sábado, 31 de agosto de 2019

OPERACIÓN RESCATE


Desde la izquierda "Pombo", "Benigno", "Urbano", Villca y Quicañez
Cinco nombres para una hazaña


El 17 de noviembre de 1967, los miembros del Tribunal Militar que juzgaba a Regis Debray, Ciro Roberto Bustos, Pastor Barrera Quintana, Salustio Choque Choque, Vicente Recabado Terrazas y Ciro Argañaraz, hicieron su entrada solemne en el atestado salón de la biblioteca escolar que venía oficiando de corte desde los inicios del proceso. Lucían con orgullo sus uniformes de gala, como los efectivos de la Policía Militar su indumentaria impecable y las iniciales “PM” repintadas en los cascos. Reporteros y fotógrafos acribillaban a los “reos” con sus cámaras en tanto la audiencia, aún la que se encontraba de pie sobre los pasillos, se mantenía expectante.
El coronel Guachalla tomó el martillo y golpeó el estrado con fuerza, solicitando silencio; inmediatamente después autorizó a tomar asiento y a una indicación suya, uno de los vocales procedió a leer los considerandos del jurado.
La decisión era la esperada en cuanto al francés y el argentino: “culpables”. En lo que a Ciro Argañaraz y el resto se refiere, a muchos los tomó por sorpresa que fuesen declarados inocentes, incluyéndolos a ellos mismos.

Obligados a ponerse de pie, los inculpados escucharon la sentencia con expresión inmutable: “30 años de prisión para Debray y Bustos; sobreseimiento para los restantes”.
Ciro Bustos, su mujer Ana María y una de sus hijas años después, en Chile
Ni bien el juez terminó de hablar, los representantes de la prensa abandonaron el recinto, procurando llegar primero a cuanto aparato de comunicación había disponible en la ciudad y así pasar el informe a sus respectivas agencias, en tanto otros pugnaban por acercarse a los detenidos con el fin de arrancarles una declaración.
Bustos fue conducido a la habitación-celda que venía compartiendo hasta ese día con Argañaraz –quien ya la había abandonado-; una vez que la puerta se cerró pegó una foto de su esposa y sus hijas en la pared y luego se dedicó a limpiar. Aún se hallaba bajo los efectos del proceso y no podía quitar de su mente los cuerpos de los guerrilleros muertos que le habían obligado a reconocer días atrás, desmesuradamente hinchados, sucios, cubiertos de barro en las mismas posturas en que los había sorprendido la muerte, con las prendas pegadas al cuerpo y sus facciones irreconocibles, despidiendo aquel olor putrefacto. 
Con Debray ocurrió algo parecido, lo trasladaron hasta su cuarto-calabozo y ahí lo dejaron, con sus pertenencias y pensamientos.
En los días posteriores, las muchachas de Camiri les gritaban frases de amor y admiración cuando pasaban junto a sus ventanas al hacia las funciones de matinée y noche los sábados y domingos.

-¡Regis, mi amor!

-Adiós, peladito mío.

Los miembros del Tribunal Militar fueron ascendidos al grado inmediato superior (Reque Terán y Guachalla al de generales), las visitas de la consulesa francesa y miembros de la embajada a su compatriota se hicieron frecuentes y Debray contrajo enlace civil con su prometida, Elizabeth Burgos, ceremonia que se llevó a cabo en el salón del Casino de Oficiales, hasta donde debieron trasladarse los representantes del Registro Civil.
Así estuvieron hasta que un mes después, producido un nuevo cambio de comandante, los reos fueron trasladados a una construcción reciente, conocida vulgarmente como “la jaula”, edificada calle de por medio, en terrenos del propio Comando, donde quedaron alojados definitivamente1.
Deberían esperar años para su liberación aunque no tantos como imaginaban.


Dos meses y una semana después, los guerrilleros llegaron a lo de don Víctor, un amable campesino de San Isidro, quien les proporcionó cobijo, protección e incluso algo de información. Desde allí decidieron que “Inti” y “Urbano” viajasen a Cochabamba y una vez en destino, contactasen a las redes locales para poner en marcha la operación de rescate.
En su diario, “Pombo” relata otros enfrentamientos que Gary Prado no menciona, uno de ellos la madrugada del 3 de diciembre, cuando fueron en busca de agua y repentinamente “Inti” percibió movimientos. Según sus apuntes, se trataba de una compañía de rangers que venía peinando el área en línea paralela a la carretera, contra la que “Benigno” disparó tumbando al primer soldado2.
Al escuchar la descarga, los efectivos se arrojaron al suelo, pegándose al terreno durante algunos minutos, tiempo más que suficiente para que los insurgentes recogiesen sus cosas y escapasen.
Superada la sorpresa, los rangers abrieron fuego pero al no poder distinguir en la obscuridad, concentraron sus disparos sobre un sector equivocado, sin consecuencias para sus oponentes.
Fue al día siguiente que llegaron a lo de don Víctor, donde se alimentaron y se higienizaron un poco. Partieron en horas de la tarde pero un intenso aguacero los obligó a volver y permanecer en el rancho hasta que el mismo amainase. Conocieron así a su esposa, una mujer en extremo amable, quien no dudó en alojarlos hasta que las condiciones estuviesen dadas como para dejar la región.
Al día siguiente debieron refugiarse precipitadamente en el monte, advertidos por la esposa de Víctor de que una patrulla enemiga avanzaba hacia allí, precedida por un guía civil. Para su fortuna, la misma pasó de largo, a solo diez metros de su posición, sin percatarse de su presencia.
Menos de una hora después se encontraban nuevamente en camino, pero un feroz tiroteo en la quebrada, los obligó a detenerse nuevamente. Evidentemente los rangers disparaban sobre un punto donde creían haberlos detectado en tanto varias de sus patrullas recorrían los alrededores tratando de cortarles el paso.
Precisamente a las 17.00, se toparon con una de ellas, trabándose en un breve tiroteo que debido a las características del terreno, no tuvo mayores consecuencias. El follaje obstruía la visión y eso les permitió a los subversivos evadirse una vez más hacia un pequeño monte que se alzaba a la derecha, donde se mantuvieron ocultos por espacio de dos horas.
Un nuevo choque contra los rangers los forzó a evacuar el lugar y correr precipitadamente hacia una zona de cabañas donde el Ejército hacía requisas. Eso vino complicaba la situación pero una lluvia providencia obligó a suspender  las pesquisas, por lo que, acurrucándose uno con otro entre los arbustos, se dispusieron a pasar la noche, ateridos de frío y sumamente agotados. La única alternativa era regresar a lo de don Víctor y aguardar allí el momento oportuno para salir de la zona.
Pese a su victoria sobre la guerrilla, el Ejército no pudo capturar a su remanente.
En la imagen el general Barrientos hace declaraciones tras los últimos combates.
A su lado, en posición de firmes, detrás del reportero, el capitán Gary Prado Salmón

La tarde del 15 de diciembre, “Inti” y “Urbano” abandonaron el rancho y vestidos de campesinos, se dirigieron a Cochabamba, acordando previamente el punto donde el camión enviado por los miembros de la red urbana debía recogerlos.
Se convino un santo y seña para el conductor del vehículo3 e “Inti” dejó una serie de direcciones, por si los fugitivos necesitaban ayuda en caso de no dar con él, entre ellas la de su suegro, la de un amigo, director de un periódico, ambas en Cochabamba y la de una joven con la que se había criado, en Santa Cruz de la Sierra4.
Gary Prado nos explica las causas por las cuales los cinco guerrilleros lograron evadirse. Según su opinión, notando las Fuerzas Armadas que desde la Quebrada de Yuro los insurgentes rehuían el combate, que solo buscaban evadirse y que se encontraban extremadamente debilitados; perceptible desde toda óptica que ya no constituían un peligro por encontrarse aislados y faltos de provisiones, el Estado Mayor decidió suspender las operaciones y replegar sus fuerzas, pues las tareas de búsqueda pasaban a ser desde ese momento una labor más policial que militar. Por consiguiente, considerada la invasión derrotada, las tropas regresaron a sus asientos de paz, movimiento que se llevó a cabo de manera progresiva durante la segunda mitad de diciembre.
Fue un mes relativamente tranquilo para los insurgentes porque el gobierno no había conseguido la información necesaria para dar con ellos, aún cuando la aviación había lanzado volantes sobre la región, con sus fotografías y los pedidos de captura, incluyendo los montos de las recompensas5 y los llamados al deber patriótico.


Luego de incontables vicisitudes, “Inti” y “Urbano” llegaron finalmente a Cochabamba.
Habían caminado hasta el pueblo de San Isidro, en cuyo hotel compraron alimentos y hasta bebieron un café y sin llamar la atención, regresaron a la carretera, más precisamente al puesto de vigilancia donde los soldados s mostraron amigables. Al ser requeridos dijeron ser campesinos de otra provincia y de ese modo supieron que el Regimiento “Trinidad” había sido relevado por su compañía, integrada por trescientos cincuenta efectivos que en esos momentos patrullaba el área entre Pampa Grande y Mataral hasta Comarapa y Saipina. Decidieron regresar y para matar el tiempo, fueron al cine, comprobando al ingresar que la mayor parte de los espectadores eran efectivos del Ejército. Finalizada la película volvieron a la carretera y en el retén militar esperaron el paso de una góndola, es decir, un ómnibus que los llevase a Mataral. Para su fortuna llovía y los soldados se habían retirado, dejando el retén abierto por lo que, al ver aproximarse un camión, le hicieron señas y lo detuvieron. El conductor resultó ser un hombre amable que los invitó a subir a la cabina, para viajar con él.
En ese momento, a “Urbano” se le cayó el sombrero y antes de que pudiese recogerlo, un peón de campo que esperaba con ellos se agachó y se lo alcanzó. El sujeto no se percató que estaba ante un hombre negro pero aún así, intentando aflojar la atención, el caribeño se lo regaló, algo que “Inti” le reprocharía después porque en Bolivia, ningún trabajador rural regalaba un sombrero y mucho menos si es nuevo.
Al llegar a Mataral, el camión fue detenido en un nuevo retén. Ninguno de los soldados reparó en “Urbano”, de ahí el alivio de ambos cuando los dejaron seguir. Continuaron hasta Santa Cruz de la Sierra a la que accedieron luego de atravesar un puesto de guardia vacío, internándose en sus calles, vacías a causa del temporal.
Es de suponer, que buscaron a la amiga de crianza “Inti” pero “Pombo” no lo consigna. Solo explica que se dirigieron a una tienda, compraron ropa, se cambiaron en un baño público, se comunicaron telefónicamente con las oficinas del Lloyd Aéreo Boliviano y reservaron dos pasajes a nombre de Alberto Torres y José Gutiérrez. Inmediatamente después pasaron a recogerlos y de ahí siguieron hasta el aeropuerto, donde al cabo de una hora, abordaron el avión con destino a Cochabamba.
Durante la travesía, se sentaron junto a un oficial ranger, quien les estuvo narrando sus experiencias en el reciente conflicto. Los combatientes debieron contener la risa cuando el sujeto les refirió que los guerrilleros tenían la capacidad de mutar su apariencia en las noches, transformándose en perros o haciéndose invisibles, para burlar el cerco y evadirse6.
Al llegar a Cochabamba, se encaminaron a casa de la cuñada de “Inti”, donde al poco tiempo llegó su suegro, el escritor Jesús Lara, quien se ocupó de establecer comunicación con la dirigencia del PCB para organizar el rescate de los guerrilleros restantes.


La mañana del 5 de enero un camión de gran porte se detuvo en el punto acordado por “Pombo” y sus hombres. Su conductor descendió del vehículo,  depositó unas herramientas en el pavimento y se puso a observar la rueda delantera.

-Compa, ¿se ha ponchado? – le preguntó “Benigno” acercándose.

-Si, si, monten, somos nosotros – respondió el hombre algo nervioso.

Los combatientes se acomodaron en un espacio especialmente acondicionado entre la carga y el camión arrancó. Al cabo de unos minutos, media hora tal vez, llegaron al primer retén pero los militares los dejaron pasar. No ocurrió lo mismo en el segundo, donde obligaron a descender al conductor para solicitarle su documentación y los papeles del rodado. En esos momentos, uno de los soldados se subió a la parte posterior y comenzó a revisar el cargamento, golpeando las maderas y arrojándolas a un lado. Tirados sobre el compartimento disimulado, los guerrilleros amartillaron sus armas y esperaron, listos para abrir fuego y acribillar a los efectivos pero para su fortuna, el suboficial a cargo -a quien el chofer le había convidado un poco de tabaco para fumar-, le ordenó que se detuviese y bajase. Lo hizo a tiempo porque una tabla más que quitaba y los combatientes quedaban al descubierto.
Acomodada la carga nuevamente, el conductor trepó a la cabina y continuó su camino. Debió sortear ocho retenes más pero en ninguno se dieron cuenta que la caja contenía una trampa.
El 6 de enero se detuvieron en una casa de las afueras de Cochabamba, especialmente preparada por el PCB, donde varios militantes y representantes del ELN los estaban esperando. Los recibieron efusivamente y cuando preguntaron por “Inti” les dijeron que había partido hacia La Paz. Entonces entregaron dinero para los documentos y todos los gastos que se iban a realizar y esperaron nuevas indicaciones. 
Los distribuyeron en varias casas, una de ellas la de la cuñada de “Inti” y allí esperaron hasta que por fin, la noche del 21 de enero, una camioneta los pasó a buscar para llevarlos a La Paz.
El vehículo se detuvo en casa de la cuñada de “Inti” y mientras su conductor, Juvenal Castro Torricos, aguardaba al volante, su compañero descendió y tocó el timbre. “Pombo” salió presurosamente y sin mirar siquiera al recién llegado, caminó hasta el vehículo y se introdujo en el asiento posterior, para arrancar inmediatamente. Partieron hacia otra casa, donde recogieron a “Urbano” y siguieron a una tercera para hacer lo propio con “Darío” y salir luego a la ruta.
Durante el trayecto, “Urbano” se hizo cargo del volante y manejó durante tres horas para que Castro Torricos descansara7.
El 22 de enero, a las 8 a.m. llegaron a El Alto y luego de un trecho a través de sus calles, se detuvieron en una casa donde vivía un matrimonio formado por un geólogo boliviano y su esposa alemana, una actriz de televisión que hablaba muy bien español.
Dos días después, un automóvil pasó a recoger a “Benigno” en Cochabamba y lo llevó directamente a la capital, para reunirse con sus compañeros.
Para entonces, la red urbana trabajaba activamente intentando sacar a los cubanos del país, especialmente Rodolfo Saldaña quien había mutado su aspecto peinándose de diferente manera y descartando sus anteojos.
El grupo deliraba con un hipotético regreso a las montañas y para ello planeaba enviar un emisario a Cuba y ver la posibilidad de armar a esos supuestos cuarenta combatientes con el fin de reiniciar la lucha. El 24, se presentó Jorge René Pol Álvarez Plata, el encargado de establecer los contactos con Chile, informando sobre su inminente partida hacia Santiago y al día siguiente hizo lo propio un tal Sánchez, para prestar apoyo.
Así estuvieron los integrantes de la red, yendo y viniendo de un punto a otro hasta el traslado de los fugitivos a una nueva vivienda, sobre la calle Ecuador -siempre en La Paz-, que alquilaron con el dinero de la guerrilla.


Tras una serie de reuniones clandestinas celebradas en horas de la noche en diferentes puntos de la ciudad, la Comisión Nacional de Seguridad del PCB llegó a la conclusión de que no había forma de sacar a los cubanos del país. Sin embargo, cuando las opciones parecían agotadas, Efraín Quicañez Aguilar (nombre de guerra: “El Negro José”), rompió el silencio y dijo:

-Pero señores, si eso es pan comido.

Un tanto desconcertados, los presentes le preguntaron a que se refería y cuando el militantes les explicó con voz firme, en qué consistía su idea, estuvieron de acuerdo. Según el plan, esconderían a los combatientes en su casa de Oruro y cuando las condiciones estuvieran dadas, se los sacaría hacia la frontera a través de las montañas, siguiendo el trayecto Challacollo, Toledo, Huchacalla, Sabaya y Pisiga, hasta el límite con Chile.
Se trataba de una ruta difícil, complicada, a través de tierras desérticas e inhóspitas, en medio de un clima hostil y gélido, pero parecía viable y la única alternativa posible.
El escritor Jesús Lara,
suegro del "Inti" Peredo,
importante enlace de la
red urbana


El 2 de febrero, por la tarde, pasaron a recogerlos y después de efectuar una vuelta por La Paz para despistar, enfilaron hacia Oruro, seguidos de cerca por varios vehículos, en uno de los cuales se desplazaba “Inti”.
Al llegar a destino, ya en el interior de la vivienda, se les informó que partían a la mañana siguiente pero como esa misma tarde se largó a llover torrencialmente, debieron esperar porque parecía que el aguacero iba a durar bastante.
Por la noche se reunieron con “Inti”, hubo abrazos, palabras de emoción y luego un profundo análisis de la situación en el que se acordó no partir hasta que las lluvias amainasen. Y una vez más se detuvieron en planes descabellados con respecto a reiniciar la lucha y lo más increíble, planteársela a la cúpula del PCB para reforzar las redes clandestinas8.
El 5 de enero el “Petiso” estaba de regreso junto a Enrique Hinojosa (nombre de guerra: “Víctor”), enlace del ELN, que acababa de establecer los contactos con el Partido Comunista Chileno, para que militantes del movimiento los esperasen en la frontera. Los trasandinos aguardarían allí entre el 15 y el 17 de febrero y de no concretarse el encuentro, harían lo propio en el poblado de Camiña, 150 kilómetros dentro del territorio chileno, hasta el 21. Un camión los recogería junto al río Lauca y los conduciría hasta Iquique, donde esperarían nuevas instrucciones.
Según el “Negro José”, autor del libro Pan Comido, el grupo partió el 8 de febrero, a bordo de un camión, llevando una ración de cinco latas de leche condensada, algo de charque, dos radio portátiles, una pistola de origen francés y dos revólveres con sus correspondientes cargadores, además del dinero. Lo hicieron bajo su guía y la de Estanislao Villca Colque (nombre de guerra: “Tani” o “Alejandro”), militante boliviano, oriundo de Sabaya, encargado de las cuestiones tácticas9; de acuerdo al relato de “Pombo”, la partida se produjo dos días después en dirección al río Desaguadero, que pensaban cruzar en balsa pagando una suma.
Durante la caminata de tres horas que siguió a continuación, “Pombo” y “Benigno” experimentaron los rigores de la altura y comenzaron a sufrir mareos y malestar. Para peor, las aguas desbordadas sobrepasaban sus rodillas y al estar heladas, les congelaba los pies, provocándoles caídas y magullones. En una de ellas, “Pombo” perdió el sombrero y la pistola de origen francés y stuvo a punto de sufrir una hipotermia.


El 14 de febrero, llegó a la Prefectura de Oruro un radiograma del subprefecto de Sabaya10, dirigido a su titular, el coronel Francisco Barrero, dando cuenta de la presencia de cinco extraños que desde el mediodía del día anterior se desplazaban hacia el oeste, en actitud sospechosa.
Pensando que podía tratarse de cuatreros o simples ladrones, varios vecinos salieron en su busca, pero no lograron darles alcance. Como por entonces se hallaba en vigencia la orden del gobierno central, de mantener en permanente estado de vigilancia los caminos y ante la posibilidad de que los guerrilleros pudiesen evadirse, el subprefecto procedió en consecuencia, poniendo en estado de alerta a toda la región.
Luego de corroborar que los merodeadores se hallaban en el pueblo, más precisamente en la casa de un vecino11, se los mandó llamar para interrogarlos, presentándose los cinco en la sede de gobierno a los efectos de ser interrogados por separado. Manifestaron ser comerciantes chilenos pero nadie les creyó. Entre los presentes en el recinto se encontraba un viajante que en realidad era contrabandista, sujeto al parecer influyente quien exigió a las autoridades que los forasteros enseñasen sus documentos. Como “Benigno”, que fue el primero en ser interrogado, manifestó no tenerlos, el sujeto le apuntó con el índice y en voz alta exclamó:

-¡Estos no tienen acento de chilenos!

Fue entonces que el sargento de policía se le acercó para palparlo de armas y el combatiente, pegando un salto hacia atrás, extrajo su arma y apuntó al suboficial. Cuando los agentes quisieron detenerlo, levantó la pistola hacia el techo y disparó, frenando todo intento de sus adversarios.
Los guardias quedaron paralizados y aceptaron llegar a un arreglo, más cuando “Urbano”, que se hallaba fuera, irrumpió en el recinto y le arrebató el fusil a uno de los policías. Grande fue su sorpresa al ver que el mismo, carecía municiones.
Descubierta su identidad, los guerrilleros redujeron a las autoridades, -el subprefecto, su secretario general, el sargento de policía y dos agentes desarmados además del comerciante-, a quienes amenazaron con tomar represalias si llegaban a delatarlos.
Lo que los cubanos ignoraban, era que para entonces, el radiograma enviado en la mañana había sido recibido y que en esos momentos, el general Ovando trazaba planes junto a los coroneles Francisco Barrero y Amado Prudencio, prefecto de Oruro y comandante de la II División respectivamente, a quienes había convocado, en el Gran Cuartel General de Miraflores, para organizar la captura.
Descartada de sugerencia de enviar tropas desde Oruro por vía terrestre –debido al estado de los caminos y los reportes climáticos–, se solicitó información a Sabaya para conocer la situación en la que se encontraba la pista de aterrizaje y se le ordenó a una sección del Regimiento de Artillería 1 “Camacho” que iniciase aprestos para ser aerotransportada esa misma tarde.
Ovando pidió celeridad y se comunicó con el Comando del CITE, en Cochabamba, para lanzar una fracción de paracaidistas entre Sabaya y la frontera con Chile, a efectos de cercar a los insurgentes y cortar sus vías de escape.
En la madrugada del 15 de febrero, una avioneta que llevaba al coronel Manuel Cárdenas, oficial del Departamento III del Estado Mayor del Ejército, se posó sobre la pista de la localidad, seguida a los pocos minutos por un Douglas C-47 de la FAB en cuyo interior viajaba una sección del Regimiento de Caballería 4 “Ingavi”, con la misión de iniciar la búsqueda lo antes posible.
Una vez las tropas en tierra, el oficial al mando emprendió la marcha en tanto el transporte regresaba a Oruro, para traer a la fracción del RA1 “Camacho”, que debía hacer lo propio en otra dirección. Varios campesinos fueron movilizados para colaborar en la exploración, muchos de ellos en bicicletas, pero las demoras y las imprevistas pérdidas de tiempo, dieron con su ayuda por el suelo.
En la madrugada del día 16, llegaron los paracaidistas junto al coronel Prudencio y los edecanes presidenciales, capitanes Villarroel, Orellana y Salomón, quienes traían la orden de permanecer en espera en la estación aérea, hasta que los guerrilleros fuesen localizados.
De esa manera, Bolivia perdió la oportunidad de llevar a cabo la primera operación de paracaidistas de su historia y una de las pocas del continente dado que esa misma noche, los insurgentes cruzaron la frontera con Chile y se internaron en su territorio.


Cuando descubrieron que las autoridades ya habían informado a Oruro sobre su presencia, los guerrilleros abandonaron Sabaya presurosamente y se alejaron hacia las montañas.
A poco de dejar la carretera –ningún poblador quiso llevarlos en sus vehículos–, el tío de Villca los alcanzó en su bicicleta, para señalarles el camino de las lomas, al noroeste y decirles que era el más indicado. No dudaron en tomarlo y una hora después, sintieron avionetas sobrevolando encima de ellos. Se ocultaron como mejor pudieron y al caer el sol reanudaron la marcha, desprendiéndose de parte de la carga para acelerar el paso. Por la noche cruzaron una explanada y unos kilómetros más adelante se introdujeron en un terreno anegado por el que se desplazaron con mucha dificultad hasta un camino más firme, en lo que “Pombo” llama “otra cordillera”.
Pasaron la noche caminando y en la madrugada del 16 se detuvieron en un inhóspito páramo, azotados por un terrible diluvio, donde se pusieron los capotes de nylon que llevaban y descansaron un poco.
Reanudada la marcha, caminaron sin parar hasta el mediodía y luego de un nuevo alto para racionar, hicieron lo propio hasta las 3 p.m., siempre bajo la lluvia, con la cumbre del volcán Tatajachura a su izquierda y los cerros Carabaya y Culebra a su derecha, hasta que dieron con una cueva en cuyo interior se refugiaron, ateridos de frío y agotados.
Allí se encontraban cuando a las 5 p.m. sintieron sobre sus cabezas los motores de un avión, que parecía desplazarse hacia el sudoeste. Era el C-47 con los paracaidistas del CITE, intentando localizarlos para efectuar el lanzamiento. Un cable de último momento, acababa de anunciar que se hallaban cercados cerca de Pisiga12, entre Sabaya y la frontera y que su captura se produciría de un momento a otro.
Ni bien el ruido de las turbinas se disipó, reanudaron la agotadora travesía, sin detenerse hasta las doce de la noche, cuando alcanzaron el poblado de Todos Santos, junto al volcán del mismo nombre, distante a 45 kilómetros del límite con Chile. La salvación estaba al alcance de la mano y era imperioso acelerar el paso porque en esos momentos, las radios ofrecían versiones contradictorias, algunas de las cuales los daban cercados en inmediaciones de Sabaya y otras cruzando la frontera en dirección a Chile.
La mañana del 17 de febrero, los fugitivos se hallaban desorientados. Lejos, como a 2 kilómetros hacia el oeste, se alcanzaba a percibir un pueblecito miserable, pero sin ninguna otra referencia a la vista, ignoraban si aún estaban en Bolivia o habían pasado a Chile. Por esa razón, resolvieron enviar a Villca y así determinar donde se encontraban. Para su tranquilidad, una vez de regreso, éste les confirmó que, efectivamente, habían cruzado la frontera.
Sabaya, de donde era oriundo Villca. Los guerrilleros debieron
desarmar a las autoridades para poder escapar

En una casa distante a 15 kilómetros del límite, un campesino les dio algo de alimento y les explicó que estaban muy cerca del cerro Tres Cruces y el río Mocomocone; antes de dirigirse a la vivienda, habían escondido las armas bajo unas rocas y después de un corto intercambio de opiniones, decidieron que esa noche acamparían en el monte pues aún no estaban seguros de cómo iban a ser recibidos. Así lo hicieron, soportando un frío atroz y por la mañana, después de analizar la situación, optaron por encaminarse a Camiña, 150 kilómetros hacia el oeste, donde vivía un primo de Villca.
Camiña se encuentra en un estrecho valle cordillerano, regado por el río del mismo nombre, a 2800 metros sobre el nivel del mar, una suerte de oasis verde en medio de las montañas, con áreas cultivadas en los alrededores y parte del ejido edificado sobre la ladera norte del cerro, en la quebrada de Tana. Ahí les informaron que ya se sabía de su presencia y que los carabineros los buscaban, de ahí la decisión de Villca de pedirle asilo a su pariente. Pero éste no sólo se negó a venderle provisiones sino que amenazó con denunciarlos a las autoridades si no se marchaban.
Decidieron acampar nuevamente a la intemperie y allí se encontraban cuando la radio informó que Bolivia no pensaba pedir su extradición.
Bastante más aliviados, escucharon las declaraciones de Allende brindándoles su apoyo y las de Barrientos y Ovando anunciando una investigación para dar con quienes los habían ayudado a escapar.
En tanto eso sucedía en el valle, integrantes del Partico Comunista y el Partido Socialista trataban dar con ellos, los primeros encabezados por el diputado Antonio Carvajal y los segundos por el dirigente Lionel Valcárcel, quienes anduvieron sondeando a los pobladores y recorriendo la región. Los ubicaron en las afueras del pueblo, cuando bajaban la ladera en busca de alimentos. Mientras se saludaban e intercambiaban las primeras impresiones, un muchacho en bicicleta vio la escena y corrió hacia el cuartel de Carabineros para pasar la novedad.
El capitán Caupolicán abordó rápidamente un jeep y seguido por otro vehículo, partió hacia el lugar, encontrando allí a los guerrilleros con los militantes izquierdistas. El oficial se mostró amigable y después de presentarse, dispuso que se encaminasen todos al cuartel. Enterada de su presencia, la población se volcó masivamente a las calles generándose el correspondiente revuelo.
Ya en la sede policial, el jefe de los carabineros se comunicó con su Comando para transmitirle la novedad. Se le ordenó tomar medidas precautorias y enviar a los fugitivos hacia Iquique, donde se los iba a someter a interrogatorio en espera de instrucciones. Justo en ese momento, llegó el senador comunista Volodia Teitelboin13, para imponerse de la situación y exigir las garantías correspondientes, además de confirmar el apoyo del movimiento.
De allí fueron transferidos a otro pueblo, donde una vez más, los pobladores salieron a las calles a curiosear y se produjo el reencuentro con un viejo conocido, George Andrew Roth, quien les manifestó que ahora trabajaba para la revista “Life”14.
Ya en Iquique (23 de febrero), se les ordenó a los carabineros conducirlos directamente a la Base Los Cóndores, porque las radios anunciaban que la gente estaba en las calles y se temían incidentes.
Se sucedieron a partir de ese momento, numerosas visitas de funcionarios, la municipalidad local los declaró “Hijos Ilustres” de la ciudad y en horas de la noche, numerosas personalidades y hasta gente común se acercó hasta las puertas del acantonamiento para tratar de verlos.
A las 18 hs. abordaron un avión y partieron con destino a Antofagasta. Si Allende y Teitelboin les garantizaron protección, al llegar a destino la misma fue completamente ignorada. La Policía Política los condujo hasta el edificio central y los sometió a un trato excesivamente duro. Los obligaron a desvestirse, les revisaron sus pertenencias y los encerraron en una celda, de la que fueron retirados un par de horas después para ser conducidos nuevamente al aeropuerto, en esta ocasión esposados. Una vez a bordo, fueron amarrados a las butacas y en esas condiciones viajaron las dos horas que duró el vuelo.
Salvador Allende, presidente del Senado chileno, se reúne con los fugitivos
en Antofagasta. En la foto, Quicañez, "Urbano" (estrechándole la mano),
"Benigno" y "Pombo"

Ya en la capital, partieron rumbo al Hospital de Carabineros donde les hicieron un chequeo antes de pasarlos a la Dirección de Investigaciones, un edificio contiguo a la Dirección de Policía, donde quedaron alojados en espera de nuevas resoluciones. Hasta allí se dirigió Allende, para entrevistarse por primera vez con ellos y pedirles disculpas por el trato. Les dijo que contaban con el respaldo del Senado, les garantizó que, a partir de ese momento, estaban bajo su directa responsabilidad y les informó que saldrían del país acompañados por él, cosa que los tranquilizó bastante. Ya más relajados, pudieron hablar de temas diversos, sobre todo de la campaña en Bolivia, de la Revolución Cubana, de Fidel Castro y por supuesto, del Che.
Poco después se presentó el director general de Policía y posteriormente un secretario de gobierno quien les transmitió la decisión del Ministerio del Interior, de no otorgarles el asilo político, aclarándoles además, que debían abandonar país a la mayor brevedad. Ese mismo día se emitió el decreto de expulsión, que recién les fue entregado en horas de la noche y al día siguiente partieron, hacia el aeropuerto, fuertemente escoltados, para volar a la isla de Pascua. Para entonces, los gobiernos de Perú y Ecuador les habían negado el ingreso, aclarando que en caso de hacer escala en sus respectivos territorios, serían apresados y entregados a las autoridades bolivianas.
Mientras en Chile tenían lugar esos acontecimientos, las radios bolivianas daban cuenta de las últimas novedades:

El gobierno boliviano valoró hoy como magistral la huida de los guerrilleros cubanos los días 13, 14 y 15 por el Departamento de Oruro hasta la frontera con Chile. Según fuentes militares, los paracaidistas enviados en su persecución no pudieron cortarles la retirada porque las condiciones climatológicas fueron aprovechadas por los guerrilleros, impidiéndoles la localización. Los únicos sobrevivientes de la guerrilla del Che Guevara abandonaron ya el territorio chileno acompañados por el senador Salvador Allende.

El 25 de febrero de 1968 aterrizaron en Hanga Roa, capital y única población de la Isla de Pascua. Permanecieron allí una semana, confraternizando con sus habitantes, visitando los moais y hasta relacionándose con el personal norteamericano de la estación satelital que funcionaba desde hacía unos años.
Allí se reencontraron con Allende, quien llegó acompañado por su delegación, cuatro días después. Volaron directamente a Thaití, en la paradisíaca polinesia francesa donde bellas muchachas mahoríes los recibieron con danzas y cantos tradicionales y les obsequiaron collares de conchillas, que colocaron en torno a sus cuellos.
Alojados en el hotel, establecieron contacto con el embajador cubano en Francia, Baudillo Castellanos (“Vilito”), quien se puso a su disposición y conocieron a una joven cubana, oriunda de Pinar del Río, casada con el administrador del atolón de Mururoa15, quien los invitó a su casa, a cenar comidas típicas.
Allí en Tahití se despidieron de Allende, agradeciéndole de corazón las muchas atenciones que les había dispensado; tres días después partieron hacia Numea, en Nueva Caledonia, otra posesión francesa en el Pacífico donde conocieron a otro cubano y luego siguieron a la isla del Cisne, para continuar hasta Sri Lanka y Addis Abeba, breve escala esta última, antes de volar a París.
Durante el trayecto hacia la Ciudad Luz, trazaron planes para conocer los lugares más emblemático (Torre Eiffel, Arco de Triunfo, Notre Dame, el museo del Louvre, Sacre Coeur, Montmartre), pero para su desazón, al aterrizar en Orly, un cordón policial establecido de antemano para contener a los curiosos, los hizo correr hacia dos vehículos, en los cuales fueron trasladados al Aeropuerto Internacional Charles De Gaulle, donde desde hacía una hora aguardaba un avión de Aeroflot, la compañía aérea soviética, para llevarlos a Moscú.
En la capital rusa se alojaron en la casa de un funcionario de la embajada cubana y al cabo de dos días, abordaron otro aparato, esta vez con destino a la patria.
El vuelo se realizó sin inconvenientes; durante el mismo, los combatientes se relajaron, comieron y disfrutaron de todas las comodidades de a bordo hasta que a lo lejos, se recortó la silueta de la isla. Fue entonces que sobre ellos cayó todo el peso de lo vivido; las contingencias de todo un año se acumularon y la nostalgia pareció arrollarlos.
La vista de Punta de Maisí fue el momento de mayor emoción, con el verde intenso de la vegetación recortándose, en la inmensidad del océano bajo un magnífico cielo soleado.
El avión sobrevoló la isla por el norte, pasando por Baracoa, Punta Gorda, Moa, Banes, Gibara, el litoral de Camagüey, Ciego de Águila, Villa Clara, Matanzas y Guanabo, hasta que a lo lejos comenzó a aparecer lentamente La Habana. Habían dado la vuelta al mundo.
En Rancho Boyero se había congregado una pequeña multitud. Fueron momentos muy fuertes para los tres pero lo más impactante fue ver entre la gente al comandante en jefe en persona, Fidel Castro, aguardándolos allí con una amplia sonrisa, rodeado de funcionarios.
Hubo abrazos, lágrimas, gritos y palmadas; varios fotógrafos registraron la escena mientras los periodistas pugnaban por acercarse, forcejeando con el cordón policial.
Finalmente, se retiraron a una habitación especialmente acondicionada para la ocasión y una vez sentados frente al hombre fuerte de la isla, comenzaron a relatarle los pormenores de su odisea, desde su partida hasta la caída del Che, pasando por los combates y todas las peripecias que debieron vivir.
Las palabras de su líder, fueron como una suerte de bálsamo para sus oídos:
“Están vivos porque ustedes fueron agresivos, porque combatieron, si hubieran manifestado miedo, si hubieran manifestado temor, hubieran perecido, ahí está justamente la fuerza, la convicción revolucionaria de ustedes, en su resistencia, en su capacidad de luchar”16.

Efraín Quicañez Aguilar (el "Negro José") presenta su libro Pan Comido (2011)
A su lado, Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia desde 2006
Quicañez saluda a su vicepresidente (2011)
(Ambas imágenes: Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia
http://www.vicepresidencia.gob.bo/Negro-Jose-Se-hizo-un-juramento-de)




Notas                                                             
1 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., pp. 412-413/422-427.
2 Harry Villegas (Pombo), op. Cit. pp. 236-237.
3 “Se bajó la goma, compa”, debía decir “Benigno”, a lo que el conductor respondería: “¿Cómo están los tres?”.
4 Harry Villegas (Pombo), op. Cit. p. 241.
5 Diez mil pesos bolivianos por cada uno (u$s 833).
6 Al referirse a “Pombo”, dijo que se trataba de un negro gigantesco que combatía con una ametralladora en cada mano.
7 El otro enlace se había quedado en Cochabamba, después de recoger a “Darío”.
8 Con ese motivo, viajó a La Paz el “Petiso” y a Santa Cruz de la Sierra “Inti”, quienes debían mantener una serie de entrevistas que al menos, en lo inmediato, a nada condujeron.
9 “Pombo” afirma erróneamente que era chileno, oriundo de Esquiña, donde había nacido en 1939.
10 Capital de la Provincia de Atahualpa, en el Departamento de Oruro.
11 Se trataba del telegrafista, conocido de Villca, también militante del PCB.
12 Población fronteriza cordillerana.
13 Abogado, escritor, militante comunista, diputado, (1961-1965), senador (1965-1973), secretario general del Partido Comunista de Chile (1990-1994), fue autor de un libro sobre Jorge Luis Borges y varias obras más.
14 “Pombo” califica al encuentro como “raro”.
15 Islote del Pacífico donde Francia lleva a cabo sus pruebas nucleares.
16 Harry Villegas (Pombo), op. Cit. p. 268.