sábado, 31 de agosto de 2019

LA GUERRILLA FUGITIVA


El gobierno de Bolivia ofrece una recompensa por los fugitivos



Los rebeldes financiados por Cuba han sido barridos por las recientes operaciones del ejército boliviano. En las últimas tres semanas, las Fuerzas Armadas han protagonizado una serie de intervenciones exitosas contra la guerrilla. En el último enfrentamiento, han perdido la vida al menos siete rebeldes. Uno de ellos ha sido identificado (probablemente) como Ernesto Che Guevara. El Ejército boliviano cree que los subversivos supervivientes están acorralados y que muy pronto serán eliminados. La derrota de la guerrilla es un golpe fatal para Fidel Castro. Si bien es improbable que debilite su determinación a fomentar la lucha armada el en hemisferio occidental, el contratiempo sufrido contribuirá seguramente a enfriar el entusiasmo de muchos extremistas latinoamericanos. […]1.


Producido el desbande, luego de la captura del Che, lo que quedaba de la columna guerrillera aprovechó el momento en que los rangers se replegaron hacia La Higuera, para evadirse. Lo hizo dividida en dos grupos, sin contacto uno con otro, tomando diferentes direcciones, el primero, integrado por “Pablito”, “Moro”, “Chapaco” y “Eustaquio” (el grupo de enfermos cuya retirada había cubierto el Che), hacia el este, buscando el Río Grande y el segundo, formado por “Pombo”, “Urbano”, “Benigno”, “Inti”, Darío” y el “Ñato” hacia el norte, diez tipos duros, como dice Kalfon, dispuestos a luchar y vender cara su vida.
Luego de caminar durante toda la noche hacia tierras más elevadas, la segunda sección, si es que podemos llamarla así, se posicionó entre rocas y arbustos, muy cerca de La Higuera y allí decidió esperar, inmóvil, hasta que las condiciones estuviesen dadas como para reiniciar la marcha.
Amanecía cuando acordaron que “Urbano” montase la primera guardia. El día parecía prometedor, con el cielo completamente despejado y la brisa soplando suavemente desde el noreste, lo que, al menos de momento, impedía todo intento de desplazamiento pues había buena visibilidad y las condiciones climáticas eran las indicadas para que el Ejército llevase a cabo rastrillajes. Sin embargo, de momento, no había movimiento de tropas y eso les permitió encender la radio para escuchar las últimas noticias. Y las mismas no eran nada alentadoras.
“La voz del Estado” era un programa que se emitía entonces por Radio Altiplano y fue el que “Pombo” sintonizó para tratar de obtener información. Lo que escuchó lo dejó atónico. El Che había sido capturado y se encontraba herido.
Sin poder creer la que acababa de oír, el combatiente tomó una pequeña piedra y se la arrojó a “Benigno”, que dormía a unos metros de allí. Al verlo incorporarse, le hizo una seña y entonces, aquel se adelantó para ver que estaba sucediendo.
Los seis se encontraban en torno a la radio cuando “Pombo” les comunicó la novedad. Dadas las versiones maliciosas que las emisoras bolivianas habían estado transmitiendo durante toda la campaña, decidieron aguardar y sacar conclusiones una vez obtenida mayor información.
No hubo que esperar demasiado; a las 13.00 (1 p.m.) volvieron a encender el transmisor y lo que escucharon los dejó completamente descolocados. Estaban detallando los objetos personales del Che y describían el diario de campaña junto a otras pertenencias.
No quedaban dudas. El comandante había sido capturado y probablemente a esa hora estuviera muerto.
Sin poder contener las lágrimas, “Pombo” se puso de pie y se apartó unos metros, pues no quería que lo viesen sollozar. “Benigno” se limitó a agachar la cabeza y casi al instante sintió sus mejillas húmedas. En un primer momento se negó a admitir que lloraba pero al alzar la vista y ver que todos sus compañeros lo hacían, recién entonces lo pudo admitir.
Allí estaban todos, “Urbano”, “Inti”, el “Ñato”, “Darío”, “Pombo”, guerreros formidables, hombres duros, curtidos en mil batallas, temerarios, decididos, dispuestos a todo, hasta jugarse la vida en inferioridad de condiciones, derramando lágrimas por su venerado jefe. Habían matado al Che y no se resignaban a ello2. “Inti” Peredo apuntó en su diario:

Un dolor profundo nos enmudeció. [El] Che, nuestro jefe, camarada y amigo, guerrillero heroico, hombre de ideas excepcionales, estaba muerto. Permanecimos callados, con los puños apretados, como si temiéramos estallar en llanto ante la primera palabra. Miré a Pombo, por su rostro resbalaban lágrimas3.

Lejos de allí, el grupo de “Pablito” intentaba poner distancia, avanzando tan rápido como sus fuerzas se lo permitían. Ignorante de que para entonces, el Che yacía muerto en La Higuera y que sus compañeros se disponían a escapar hacia el norte, el grupo se retiró hacia Cajones, por el camino de Pucará, tratando de quebrar el cerco.
El Alto Mando boliviano tenía indicios de que los restos de la fuerza invasora se habían dividido y en ese sentido, hizo una serie de modificaciones en su dispositivo, intentando encerrarla y acabar con ella definitivamente.
Siguiendo el relato de Prado, se emitieron una serie de alertas a las autoridades civiles y se dispuso que las compañías “A” del Batallón de Asalto 2 estacionada en La Higuera; “B”, en Abra del Picacho y “C” (disminuida) en Alto Seco, más una sección de la misma apostada en Cajones, cerca de la confluencia del Río Grande con el Mizque, tuviesen todo listo para ponerse en marcha y realizar un movimiento envolvente destinado a bloquear las vías de escape. Al mismo tiempo, se les ordenó a la Compañía “Florida” y Ecuclases-2, cubrir San Lorenzo y Ckasamonte y despachar patrullas para rastrillar las áreas asignadas, coordinando sus movimientos con las unidades anteriormente mencionadas.
"Pombo"
Al llegar al Río Grande, siempre desplazándose en la obscuridad, el grupo de “Pablito” viró hacia el norte, para remontar su curso. La noche del 12 de octubre alcanzó la confluencia del Mizque y una vez allí se detuvo a acampar, desesperados los cuatro por hacerse de agua. Establecieron un modesto vivac, encendieron fuego para preparar un poco de café y un par de ellos descendieron hacia la orilla para cargar las cantimploras.
Los relojes señalaban las 11 p.m. (23.00), cuando el centinela que hacía guardia al otro lado del río, advirtió un débil resplandor en la penumbra. Sin perder tiempo, corrió hasta el puesto de mando para dar parte a su superior, el subteniente Guillermo Aguirre Palma, a cargo de la tercera sección de la Compañía “C” del Batallón de Asalto Ranger-2.
Al tanto de la novedad, Aguirre con varios de sus hombres se adelantaron hasta las márgenes del río y apuntando con sus binoculares hacia la orilla opuesta, logró ver la fogata. El enemigo estaba ahí, al alcance de sus armas, sin percatarse de su presencia, por lo que ecidió montar un PO con dos o tres hombres y regresar al campamento para alistar a la tropa.
Comenzaba a clarear cuando los vigías detectaron movimientos y al apuntar a hacia allí con sus largavistas, vieron a uno de los guerrilleros arrastrándose hasta el río para buscar más agua.
Confirmada la sospecha de que, efectivamente, se trataba de un grupo subversivo, Aguirre Palma dispuso ubicar parte de su sección frente al campamento enemigo, al mando del sargento Bolívar y cruzar el río con el resto, unos 200 metros más abajo, para cerrar el paso por la retaguardia.
A la señal convenida, el sargento Bolívar rompió el fuego, obligando a los guerrilleros a tomar sus armas y arrojarse a tierra para repeler el ataque.
Los combatientes se defendieron con vigor pese a haber sido atrapados entre dos fuegos y aferrados al terreno como se hallaban, devolvieron la agresión, sin embargo, su escaso número y el estado de debilidad en el que se encontraban hizo que toda defensa fuera inútil.
Pese a que comenzaba a clarear, las trazadoras cortaban la penumbra dándole a la escena un marco surrealista. Los guerrilleros apuntaban preferentemente hacia donde éstas parecían brotar pero la lluvia de plomo que caía sobre ellos, no les dio tiempo a nada. Uno a uno fueron cayendo, primero “Moro”, después “Eustaquio” y por último los dos restantes, sin dejar de disparar hasta el último momento.
Cuando Aguirre Palma notó que el enemigo había dejado de tirar, ordenó el alto el fuego y enfocando sus binoculares en esa dirección, notó que en el vivac nadie se movía. Sus hombres se fueron incorporando y sin dejar de apuntar, se aproximaron lentamente, cubiertos por el grueso de la sección que aguardaba atenta, lista para reiniciar el combate en caso de producirse algún tipo de reacción.
Pero nada de eso ocurrió; los soldados llegaron hasta el campamento y encontraron los cuatro cuerpo acribillados, Pablito, “Eustaquio”, “Chapaco” y “Moro”, dos bolivianos, un cubano y un peruano, en estado calamitoso.
Aguirre Palma estableció contacto con uno de los helicópteros que llevaba abastecimientos para las tropas (su radio no tenía suficiente alcance) y le solicitó que pasase la novedad al Comando, en Vallegrande. Inmediatamente después, les ordenó a sus hombres apilar los cadáveres junto al río y recoger el armamento con el equipo para hacer el correspondiente inventario.
Desde el Puesto de Mando, en la mencionada ciudad, se le ordenó al piloto volar hacia el lugar del enfrentamiento y proceder a retirar los cuerpos. Al subteniente Aguirre Palma le indicaron permanecer en el área hasta nueva orden e inmediatamente después, se emitió un comunicado, dando cuenta del hecho e informando que la guerrilla invasora estaba prácticamente aniquilada.


Confirmada la noticia de la muerte del Che, el grupo integrado por los tres cubanos y tres bolivianos decidió escoger un nuevo jefe. Pese a que numerosas fuentes señalan a “Inti” como sucesor del comandante, la elección recayó en “Pombo”, dada su experiencia combativa y su cercanía con el abatido líder.
Decidido esto, optaron por mantenerse en el lugar hasta que las condiciones estuviesen dadas para abandonar el sector pues el ejército había reiniciado su patrullaje y se veían tropas por todas partes. La situación llegó a ser tan apremiante, que por momentos escuchaban las conversaciones que los efectivos enemigos mantenían entre sí, ello hasta que a determinada hora, cuando ya caía el sol sonaba un clarín y el silencio se tornaba absoluto.
Su situación no podía ser peor, escasos de agua y alimentos, heridos algunos (“Pombo” aún acusaba problemas en la pierna derecha), enfermos otros (“Inti” y “Darío”), solo “Urbano” y el “Ñato” se encontraban en condiciones, de ahí la orden de “Pombo” de que el primero pasase a la vanguardia y efectuase los primeros turnos de vigilancia.
Habiendo transcurrido más de 24 horas y comprendiendo que de permanecer en el lugar acabarían por ser descubiertos, el grupo decidió reiniciar la marcha hacia el norte, en un desesperado intento por evadir el cerco. La noche del 10 de octubre, se pusieron en marcha y siempre encabezados por “Urbano”, comenzaron a trepar la primera quebrada, subiendo un farallón que les demandó varias horas y mucho sacrificio.
“Pombo” y “Benigno” recordarán años después, la fortaleza y el espíritu de sacrificio de “Urbano”, trepando los despeñaderos, escalando las hondonadas como una cabra de monte, arrojándoles desde lo alto la extensa soga que habían elaborado con las hamacas, ayudando a subir por ellas a sus compañeros y mostrando una determinación propia de un comando, un cuadro especial, un verdadero soldado de elite, algo que, en definitiva eran todos ellos.
En determinado momento, el “Ñato” resbaló por un despeñadero y fue justamente él quien le prestó auxilio, rescatándolo de una muerte segura.
Así siguieron hasta la noche del 11 de octubre, cuando alcanzaron la loma y comenzaron a avanzar por un terreno menos accidentado, ignorando el lugar donde se encontraban. Habían decidido ocultarse de los campesinos y solo disparar en caso de ser sorprendidos porque, según “Pombo”, los soldados no querían combatir.
Una vez en lo alto, “Pombo” e “Inti” (que oficiaba de segundo al mando), propusieron enterrar los objetos de valor, a saberse, dinero, relojes, cámaras fotográficas, los instrumentos quirúrgicos de “Moro”, evitando, de ese modo, que cayesen en poder del enemigo pero después de debatir largamente el asunto, decidieron dejar solo los instrumentos y las máquinas para aligerar el desplazamiento y conservar el resto, sobre todo el dinero, porque lo iban a necesitar.
Guiándose por el Río Grande, que corría a lo lejos, a la derecha, caminaron más de una hora hasta dar con una casa deshabitada en la que hallaron refugio y algo de alimento, lo que en Centroamérica denominan chancaca, un pan de azúcar solidificada, que se corta en trozos similares a un jabón.
Soldados bolivianos se adentran en el monte

Sabiendo que por tratarse del único edificio en varios kilómetros a la redonda, no podían pernoctar en él, abandonaron la cabaña y se echaron entre unos arbustos, dejando al “Ñato” a cargo de la primera guardia.
Durante el desplazamiento, habían visto una vaca junto a su ternero, prueba de que alguien se encargaría de venir a ordeñarla. Por esa razón, decidieron esperar y efectivamente, alrededor de las seis de la mañana, un muchacho extremadamente joven apareció por el sendero, caminando despreocupado en dirección a los vacunos.
Lo tomaron prisionero y lo llevaron consigo. Se trataba de un campesino de escasos quince años, que en un primer momento se mostró aterrorizado. Le preguntaron donde se encontraban y si había tropas por los alrededores a lo que el chico respondió titubeando, que no. Les dijo que estaban en el Abra del Picacho, en el otro extremo de la herradura que formaba La Higuera y que acababan de salir por el mismo lugar por el que habían ingresado. Les aseguró que el Ejército se había retirado del área hacía, por lo menos, una semana y pidió incorporarse a sus filas, al menos como guía. Fue el único campesino que solicitó hacerlo en toda la campaña.
En esas se encontraban cuando repentinamente, llegó por la senda un segundo lugareño que al reconocerlos, se dio a la fuga precipitadamente. Los guerrilleros corrieron tras él pero como no lo alcanzaron, volvieron sobre sus pasos y levantaron campamento, llevándose al muchacho consigo. Caminaron presurosamente por el monte hasta dar con la cabaña de un segundo poblador quien, a cambio de unos pesos, se ofreció a hacerles de guía.


El capitán Prado se encontraba en su puesto de mando en Abra del Picacho cuando el campesino fugitivo se presentó en el lugar. Una vez frente a él, manifestó haber visto, apenas de un par de horas atrás, a seis guerrilleros que se desplazaban por un sendero, hacia el río Santa Elena.
Sin perder tiempo, el oficial ranger dispuso a su gente y después de impartir una serie de indicaciones e informar al Comando, se lanzó tras ellos, enviando por delante a la sección del subteniente Germán Venegas con instrucciones de tomar la misma ruta que los merodeadores y darles alcance antes de que llegasen a la mencionada vía de agua. Él mismo fue de la partida, junto al mayor Ayoroa y siguiendo ambos a Venegas, se lanzaron a la carrera, dispuestos a cerrarles el camino e inmovilizarlos entre las quebradas.
La intención de los guerrilleros era llegar primero al camino de Pujío y desde ese punto descender hasta el Santa Elena o el río El Potrero. Dada la situación, optaron por ésta última opción, con el guía prácticamente corriendo delante y el muchacho agotado, en medio de la formación.
Fue necesario hacer un alto para reponer fuerzas pero el mismo apenas duró unos minutos porque por delante, percibieron movimientos. “Pombo” vio al guía ponerse pálido y enseguida comprendió que el peligro rondaba y había que darse a la fuga lo antes posible.

-¡Soldados, soldados! – gritó el pobre hombre agitado.

Tras ocultarse detrás de unas rocas y matas, pudieron ver a los rangers desplazándose por el terreno, en lo que parecía ser una maniobra envolvente, razón por la cual, sin pensarlo dos veces, se lanzaron barranca abajo, intentando poner la mayor distancia posible entre ellos y sus adversarios. Fue el momento que los campesinos escogieron para huir, aprovechando que sus captores se habían adelantado buscando salir de la trampa.
En momentos en que la sección del subteniente Raúl Espinoza entraba en El Potrero para comprobar si los guerrilleros se encontraban todavía allí, se topó con “Urbano” que en esos momentos subía una loma encabezando la formación.
Se produjo entonces, un momento de confusión en el cual, por una fracción de segundo se miraron ambos fijamente a los ojos, Espinoza sujetando su carabina y el cubano su M2.
Según Gary Prado, los dos abrieron fuego al mismo tiempo pero no llegaron a herirse; de manera simultánea buscaron protección entre los arbustos y volvieron a disparar sin resultados.
El movimiento de los rangers dio cierto resultado porque los accesos a la quebrada fueron cerrados y los guerrilleros quedaron encajonados dentro, como había sucedido en la quebrada de Yuro. Pero al no dominar las alturas, permitieron que la guerrilla se evadiera, tomando una falla denominada El Socavón, por la que se evadieron después de arrojar sus mochilas.
El relato de “Pombo” es diferente. Al momento de toparse con la sección de Espinoza, los soldados se encontraban sentados, descansando, con los fusiles amontonados a dos metros de distancia.
Al aparecer a los guerrilleros, comenzaron a gritar y corrieron hacia sus armas, de manera desordenada, para intentar detenerlos.

-¡¡Aquí están. Aquí están!!

En ese preciso instante, los subversivos abrieron fuego. Increíblemente, nadie resultó herido.
Los rangers comenzaron a disparar y en medio de una lluvia de balas, “Pombo” y sus hombres echaron a correr por firme, trepando la quebrada en busca de protección. Como la misma era tan escarpada, arrojaron las mochilas para aligerar el peso y así se evadieron, tomando la precaución de borrar las huellas.
Precedidos por “Benigno”, alcanzaron el extremo más elevado y en ese preciso instante escucharon a los soldados cuando descubrían sus mochilas. Eso les dio cierto tiempo porque los efectivos se demoraron unos minutos inspeccionándolas, pero casi enseguida reanudaron la persecución, forzando a los fugitivos a esconderse en un monte. Una vez dentro, “Pombo”, que había perdido sus borceguíes, le ordenó a “Urbano” explorar en una dirección y al “Ñato” en otra, mientras los cuatro hombres restantes –él uno de ellos- tomaban posiciones y esperaban con sus armas preparadas. Fue el primero quien dio con un par de campesinos que conducían unos perros rastreadores por el llano. Los dejaron seguir de largo, manteniéndose quietos hasta la noche, momento escogido para burlar el cerco y escabullirse. Según el jefe guerrillero, trescientos efectivos los perseguían4.
El capitán Prado se detuvo a analizar los elementos capturados; su gente abrió las mochilas y él en persona efectuó un rápido examen de su contenido.
Pero como el enemigo podía evadirse y no se podía perder un minuto de tiempo, que organizó un pelotón con efectivos de la primera sección y lo envió tras él por el camino de Socavón, al mando del cabo Daniel Calani Quispe, en tanto el resto de la unidad iniciaba el ascenso de las barrancas con el fin de alcanzar las alturas y encerrar a los fugitivos.
El oficial ranger nos explica que Socavón es una isla de monte de veinte metros de diámetro, que nace en el cerro El Naranjal, una suerte de anfiteatro natural rodeado por elevaciones de entre sesenta y setenta metros5 que encierra dentro la única vegetación tupida de la zona pues el resto es simple paja brava, de escasos veinte a treinta centímetros de altura, que facilitaba la búsqueda y los rastrillajes.
Era imperioso asegurar esa posición antes de arriesgar a los hombres en una incursión a ciegas, de ahí que a las 5 p.m. (17.00 horas), ordenó a la sección de morteros batir el área, en tanto el resto de la compañía la saturaba lanzando granadas y abriendo fuego de armas livianas6. Los guerrilleros se vieron forzados a desplazarse hacia una pequeña loma que se elevaba a la derecha, una suerte de escalón, según refiere “Pombo”, a través del cual se accedía a una meseta que constituía la posición más alta del terreno y un excelente mirador y allí se ubicaron.
La acción se prolongó por espacio de una hora y media y una vez finalizada, los rangers iniciaron el avance, ingresando cautelosamente en la isla. Fue allí donde se produjo esa situación a la que “Pombo” ha hecho referencia en tantas oportunidades. Los soldados no querían entrar y para ello ponían excusas.

-Retirémonos; aquí no hay nadie.

-Los guerrilleros no pueden ser tan bobos para meterse en este montecito.

Y entonces aparecían los oficiales para obligarlos a avanzar.
Según hemos dicho, los hombres del Che tenían como norma no disparar si no eran detectados, de ahí que cuando los rangers vieron a “Benigno” agazapado tras un montículo, este abrió fuego, matando Ciro Robles Moscoso, el guía campesino que encabezaba la sección. Sorprendidos por la acción, los soldados se replegaron presurosamente, abandonando el monte a la carrera para ponerse a cubierto.
En ese preciso instante, el cabo Calani se introducía en la espesura, encabezando a sus hombres. El “Ñato” lo vio venir y abrió fuego, hiriéndolo de gravedad.
"Inti" Peredo
Se desató entonces un feroz tiroteo que se prolongaría hasta las 8.30 p.m., con los rangers disparando desde diferentes posiciones y los insurgentes intentando contener la embestida.
Al ver al cabo Calani en el suelo, el soldado sanitario Franz Muriel Castro corrió hacia él, dispuesto a brindarle auxilio pero un disparo en la cabeza acabó con su vida de manera instantánea. Prado sostiene que sus insignias de la Cruz Roja eran perfectamente visibles e iba desarmado y aún así, le tiraron pero habiéndose ocultado el sol, teniendo en cuenta la distancia y hallándose semicubierto por el tupido follaje de la isla, es casi seguro que los subversivos no distinguieron que era un socorrista.
Calani todavía gritaba cuando el cuerpo de Muriel rodó hasta las posiciones que ocupaban los guerrilleros, quienes lo despojaron de su calzado para proveérselo a “Urbano”, necesitado de borceguíes nuevos por ser quien avanzaba al frente de la columna. La incidencia le vino de perillas también a “Pombo” pues al hacer perdido los suyos y encontrarse descalzo, recibió las albarcas7 de aquel, necesitado como estaba de cubrir urgentemente sus pies.
El combate fue arreciando a medida que pasaban los minutos, con las trazadoras atravesando la negrura como los rayos de una película de ciencia-ficción.
Un disparo acabó con el cabo Calani justo cuando sus compañeros intentaban llegar hasta él y varios más pasaron muy cerca de la posición que ocupaba su comandante.
Recién a las 21.00 los rangers cesaron el fuego y se replegaron, para tomar nueva ubicación. Los insurgentes aprovecharon para hacer un cambio de posición y aprovecharon para comer un poco de la chancaca que llevaban. El frío se tornó intenso y eso los obligó a juntarse para darse calor y a los agotados soldados a racionar y recuperar fuerzas.
La luna se ocultó entre las 3.30 y las 4 a.m., sumiendo a la llanura en la más completa penumbra. Los guerrilleros se encontraban despiertos desde hacía dos horas, esperando precisamente ese momento para abandonar la posición y en momentos que se disponían a partir, “Inti” volvió a insistir con esconder el dinero y los relojes para evitar que cayesen en manos del enemigo.
Ahora fue “Pombo” quien se opuso pues lo iban a necesitar para pagar la ayuda necesaria hasta llegar a La Paz, donde –según creía– esperaban cincuenta efectivos dispuestos a reingresar con ellos en el monte y continuar la lucha.
En una decisión más que audaz, los seis se pusieron en marcha, arrastrarse por el terreno hasta el acantonamiento enemigo. Intentaban sorprender a los rangers, quienes acampados a ambos lados del firme, habían dejado un pasaje abierto por el centro, para que los insurgentes se introdujesen en él.
En esos momentos se encontraba de guardia el soldado Abel Callapa, incorporado a la compañía esa misma mañana, en reemplazo de las bajas sufridas el 8 de octubre en la quebrada de Yuro. A su lado dormía Fernando Cruz, a decir de Prado un cuadro excelente, agotado en esos momentos por las recientes acciones.
Los insurgentes vieron a Callapa fumando de pie, y se dirigieron hacia él dispuestos a abatirlo. Repentinamente, éste reparó en ellos pero en lugar de disparar, como debió haber hecho, “…se le ocurrió actuar como un centinela de cuartel, preguntando ‘Alto, ¿Quién es?’”8.
Según “Pombo”, el soldado los descubrió pero titubeó y preguntó:

-¡Cojudos, ¿quién anda ahí?!

El grito y los disparos despertaron al resto de la compañía, cuyos hombres, presurosos, tomaron las armas y comenzaron a tirar, sin poder evitar que el centinela cayese con sus riñones destrozados. En medio de la confusión, Cruz se puso de pie y cuando se aprestaba a oprimir el gatillo, fue alcanzado por varios proyectiles y también murió.
Tomados por sorpresa, los rangers prácticamente no atinaron a nada; dispararon hacia la obscuridad, sin precisión y eso le permitió al enemigo escapar, rodando entre ellos, por la barranca.
“Pombo” incrementa el número de muertos al afirmar que “Inti” mató a dos soldados más, colocándoles el caño de su arma a la altura del estómago, pero eso no fue así. “Benigno”, desorientado, se acercó a un hombre y creyéndolo uno de sus compañeros, le preguntó si estaba herido; “Pombo”, cubierto tras una roca, gritaba intentando dar con su gente y el resto se retiraba por el firme, en medio de una lluvia de proyectiles.
Increíblemente, salieron ilesos, se reagruparon y echaron a correr por una senda que recién abandonaron cuando el sol comenzaba a salir. Se detuvieron en un rancho ruinoso, necesitados de reponer fuerzas y borrar su rastro y de ahí siguieron la marcha atravesando otro monte donde, finalmente, agotados y hambrientos, se detuvieron a reponer fuerzas y recargar sus armas.
Lejos, a la distancia, se escuchaban ladrar los perros que los campesinos habían acercado para ayudar a las tropas. “Pombo”, “Urbano”, el “Ñato” treparon a los árboles y observando con atención, alcanzaron a divisar a los rangers peinando cuidadosamente el terreno, precedidos por dos o tres guías y sus perros. Era imperioso evacuar la posición pues en cuestión de minutos tendrían a los rangers encima, razón por la cual, corrieron hacia un arroyo cercano y se introdujeron en sus aguas con la intención de despistar a los sabuesos.
Así llegaron a una mísera cabaña, donde hallaron a una mujer que al verlos, se sobresaltó. Le dijeron que eran soldados, le compraron un cerdo, harina y hasta una cacerola y recién por la tarde se retiraron, sabiendo que la campesina no se había tragado el cuento.
Los guerrilleros demostraron, una vez más, ser unos combatientes formidables. Se habían enfrentado a una fuerza de elite inmensamente superior, bien equipada y provista, ocasionándole cinco bajas fatales, sin sufrir ninguna; se habían introducido en su dispositivo defensivo, y aún famélicos y agotados como estaban, lograron burlarlo, evadiéndose en sus narices. “Pombo”, “Benigno”, “Urbano”, “Inti”, el “Ñato”, “Darío”, nombres que deberían figurar entre los más audaces comandos de la historia, verdaderos cuadros de elite, valientes hasta lo inconcebible, decididos, fanáticos, abnegados. El capitán Prado, soldado cabal también, debió pensar eso cuando se comunicó por radio al puesto de mando y después de pasar el informe, solicitó un helicóptero para evacuar a los muertos.
¿Qué habrán pensando en Vallegrande y Camiri al imponerse de la novedad?; ¿qué se comentó en Santa Cruz de la Sierra y La Paz? ¿Qué pasó por la cabeza de “Pappy” Shelton, Michael Leroy y los oficiales que habían entrenado a los rangers, al conocer las vicisitudes del enfrentamiento y qué se estaría diciendo a puertas cerradas en los salones de la Casa Blanca, el Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia? Seis hombres contra el mundo, solos, abandonados, enfrentando lo imposible y desafiando lo inimaginable, aún las opiniones más temerarias y ahí seguían, aún en pie, comprometidos en una carrera contra el tiempo y la muerte, jugándose la vida a todo o nada. En la madrugada del 12 de octubre los insurgentes alcanzaron el río Santa Elena, que atraviesa un terreno algo más bajo que El Naranjal; siguiendo las tácticas de la guerrilla, se introdujeron en un monte y allí permanecieron hasta la noche, cuando bajaron hasta sus márgenes para cocinar el cerdo comprado el día anterior. En ese sector, la vegetación era mucho más tupida y eso les permitió encender una fogata, asar el animal y preparar café.
Luego de racionar, reanudaron la marcha y al cabo de una hora y media llegaron a una cabaña que esquivaron por precaución, sin notar que se introducían en un camino equivocado. Debieron retroceder y retomar la senda, y por ella caminaron hasta las 4 p.m. (16.00 horas), cuando los ladridos de varios perros los obligaron a ocultarse.
Alejado el peligro, reanudaron el avance y de ese modo alcanzaron una segunda vivienda donde sus moradores les vendieron otro puerco y les dieron agua para cargar sus cantimploras.
El propietario de la humilde construcción era un campesino temeroso que lo único que deseaba era que esa gente se fuera. Fue él quien les dijo que en El Potrero se habían enfrentado a toda una compañía proveniente de Alto Seco y que el área era recorrida por numerosas patrullas. Le ofrecieron $1000.000 para que los guiase hasta el Piraypani pero solo aceptó hacerlo hasta el sendero que pasaba unos kilómetros al noroeste, a través de la quebrada, pues temía posibles represalias y no deseaba problemas. Le compraron también tijeras porque para entonces, tenían decidido mutar su aspecto y las necesitaban.
El campesino los condujo hasta el firme; de ahí siguieron hasta un afluente, un pequeño arroyo donde se detuvieron a racionar y afeitarse las barbas y bigotes, además de cortarse el cabello y en ese punto permanecieron un par de horas, cuando reanudaron la marcha, bastante más repuestos.
Llegaron así a una tercer cabaña, habitada por una mujer y sus dos hijos, una muchacha en extremo bonita, suerte de bálsamo a los ojos de aquellos hombres sufridos y un niño de nombre Fidel, que les alegró la vida.

-Míralo a Fidel, carajo –decía “Benigno” a cada rato- ¿Qué me dices de Fidel?

Pasaron allí la noche y salieron de madrugada, trepando una loma en dirección al río La Pesca, pasando por la misma quebrada en la que días atrás habían acampado con el Che. Intentaban llegar a Los Sitanos pero a mitad de camino aparecieron dos soldados avanzando en sentido contrario y eso los obligó a ocultarse entre la maleza.

-Debieron ser vacas – le escucharon decir a uno.

Los efectivos se detuvieron a cinco metros de donde se encontraban atrincherados y después de observar en todas direcciones, regresaron sobre sus pasos para perderse nuevamente en la maleza. En determinado momento fue necesario taparle la boca a “Darío” porque traicionado por los nervios, había empezado a toser.
Pasado el peligro, abandonaron la posición y se internaron en otro monte, donde permanecieron escondidos hasta la mañana siguiente, cuando el Ejército rastrillaba la zona, siempre guiado por campesinos. Habían acampado sobre una barranca, cerca de un pozo de agua y allí se encontraban cuando a las 8 a.m., una patrulla pasó sobre ellos, bordeando lo alto de la loma, a escasos 5 metros de distancia, sin detectar su presencia.

-Por aquí no han bajado – oyeron decir al guía y se retiraron.

Al llegar la tarde, los guerrilleros hicieron un nuevo cambio de posición y allí pasaron el resto del día, asando el cerdo y preparando café.
Los insurgentes aprovecharon ese alto para evaluar la situación. Una mirada retrospectiva les permitió establecer que el enemigo trataba de arrastrarlos a zonas desconocidas, algo que en cierto modo representaba un inconveniente pero también una ventaja pues en ese sector, las FF.AA. no contaban con la red campesina que el gobierno había establecido a través de los alcaldes, los corregidores, los telegrafistas y correos, al menos no en la misma medida que en la zona de guerra y eso, según su creencia, no los obligaba a informar su presencia. Tampoco corría allí la recompensa ofrecida por su captura, lo que significaba una apatía e indiferencia por parte de la población y eso, según su creencia, se reflejaría en un mayor grado de colaboración hacia ellos. Era evidente, entonces, que no convenía seguir hacia Los Sitanos, como tenían planeado, dado que el camino iba a estar saturado de tropas y todo tipo de obstáculos. Lo más acertado era enfilar hacia Vallegrande, siguiendo el curso del Piraypani hasta Guadalupe, movimiento que les permitiría alcanzar la carretera por donde el Ejército menos se lo esperaba y en algún punto del trayecto mutar sus ropas por otras de civil, para mimetizarse entre la población y de ese modo escapar9.
"Benigno"
Buscando el camino de Vallegrande salieron arroyo abajo hasta alcanzar la senda que habían transitado la noche anterior. A las 3 a.m. iniciaron el descenso por un despeñadero interminable y una vez en su base, se apoderaron de una vaca suelta y acamparon.
Mientras “Urbano” carneaba el animal, decidieron cambiar de posición y a media mañana se desplazaron hacia un arroyuelo distante a tres kilómetros, introduciéndose en una quebrada seca, como la llama “Pombo”, para nos er detectados.
Así siguieron durante varias jornadas, cruzando despeñaderos, sendas y arroyos, ascendiendo barrancos pronunciados, trepando farallones, ocultándose en los montes hasta la caída del sol y moviéndose en la obscuridad, siempre en dirección noroeste.
En cierta oportunidad, finalizando octubre, se detuvieron en una cabaña donde la gente era tan pobre que no tenían nada para ofrecerles. En un primer momento pensaron tomar a todos prisioneros pero apenados por la presencia de varios niños, decidieron seguir de largo, sin molestar a esa gente.
Caminaron más de siete kilómetros hasta dar con una segunda vivienda donde, en este caso, los recibieron mejor. Los invitaron a descansar allí, les cocinaron un potaje y les pasaron algo de información. Al parecer, el campesino pobre del día anterior los había delatado y hasta había guiado al Ejército hacia las márgenes del río donde su rastro se perdió. Haberse introducido en su cauce y avanzado a través de él resultó una medida acertada.
El dueño de casa les advirtió sobre la presencia de tropas en el cercano  molino de maíz y les indicó una huella por la que podían alejarse sin ser molestados.
Una lluvia torrencial los sorprendió en plena caminata, cuando eludían las cabañas para no ser detectados. Fue un diluvio intenso que les hizo perder el camino, de ahí que al dar con una cueva, se introdujeron en ella, en espera de una mejoría.
El aguacero duró treinta horas y eso los forzó a reanudar la marcha, aún bajo la persistente lluvia y así pasaron junto a otras viviendas, dejando atrás otras vías de agua, bajando quebradas y ascendiendo cuestas hasta Chujillas, un humilde caserío en el que intentaron dialogar con una anciana que al verlos, se puso a gritar como poseída. Terminaron comprándole provisiones a su hijo, Honorato Linares, quien además, les brindó algo de información.
Con su madre más serena, el hombre los hizo pasar a la casa, una humilde vivienda campesina, donde les sirvió algo caliente para beber. Según “Pombo”, el hombre estaba interesado en hacer dinero de ahí que cuando le ofrecieron $1.000.000 bolivianos para que los guiase hasta Vallegrande, aceptó sin titubeos. Era el 5 de noviembre, casi un mes desde la batalla de la quebrada de Yuro y el fusilamiento del Che.
La noche era cerrada y no se percibían movimientos cuando Honorato tomó su bolso de viaje, se lo echó al hombro y salió de la casa. Los guerrilleros lo siguieron, tratando de hacer el menor ruido posible para no alertar al vecindario (23.00 horas) y de ese modo, se alejaron en dirección a Pampa Grande, tomando la senda que unía esa localidad con Chujillas a través de Ckasamonte, Pucará y Santa Ana.
Caminaron toda la noche, sin detenerse. Racionaron junto al camino que conducía a la aldea de Raya y por consejo de Honorato, enfilaron hacia Mataral pues la ruta directa a Vallegrande estaba vigilada.
En inmediaciones del establecimiento rural de Casas Viejas se extraviaron y fue necesario que el guía acudiese a una cabaña, en medio de la noche, para tratar de orientase. El hombre golpeó los tablones de la rústica puerta y ésta se abrió para dar paso a un sujeto que estuvo dando indicaciones por espacio de tres o cuatro minutos. Honorato le dio las gracias y regresó al punto donde los guerrilleros se hallaban ocultos. Se encontraban a seis kilómetros al norte de Mataral y unos treinta de Vallegrande, lo que equivalía a decir, zonas muyo vigiladas.
De ese modo, en la madrugada del 9 de noviembre detectaron a lo lejos las luces de aquella última ciudad.

Le pagamos al campesino. Caminamos todo el día hasta una loma y desde allí escuchamos las notas musicales de la Banda Provincial de Vallegrande. La vista era hermosa, se veía la ciudad completamente encendida jugando con el oscuro reflejo de las lomas en la profundidad10.

Ante semejante espectáculo, al “Ñato” se le ocurrió bajar hasta el cementerio para depositar flores en las tumbas de los compañeros muertos pero eso era imposible, pese a lo significativo del gesto.


Cuando aquel campesino pobre se presentó en el puesto de mando del Batallón de Asalto Nº 2, su comandante, el capitán Prado, procedió a distribuir una serie de PO y despachar patrullas a lo largo de la carretera asfaltada que une Santa Cruz de la Sierra con Cochabamba y ordenarles a las compañías de Ecuclases-2 y “Florida”, rastrillar Los Sitanos y Alto Seco respectivamente pues hacia ahí parecían dirigirse los insurgentes.
Durante la recorrida, la Ecuclases-2, al mando del capitán José Meruvia Lazarte, se topó con Honorato Linares en momentos que regresaba a su domicilio en Chujillas y lo detuvo. El sujeto informó que los guerrilleros lo habían utilizado como guía y brindó detalle del recorrido efectuado. Pasada la información al comando, ambas compañías fueron replegadas y enviadas a Casas Viejas, con el propósito de cerrar el paso hacia la carretera Santa Cruz-Cochabamba. Aún así, el 13 de noviembre los guerrilleros alcanzaron Mataral y lo primero que hicieron fue encaminarse a la tienda local para comprar ropas civiles y calzado pues tenían la intención de mimetizarse entre los pobladores con el firme propósito de alcanzar las ciudades.
Según refiere “Pombo”, después de bordear Vallegrande marcharon hacia la carretera, evitando siempre los pueblos y cabañas, hasta arribar a una nueva quebrada, donde se detuvieron a planificar las siguientes acciones. Y en verdad, era imperioso hacerlo porque el cerco del ejército se estrechaba y su situación se veía cada vez más comprometida.
Estudiando detenidamente el mapa, decidieron tomar la carretera y enviar un explorador a Mataral para observar el entorno. De ese modo, se internaron por un camino y así anduvieron varias horas hasta que los ladridos de varios perros los obligaron a detenerse y esperar. De repente, alguien detectó movimientos en la obscuridad y cuando se apartaron hacia ambos flancos para ocultarse, vieron la silueta de un hombre que pasaba caminando despreocupadamente y se pedía en la noche.
El descenso de la quebrada les llevó toda la mañana y una vez en el llano, divisaron dos cabañas que eludieron para no ser vistos.
Se encontraban acampados cuando repentinamente apareció un campesino al que no quedó más remedio que tomar prisionero. Sometido a interrogatorio, el hombre, sumamente asustado, explicó que se dirigía a la casa de un vecino y para tranquilizarlo, fue necesario explicarle que solo intentaban abandonar la región, ofreciéndole $2.000.000 si los guiaba hasta la carretera, pues se habían apartado demasiado de ella.
El hombre pareció titubear pero al final, aceptó; sin embargo, manifestó la necesidad de regresar a su casa para avisarle a su mujer que estaría ausente un tiempo, cosa a la cual, los guerrilleros accedieron siempre y cuando uno de ellos lo acompañase.
"Darío"
El hombre se puso más nervioso aún pero no tuvo más remedio que acceder. Miró a cada uno de los combatientes y señalando a “Darío”, propuso que fuese él quien lo acompañase hasta su rancho. Por supuesto que el elegido fue “Urbano”, quien al llegar a la cabaña, debió sacar al sujeto a empujones porque no quería salir.
Ese mismo día llegaron a Rancho Grande, un pequeño caserío sobre el camino a El Naranjal, donde compraron alimentos y siguieron. Dejando a un lado una aldea en la que divisaron varios soldados, siguieron hasta la carretera Santa Cruz-Cochabamba (5 a.m.) y una vez allí, bajaron al río para introducirse en su cauce y no dejar rastros.
Anduvieron un trecho a través del agua y así dieron con otro rancho abandonado donde encontraron varias calabazas que les sirvieron de alimento. Recién por la tarde liberaron al campesino (le pagaron $3.000.000) y continuaron la marcha. El hombre tomó el dinero casi sin pronunciar palabra y se alejó por la espesura, evitando la carretera y sus posibles controles.
Al caer el sol, los guerrilleros regresaron al río y mientras preparaban sus alimentos, se pusieron a estudiar un plan de salida. El “Ñato” y “Urbano” se dirigirían a Mataral y luego, “Inti” y “Benigno” harían lo propio hacia Vallegrande, para estudiar la situación. Los primeros comprarían ropa y calzado y tratarían de obtener información sobre los controles militares. Una vez de regreso, se analizarían las alternativas y se escogería la opción más conveniente. La idea era alcanzar Cochabamba o Santa Cruz de la Sierra, evitar todo contacto con el traicionero Partido Comunista Boliviano y buscar en su lugar al ELN, que los ayudaría a evaporarse.
A la mañana, muy temprano, el “Ñato” y “Urbano” salieron para Mataral en tanto el resto, se mantenía oculto en la espesura. Entraron caminando por la calle principal y se dirigieron directamente a la tienda, para adquirir la indumentaria. Los atendió una mujer que resultó ser la propietaria.

-Los guerrilleros andan por aquí –les dijo– Ha sido apresado un campesino e informó que los había guiado hasta aquí cerca11.

Efectuada la compra, regresaron ambos, lo más rápido que pudieron y una vez en el campamento, dieron cuenta de la situación. El guía había sido apresado, brindó información y para peor, acababan de llegar tres camiones con soldados para reforzar la guarnición local.
“Pombo” comprendió que lo más conveniente era alejarse y así lo dispuso. Salieron de manera apresurada, siempre en dirección noroeste, a través de un terreno accidentado y de escasa vegetación.
En horas de la tarde, el inconfundible sonido metálico de una cantimplora los hizo detener. Era un soldado que en esos momentos cargaba agua, por lo que permanecieron quietos hasta que hubo terminado y se retiró.
Desde lo alto de un barranco, los guerrilleros pudieron ver al Ejército avanzando hacia ellos a menos de 600 metros, por lo que lanzándose barranca abajo, comenzaron a trepar una segunda loma, algo más pequeña y a mitad de la misma, tomaron posiciones, dispuestos a resistir el embate. Para su fortuna, enseguida cayó la noche y los rangers pasaron de largo, siendo perceptibles sus siluetas en la obscuridad.
Choque en la espesura
Así continuaron, avanzando y deteniéndose hasta llegar a orillas de una laguna, donde, una vez más, se detuvieron a cocinar. Nuevamente en camino, repararon en unas huellas recientes y eso les hizo adoptar precauciones pues el temor de ser emboscados era constante. Sin embargo, era evidente que las tropas habían pasado de largo, sin percatarse de la laguna porque, evidentemente, no conocían el terreno.
Los insurgentes reanudaron la marcha y después de caminar toda la noche, cruzaron la carretera, débilmente iluminada en esos momentos y continuaron hasta un río, posiblemente el Mataral, al que se introdujeron para avanzar por su cauce y evitar dejar huellas.
Caminaron cerca de media hora, siempre dentro de las aguas, atravesando tierras de muy escasa vegetación con los riesgos que ello implicaba y al cabo de un kilómetro, salieron a la orilla derecha y se echaron a descansar, pues estaban extenuados.
Todos dormían cuando a eso de las 9.30 a.m., el “Ñato”, que en esos momentos montaba guardia, los despertó para avisar que sentía ruidos. Lo hizo arrojándoles una piedrecilla y golpeándose el oído mientras señalaba en determinada dirección.
Los cinco guerrilleros se incorporaron, tomaron sus armas y después de revisar sus cargadores, se desplegaron sobre el terreno, dispuestos a repeler el ataque.
Efectivamente, delante de ellos se movía una sección ranger que avanzaba directamente hacia su posición. Y una vez más, los nervios traicionaron a “Darío” provocándole tos.

-¡Cojudos, ¿quién anda ahí?! –escucharon gritar– ¡¡Contesten!!

Y enseguida se desencadenó el combate.
Los guerrilleros sentían las balas zumbándoles cerca y los gritos de los suboficiales arengando a la tropa mientras accionaban sus armas y trataban de mantenerse a cubierto.
Como aquella era una zona de cactus gigantes, eso les permitió retirarse relativamente protegidos, generando la consabida confusión entre los rangers. A una indicación de “Pombo”, los seis se pusieron de pie y se lanzaron a la carrera, saltando un cerco de espinas en dirección a una barranca que se elevaba a veinte metros de distancia. En el camino, el “Ñato” intentó recuperar una bolsa de provisiones pero un certero disparo le partió la columna vertebral en dos. El bravo combatiente cayó boca abajo y comenzó a aullar de dolor
Recién cuando sus compañeros llegaron a la cresta, en lo alto de la loma, repararon en su ausencia, por lo que retrocedieron unos metros y conformando una línea defensiva, trataron de cubrir a su compañero, cuyos lamentos llegaban claros a sus oídos.
Con las balas atravesando el aire amenazadoramente, regresar sobre sus pasos hubiera sido imposible pero esos hombres fuera de lo común, lograron su cometido, desafiando toda lógica y previsión. Sin embargo, al llegar junto a su compañero, notaron que no se podía mover y que sus dolores eran tremendos.
Cubiertos por el resto, “Benigno” e “Inti” se arrastraron hasta donde se hallaba tirado su amigo y al tratar de levantarlo, comprendieron que todo era inútil. Como dice Harry Villegas, los dolores eran terribles y las heridas mortales.
                             
-¡Mátenme, por favor! ¡No permitan que el Ejército me atrape! – rogaba el pobre “Ñato”.

El cubano y el boliviano se miraron por un instante y una vez más intentaron mover a su compañero, pero sus alaridos dejaron en evidencia que la tarea iba a resultar imposible.

-¡Mátenme! –volvió a pedir aquel- ¡No me dejen vivo aquí!

Era un momento terrible, con los rangers cada vez más cerca, disparándoles desde varios ángulos, “Pombo”, “Darío” y “Urbano” desbordados y el herido gritando y lamentándose lastimeramente.

La situación era muy difícil, por un lado el Ñato exigía que le quitáramos la vida, nos pedía que no permitiéramos que cayera prisionero y, por otro, era la vida de nuestro compañero, con el que habíamos compartido peligros y vicisitudes, al que nos unía un gran cariño y respeto, fiel a la causa por largo tiempo. Como era boliviano lo primero que hice fue consultar con Inti y Darío. La dolorosa decisión fue cumplir con el compromiso contraído como nos pedía el Ñato. Como lo definiera [el] Che, él había alcanzado el eslabón más alto de la especie humana: el de revolucionario12.

No quedó más remedio que cumplir con los pedidos del malogrado combatiente y de ese modo “Benigno” le apuntó con su arma y disparó, acabando ahí mismo con su agonía.
En medio de la balacera, acongojados por la pérdida, los guerrilleros se arrastraron hacia el firme que coronaba la loma y siempre bajo fuego enemigo, se incorporaron y se evadieron a la carrera, atravesando un nuevo desfiladero en dirección a la carretera Santa Cruz-Cochabamba. Una vez allí, se encontraron con un destacamento ranger que intentaba cerrarles el paso, produciéndose un breve intercambio de disparos que finalizó cuando ambos grupos, retrocedieron en busca de cobertura. Aprovechando la confusión, los insurgentes se detuvieron un instante y como si estuviesen en una maratón olímpica, giraron sobre sus pasos y pasaron entre los soldados que se retiraban, escapando por la ruta que conducía al cercano oleoducto sin que aquellos atinasen a nada.
Corrieron toda la noche hasta horas de la mañana, cuando volvieron a ganar la carretera, a 20 kilómetros de donde se había producido el enfrentamiento y se introdujeron en el monte para elaborar un plan. La idea era apoderarse de un vehículo y escapar hacia Cochabamba pero como las rutas estaban saturadas de retenes, enseguida la desecharon y prosiguieron la huída hacia Pulquina y San Isidro, no sin antes eludir otra patrulla del Ejército que avanzaba en sentido contrario.
Fue un momento de extrema tensión. Al ver a los soldados caminando hacia ellos, casi por instinto se arrojaron a un costado de la senda y esperaron inmóviles, listos para un nuevo choque. Sin embargo, antes de alcanzar la posición, los rangers doblaron por un camino lateral y enfilaron hacia un pozo de agua, donde se detuvieron.
De ese modo, “Pombo” y sus hombres lograron quebrar el cerco y así continuaron, siempre a través de aquel terreno accidentado, cruzando nuevamente la carretera y adentrándose en el monte para perderse hacia el norte. En un determinado momento, “Urbano” y “Benigno” entraron en dudas con respecto a la ruta a seguir y para terminar la discusión, “Pombo” les propuso esperar hasta la mañana siguiente y estudiar sobre la carta el camino adecuado. Hicieron noche en una quebrada, a la vista de un rancho miserable y a metros de una laguna artificial, donde se proveyeron de agua y descansaron. Era el 13 de noviembre y aún quedaba mucho camino por recorrer.


Documentos de la CIA dan cuenta de la ejecución del Che





Notas
1 Mario José Cereghino, Vincenzo Vasile, op.Cit., p. 127 (Noticiero CIA, secreto, 11 de octubre de 1967, CREST.)
2 Dariel Alacón Ramírez (Benigno) y Mariano Rodríguez, Les survivants du Che, Ed. Du Rocher, 1995, p. 30 citado por Pierre Kalfon en op. Cit., p. 592.
3 Inti Peredo, op. Cit. También en Harry Villegas (Pombo), op. Cit., p. 216.
4 Harry Villegas (Pombo), op. Cit., p. 221.
5 Las mismas se encuentran a 2400 metros sobre el nivel del mar.
6 Harry Villegas (Pombo), ídem.
7 Calzado rustico, elaborado con cuero.
8 Gary Prado Salmón, op. Cit., p 302-303.
9 Harry Villegas (Pombo), op. Cit., p. 225.
10 Ídem, p. 228.
11 Ídem, p. 230.


12 Ídem, p. 232.