Los rebeldes financiados por Cuba han
sido barridos por las recientes operaciones del ejército boliviano. En las
últimas tres semanas, las Fuerzas Armadas han protagonizado una serie de
intervenciones exitosas contra la guerrilla. En el último enfrentamiento, han
perdido la vida al menos siete rebeldes. Uno de ellos ha sido identificado
(probablemente) como Ernesto Che Guevara. El Ejército boliviano cree que los
subversivos supervivientes están acorralados y que muy pronto serán eliminados.
La derrota de la guerrilla es un golpe fatal para Fidel Castro. Si bien es
improbable que debilite su determinación a fomentar la lucha armada el en
hemisferio occidental, el contratiempo sufrido contribuirá seguramente a
enfriar el entusiasmo de muchos extremistas latinoamericanos. […]1.
Producido
el desbande, luego de la captura del Che, lo que quedaba de la columna
guerrillera aprovechó el momento en que los rangers se replegaron hacia La
Higuera, para evadirse. Lo hizo dividida en dos grupos, sin contacto uno con
otro, tomando diferentes direcciones, el primero, integrado por “Pablito”,
“Moro”, “Chapaco” y “Eustaquio” (el grupo de enfermos cuya retirada había cubierto
el Che), hacia el este, buscando el Río Grande y el segundo, formado por
“Pombo”, “Urbano”, “Benigno”, “Inti”, Darío” y el “Ñato” hacia el norte, diez
tipos duros, como dice Kalfon, dispuestos a luchar y vender cara su vida.
Luego
de caminar durante toda la noche hacia tierras más elevadas, la segunda
sección, si es que podemos llamarla así, se posicionó entre rocas y arbustos,
muy cerca de La Higuera y allí decidió esperar, inmóvil, hasta que las
condiciones estuviesen dadas como para reiniciar la marcha.
Amanecía
cuando acordaron que “Urbano” montase la primera guardia. El día parecía
prometedor, con el cielo completamente despejado y la brisa soplando suavemente
desde el noreste, lo que, al menos de momento, impedía todo intento de
desplazamiento pues había buena visibilidad y las condiciones climáticas eran
las indicadas para que el Ejército llevase a cabo rastrillajes. Sin embargo, de
momento, no había movimiento de tropas y eso les permitió encender la radio
para escuchar las últimas noticias. Y las mismas no eran nada alentadoras.
“La voz
del Estado” era un programa que se emitía entonces por Radio Altiplano y fue el
que “Pombo” sintonizó para tratar de obtener información. Lo que escuchó lo
dejó atónico. El Che había sido capturado y se encontraba herido.
Sin
poder creer la que acababa de oír, el combatiente tomó una pequeña piedra y se
la arrojó a “Benigno”, que dormía a unos metros de allí. Al verlo incorporarse,
le hizo una seña y entonces, aquel se adelantó para ver que estaba sucediendo.
Los seis
se encontraban en torno a la radio cuando “Pombo” les comunicó la novedad.
Dadas las versiones maliciosas que las emisoras bolivianas habían estado
transmitiendo durante toda la campaña, decidieron aguardar y sacar conclusiones
una vez obtenida mayor información.
No hubo
que esperar demasiado; a las 13.00 (1 p.m.) volvieron a encender el transmisor
y lo que escucharon los dejó completamente descolocados. Estaban detallando los
objetos personales del Che y describían el diario de campaña junto a otras pertenencias.
No
quedaban dudas. El comandante había sido capturado y probablemente a esa hora
estuviera muerto.
Sin
poder contener las lágrimas, “Pombo” se puso de pie y se apartó unos metros,
pues no quería que lo viesen sollozar. “Benigno” se limitó a agachar la cabeza
y casi al instante sintió sus mejillas húmedas. En un primer momento se negó a
admitir que lloraba pero al alzar la vista y ver que todos sus compañeros lo
hacían, recién entonces lo pudo admitir.
Allí
estaban todos, “Urbano”, “Inti”, el “Ñato”, “Darío”, “Pombo”, guerreros
formidables, hombres duros, curtidos en mil batallas, temerarios, decididos,
dispuestos a todo, hasta jugarse la vida en inferioridad de condiciones,
derramando lágrimas por su venerado jefe. Habían matado al Che y no se resignaban
a ello2. “Inti” Peredo apuntó en su diario:
Un dolor profundo nos enmudeció. [El]
Che, nuestro jefe, camarada y amigo, guerrillero heroico, hombre de ideas
excepcionales, estaba muerto. Permanecimos callados, con los puños apretados,
como si temiéramos estallar en llanto ante la primera palabra. Miré a Pombo,
por su rostro resbalaban lágrimas3.
Lejos
de allí, el grupo de “Pablito” intentaba poner distancia, avanzando tan rápido
como sus fuerzas se lo permitían. Ignorante de que para entonces, el Che yacía
muerto en La Higuera y que sus compañeros se disponían a escapar hacia el
norte, el grupo se retiró hacia Cajones, por el camino de Pucará, tratando de
quebrar el cerco.
El Alto
Mando boliviano tenía indicios de que los restos de la fuerza invasora se
habían dividido y en ese sentido, hizo una serie de modificaciones en su
dispositivo, intentando encerrarla y acabar con ella definitivamente.
Siguiendo
el relato de Prado, se emitieron una serie de alertas a las autoridades civiles
y se dispuso que las compañías “A” del Batallón de Asalto 2 estacionada en La
Higuera; “B”, en Abra del Picacho y “C” (disminuida) en Alto Seco, más una
sección de la misma apostada en Cajones, cerca de la confluencia del Río Grande
con el Mizque, tuviesen todo listo para ponerse en marcha y realizar un
movimiento envolvente destinado a bloquear las vías de escape. Al mismo tiempo,
se les ordenó a la Compañía “Florida” y Ecuclases-2, cubrir San Lorenzo y
Ckasamonte y despachar patrullas para rastrillar las áreas asignadas,
coordinando sus movimientos con las unidades anteriormente mencionadas.
Los relojes
señalaban las 11 p.m. (23.00), cuando el centinela que hacía guardia al otro
lado del río, advirtió un débil resplandor en la penumbra. Sin perder tiempo,
corrió hasta el puesto de mando para dar parte a su superior, el subteniente
Guillermo Aguirre Palma, a cargo de la tercera sección de la Compañía “C” del
Batallón de Asalto Ranger-2.
Al
tanto de la novedad, Aguirre con varios de sus hombres se adelantaron hasta las
márgenes del río y apuntando con sus binoculares hacia la orilla opuesta, logró
ver la fogata. El enemigo estaba ahí, al alcance de sus armas, sin percatarse
de su presencia, por lo que ecidió montar un PO con dos o tres hombres y
regresar al campamento para alistar a la tropa.
Comenzaba
a clarear cuando los vigías detectaron movimientos y al apuntar a hacia allí
con sus largavistas, vieron a uno de los guerrilleros arrastrándose hasta el
río para buscar más agua.
Confirmada
la sospecha de que, efectivamente, se trataba de un grupo subversivo, Aguirre
Palma dispuso ubicar parte de su sección frente al campamento enemigo, al mando
del sargento Bolívar y cruzar el río con el resto, unos 200 metros más abajo,
para cerrar el paso por la retaguardia.
A la
señal convenida, el sargento Bolívar rompió el fuego, obligando a los
guerrilleros a tomar sus armas y arrojarse a tierra para repeler el ataque.
Los
combatientes se defendieron con vigor pese a haber sido atrapados entre dos
fuegos y aferrados al terreno como se hallaban, devolvieron la agresión, sin
embargo, su escaso número y el estado de debilidad en el que se encontraban
hizo que toda defensa fuera inútil.
Pese a
que comenzaba a clarear, las trazadoras cortaban la penumbra dándole a la
escena un marco surrealista. Los guerrilleros apuntaban preferentemente hacia
donde éstas parecían brotar pero la lluvia de plomo que caía sobre ellos, no
les dio tiempo a nada. Uno a uno fueron cayendo, primero “Moro”, después
“Eustaquio” y por último los dos restantes, sin dejar de disparar hasta el
último momento.
Cuando
Aguirre Palma notó que el enemigo había dejado de tirar, ordenó el alto el
fuego y enfocando sus binoculares en esa dirección, notó que en el vivac nadie
se movía. Sus hombres se fueron incorporando y sin dejar de apuntar, se
aproximaron lentamente, cubiertos por el grueso de la sección que aguardaba
atenta, lista para reiniciar el combate en caso de producirse algún tipo de
reacción.
Pero
nada de eso ocurrió; los soldados llegaron hasta el campamento y encontraron
los cuatro cuerpo acribillados, Pablito, “Eustaquio”, “Chapaco” y “Moro”, dos
bolivianos, un cubano y un peruano, en estado calamitoso.
Aguirre
Palma estableció contacto con uno de los helicópteros que llevaba
abastecimientos para las tropas (su radio no tenía suficiente alcance) y le
solicitó que pasase la novedad al Comando, en Vallegrande. Inmediatamente
después, les ordenó a sus hombres apilar los cadáveres junto al río y recoger
el armamento con el equipo para hacer el correspondiente inventario.
Desde
el Puesto de Mando, en la mencionada ciudad, se le ordenó al piloto volar hacia
el lugar del enfrentamiento y proceder a retirar los cuerpos. Al subteniente
Aguirre Palma le indicaron permanecer en el área hasta nueva orden e
inmediatamente después, se emitió un comunicado, dando cuenta del hecho e
informando que la guerrilla invasora estaba prácticamente aniquilada.
Confirmada
la noticia de la muerte del Che, el grupo integrado por los tres cubanos y tres
bolivianos decidió escoger un nuevo jefe. Pese a que numerosas fuentes señalan
a “Inti” como sucesor del comandante, la elección recayó en “Pombo”, dada su
experiencia combativa y su cercanía con el abatido líder.
Decidido
esto, optaron por mantenerse en el lugar hasta que las condiciones estuviesen
dadas para abandonar el sector pues el ejército había reiniciado su patrullaje y
se veían tropas por todas partes. La situación llegó a ser tan apremiante, que
por momentos escuchaban las conversaciones que los efectivos enemigos mantenían
entre sí, ello hasta que a determinada hora, cuando ya caía el sol sonaba un
clarín y el silencio se tornaba absoluto.
Su
situación no podía ser peor, escasos de agua y alimentos, heridos algunos
(“Pombo” aún acusaba problemas en la pierna derecha), enfermos otros (“Inti” y
“Darío”), solo “Urbano” y el “Ñato” se encontraban en condiciones, de ahí la
orden de “Pombo” de que el primero pasase a la vanguardia y efectuase los
primeros turnos de vigilancia.
Habiendo
transcurrido más de 24 horas y comprendiendo que de permanecer en el lugar
acabarían por ser descubiertos, el grupo decidió reiniciar la marcha hacia el
norte, en un desesperado intento por evadir el cerco. La noche del 10 de
octubre, se pusieron en marcha y siempre encabezados por “Urbano”, comenzaron a
trepar la primera quebrada, subiendo un farallón que les demandó varias horas y
mucho sacrificio.
“Pombo”
y “Benigno” recordarán años después, la fortaleza y el espíritu de sacrificio
de “Urbano”, trepando los despeñaderos, escalando las hondonadas como una cabra
de monte, arrojándoles desde lo alto la extensa soga que habían elaborado con
las hamacas, ayudando a subir por ellas a sus compañeros y mostrando una
determinación propia de un comando, un cuadro especial, un verdadero soldado de
elite, algo que, en definitiva eran todos ellos.
En
determinado momento, el “Ñato” resbaló por un despeñadero y fue justamente él
quien le prestó auxilio, rescatándolo de una muerte segura.
Así
siguieron hasta la noche del 11 de octubre, cuando alcanzaron la loma y
comenzaron a avanzar por un terreno menos accidentado, ignorando el lugar donde
se encontraban. Habían decidido ocultarse de los campesinos y solo disparar en
caso de ser sorprendidos porque, según “Pombo”, los soldados no querían
combatir.
Una vez
en lo alto, “Pombo” e “Inti” (que oficiaba de segundo al mando), propusieron
enterrar los objetos de valor, a saberse, dinero, relojes, cámaras
fotográficas, los instrumentos quirúrgicos de “Moro”, evitando, de ese modo,
que cayesen en poder del enemigo pero después de debatir largamente el asunto,
decidieron dejar solo los instrumentos y las máquinas para aligerar el
desplazamiento y conservar el resto, sobre todo el dinero, porque lo iban a necesitar.
Guiándose
por el Río Grande, que corría a lo lejos, a la derecha, caminaron más de una
hora hasta dar con una casa deshabitada en la que hallaron refugio y algo de
alimento, lo que en Centroamérica denominan chancaca, un pan de azúcar
solidificada, que se corta en trozos similares a un jabón.
Sabiendo que por tratarse del único edificio en varios kilómetros a la redonda, no podían pernoctar en él, abandonaron la cabaña y se echaron entre unos arbustos, dejando al “Ñato” a cargo de la primera guardia.
Durante
el desplazamiento, habían visto una vaca junto a su ternero, prueba de que
alguien se encargaría de venir a ordeñarla. Por esa razón, decidieron esperar y
efectivamente, alrededor de las seis de la mañana, un muchacho extremadamente
joven apareció por el sendero, caminando despreocupado en dirección a los
vacunos.
Lo
tomaron prisionero y lo llevaron consigo. Se trataba de un campesino de escasos
quince años, que en un primer momento se mostró aterrorizado. Le preguntaron
donde se encontraban y si había tropas por los alrededores a lo que el chico
respondió titubeando, que no. Les dijo que estaban en el Abra del Picacho, en
el otro extremo de la herradura que formaba La Higuera y que acababan de salir
por el mismo lugar por el que habían ingresado. Les aseguró que el Ejército se
había retirado del área hacía, por lo menos, una semana y pidió incorporarse a
sus filas, al menos como guía. Fue el único campesino que solicitó hacerlo en
toda la campaña.
En esas
se encontraban cuando repentinamente, llegó por la senda un segundo lugareño
que al reconocerlos, se dio a la fuga precipitadamente. Los guerrilleros
corrieron tras él pero como no lo alcanzaron, volvieron sobre sus pasos y
levantaron campamento, llevándose al muchacho consigo. Caminaron presurosamente
por el monte hasta dar con la cabaña de un segundo poblador quien, a cambio de
unos pesos, se ofreció a hacerles de guía.
El
capitán Prado se encontraba en su puesto de mando en Abra del Picacho cuando el
campesino fugitivo se presentó en el lugar. Una vez frente a él, manifestó
haber visto, apenas de un par de horas atrás, a seis guerrilleros que se
desplazaban por un sendero, hacia el río Santa Elena.
Sin perder
tiempo, el oficial ranger dispuso a su gente y después de impartir una serie de
indicaciones e informar al Comando, se lanzó tras ellos, enviando por delante a
la sección del subteniente Germán Venegas con instrucciones de tomar la misma
ruta que los merodeadores y darles alcance antes de que llegasen a la
mencionada vía de agua. Él mismo fue de la partida, junto al mayor Ayoroa y siguiendo
ambos a Venegas, se lanzaron a la carrera, dispuestos a cerrarles el camino e
inmovilizarlos entre las quebradas.
La
intención de los guerrilleros era llegar primero al camino de Pujío y desde ese
punto descender hasta el Santa Elena o el río El Potrero. Dada la situación,
optaron por ésta última opción, con el guía prácticamente corriendo delante y
el muchacho agotado, en medio de la formación.
Fue
necesario hacer un alto para reponer fuerzas pero el mismo apenas duró unos
minutos porque por delante, percibieron movimientos. “Pombo” vio al guía
ponerse pálido y enseguida comprendió que el peligro rondaba y había que darse
a la fuga lo antes posible.
-¡Soldados,
soldados! – gritó el pobre hombre agitado.
Tras
ocultarse detrás de unas rocas y matas, pudieron ver a los rangers
desplazándose por el terreno, en lo que parecía ser una maniobra envolvente,
razón por la cual, sin pensarlo dos veces, se lanzaron barranca abajo,
intentando poner la mayor distancia posible entre ellos y sus adversarios. Fue
el momento que los campesinos escogieron para huir, aprovechando que sus
captores se habían adelantado buscando salir de la trampa.
En
momentos en que la sección del subteniente Raúl Espinoza entraba en El Potrero
para comprobar si los guerrilleros se encontraban todavía allí, se topó con
“Urbano” que en esos momentos subía una loma encabezando la formación.
Se
produjo entonces, un momento de confusión en el cual, por una fracción de
segundo se miraron ambos fijamente a los ojos, Espinoza sujetando su carabina y
el cubano su M2.
Según
Gary Prado, los dos abrieron fuego al mismo tiempo pero no llegaron a herirse;
de manera simultánea buscaron protección entre los arbustos y volvieron a
disparar sin resultados.
El
movimiento de los rangers dio cierto resultado porque los accesos a la quebrada
fueron cerrados y los guerrilleros quedaron encajonados dentro, como había
sucedido en la quebrada de Yuro. Pero al no dominar las alturas, permitieron
que la guerrilla se evadiera, tomando una falla denominada El Socavón, por la
que se evadieron después de arrojar sus mochilas.
El
relato de “Pombo” es diferente. Al momento de toparse con la sección de
Espinoza, los soldados se encontraban sentados, descansando, con los fusiles
amontonados a dos metros de distancia.
Al
aparecer a los guerrilleros, comenzaron a gritar y corrieron hacia sus armas,
de manera desordenada, para intentar detenerlos.
-¡¡Aquí
están. Aquí están!!
En ese
preciso instante, los subversivos abrieron fuego. Increíblemente, nadie resultó
herido.
Los
rangers comenzaron a disparar y en medio de una lluvia de balas, “Pombo” y sus
hombres echaron a correr por firme, trepando la quebrada en busca de
protección. Como la misma era tan escarpada, arrojaron las mochilas para
aligerar el peso y así se evadieron, tomando la precaución de borrar las
huellas.
Precedidos
por “Benigno”, alcanzaron el extremo más elevado y en ese preciso instante
escucharon a los soldados cuando descubrían sus mochilas. Eso les dio cierto
tiempo porque los efectivos se demoraron unos minutos inspeccionándolas, pero
casi enseguida reanudaron la persecución, forzando a los fugitivos a esconderse
en un monte. Una vez dentro, “Pombo”, que había perdido sus borceguíes, le
ordenó a “Urbano” explorar en una dirección y al “Ñato” en otra, mientras los
cuatro hombres restantes –él uno de ellos- tomaban posiciones y esperaban con
sus armas preparadas. Fue el primero quien dio con un par de campesinos que
conducían unos perros rastreadores por el llano.
Los
dejaron seguir de largo, manteniéndose quietos hasta la noche, momento escogido para burlar el cerco
y escabullirse. Según el jefe guerrillero, trescientos efectivos los perseguían4.
El
capitán Prado se detuvo a analizar los elementos capturados; su gente abrió las
mochilas y él en persona efectuó un rápido examen de su contenido.
Pero
como el enemigo podía evadirse y no se podía perder un minuto de tiempo, que
organizó un pelotón con efectivos de la primera sección y lo envió tras él por
el camino de Socavón, al mando del cabo Daniel Calani Quispe, en tanto el resto
de la unidad iniciaba el ascenso de las barrancas con el fin de alcanzar las
alturas y encerrar a los fugitivos.
El
oficial ranger nos explica que Socavón es una isla de monte de veinte metros de
diámetro, que nace en el cerro El Naranjal, una suerte de anfiteatro natural
rodeado por elevaciones de entre sesenta y setenta metros5 que
encierra dentro la única vegetación tupida de la zona pues el resto es simple
paja brava, de escasos veinte a treinta centímetros de altura, que facilitaba
la búsqueda y los rastrillajes.
Era
imperioso asegurar esa posición antes de arriesgar a los hombres en una
incursión a ciegas, de ahí que a las 5 p.m. (17.00 horas), ordenó a la sección
de morteros batir el área, en tanto el resto de la compañía la saturaba
lanzando granadas y abriendo fuego de armas livianas6. Los
guerrilleros se vieron forzados a desplazarse hacia una pequeña loma que se
elevaba a la derecha, una suerte de escalón, según refiere “Pombo”, a través
del cual se accedía a una meseta que constituía la posición más alta del
terreno y un excelente mirador y allí se ubicaron.
La
acción se prolongó por espacio de una hora y media y una vez finalizada, los
rangers iniciaron el avance, ingresando cautelosamente en la isla. Fue allí
donde se produjo esa situación a la que “Pombo” ha hecho referencia en tantas
oportunidades. Los soldados no querían entrar y para ello ponían excusas.
-Retirémonos;
aquí no hay nadie.
-Los
guerrilleros no pueden ser tan bobos para meterse en este montecito.
Y
entonces aparecían los oficiales para obligarlos a avanzar.
Según
hemos dicho, los hombres del Che tenían como norma no disparar si no eran
detectados, de ahí que cuando los rangers vieron a “Benigno” agazapado tras un
montículo, este abrió fuego, matando Ciro Robles Moscoso, el guía campesino que
encabezaba la sección. Sorprendidos por la acción, los soldados se replegaron
presurosamente, abandonando el monte a la carrera para ponerse a cubierto.
En ese
preciso instante, el cabo Calani se introducía en la espesura, encabezando a
sus hombres. El “Ñato” lo vio venir y abrió fuego, hiriéndolo de gravedad.
Al ver
al cabo Calani en el suelo, el soldado sanitario Franz Muriel Castro corrió
hacia él, dispuesto a brindarle auxilio pero un disparo en la cabeza acabó con
su vida de manera instantánea. Prado sostiene que sus insignias de la Cruz Roja
eran perfectamente visibles e iba desarmado y aún así, le tiraron pero
habiéndose ocultado el sol, teniendo en cuenta la distancia y hallándose
semicubierto por el tupido follaje de la isla, es casi seguro que los
subversivos no distinguieron que era un socorrista.
Calani
todavía gritaba cuando el cuerpo de Muriel rodó hasta las posiciones que
ocupaban los guerrilleros, quienes lo despojaron de su calzado para proveérselo
a “Urbano”, necesitado de borceguíes nuevos por ser quien avanzaba al frente de
la columna. La incidencia le vino de perillas también a “Pombo” pues al hacer
perdido los suyos y encontrarse descalzo, recibió las albarcas7 de
aquel, necesitado como estaba de cubrir urgentemente sus pies.
El
combate fue arreciando a medida que pasaban los minutos, con las trazadoras
atravesando la negrura como los rayos de una película de ciencia-ficción.
Un
disparo acabó con el cabo Calani justo cuando sus compañeros intentaban llegar
hasta él y varios más pasaron muy cerca de la posición que ocupaba su
comandante.
Recién
a las 21.00 los rangers cesaron el fuego y se replegaron, para tomar nueva
ubicación. Los insurgentes aprovecharon para hacer un cambio de posición y
aprovecharon para comer un poco de la chancaca que llevaban. El frío se tornó
intenso y eso los obligó a juntarse para darse calor y a los agotados soldados
a racionar y recuperar fuerzas.
La luna
se ocultó entre las 3.30 y las 4
a.m., sumiendo a la llanura en la más completa penumbra.
Los guerrilleros se encontraban despiertos desde hacía dos horas, esperando
precisamente ese momento para abandonar la posición y en momentos que se
disponían a partir, “Inti” volvió a insistir con esconder el dinero y los
relojes para evitar que cayesen en manos del enemigo.
Ahora
fue “Pombo” quien se opuso pues lo iban a necesitar para pagar la ayuda
necesaria hasta llegar a La Paz, donde –según creía– esperaban cincuenta
efectivos dispuestos a reingresar con ellos en el monte y continuar la lucha.
En una
decisión más que audaz, los seis se pusieron en marcha, arrastrarse por el
terreno hasta el acantonamiento enemigo. Intentaban sorprender a los rangers,
quienes acampados a ambos lados del firme, habían dejado un pasaje abierto por
el centro, para que los insurgentes se introdujesen en él.
En esos
momentos se encontraba de guardia el soldado Abel Callapa, incorporado a la
compañía esa misma mañana, en reemplazo de las bajas sufridas el 8 de octubre
en la quebrada de Yuro. A su lado dormía Fernando Cruz, a decir de Prado un
cuadro excelente, agotado en esos momentos por las recientes acciones.
Los
insurgentes vieron a Callapa fumando de pie, y se dirigieron hacia él
dispuestos a abatirlo. Repentinamente, éste reparó en ellos pero en lugar de
disparar, como debió haber hecho, “…se le
ocurrió actuar como un centinela de cuartel, preguntando ‘Alto, ¿Quién es?’”8.
Según
“Pombo”, el soldado los descubrió pero titubeó y preguntó:
-¡Cojudos,
¿quién anda ahí?!
El
grito y los disparos despertaron al resto de la compañía, cuyos hombres,
presurosos, tomaron las armas y comenzaron a tirar, sin poder evitar que el
centinela cayese con sus riñones destrozados. En medio de la confusión, Cruz se
puso de pie y cuando se aprestaba a oprimir el gatillo, fue alcanzado por
varios proyectiles y también murió.
Tomados
por sorpresa, los rangers prácticamente no atinaron a nada; dispararon hacia la
obscuridad, sin precisión y eso le permitió al enemigo escapar, rodando entre
ellos, por la barranca.
“Pombo”
incrementa el número de muertos al afirmar que “Inti” mató a dos soldados más,
colocándoles el caño de su arma a la altura del estómago, pero eso no fue así.
“Benigno”, desorientado, se acercó a un hombre y creyéndolo uno de sus
compañeros, le preguntó si estaba herido; “Pombo”, cubierto tras una roca,
gritaba intentando dar con su gente y el resto se retiraba por el firme, en
medio de una lluvia de proyectiles.
Increíblemente,
salieron ilesos, se reagruparon y echaron a correr por una senda que recién
abandonaron cuando el sol comenzaba a salir. Se detuvieron en un rancho
ruinoso, necesitados de reponer fuerzas y borrar su rastro y de ahí siguieron
la marcha atravesando otro monte donde, finalmente, agotados y hambrientos, se
detuvieron a reponer fuerzas y recargar sus armas.
Lejos,
a la distancia, se escuchaban ladrar los perros que los campesinos habían
acercado para ayudar a las tropas. “Pombo”, “Urbano”, el “Ñato” treparon a los
árboles y observando con atención, alcanzaron a divisar a los rangers peinando
cuidadosamente el terreno, precedidos por dos o tres guías y sus perros. Era
imperioso evacuar la posición pues en cuestión de minutos tendrían a los
rangers encima, razón por la cual, corrieron hacia un arroyo cercano y se
introdujeron en sus aguas con la intención de despistar a los sabuesos.
Así
llegaron a una mísera cabaña, donde hallaron a una mujer que al verlos, se
sobresaltó. Le dijeron que eran soldados, le compraron un cerdo, harina y hasta
una cacerola y recién por la tarde se retiraron, sabiendo que la campesina no
se había tragado el cuento.
Los
guerrilleros demostraron, una vez más, ser unos combatientes formidables. Se
habían enfrentado a una fuerza de elite inmensamente superior, bien equipada y
provista, ocasionándole cinco bajas fatales, sin sufrir ninguna; se habían
introducido en su dispositivo defensivo, y aún famélicos y agotados como
estaban, lograron burlarlo, evadiéndose en sus narices. “Pombo”, “Benigno”,
“Urbano”, “Inti”, el “Ñato”, “Darío”, nombres que deberían figurar entre los
más audaces comandos de la historia, verdaderos cuadros de elite, valientes
hasta lo inconcebible, decididos, fanáticos, abnegados. El capitán Prado,
soldado cabal también, debió pensar eso cuando se comunicó por radio al puesto
de mando y después de pasar el informe, solicitó un helicóptero para evacuar a
los muertos.
¿Qué
habrán pensando en Vallegrande y Camiri al imponerse de la novedad?; ¿qué se
comentó en Santa Cruz de la Sierra y La Paz? ¿Qué pasó por la cabeza de “Pappy”
Shelton, Michael Leroy y los oficiales que habían entrenado a los rangers, al
conocer las vicisitudes del enfrentamiento y qué se estaría diciendo a puertas
cerradas en los salones de la Casa Blanca, el Pentágono y la Agencia Central de
Inteligencia? Seis hombres contra el mundo, solos, abandonados, enfrentando lo
imposible y desafiando lo inimaginable, aún las opiniones más temerarias y ahí
seguían, aún en pie, comprometidos en una carrera contra el tiempo y la muerte,
jugándose la vida a todo o nada.
En la
madrugada del 12 de octubre los insurgentes alcanzaron el río Santa Elena, que
atraviesa un terreno algo más bajo que El Naranjal; siguiendo las tácticas de
la guerrilla, se introdujeron en un monte y allí permanecieron hasta la noche,
cuando bajaron hasta sus márgenes para cocinar el cerdo comprado el día
anterior. En ese sector, la vegetación era mucho más tupida y eso les permitió
encender una fogata, asar el animal y preparar café.
Luego
de racionar, reanudaron la marcha y al cabo de una hora y media llegaron a una
cabaña que esquivaron por precaución, sin notar que se introducían en un camino
equivocado. Debieron retroceder y retomar la senda, y por ella caminaron hasta
las 4 p.m. (16.00 horas), cuando los ladridos de varios perros los obligaron a
ocultarse.
Alejado
el peligro, reanudaron el avance y de ese modo alcanzaron una segunda vivienda
donde sus moradores les vendieron otro puerco y les dieron agua para cargar sus
cantimploras.
El
propietario de la humilde construcción era un campesino temeroso que lo único
que deseaba era que esa gente se fuera. Fue él quien les dijo que en El Potrero
se habían enfrentado a toda una compañía proveniente de Alto Seco y que el área
era recorrida por numerosas patrullas. Le ofrecieron $1000.000 para que los
guiase hasta el Piraypani pero solo aceptó hacerlo hasta el sendero que pasaba
unos kilómetros al noroeste, a través de la quebrada, pues temía posibles
represalias y no deseaba problemas. Le compraron también tijeras porque para
entonces, tenían decidido mutar su aspecto y las necesitaban.
El
campesino los condujo hasta el firme; de ahí siguieron hasta un afluente, un
pequeño arroyo donde se detuvieron a racionar y afeitarse las barbas y bigotes,
además de cortarse el cabello y en ese punto permanecieron un par de horas,
cuando reanudaron la marcha, bastante más repuestos.
Llegaron
así a una tercer cabaña, habitada por una mujer y sus dos hijos, una muchacha
en extremo bonita, suerte de bálsamo a los ojos de aquellos hombres sufridos y
un niño de nombre Fidel, que les alegró la vida.
-Míralo
a Fidel, carajo –decía “Benigno” a cada rato- ¿Qué me dices de Fidel?
Pasaron
allí la noche y salieron de madrugada, trepando una loma en dirección al río La
Pesca, pasando por la misma quebrada en la que días atrás habían acampado con
el Che. Intentaban llegar a Los Sitanos pero a mitad de camino aparecieron dos
soldados avanzando en sentido contrario y eso los obligó a ocultarse entre la
maleza.
-Debieron
ser vacas – le escucharon decir a uno.
Los
efectivos se detuvieron a cinco metros de donde se encontraban atrincherados y
después de observar en todas direcciones, regresaron sobre sus pasos para
perderse nuevamente en la maleza. En determinado momento fue necesario taparle
la boca a “Darío” porque traicionado por los nervios, había empezado a toser.
Pasado
el peligro, abandonaron la posición y se internaron en otro monte, donde
permanecieron escondidos hasta la mañana siguiente, cuando el Ejército
rastrillaba la zona, siempre guiado por campesinos. Habían acampado sobre una
barranca, cerca de un pozo de agua y allí se encontraban cuando a las 8 a.m., una patrulla pasó sobre
ellos, bordeando lo alto de la loma, a escasos 5 metros de distancia, sin
detectar su presencia.
-Por
aquí no han bajado – oyeron decir al guía y se retiraron.
Al
llegar la tarde, los guerrilleros hicieron un nuevo cambio de posición y allí
pasaron el resto del día, asando el cerdo y preparando café.
Los
insurgentes aprovecharon ese alto para evaluar la situación. Una mirada
retrospectiva les permitió establecer que el enemigo trataba de arrastrarlos a
zonas desconocidas, algo que en cierto modo representaba un inconveniente pero
también una ventaja pues en ese sector, las FF.AA. no contaban con la red
campesina que el gobierno había establecido a través de los alcaldes, los
corregidores, los telegrafistas y correos, al menos no en la misma medida que en
la zona de guerra y eso, según su creencia, no los obligaba a informar su
presencia. Tampoco corría allí la recompensa ofrecida por su captura, lo que
significaba una apatía e indiferencia por parte de la población y eso, según su
creencia, se reflejaría en un mayor grado de colaboración hacia ellos. Era
evidente, entonces, que no convenía seguir hacia Los Sitanos, como tenían
planeado, dado que el camino iba a estar saturado de tropas y todo tipo de
obstáculos. Lo más acertado era enfilar hacia Vallegrande, siguiendo el curso
del Piraypani hasta Guadalupe, movimiento que les permitiría alcanzar la
carretera por donde el Ejército menos se lo esperaba y en algún punto del
trayecto mutar sus ropas por otras de civil, para mimetizarse entre la
población y de ese modo escapar9.
Mientras
“Urbano” carneaba el animal, decidieron cambiar de posición y a media mañana se
desplazaron hacia un arroyuelo distante a tres kilómetros, introduciéndose en
una quebrada seca, como la llama “Pombo”, para nos er detectados.
Así siguieron
durante varias jornadas, cruzando despeñaderos, sendas y arroyos, ascendiendo
barrancos pronunciados, trepando farallones, ocultándose en los montes hasta la
caída del sol y moviéndose en la obscuridad, siempre en dirección noroeste.
En
cierta oportunidad, finalizando octubre, se detuvieron en una cabaña donde la
gente era tan pobre que no tenían nada para ofrecerles. En un primer momento
pensaron tomar a todos prisioneros pero apenados por la presencia de varios
niños, decidieron seguir de largo, sin molestar a esa gente.
Caminaron
más de siete kilómetros hasta dar con una segunda vivienda donde, en este caso,
los recibieron mejor. Los invitaron a descansar allí, les cocinaron un potaje y
les pasaron algo de información. Al parecer, el campesino pobre del día
anterior los había delatado y hasta había guiado al Ejército hacia las márgenes
del río donde su rastro se perdió. Haberse introducido en su cauce y avanzado a
través de él resultó una medida acertada.
El
dueño de casa les advirtió sobre la presencia de tropas en el cercano molino de maíz y les indicó una huella por la
que podían alejarse sin ser molestados.
Una
lluvia torrencial los sorprendió en plena caminata, cuando eludían las cabañas
para no ser detectados. Fue un diluvio intenso que les hizo perder el camino,
de ahí que al dar con una cueva, se introdujeron en ella, en espera de una
mejoría.
El
aguacero duró treinta horas y eso los forzó a reanudar la marcha, aún bajo la
persistente lluvia y así pasaron junto a otras viviendas, dejando atrás otras
vías de agua, bajando quebradas y ascendiendo cuestas hasta Chujillas, un
humilde caserío en el que intentaron dialogar con una anciana que al verlos, se
puso a gritar como poseída. Terminaron comprándole provisiones a su hijo,
Honorato Linares, quien además, les brindó algo de información.
Con su
madre más serena, el hombre los hizo pasar a la casa, una humilde vivienda
campesina, donde les sirvió algo caliente para beber. Según “Pombo”, el hombre
estaba interesado en hacer dinero de ahí que cuando le ofrecieron $1.000.000
bolivianos para que los guiase hasta Vallegrande, aceptó sin titubeos. Era el 5
de noviembre, casi un mes desde la batalla de la quebrada de Yuro y el
fusilamiento del Che.
La
noche era cerrada y no se percibían movimientos cuando Honorato tomó su bolso
de viaje, se lo echó al hombro y salió de la casa. Los guerrilleros lo
siguieron, tratando de hacer el menor ruido posible para no alertar al
vecindario (23.00 horas) y de ese modo, se alejaron en dirección a Pampa
Grande, tomando la senda que unía esa localidad con Chujillas a través de
Ckasamonte, Pucará y Santa Ana.
Caminaron
toda la noche, sin detenerse. Racionaron junto al camino que conducía a la
aldea de Raya y por consejo de Honorato, enfilaron hacia Mataral pues la ruta
directa a Vallegrande estaba vigilada.
En
inmediaciones del establecimiento rural de Casas Viejas se extraviaron y fue
necesario que el guía acudiese a una cabaña, en medio de la noche, para tratar
de orientase. El hombre golpeó los tablones de la rústica puerta y ésta se
abrió para dar paso a un sujeto que estuvo dando indicaciones por espacio de
tres o cuatro minutos. Honorato le dio las gracias y regresó al punto donde los
guerrilleros se hallaban ocultos. Se encontraban a seis kilómetros al norte de
Mataral y unos treinta de Vallegrande, lo que equivalía a decir, zonas muyo
vigiladas.
De ese
modo, en la madrugada del 9 de noviembre detectaron a lo lejos las luces de
aquella última ciudad.
Le pagamos al campesino. Caminamos
todo el día hasta una loma y desde allí escuchamos las notas musicales de la
Banda Provincial de Vallegrande. La vista era hermosa, se veía la ciudad
completamente encendida jugando con el oscuro reflejo de las lomas en la
profundidad10.
Ante
semejante espectáculo, al “Ñato” se le ocurrió bajar hasta el cementerio para
depositar flores en las tumbas de los compañeros muertos pero eso era
imposible, pese a lo significativo del gesto.
Cuando
aquel campesino pobre se presentó en el puesto de mando del Batallón de Asalto
Nº 2, su comandante, el capitán Prado, procedió a distribuir una serie de PO y
despachar patrullas a lo largo de la carretera asfaltada que une Santa Cruz de
la Sierra con Cochabamba y ordenarles a las compañías de Ecuclases-2 y
“Florida”, rastrillar Los Sitanos y Alto Seco respectivamente pues hacia ahí
parecían dirigirse los insurgentes.
Durante
la recorrida, la Ecuclases-2, al mando del capitán José Meruvia Lazarte, se
topó con Honorato Linares en momentos que regresaba a su domicilio en Chujillas
y lo detuvo. El sujeto informó que los guerrilleros lo habían utilizado como
guía y brindó detalle del recorrido efectuado. Pasada la información al
comando, ambas compañías fueron replegadas y enviadas a Casas Viejas, con el
propósito de cerrar el paso hacia la carretera Santa Cruz-Cochabamba. Aún así,
el 13 de noviembre los guerrilleros alcanzaron Mataral y lo primero que
hicieron fue encaminarse a la tienda local para comprar ropas civiles y calzado
pues tenían la intención de mimetizarse entre los pobladores con el firme
propósito de alcanzar las ciudades.
Según
refiere “Pombo”, después de bordear Vallegrande marcharon hacia la carretera,
evitando siempre los pueblos y cabañas, hasta arribar a una nueva quebrada,
donde se detuvieron a planificar las siguientes acciones. Y en verdad, era
imperioso hacerlo porque el cerco del ejército se estrechaba y su situación se
veía cada vez más comprometida.
Estudiando
detenidamente el mapa, decidieron tomar la carretera y enviar un explorador a
Mataral para observar el entorno. De ese modo, se internaron por un camino y
así anduvieron varias horas hasta que los ladridos de varios perros los
obligaron a detenerse y esperar. De repente, alguien detectó movimientos en la
obscuridad y cuando se apartaron hacia ambos flancos para ocultarse, vieron la
silueta de un hombre que pasaba caminando despreocupadamente y se pedía en la
noche.
El
descenso de la quebrada les llevó toda la mañana y una vez en el llano,
divisaron dos cabañas que eludieron para no ser vistos.
Se
encontraban acampados cuando repentinamente apareció un campesino al que no
quedó más remedio que tomar prisionero. Sometido a interrogatorio, el hombre,
sumamente asustado, explicó que se dirigía a la casa de un vecino y para
tranquilizarlo, fue necesario explicarle que solo intentaban abandonar la
región, ofreciéndole $2.000.000 si los guiaba hasta la carretera, pues se
habían apartado demasiado de ella.
El
hombre pareció titubear pero al final, aceptó; sin embargo, manifestó la
necesidad de regresar a su casa para avisarle a su mujer que estaría ausente un
tiempo, cosa a la cual, los guerrilleros accedieron siempre y cuando uno de
ellos lo acompañase.
Ese mismo
día llegaron a Rancho Grande, un pequeño caserío sobre el camino a El Naranjal,
donde compraron alimentos y siguieron. Dejando a un lado una aldea en la que
divisaron varios soldados, siguieron hasta la carretera Santa Cruz-Cochabamba
(5 a.m.) y una vez allí, bajaron al río para introducirse en su cauce y no
dejar rastros.
Anduvieron
un trecho a través del agua y así dieron con otro rancho abandonado donde
encontraron varias calabazas que les sirvieron de alimento. Recién por la tarde
liberaron al campesino (le pagaron $3.000.000) y continuaron la marcha. El
hombre tomó el dinero casi sin pronunciar palabra y se alejó por la espesura,
evitando la carretera y sus posibles controles.
Al caer
el sol, los guerrilleros regresaron al río y mientras preparaban sus alimentos,
se pusieron a estudiar un plan de salida. El “Ñato” y “Urbano” se dirigirían a
Mataral y luego, “Inti” y “Benigno” harían lo propio hacia Vallegrande, para
estudiar la situación. Los primeros comprarían ropa y calzado y tratarían de
obtener información sobre los controles militares. Una vez de regreso, se
analizarían las alternativas y se escogería la opción más conveniente. La idea
era alcanzar Cochabamba o Santa Cruz de la Sierra, evitar todo contacto con el
traicionero Partido Comunista Boliviano y buscar en su lugar al ELN, que los
ayudaría a evaporarse.
A la
mañana, muy temprano, el “Ñato” y “Urbano” salieron para Mataral en tanto el
resto, se mantenía oculto en la espesura. Entraron caminando por la calle
principal y se dirigieron directamente a la tienda, para adquirir la
indumentaria. Los atendió una mujer que resultó ser la propietaria.
-Los
guerrilleros andan por aquí –les dijo– Ha sido apresado un campesino e informó
que los había guiado hasta aquí cerca11.
Efectuada
la compra, regresaron ambos, lo más rápido que pudieron y una vez en el
campamento, dieron cuenta de la situación. El guía había sido apresado, brindó
información y para peor, acababan de llegar tres camiones con soldados para
reforzar la guarnición local.
“Pombo”
comprendió que lo más conveniente era alejarse y así lo dispuso. Salieron de
manera apresurada, siempre en dirección noroeste, a través de un terreno
accidentado y de escasa vegetación.
En
horas de la tarde, el inconfundible sonido metálico de una cantimplora los hizo
detener. Era un soldado que en esos momentos cargaba agua, por lo que
permanecieron quietos hasta que hubo terminado y se retiró.
Desde
lo alto de un barranco, los guerrilleros pudieron ver al Ejército avanzando
hacia ellos a menos de 600 metros, por lo que lanzándose barranca abajo,
comenzaron a trepar una segunda loma, algo más pequeña y a mitad de la misma,
tomaron posiciones, dispuestos a resistir el embate. Para su fortuna, enseguida
cayó la noche y los rangers pasaron de largo, siendo perceptibles sus siluetas
en la obscuridad.
Los
insurgentes reanudaron la marcha y después de caminar toda la noche, cruzaron
la carretera, débilmente iluminada en esos momentos y continuaron hasta un río,
posiblemente el Mataral, al que se introdujeron para avanzar por su cauce y
evitar dejar huellas.
Caminaron
cerca de media hora, siempre dentro de las aguas, atravesando tierras de muy
escasa vegetación con los riesgos que ello implicaba y al cabo de un kilómetro,
salieron a la orilla derecha y se echaron a descansar, pues estaban extenuados.
Todos
dormían cuando a eso de las 9.30 a.m., el “Ñato”, que en esos momentos montaba
guardia, los despertó para avisar que sentía ruidos. Lo hizo arrojándoles una
piedrecilla y golpeándose el oído mientras señalaba en determinada dirección.
Los
cinco guerrilleros se incorporaron, tomaron sus armas y después de revisar sus cargadores,
se desplegaron sobre el terreno, dispuestos a repeler el ataque.
Efectivamente,
delante de ellos se movía una sección ranger que avanzaba directamente hacia su
posición. Y una vez más, los nervios traicionaron a “Darío” provocándole tos.
-¡Cojudos,
¿quién anda ahí?! –escucharon gritar– ¡¡Contesten!!
Y
enseguida se desencadenó el combate.
Los
guerrilleros sentían las balas zumbándoles cerca y los gritos de los
suboficiales arengando a la tropa mientras accionaban sus armas y trataban de
mantenerse a cubierto.
Como
aquella era una zona de cactus gigantes, eso les permitió retirarse
relativamente protegidos, generando la consabida confusión entre los rangers. A
una indicación de “Pombo”, los seis se pusieron de pie y se lanzaron a la
carrera, saltando un cerco de espinas en dirección a una barranca que se
elevaba a veinte metros de distancia. En el camino, el “Ñato” intentó recuperar
una bolsa de provisiones pero un certero disparo le partió la columna vertebral
en dos. El bravo combatiente cayó boca abajo y comenzó a aullar de dolor
Recién
cuando sus compañeros llegaron a la cresta, en lo alto de la loma, repararon en
su ausencia, por lo que retrocedieron unos metros y conformando una línea
defensiva, trataron de cubrir a su compañero, cuyos lamentos llegaban claros a
sus oídos.
Con las
balas atravesando el aire amenazadoramente, regresar sobre sus pasos hubiera
sido imposible pero esos hombres fuera de lo común, lograron su cometido,
desafiando toda lógica y previsión. Sin embargo, al llegar junto a su
compañero, notaron que no se podía mover y que sus dolores eran tremendos.
Cubiertos
por el resto, “Benigno” e “Inti” se arrastraron hasta donde se hallaba tirado
su amigo y al tratar de levantarlo, comprendieron que todo era inútil. Como
dice Harry Villegas, los dolores eran terribles y las heridas mortales.
-¡Mátenme,
por favor! ¡No permitan que el Ejército me atrape! – rogaba el pobre “Ñato”.
El
cubano y el boliviano se miraron por un instante y una vez más intentaron mover
a su compañero, pero sus alaridos dejaron en evidencia que la tarea iba a
resultar imposible.
-¡Mátenme!
–volvió a pedir aquel- ¡No me dejen vivo aquí!
Era un
momento terrible, con los rangers cada vez más cerca, disparándoles desde
varios ángulos, “Pombo”, “Darío” y “Urbano” desbordados y el herido gritando y
lamentándose lastimeramente.
La situación era muy difícil, por un
lado el Ñato exigía que le quitáramos la vida, nos pedía que no permitiéramos
que cayera prisionero y, por otro, era la vida de nuestro compañero, con el que
habíamos compartido peligros y vicisitudes, al que nos unía un gran cariño y
respeto, fiel a la causa por largo tiempo. Como era boliviano lo primero que
hice fue consultar con Inti y Darío. La dolorosa decisión fue cumplir con el
compromiso contraído como nos pedía el Ñato. Como lo definiera [el] Che, él
había alcanzado el eslabón más alto de la especie humana: el de revolucionario12.
No
quedó más remedio que cumplir con los pedidos del malogrado combatiente y de
ese modo “Benigno” le apuntó con su arma y disparó, acabando ahí mismo con su
agonía.
En
medio de la balacera, acongojados por la pérdida, los guerrilleros se
arrastraron hacia el firme que coronaba la loma y siempre bajo fuego enemigo,
se incorporaron y se evadieron a la carrera, atravesando un nuevo desfiladero
en dirección a la carretera Santa Cruz-Cochabamba. Una vez allí, se encontraron
con un destacamento ranger que intentaba cerrarles el paso, produciéndose un
breve intercambio de disparos que finalizó cuando ambos grupos, retrocedieron
en busca de cobertura. Aprovechando la confusión, los insurgentes se detuvieron
un instante y como si estuviesen en una maratón olímpica, giraron sobre sus
pasos y pasaron entre los soldados que se retiraban, escapando por la ruta que
conducía al cercano oleoducto sin que aquellos atinasen a nada.
Corrieron
toda la noche hasta horas de la mañana, cuando volvieron a ganar la carretera,
a 20 kilómetros de donde se había producido el enfrentamiento y se introdujeron
en el monte para elaborar un plan. La idea era apoderarse de un vehículo y
escapar hacia Cochabamba pero como las rutas estaban saturadas de retenes,
enseguida la desecharon y prosiguieron la huída hacia Pulquina y San Isidro, no
sin antes eludir otra patrulla del Ejército que avanzaba en sentido contrario.
Fue un
momento de extrema tensión. Al ver a los soldados caminando hacia ellos, casi
por instinto se arrojaron a un costado de la senda y esperaron inmóviles,
listos para un nuevo choque. Sin embargo, antes de alcanzar la posición, los
rangers doblaron por un camino lateral y enfilaron hacia un pozo de agua, donde
se detuvieron.
De ese
modo, “Pombo” y sus hombres lograron quebrar el cerco y así continuaron,
siempre a través de aquel terreno accidentado, cruzando nuevamente la carretera
y adentrándose en el monte para perderse hacia el norte. En un determinado
momento, “Urbano” y “Benigno” entraron en dudas con respecto a la ruta a seguir
y para terminar la discusión, “Pombo” les propuso esperar hasta la mañana
siguiente y estudiar sobre la carta el camino adecuado. Hicieron noche en una
quebrada, a la vista de un rancho miserable y a metros de una laguna
artificial, donde se proveyeron de agua y descansaron. Era el 13 de noviembre y
aún quedaba mucho camino por recorrer.
Documentos
de la CIA dan cuenta de la ejecución del Che
Notas
1 Mario
José Cereghino, Vincenzo Vasile, op.Cit., p. 127 (Noticiero CIA, secreto, 11 de
octubre de 1967, CREST.)
2 Dariel
Alacón Ramírez (Benigno) y Mariano Rodríguez, Les survivants du Che,
Ed. Du Rocher, 1995, p. 30 citado por Pierre Kalfon en op. Cit., p. 592.
3 Inti
Peredo, op. Cit. También en Harry Villegas (Pombo), op. Cit., p. 216.
4 Harry Villegas
(Pombo), op. Cit., p. 221.
5 Las
mismas se encuentran a 2400 metros sobre el nivel del mar.
6 Harry
Villegas (Pombo), ídem.
7 Calzado
rustico, elaborado con cuero.
8 Gary
Prado Salmón, op. Cit., p 302-303.
9 Harry Villegas
(Pombo), op. Cit., p. 225.
10 Ídem,
p. 228.
11 Ídem,
p. 230.
12 Ídem,
p. 232.
Publicado 31st August 2014 por Alberto N. Manfredi (h)
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