones y sus resultados se informarán a la opinión
pública
nacional oportunamente.
La
Paz, 9 de octubre de 196713.
Un
telegrama enviado por el Departamento de Estado norteamericano al embajador
Henderson, alertaba sobre lo que estaba aconteciendo en Vallegrande y advertía
sobre la amenaza que representaban los periodistas, instruyendo a su personal
sobre los procedimientos a seguir.
La
agencia Reuters ha divulgado la siguiente versión sobre la llegada a
Vallegrande del cadáver del Che: “Tan pronto como el cuerpo ha sido
transportado desde el aeropuerto hasta un hangar transformado en morgue, un
hombre calvo y muy robusto, que vestía un mono verde de camuflaje, ha intentado
impedir que los periodistas vieran el cadáver. Aunque todavía no está
identificado, el hombre (de unos treinta y cinco años) parecía dirigir las
operaciones. Se dice que es un exilado (Ramos) que trabaja para la CIA”. El
artículo añade que en un momento dado, Ramos ha gritado en inglés “¡Fuera de
aquí todos!”, pero que después, preguntado en inglés por los periodistas
presentes, ha afirmado que no hablaba nuestra lengua. Si recibiese preguntas a
propósito, el Departamento de Estado no realizará ninguna declaración14.
Cuando
los soldados abrieron las puertas del furgón, el primer en saltar fue Villoldo,
gritando con prepotencia:
-¡Vamos
a llevárnoslo para el demonio o para el carajo, lejos de aquí!
-¿De
dónde viene usted? – le preguntó un corresponsal extranjero.
-¡De
ninguna parte! – fue la respuesta15.
Apenas
llegaron al edificio del hospital, los periodistas fueron contenidos y
obligados a retroceder. Varios más llegaron a pie para correr la misma suerte y
detrás de ellos los habitantes de Vallegrande, cuyo número iba en aumento a
medida que pasaban las horas.
El
operativo era supervisado por Villoldo, el corpulento agente cubano de
uniforme, quien impartía órdenes y trataba de apartar a los curiosos,
-¡Fuera
todos de aquí! – se lo oyó gritar en inglés.
Ante
tal actitud, un periodista angloparlante le preguntó quién era y que hacía en
ese lugar a lo que aquel, de muy mal modo, le respondió desconocer ese idioma.
Fue
ahí donde Roopert redactó el cable que tanto inquietó al Departamento de
Estado, refiriéndose a la presencia del extraño cubano. Gott escribiría a su
vez: “Nosotros comandábamos un jeep para
seguirlos y el chofer se las arregló para atravesar las verjas del hospital,
donde el cadáver fue llevado a un cobertizo descolorido que servía de morgue”16.
Aquí
comienzan de nuevo las contradicciones ya que mientras el periodista británico
confirma que la improvisada morgue fue montada en la lavandería del hospital,
el organismo norteamericano daba cuenta que la misma, como se recordará, se
hallaba ubicada en el aeropuerto.
Después
de cubrir la distancia que separaba el edificio principal del hospital con la
lavandería, los reclutas depositaron la camilla sobre las piletas de lavado,
justo en el centro y se retiraron para que los médicos José Martínez Casso y
Moisés Abraham Baptista, procediesen a efectuar la autopsia. Asistidos por las
enfermeras Susana Osinaga Robles y Adela Mercado, los facultativos procedieron
a quitarle la chaqueta y a limpiarle debajo de su barbilla, practicándole una
leve incisión en el cuello para inyectarle formol; era el trofeo de guerra que
los militares bolivianos querían mostrar al mundo y en ese sentido, había que
preservarlo lo mejor posible17.
El cuerpo del Che es conducido a la morgue del hospital Con el personal militar se mueven extraños personajes A la izquierda, el cubano Gustavo Villoldo, alias "Eduardo González" |
Poco después, agentes de Inteligencia supervisados por el coronel Roberto “Toto” Quintanilla, procedieron a tomarle las huellas dactilares pues en esos momentos, un equipo de la Policía Federal Argentina viajaba desde Buenos Aires para efectuar los estudios correspondientes. A pedido de los militares, los facultativos extendieron el certificado de defunción sin asentar la hora en que la misma se había producido.
Para
entonces, el general Ovando se encontraba en la ciudad, más precisamente en el
Hotel “Santa Teresita”, acompañado por la comitiva militar de la que formaban
parte el contralmirante Ugarteche y el general Lafuente y formulaba
declaraciones.
-No
hay comentarios –dijo a los periodistas que lo rodeaban en el hall del
edificio- Aquí está lo que no se creía. Los guerrilleros han sido aniquilados
en Bolivia, aunque opera aún un pequeño grupo de seis, comandado por Inti
Peredo, que será destruido en las próximas horas. Una vez más se ha demostrado
la bravura y el amor a la patria del soldado boliviano que ha logrado destruir
al teórico de las guerrillas castro-comunistas, lo que nos e pudo hacer en
otros países con ejércitos más modernos y mejor dotados18.
Para
Gary Prado, el mensaje del general Barrientos, constituyó un momento de gloria;
un triunfo para las Fuerzas Armadas que acababan de obtener una importante
victoria militar, derrotando a una fuerza invasora que había llegado al país
para generar el caos, desestabilizar sus instituciones e instaurar la
revolución comunista.
Las
gloriosas Fuerzas Armadas de la Nación continúan cumpliendo su sacrificada y
patriótica misión limpiando las cuevas de los intervencionistas extranjeros que
trataban de sojuzgar al pueblo boliviano, mediante la invasión armada.
Desde
Ñancahuazú hasta las últimas escaramuzas que se libran en estos instantes, los
jefes, oficiales, clases y soldados de las Fuerzas Armadas, sólo han luchado
por la liberación de su pueblo venciendo las encrucijadas mortíferas, la
amenaza constante de las trampas, el hambre, la sed, enfermedades y privaciones
de toda clase que el pueblo sólo puede pagar con gratitud y cariño.
El
oficial o soldado han expuesto su vida por la libertad de su Patria y de los
bolivianos porque las Fuerzas Armadas son el pueblo armado.
Las
posiciones bien organizadas en las sierras abruptas rodeadas de espesa selva
aún siguen disparando contra las tropas bolivianas que acabarán por mostrar
ante el mundo que Bolivia es soberana, que se basta para luchar por su
desarrollo y su libertad. A los intrusos extranjeros de toda laya no les asiste
ningún derecho, motivación o pretexto para intervenir en nuestras
determinaciones y para emplear la sofisticación, la difamación o la
intimidación destinadas a torcer la decisión de nuestros actos y a deformar
nuestra propia realidad.
Lamento
no tener sino expresiones de condena e indignación para los adversarios
quienes, por mucho que invoquen sus ideales, han tratado de aniquilar los
ideales de los bolivianos.
Los
que vinieron a matar creo que estuvieron también dispuestos a morir. No se
puede ser héroes y consecuentes sólo con la victoria. Los nuestros han sido
héroes en el contraste y en la victoria, ayer en Ñancahuazú o Iripití, más
tarde en Vado del Yeso, en Higueras o en la Quebrada del Churo.
Si
ha muerto el señor Guevara, ha muerto después de matar a muchísimos de los
nuestros y de ocasionar mayor pobreza y angustia19.
El
Congreso de la Nación organizó una sección especial para agasajar a las Fuerzas
Armadas en tanto en Washington, tenían lugar agitadas reuniones en la Casa
Blanca, el edificio de la Agencia Central de Inteligencia, el Pentágono, y el
Congreso.
Finalizada
la autopsia, Sélich y el coronel Roberto Quintanilla dispusieron todo para que
la prensa y el mundo, pudiesen ver el cadáver. Según los cubanos Cuppull y González,
Villoldo le propinó una patada y luego un golpe en el rostro, algo que repiten
también Peter McLaren en su libro20 y varios autores más.
Al
verlo ahí yacente, con los ojos abiertos y la leve sonrisa en su rostro, las
monjas alemanas que se acercaron para ayudar a lavar el cuerpo se sobresaltaron
por el parecido que presentaba con Nuestro Señor Jesucristo. Según Kalfon, le
desenredaron el cabello, le acomodaron la cabeza e higienizaron su torso, los
brazos, la cara y los pies, asistidas por Susana Osinaga, Adela Mercado y
Graciela Rodríguez, la lavandera del hospital.
Aún
así, pese a la impresión, a Richard Gott le llamó la atención la actitud de una
de las religiosas,
Las personas que rodeaban el cuerpo –se refiere a la impresión que
éste le inspiró en ese momento– se veían más repulsivas que el muerto: una
monja no podía ocultar su sonrisa y a veces se reía abiertamente21.
Y
a partir de ese momento, comenzó la procesión; oficiales, suboficiales,
soldados, periodistas, camarógrafos, religiosos y pobladores en general; un
cortejo interminable que pasó en silencio junto al cadáver, observando entre
atónito y fascinado aquella escena de leyenda.
Fueron
muchos los que sintieron la sensación de estar frente al Nazareno, el mismo
Jesús junto a los dos ladrones, pues los cuerpos de “Antonio” y “Arturo”,
depositados sobre el piso, a la derecha de su jefe, daban fuerza a ese
sentimiento.
El pueblo desfila en silencio frente al cadáver |
Emilio
Rosell, maestro de 20 años, no pudo contener la emoción y se puso a llorar;
varias mujeres lo hicieron por lo bajo y a otros se le hizo un nudo en la
garganta, no solo por la semejanza religiosa a la que hemos hecho alusión sino
porque, sin ninguna duda, se encontraban ante un mito de proporciones, una
figura que era grande antes de los hechos y que se agigantaría inconteniblemente
a partir de entonces. Y no era para menos, la escena era estremecedora, sobre
todo en horas de la noche, con el lugar apenas iluminado. Sería el origen de
San Ernesto de La Higuera.
Hubo
gente que al pasar frente a los cuerpos se cubrió parte del rostro, otros se
persignaban o pronunciaban oraciones por lo bajo y un buen número se sintieron
intimidada.
Los
primeros en posar junto al cadáver fueron el teniente coronel Sélich y el mayor
Mario Vargas. Luego lo hicieron Villoldo, García, Zenteno Anaya, “Toto”
Quintanilla y un sinfín más pues todos querían perpetuarse y ser parte de aquel
tremendo capítulo de la historia, no sólo de Bolivia y América Latina, sino del
mundo.
Oficiales
del Ejército y agentes de la CIA llevaron a cabo un primer chequeo de los
objetos capturados, interesados particularmente en los del Che; lo hicieron al
aire libre, a la vista de todos, en especial de los periodistas y luego se
retiraron a una habitación para efectuar el inventario. Al igual que lo
ocurrido a los pies de la cruz casi dos mil años atrás, los militares se
repartieron las pertenencias del muerto.
Sélich
se apropió del portafolio de cuero y uno de los Rolex, Zenteno Anaya se quedó
con la carabina M1 perforada, Mario Terán con la pipa, Gary Prado un segundo
aparato de la misma marca (posiblemente el de “Tuma”) y Félix Rodríguez con
otro y algunos objetos que deseaba presentar a sus superiores, en
Washington, como prueba. El dinero,
tanto en dólares como en pesos bolivianos, fue repartido entre oficiales, suboficiales
y soldados (era el premio por la campaña) y el diario entregado en custodia a
las autoridades.
Mientras
tanto, en Vallegrande, comenzó a correr la historia de la milagrosa similitud
que ofrecía la escena en la lavandería y más gente acudió a observar, incluso
hubo personas solicitaron permiso para cortar mechones de cabellos del Che,
pero el mismo fue denegado.
En
La Higuera, mientras tanto, el padre Schiller oficiaba una misa a la que acudió
la población entera portando velas, conmovida aún por los sucesos de los que
había sido protagonista.
Para
entonces, periodistas de todas partes llegaban a la ciuda, primero los que
cubrían el juicio a Debray desde Camiri, luego del resto de Bolivia y
finalmente, de todas partes del mundo. El proceso al francés pasó a un segundo
plano y muy pocos siguieron centrados en él.
Mientras
continuaba el desfile frente al cuerpo del Che, en el Hotel “Santa Teresita”,
altos oficiales y elementos de la CIA festejaban su captura brindando y
pronunciando palabras. Andrés Sélich abrió una botella de whisky y todos
alzaron sus copas, entre ellos Félix Rodríguez y Mario Vargas. Luego, el agente
cubano se retiró, mudó su uniforme por ropas de civil y voló a La Paz, para
abordar un avión con destino a Washington.
Una
vez en la capital norteamericana, se dirigió al edificio central de la CIA y
sentado frente a sus superiores, les presentó su informe y enseñó los objetos
que llevaba consigo, a saberse, uno de los Rolex y algo del tabaco de la pipa
del Che, prolijamente envuelto en papel22.
Como
observa Pierre Kalfon, el crítico de arte británico John Berger fue uno de los
primeros en reparar en el parecido de aquella escena con dos cuadros famoso, La lamentación sobre el Cristo muerto de
Andrea Mantegna y La lección de anatomía,
de Rembrandt
En
una de las fotografías, la atención de los observadores de Vallegrande es tan
intensa en torno al yacente como en el lienzo de Rembrandt; miran el cadáver,
señalan con el dedo el impacto de las balas, se tapan la nariz contra el
potente olor del formol. En la otra se ve al Che desde la misma insólita
perspectiva del cuadro de Mantegna, a partir de la planta de los pies en primer
plano y en la tela del pantalón verde olivo desabrochado sobre el torso desnudo
hay pliegues similares a los del paño que cubre la parte inferior del cuerpo de
Cristo23.
Miles
de personas desfilaron en silencio frente a los cuerpos, lo hicieron durante la
noche y la mañana siguiente en tanto el Che, con los ojos abiertos y la
sonrisa, apenas perceptible, parecía más vivo que nunca.
A
las 11.00, el coronel Zenteno Anaya y su igual en el rango, Arnaldo Saucedo,
jefe de Inteligencia Militar, mostraron en rueda de prensa, el diario de
campaña del jefe guerrillero y algunas horas después, Ovando volvió a dialogar
con los periodistas, para brindar nuevos detalles de su captura y muerte. Las
contradicciones en las que entró, desautorizando los dichos de otros
protagonistas, llamaron poderosamente la atención de los presentes y comenzaron
a sembrar las primeras dudas en cuanto a las causas de su fallecimiento.
Según
Adys Cupull y Froilán González, militares y elementos de la CIA establecieron
un estricto control sobre la información, las comunicaciones telefónicas y el
correo, a fin de chequear que entraba y salía de Vallegrande.
Mientras la procesión continuaba en torno a los restos del jefe guerrillero, el alto mando boliviano comenzó a buscar la manera de deshacerse de su cuerpo. Como explica Pierre Kalfon, el cadáver de Tania había sido enterrado en el cementerio de Vallegrande y poco después, comenzaron a aparecer ramos de flores sobre su tumba, lo que hizo temer que la misma y mucho más la del Che, se convirtiesen en objeto de culto.
Por
su parte, el gobierno argentino hizo fuerte presión para que los despojos fuesen
desaparecidos. Temeroso de que pudiesen seguir su ejemplo, no deseaba que su sepulcro se convirtiese en centro de
peregrinación. Por consiguiente, era imperioso mantener el lugar en secreto, tal como se había hecho con el de Eva Perón24.
Una de las
primeras propuestas partió del propio general Ovando, quien sugirió decapitar
el cadáver y mantener oculto el cráneo a modo de prueba, como hicieron los
rusos con Hitler; Félix Rodríguez, viendo en ello un acto de barbarie, aconsejó
hacerlo con un dedo.
Finalmente
se decidió cortarle ambas manos e incinerar el resto pero como en Bolivia no
había crematorios, se optó por hacerlo desaparecer, arrojándolo a una fosa
secreta.
La noche del
10 al 11 de octubre, el portero del hospital preparó un diluido de cebo y lo
volcó sobre el rostro del Che, para elaborar su máscara mortuoria. Debió
intentarlo con yeso, porque la solución falló. Como el doctor Martínez Casso
olvidó colocar pomada antes del procedimiento, al retirar el preparado, el
semblante quedó desfigurado, con varios sectores prácticamente sin piel.
Para
entonces, la exposición de los cuerpos había finalizado y media docena de
soldados trabajaba en las afueras del cementerio para abrir una fosa donde
arrojar los cadáveres, a excepción del de Guevara, para el cual se tenía
reservado un destino especial.
El doctor
Baptista regresó nuevamente a la morgue y bajo la supervisión del mayor
Saucedo, procedió a amputarle las manos, luego las colocó en una lata llena de
formol y se las entregó a las autoridades militares, quienes a su vez, debían
esperar instrucciones.
En
horas de
la madrugada, apareció el teniente coronel Sélich con órdenes de retirar
el
cuerpo; los soldados que lo acompañaban lo montaron en el mismo vehículo
en el
que había llegado y partieron rápidamente hacia el cuartel del
Regimiento “Pando”, donde según Cupull y González, ya tenían listos
cuatro tanques de
combustible para incinerarlo. Suena algo raro porque para ese momento,
ya
estaba decidida su suerte.
La madrugada del 12 de octubre, el teléfono comenzó a sonar insistentemente en el domicilio porteño del subinspector Nicolás Pellicari, perito dactiloscópico de la Policía Federal Argentina.
En plena
obscuridad, el oficial levantó, sobre la mesa de luz y atendió.
-Pellicari,
tiene que estar en el comando de la jefatura, inmediatamente- escuchó que
alguien decía al otro lado
Era
su superior, el inspector Federico Vattuone.
El
oficial saltó de la cama y comenzó a vestirse. Cuando su esposa le preguntó que
sucedía, le respondió que lo llamaban de la central con urgencia. Se despidió
de ella, se colocó el arma reglamentaria a la cintura, tomó su maletín y partió
presurosamente. Una hora después, cuando su reloj marcaba las 4 a.m., se
reportó en el despacho que el inspector Vattuone tenía en el Departamento
Central de Policía, sobre la Av. Belgrano, donde ya se encontraban su compañero
de tareas en la Policía Científica -organismo dependiente del Dirección de
Investigaciones-, el subinspector Juan Carlos Delgado y el inspector Esteban
Rolzhauzer, perito escopométrico de la fuerza.
Los
tres se quedaron de piedra cuando su superior les informó que el general Mario
Fonseca, jefe de la Policía Federal Argentina, había ordenado el envío de un
equipo de peritos para identificar los restos del Che Guevara, muerto por los
rangers bolivianos el día 9, luego de un intenso combate en las montañas.
Vattuone
les dijo que debían viajar a Santa Cruz de la Sierra, donde los estaría
esperando el cónsul argentino en La Paz, Miguel Ángel Stoppello, quien tendría
todo listo para su traslado a Vallegrande.
Pellicari
y Delgado se dirigieron a la sección de identificaciones y solicitaron el
legajo personal Nº 3.524.272, correspondiente a Ernesto Guevara Lynch de la
Serna (hoy celosamente guardado en la caja fuerte Nº 336 de la Policía Federal)
y extrajeron, la ficha dactiloscópica que le fue tomada al imputado, el 29 de
octubre de 1947, es decir, veinte años atrás25.
Preparar
los elementos de trabajo les llevó cerca de tres horas y una vez que todo
estuvo listo, un agente de policía los condujo en automóvil hasta la Base Aérea
de El Palomar, donde llegaron alrededor de las 8 a.m., para abordar un avión IA
50 Guaraní II de la Fuerza Aérea Argentina (aparato de fabricación nacional),
en el que volaron directamente a Santa Cruz de la Sierra.
En
tierra los esperaba, efectivamente, el cónsul Stoppello, quien los presentó a
las autoridades locales y a los oficiales de la Fuerza Aérea Boliviana que
debían llevarlos a Vallegrande.
Al
día siguiente, abordaron los cuatro un avión militar y dos horas después aterrizaron
en el aeropuerto de la localidad serrana, donde permanecerían cerca de 48 horas
en espera del cadáver. Como el mismo nunca llegó, regresaron a Santa Cruz de la
Sierra y de allí volaron a La Paz.
Aterrizaron
en el Aeropuerto Internacional de El Alto y finalizados los trámites
correspondientes, fueron conducidos a la embajada argentina, donde los recibió
su secretario, Jorge Cremona, quien les presentó al capitán de navío Carlos
Mayer, agregado naval de la legación, su enlace a partir de ese momento. Fue el
encargado de conducirlos hasta el Gran Cuartel de Miraflores, la mañana del 14
de octubre, donde el general Juan José Torres26, les manifestó que
el cuerpo del Che había sido incinerado.
Un
alto oficial los condujo al amplio salón donde funcionaba el Comando de
Operaciones y allí se encontraban cuando apareció el coronel Roberto
Quintanilla llevando un paquete debajo del brazo. Se trataba de una lata de
pintura envuelta en papel de diario, que luego de los saludos y las presentaciones
correspondientes, depositó sobre una de las mesas.
Los
argentinos se pusieron a trabajar. Lo primero que hicieron fue destapar el
recipiente, comprobando en el acto que el olor era insoportable.
Desplegaron
sobre la mesa los papeles de diario y sobre ellos depositaron las manos, para
luego extraer los instrumentos con los que iban a trabajar.
Pellicari se quitó el saco, se colocó sus guantes de látex y ayudado por Delgado limpió el formol de ambas extremidades. Inmediatamente después, extrajo una jeringa y luego de colocar la aguja, les inyectó una película de polietileno entintada, para pegarla luego a las fichas y fotografiar las huellas.
Peritos argentinos trabajan sobre las manos del Che en La Paz |
Pellicari se quitó el saco, se colocó sus guantes de látex y ayudado por Delgado limpió el formol de ambas extremidades. Inmediatamente después, extrajo una jeringa y luego de colocar la aguja, les inyectó una película de polietileno entintada, para pegarla luego a las fichas y fotografiar las huellas.
Mientras
Delgado lo asistía en la tarea, Rolzhauzer fue conducido hasta otra habitación
a efectos de analizar la letra del comandante guerrillero. Se sentó en un
escritorio que le habían preparado especialmente y pusieron delante suyo las
dos volúmenes que conformaban el diario de campaña, un cuaderno de tapas rojas
tamaño carta, anillado y una agenda alemana modelo 151, impresa por la
casa Herstellung Baier & Schneider
para Karl Klipel de Frankfurt, con acabado de tapas duras forradas en cuerina
de tono obscuro, borra de vino. El ministro del Interior Arguedas, encargado de
su custodia, había recomendado mucho cuidado en su manipulación y en eso, los
militares bolivianos pusieron todo su empeño. Un oficial argentino, agregado
militar a la embajada de su país, sacó casi de incógnito las fotografías en las
que se ve a los expertos trabajando sobre los restos.
Ocho
horas les llevó aquella labor, siempre supervisados por el coronel Quintanilla
y algunos oficiales más. Recién a las 16.00 de aquel sábado fresco y algo
nublado, los peritos pudieron certificar que, efectivamente, las manos que les
habían entregado pertenecían al ciudadano Ernesto Guevara Lynch de la Serna,
nacido en Rosario, provincia de Santa Fe, el 14 de junio de 1928, lo mismo la
letra de ambas agendas. De ello dejaron constancia en un acta que fue rubricada
por Meyer, Stoppello, Cremona, Pellicari, Delgado y Rolzhauzer por el lado
argentino y el coronel Roberto Quintanilla con el teniente de navío Oscar Pamo
Rodríguez, asistente del general Ovando en el Estado Mayor, por el boliviano.
De ella se hicieron tres copias, dos de las cuales fueron entregadas a las
autoridades de ambos países y la tercera a la embajada argentina en La Paz.
-Nuestra
misión termina aquí – dijo entonces Pellicari.
Los
peritos regresaron a la legación y en horas de la noche abordaron un avión con
destino a Buenos Aires. Debieron pernoctar en San Miguel de Tucumán porque la
ciudad capital se hallaba bajo los efectos de un feroz temporal, el mismo que
produjo las terribles inundaciones de ese año. Recién en la tarde del día
siguiente pudieron reiniciar el viaje y a las 18.00 horas se reportaron en el
Departamento Central de Policía para hacer entrega del acta y presentar el
correspondiente informe. Por orden directa del general Fonseca, se los condujo
de manera urgente a la Casa de Gobierno porque el presidente de la Nación en
persona deseaba escuchar los pormenores de su misión.
El
general Onganía los recibió de inmediato. Es de suponer que con él se
encontraban presentes sus pares de la Armada y la Fuerza Aérea, así como el
canciller Costa Méndez y alguno que otro funcionario.
Ante
las requisitorias que les fueron efectuadas, los policías brindaron un
pormenorizado detalle de lo actuado, mostrando las fotografías que habían
obtenido y entregando la copia del acta junto a la correspondiente a las
huellas digitales, que el general Onganía observó con detenimiento, para
pasársela después a los funcionarios presentes.
-Los
felicito –les dijo– han hecho una magnífica labor.
Después
de intercambiar algunas opiniones, la reunión llegó a su fin. Cuando se
despedían, el primer mandatario les pidió a los policías que tuviesen la
amabilidad de salir por la puerta posterior del edificio porque no quería que
los periodistas acreditados en la Casa Rosada tomasen contacto con ellos.
-Guarden
silencio. Que se ocupe el gobierno boliviano de informar. Yo no lo haré – les
dijo antes de que abandonasen el despacho.
Para
el presidente argentino, el fin de la incursión guevarista también significaba
una importante victoria pues su activa participación, enviando armamentos y
movilizando tropas, mucho había tenido
que ver en su derrota27.
Para
Pellicari, Delgado y Rolzhauzer, fue la tarea profesional más importante de sus
carreras. Ignoraba el primero que tres años después, le tocará otra misión de
envergadura al identificar los restos del ex presidente de facto, general Pedro
Eugenio Aramburu, asesinado en Timote, provincia de Buenos Aires, por un
escuadrón de la agrupación subversiva Montoneros, en lo que fue el inicio de la
cruenta guerra antisubversiva que ensangrentaría a su país por espacio de una
década28.
En
su excelente libro, Cómo capturé al Che,
Gary Prado da por sentado que los cuerpos de los guerrilleros muertos fueron
enterrados en el cementerio de Vallegrande en tanto el del Che, fue trasladado
a un lugar retirado en las afueras de la ciudad (madrugada del 11 de octubre) y
entregado a un oficial del Ejército para que procediese a su incineración.
…el
correspondiente al jefe de la guerrilla es trasladado a un lugar apartado de la
ciudad en las primeras horas del amanecer del día 11 y se encomienda a un
oficial para que se encargue de quemar los despojos hasta que nada quede del
guerrillero. Esta misión es cumplida, demorando el proceso dos días, pero el
comandante de división, ante los requerimientos de la prensa, simplemente
indica que ha sido enterrado en un lugar seguro, abriendo cauce a
especulaciones que van desde el transporte del cadáver a Estados Unidos para
más pruebas de identificación, hasta la versión de que se lo ha hecho desaparecer
porque los restos mostrados no correspondían al Che Guevara. La confusión
aumenta cuando el comandante en jefe admite que el cadáver “ha sido incinerado”
dando lugar a nuevos comentarios, ya que no existen en Vallegrande ni en todo
el país instalaciones para quemar cadáveres, por lo que se cuestiona la
afirmación y el procedimiento29.
Hoy sabemos que eso no fue así. El Che
Guevara no fue incinerado, sino arrojado a una fosa abierta a un costado de la
pista de aterrizaje de Vallegrande, junto a los restos de “Antonio”, “Arturo”,
“Pachungo”, “Willy”, “Aniceto” y el “Chino”, donde permanecerían enterrados por
espacio de tres décadas.
Es
fácil imaginar la escena. Un grupo de soldados trabaja durante la noche, apenas
iluminados por faroles tipo “sol de noche”. Quizás los ayuda alguna excavadora.
Un oficial supervisa la operación y un par de suboficiales imparten las
directivas. Una vez abierta la fosa, se comunican por radio para informar que
el trabajo ha sido terminado. Minutos después, aparece un camión o un furgón,
transportando varios bultos. Son los cuerpos de seis hombres, cubiertos por una
lona.
El
vehículo se detiene junto a la pista de aterrizaje y los soldados proceden a
descargar los cadáveres mientras algunos de sus compañeros montan guardia. El
oficial dialoga con un colega que ha llegado en el camión y luego les hace un
gesto a los suboficiales para que la tropa comience a arrojar los cuerpos. Así
se hace, uno a uno, tomando a cada uno por los pies y los hombros, luego se los
balancea un poco y al final los lanzan dentro, cayendo uno sobre otro, en forma
desprolija. Luego rellenan el agujero, apisonan la tierra con las palas y se
retiran en el mismo vehículo que trajo los cuerpos, tal vez dejando uno o dos
hombres de vigilancia.
De
ese modo terminó sus días el hombre que encabezó una revolución, que dirigió
ejércitos, combatió a enemigos poderosos, tomó pueblos y ciudades, fusiló sin
compasión e intentó desencadenar el holocausto nuclear.
La
que también revolucionó a Vallegrande fue la llegada de Roberto Guevara Lynch
(o Guevara de la Serna), hermano del Che, para reconocer el cuerpo de quien
fuera en vida su hermano. Lo hizo en una avioneta particular de la revista
“Gente”, acompañado por los periodistas Samuel “Chiche” Gelblung, Francisco
Tenore y Antonio Legarreta, enviados por la mencionada publicación y el
noticiero de Canal 13 “Su ojo en la noticia”, para cubrir el evento.
Roberto Guevara Lynch de la Serna |
Luciendo
traje gris obscuro, corbata del mismo tono y camisa blanca, a todos sorprendió
el parecido del aristocrático abogado con su hermano mayor. Llegaba para
reconocer el cadáver y de y de ser posible, llevárselo a la Argentina,
ignorando que para entonces, el mismo había desaparecido.
Guevara
partió desde el Aeroclub de San Justo, la lluviosa mañana del miércoles 11 de
octubre a las 7.30 a.m., luego que Croza, el piloto, hombre experimentado,
firmara el plan de vuelo asumiendo la responsabilidad que el mismo implicaba,
debido a las condiciones del tiempo.
Antes
de su partida, Guevara fue reporteado por el periodista Leo Gleizer, del
noticiero “Su ojo en la noticia”, que por entonces emitía el Canal 13. En las
imágenes, se ve al hermano del Che luciendo un impermeable gris, con sus
abundantes cabellos peinados a la gomina, al estilo “Michael Corleone”, dentro
de lo que parece ser un hangar. Es un día gris y detrás, en la plataforma, se
recorta la silueta de la avioneta que lo llevará a Bolivia.
-Miércoles
11 de octubre de 1967 –comienza el periodista- Son las siete de la mañana. Nos
encontramos en las instalaciones de Aeroclub de San Justo. En estos momentos,
las cámaras de Canal 13, “Su ojo en la noticia”, se encuentran junto al doctor
Roberto Guevara de la Serna, hermano de Ernesto Guevara. Doctor, buen día.
¿Usted se apresta a volar en estos momentos?
-Así
es – responde el aludido, sin dejar de moverse, yendo a un lado de aquí para
allá.
-¿Podríamos
saber con destino a donde, doctor?
-No
puedo ni debo hacer ninguna declaración.
-Nosotros
tenemos entendido que el doctor Guevara de la Serna viajará hacia Bolivia a
efectos de comprobar si son veraces las informaciones que han dado las agencias
noticiosas durante las últimas horas. ¿Usted no nos puede adelantar nada
respecto a eso, doctor?
-Usted
me perdonará pero, le repito que no puedo hacer absolutamente ninguna
declaración.
-¿Podríamos
saber si usted viaja invitado por las autoridades del gobierno de Bolivia, doctor?
-No
puedo hacer absolutamente ninguna declaración de ninguna especia.
-Perfecto,
gracias doctor.
-De
nada.
Finalizado
el escueto reportaje, el periodista se retira pero la cámara continúa enfocando
a Guevara, que por momentos mira de frente y por momentos hacia abajo, yendo y
viniendo con las manos a las espaldas, un tanto inquieto.
Durante
las dos primeras horas, el bimotor Piper PA-23 Azteca, matrícula LV-GTR, voló
prácticamente a ciegas, guiándose por el instrumental. Aterrizaron en Salta bien
ya entrada la tarde y dada la hora y el tiempo, decidieron pasar la noche allí
porque además, en Bolivia, los aeropuertos no operaban tras la caída del sol.
Se
alojaron en el Hotel del señor Lamarque, en la habitación Nº
226, ignorando que el conserje estaba llamando a los medios de prensa para
pasarles la novedad. Menos de media hora después, una pequeña multitud
integrada principalmente por reporteros, camarógrafos, fotógrafos e incluso
curioso, invadieron la recepción, solicitando dialogar con el célebre huésped.
Fue necesaria la intervención del propietario para desalojarlos e impedir el
acceso a toda persona extraña, cosa que se logró recién a las 23.00. Por
supuesto que en esos días, los diarios dedicaban grandes espacios a lo acaecido
en Bolivia, con la foto del Che sin vida abarcando buena parte de sus portadas.
Por
la mañana, mientras los viajeros desayunaban en el salón del hotel y más
periodistas pugnaban por entrar, Croza abandonó la mesa y solicitó un teléfono
para establecer contacto con la torre de control cruceña y así obtener el
permiso de aterrizaje por parte del Comando en Jefe de las Fuerzas Armadas,
algo imperioso en una zona de guerra, como era en esos momentos el Oriente
boliviano.
Ni
bien terminaron, partieron en un auto de alquiler y una vez en el aeropuerto,
decolaron rumbo al norte, poniendo proa a Bolivia.
Lo
primero que notaron al aterrizar, fue la pequeña multitud que esperaba en el
lugar. Era evidente que la noticia les había ganado de mano y la gente se había
acercado a curiosear.
A
los viajeros les llamó la atención la cantidad de niños que rodearon el aparato
cuando éste se detuvo en la plataforma. Dos reporteros, enviados desde La Paz,
fueron los primeros en acercarse para hacerles preguntas mientras varias
cámaras les apuntaban y algunos particulares intentaban registrar la escena con
sus máquinas portátiles.
Samuel
Gelblung se dirigió a las oficinas del Lloyd Aéreo Boliviano y se comunicó con
el cuartel de la VIII División, solicitando hablar con el recientemente
ascendido general Joaquín Zenteno Anaya. Le dijeron que en esos momentos, el
comandante no se encontraba y cuando pidió su número particular se lo negaron.
Entonces se jugó la última carta, recurriendo a la mejor herramienta que tenía
a mano.
-Mire,
aquí, a mi lado, está el doctor Guevara, es urgente que veamos al coronel.
Un
prolongado silencio siguió a esas palabras y al cabo de un instante, se escuchó
del otro lado una voz que dijo ser el asistente del comandante divisionario.
-5103
–dijo y saludando con corrección, cortó
Por
esos días, Zenteno cumplía diez años de casado, de ahí su presencia en la
ciudad. Cuando el periodista se puso en contacto y le solicitó una entrevista,
se negó, aduciendo que solo los recibiría en Vallegrande pero ante la
insistencia, terminó por ceder.
El
equipo periodístico alquiló una camioneta Toyota y a ella treparon los cuatro
argentinos.
Hay
una escena en extremo llamativa en la que se ve al distinguido abogado, ex
rugbier del San Isidro Club y para más, hermano del Che, sentado en el asiento
del acompañante, ojeando la última edición de “Presencia”. Se lo ve sostener el
ejemplar en sus manos, leyendo con seria expresión el titular: “Cadáver del
‘Che’ fue enterrado ayer en la madrugada”. Tres niños asoman sus rostros por la
ventanilla del conductor y la gente rodea el vehículo, mirando hacia su
interior entre fascinada y extrañada.
-Es
el hermano del Che – se oye a cada momento.
Guevara
mira entonces a la cámara y siempre con expresión pétrea, aunque sin perder
nunca la compostura, dobla el diario y aguarda.
El
Toyota partió hacia el centro de la ciudad. La gente lo ve pasar con
expectación, incluso lo siguen por las calles, algunos a la carrera.
Pese
a que se lo percibía incómodo, Zenteno Anaya los recibió con amabilidad; los
hizo pasar a su hogar y los invitó a sentarse. Eran las 11 a.m. y su casa se
hallaba fuertemente custodiada por efectivos del regimiento rangers.
El
diálogo que se suscitó fue el siguiente, reproducido por Samuel Gelblung en la
edición de “Gente”, correspondiente al 19 de octubre de 1967.
-Coronel, ¿cuándo fue enterrado el cadáver?
-Ayer a la madrugada.
-¿Dónde?
-El lugar no se puede revelar, hemos hecho con Guevara lo
mismo que con todos los otros guerrilleros muertos, sepultarlos en lugares que
sólo sabemos nosotros, los altos mandos del ejército.
-¿Quiere decir que ya no había dudas de que ése fuera el
"Che"?
-Exacto, todas las pruebas son concluyentes, las fichas
dactilares coinciden, su confesión antes de morir, su diario, y todos los otros
elementos...
-Usted sabe que en estos momentos hay más de cien periodistas
de todo el mundo que han venido para ver el cadáver, también su hermano,
¿habría posibilidad de que se lo exhume?
En ese momento Roberto se puso de pie y le pidió al militar
hablar en privado.
-Coronel, quisiera hablar a solas con usted, ¿sería posible?
-Sí, desde luego, pase.
Se encerraron en el contiguo comedor y permanecieron allí por
espacio de varios minutos. En ese momento Gelblung miró su reloj y vio que eran
las 11.15 a.m.
-Lo siento mucho doctor –fue lo primero que dijo Zenteno–, sé
que es un momento difícil para usted; lo escucho.
-Coronel, quisiera ver ese cadáver –respondió Guevara–, tengo
derechos que me impulsan a reconocer con mis propios ojos a mi hermano. He
visto las fotos y no me parecen en absoluto definitivas. Quiero que se exhume
el cadáver...
-Usted sabe que eso no lo puedo decidir yo. Ahora mismo hablo
con Ovando para que lo reciba. Pero se tiene que ir cuanto antes a La Paz. Si
fuera posible ya mismo.
Finalizada la conversación, el propio Guevara abrió la puerta
y llamó al periodista. Cuando éste ingresó al salón, notó que Zenteno guardaba
fotografías en una carpeta, eran imágenes del "Che" Guevara que
acababa de enseñarle a su hermano.
Solicitar
autorización para exhumar el cadáver requería de un viaje a La Paz.
Mientras Zenteno se dirigía hasta el Comando de la división para
informar por radio que los argentinos viajaban hacia allá, Guevara y los
periodistas partieron hacia el aeropuerto, dispuestos a volar lo antes
posible,
sin embargo, al llegar se encontraron con la sorpresa de que el Piper
había
sido secuestrado por las autoridades para ser inspeccionado y sin la
autorización del general de aeronáutica Federico Casanovas Valderrama,
director
general de la Aeronáutica Civil, no podían partir. Ignorando la hora de
su
llegada, optaron por abordar un vuelo de línea con destino a la capital y
sin
perder tiempo, acudieron a las oficinas del Lloyd Aéreo Boliviano para
sacar
los pasajes. Eran las dos menos cinco de la tarde y el avión despegaba a
las
14.00, de ahí los apurones con los que abordaron el Boeing 707 matrícula
CP-688
que los llevó directo a la capital, en un vuelo de tres horas.
Recién entonces, el periodista notó a su compañero algo más
relajado. Hablaron de todo mientras la azafata, que sabía perfectamente quien
era el hombre de traje gris obscuro, se desvivía por atenderlo.
Hablaron de su familia, de sus hijos, de su pasión por el
rugby, la misma que compartía con su célebre hermano; de la revista “Tackle” y
cosas de la infancia.
En el Aeropuerto Internacional de El Alto también los
esperaban periodistas.
Guevara descendió llevando su maletín en la mano derecha y el
impermeable colgando del antebrazo izquierdo; se dirigió directamente al hall
central del edificio y mientras caminaba, conversaba con un reportero de barba
y elevada estatura, a quien también le manifestó que no podía efectuar
declaraciones. De allí se dirigió con Gelblung a la salida y abordó un taxi que
lo condujo hasta el Hotel “Copacabana”, el mismo en el que se había alojado su
hermano cuando en noviembre de 1966 se dirigía al teatro de operaciones.
-Si alguien llega a la habitación sin que yo lo autorice o me
pasan alguna comunicación de los periodistas, me voy del hotel y no pago la
cuenta...- le dijo Roberto Guevara al gerente al dejar el equipaje.
Acto seguido, Gelblung intentó comunicarse con el Gran
Cuartel General de Miraflores. No lo logró. Se dirigieron entonces al domicilio
particular del general Ovando dispuestos a solicitarle una entrevista, pero su
edecán los contuvo.
Por entonces, el poderoso militar vivía en una suerte de
fortaleza, contigua a la embajada de Perú y a escasos cincuenta metros del
Hotel “Crillón”, fuertemente custodiada y rodeada por vehículos militares.
Antes de que alcanzasen la puerta, les salió al cruce el
capitán de navío Alfredo Pavía, edecán del general, cerrándoles prácticamente
el paso.
-¿Qué es lo que desean?
-Queremos ver al Gral. Ovando – respondió el periodista.
-El general no recibe a nadie en su casa.
-Pero dígale que aquí está el hermano de Ernesto Guevara.
La respuesta desconcertó al oficial quien incrédulo aún, les
pidió que aguardasen.
Ni bien terminó de decir eso ingresó en el domicilio y a los
pocos minutos volvió a salir, informando que Ovando los recibiría a las 9.30
a.m. del día siguiente, viernes 13 de octubre.
-Dígale que no tengo tiempo -dijo con tono firme Roberto
Guevara- Necesito saber inmediatamente si me recibe o no. De lo contrario
vuelvo a Buenos Aires.
-Bueno –respondió el desconcertado Pavía-, puede pasar, pero
no tiene mucho tiempo para atenderlo pues dentro de una hora debe salir para
una recepción oficial por el día de la Aeronáutica.
Una vez dentro, el edecán condujo a los argentinos hasta la
sala principal de la elegante mansión, donde el hombre que compartía el poder
en Bolivia, los estaba aguardando.
Ovando se puso de pie y les estrechó la mano.
-Lo siento mucho –dijo mirando a Guevara a los ojos–, hubiera
deseado que un héroe como su hermano saliera con vida de la selva boliviana. .
.
A Roberto la cortesía del militar lo descolocó y las palabras
que pronunció al presentarse, refiriéndose al Che, lo llegaron a emocionar,
pues no esperaba ninguna de las dos cosas.
-Sr. Comandante, quiero ver el cadáver de mi hermano. Quiero
que se haga la exhumación. Quiero comprobar si el cadáver del guerrillero Ramón
es el de Ernesto Guevara.
-Yo lo autorizo a usted y a los periodistas a viajar a
Vallegrande, no opongo ningún reparo, pero puede ser que llegue tarde, no sería
extraño que hoy hubiese sido incinerado...
Regresaron al hotel sin pronunciar palabra. Ni bien llegaron,
Gelblung se comunicó con la oficina del Lloyd Aéreo Boliviano para reservar
pasajes de vuelta a Santa Cruz de la Sierra y luego se dirigieron a la
habitación, en esta caso la 504, casualmente la misma que habían ocupado los
padres de Regis Debray al llegar a Bolivia donde, después de acomodar sus
cosas, se pusieron a conversar.
-¿Usted cree que lo incinerarán? – le preguntó Gelblung.
-Vea, todo lo que está ocurriendo es muy extraño. Zenteno
Anaya, me dice que venga aquí a buscar una respuesta definitiva y la respuesta
definitiva es que me apure porque lo van a incinerar. Hasta que no lo vea no
creeré que está muerto...
A la mañana siguiente, partieron nuevamente hacia El Alto.
Llegaron a las 7.30 a.m. y despegaron media hora después. Para entonces, Croza
ya tenía el permiso para volar a Vallegrande y terminaba de controlar el avión.
Lo abordaron veinte minutos después, con la noticia de la cremación circulando
por todas partes.
El vuelo duró poco más de media hora a través de cerros,
quebradas y bosques. A Croza le costó un poco ubicar la pista pero finalmente
lo logró y después de sobrevolarla dos veces, se posó suavemente sobre ella.
Gelblung se equivoca de cabo a rabo cuando describe a la
población pues dice que por entonces sólo tenía 400 habitantes cuando en
realidad superaba los 5000. Por eso la multitud que se hallaba allí reunida y
los 200 soldados necesarios para contenerla.
La gente rodeaba el avión cuando Guevara se asomó por la
portezuela y prácticamente saltó a tierra.
Algo
más allá se distinguía el Cessna de “Crónica” posado junto a otras avionetas
particulares y detrás, a un costado, un DC-3 blanco con su puerta trasera
abierta. Hombres armados controlaban el área.
Cuando
Guevara descendió del aparato, todas las miradas se clavaron en él. Si bien era
algo más bajo, el parecido con su célebre hermano era sorprendente.
La gente lo observaba fascinada; lo vio rodear el ala derecha
del Piper abrochándose el saco y luego saludar a las primeras personas que se
le acercaron.
Rodeado de personal de civil (reporteros, funcionarios, empleados del aeropuerto, particulares), se encaminó junto a sus compañeros de viaje hasta el edificio principal, siempre rodeado de gente. Un soldado que sujetaba firmemente su fusil lo precedía y otros avanzaban detrás.
Rodeado de personal de civil (reporteros, funcionarios, empleados del aeropuerto, particulares), se encaminó junto a sus compañeros de viaje hasta el edificio principal, siempre rodeado de gente. Un soldado que sujetaba firmemente su fusil lo precedía y otros avanzaban detrás.
En
ese momento, la muchedumbre intentó acercarse y eso generó algunos incidentes
cuando los soldados pretendieron contenerla.
Samuel
Gelblung fue el primero en estrechar la mano de un sonriente y amable oficial,
seguido por Guevara, quien intercambió unas palabras con él.
Inmediatamente
después, llegó el coronel Zenteno Anaya en un jeep y después de saludarlos, los
invitó al cuartel de la VIII División.
-En el cuartel está el general Juan José Torres, Jefe del
Estado Mayor boliviano, y él quiere conversar con usted. Suba, por favor. Antes
de partir conversó con su asistente.
Aquí,
como en Santa Cruz de la Sierra, la gente se congregó en torno al vehículo
donde Guevara se disponía a partir. En este punto, el periodista vuelve a
demostrar su improvisación cuando asegura que los taxis en los que se
dirigieron al centro de la ciudad eran los únicos tres vehículos de la
localidad (a la que llama “pueblo”).
Ingresaron
al casco urbano por la avenida principal y luego tomaron una calle estrecha
hasta la entrada de la unidad militar. Numerosos vecinos se hallaban reunidos
en sus accesos, muy silenciosos, casi sin pronunciar palabra. Solo una mujer
vestida de negro alzó la voz para llamar al Che “asesino”.
El
único que pudo acceder al despacho de la Comandancia fue Guevara. Gelblung y
sus colegas debieron esperar afuera, ocasión que aprovecharon
para dialogar con la gente. Cada uno tenía su propia historia y sus propios
sentimientos.
Cuarenta y cinco minutos después, la puerta de la oficina se
abrió y por ella salieron Roberto Guevara y el coronel Zenteno.
-Vamos a la pista – les dijo el abogado con el ceño fruncido.
Mientras caminaban, le comentó a Gelblung por lo bajo que su
hermano había sido incinerado.
-Lo cremaron. ¿Qué hago? – dijo un tanto abatido.
Era la primera vez que formulaba una pregunta. Estaba un
tanto agitado y transpiraba por el calor.
-No sé – contestó el reportero.
Subieron nuevamente a los vehículos y echaron a andar por las
angostas calles, seguidos por gente que una vez más, como en Santa Cruz de la
Sierra, se lanzó a la carrera tras ellos.
En la pista, junto a un Cessna militar matrícula FAB-216,
aguardaban los peritos de la Policía Federal Argentina (quienes en realidad
creían estar en La Higuera), acompañados por Jorge Cremona, el secretario de la
embajada argentina. Estaban allí desde hacía día y medio y aún no les habían
mostrado el cuerpo.
Al ver al funcionario, Guevara lo llamó a un lado y le
explicó lo que sucedía.
-¿Qué le dijo? – preguntó el diplomático.
-Que lo incineraron...
-Es una barbaridad. Nosotros estamos desde ayer para ver el
cadáver y no nos dijeron nada. Yo llamé a la embajada y me pidieron que regrese
inmediatamente. Ahora me voy con ese avión militar apenas carguen los cadáveres
de los soldados que murieron ayer. Regresamos a La Paz.
-¿Y el reconocimiento?
-No, no lo hemos podido hacer. Nos mostraron las fichas que
ellos habían tomado del cadáver, pero con eso no nos conformamos. Nuestros
peritos tienen que tomarlo sobre el cadáver.
Al ver al coronel Zenteno Anaya cerca de ellos, Gelblung se
le acercó para hacerle preguntas.
-Coronel, ¿cuándo se decidió la cremación?
-Ayer al mediodía, porque el general Barrientos había
sugerido que no se realizaran exhibiciones con él.
-¿Estando el hermano en Bolivia que venía para verlo?
-Eso no tiene asidero, se decidió independientemente de la presencia
del doctor Guevara. No se olvide que estamos en guerra, no es momento de andar
con muchos cuidados y miramientos.
-Ayer un testigo que estuvo en la morgue me dijo que el
cadáver tenía 9 dedos. Y las fotos de las manos lo confirman. ¿Cómo es posible
que hayan aparecido huellas de diez dedos?
Ante esa última requisitoria, Zenteno permaneció callado.
Abordaron el avión y partieron de regreso a Santa Cruz. En el
trayecto, Roberto Guevara les dijo a sus ocasionales acompañantes que estaba
convencido de que el guerrillero “Ramón”, no era su hermano. Por las fotos que
había visto, ni las orejas ni la nariz eran las de él. Estaba equivocado.
Breve escala en la capital serrana que “Chiche” Gelblung
aprovechó para entrevistar al hermano del Che.
-“So ojo en la noticia” está presente en la llegada
y…quisiera saber, doctor Guevara, cuales son los resultados de esa visita a
Vallegrande a donde usted se dirigía para reconocer el cadáver de Ernesto “Che”
Guevara.
Tras una corta respuesta, el periodista continuó.
-Doctor, usted ha negado sistemáticamente declarar sobre la
posibilidad de que ese cadáver sea o no el de Ernesto “Che” Guevara.
Quisiéramos saber cuál es su impresión ahora que está a punto de regresar a la
Argentina.
Siempre contorneándose nerviosamente de un lado a otro, con
los brazos cruzados sobre el pecho y a la vista de los pobladores que se
encontraban allí reunidos, Roberto contestó:
-Bien. A punto de regresar a la Argentina, voy a decir cuáles
son mis impresiones sobre éste desgraciado asunto.
-Doctor, usted ha tenido oportunidad de ver fotografías y
películas y oír testimonios, incluso, de personas que estuvieron en la morgue
de Vallegrande cuando se produjo la identificación del cadáver. ¿Usted qué
puede decir sobre esas fotografías?
-sobre esas fotografías puedo decir que de ninguna manera
convencen sobre la identidad del sujeto; si bien tienen cierto parecido con las
últimas fotografías, my conste que digo con las últimas fotografías y no con su
persona, con las últimas fotografías que le han tomado, tiene también algunas
diferencias notables que podrían resumirse en su aspecto demasiado juvenil para
un hombre que pisa los cuarenta años, en sus orejas, distintas a las que yo
recuerdo de mi hermano y en algunos otros aspectos que ampliaré en otra
oportunidad.
Roberto Guevara Lynch en Santa Cruz de la Sierra
es entrevistado momentos antes de partir de regreso (Imagen: Archivo DiFilm) |
El Piper Azteca hizo una primera escala en el recientemente
inaugurado Aeropuerto Internacional El Cadillal30, donde se les
informó que estaban demorados hasta nuevo aviso. Se dirigieron al centro de la
ciudad y cenaron en el restaurante chino “Chung Kin”, acompañados en todo
momento por el agente David Lescano, encargado de su seguridad, quien impidió
todo intento de acercamiento a los viajeros.
A la 1 a.m. partieron hacia Tucumán, donde Guevara aprovechó
para visitar a su hermana Ana María, su marido, el arquitecto Fernando Luis
Chávez y sus cinco hijos y recién a la mañana siguiente siguieron hacia Buenos
Aires.
Aterrizaron en el Aeroclub de San Justo el sábado 14 por la
tarde donde, para variar, los aguardaba una legión de periodistas, encabezados
nuevamente por Leo Gleizer. Guevara descendió en tercer lugar y enseguida fue
abordado por los representantes de prensa.
-Buen día, doctor Guevara. Buenas tardes… -dijo Gleizer-
-Buen día, ¿cómo le va?
-¿Usted conversó con el general Ovando Candia?
Ante la requisitoria, el hermano del Che forzó una sonrisa y
tras afirmar con la cabeza contestó.
-¿Qué es lo que le dijo el militar boliviano, doctor?
-Conversé, sí, con el general Ovando, por indicación del
coronel Zenteno y me dijo que no tenía autorización para concederme… que no
tenía autoridad suficiente para concederme el permiso para la exhumación del
cadáver enterrado en Vallegrande.
-¿Doctor, el cadáver no fue incinerado?
-Conversé entonces con el general Ovando y… éste… me concedió
autorización para ir a Vallegrande, en la creencia de que se exhumaría ese
cadáver, para… que los técnicos dactiloscópicos argentinos pudieran hacer el examen
de las huellas dactilares o del cadáver en sí y extender el correspondiente
certificado de defunción.
-¿Hay alguna manera de constatar las impresiones digitales de
ese cadáver? ¿Es real que han practicado un corte en los dedos del cadáver,
doctor?
-Lo ignoro. No sé nada del cadáver, no lo he visto. Ese corte
en un dedo me parece tremendamente sospechoso. He oído a un testigo presencial
que me dijo que ese dedo le faltaba ya al cadáver…
-¿Usted tiene la convicción de que su hermano, Ernesto
Guevara, vive, doctor?
-Tengo esa convicción.
-Muy amable31.
El cuerpo del Che fue arrojado a una fosa común, a un costado
de la pista de Vallegrande, junto a seis de sus compañeros; el de “Tania”
enterrado en el cementerio local, el del “Loro” Vázquez Viaña desaparecido y
así sucesivamente.
Permanecerían ocultos treinta años, vedados a la opinión
pública pero no a la historia. Más allá, en torno a ellos, la guerra continuaba
y una parte de la guerrilla pugnaba por eludir a sus perseguidores y regresar a
Cuba o mimetizarse entre la población. Tras ellos partió el Ejército,
intentando cercarla y aniquilarla definitivamente.
Imágenes
El Che yace sobre el piso de la escuela, en La Higuera, luego de ser fusilado. Un ranger tironea de su cabello |
El Che es depositado en una camilla |
Jaime Niño de Guzmán en Vallegrande Fue el piloto que evacuó a los muertos y heridos del combate Al fondo el helicoptero Hughes MH-6 matrícula LS-4 |
Los doctores José Martínez Casso y Moisés Abraham Baptista se disponen a practicar la autopsia |
El cadáver es expuesto públicamente. El fotógrafo René Cadima se para sobre las piletas para obtener un mejor ángulo |
Expuesto a los medios de prensa del mundo |
El periodista argentino Juan Carlos Gutiérrez fue uno de los
primeros reporteros en retratar al Che (Imagen: Juan Carlos Gutiérrez) |
"Este hombre temerario, de antes, para nosotros es una pichanga" dice este oficial a los representantes de la prensa |
Gustavo Villoldo y Julio G. García posan junto al cadáver |
Otro agente de la CIA se retrata junto al Che |
Comienza la silenciosa procesión del pueblo. Junto a los restos del Che, los cubanos "Antonio" y "Arturo" |
La procesión duró toda la noche del 9 y la mañana del 10 de octubre |
Las tropas también pasan frente al cuerpo |
El Tte. Cnel. Sélich celebra la victoria de su Ejército en el Hotel "Santa Teresita" de Vallegrande junto a oficiales y funcionarios de gobierno |
El cuerpo yacente del Che |
La lavandería del Hospital "Nuestro Señor de Malta" |
Vista del cuerpo desde otro ángulo |
Sorprendente parecido con Nuestro Señor Jesucristo (Fotografía de Rene Cadima) |
Con los ojos abiertos y una leve sonrisa en el rostro, hubo quienes afirmaron que parecía vivo. Incluso las enfermeras creyeron que las seguía con la mirada |
Increíble similitud entre la escena de la lavandería y el óleo de Andrea Mantegna La lamentación sobre Cristo yacente |
Las manos cercenadas del Che |
Roberto Guevara Lynch parte hacia Vallegrande |
Roberto Guevara aguarda ser recibido por el general Ovando en la puerta de su casa. Con él, los periodistas Samuel Gelblung Antonio Legarreta y Francisco Tenore |
El general Alfredo Ovando recibió a Roberto Guevara en su domicilio |
Notas
1 Mario José
Cereghino, Vincenzo Vasile, op.Cit., p. 123 (Telegrama enviado al Departamento
de Estado por el embajador Henderson, La Paz, confidencial, 9 de octubre de
1967, 14:24 horas, NARA, Rg 59, General
Records of the Departament of State, Cfpf 1967-1969, sobre 1895, fascículo
23-7 Bol/I.I.67.)
2 Ídem, p. 124
(Telegrama enviado al Departamento de Estado por el embajador Henderson, La
Paz, secreto, 9 de octubre de 1967, 15:02 horas, NARA, Rg 59, General Records of the Departament of State,
Cfpf 1967-1969, sobre 2016, fascículo Pol 6 Cuba.)
3 Ídem, p. 124
(Informe enviado al presidente Lyndon B. Johnson por Walt Rostow, consejero
especial para la Seguridad Nacional, Washington, secreto, 9 de octubre de 1967,
18:10 horas, NSF, Country File Bolivia, vol. 4, sobre 8, LBJ Library.)
4 Gregorio Selser, op.
Cit., p. 68.
5 Ídem (Telegrama
enviado al Departamento de Estado por el embajador Henderson, La Paz, secreto,
9 de octubre de 1967, 22:10 horas, NARA, Rg 59, General Records of the Departament of State, Cfpf 1967-1969, sobre
2019, fascículo Pol 6 Cuba.)
6 Ídem (Telegrama
enviado al Departamento de Estado por el embajador Henderson, La Paz, secreto,
10 de octubre de 1967, 14:33 horas, NARA, Rg 59, General Records of the Departament of State, Cfpf 1967-1969, sobre
2019, fascículo Pol 6 Cuba.)
7 Félix Rodríguez ha
dicho varias veces que antes de que el Che fuese fusilado, él en persona desató
sua manos.
8 En alguna
bibliografía su apellido aparece escrito Schaller, Shiller o Shaller.
9 Pierre Kalfón, op.
Cit., p. 593.
10 Argentina fue la que
proveyó el napalm a las FF.AA. bolivianas.
11 En el interín, había
hecho otros dos viajes trayendo a los guerrilleros muertos.
12 Ricard Gott, “Frente
al cuerpo del Che”, Edición Cono Sur, Nº 74, agosto de 2005, pp. 24-22.
13 Gary Prado Salmón,
op. Cit., p. 296.
14 Mario José
Cereghino, Vincenzo Vasile, op.Cit., pp. 125-126 (Telegrama por al Departamento
de Estado a la embajada estadounidense en La Paz, confidencial, 10 de octubre
de 1967, 22:34 horas, NARA, Rg 59, General
Records of the Departament of State, Cfpf 1967-1969, sobre 2019, fascículo
Pol 6 Cuba.)
15 Cupull y Froilán
González, op. Cit., p. 106.
16 Ídem.
17 En su edición del 7
de octubre de 1968, el enviado especial de la revista argentina “Siete Días
Ilustrados” menciona a una tal Faby Justiniano, acompañada en el lugar por el
Dr. Celso Rossell, presidente de la Cruz Roja Boliviana, asegurando que fue se
trataba de la enfermera de sanidad militar que inyectó formol al Che y luego
amortajó su cuerpo, sin embargo, ninguna fuente ni bibliografía la menciona. La
nota trae la fotografía de un llamativo ataúd de lujo donde habría sido
depositado el cadáver, algo llamativo ya que el mismo fue arrojado a la fosa
tan solo con su vestimenta.
18 Gary Prado Salmón,
op. Cit., pp. 296-297.
19 Ídem, p. 297-298.
20 Peter McLaren, Che Guevara, Paulo Freire y la pedagogía de
la revolución, Siglo XXI Editores, México, 2001, p. 6.
21 Ricard Gott, op.
Cit.
22 Rodríguez mandó
hacer con ese tabaco una cápsula de vidrio especial, para incrustarla como
trofeo en el mango de su revólver.
23 Pierre Kalfón, op.
Cit., pp. 594-595.
24 Adys Cupull y
Froilán González, op. Cit., pp. 108-109.
25 Una segunda ficha
con sus huellas digitales fue confeccionada por el Ejército Argentino al ser
convocado al servicio militar en 1949.
26 Fue allí y no en La
Higuera, como se dice en el artículo de “Clarín”, del que hemos extraído
algunos de estos datos. Juan José Torres jamás fue al pequeño caserío serrano,
como tampoco los peritos policiales argentinos pues nada tenían que hacer ahí
(además el acceso a la localidad estaba vedado). La nota en cuestión contiene
varios errores, entre ellos, que el teniente coronel Sélich era un ranger, que
La Higuera se encontraba en plena selva, que los estadounidenses decidieron la
ejecución del Che y que Barrientos propuso cortarle la cabeza al comandante
guerrillero (en realidad fue Ovando) para enviársela a Fidel Castro como prueba
final de que su segundo en el mando de la Revolución había muerto (¡¿?!).
27 María Seoane, “Las
manos del Che, historia secreta de cómo se confirmó su muerte en Bolivia”,
diario “Clarín”, Bs. As., Suplemento Zona, domingo 30 de octubre de 2005.
28 El accionar
terrorista de las agrupaciones subversivas argentinas, estuvo inspirado en la
teoría guevarista y contó en buena medida con sostén y apoyo cubano.
29 Gary Prado Salmón,
op. Cit., p. 299.
30 Fue inaugurado el 19
de abril de 1967.
31 Samuel “Chiche” Gelblung
y Antonio Legarreta, “Un Guevara tras el Che”, revista “Gente y la actualidad”,
Bs. As., edición del 19 de octubre de 1967; Archivo DiFilm.